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Rayuela

La analogía cuanto menos interesante presentada entre mi historia oscura y borrosa y la de La Maga no es más que un intento de organizar los hechos, a raíz de una serie de coincidencias encontradas con la historia de amor de la autoría de Cortázar. La Maga, o Lucía (mi desafortunada tocaya), y Horacio Oliveira no son más que espejos; espejos que, a excepción del continuo consumo de mate y las calles desoladas de París, son casi idénticos a las personas que son puestas en frente; Nicolás y yo. Pero para mí Oliveira es mucho más que sólo Nicolás. Oliveira representa mi esperanza ingenua de poder, algún día, sentirme igual que como lo hice esa noche, y los escasos días que pasamos juntos. Oliveira es un sentimiento, tan subjetivo como todos. Oliveira es lo único que me hace considerar que solamente haya un alma para cada alma. Es lo único que me hace pensar que a lo mejor Platón no estaba tan equivocado con la leyenda de Aristófanes. Pero claro, después recuerdo que Platón no fue más que un esencialista precario con delirios totalitarios y se me pasa. 

Lo que pasó después, lamentablemente me hace ver como una completa imbécil. Antes de juzgar, hay que recordar que era la primera vez que sentía algo como esto; no sabía lo que había encontrado ni lo absolutamente inusual que era. El diamante fue puesto en las manos de un niño de tres años, o en la boca de un cachorro. Y aquí vuelvo a eso de profanar los recuerdos que mencioné antes; hasta el día de hoy no he logrado dejar de deshonrar mi metafísica de esta manera, porque claro, bajo teoría empírica, profano mis recuerdos, mi experiencia, ergo, profano mi existencia; profano a mi propio ser. 

Puedo decir que en las dos semanas que tuve a Nicolás al lado, sin prejuicios ni mayor expectativa, pude ser verdaderamente felíz. No es con el propósito de decir que pude encontrar la felicidad por una sola persona que apenas y conocía, ya que soy firme partidaria de que el ser humano es completamente incapaz de encontrar la felicidad. La felicidad se crea, se moldea dependiendo del individuo y de su experiencia. Siento que el error más común del ser humano es el de pensar que la felicidad es un ente universal. Un concepto objetivo perteneciente al mundo de las Formas inmutables, o un fantasma que vive en la esencia del mundo, y debe ser nuestra meta final agarrarla como cazafantasmas ridículos con aspiradoras de espectros o como se llamen. Siguiendo esta linea, esas dos semanas han sido, en dieciseis años de vida, las únicas que me han brindado las herramientas para crear esa codiciada felicidad. 

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