Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Verdades

El cañonazo que anuncia la muerte de Ron hace que me sobresalte. El sobresalto no es suficiente para que el puñal se me caiga, pero sí para que lo aleje involuntariamente unos centímetros del corazón de Draco. Éste se aprovecha de la situación, para darme un manotazo y hacer que se me caiga el puñal. Antes de que me dé tiempo a agacharme para cogerlo, ya me tiene Malfoy de espaldas a él agarrada por el cuello.

– Hazlo. ¡Hazlo! ¡Mátame! –digo con un cierto matiz de sarcasmo–. Mátame a mí también. Así al menos me estarás haciendo un favor...

– No voy a matarte, pero tampoco voy a permitir que me mates tú a mí.

– Siento decirte que para evitar que te mate no te queda otra que matarme tú a mí –me esfuerzo en decir, sintiéndome un tanto ahogada por su agarre.

– No hay necesidad de que muera ninguno de nosotros. De hecho, en ningún momento me he planteado matarte, y tú tampoco quieres matarme a mí, así que cálmate y empieza a razonar como una persona normal. Una vez lo hagas, te soltaré para que podamos hablar como las personas civilizadas que somos –susurra él sin perder la calma.

¿Como una persona normal? ¿Cómo demonios se supone que voy a razonar como una persona normal cuando ni siquiera me siento persona y mucho menos normal?

– Estoy muerta... ¿Cómo pretendes que razone como una persona? –le pregunto–. Además, tú no eres ni de lejos una persona civilizada, eres un... un...

– No, no estás muerta, Granger –me interrumpe él, obviando mi último comentario–. Estás tan viva como yo...

– Y ojalá no lo estuviera –es todo lo que soy capaz de responder.

Siento como si todo el dolor que me ha provocado la muerte de Ron se hubiera canalizado en un creciente odio hacia Malfoy. Bajo la mirada y veo cómo su antebrazo me aprisiona contra él... Mi mente idea miles de formas diferentes con las que podría destrozarle, romperle e incluso arrancarle el brazo. Mis uñas se clavan con avidez en su antebrazo. Draco se queja y por unos momentos confío en que me va a soltar, pero finalmente no lo hace. Hundo las uñas aún con más fuerza, deseando con lo poco que me queda de alma que le duela tanto como me duele a mí ahora mismo el simple hecho de respirar. Espero a que me suelte, pero nuevamente no lo hace. En lugar de eso, aprieta su antebrazo con más fuerza contra mi cuello no hasta el punto de estrangularme, pero sí impidiéndome respirar bien.

Entonces, sintiendo que se me colapsan las vías respiratorias, decido que no puedo prolongarlo más, que ya es hora de deshacerme de él, de hacerlo pagar por lo que ha hecho. Así, me las apaño con un pie y le deposito una patada en sus partes nobles. Le oigo de decir algo así como hija de puta mientras se retuerce por el dolor. Yo aprovecho para agacharme y coger el puñal del suelo. Lo acerco nuevamente, pero esta vez hasta la altura de su estómago.

– Venga, hazlo... ¡Mátame! –dice desafiante, mientras alzo el cuchillo hasta su corazón–. Mátame y te convertirás en lo que más odias, te convertirás en alguien como yo. Mátame y muérete de remordimientos esta noche cuando sea mi nombre el que salga esta noche en la lista de los caídos y no el de tu Comadreja pelirroja.

Sus palabras me detienen en seco y el puñal, por segunda vez, está a punto de resbalarse de mis manos. Sus palabras, de repente, parecen traerme de vuelta a la vida. ¿Qué se supone que significa eso de que no va a salir esta noche el nombre de Ron en los caídos?

– ¿Pero qué demonios dices, Malfoy?

– Weasley no está... –comienza a decir.

– ¡Deja de jugar conmigo! –bramo con ferocidad–. ¡No te atrevas a jugar conmigo una vez más o te rajaré el cuello antes de que puedas pronunciar una palabra más!

– ¡No estoy jugando contigo, demonios! ¡Te estoy diciendo la verdad! ¡Esta noche cuando salgan los caídos no va a salir el nombre de Weasley, porque Weasley no está muerto! ¡Weasley está vivo ahora mismo en otra parte del arena! –me responde con saña.

– ¿Pero de qué demonios estás hablando, Malfoy? ¡Lo has asesinado! ¡Lo he visto morir en mis propios brazos! ¡Lo he visto cerrar los ojos y soltar aire por última vez! ¿Cómo demonios te atreves a decir que está vivo? –exclamo, incrédula.

– ¡Porque ese tío de ahí no es Weasley, joder, Granger! –ante su respuesta, no puedo hacer otra cosa que bufar. Es sorprendente el punto hasta el que es capaz de llegar la gente, y en especial Malfoy, con tal de salvarse la vida.

– ¿Ah, no? ¿Entonces quién es, Malfoy? ¡Es él, mírale! Mira su pelo, su piel, su complexión... ¡No hay duda de que es él! –digo riéndome de forma histérica.

– No, Granger, no es él.

– Vale, entonces, si no es él, ¿quién es? ¡Venga, dime! ¡¿Quién demonios es, Malfoy?!

– No lo sé... Pero supongo que lo descubriremos tan pronto como la poción multijugos que se tomó deje de hacer efecto.

Las carcajadas histéricas se tornan en mudez cuando oigo sus palabras. Abro los ojos como platos. ¿Es posible que el hombre que esté ahí tirado no sea Ron, sino que sea otro tributo que se tomó una poción multijugos para hacerse pasar por él y matarme? Mi humanidad parece volver a encenderse cual Sol en el amanecer.

– ¿Una poción multijugos? ¿Es éso posible? –pregunto, incrédula.

– Tan posible como cierto –responde él–. Y si me das la oportunidad, puedo contarte lo que sé... –me propone. Lo miro con desconfianza y él me pide–: Por favor, déjame explicártelo y dame hasta el momento en el que salga la lista de los caídos para demostrarte que no he matado a Ron. Si para entonces sigues sin confiar en mí, podrás matarme, pero ahora mismo necesito que me escuches –me encojo de hombros.

– Habla –le exijo con frialdad, sin fiarme aún de él.

– De acuerdo... –dice él encogiéndose de hombros–. Empecemos por el momento en el que ya nos perdiste de vista... Cuando te marchaste, me dirigí hasta la Cornucopia. Weasley me dio un par de cuchillos con las que le protegí mientras trataba de hacer el Accio mental para sacar la varita de entre todas las cosas que había allí. Perdimos un montón de tiempo buscando la varita y luchando contra todo tributo que nos atacaba para nada, porque la varita no estaba allí. Debían de habérsela llevado ya, así que decidimos coger al menos algunas armas más. Estábamos cogiendo un hacha, cuando ese gilipollas búlgaro vino con sus amiguitos a dar por culo y tuvimos que salir por patas hacia los trasladores. Cogimos dos trasladores que estaban al lado con esperanzas de llegar a la misma zona y poder buscarte juntos, pero como ves, estamos en la puta nada y no conseguí localizarlo. Comencé andar hacia el sur para tratar de alejarme de la masa de gente y encontrar el mar o algo diferente a aquellas dichosas montañas, cuando de lejos vi a un tributo instalarse. Me quedé desde la distancia vigilándolo para encontrar la forma más fácil de matarlo para quedarme con sus cosas y entonces vi tu pelo detrás de toda esa nieve blanquísima. Él también te vio y se fue corriendo hacia algún lugar en el que ya no podía localizarlo. Comencé a avanzar prudentemente hasta ti, cuando vi a Weasley. Me pareció un poco extraño que desapareciera ese tío y, de repente, apareciera la Comadreja, pero no le di demasiada importancia hasta que apareciste tú corriendo hacia él. De repente, todo pareció cobrar sentido en mi mente. Ese tío que había visto debía ser Weasley, ¿pero cómo? Entonces, pensé en la posibilidad de la poción multijugos. Mi teoría se confirmó cuando acercándome a vosotros, vi que sostenía un puñal en tu dirección con intenciones de matarte y, bueno, el resto ya lo sabes.

Mi corazón, de repente, parece volver a latir y la sangre vuelva a mis vasos sanguíneos. Mis pulmones comiencen a ventilar con normalidad y mis alvéolos pulmonares a difundir el oxígeno con normalidad. Mis terminaciones nerviosas comienzan a transmitir el impulso eléctrico otra vez, lo cual me permite pensar con claridad sobre lo que Malfoy me acaba de contar. ¿Y si es verdad? ¿Estará Ron vivo en alguna parte de este lugar infinitamente blanco?

De repente, la vida no parece tan desgraciada y el mundo parece un lugar mucho más agradable para vivir.

– ¿De verdad has visto todo eso? –le pregunto, incrédula.

– Te lo juro por mi vida –promete solemnemente.

– ¿Y cómo puedo estar segura de que no me estás mintiendo? –le pregunto.

– Fácil... Mira detrás de ti al supuesto cadáver de la Comadreja –y sonríe.

Me giro y contemplo sorprendida cómo el cadáver que pertenecía supuestamente al cuerpo de mi pelirrojo comienza a transformarse en otro muy diferente lentamente. Su pelo pelirrojo se oscurece hasta volverse de color negro y su piel comienza a tostarse lentamente hasta alcanzar un tono bastante más dorado que el de Ron. La complexión fuerte de Ron se vuelve ligeramente débil en comparación y decrece unos considerables centímetros. No necesito acercarme para ver que se trata de Alaric, el amigo francés que Ron había hecho en los entrenamientos.

No es Ron.

Es Alaric.

Ron está vivo.

Y de repente, todo parece cobrar sentido otra vez. Mi propia existencia parece volver a tener algún sentido en medio de todo aquel terrible caos. Ron está vivo, y yo por consiguiente vuelvo a estar viva. Mi propio cuerpo parece reaccionar ante la noticia, emitiendo una oleada de endorfinas, que rápidamente pasan a mi sangre provocando en mí una abrumadora sensación de felicidad.

¡Ron está vivo!, celebra mi fuero interno, repitiendo dicha frase cientos de veces.

– Supongo que me crees ya, ¿no? –dice el Slytherin, sacándome de mis ensoñaciones.

– Sí, te creo... –le concedo, en un susurro.

– ¿Lo reconoces? Yo desde lejos no conseguí distinguirle el rostro lo suficientemente bien como para averiguar de quién se trataba, pero ahora que lo observo de cerca tampoco es que pueda decir que sepa quién es.

– Sí, lo reconozco. Se llamaba Alaric y era un tributo de Beauxbattons que se hizo amigo de Ron durante las sesiones en el centro de entrenamientos –le cuento.

– Ni idea –responde él, encogiéndose de hombros.

– Me gustaría saber de dónde se ha sacado la poción multijugos –digo más para mí misma que para Draco.

– Cuando empezaron los juegos, vi que en la Cornucopia había tres pociones. Tenía pensado coger alguna, pero les perdí el rastro en el tiempo que empleé en convencerte de que te fueras ya para los trasladores –me echa en cara–. Quizás una de las tres pociones fuera la poción multijugos que este hijo de puta se ha tomado –comenta él–. Lo que a mí me gustaría saber es de dónde se ha sacado el pelo de Weasley. Ni siquiera estuvo cerca de nosotros mientras buscábamos la varita.

– No sé...

Tan pronto como pronuncio esas palabras, viene a mi mente una imagen, la última imagen que tengo de Alaric antes de los juegos. Dicha imagen se corresponde al momento en el que Alaric se despidió de Ron en la sala de espera para entrar a la muestra de habilidades. Se despidió revolviéndole los cabellos...

– ¡Ya sé! –exclamo de repente–. El otro día, cuando tenía que marcharse para la muestra de habilidades, Ron le deseó suerte y Alaric le revolvió el pelo. Quizás fue ahí cuando aprovechó para arrancarle el pelo.

– Qué hijo de puta... Lo tenía todo preparado el muy cabrón. Eso sí que es de ser buen amigo, por Salazar –comenta en un tono de voz cargado de sarcasmo.

– No hablemos de buenos amigos... –digo cabreada, refiriéndome descaradamente a él.

– ¿Disculpa? –pregunta, confundido por mi comentario.

– Ya sabes de que te estoy hablando...

– No, realmente no –me responde él, mostrándose realmente confundido–. No tengo ni idea de a qué demonios te estás refiriendo en esta ocasión.

– De acuerdo, yo te lo aclaro. Estoy refiriéndome a lo buen amigo que has demostrado ser una vez más conmigo.

– No lo pillo, Granger... ¿Qué es lo que se supone que he hecho ahora? –suspira.

– Derrochar consideración –le respondo irónicamente.

– Sigo sin pillarlo... ¿Acaso he sido demasiado considerado por decidir salvarte la vida o algo así?

– Nada que ver... –susurro y carraspeo, preparándome para mi ataque verbal–. Me refiero a que lo considerado que has sido conmigo desde que nos hemos encontrado aquí... En primer lugar, me dejaste llorar y consumirme por dentro, me dejaste creer que Ron había muerto, aun sabiendo que en el fondo ese tío de ahí no era Ron... Pudiendo haber calmado todo el dolor que estaba sintiendo, preferiste quedarte ahí contemplándome con una sonrisa de presunción. Muy considerado por tu parte, ¿verdad? Un aplauso para ti, por ser el mejor de los amigos del mundo, aquél que disfruta viéndome quebrarme por dentro en lugar de liberándome de falsas creencias y de un insoportable dolor –le respondo con un cruel y desmedido sarcasmo.

– Vaya, Granger, qué agresiva –dice, esbozando una sonrisa siniestra–. Tampoco creo que hiciera nada como para que te pongas así conmigo.

– Cierto, no hiciste nada, y eso es lo que me jode. No hiciste nada por mí, te dio exactamente igual verme llorar, verme sufrir... ¡Te dí igual! ¡Pudiste haberme sacado de la miseria por la que estaba pasando sólo con decirme que Ron estaba vivo, pero tú, simplemente, no hiciste nada!

– ¿Acaso crees que si me hubiera acercado hasta ti, tú me ibas a escuchar? –me pregunta, en un tono de voz calmado–. Por Salazar, Granger, estabas fuera de ti misma... ¡No me hubieras escuchado ni aunque te hubiera arrancado ese cadáver de las manos para que me prestaras atención! –se defiende.

– Deja de justificarte... –le exijo–. Y reconoce lo evidente. Reconoce que eres cruel, que disfrutas del mal ajeno y que sólo actúas cuando ves peligrar tu vida; hasta que no te diste cuenta de que tenía intenciones de matarte, no tuviste valor de acercarte a mí para contármelo.

– ¡Porque hasta entonces no habías despertado, joder, Granger! ¡Hasta que no te diste cuenta de que yo era el asesino de ese tío que creías que era Ron, estabas fuera de ti, en otra dimensión, así que hasta entonces no pude decirte nada!

– Vale, sigue justificándote. Estoy deseando escuchar cómo tratas de justificarme ahora la bonita sonrisa que esbozabas mientras me veías retorcerme de dolor.

– ¿Estás insinuando que disfruté viendo como sufrías? –me inquiere, incrédulo.

– No, no lo estoy insinuando. Estoy afirmándolo –digo, cortante.

– ¿De veras, Granger? Esta es probablemente la gilipollez más grande que he oído soltar por tu boca desde que te conozco –responde aún más sorprendido–. ¿De veras crees que he disfrutado viéndote llorar?

– Supongo que sí. Tampoco es que tu cara dejara mucho lugar a dudas...

– Si sonreía, era porque estaba pensando en lo orgullosa que habría estado mi familia si el tío al que he matado realmente se tratara de Weasley –vuelve a sonreír–. Y no voy a negártelo, también estaba disfrutando ante la posibilidad de ver a Weasley morir de mi mano... Pero no estaba disfrutando de verte disfrutar, ni de lejos. Podía sentir tu dolor –dice, cabeceando discretamente en dirección a la mano, haciendo por consiguiente alusión al anillo.

– ¿Cómo... cómo... cómo puedes... pensar así? ¿Cómo puedes disfrutar ante la idea de ver morir a Ron de tu mano cuando sabes que la idea de perderlo me mata? Eres tan... tan cruel... tan frío...

– ¿Y qué, Granger? Se suponía que todo eso lo tenías más que superado... ¿O acaso creías que porque comenzara a sentir algo por ti, iba a empezar a cambiar lo que soy para contentarte? Soy frío, cruel, calculador, un tío sin escrúpulos, y supongo que lo seguiré siendo siempre, porque siempre he sido así y no concibo otra forma de ser.

– Puedes ser cómo todo lo frío y cruel que te dé la gana, pero... ¿disfrutar de la muerte de una persona? Eso me parece simplemente intolerable –comento, asqueada–. No entiendo cómo has podido disfrutar viendo morir a ese chico, aun cuando no era Ron.

– De acuerdo, Granger, sigue sacando mis trapos sucios. Sigue haciendo lo mismo de siempre: quedándote con lo malo y obviando lo bueno. Quédate con la idea de que soy cruel, de que disfruto del dolor ajeno, de que me gusta ver morir a la gente... y obvia el hecho de que te he salvado la vida. Hazlo, que éso se te da genial –dice, molesto.

– ¡No obvio el hecho de que me hayas salvado la vida! De hecho, estoy tremendamente agradecida, porque si no hubiera sido por ti, probablemente me hubiera muerto pensando que Ron me había traicionado... que el chico al que consideraba el amor de mi vida era mi asesino... –voy a seguir, cuando me interrumpe diciendo:

– ¿El amor de tu vida? ¿Desde cuándo eres así de cursi? –y esboza una sonrisa, que hace que me ruborice. ¿De verdad he dicho eso? ¡Qué vergüenza!

– Olvídalo... No te desvíes del tema... –pone los ojos en blancos a la vez que compone una mueca que viene a ser una mezcla de cabreo y agotamiento–. Te estaba diciendo que estoy agradecida de que me hayas salvado, pero que sigo pensando que eres una mala persona.

– De acuerdo, tú ganas: soy una mala persona. Siempre lo he sido y siempre lo seré, así que espero que estés dispuesta a aceptarme así, porque no puedo cambiar, y no creo que quieras pasarte todos estos días que vamos a tener que pasar juntos sin hablarme por ser incapaz de aceptar algo que sabes desde siempre.

– Yo lo acepto... Pero comprende que me duela ver que eres así incluso conmigo.

– Sabes que éso no es cierto.

– ¿No lo es?

– No... Sabes perfectamente que a ti te trato mejor que a cualquier otra persona del mundo y, si no me crees, haz comparaciones y te darás cuenta de que trato mejor que a cualquier otra persona del mundo –dice, afectado–. Pero dejemos ya el tema, por favor. Estamos desperdiciando el tiempo en una conversación totalmente absurda e innecesaria y ese tiempo podríamos aprovecharlo para ir buscando un sitio en el que ponernos a salvo. No podemos quedarnos aquí, a la vista de todos.

– Tienes razón –resoplo–. Olvidemos todo esto y pongámonos en marcha.

– Bien... ¿Hacia dónde vamos?

– ¿Hacia el norte? –propongo, poco convencida de qué sería lo mejor.

– La clave es encontrar un glaciar. Bajo los glaciares suelen formarse cuevas en las que podremos asentarnos, así que lo más acertado sería dirigirnos hacia el sureste o el suroeste, puesto que los glaciares tienden a comunicarse con los océanos –me propone.

– ¿Dónde demonios has aprendido éso? –le pregunto sorprendida.

– En mis últimas vacaciones de Navidad a Alaska. Visitamos el interior de un glaciar –me cuenta, muy pagado de sí mismo.

– ¿Y no nos vamos a morir de frío dentro del glaciar?

– La capa de hielo del glaciar actúa como aislante térmico, así que el suelo de roca que hay bajo el glaciar está probablemente más caliente que el suelo que estamos pisando ahora mismo.

– ¿Y qué haremos si no encontramos ninguna cueva glaciar? –le pregunto.

– Siempre nos quedará crear un iglú o un refugio a varios metros bajo el hielo. La cosa es encontrar un hueco delimitado por varios centímetros de hielo, dado que como ya te he dicho, éste actúa como aislante térmico y dicha propiedad del hielo es lo único que puede impedir que nos muramos congelados.

Abro la boca, gratamente sorprendida una vez más. ¿Quién diría que Draco Malfoy sabría de glaciares y de lugares tan fríos e inhóspitos como el sitio en el que nos encontramos?

– De acuerdo. Aquí eres tú el que sabe, por lo que también eres tú el que mandas y guías –le concedo y él sonríe.

– Vale, pero aún no nos vamos. Antes vamos a hacer una cosa... –dice, mirando en derredor.

– ¿El qué? –pregunto, enarcando una ceja.

– Quitarle la ropa al dichoso Alaric para obtener más prendas con las que abrigarnos y, por supuesto, hacer un tanteo de la zona para ver si encontramos algún suministro extra para llevarnos. No sé tú pero yo no tengo ni gota de agua ni tampoco comida. ¿Acaso tú tienes algo más?

– Bueno, yo sí... Tengo un saco de dormir, un par de barritas energéticas, una cuerda de medio metro de largo, una cantimplora y tres gasas esterilizadas –Draco abre los ojos de par en par, a la vez que dice:

– ¿De dónde demonios te has sacado todo eso?

– De una mochila que cogí antes de marcharme en traslador –susurro.

– Voy a obviar la parte de la conversación en la que me cabreo por haber ignorado mi petición de que fueras derechita a por el traslador –dice, mas me fulmina con la mirada.

– Sí, mejor. De hecho, deberías de estar orgulloso de mi decisión, ya que gracias a ignorar tu petición, contamos con algo de comida y de útiles para comenzar.

– No voy a agradecértelo si es lo que esperas –me responde, muy serio.

– No quiero que me lo agradezcas, simplemente que reconozcas que gracias a mí al menos vas a poder comer algo. ¿Qué has conseguido tú aparte de nada?

– Un maravilloso gorro de lana que voy a regalarte para que no pases frío, preciosa –dice, rebuscándolo en el bolsillo de su chaqueta.

Se saca el gorro del bolsillo, que resulta ser el típico gorro de lana de color negro con un borlón en la coronilla y otros dos borlones que, pendiendo de dos cuerdas de lana también, quedarían colgando a ambos lados de la cara. Además, está cubierto interiormente por un forro polar. Draco, en vez de ponérselo, me lo coloca a mí en la cabeza y sonríe al ver el resultado.

– Sí, definitivamente, te queda bastante mejor que a mí –dice, observándome. Me ruborizo.

– Qué forma tan sutil de tratar de hacerme olvidar que eres un presuntuoso y un bocazas. Una lástima que los cumplidos no te funcionen conmigo, Malfoy...

– ¿Dices que no funcionan? ¿Entonces por qué demonios te has ruborizado? –se ríe.

– Debe ser el frío... Debe de estar quemándome la piel –miento un tanto molesta porque se haya dado cuenta, y noto cómo la sangre de casi todo el cuerpo se concentra en mis mejillas.

– Seguro que es éso –responde él, sonriendo con fanfarronería–. Bueno, no dilatemos esto más... Cuanto antes no vayamos, menos se quemará tu delicada piel –dice, haciendo alusión a la nueva tonalidad de rojo más intenso que han adoptado mis facciones–. Me voy a hacer un tanteo de la zona, mientras ve quitándole la ropa a ese tío. Nos vemos en cinco minutos, ratita, cuidado con el Sol.

Me sonríe con petulancia y se dispone a caminar en dirección opuesta a la que estamos. Lo pierdo de vista cuando comienza a buscar en la cara opuesta de la elevación del terreno en la que estamos. Yo, por mi parte, camino hasta Alaric. Cuando estoy junto a él, le dedico una mirada llena de odio, mientras me pregunto cómo pudo hacerle algo así a Ron. Después, el odio pasa a ser lástima. Está muerto y nadie se merece la muerte, ni siquiera él, que deseaba matarme. Contemplo, horrorizada, la herida de su pecho; es profunda y oscura como la garganta de un lobo. Recuerdo cuando creí que dicha herida estaba en el pecho de Ron y me estremezco. Gracias a Merlín, todo ello ya ha pasado y ha resultado ser un engaño.

Respiro tranquila, y me dispongo a quitarle la ropa con una delicadeza que no se merece y que, además, está fuera de lugar considerando que está muerto. Lo primero que le quito es el abrigo que está salpicado de sangre y que, para mi grata sorpresa, resulta ser bastante grueso. Cuando me desprendo de éste, veo que la camiseta que se escondía bajo el abrigo está cubierta de sangre, mas decido cogerla. ¿Quién sabe si podrá resultarme útil en algún momento? También cojo sus botas y sus calcetines, a pesar de que están un poco calados por la nieve. Para mi grata sorpresa, tiene unos gruesos guantes aislantes puestos, que ni dudo ni un segundo en quitarle. Tengo las manos heladas y unos guantes son el remedio perfecto para calentarlas. Después, me fijo en sus pantalones. En un principio pienso en dejárselos puestos, pero después se me plantea la posibilidad de usarlos en caso de que los nuestros se empapen en la nieve y acabo quitándoselos. Me levanto y le echo una última mirada. En cierto modo, me da pena haberlo dejado prácticamente desnudo a la intemperie, pero la necesidad es la necesidad.

Descansa en paz, le deseo, aunque en realidad no se lo merezca.

Cuando me giro sobre sí misma, me sobresalto al encontrarme ya con Draco. Éste sonríe cuando ve la casi absoluta desnudez de Alaric y la cantidad de prendas que he tomado de él. Guardo las botas en mi mochila, así como la camiseta, los pantalones y los calcetines, mientras le pregunto a Malfoy:

– ¿Has encontrado algo?

– Sí –me responde mostrándome una pequeña mochila de color gris–. Un par de pastillas para potabilizar el agua, una esterilla, una bolsa abierta de galletitas saladas, un par de cerillas y un frasco vacío de poción multijugos. Sé que no es mucho, pero bueno al menos tenemos una bolsa de galletas... Ya es algo más para comer.

– Está genial.

– No está mal –dice, encogiéndose de hombros–. El tal Alaric podría haber sobrevivido sin ningún tipo de problemas aquí si yo no lo hubiera matado. Había creado un refugio a varios metros bajo la nieve, excavado por él mismo, y allí tenía guardada esta mochila, donde estaban todas sus pertenencias –dice, enseñándomela–. Veo que tú también has cogido bastantes cosas.

– Sí, he conseguido unos guantes, unos pantalones, un abrigo, unos calcetines y unas botas.

Sin venir ni a cuento, me toma una mano y la encierra entre las suyas. Poco después, rompe el agarre y lleva una de sus dos manos a mi cara. En mi cara, pasea sus fríos dedos por mi mentón y después asciende por mis mejillas hasta llegar a la nariz. Frunce el ceño y, a la vez que me arrebata de las manos los guantes y el abrigo, dice:

– Ponte los guantes y el abrigo ahora mismo –trata de ponerme los guantes y me aparto de él–. Estás helada.

– ¿Y tú qué? Te vas a congelar.

– No me voy a congelar, tranquila. No puedo congelarme si tú estás cerca –y me dedica una mirada pícara.

– Estúpido –respondo, mientras le doy un codazo y me ruborizo. Carraspeo y vuelvo a insistir en el asunto–: En serio, deberías abrigarte. Tú también estás helado.

– ¿Y qué más da? Sólo hay un abrigo y un par de guantes, Granger, y te los vas a poner tú.

– Los guantes podemos compartirlos. Podemos ponernos cada uno un guante y llevar la otra mano en el bolsillo del abrigo.

– De acuerdo, que cada uno use un guante –acepta dándome a mí un guante y quedándose el con el otro–. ¿Qué mano vas a llevar fuera del bolsillo?

– Ésta –digo, mostrándole mi mano derecha, que ya viste el guante.

– Entonces para cogerte de la mano, yo he de ponerme la izquierda, ¿no? –responde un tanto ensimismado a la vez que se pasa el guante por la mano izquierda.

Sonrío ante su comentario. ¿De veras se ha puesto el guante en una mano en concreto para poder entrelazarla con la mía?

– Listo –dice, con una sonrisa–. Venga, ahora ponte el abrigo y nos vamos.

Trata de hacerme pasar el abrigo por los brazos, pero rehúso a hacerlo. Ante mi rechazo, él frunce el ceño y me mira con cara de consecuencias.

– Granger, vas a ponértelo, por las buenas o por las malas, así que ¿por qué no me facilitas el trabajo y te lo pones por las buenas?

– Porque no quiero que te mueras de una hipotermia a mitad del camino, Draco.

– No voy a morirme de nada, Granger, ya te lo he dicho.

– Por si no lo recuerdas, eres humano, Malfoy, y por tanto vulnerable, así que deja de hacerte el héroe.

– No trato de hacerme el héroe, trato de evitar que mueras. Sé que soy vulnerable, pero tú lo eres más, así que ponte el abrigo.

– No me parece justo...

– Sinceramente, no me importa lo que opines, así que ponte el puto abrigo de una vez y deja de sacarme de mis casillas –exige fríamente. Su frialdad es tal que llega a asustarme incluso. Decido dejar de rechistarle y me pongo el abrigo.

– ¿Contento? –le pregunto, molesta. Él asiente–. Que sepas que vamos a turnárnoslo por el camino quieras o no.

– Lo que tú digas –me dice para contentarme, aunque en el fondo sé que no va a consentir ponerse el abrigo–. Ahora, ¿nos vamos?

Asiento y, acto seguido, me cuelgo la mochila. Comienzo a caminar sin esperarlo, de tal forma que se queda atrás. Entonces, de repente, recuerdo algo y me detengo. Malfoy se acerca a mí y se detiene a mi lado. Me mira con una expresión de interrogación pintada en el rostro.

– ¿Por qué te detienes? ¿Qué te pasa? –me pregunta, preocupado.

– ¡No podemos irnos! –exclamo, angustiada.

– ¿Por qué?

– ¡Ron! ¡No podemos irnos sin él! ¡Tenemos que buscarlo!

– ¿Eres consciente de lo que estás diciendo, Granger? –Draco me mira como si me hubiera vuelto loca.

– Totalmente. No podemos irnos sin él, Draco.

– ¡Pero si no tenemos ni idea de dónde está!

– Por eso mismo tenemos que irnos –lo miro con una ceja enarcada. No pienso irme sin Ron bajo ningún concepto–. No podemos quedarnos aquí esperando a que Weasley aparezca.

– Entonces tendremos que buscarlo –digo sin titubear. Draco me mira con la mandíbula muy tensa, por lo que deduzco que no le hace especial ilusión la idea–. Draco... comprendo que... Ron no sea de tu agrado, pero... compréndeme a mí. No puedo irme sin buscarlo... Imagínate... imagínate que... le pasa...

– No va a pasarle nada –dice, cortándome en seco–. Lleva un montón de armas consigo y sabe perfectamente cómo manejarlas.

– Pero eso no es suficiente para sobrevivir, Draco... Yo... tengo... miedo...

Draco, de repente, me toma la barbilla con la mano y me fuerza a mirarlo a los ojos.

– Confía en mí, por favor –me pide, sometiéndome al infalible encanto de sus ojos grises–. Te aseguro de que no le va a pasar a Weasley absolutamente nada. Además, seamos razonables: no podemos buscarlo ahora mismo. En primer lugar, porque estamos en plena zona de paso y tenemos que ponernos a salvo en algún lugar; y en segundo lugar, porque no tenemos ni idea de en qué parte del arena está. Tú sólo piensa que el arena es limitado y que si Ron no está en el norte ni está aquí, debe estar necesariamente en el sur. Por tanto, lo mejor es dirigirnos hacia allí y esperar a que nos encuentre o a que lo encontremos nosotros –trata de hacerme razonar.

– Draco, yo lo quiero –le digo, para explicarlo por qué lo que ha dicho no es suficiente.

– Lo sé –suspira–. Y sé que la idea de irte sin él te duele, pero piensa que estando aquí no harás nada más que arriesgar tu vida, lo cual reduce aún más las posibilidades de que te encuentres con él en algún momento –intenta de hacerme ver. Y, en cierto modo, sé que tiene razón, pero la idea de marcharme sin Ron me resulta sobrecogedora–. Granger, confía en mí, por favor. Créeme cuando te digo que quedarnos aquí es una estupidez. Marchémonos juntos y te prometo que lo encontraremos antes de lo que piensas.

Pienso en Ron, en mi pelirrojo, en sus pecas, en su todo, y sobre todo en dejarlo atrás, y el corazón se me encoge. Sin embargo, sé que Draco tiene razón y que quedándome aquí, en una zona de paso, no hago absolutamente nada. Sé que lo más acertado es dirigirnos al sur y buscar el glaciar para encontrar cobijo, así que, con un nudo obstruyéndome la garganta, consigo decir:

– De acuerdo. Marchémonos.

– Mejor... La noche se nos está echando encima.

Para evitar que me vaya sin él como antes, inmediatamente me toma la mano. A pesar de que estoy aún un poco molesta porque se haya negado a ponerse el abrigo y por todo lo acaecido en general, no aparto la mano. Lo cierto es que el sentir sus dedos entre los míos me hace sentir bien, ligeramente reconfortada a pesar de la ausencia de Ron. Quizás el camino vaya a ser largo y quizás eche de menos a Ron, pero la idea de hacer el camino unida a su mano me hace pensar que el frío no va a ser tan frío, ni el camino de hielo tan infinitamente blanco. Así, tengo la sensación de que podría recorrer la Tierra al completo sin necesitar nada más que la garantía de que su mano siempre fuera a estar unida a la mía.

Caminamos sólo Merlín sabe cuánto tiempo y espacio así, unidos por nuestros dedos, desafiando al gélido clima, luchando con los desniveles del terreno, oliendo la nieve, meciéndonos en el sonido de nuestros pasos, sonriendo a la Luna que ya ocupa el cielo; hasta que logramos llegar al sur. Pueden haber pasado dos horas o tres segundos desde que comenzamos a andar; lo cierto es que en ambos casos sería incapaz de determinarlo. No puedo pensar en otra cosa salvo en el hecho de que los dedos de Draco no se han separado ni un sólo instante en todo ese tiempo. No hemos compartido palabras ni miradas ni sonrisas ni caricias ni siquiera el abrigo que tantas veces he tratado de endosarle, no hemos compartido nada salvo los espacios entre nuestros dedos.

El camino acaba resultando difícil... muy difícil. Y ya no sólo por el terreno que ya de por sí es bastante escabroso, sino también por el hecho de que ya es de noche y se ve poco, pero sobre todo por las condiciones climáticas. Debemos estar perfectamente a varios grados bajo cero y caminar a dicha temperatura se hace prácticamente imposible, puesto que el frío adormece nuestras articulaciones y entumece nuestros músculos. Además, el decadente estado físico de Malfoy me mantiene preocupada durante todo el tramo y es que su deterioro es tan gradual como evidente. Cuanto más caminamos, más lento es su paso, mayores son los espasmos involuntarios que su cuerpo genera, más superficial y rápido es su ritmo respiratorio, y por consiguiente, mayor es el miedo que expele mi organismo.

Sin embargo, finalmente llegamos al sur y me siento aliviada ante la idea de encontrar un lugar en el que cobijarnos y no pasar más frío. Ya en el sur, Draco me suelta la mano y examina el terreno en busca de alguna zona de refugio temporal. Lo observo moverse por el sitio de forma penosa, dado que su estado físico no le permite nada mejor. Después de varios minutos examinando la zona, Draco me indica que no hay ningún lado donde cobijarnos, por lo que estamos forzados a seguir caminando el dirección este. Cuando regresa a mí para retomar nuestro viaje, soy yo la que toma su mano, mas él no parece percatarse de mi roce.

– ¿Tienes las manos dormidas? –el Slytherin se encoge de hombros–. Draco, por favor, abrígate. No quiero que te mueras de una hipotermia.

– No v-voy a... a m-morirme... de ninguna... de l-las m-maneras... Granger –me responde tartamudeando a causa de los temblores que desatan en él la gélida temperatura.

– ¿Eres consciente de que apenas eres capaz de hablar? ¡Ponte el abrigo inmediatamente! –le digo a la vez que me quito el abrigo para cedérselo.

Noto que mi piel se eriza inmediatamente al deshacerme del abrigo que rebajaba considerablemente la frigidez del lugar y mejoraba la sensación térmica. El frío es insoportable, pero me esfuerzo por soportarlo. He de soportarlo por Draco o morirá, pues diga lo que diga, se está congelando. Trato de pasarle el abrigo por encima de los hombros, pero él me aparta con facilidad.

– No –se limita a decir.

– Sabes perfectamente que vamos tener que seguir caminando hasta que encontremos un lugar en el que pasar la noche, así que ponte el abrigo. Te estás congelando y así no vas a ser capaz de seguir caminando durante mucho más tiempo.

Esta vez Draco no me rechista, sino que simplemente me ignora. Reanuda la marcha en dirección este sin girar la cabeza ni un solo segundo. En la distancia es aún más fácil atisbar cuan debilitado está. Sus piernas apenas parecen responderle y su cuerpo al completo no parece más que un amasijo de huesos, articulaciones y músculos que son incapaces de trabajar en conjunto.

– ¡No pienso seguirte! –le grito a varios metros de distancia. No se gira, a pesar de que sé que me ha escuchado perfectamente, pues se detiene–. ¡Márchate si te da la gana, pero que sepas que no vas a poder sobrevivir sin mí! ¡No te quedan más de quince minutos si no te abrigas inmediatamente! ¿Acaso es éso lo que quieres? ¿Quieres morir?

Espero una respuesta por su parte, respuesta que no llega jamás. Me acerco hasta él con intenciones de plantarle cara, cuando de repente se derrumba sobre sus rodillas, de espaldas a mí. Corro hasta él muy asustada ante la posibilidad de que haya perdido el conocimiento y de que sea demasiado tarde. Sin embargo, y para mi alivio, Draco está totalmente consciente y trata de ponerse en pie penosamente. Lo ayudo a levantarse y, una vez lo tengo frente a frente, lo examino. Sus labios están pálidos, desgastados, casi ensangrentados, y presentan un tono purpúreo del cual una vez más es responsable la gélida temperatura. Es como si no llegara ya riego sanguíneo a sus facciones, pues sus mejillas ni siquiera presentan ya un ligero rubor. Son del mismo color que el resto de su piel blanca como la cal, o como la propia nieve. Tengo miedo... Miedo de que en cualquier momento se le coagule la sangre del propio frío, de que en cualquier momento su corazón se convierta en un bloque de hielo por la temperatura, de que en cualquier momento se caiga al suelo, pero esta vez ya sí sin rastro alguno de vida. No, no podría soportarlo. No, cuando hace apenas unas horas he tenido que afrontar la muerte de Ron; la muerte que al final no fue muerte pero que pudo haberlo sido por partida triple.

– ¿Lo ves? ¡Te has caído y llevaba diciéndote un rato que te pasaría algo por el estilo si no me hacías caso! ¿También tendré que decir “te lo dije” cuando estés a segundos de morir?

– Ha... ha... sido... un f-fallo n-normal... de m-mi... organismo...

– ¡No ha sido un fallo normal! ¡Ha sido un fallo por la hipotermia! Y me da igual lo que opines, Malfoy, vas a ponerte el dichoso abrigo.

– Granger... –me dice en tono de advertencia.

– Draco, compréndeme... No voy a dejarte morir por una hipotermia si puedo evitarlo... Eres demasiado importante para mí como para permitirte semejante cosa –digo mientras paso uno de sus brazos por la manga del abrigo.

Esta vez no opone demasiada resistencia, mas me contempla un tanto preocupado. No parece convencerle aún la idea de que sea yo la que se quede sin abrigo.

– C-creo... q-que... deberíamos... quedarnos p-por aquí... esta n-noche –propone Malfoy sin dejar de mirarme.

– Aquí no hay ningún lugar donde cobijarse, Malfoy, y no podemos quedarnos a la intemperie; en primer lugar, porque quedándonos aquí estamos expuestos a que nos vea cualquier tributo, y en segundo lugar, porque nos acabaríamos muriendo de frío.

– Pero... n-no... sabemos a q-qué... d-distancia estará el g-glaciar... de aquí...

– Deberemos arriesgarnos entonces, Draco. Quizás no encontremos el glaciar, pero sí encontremos alguna cueva de hielo por el camino en la que podamos pasar la noche.

– D-de... acuerdo... Tú m-mandas...

Y seguimos caminando aproximadamente durante una hora más. Me percato de que el estado físico de Malfoy va mejorando a la vez que el mío empeora. Conforme su respiración se va asentando y su paso se va haciendo más seguro y estable, mis jadeos aumentan, mi pulso se hace más irregular y mi capacidad para posar los pies con firmeza en el suelo empeora. Lo cierto es que mi cuerpo no soporta el frío ni la mitad de bien que el de Draco, quien ha tenido que aguantar el mismo frío durante más tiempo. Yo, en la mitad de tiempo que él ha estado sin abrigo, me siento igual que él después de varias horas expuesto al frío. Es como si el frío se abriera paso a través de mis tejidos y se convirtiera en finas agujas de escarchas que me atraviesan los músculos y huesos. Además, siento como si alrededor de mis pulmones y de mi corazón se hubiera formado una nítida capa de hielo que los entumece hasta el punto de impedirles funcionar con normalidad. Sin embargo, ni me quejo ni le digo nada a Draco, sino que me quedo callada y trato de parecer que estoy mejor de lo que realmente me siento para que Draco no se quite el abrigo. Me ha costado mucho convencerlo de que se lo ponga, como para ahora tirarlo todo por la borda y exponerlo nuevamente al terrible frío que hace en este lugar.

Cuando mi estado físico parece estar tocando fondo, Draco me anuncia que no hemos encontrado el glaciar, pero que sí que hay una cueva en la que podremos pasar la noche. Estoy tan abrumada por el frío que necesito meditar varias veces en mi fuero interno lo que significan las palabras de Draco antes de comprender que por fin estamos a salvo.

– ¿Vamos dentro? –propone Malfoy, quien ahora ya es capaz de hablar sin tartamudear.

– S-sí... p-por... favor... –me esfuerzo por decir yo, en cambio, balbuceando.

– Oh, estás helada. No sé cómo no he me dado cuenta antes. ¿Por qué no me lo has dicho, Granger? –me regaña, preocupado–. Ponte esto, anda.

Se quita el abrigo y me obliga a ponérmelo. Tampoco se puede decir que me haya resistido mucho, puesto que no tengo fuerzas para hacerlo y, en cierto modo, sé que necesito dicho calor. Me convulsiono bajo el chaquetón mientras mi cuerpo hace un esfuerzo por recuperar su temperatura habitual. Draco me contempla preocupado y se acerca para abrazarme.

– ¿Mejor ahora? –me susurra al oído. Yo me limito a asentir.

Estamos unos segundos abrazados hasta que rompe nuestro agarre y me propone adentrarnos en la cueva. Sin embargo, cuando estamos a punto de entrar, un fúnebre himno comienza a resonar en lo alto del cielo, a la vez que la Marca Tenebrosa se materializa en lo más alto del cielo nocturno. Draco, involuntariamente, se lleva la mano a su marca del antebrazo izquierdo y yo le acaricio el brazo tratando de reconfortarlo de algún modo. Él permanece inalterable, mientras aparecen ahora una serie de letras que anuncian “Los caídos”. Tiemblo ante la posibilidad de que salga el nombre de Ron. Bien es cierto que finalmente se ha demostrado que el que creía que era Ron se trataba de Alaric, pero eso no quita que haya podido pasarle algo a mi pelirrojo... ¿Qué demonios haría conmigo misma si le hubiera pasado algo?

– Granger... no te preocupes por él... Estoy seguro de que Ron está bien –dice él, haciéndose eco de mis pensamientos, a pesar de no haber pronunciado palabra alguna.

Su voz se ve ahogada por un cañonazo. Por unos instantes, el corazón se me encoje y temo que haya sido el propio Draco el que ha muerto por una hipotermia al haberme cedido el abrigo nuevamente. No obstante, tan pronto como vuelvo a notar mis dedos sobre su brazo, se desvanece esa horrible sensación.

Inmediatamente, comienzan a aparecer las caras de los caídos en el cielo. En primer lugar aparecen dos de los cuatro tributos de Mahoutokoro, entre los cuales se incluye Rachel, y dos de las cuatro tributos de las Brujas de Salem. De ocho tributos que podrían haber muerto, el cincuenta por ciento lo han hecho... La imagen de la última caída de las Brujas de Salem es sucedida por la imagen de Alaric, así que es el turno para de los caídos de Beauxbattons. De los cuatro tributos de Beauxbattons, han muerto también dos, uno es Alaric y el otro es una chica de bonitas facciones que no conozco. En cierto modo lamento que en lugar de esa chica no haya muerto Fleur... Me quedo esperando el turno de los de Durmstrang. Sin embargo, esto no ocurre, con lo que deduzco que de dicha academia no ha muerto nadie. Inmediatamente aparecen los caídos de Hogwarts y tiemblo de miedo ante las caras que puedan materializarse en el cielo. De los ocho tributos de Hogwarts, han caído tres: los dos Hufflepuff y Michael Corner, el Ravenclaw que fue novio de Ginny hace varios años. Suspiro aliviada cuando se desvanece la cara de Michael dejando en el cielo únicamente la Marca Tenebrosa. Ron está bien en algún lugar del arena.

A pesar de que se supone que la idea de que Ron esté sano y salvo debería tranquilizarme, no puedo evitar estar preocupada por el gran número de muertes que se han producido en el primer día. Y es que más del cincuenta por ciento de los tributos de cada escuela ya han perdido su vida en esta absurda y estúpida batalla. Las cifras hablan de por sí: los Juegos de Sangre en su primer día ya han sido una verdadera sangría.

Estoy ensimismada pensando en todos los que han caído y en cómo deben sentirse la familia de dichos tributos hasta que noto temblar a Malfoy. Entonces recuerdo que deberíamos entrar y se lo refiero nuevamente al Slytherin, sin hacer ningún comentario previo sobre los caídos.

Nos encorvamos sobre nosotros mismos para poder pasar a través del pequeño agujero que permite la entrada a la cueva. Malfoy, dándoselas de galán, entra antes para asegurarse de que no hay ningún tipo de peligro que pueda infligirme algún daño. Me hace una señal con la mano, dándome vía libre, así que entro a la cueva. Ésta resulta ser más oscura incluso que el exterior, pero, para mi grata sorpresa, es bastante alta, lo cual me permite ponerme en pie una vez he atravesado aquel pequeño hueco. Curiosamente, a pesar de que las paredes son de nieve, ésta parece aislar de alguna forma el frío que hace fuera. No se puede decir que no haga frío, porque, de hecho, lo hace, y mucho; pero sí puede que en la cueva haga unos cinco grados menos, y cinco grados más en un lugar donde hace tanto frío se nota muchísimo.

Examino la cueva, cuya entrada se reduce a una zona ovalada con un suelo parcialmente cubierto por nieve, parcialmente cubierto por roca, que se continúa con un larguísimo pasillo que comunica con el final de la cueva. Tal es la oscuridad del interior de la cueva, que la caverna no parece terminar en nada, salvo en un siniestro vacío de color negro.

– Creo que lo mejor es que nos quedemos en esta zona cercana a la salida y que ya mañana, cuando haya algo más de luz, echemos un vistazo a qué es lo que hay por allí –dice, señalando el final de la cueva.

– Yo también lo creo –le respondo en un susurro.

Me descuelgo la mochila de mi espalda y me acerco a Malfoy para pedirle la mochila que le robó a Alaric. Éste me la cede sin pedirme explicaciones. Se queda observándome mientras abro ambas maletas y estudio el contenido de ambas. Saco el saco de dormir de mi mochila y la esterilla que consiguió Malfoy de la mochila de Alaric y me voz a una de las esquinas que quedan más resguardadas de la entrada para eludir un poco el frío que entra por ella. Dispongo la esterilla en el suelo, bajo el saco de dormir, para aislarlo de las bajas temperaturas. Suelto las maletas al lado del saco, me siento sobre él, mas sin introducirme en su interior, y Malfoy inmediatamente quita las maletas de dicho lugar. Las traslada hasta la entrada y las apila para cubrir el hueco evitando de esta forma que se cuele el frío. Después, vuelve a acercarse hasta mí y se sienta a mi lado. Yo me quito el abrigo y se lo doy. Él, sin replicarme, lo toma y nos envuelve a los dos con el abrigo, pasándome una mano alrededor de mi hombro. A pesar de que sus dedos están fríos como témpanos de hielo, puesto que son de la mano que no llevaba guante, disfruto del roce de sus dedos y del hecho de tenerlo cerca. Me aprieto contra él, para darnos calor mutuamente y me percato de que sonríe en cierto modo con agradecimiento.

– ¿Tienes hambre? –pregunto a modo de susurro.

– Sí, un poco, pero puedo aguantarme. Tenemos que suministrar bien la comida. No quiero que te falte comida en ning...

– ¿Puedes dejar de hablar de mí sin incluirte en mis planes? –él enarca una ceja sin saber de qué estoy hablando–. Me refiero a que llevas todo el día, preocupándote por mí, porque no pase hambre, porque no pase frío, porque no me enfrente a nadie... y descuidándote a ti mismo, olvidándote de que tú también eres humano y de que te puedes morir de hambre, de frío o en un enfrentamiento. Has necesitado perder el control sobre tu cuerpo para dejarme que te pusiera el dichoso abrigo, sin considerar que podrías haber muerto. Tú eres tanto o más importante que yo, así que no entiendo a qué viene esta obsesión porque yo no muera. No debemos morir ninguno de los dos; y, por eso, como ahora mismo tenemos los dos hambre, vamos a comer. Olvídate de racionar comida, porque vaya a faltarme o lo que sea.

– De acuerdo –cede él, poco convencido.

– Dime, ¿qué prefieres de comer? ¿Galletas o una barrita energética?

– Diría que a ti, pero como sé que me rechazarías –oh, no, claro que no lo haría–, pues opto por un trozo de barrita energética.

– Yo también –digo, cogiendo las barritas de la mochila.

– ¿Tú también qué? ¿Tú también preferirías comerme? Oye, que si quieres...

– Idiota –digo, esbozando una sonrisa y dándole un codazo juguetón–. Ten.

Le doy la barrita energética que no está empezada y le da dos bocados con ansías. Yo cojo la mía, a medio empezar, y le doy únicamente un mordisco que me sabe a gloria. Malfoy, en cambio, se la come entera ansioso. Inmediatamente, olvido la idea de reservar la barrita y se la cedo al Slytherin.

– No, gracias, yo ya estoy saciado. Tu estómago, en cambio, no lo parece –me aconseja al percatarse del sonido gutural que hace éste–. . Deberías comerte lo que queda. Ya buscaremos mañana algo para alimentarnos –asiento, a la vez que me zampo el pequeño trozo de barrita que me queda.

– No tengo ni idea de dónde nos vamos a sacar comida, porque este lugar no parece ser precisamente un sumidero de animales comestibles.

– Ni siquiera estoy seguro de que vayamos a encontrar animales...

– Lo sé... Este lugar es un asco.

– De eso que no te quepa la menor duda –responde él, con una sonrisa–. Lo único bueno que le veo a este sitio es el frío, que gracias a Salazar me permite acercarme a ti con la excusa de que necesito aumentar mi temperatura corporal.

– No necesitas ningún tipo de excusa para acercarte a mí –musito.

– ¿En serio? –asiento, ruborizada–. Veo que el frío te está haciendo estragos... Mañana te arrepentirás de haber dicho semejante cosa, ya verás. En cualquier caso, pienso aprovecharme del dato ahora mismo –dice, acercándose más a mí. Yo me río, ante su reacción.

Cuando mi risa es sofocada, la cueva se queda sumida a un silencio sepulcral, que en ningún momento llega a resultarme incómodo. Mientras yo me dejo caer sobre él, Draco se dedica a hacer dibujos con sus dedos en mis brazos. Usa la mano que no está cubierta por el guante, por lo que, a pesar de la ropa, puedo notar a la perfección las yemas de sus dedos describiendo círculos y otro tanto de figuras geométricas y no tan geométricas en mis brazos. Es como si mis terminaciones nerviosas se hubieran hipersensibilizado para sentirlo a él con mayor intensidad. Describe caricias a un ritmo tan constante que cae en la monotonía, en una sumamente agradable monotonía que me va conduciendo al sueño. Él se percata y se ríe, mientras me escruta con la mirada.

– Parece ser que alguien se está quedando dormida –me susurra al oído. Yo ronroneo a modo de respuesta–. Levántate, anda. Voy a ponerte bien el saco para que puedas acostarte.

– ¿Y tú? ¿No vas a dormir? –pregunto, entre bostezos.

– Sólo hay un saco.

– Duerme conmigo...

Draco abre los ojos como platos, sin poder creerse lo que acabo de pedirle. Clava su mirada en mí y trata de descubrir si lo que acabo de decir va en serio y no se trata de un delirio más propio de mi estado de soñolencia.

– Mañana, cuando estés totalmente despierta, te arrepentirás de haberme dicho esto. Oh, Salazar, mañana te vas a arrepentir de haber dicho tantas cosas –responde, mientras esboza una sonrisa torcida.

– Para nada. Soy totalmente consciente de que lo que te he pedido –y vuelvo a bostezar.

– No sé yo... Pareces más dormida que despierta –me contesta, enarcando una ceja–. En cualquier caso, gracias por tu invitación, pero no voy a poder aceptarla. Tengo que montar guardia mientras duermes, ratita.

– ¿Montar guardia para qué? Nadie va a atacarnos aquí –le respondo, en un tono de voz que roza la súplica.

– De eso no puedes estar segura aquí nunca, Granger –dice, muy serio–. Y espero que de eso no te olvides nunca: no te fíes de nada ni de nadie aquí. Ya has visto lo que te iba pasando hoy por echarte en los brazos del que creías que era Weasley.

– Lo sé.

– Pues entonces comprende por qué tengo que quedarme despierto.

– De acuerdo. Cuando me despierte, dormirás tú y yo montaré guardia, ¿vale?

– Granger... –comienza a replicarme.

– No, de Granger nada. Tú me vigilas las espaldas y yo te las vigilo a ti, Malfoy, ése es el trato. Deja de sobreprotegerme, soy lo suficientemente fuerte como para valerme por mí misma. Soy lo suficientemente fuerte para protegerte a ti y a mí misma a la vez y lo sabes.

– De acuerdo. Yo dormiré cuando tú despiertes –responde, sin mostrarse demasiado satisfecho.

– Aunque... quiero pedirte algo... –comienzo a decir, titubeante.

– Espero que no sea demasiado sacrificio...

– Depende de si consideras que quedarte conmigo hasta que me duerma es un sacrificio.

– Supongo que podré soportarlo... –responde con un matiz de seducción impreso en la voz que me derrite–. Además, tampoco creo que dure demasiado el sacrificio, considerando que ya casi estás sonámbula –me río débilmente ante su comentario–. Anda, levanta, que voy a ponerte bien el saco.

Me levanta y me deja caer sobre él durante unos segundos, hasta que se zafa del abrigo. Dispone éste sobre mis hombros y se agacha para poner bien la esterilla y el saco.

– Listo, señorita –dice, señalando al lugar donde reposan mi improvisado lecho.

Le doy nuevamente el abrigo y éste se lo pasa esta vez por las mangas. Tras librarme del abrigo, tardo apenas dos segundos en percibir el abismal descenso de temperatura. Hace un frío terrible, así que me introduzco rápidamente dentro del saco, donde se está sorprendentemente bien, y le hago un gesto a Malfoy para que se acerque hacia donde estoy. Éste se pone de cuclillas frente a mí y me acaricia el pelo una vez.

– Ven... –lo llamo.

– Ya estoy aquí.

– ¿No vas a meterte en el saco conmigo?

Tan pronto como salen estas palabras de mi boca, me arrepiento y me ruborizo. ¿Por qué demonios he dicho éso? Es verdad que lo quiero más cerca, pero decírselo directamente ha sido una metedura de pata sin duda alguna. Él sonríe con descaro y temo que vaya a decirme que no. Sin embargo, sin hacer comentario ninguno al respecto ni cuestionarse nada más, se introduce dentro del saco. Intenta acomodarse como puede y me abraza del modo que puede, pasándome el brazo por debajo de la cabeza. Sé que no está cómodo, y es que, en realidad, no cabemos. El saco es demasiado pequeño, demasiado estrecho, para los dos. Sin embargo, a mí se me antoja perfecto. Está tan, tan, tan cerca mía, que casi puedo oír el latir de su corazón y el hincharse de sus pulmones en la oreja que reposa sobre su pecho. Por debajo del saco, él me acaricia el dorso de mi mano con la que a él le queda libre. Cierro los ojos y disfruto de las sensaciones que despierta en mí. La piel se me pone de gallina allá por donde pasan sus largos y delgados dedos. Después, sus dedos se deslizan hasta la base de mi cuello, hasta mi mandíbula, mis mejillas, mi nariz. A pesar de que tengo los ojos cerrados, puedo imaginarme la expresión de embelesamiento con la que debe estar contemplándome mientras recorre todas las partes visibles de mi cuerpo con sus dedos. Estoy debatiéndome en esa difusa línea entre el sueño y la vigilia, cuando noto que Draco me besa la mejilla y hace ademán de irse. Lo agarro del brazo más bruscamente de lo que me habría gustado, pero no quiero que se vaya, así que...

– No te vayas... –mi voz suena ronca, rota.

– Oh... Pensé que ya te habías quedado dormida –y se vuelve a colocar en el saco.

– No, aún no, pero prometo que me quedaré dormida pronto. No te vayas.

– De acuerdo, entonces –dice él, suavemente–. He prometido que iba a quedarme aquí hasta que te quedaras dormida y así lo haré.

Sonrío y vuelvo a cerrar los ojos. Trato de dormirme, pensando en todo lo que ha ocurrido en el día de hoy, evitando las partes trágicas. Evoco todo lo que Draco ha hecho por mí en este día y me doy cuenta de que, en efecto, he de estarle agradecida. No sólo por haberme salvado, sino por haberme antepuesto a su propia salud, con el detalle del abrigo o de la comida. Mi fuero interno no deja de preguntarse por qué demonios lo ha hecho, pues en ninguna parte del plan ponía que hubiera que anteponer la vida del otro a la de sí mismo con el objetivo de hacer todo esto más creíble. De hecho, Draco siempre dejó claro que el plan era para aumentar sus días de vida, mas con actos como los de hoy ponía en tela de juicio sus propias afirmaciones, pues si hubiera muerto de una hipotermia o de inanición para garantizar mi salud hubiera conseguido justo el efecto contrario al deseado, así que... ¿por qué demonios lo hace? ¿Por qué se preocupa por mí? ¿Tendrán razón Paolo, Ron y el resto de personas del mundo al decirme que lo que siente Draco por mí trasciende los límites del plan? Supongo que nunca podré saberlo, pues jamás voy a tener la oportunidad de preguntarle en un lugar como el arena, donde estamos rodeados de cámaras en todo momento.

Ahora es Ron quien ocupa mi mente. ¿Dónde demonios estará? ¿Estará cerca de nosotros o estará en el norte? ¿Habrá conseguido encontrar un lugar en el que descansar tranquilamente o estará aún vagando por este infinito lugar de nieve? ¿Se habrá topado con alguien durante su camino? ¿Habrá tenido que enfrentarse a alguien? ¿Estará herido?

Los temas que comienzan a abarcar mis preguntas sobre Ron se hacen cada vez más dolorosos y preocupantes, por lo que trato infructuosamente en quitarme a mi pelirrojo de la cabeza. Me remuevo en la cama y pienso nuevamente en lo muchísimo que lo echo de menos y lo muchísimo que deseo que esté bien ahora mismo.

– Estás inquieta –susurra Draco–. ¿No puedes dormir?

– No sé... Lo cierto es que... no puedo dejar de pensar en... bueno... en Ron...

– Deja de pensar en él, Hermione. Ya sabemos que no le ha pasado nada, porque de lo contrario, habría salido en la lista de los caídos, así que no hay nada de lo que preocuparse –trata de reconfortarme el Slytherin.

– Que no esté muerto no significa que no pueda estar herido.

– Lo sé, pero en caso de que esté herido, ahora mismo no puedes hacer nada por él, así que lo mejor es no preocuparte. Además, estoy completamente seguro de que no le ha pasado nada. Él es fuerte, Hermione, más de lo que crees.

– Gracias –musito, estrechándome a él con más fuerza.

– ¿Gracias por qué? –me inquiere, sin comprender exactamente a qué me refiero.

– No sé, por todo, en realidad. En primer lugar, por salvarme la vida... De veras que siento muchísimo haberme puesto así antes y haberte reprendido todas esas cosas, cuando en realidad debería de haberme mostrado agradecida contigo. Y, bueno, en segundo lugar, gracias también por ser tan... tan... bueno conmigo y por tratar de hacerme sentir mejor siempre.

– No... tienes que agradecerme nada... –me responde, un tanto halagado–. Lo hago porque quiero, porque... bueno... porque me importas.

– Aun así...

– Sh... No hace falta que me digas nada más. Sé que estás agradecida y no sabes lo feliz que me hace saberlo, pero ahora has de dormir, es importante que descanses. Duerme, preciosa, que Merlín mientras tanto te estará velando el sueño –me susurra en un tono de voz tan dulce como el caramelo tras depositarme un beso en la frente.

Me acerco a él aún más, si cabe, y me escondo en su pecho para refugiarme en su calidez. Draco sigue masajeándome el pelo durante un gran rato lo cual hace que poco a poco se vaya apoderando de mí un reconfortante estado de sopor hasta que finalmente me paso de los brazos materiales de Malfoy a los brazos de Morfeo, a la inconsciencia.

Muchas son las pesadillas que me acosan durante toda la noche, muchas en las que se mezclan con demasiada frecuencia Draco, Ron y la palabra muerte, pero por suerte cuando despierto no recuerdo ninguna de ellas, por lo que el tormento se limita a las horas de sueño.

Me remuevo en el saco y me sorprendo de lo espacioso que es, dado que ayer me parecía minúsculo. Después recuerdo que antes de quedarme dormida, lo compartí con Draco y que ésa era la razón por la cual me pareció tan pequeño y ahora, que estoy sola, me parece tan grande. Abro los ojos y examino la cueva en busca del rubio, mas no lo diviso. Salgo del saco para acercarme a la salida de la cueva y mirar si está aún fuera, y la piel se me eriza inmediatamente. Hace un frío terrible aún. ¿Es que ni siquiera el Sol diurno es capaz de caldear un poco el ambiente? Sin embargo, me llevo una sorpresa cuando salgo al exterior y descubro que el Sol no puede caldear el ambiente, porque, de hecho, no está presente en el cielo. Aún están la Luna y las estrellas... ¿Aún es de noche? ¿Tan poco he dormido? A juzgar por lo descansada que me siento, diría que he dormido bastantes horas como para que se hubiera hecho de día, pero por lo visto sigue siendo de noche.

Decido obviar el fenómeno atmosférico y me centro en buscar a Draco con la mirada. A pesar de que es de noche, no me cuesta demasiado tiempo encontrarlo, puesto que su pelo color platino refulge a la luz de la Luna. Lo llamo y él se acerca inmediatamente. Cuando me alcanza, me abraza y me susurra al oído un dulce buenos días que, a pesar del frío que se masca en el ambiente, hace que me derrita. Acto seguido, deshace nuestro abrazo, me agarra de la mano y me guía nuevamente hacia el interior de la cueva.

– ¿Cuántas horas he dormido? –le pregunto a Draco, una vez estamos dentro de la cueva.

– No lo sé, pero intuyo que alrededor de unas seis horas, ¿por qué?

– ¿No te has dado cuenta? –inquiero, sorprendida.

– ¿De qué? –dice, sin comprender a qué me estoy refiriendo.

– De que, a pesar de que ya debería haberse hecho de día, es aún de noche. Cuando llegamos aquí, ya estaba bien entrada la noche, y ya han pasado bastantes horas de aquéllo.

– Ah, éso –responde, como si fuera lo más normal del mundo–. No es un fenómeno tan extraño... ¿No has escuchado nunca hablar de la noche polar?

– Claro. La noche polar consiste en la ausencia de luz solar durante más de 24 horas en zonas cercanas a los polos. Ocurre en Finlandia y en algunas zonas de Noruega, según tengo entendido.

– Pues... creo que acabas de resolverte tu propia pregunta –dice él, con una sonrisa–. Estamos en una noche polar –medito un poco mis palabras anteriores y después digo:

– ¿Crees que podemos estar en algún lugar de Europa?

– No es que lo crea, es que estoy completamente seguro de que es así. No hace suficiente frío como para decir que estamos en el polo, pero sí hace frío suficiente como para poder decir que estamos en una zona cercana al ártico. Hablando de frío, ten –dice Draco, tendiéndome el abrigo–. Voy a descansar un poco, ¿vale? Apenas un par de horas. Después saldremos a buscar algo de comida. No hace falta que montes guardia fuera; después de pasar varias horas contemplando la entrada de la cueva puedo asegurarte que está lo bastante oculta como para que nos encuentren.

Draco comienza a acomodar el saco, mientras que yo encajo mentalmente sus palabras. No es que no haga falta que monte guardia fuera, es que no quiere que monte guardia fuera, porque una vez más no quiere que ponga mi vida en peligro mientras él no pueda hacer nada.

– Voy a montar guardia fuera para protegerte, al igual que tú has hecho por mí.

– No es necesario que lo hagas, Granger –dice muy serio. De repente, su voz se vuelve mucho más acaramelada para suplicarme–: Quédate mejor aquí... conmigo...

Por un momento, estoy a punto de ceder y de quedarme dentro de la cueva con él. Sin embargo, pronto me doy cuenta que sus palabras no son más que una arma de persuasión para evitar que monte guardia.

– Ya te he dicho cientos de veces que conmigo no te valen ese tipo de jueguecitos mentales.

– Siempre que dices que mis jueguecitos no funcionan es porque, en realidad, están funcionando.

– O sea, ¿que reconoces que estás jugando conmigo?

– Por supuesto. No tengo ningún problema en reconocerlo. Ahora es tu turno para reconocer que está funcionando y que estás deseando quedarte aquí conmigo en lugar de montar guardia... ¿O acaso no te estás imaginando a ti misma ahora mismo acomodada en mis brazos?

– Por supuesto que no.

– De acuerdo, haz lo que te dé la gana. Monta guardia cuando me quede dormido si quieres, pero mientras esté despierto, exijo que te quedes conmigo hasta que me duerma. Yo me he quedado contigo mientras tú te dormías, así que exijo lo mismo al menos.

– Vale, que así sea. Ahora acuéstate.

El Slytherin se introduce en el interior del saco y me siento cerca suya.

– Brrr... Qué frío... –dice, sobreactuando de forma descarada–. ¿No vienes a darme calor?

– ¿Por qué haría de hacerlo?

– Porque yo lo hice por ti hace apenas unas horas.

Bufo, pero decido no negarme, porque en cierto modo me apetece que sus brazos me acunen un rato. Él sonríe cuando ve que me acerco para introducirme en el interior del saco. Sin embargo, dicho acto no llega a completarse, pues de repente se oye un estruendoso sonido sobre nuestras cabezas y el sobresalto hace que me aleje involuntariamente de Draco.

Es un ruido extraño, que jamás he oído nunca antes, pero que sin embargo, dada su intensidad, vinculo al sonido que haría la Tierra si se partiera por la mitad de repente. Es un chasquido profundo, un crujido grave y estridente, que inmediatamente viene seguido de otro sonido que se prolonga durante al menos medio minuto y que suena a arrastre, a desplazamiento de algo pesado. Es un sonido similar al que se produce cuando se arrastra un mueble, pero éste a mayor escala, por supuesto. Dicho ruido es después interrumpido por otro bastante extraño y que suena al descenso de algo que cae a borbotones.

Draco y yo nos miramos al techo, que es lugar del cual han provenido todos esos sonidos, sin tener ni idea de qué demonios acabamos de escuchar. Examinamos una vez más la cubierta de la cueva, mas no apreciamos ningún tipo de alteración en la misma que pueda indicarnos qué es lo que ha provocado dicha sucesión de sonidos y si tiene algo que ver con nuestro techo.

– ¿Qué demonios ha sido éso? –inquiere Malfoy, clavando sus ojos en mí, mas podría ser perfectamente una pregunta retórica, dado su tono de voz.

– No tengo ni idea, pero no tiene muy buena pinta. Ha sonado como si se hubiera desprendido algo, ¿no?

– No sé, quizás. Jamás he escuchado algo parecido.

– ¿Crees que deberíamos salir a mirar de qué se trata?

– Definitivamente, sí –dice, tratando de salir del saco de dormir.

– Quédate dentro –le pido, deteniéndolo–. Yo puedo ir sola.

– De ninguna forma, Granger.

Y se sale del saco.

– ¿Vamos? –me pregunta y yo asiento, resignada.

Me agarra de la mano y nos dirigimos a la salida. Quita las mochilas que taponan la entrada y nos encorvamos para salir, cuando ambos nos llevamos una sorpresa al ver que la salida está bloqueada por un espeso bloque de nieve.

– ¡Maldita sea! –masculla el Slytherin.

– Un alud de nieve... –digo en voz baja–. Por eso sonaba como si algo se estuviera arrastrando sobre nuestro techo; era la nieve. Y la caída a borbotones era nieve depositándose justo delante de nuestra puerta...

– ¡Maldita sea! ¡Puta nieve! ¡Puto hielo! ¡Puto sitio! –exclama el Slytherin, muy cabreado, soltándome la mano y dándole una patada al bloque de nieve. El témpano ni siquiera se inmuta, ni mucho menos oscila o se quiebra, ante el golpe de Draco.

– Cálmate, Malfoy –le pido, mientras le agarro el brazo.

– ¡¿Cómo demonios pretendes que me calme, joder, cuando acabamos de quedarnos encerrados en una puta cueva que tiene la salida taponada con un bloque de nieve de sólo Merlín sabe cuantas toneladas?!

– Tranquilízate, en serio. Piensa que podría haber sido peor: podría habérsenos derrumbado la cueva y haber muerto en el acto. Al menos, el alud sólo ha usado el techo de nuestra cueva como superficie de despegue y no la ha hundido.

– ¿Y qué, Granger? ¡Eso no cambia que sigamos estando aquí atrapados!

– ¡No, no lo estamos! Quizás al otro lado haya una salida –digo, señalando al infinito y oscuro pasillo que continúa más allá de lo que alcanzan nuestras vistas.

– O quizás no.

– Ya, pero como no lo sabemos, debemos intentarlo. No podemos quedarnos aquí de brazos cruzados esperando a que ambos muramos de inanición o de frío o de lo que sea –abre la boca para rebatirme, pero al final la cierra, supongo que se debe a que finalmente se ha dado cuenta de que en el fondo tengo razón–. Descansa un poco, ¿vale? Nos marcharemos en cuanto despiertes.

– ¿De veras crees que ahora voy a dormir? Joder, Granger, no tenemos comida ni agua y, por lo pronto, tampoco salida... Ahora mismo dormir no es precisamente lo que más me importa. Me muero de hambre y de sed, así que ahora mismo lo único que quiero es salir de aquí y encontrar algo comida y agua.

– Lo de la sed no puedo solucionarlo, pero sí lo del hambre. Aún queda aquel paquete a medio comer de galletitas saladas que le quitamos a Alaric.

Draco me dedica una mirada de agradecimiento y se acerca a la mochila de Alaric. Coge el paquete de galletas y come unas cuantas antes de ofrecerme a mí otras cuantas. Yo acepto y ambos comemos en silencio galletas hasta que éstas se agotan. Resultan ser pocas y estoy segura de que Draco, como yo, se queda con hambre, pero me consuelo pensando que al menos hemos comido algo. No obstante, la sed, apremiante e insoportable, sigue ahí.

– Me muero de sed... Tengo la boca seca –comento, mientras guardo el envase vacío en la maleta otra vez.

– ¿Quieres que te refresque la boca con la mía? –dice el Slytherin, en tono de flirteo.

– Eres imposible, en serio –le respondo, entre risas, y un tanto sonrojada.

Él me dedica una sonrisa torcida, mas no me responde. Comienza a recoger el saco y la esterilla del suelo y a doblarlas. Acto seguido, guarda el saco en mi maleta y la esterilla en la de Alaric.

– ¿Cómo vamos a atravesarlo? –digo, cabeceando en dirección al oscuro pasillo al que vamos a dirigirnos intuyo que en poco tiempo–. Está muy oscuro...

– Podemos usar... ésto –me responde, sacando de la mochila de Alaric el par de cerillas que ésta traía consigo–. Si no recuerdo mal, se llamaban cerillas, ¿no? Recuerdo que me enseñaste en el centro de entrenamientos a encenderlas con una caja.

– ¿Y dónde está la caja?

– ¿Qué caja? Aquí no hay ninguna caja. Las cerillas estaban sueltas.

– ¿Estás seguro? –asiente solemnemente–. Pues entonces me temo que no vamos a poder usarlas. Necesitamos frotarlas con la superficie rugosa de la caja para poder encenderlas.

– ¿Qué podemos hacer entonces? –se pregunta a sí mismo.

Una superficie rugosa... Mmm...

– ¡Ya lo tengo! –exclamo cuando de repente recuerdo algo, sobresaltando al Slytherin. Éste me mira con una ceja enarcada a la espera–. Creo recordar que de pequeña mis padres una vez compraron unas cerillas que se podían encender al friccionarlas con casi cualquier cosa: la pared, un mueble e incluso la suela de un zapato. Quizás podemos usar la suela de un zapato de Alaric.

– Supongo que por probar no perdemos nada –dice Draco, encogiéndose de hombros.

Me dirijo hacia la maleta, tomo de ella una de las gruesas y pesadas botas de Alaric e inmediatamente froto el fósforo contra la suela del zapato. Sin embargo, nada ocurre. Pruebo varias veces más antes de que Draco venga y me quite el zapato y la cerilla para acto seguido intentarlo él mismo sin obtener resultados demasiados fructuosos.

– No hay forma de encender esta cosa –desiste el Slytherin.

– Tiene que haberla...

Trato de pensar otras superficies con las que podría frotar las cerillas para encenderlas. Muebles no, porque no hay; pared tampoco, porque es de hielo; y la suela de zapato descartado, porque ya hemos probado y no funciona... En cambio...

– ¡No hemos probado con el suelo! ¡El suelo debe funcionar! ¡Fíjate, tiene una parte que es rocosa! Estoy segura de que las cerillas se encenderán si conseguimos friccionarlas con alguna roca.

– De acuerdo... Por intentarlo que no quede.

Draco se agacha con una de las dos cerillas en la mano y examina el suelo tratando de encontrar algún lugar que no esté inundado por la nieve y que sea lo suficientemente grande como para que la cerilla, en caso de caerse, no roce en ningún momento la nieve. Lo cierto es que es difícil pues mayores son las zonas que están cubiertas por la misma que las que están libres. No obstante, encuentra un lugar bastante amplio. El Slytherin se agacha y, con cuidado, acerca el fósforo de la cerilla al trozo de suelo cubierto por roca. En un movimiento rápido, fricciona el fósforo de la cerilla con la roca y éste, gracias a Merlín, prende inmediatamente. El rubio se levanta con la cerilla encendida y con una sonrisa en la cara, que demuestra lo muy pagado de sí mismo que se siente en estos instantes.

– Genial –lo felicito.

– Genial no... No es suficiente –dice él, al cabo de unos segundos examinando el fósforo–. En primer lugar, porque no da demasiada luz como para alumbrarnos el camino, y en segundo lugar, porque dudo que aguante más de cinco minutos encendida.

– Sí, tienes razón... ¿Cómo podríamos hacer que aguantara más el fuego y que además alumbrara durante más tiempo? –cuestiono, a modo de pregunta retórica.

Ambos nos quedamos en silencio durante unos segundos, tratando de encontrar una solución, cuando de repente se me ocurre una idea.

– La camiseta de Alaric y el bote de poción multijugos vacío... –susurro para mí misma.

– ¿Qué? –dice Draco, mirándome sin comprender nada.

– Así podremos mantener el fuego vivo.

El Slytherin me mira como si me hubiera vuelto loca, mas yo lo ignoro. Directamente, tomo ambos bártulos de las maletas y los examino. Sonrío complacida al ver que efectivamente el tejido de la camiseta manchada de sangre es de algodón y que el bote de poción es de vidrio rígido y que además es un bote alargado. Enrollo la camiseta alrededor del bote en uno de los extremos del mismo. Sostengo con una mano el otro extremo del bote de la poción multijugos, le pido a Draco que me dé la cerilla encendida y rezo porque mi idea haya funcionado cuando acerco el fósforo a la camiseta.

Y, en efecto, la camiseta de algodón prende inmediatamente, generando un fuego de mayor intensidad. En cambio, el bote, al ser de vidrio, que es un material aislante del calor, ni arde ni se calienta, por lo que puedo agarrar por un extremo el bote con la camiseta enrollada ardiendo, como si se tratara de una antorcha.

– Eres un genio –me halaga el Slytherin, bosquejando una expresión que es una mezcla de incredulidad, orgullo y alivio–. ¿Crees que durará mucho tiempo?

– No lo sé... Eso espero... Pero por si acaso, marchémonos ya. No tentemos a nuestra suerte, que no parece estar hoy de nuestra parte.

– Sí, vamos –me insta, colgándose la mochila.

Acto seguido, me cuelgo la mía como buenamente puedo, pues aún tengo en la mano la improvisada antorcha. Draco me ayuda y, una vez hemos terminado, me pasa un brazo por el hombro. Enseguida nos internamos en el infinito pasillo de la cueva a un paso medianamente ligero.

Conforme vamos adentrándonos en el pasillo, nos vamos llevando una decepción y es que es exactamente igual a todo lo que he visto anteriormente: nieve, nieve y más nieve recubriendo las paredes y más nieve y, en menor medida, rocas revistiendo el suelo. Aunque... ¿qué demonios se supone que debíamos esperar de una cueva de nieve? ¿Un montón de césped? ¿Arena? Obviamente no. Lo único que podíamos esperar es lo que hay: nieve. Y el hecho de que sólo haya nieve hace el trayecto tan monótono que casi podría quedarme dormida caminando, si no fuera porque estoy bastante descansada. Sin embargo, la monótona situación cambia repentina y radicalmente tras al menos quince minutos caminando.

El frío sigue siendo el mismo, la nieve sigue estando presente en la misma cantidad, las cuevas siguen presentando las mismas texturas y los mismos colores, mas la monotonía se ha roto. Y no es un cambio visual lo que rompe la monotonía, sino que es una alteración sonora la que la ha quebrado, mas nada tiene que ver ahora este cambio acústico con un alud de nieve... Nada tiene que ver con un alud de nieve, porque nada tiene que ver con algo inerte, ya que la alteración sonora suena a vida, suena al gruñido de un animal, a un ensordecedor gruñido que se hace eco a través de toda la cueva.

Draco y yo nos miramos desorientados, sin comprender realmente qué es lo que está ocurriendo, cuando entonces en la luz reflejada por la antorcha en la pared se proyecta una sombra que no nos pertenece ni a Draco ni a mí, una sombra que se corresponde a la de un ser enorme. Apenas nos da tiempo de asimilar la aparición de dicha sombra, cuando el ser se muestra ante nuestros propios ojos.

Es de un color blanco tan infinito como la cueva y tan alto, quizás mida unos dos metros y medio, que ha de encorvarse un poco para caber en la cueva. Su morfología en cierto modo me recuerda a la de un oso polar, salvo porque éste camina a dos patas y posee una dentadura que resulta muchísimo más tenebrosa. Tiene varios juegos de dientes puntiagudos, a parte de dos largos y afilados colmillos que salen de su boca como en los jabalíes. A su vez, tiene unos ojos gigantes y rojos como la sangre, así como unas largas garras de color metal.

Draco y yo retrocedemos instintivamente varios metros. Nos ocultamos tras un pequeño tabique de hielo de la cueva para evitar que el ser se percate de nuestra presencia. El Slytherin me deja a mí lo más oculta posible, posicionándose delante mía en posición defensiva. Observo al ser, que aún parece no haberse percatado de nuestra presencia, y lo veo concentrado, como si estuviera buscando algo. Comienzo a temblar cuando descubro que sé de qué especie de criatura mágica se trata y de que en realidad sé qué es lo que está buscando...

Maldita sea, vamos a morir... Es lo único que puedo pensar.

– Draco... es un... ursus blodige... –le susurro al oído.

– ¿Y? Me da igual lo que sea ese bicho. Voy a matarlo igualmente –dice en voz muy baja, desvainando dos cuchillos con cuidado de no hacer ruido–. Tú mientras tanto quédate quietecita. No quiero que te pase nada, ¿vale?

Draco hace amago de salir del hueco en el que nos ocultamos, pero yo le detengo con el brazo. Tirándole del brazo, lo muevo de tal forma que él queda encerrado entre yo y la nieve, quedando mi cuerpo de esta forma en la zona más externa del tabique en el que estamos escondidos. Él trata de recuperar su posición, más cercana al exterior, a la cueva, pero yo lo evito puesto que antes de irse ha de escucharme, ha de enterarse de que es una estupidez tratar de matar a esa cosa, porque, en realidad, ya no hay nada que hacer...

Estamos perdidos. Estamos muertos desde el desafortunado momento en el que nos topamos con ese bicho.

– No tienes ni idea de lo que es un ursus blodige, ¿verdad? –él se encoge de hombros a modo de respuesta–. Ese bicho tiene las garras y los dientes recubiertos con veneno... Un único corte y estamos muertos.

Éso no es tan malo –cuchichea–. Basta con evitar que use sus garras y sus dientes y créeme: no va a darle tiempo a usarlas, pues para cuando vaya a hacerlo, ya estará muerto.

– Las garras y los dientes no son nada en comparación con... –le confieso en un murmuro.

– ¿En comparación con qué? –me inquiere Malfoy, con una ceja enarcada.

– ¿Sabes qué es lo que está buscando? –le respondo con otra pregunta. Él disiente–. Está buscando el lugar del que provienen nuestros pensamientos, nos está buscando.

– ¿A qué te refieres con que está buscando el lugar del que provienen nuestros pensamientos? –pregunta Draco, componiendo una expresión de aprensión.

– Me refiero a que es capaz de leer nuestros pensamientos.

– Y éso es malo, ¿verdad? –dice el Slytherin, tragando saliva.

– Depende de cuán malo consideres que ese bicho sea capaz de predecir y adelantarse a nuestros movimientos –le respondo en un hilo de voz–. Al ser capaz de leer nuestros pensamientos, antes incluso de que nosotros mismos seamos capaces de asimilar cuál va a ser nuestro propio movimiento, esa cosa ya lo sabrá y será capaz ya no sólo de detenernos, sino de además planear una ofensiva. Ahora mismo, está rastreando nuestros pensamientos para encontrarnos.

– Vale... Creo que... voy a considerarlo bastante malo... –se apaña para decir Draco–. ¿Cómo podemos detenerlo?

– La única forma de detenerlo sería no pensando absolutamente nada, lo cual es imposible.

– ¿Y tiene alguna debilidad?

– Sus ojos... No ve como nosotros, por eso no nos ha encontrado aún. Ve parecido a como ven las serpientes. Es decir, detectan el calor, los cambios térmicos. Supongo que el hecho de que no nos vea es una ventaja.

– Quiero creer que sí, que es una ventaja –responde, con miedo y preocupación pintados en el rostro. De repente, me mira y cambia por completo su expresión de miedo a pavor y de preocupación a ansiedad. Teme que me pueda pasar algo–. Escucha, no sé si saldremos de ésta o no, pero yo necesito decirte algo por si acaso morimos en el intento.

Draco fija su mirada en mí y me toma la cara con las manos, forzándome a mirarlo directamente a sus ojos color tormenta. Como me ocurre siempre que nuestras pupilas se encuentran, siento el deseo de besarlo, deseo que se hace aún más fuerte ahora que estamos a escasos segundos de una muerte casi inevitable. Baja su mirada hacia mis labios y la deja reposar allí mientras me susurra:

– Hermione... todo lo que he hecho, todo lo que he dicho, todo ha sido verdad... –susurra, clavando su mirada ahora en mis ojos–. Todo... es de verdad...

– ¿A qué te refieres? –inquiero en un hilo de voz.

– Me refiero a que... bueno... a todo aquello que dije en la entrevista... –se aclara la voz, antes de decir–: Yo... estoy enamorado de ti, Hermione.

Abro la boca atónita y trato de asimilar de alguna forma qué demonios es lo que acaba de decir, porque definitivamente hay algo que me estoy perdiendo. Y es que tiene que haber algo que me esté perdiendo de esta conversación, porque él no ha podido decirme lo que mis oídos creen haber oído. Él no ha podido decirme que está enamorado de mí. Comienzo a rememorar nuestra conversación, tratando de buscar la parte de la conversación que me he perdido, cuando me doy cuenta de que en realidad no me he perdido nada y de que es totalmente cierto lo que creo haber oído, de que es totalmente cierto el hecho de que Malfoy me haya dicho que está enamorado de mí.

Me hallo en dicho estado de incredulidad y de ensimismamiento, cuando veo que los labios de Draco se acercan a los míos. Entonces, confirmo que, en efecto, sus palabras exactas han sido: estoy enamorado de ti, Hermione. Comprendo que no me las he imaginado y que, por motivos inexplicables, Draco Malfoy se ha enamorado de mí. Y esta vez sé que no es por el plan, porque aquí, casi siendo abrazados por la muerte, no hay razones para mentirnos, no hay razones para no ser sinceros el uno con el otro.

Y una vez lo comprendo, dejo de negar aquéllo que llevo negando más tiempo del correcto para mantener mi salud mental, dejo de negar que estoy enamorada de Draco Malfoy, porque sé tan bien como él que estoy profundamente enamorada de él. Estoy jodidamente enamorada de Malfoy, de sus hipnóticos ojos grises, de su piel blanquecina, de su espigado cuerpo, de su forma tan peculiar de arrastrar las palabras, de su orgullo de Slytherin, de sus extraños comportamientos, de su doble personalidad, de su pasado como Mortífago e incluso de instinto asesino. Pero por encima de todo estoy enamorada de la forma en la que me abraza, de la manera en la que me agarra la cara para forzarme a mirarme a los ojos, de la facilidad que tiene para hacerme desear besarlo en cualquier momento... Estoy enamorada de cada uno de sus muchísimos defectos y de cada una de sus ocultas virtudes.

Veo sus labios acercarse a los míos cada vez con una urgencia más apremiante. Y una espiral de sentimientos se apoderan de mí cuando él posa sus manos en mi cintura, poniendo en funcionamiento a cada uno de los nervios que pueblan mi cuerpo y haciendo así que me estremezca de pies a cabeza. Suelto la antorcha en el suelo, que aún tenía agarrada con la mano, y el fuego de ésta se apaga inmediatamente al entrar en contacto con el hielo. Y en el fondo me da igual, porque ese fuego no acaba de apagarse sino para dar paso a otro, a otro mucho más voraz e impetuoso. Resulta irónico que esté ardiendo en llamas cuando me hallo probablemente en uno de los lugares más fríos del mundo. Cierro los ojos cuando augurio que nuestro beso está por llegar. Para mi gusto, tarda demasiado en llegar, así que decido tomar la iniciativa y ser yo la que rompa con toda distancia, pues el deseo de besarlo me está quemando las venas y no puedo esperar ni un segundo más. Finalmente, mi labio inferior roza el suyo durante apenas un segundo, que es el tiempo que tardo en caer sobre Draco, cuando noto un punzante e insostenible dolor brotar desde la mismísima columna vertebral.

No necesito abrir los ojos para saber qué ha sido lo que me ha causado dicho daño. No necesito abrir los ojos para saber que son las garras del ursus blodige las que me han generado dicho dolor, así como no necesito abrir los ojos para saber que tengo la carne de la espalda hecha jirones y que estoy sangrando considerablemente. Y en el fondo agradezco que no necesite abrir los ojos para nada de ello, porque por mucho que me esfuerzo en abrirlos, mi subconsciente, contrario a mi voluntad, me impide hacerlo. Y entonces comprendo que no puedo abrir los ojos, porque el veneno ya está abriéndose paso por mis arterias y se está extendiendo por mis tejidos y mis órganos; que no puedo abrir los ojos, porque me estoy muriendo. Ya apenas noto los brazos de Draco, que tratan de devolverme a la vida, pues ahora mismo cualquier sensación es eclipsada por el insoportable y desgarrador dolor de la herida de mi espalda. No obstante, me dejo cobijar por los brazos de Draco, pues a pesar de no sentir nada más allá del dolor, sus brazos, su calidez, sus ganas de mantenerme viva, son las únicas cosas que aún me mantienen aferrada al deseo de seguir viva.

 – Draco... yo... también... estoy enamorada... de ti –es lo último que soy capaz de pronunciar cuando las fuerzas me vencen; es lo último que soy capaz de decir antes de que todo se vuelva de un interminable e irremediable color negro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro