La ave nocturna
Se cierran las puertas y entonces sé que todo ha terminado. Muchos sentirían alivio quizás de saber que algo horrible ha terminado, pero ¿cómo podría llegar a sentirme dichosa por un fin que ha llegado únicamente para dar lugar a un comienzo que asegura ser peor que todo lo anteriormente vivido?
Mis párpados se cierran involuntariamente, vencidos por el sueño de una noche en la que no he dormido nada, y dejo posar mi cabeza sobre el hombro de Ron, que ya está profundamente dormido. Sonrío ante los recuerdos que evoca mi mente. Es el mismo compartimento en el que nos conocimos, sólo que esta vez el destino es mucho diferente. Aún así, se puede decir que una vez más, nos hallamos juntos en el mismo compartimento del expreso de Hogwarts, colegio que ya no volveré a ver nunca jamás... Me gustaría poder recordar los mejores momentos que he pasado en Hogwarts, pero soy incapaz de hacerlo, pues necesitaría días e infinitas cajas de pañuelos de papel para ello. Aun así, el recuerdo de las últimas horas vividas en el castillo, desde que dejamos la Sala de los Menesteres, me impacta de lleno en mi mente, impidiéndome pensar en cualquier otra cosa. En primer lugar, se reproduce en mi mente la conversación con la madre de Ron que, desde luego, es la parte que recuerdo con más claridad y a su vez con más dolor...
– Cuida de él, por favor –fueron las primeras palabras que me dijo la madre de Ron nada más abrazarme–. Gracias por haberlo hecho tan feliz durante todos estos años, querida... Sin ti, él no sería el maravilloso chico que es hoy. Te lo debe todo, hija.
Cuando la madre de Ron me llamó hija, sentí que ella era también en cierto modo mi madre, o al menos la persona que estaba supliendo el papel de madre en mi vida, pues mi madre, junto con mi padre, seguía en Australia disfrutando de una nueva vida allí ignorando por completo mi existencia. Ella me estrechó contra sí y sus sollozos hicieron que se me cerrara la garganta casi por completo. Aún así me forcé a hablar y le prometí que traería a Ron de vuelta de los juegos.
– Pero... pero... él quiere que ganes tú, él quiere salvarte.
– Me da igual... Yo quiero que sea él quien vuelva. Señora Weasley, no creo que sea justo que usted pierda a su hijo sabiendo el daño que le causaría su pérdida, cuando mis padres ni siquiera sentirían perder a su hija. No saben ni siquiera que existo...
– Pero... si... volvieras... podrías recuperar a tus padres –trataba de convencerme aportando buenos argumentos, mas yo no estaba dispuesta a cambiar de idea.
– Estoy acostumbrada a prescindir de ellos... En cambio, usted no está acostumbrada a prescindir de Ron. En cualquier caso, ya no sólo es por usted, señora Weasley. Es también por mí. Yo no quiero volver si él no va a estar.
– Oh, Hermione, hija mía –sentenció justo antes de estallar otra vez en lágrimas y abrazarse a mí para no separarse en más de media hora–. Echaré tanto de menos tus visitas en verano... –y entonces ya sin poder refrenarme, las lágrimas surcan mi rostro con una violencia propia de una cascada, mientras me aferro a la espalda de Molly, mi segunda madre.
Me toco las mejillas y noto que están húmedas. ¿He vuelto a llorar recordando la despedida con la madre de Ron? Increíble, pero cierto. Después de la despedida con la madre de Ron, recuerdo que vino la de Arthur, quien se mostró fuerte y fue capaz de reprimir las lágrimas.
– Sois más fuertes que el resto de los tributos y que los mortífagos que han creado estos juegos. Os habéis enfrentado a la muerte en múltiples ocasiones y vencisteis a Voldemort, así que tomaos los juegos como una prueba más para mereceros el título de héroe y de heroína que tenéis ambos. Ellos no son nadie para deciros que sólo puede ganar uno. Tanto Ron como tú podréis ganar sin problemas, si sois lo suficiente inteligente para no dejaros controlar por sus juegos. Da igual lo que digan los normas sobre un único superviviente, ¿vale? Las normas cambian –fue la frase de todo el discurso que me dio el padre de Ron que recuerdo con más firmeza.
Desde que hablé con el padre de Ron, me he aferrado a su afirmación para mantenerme en pie. Sus palabras han servido de soporte para mantenerme cuerda, pues quizás tenga razón, ya que ¿quién sabe, salvo ellos, si las normas cambiarán o no durante el transcurso de los juegos? ¿Y si pudiera haber dos vencedores o incluso tres? Vale, es poco probable, pero no hay que perder la fe. Sin lugar a dudas, Arthur me ha aportado una buena dosis de esperanza en medio de toda la desesperación y dolor que proponen los Juegos de Sangre por definición.
La despedida con Percy no fue nada especial. Simplemente nos dimos un abrazo cariñoso y me dedicó unas palabras de apoyo y una sonrisa sincera. En cambio, sí fue algo más emotiva la despedida con George, quien me susurro al oído unas palabras que me han marcado.
– Cuida de Ronnie, ¿vale? –me suplicó George entre lágrimas. Yo asentí–. Antes de que te vayas, quiero decirte algo... Supongo que ya él te lo habrá dicho, pero de todos modos, por si acaso aún no lo ha hecho, has de saber que a mi hermano le gustas desde que tengo uso de razón... Tienes que saber que siempre le has gustado, pero que jamás se ha atrevido a reconocerlo, porque es un idiota. Y sé que a ti él también te gusta, así que cuidaos mutuamente, por favor. Simplemente... no permitas que le pase lo mismo que a... que a... Fred... ¡Por favor! Es lo único que te pido –justo después de decir todo esto, nos abrazamos con fuerza, mientras ambos llorábamos desconsoladamente. La mención de Fred actuó como una arma de destrucción masiva para ambos, pero principalmente para él, que parecía una vez más tan destrozado como el primer día tras la pérdida de su hermano.
Me remuevo incómoda en el asiento ante los recuerdos de las tristes despedidas con los Weasley y escucho los ronquidos de Ron a mi lado, cosa que me hace sonreír, pues me devuelve a la realidad. Me recuerda que al menos aún lo tengo a él. Abro los ojos y lo contemplo unos instantes. Tiene un aspecto espantoso, que supongo que será muy parecido al que debo tener yo. Sus ojos están enmarcados por unas notables ojeras que le llegan casi a la mejilla literalmente, lo cual es comprensible pues ninguno de los dos hemos dormido en toda la noche. Bueno, lo cierto es que ni siquiera lo hemos intentado, pues justo cuando los padres de Ron se tuvieron que marchar bajo amenazas de muerte de los mortífagos, Ginny y Harry nos acapararon a ambos en nuestra Sala Común y pasamos toda la noche juntos. Abrazados, unos a los otros, bajo cascadas de lágrimas, sin ser capaces de pronunciar ni una sola palabra después de todo lo que hemos compartido. No nos separamos ni un instante en toda la noche, ni siquiera para bajar a cenar. Estuvimos sentados en el sofá que siempre compartíamos en la Sala Común hora tras hora hasta que llegó el momento de partir. No recuerdo nada más doloroso que ese adiós...
Ginny abrazada a mí rogándome que la dejara ir a ella en mi lugar.
Harry abrazado a Ron, llorando como nunca. Jamás había visto a Ron llorar de aquella manera y menos por Harry, ni siquiera lloró cuando Harry tuvo que ir a dejarse a morir frente a Voldemort. Y en cambio allí estaban ambos, sin separarse el uno del otro, entre lágrimas, como hermanos que saben que no volverán a verse.
Después Ron se abrazó a su hermana y no lloraron, sino que se mantuvieron en silencio mientras permanecían enlazados. Ginny lo miró con admiración, como consecuencia de la elección efectuada. Parece admirar a su hermano por haberse presentado a los juegos para tratar de salvarme a mí. Mientras tanto, yo estaba abrazada a Harry y cuando me dijo gracias por todos estos años, el mundo se me tambaleó. Me apreté más contra él y supliqué al cielo que las reglas cambiaran y que yo también pudiera volver. No podía disolverse el trío dorado... No quería perder a Harry, que era prácticamente mi hermano.
Los mortífagos entonces llegaron y se enfrentaron a Harry y a Ginny que no nos querían dejar ir. Los amenazaron con matarlos allí mismo y ellos los miraron desafiantes, pero se vieron obligados a decirnos adiós. Unos últimos abrazos, unas últimas lágrimas y ya el expreso.
Y aquí estoy. Muerta de sueño, pero sin poder dormir. Miro a Ron con envidia: él es capaz de conciliar el sueño hasta en el peor de los momentos. Me quedo sentada a su lado, con la cabeza posada en su hombro y con la esperanza de dormirme, durante unos treinta minutos. Cuando ya sobrepaso la media hora, me resigno y comienzo a pensar en qué podría hacer sino para al menos no estar aburrida... Y entonces se me ocurre una idea para matar el aburrimiento.
Salgo de la cabina y camino por el pasillo en busca de un compartimento en concreto. No sé cuál será, pero sí lo que contendrá. Tras cinco compartimentos vacíos, encuentro por fin el que buscaba: el compartimento en el que se encuentra la cabellera rubia de Draco Malfoy.Abro la puerta y me quedó apoyada en el marco de ésta, sin atreverme a entrar, pues el chico parece profundamente dormido. Estoy a punto de marcharme cuando oigo su voz detrás de mí haciéndome dar un sobresalto.
– ¿No duermes, Granger? –susurra repentinamente.
– No puedo dormir... –me giro para contestarle.
– ¿Weasley no es lo suficiente cómodo para dormir recostada sobre él? –abre los ojos.
– No tiene nada que ver con eso –lo corto–. Es simplemente que no puedo dormir... ¿Quién podría dormir con todo lo que se nos viene encima? –inquiero a modo de pregunta retórica.
– La comadreja, por ejemplo –responde ignorando la retórica de mi cuestión.
– ¿Cómo sabes que Ron está durmiendo? Tú no has estado en nuestro compartimento para comprobarlo.
– ¿Crees que si Weasley estuviera despierto, tú estarías aquí perdiendo el tiempo hablando conmigo? –pregunta enarcando una ceja–. Te limitas a buscarme cuando estás peleada con él o cuando él está en otra parte.
– Eso no es cierto... –trato de negar, mas en el fondo sé que tiene razón.
¿Alguna vez lo he buscado en algún momento en el que podría estar con Ron? ¿Alguna vez he preferido su compañía a la del rubio? En un primer momento me siento mal, porque siento que realmente lo estoy utilizando... pero después recuerdo el plan y llego a la conclusión de que no he de preocuparme. Ambos nos estamos utilizando, ¿o no?
– Bah. Olvídalo, ratita –vuelve a cerrar los ojos y me llama señalando su hombro con su cabeza–. Quizás el mío sea más cómodo que el de Weasley.
Las piernas me tiemblan y titubeo sin saber muy bien qué hacer. Giro la vista hacia el pasillo y veo que no hay ni una sola alma que se mueva. Todos han de estar dormidos, así que nadie se dará cuenta si me quedo dormida aquí, ¿verdad? Me doy cuenta de que de veras me preocupa que la gente se dé cuenta de que estoy con Draco y no entiendo por qué... No estaría haciendo nada malo si me quedara a dormir en su compartimento en lugar del de Ron, ¿verdad?
Entro y me siento a su lado, con las piernas aún temblorosas. Él me pasa el brazo por el hombro y me acomoda en su pecho. Yo levanto la vista y me encuentro con unos curiosos ojos grises que me inspeccionan centímetros más arriba. Siento que mis mejillas se encienden y me obligo a bajar la mirada. No soporto la presión de su mirada, así que me revuelvo incómoda, forzándolo a incorporarse un poco y a erguir la cabeza. Vuelvo a mirar hacia arriba y todo lo que mi visión puede acaparar es su rígido mentón y sus labios, ya que se ha erguido un poco y ha subido la cabeza. Esto me obliga a incorporarme un poco para poder averiguar si ha cerrado los ojos ya. Y veo que en efecto, tiene los ojos ya cerrados. Admiro unos segundos sus facciones y me recuesto sobre su pecho a la altura del corazón. Puedo oír el cadente latir de su corazón mientras va sumiéndose en el sueño que ha de consumirle. Aquella maravillosa sinfonía me sume a mí también en un sueño ininterrumpido durante quizás horas.
– Deberíamos cambiarnos de ropa, pues estamos bastante cerca de llegar a nuestro destino por lo que han dicho los altavoces, así que quítate de encima. No puedo cambiarme contigo encima mía –dice Malfoy en mi oído haciendo que me despierte dando un brinco.
– ¡Podrías haberme despertado con un buenos días antes de soltar todo este flujo de información y despertarme de golpe! –exclamo un tanto cabreada por haberme sobresaltado.
– Buenos días.
– Gilipollas –lo insulto, sin recibir una respuesta por su parte.
– En serio, Granger, quítate de encima –dice removiéndose en su sitio tratando de quitarme de encima suya–. Tengo que cambiarme de ropa y a menos que estés dispuesta a quitarme tú la ropa, no voy a poder hacerlo –me incorporo de golpe–. Qué infantil eres, por Salazar.
– ¿Para qué tenemos que cambiarnos de ropa? Ya tengo puesto la capa de Hogwarts –digo señalándome–. Además, no nos han dejado traer equipaje de ningún tipo. Yo no tengo aquí nada para cambiarme de ropa.
Él cabecea en dirección al asiento de enfrente y veo que sobre los asientos hay dos montones de ropa pulcramente dobladas. No reconozco las prendas en un primer momento pero, al desdoblar la ropa que nos han dejado, me doy cuenta de que no se tratan más que de unas versiones más elegantes de nuestras capas del uniforme escolar. Contemplo la mía, examinándola con detenimiento. Además de ser de un elegante satén negro, una banda dorada y roja atraviesa la zona del pecho. Ahora contemplo la de Malfoy, que es exactamente igual, pero con la banda de color gris y verde. No pasa desapercibido para mí el detalle de que no hemos de llevar corbatas.
– ¿De dónde las has sacado? –le pregunto al Slytherin,
– Las trajo una mujer, que no he visto en mi vida, por cierto. Era muy extraña, no podía hablar. Sin embargo, me enseñó una lista y con signos me preguntó por nuestros nombres. Tachó nuestros nombres de la lista y me dejó las túnicas ahí, sobre los asientos libres –responde él encogiéndose de hombros.
– ¿Y por qué yo no me he enterado de nada?
– Porque te has quedado profundamente dormida sobre mí. Yo, en cambio, tengo un sueño bastante ligero y me he despertado en cuanto he notado que se abría la puerta –comenta el rubio, mientras comienza a desvestirse.
– ¡¿Pero qué haces?! –pregunto llevándome las manos a los ojos.
– Cambiarme... Es evidente. No pensarías que iba a pasarme a otro gabinete para cambiarme porque tú estuvieras aquí, ¿verdad? –escucho el ruido de sus ropas cayendo en el suelo–. ¡Oh, vamos, Granger, no seas ridícula y quítate las manos de los ojos! Ambos sabemos que deseas verme en estas condiciones –dice pícaramente.
Me destapo los ojos dejando libre mis manos y mi campo de visión, mas no lo miro a él, sino que enfoco la vista a una de las paredes del compartimento. Aprovecho que no está mirándome para darle un puñetazo con una de mis manos libres en el brazo por su último comentario. Él me mira divertido con una extraña sonrisa en el rostro, lo cual me hace enfadar aún más. Tomo la ropa con intenciones de salir del compartimento y él me retiene, ya con la capa puesta, agarrándome del jersey básico que llevo puesto.
– Ay, ay, ay... Te queda tanto por aprender, ratita. La primera: deja de ser tan absurdamente infantil. No es malo ver a un chico sin camiseta. De hecho, a las chicas de tu edad suele gustarles este tipo de situaciones –dice esbozando una sonrisa, a la que yo respondo dándole otro puñetazo en el brazo. Él me lanza una mirada severa.
– Último aviso: El tren llegará a su destino en diez minutos. Rogamos a los magos se cambien rápidamente y permanezcan en el gabinete que les ha sido asignado hasta que se les indique lo contrario –vocifera un altavoz que no recuerdo haber visto nunca en el compartimento en todos estos años.
– He de buscar el compartimento que me asignaron, así que si me disculpas... –trato de salir de la habitación, mas el rubio una vez más me retiene agarrándome de la ropa.
– No tienes que buscarlo. Ya estás en él –dice el Slytherin componiendo una sonrisa.
– Ya, claro. ¿Cómo sabes que éste es mi compartimento?
– Porque lo pone al lado de la puerta –me asomo y veo que es cierto, que al lado de mi puerta hay un pequeño cartel que pone mi nombre. ¿Cómo pasó antes desapercibido?
– Pues en ese caso, deberías irte tú a buscar el tuyo, ¿no crees?
– ¿Por qué tendría que irme? –me desafía él.
– Porque lo han dicho. Todos debemos permanecer en el compartimento asignado. Si éste es el mío, tú tienes que irte al tuyo.
– ¿Para qué? –dice él restándole importancia al hecho de que quiera que se vaya.
– ¡Para que pueda cambiarme, demonios! –exclamo un tanto cabreada por su insistencia.
– Puedes cambiarte estando yo aquí. Yo me he cambiado a pesar de que tú estabas en el mismo compartimento. No voy a mirar, Granger, créeme –me promete.
– ¿Cómo puedo estar segura de que no la harás? –pregunto yo sin fiarme lo más mínimo.
– Oye, Granger, no te lo creas tanto. Que tampoco estás tan bien como para que me pueda la tentación de mirarte –dice él sonriendo.
– Gilipollas –digo justo después de darle una torta en la mejilla. Él sigue sonriendo.
– Sabes que es broma, Granger. A mí, en lo personal, me parece que estás bastante bien –me susurra al oído–. Sin embargo, soy un tío legal y no voy a mirar. Confía en mí. Si miro, podrás dejarme en evidencia delante de todos mmm... no sé... sacándome por todo el tren el calzoncillos, ¿qué te parece? –sonrío al imaginarme la escena.
– Pero, ¿por qué no te vas? Es mejor para los dos pues así yo me puedo cambiar tranquila y tú no corres el riesgo de tener que salir al pasillo en ropa interior –propongo.
– Porque no sé ya cuándo será la próxima vez que podré estar un rato contigo –yo me ruborizo ante su afirmación. Sé que una vez más lo que ha dicho es parte del plan, pero aun así su frase me llega al corazón.
– Vale, me cambiaré, pero no mires, ¿eh? –él asiente solemnemente.
Comienzo a desvestirme tan rápidamente como puedo, mirándolo de reojo para asegurarme de que no me está mirando. Pongo el jersey y los jeans sobre el asiento donde está la túnica nueva que he de ponerme. Me la echo por encima y forcejeo con ella para colocármela bien. De repente, siento sus manos tirando de la capa hacia abajo para ayudarme a colocarla en su sitio. ¿Cuánto ha visto... de... mi cuerpo...?
– ¡Prometiste que no mirarías! –exclamo con una mezcla de vergüenza y decepción.
– ¡Y no he mirado nada, joder! Te he ayudado porque te he escuchado forcejear con la capa, dado que no podías ponértela. Pero tranquilízate que no he visto nada por encima de tus canijas rodillas, tranquila –le lanzo una mirada de odio, pues no lo creo del todo.
Se sienta en los mismos asientos en los que dormimos antes juntos. Yo, en cambio, me siento en los de enfrente, a pesar de que él me ofrece sentarme a su lado. Permanecemos en silencio hasta que llegamos a nuestro destino. Miro por la ventana y me siento decepcionada cuando me doy cuenta de que han hecho un hechizo a los cristales para impedir que veamos el lugar en el que nos han asignado luchar unos contra otros.
– Voy a buscar a Ron –sentencio antes de coger la ropa que me he quitado y salir de mi compartimento.
– Claro, cómo no... –susurra más para sí mismo que para mí.
– ¿Dónde te has metido, Hermione? –dice Ron con voz soñolienta cuando llego a su cabina.
– He estado en mi gabinete. Es que vino una señora cuando estabas dormido y me dijo que era necesario que cada uno estuviéramos en el compartimento que nos han asignado –miento, pues no me parece buena idea decirle que he estado durmiendo abrazada a Malfoy.
– ¿Una señora menuda con pelo gris? –asiento falsamente–. ¿Te ha hablado? –asiento una vez más mintiéndole a Ron–. ¿De veras? Pensé que era muda, pues a mí no me ha dirigido ni una sola palabra cuando ha venido a traerme mi túnica –me sorprendo al ver que Ron coincide con Malfoy en la mudez de la señora. ¿Quién sería esa señora y por qué habría perdido la voz? Sé que quizás es una estupidez y que la señora quizás es muda de por sí, pero... algo me indica en mi interior que es algún tipo de tortura que aplican ahora los mortífagos.
– Pues no sé –me limito a decir antes de salir al pasillo de su mano.
En él, ya se encuentran el resto de tributos de Hogwarts, que esperan a que las puertas del tren se abran, mas no lo hacen. Al cabo de unos minutos, comenzamos todos a desesperarnos hasta que aparece por fin un mortífago que no reconocemos ninguno. Tiene unos ojos de un intenso color violeta, que contrastan con su pelo blanco y su piel bronceada. Uno de sus incisivos está recubierto de oro y las cicatrices de su cara, junto con su corpulenta constitución, le adhieren un aspecto temible y violento.
– Tributos, seguidme –su voz es tan grave que me sobresalto al oírlo.
Una de las puertas se abren y todos nos empujamos tratando de ver dónde estamos, mas no vemos nada, pues la puerta comunica directamente con un pasillo metálico similar a los que se encuentran en los aeropuertos muggles. Durante al menos diez minutos, todos caminamos a través de él en silencio y rodeados de múltiples magos que nos vigilan, hasta que llegamos a otra puerta. Pasamos ella para dar a un lujoso salón repleto de sillas forradas con un bonito estampado de color esmeralda, ubicadas todas frente a una elegante tarima de parqué. Nos sentamos en las sillas, mientras el hombre de aspecto temible se sube al escenario. A mi lado, veo que hay dos magos-vigilantes que me escrutan con la mirada. Examino al resto de mis compañeros y veo que se hayan en la misma situación. Me giro hacia detrás y veo que hay muchas sillas que permanecen vacías. Me cuestiono su utilidad, hasta que empiezan a llegar más tributos de otros colegios.
En primer lugar llegan los cuatro magos de Durmstrang, que como me espero, son todos chicos fortachones y de aspecto voraz. Más tarde, llega un grupo femenino de tributos, que deduzco por su apariencia norteamericana que proceden del Instituto de las Brujas de Salem. A continuación, llega un grupo compuesto por dos chicos y dos chicas con facciones francesas, que evidentemente proceden de Beauxbattons. Por último, hacen acto de presencia dos magos y dos brujas de aspecto oriental y con los ojos rasgados, que proceden de la escuela de Mahoutokoro.
Todos, al igual que nosotros, lucen tristes y preocupados y están acompañados por dos magos-vigilantes que nos le quitan la vista de encima. Recuerdo que ellos ignoran que aún los juegos no van a comenzar y que por eso quizás ellos están agazapados y bastante tensos. Parecen a la espera de que alguien comience el ataque. El mortífago del escenario carraspea, forzándonos a todos los curiosos a apartar la mirada de los recién llegados para mirarlo a él.
– Bienvenidos a todos –nos saluda aquel hombre en un intento de parecer amable–. Yo soy Hitam Sihir y seré uno de vuestros instructores en los juegos. En primer lugar, vamos a tratar varios puntos sobre el programa establecido antes de los juegos, porque los juegos realmente no comienzan hasta el jueves –sigue sorprendiéndome lo grave que suena su voz–. Hoy conviviréis todos juntos hasta la noche y os conoceréis, pues así podréis trazar tácticas para los juegos. Sed prudentes con la información que aportéis sobre vosotros mismos. Mañana y el miércoles os prepararemos físicamente para los juegos durante todo el día hasta por la noche. La noche del miércoles os arreglarán nuestros profesionales y os enfrentaréis a las cámaras en una entrevista. Esta entrevista os servirá para que el mundo mágico os conozca y causéis una buena impresión, que es fundamental para que os ayuden durante los juegos. Necesitáis caerles bien para que os elijan a vosotros como las personas a las que quieren ayudar durante estos juegos.
Me sorprendo cuando me doy cuenta de que el plan pre-juegos del que ha hablado Hitam Sihir coincide a la perfección de Draco Malfoy.
– Una vez dicho qué es lo que vais a hacer antes de los juegos, vamos a tratar los juegos en sí. Las normas que tendréis que acatar y las herramientas de las que vais a disponer para ganar, ¿de acuerdo? –algunos de los presentes asienten, otros se limitan a mirar a Hitam–. En primer lugar, debéis saber que dispondréis de un alto número de objetos muggles a usar durante los juegos. Sin embargo, los objetos mágicos serán escasos, así que los que los obtengáis, cuidadlos como si fueran oro –asegura y yo esbozo una sonrisa. Por una vez en mi vida me siento feliz de ser hija de muggles. Parece ser que en este aspecto jugaré con un poco de ventaja–. Os tendréis que enfrentar tanto a vuestros compañeros como a fenómenos naturales, así que encargaros de prepararos bien físicamente durante estos dos días –comienza a leer una lista que lleva en la mano–. El suicido está permitido y no habrá penalizaciones para las familias de los tributos que decidan suicidarse, mas el suicido debe realizarse dentro del campo de batalla, no antes. En caso contrario, se penalizará a la familia del tributo –me pregunto si alguien de verdad se habrá planteado el suicidio en primera instancia–. Los juegos serán proyectados en el cielo nocturno más a cercano a las casas de todas las familias mágicas del mundo, quienes deberán ver cada noche los juegos obligatoriamente. Aquellas familias que decidan no ver los juegos, serán penalizados con su exterminación –siento un nudo en mi garganta al pensar que los padres de Ron tendrán que soportar vernos luchar a muerte contra otros jóvenes–. Y en último lugar, las normas pueden cambiar drásticamente en cualquier momento, incluyendo el desarrollo de los juegos, si así lo consideran nuestros superiores –sentencia con una sonrisa–. ¿Alguna pregunta? –dice una vez más tratando de parecer amable.
Miro en todas direcciones en busca de una mano alzada sin encontrarla en un primer momento, mas al cabo de unos segundos veo que Draco Malfoy la ha alzado. Suspiro preocupada.
– ¿Sí, señor...?
– Malfoy –dice con orgullo pasándose una mano por sus cabellos dorados–. ¿Dónde estamos? –pregunta secamente.
– No es de su interés ni del de ninguno de los tributos presentes saber su paradero –lo corta con una frialdad que encaja a la perfección con su apariencia–. ¿Alguna pregunta más? –nadie levanta esta vez la mano–. De acuerdo. ¡Oh, lo olvidaba! –dice de repente–. No tratéis marcharos de aquí transfigurándoos ni de ningún otro modo o acabaréis siendo polvo. Ya podéis levantaros para conoceros –sentencia antes de marcharse del habitáculo.
Una vez se ha marchado, todos respiramos algo más tranquilos, mas permanecemos sentados durante unos instantes, hasta que los mago-vigilantes se apartan de nosotros y se ponen pegados a las paredes de las habitaciones, en las que aparentemente no hay ninguna puerta. De repente, con un chasquido, en la tarima aparecen mesas de suculentos manjares. Mi estómago ruge indicándome que estoy hambrienta y cuando me quiero dar cuenta, más de la mitad de los tributos ya están encaminándose hacia la mesa. De hecho, ya hay algunos incluso comiendo. Me levanto y estoy a punto de marcharme hacia el escenario, cuando noto que alguien me llama dándome un ligero golpecito en la espalda. Me giro sobre mí misma y me encuentro con un chico delgado, con una gran nariz curva y unas pobladas cejas... Su rostro me resulta increíblemente familiar.
– Hola. Yo soy Ivaylo, Ivaylo Krum. Herrrmano de Viktor Krum y si no me equivoco, tú errres Herrrmione Granger, ¿no? –asiento sin poder decir ni una sola palabra pues estoy extremadamente sorprendida por el parecido que ambos tienen–. Errres tan herrrmosa como mi herrrmano me dijo –dice haciendo que me ruborice.
– No sabía... que... Viktor... tuviera... un hermano –digo aún un tanto turbada por su actitud.
– ¿No te lo dijo? –disiento con la cabeza–. Qué extrrraño. En cualquierrr caso, un placer conocerrrte, Herrrmione –dice tomándome la mano para besarla. Me siento ligeramente incómoda por su atrevimiento y decido que lo mejor es acabar con esta situación.
– Lo mismo digo. Ahora he de irme, me muero de hambre –comento apresuradamente justo antes de dirigirme al banquete.
– Ese gilipollas será el primero que me cargue –asegura Ron con toda convicción cuando le cuento la presentación repentina del hermano de Viktor.
Durante el resto de la tarde, conozco a algunos de los inquilinos del resto de los colegios, mas todos parecen muy cautelosos y apenas comparten con los demás unos fríos saludos. Al final de la tarde, no recuerdo el nombre de ninguno de ellos, a excepción del de Ivaylo, el hermano de Viktor... Se parece tantísimo a él que si no supiera por boca del mismo Ivaylo que son diferentes personas, habría jurado que es el propio Viktor.
Alrededor de las ocho de la tarde, vuelve a aparecer Hitam y nos obliga a sentarnos otra vez en las sillas pues ahora tendría lugar la asignación de mentores. A cada escuela le corresponde un mentor por cada dos alumnos, por lo que todos los colegios tendrán dos mentores en total, a excepción de Hogwarts que tendrá cuatro, pues somos el doble de tributos. Poco a poco, la sala se va vaciando, conforme van llegando los diferentes mentores de las diferentes escuelas. Todos los alumnos parecen sorprendidos de ver quiénes son sus mentores y no entiendo por qué.
Cuando por fin llega el turno de que lleguen los mentores de nuestro colegio, al que han dejado para el último, los primero en marcharse son mis compañeros de Hufflepuff, a quienes les ha sido asignada, para la sorpresa de todos, a la profesora Trewlaney. Busco a Ron con la mirada, quien también parece sorprendido de que sea ella una de las mentoras. Malfoy, por su parte, se muestra tan incrédulo como Ron y yo. Ni siquiera él, que es la persona que más informada de nosotros está de los juegos, parece saber que fuéramos a tener mentores ni mucho menos que éstos fueran a ser profesores. Examino a la profesora Trewlaney y parece tan desorientada y loca como siempre. ¿Qué le habrían hecho los mortífagos para que accediera a trabajar para ellos? Ella saluda animadamente a los Hufflepuffs y les da la bienvenida. De repente, invoca una puerta con un hechizo que desconozco y entra a través de ella seguida de los tributos que tiene adjudicados. Heidi y Ernie, los tributos de Hufflepuff, caminan un tanto desconcertados tras Trewlaney y están tan perplejos como nosotros.
Ahora presentan al mentor de Ravenclaw, quien también resulta ser una cara conocida... Su baja estatura y sus minúsculas gafas enmarcando sus pequeñas facciones describen al profesor Flitwick, que parece bastante calmado. Les dedica una sonrisa reconfortante a Luna y a Michael, quienes responden al profesor de un modo totalmente opuesto. Luna, que no parece sorprendida por la presencia de Flitwick, luce una sonrisa y agita la mano enérgicamente para saludar al profesor; Michael, por el contrario, parece incrédulo, lo cual me parece lo más lógico dada la situación. Durante unos instantes mi mirada se cruza con la del profesor y veo que hay algo extraño en su mirada, algo oscuro. ¿Y si...? ¿Y si... estuviera bajo un imperius?
La sorpresa no es menor cuando se transfigura ante nuestros ojos el mentor de Slytherin: el profesor Slughorn. Al igual que me ocurrió con Flitwick, cuando mi mirada se cruza con la de Slughorn, a pesar de que me saluda efusivamente con la mano, percibo algo frío, calculador y extraño en ella. ¿Qué le habrán hecho a todos los profesores? Malfoy me mira antes de marcharse a través de la puerta invocada por su mentor y gesticula para preguntame sin emitir sonido alguno: ¿Imperius? Yo cabeceo asintiendo, dándole a entender que he supuesto lo mismo que él. Después, hace un gesto con la mano que viene a significar un hablamos luego. Asiento con poco interés.
Ya sólo quedamos Ron y yo en la sala y ambos estamos nerviosos preguntándonos quién podría llegar a ser nuestro mentor. Lo único que tienen en común los mentores son que todos han sido profesores de Hogwarts y que todos han pertenecido a la casa a la que ellos van a instruir durante los juegos. Por esa regla de tres, podría perfectamente ser cualquier profesor de Gryffindor ¿y si nuestro mentor fuera...? McGonagall se materializa ante nuestros ojos antes de que mis pensamientos puedan llegar a dibujarla. Minerva nos mira incrédula a Ron y a mí y se acerca hasta nosotros componiendo una triste sonrisa.
– ¡Señorita Granger, señor Weasley! Diría que es un placer volver a veros, pero en estas condiciones es difícil... No sé por qué no me sorprende encontraros en este tipo de situaciones una vez más. ¿Por qué siempre sois Potter y vosotros dos? Es una pregunta a la que jamás le daré una respuesta... Acompañadme, por favor –dice ella, mientras formula un extraño hechizo.
Una puerta similar a las anteriores se aparece ante nuestros ojos y cruzamos a través de ella. Al otro lado de la puerta, nos encontramos con una lujosa estancia. Hay unos preciosos sofás con cavidad para siete personas al menos de color rojizo y acabados en oro. Además, encontramos unas mesas cargadas de decoraciones doradas; y una pared hecha de un material similar a la de las pantallas planas de los televisores, cosa que me sorprende bastante considerando que los mortífagos están en contra de usar tecnología muggle. Detrás de donde ha dado la puerta, hay unas escaleras que conducen a una zona más alta donde se haya la puerta de salida y de entrada de la habitación. A la derecha, hay una mesa plagada de suculentos platos para alimentarnos. Tanto la mesa como las sillas que la rodean están talladas en oro. A la izquierda, en el suelo, una elegante alfombra roja invita a adentrarnos a un pasillo, que desemboca en dos puertas y en un precioso balcón al final de él. Tanto Ron como yo miramos maravillados el sitio sin decir una sola palabra.
– La de la derecha es tu habitación, Weasley, y la de la izquierda es la tuya, Granger –ambos salimos disparados en dirección de nuestras respectivas habitaciones. Ya habrá tiempo para preguntas durante la cena.
La habitación es tan lujosa como el salón. La colcha de la cama doble es de color roja y el cabecero así como las patas de la cama están forradas en oro. La cama está cubierta por un fino dosel de color rojizo que le da un aspecto extremadamente elegante. Abro el armario y me encuentro que está lleno de ropa que no es mía. En su mayoría se trata de uniformes deportivos todos iguales, pero también hay algunos trajes elegantes para usarlos quizás por las noches. El suelo de parqué cruje cuando avanzo hasta el baño, que también está entero forrado en oro. En el centro de la habitación hay una bañera redonda. ¿Cuántos malditos galeones se han debido de gastar los mortífagos para construir todo esto?
Salgo de la habitación y me encuentro con Ron, que también acaba de terminar de ver la suya. Él me toma de la mano y me conduce al balcón para contemplar las vistas de un estrellado cielo nocturno. Miro hacia el horizonte y todo lo que veo es una extensión verde. No hay nada más salvo el cielo estrellado y el infinito prado. Me pregunto dónde estaremos. Ron apoya una de sus manos en el barandal y sale despedido hacia atrás bruscamente, tirando de mí y provocando que me caiga encima de él. ¿Qué demonios ha sido eso...? Trato de levantarme, pero él me lo impide tirando de mí para que me quede tal cual estamos.
– ¿A dónde crees que vas, pequeña? –dice entre risas, tomándome la cara entre sus grandes manos–. ¿Huyes de mí? –pregunta divertido.
– Jamás –le deposito un dulce beso en los labios al que corresponde efusivamente, olvidando el hecho de que unos segundos antes hemos salido despedidos cuando Ron ha tocado la baranda de la valla que delimita el balcón–. ¿Por qué crees que habremos salido disparados? –le pregunto a Ron cuando recuerdo este detalle.
– Porque quieren asegurarse de que lleguéis con vida a los juegos –responde McGonagall, que aparece repentinamente. Me levanto de encima de Ron rápidamente, avergonzada, y le tiendo una mano para ayudarlo a incorporarse–. Es un hechizo que protege el edificio para impediros salir de él de cualquiera de las maneras existentes.
– Ah –dice Ron con el ceño fruncido–. Así que quieren cebarnos y encerrarnos como a cobayas en un laboratorio para después soltarnos vete tú a saber dónde y matarnos, ¿no?
– Sólo quieren que estéis en el mejor estado posible para que tengáis más posibilidades de manteneros con vida, señor Weasley –reflexiona ella.
– ¿Sabes cómo tendríamos más posibilidades de mantenernos con vida? ¡Si no existieran estos putos juegos! ¡Así sí tendríamos posibilidades de vivir! Aquí un noventa y nueve por ciento de nosotros morirán, así que no traten de convencerte que están tratándonos bien –le reprocha Ron, con la vena del cuello muy marcada y las orejas rojas. Está cabreado, muy cabreado.
– Ella no tiene culpa, Ron –trato de calmarlo–. Ella no ha inventado los juegos y probablemente ni siquiera esté aquí por voluntad propia, ¿verdad, profesora?
– Siento decirle que se equivoca, señorita Granger. Estoy aquí por voluntad propia y creo que no deberíais quejaros tanto del trato que os dan ellos, pues ellos sólo quieren lo mejor para vosotros –Ron y yo la miramos con la boca abierta. Es evidente que no está en sus cabales, que está bajo algún tipo de hechizo, pues la McGonagall que nosotros conocíamos jamás diría tal cosa.
– ¿Pero qué demonios...? –comienza a decir Ron, totalmente confuso y enfadado.
– ¿Dice que ha venido por voluntad propia? –interrumpo a mi pelirrojo, excusándolo con la mirada. No quiero que él hable, pues ahora podría decir cosas de las que se arrepienta, cosas que cabreara a los mortífagos y se las cobraran en los juegos, cosas que lo pusieran en peligro.
– Sí. Cuando abandoné Hogwarts por mi propia voluntad, decidí venir aquí para enseñaros todo lo que sé y ayudaros a los que salierais elegidos a sobrevivir. Y aquí me tenéis –dice ella esbozando una sonrisa–. Me alegro tanto de veros, Ron, Hermione.
Ron me mira confuso y yo le devuelvo la misma mirada. ¿Qué demonios le han hecho a la profesora McGonagall? Parece recordarnos, pero... ¿Por qué una de las magas más poderosas de Hogwarts abandonaría su cargo voluntariamente para trabajar como ayudante de los mortífagos? No entiendo nada. Nada tiene sentido. Y me frustra esta vez no tener idea alguna de qué es lo que han podido hacerle. No parece obra de un imperius, pero no se me ocurre otra cosa.
– ¿Por qué dejó Hogwarts? –inquiero.
– Porque me parecía más solidario ayudar a los tributos que a los alumnos. Los alumnos están a salvo en Hogwarts, en cambio, los tributos aquí no lo estáis y yo quiero ayudar a los más desfavorecidos –responde ella animadamente.
– Pero no lo entiendo... ¡¿Por qué no se opuso?! ¡¿Por qué no trató de frenar el desarrollo de los juegos?! ¡¿Por qué desapareció cuando los mortífagos se hicieron con el poder?! –pregunto un tanto molesta por su calmada actitud.
– Hay cosas que son inevitables, señorita Granger, como el destino y parece ser que éste era el destino de la comunidad mágica. Jamás se puede rebatir un gran poder, como el que tenía el Señor Tenebroso, incluso aunque ya no esté entre nosotros –me entran ganas de vomitar al escucharla hablar. Me recuerda tantísimo a los mortífagos de la escuela, que he de contenerme para no insultarla–. No os lamentéis por vuestro presente, Ron, Hermione, y preocuparos por vuestro futuro. Yo estoy aquí para ayudaros con los juegos, así que sólo tenéis que preguntarme todo lo que queráis saber para poder ganar los juegos –esboza una sonrisa con la que trata de reconfortarme, pero que sólo genera en mí más violencia.
– ¿Habrá varitas? –pregunta Ron.
– Es posible, Weasley, pero en caso de que las haya, no serán abundantes, eso tenlo por seguro, así que si te topas con una, cuídala como snitch en mano.
– Genial. ¿Mañana podremos practicar con objetos muggles en los talleres de preparación? –vuelve a preguntar el pelirrojo.
– Por supuesto que sí –responde la anciana profesora.
– De acuerdo y... ¿cómo será el campo de batalla?
– Eso nadie lo sabe salvo ellos, Weasley. Lo siento pero sobre eso no sé nada.
– ¿Hay... hay... posibilidad alguna de que... gane más... de una... persona? –balbucea Ron. Su pregunta me toma por sorpresa y aguardo yo también nerviosa la respuesta de McGonagall.
– No, me temo que no. ¿Mas para qué quieres que gane más de una...? Oh, claro... En principio, no, pero bueno las normas cambian...
Se me rompe el corazón de la decepción. Siempre había sabido que no iba a poder ganar más de una persona los juegos, pero hasta ahora había mantenido las esperanzas. Sin embargo, ahora, tras las palabras de nuestra mentora, todas las esperanzas han desaparecido.
– ¿Cómo puedo hacer que gane Hermione? –pregunta mi pelirrojo, haciendo que se me cierre la garganta por completo. Aún insiste en que quiere que sea yo la ganadora.
– Protegiéndola con tu vida, Weasley –responde la profesora McGonagall. Tras su respuesta, la habitación se cierra entorno al silencio absoluto durante unos quince segundos que parecen minutos–. ¿Tú no tienes nada que preguntar, Granger? –inquiere rompiendo el silencio.
– ¿Cuándo podré ver a Draco? –suelto de sopetón.
Ron me mira sorprendido y enfadado. Yo le guiño un ojo para que entienda que es parte del plan, pero aun así él sigue molesto por haber preguntado algo que para él debe ser insignificante.
– ¿A qué viene este repentino interés por el señorito Malfoy? –inquiere la vieja, con cierto aire de cotilla.
– A que es mi amigo y quiero verlo –le respondo tajantemente–. ¿Cuándo voy a poder verlo, señora McGonagall? –insisto.
– Siempre que quiera. Tienen total libertad para desplazarse dentro del edificio. De hecho, la habitación de al lado es la del señor Malfoy y la señorita Greengrass –indica Minerva felizmente–. ¿Necesitáis algo más? –Ron y yo disentimos–. Entonces me marcharé a mi habitación. Mañana a las ocho vendré a desayunar aquí con vosotros y después a las nueves iremos al centro de entrenamiento, ¿vale? Estad despiertos, no me obliguéis a despertaros como a niños pequeños. Si necesitáis cualquier cosa, mi habitación es la doce, está dos plantas más arriba –sentencia ella antes de marcharse.
– Está como una completa cabra, ¿no crees? –comenta Ron tirándose en el sofá.
Se quita los zapatos y pone los pies sobre la mesa de café ubicada frente al sofá. Me siento a su lado más tímidamente y él me pasa el brazo por los hombros despreocupadamente.
– Eso parece. ¿Qué le habrá ocurrido? –susurro.
– No lo sé, pero no creo que sea seguro hablar de eso aquí –dice en un tono muy bajo de voz, tan bajo que me cuesta trabajo oírlo a pesar de que está a mi lado.
– Cierto –coincido. Si nos han estado grabando en Hogwarts, ¿quién me asegura que no nos están grabando ahora mismo?
– ¿Comemos algo? –propone Ron, yo asiento.
Nos sentamos frente a la lujosa mesa y comemos hasta saciarnos casi en silencio, limitándonos a cubrir nuestras necesidades mínimas. Tras la comida, Ron y yo volvemos a sentarnos en el sofá y mecida por él, me sumerjo en un superficial sopor durante un buen rato. Él me transporta a mi cama cuando parece convencido de que estoy totalmente dormida y me deposita en la cama con delicadeza.
– No te vayas –le pido entre bostezos cuando veo que está dispuesto a marcharse a su habitación a dormir–. Aquí hay hueco para dos...
– De acuerdo, pero voy a ponerme el pijama a mi habitación, así tú también puedes ponerte el tuyo si quieres. Ahora vengo, Herms –dice antes de marcharse.
Rebusco bajo la almohada anhelando encontrarme un pijama, cuando recuerdo que esto no es ni Hogwarts ni mi casa y que el pijama, en caso de que haya, ha de estar en el armario. Me levanto a marchas forzadas hasta él y me sorprendo gratamente al ver que hay ropa para dormir. Cojo el primer camisón que veo y comienzo a desvestirme adormilada para después enfundármelo. Acto seguido, destapo la cama y me introduzco bajo las sábanas, cubriéndome hasta la cabeza. De repente, la luz se apaga y siento el cuerpo de Ron introduciéndose también entre las sábanas hasta la cabeza. Abro los ojos y vislumbro sus lapislázulis a escasa distancia de mí.
Sus ojos color cielo desprenden una magia que me embauca del mismo modo que la noche en la que nos besamos en el bosque, así que atraída por su iris, me sumerjo en sus labios para después navegar por su boca con mi lengua. Él me pasa una mano por la cintura y me ciñe a él, quedando totalmente pegados el uno al otro, tanto que puedo notar cada uno de los músculos de sus pectorales, de su abdomen y de zonas que ahí más abajo. Lo estrecho contra mí con fuerza y él, excitado, aprieta con firmeza sus manos a mis glúteos. Gira sobre sí mismo y queda encima mía. Con una sonrisa, empieza a recorrer mi cuello con su boca, mientras mis manos se trasladan a su cabello color fuego. Fuego como el que recorre mi cuerpo. Fuego que he de apagar. Si nos estuvieran grabando...
– No deberíamos hacer esto. Podrían vernos –susurro ininteligiblemente a mi pelirrojo tratando de refrenarlo, aunque mi fuero interno me suplica que siga.
– Lo sé –dice él, girando sobre sí mismo para quitarse de encima mía. Un gruñido suena de lo más hondo de mi garganta. Parece ser que mi parte más salvaje se niega a dejar de sentir a la anatomía de Ron sobre mí–. En fin, ya habrá tiempo, ¿no? –titubea antes de completar la frase.
– Sí –susurro poco convencida de que vaya a ser así.
Me acomodo en su pecho y poco a poco, noto un cambio en su respiración. Se está quedando dormido. Le doy un ligero beso en la mejilla, que parece no percibir, sacando la cabeza de las sábanas y trato de dormirme recostada sobre su pecho.
Miro el reloj impaciente. Dos horas acostada, dos horas sin dormir. No lo entiendo... ¡Pero si antes me quedé dormida superficialmente en el hombro de Ron cuando estábamos en el sofá! ¿Cómo es posible que ahora que estoy en una cómoda cama no pueda dormirme? Giro sobre mí misma. Quizás no pueda dormir por la postura... ¡Oh, pero qué demonios! ¿Cuántas veces he cambiado de postura durante la noche? Quince por lo menos. Desesperada me bajo de la cama y me dirijo a la azotea. Seguramente si tomo un poco de aire, me sentiré mejor y podré conciliar el sueño.
Cuando entro, me reconforta la fría sensación que experimento cuando un aire fresco me da en la cara y, más aún, el frío que transmiten las baldosas del suelo a mis pies conforme camino a través de él. Cierro los ojos y noto agitarse mi pelo tras mi espalda. No hay ni un solo ruido que rompa el perfecto silencio de la noche. Me aproximo a la baranda, siempre sin tocarla, y respiro hondo, cuando oigo que alguien me chista. Me giro sobre mí misma, abriendo los ojos, y miro hacia la izquierda que es la dirección de la que parece proceder el silencio.
Su sonrisa torcida ilumina sus facciones que bajo la luz de la luna lucen aun más perfectas que de costumbre. Examino su enjuto cuerpo de arriba abajo, aprovechando que no lleva camiseta, y llego a la conclusión de que está demasiado delgado. Aun así, tiene una piel fibrosa de un blanco casi traslucido. Miro la Marca Tenebrosa con la boca abierta y veo cómo él se la cubre con su propia mano cuando es consciente de que la estoy mirando. Él también parece estar examinándome.
– Buenas noches, ratita –dice amablemente–. ¿Sabes? No deberías andar por aquí a estas horas. Seguro que hay más de una ave nocturna deseosa de cazarte –comenta él, provocándome una sonrisa. Sus comentarios son tan imprevisibles como él mismo–. Y me incluyo entre ellas –no sé si tomármelo a broma o en serio, pero igualmente hace que me ruborice.
– Pues mueve tus bonitas alas para perderte de mi vista, pequeña ave nocturna –digo divertida con una sonrisa en el rostro.
– Las movería para volar a tu balcón –libera tratando de adularme, mas sus absurdas y cursis palabras sólo provocan en mí risa–. No te rías, en serio que me gustaría poder cruzar mi balcón, llegar al tuyo y charlar un rato contigo un rato hasta que me entre sueño.
– ¿Tú tampoco puedes dormir? –le pregunto.
– Eso parece. ¿Por qué, tú tampoco? –disiento con la cabeza–. ¿Por qué no puedes dormir? ¿Weasley no es lo bastante cómodo para dormir recostada sobre él? –repite haciendo alusión al comentario que hizo en el tren esta misma mañana.
– No es eso –digo poniendo los ojos en blanco–. Bueno, realmente no sé qué es. Simplemente soy incapaz de quedarme dormida. ¿Y tú por qué no puedes quedarte dormido?
– Tampoco lo sé –responde antes de sumirnos unos minutos en un incómodo silencio.
– Bueno, me voy dentro –comento al cabo de un rato–. Aquí comienzo a tener un poco de frío –comienzo a frotarme los brazos en un intento de calentarme por fricción–. Buenas noch...
– ¡No te vayas, Granger! –me interrumpe usando un tono de voz demasiado alto. Me sorprendo al reconocer en su voz un deje de desesperación. ¿De veras quiere que me quede? Lo miro un tanto confundida–. No te vayas, anda. Quédate aquí charlando conmigo un poco más.
– Tengo frío –le recuerdo.
– Eso tiene fácil solución. Vente a mi habitación –propone el rubio–. Yo puedo darte calor, si quieres –dice pícaramente.
– ¡Eres un... un... pervertido! –me quejo.
– Me refería a encender un fuego en la chimenea, pero bueno... quizás... prefieras otros métodos alternativos –comenta divertido–. Venga, va, cambia la cara, que es broma. ¿Te vienes a mi habitación un rato o qué?
Lo miro dubitativa. No estoy convencida de si ir es lo correcto. Ron podría despertarse y darse cuenta de que no estoy en la habitación... Podría enfadarse un poco conmigo por desaparecer. Y se cabrearía más aún si había desaparecido furtivamente en medio de la noche para colarme en la habitación de Draco Malfoy. La verdad es que no me gusta esa idea, pero, en cambio, una parte de mí quiere ir. Me muerdo el labio totalmente indecisa. Ciertamente quiero ir y me gustaría saber por qué. Me gustaría saber por qué tengo estas irrefrenables ganas de escabullirme de mi habitación para pasar un rato con el Slytherin. Me gustaría saber por qué me he puesto ligeramente nerviosa ante la expectativa de pasar la noche con el rubio. Y cuando me interno en el dormitorio para coger las zapatillas y salgo de la habitación para encaminarme a la de Malfoy, me gustaría saber por qué de repente me ha dejado de importar lo que pueda pensar Ron sobre el asunto. Me gustaría saber por qué ni siquiera me siento relativamente mal. Pero sobretodo, me gustaría saber por qué tengo ganas de estar hablando con Malfoy en vez de durmiendo abrazada a Ron.
Y me encantaría poder responder todas esas preguntas, pero las olvido cuando veo a cierto rubio con una sonrisa arrogante en el rostro esperándome apoyado en el marco de la puerta. No sé si soy yo o es él, pero lo cierto es que uno de los dos, o quizás los dos quién sabe, avanza rápidamente hacia otro hasta fundirse en el otro componiendo un abrazo.
– Sabía que vendrías –susurra a mi oído.
– ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabías? –pregunto divertida.
– Weasley está dormido –responde amargamente. Rompo nuestro abrazo para mirarlo a la cara con una ceja enarcada. Me sorprende verlo con esa expresión de amargura–. ¿Acaso crees de veras que si estuviera despierto habrías venido?
– No lo sé –le contesto sinceramente, mientras entramos en su habitación. Cierra la puerta tras él y yo sonrío al descubrir que su habitación es igual que la mía, sólo que con los colores de su casa–. Puede que hubiera venido, aunque Ron estuviera despierto... –susurro débilmente.
– ¿Ah, sí? –asiento–. Lo dudo, la verdad, Granger. No encuentro ninguna explicación lógica a que pudiendo estar con él, prefieras estar conmigo –conviene él.
– Yo tampoco le encuentro ninguna explicación lógica, pero a veces me pasa –le confío en un estúpido balbuceo.
Me giro para mirarlo a la cara. No parece dispuesto a darme una respuesta, porque probablemente no sabe qué decir. Me siento algo estúpida por haberle confiado semejante cosa y me arrepiento de habérselo dicho... Da un paso y me lo he encuentro a una distancia menor de la que esperaba. Me escruta con la mirada, la cual es tan intensa que por un momento tengo la sensación de que puede ver incluso lo que esconde la delgada tela de mi camisón. Avergonzada, me cubro con las manos. Él se da cuenta y se ríe. Ahora soy yo la que lo examina. Cuando lo he visto no me he dado cuenta, pero aún va sin camiseta. Ahora, bañado por la luz de la lámpara de techo, me vuelve a parecer bastante perfecto en lo que al aspecto físico se refiere, por lo que deduzco que no depende de la luz su belleza, sino que es realmente bello bajo cualquier tipo de condiciones. Me ruborizo ante mis propios pensamientos. Sigo recorriéndolo con la mirada y contengo el impulso de recorrer con la yema de mis dedos los huesudos recovecos de su cuerpo. Detengo mi mirada en su antebrazo izquierdo donde aún sigue tatuada la Marca Tenebrosa. Sin poder contenerme esta vez, recorro con mis dedos el tatuaje. Se le erizan los vellos de la zona de la piel que van dibujando mis temblorosos dedos. Miro hacia arriba para encontrarme con su mirada y veo que tiene el rostro contorsionado por algo así como dolor o sufrimiento o una mezcla de ambos.
– Se te ha puesto la piel de gallina... ¿Te duele? –le pregunto en voz baja.
– No –contesta secamente, apartando mi mano bruscamente con una sacudida.
– ¿Entonces por qué me has apartado la mano?
– Porque no me gusta que la vean y mucho menos que la toquen –dice cubriéndose el tatuaje con la mano–. No es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso.
– Tampoco es algo de lo que ahora tengas que avergonzarte. Ya es parte de tu pasado –digo tratando de animarlo.
– Te equivocas, Granger, te equivocas. Aún causa estragos en mi presente. Jamás tendré las mismas oportunidades que los que no habéis sido mortífagos –dice sin perder la calma.
– ¿Crees que en un mundo dominado por mortífagos yo, que soy una sangre sucia que ha luchado contra ellos a muerte, tengo más oportunidades que tú, que has sido mortífago? –pregunto con un ligero matiz de ironía.
– Un mortífago que los abandonó en plena batalla –especifica él.
– ¿Acaso está mal el que los abandonaras? A mí no me lo parece, la verdad. De hecho, abandonar a Lord Voldemort en plena batalla sin importarte las consecuencias me parece un acto heroico –me sincero.
– ¿Heroico en qué mundo, Granger? ¿En el de los gilipollas que os esforzabais en combatir el poder de Voldemort y de los mortífagos?
– En el mío –él baja la mirada y la clava en mí. Exasperado y algo nervioso tal vez, cabecea para zafarse de mi mirada. Se encamina hacia el sofá.
– Por favor, dejemos el tema –me ruega él, antes de sentarse en el sofá. Lo sigo y me siento a su lado sin apartar la mirada de él.
– Vale, dejémoslo ya –sentencio.
A pesar de que se supone que hemos zanjado el tema, mantiene la mano cubriendo el tatuaje. La aparto con mi mano y vuelvo a recorrerle el tatuaje con la yema de mis dedos. Él, confundido y algo reconfortado quizás, se deja hacer. Se le pone la piel de gallina, mas esta vez no pregunto por qué, pues a mí también se me ha erizado el vello de la mía. Noto que me tiemblan un poco los dedos cuando se van acercando a la palma de su mano. Mis dedos llegan a la palma de su mano y sigo con mi recorrido hasta llegar a los suyos. Cuando comienzan a descender, de repente cierra los suyos entorno a mi mano y me sobresalto. Mueve los dedos de modo que los acaba enlazando con los míos. Los miro absurdamente sorprendida. ¿Me late el corazón más rápido o me lo estoy imaginando?
– ¿Sabes qué? Hoy he descubierto cosas bastante interesantes –dice de repente.
– ¿Como qué? –pregunto un tanto confundida por su repentino intento de mantener una conversación conmigo. Me sorprende ver que nuestros dedos aún están juntos. Casi puedo notar que me arden al contacto con su piel.
– Aquí no hay micrófonos ni cámaras. Ni aquí ni en ningún lado que puedan violar nuestra intimidad. Sólo hay micrófonos y cámaras en los balcones, en los pasillos y en las zonas comunes. Me sorprende la información que me aporta el rubio, pero más aún me sorprendo al reconocer que ni siquiera me había planteado la existencia de éstas mientras estaba con él. ¿Será que... ya no... me importan... las cámaras...? ¿Será que... comienzo... a hacer... las cosas... sin tener en cuenta el plan...? Me estremezco. ¿Y si... Malfoy... tuviera razón...? No... comenzaría... a sentir... cosas... por el rubio, ¿verdad? No las habrías comenzado a sentir ya, ¿no?
Más me sorprendo a mí misma cuando soy incapaz de responderme.
– ¿Y cómo lo has descubierto? –le pregunto estupefacta.
– Me lo ha contado Slughorn, me ha tocado como mentor. La verdad es que es relativamente fácil sacarle información al viejo –dice entre carcajadas–. Me bastó contarle que me gustas para que me contara dónde podía estar contigo sin que ellos me grabaran. A todo esto, ¿quién te ha tocado como mentor?
– McGonagall...
– ¿No me jodas, Granger? –pregunta con los ojos como platos.
– Sí... Está tan cambiada... No parece la misma persona. Deberías escucharla hablando. Parece una de ellos –comento algo preocupada.
– ¿Tanto ha cambiado? –asiento–. Slughorn sigue siendo influenciable y algo gilipollas –dice entre carcajadas. Acompaño a su risa con la mía. Después adopto rostro de seriedad y digo:
– En serio, deberías ver a McGonagall. Insinúo que todo esto era bueno para nosotros, para darnos cuenta de que jamás se ha podido combatir el poder del mago más potente de la historia de la magia. A mí sinceramente me da algo de miedo –me estremezco.
Me pasa un brazo por el hombro y yo me acurruco en su pecho, lo cual provoca en mí un nuevo estremecimiento. Levanto la mirada y rápidamente, cuando me doy cuenta de que él también me está mirando, la bajo, pues no soy incapaz de sostener su penetrante mirada grisácea.
– ¿De veras os ha dicho todo eso? –asiento–. Joder, qué locura. ¿Qué le han podido hacer?
– Tengo una teoría...
– ¿Qué teoría? –dice él invitándome a seguir contándole.
– Le han podido hacer un Obliviate para que olvide aquello que los mortífagos deseen, han podido transformar sus recuerdos y transmitírselos a través del pensadero. Quizás le hayan hecho creer que desde siempre ella ha estado de su parte.
– ¿Es eso posible?
– No lo sé. Quizás ni siquiera sea posible, pero es lo único que se me ocurre.
– Sea posible o no, es una muy buena idea. También podrían estar usando la maldición Imperius –propone él.
– Ya. Es lo primero que pensé, pero es demasiado arriesgado, pues cualquier fallo en la maldición y McGonagall podría volver en sí con todos los conocimientos previos y los adquiridos en el tiempo compartido con los mortífagos. Podría rápidamente ponerse en contacto con los pocos aurores que quedan y comunicarlo, supongo. Quizás podrían iniciar un ataque –me arrepiento de contarle todo esto, cuando soy consciente de que él es parte de la franja enemiga–. No debería haber contado todo esto... –susurro ininteligiblemente.
– No te preocupes, no voy a contar nada. Puedes confiar en mí, Granger –me asegura dándome un ligero apretón en el brazo.
– Yo ya confío en ti, Draco. Sólo hace falta que confíes tú en mí para que lleguemos a ser amigos –digo atreviéndome a mirarlo a los ojos.
– ¿Crees que si no confiara en ti te habría contado ayer en la Torre de Astronomía todas aquellas cosas sobre mí? –me pregunta con una ceja enarcada.
– No lo sé.
– Pues sí confío en ti –dice él esbozando una tímida sonrisa. Noto cómo me tiembla el pulso cuando le tomo de la mano.
– Entonces supongo que se puede decir que somos amigos, ¿no? –digo con una sonrisa, mientras recorro con mis dedos las líneas de su mano.
– Supongo que sí –suspira. ¿Por qué suspira? ¿No está conforme con tener una amistad conmigo? ¿No quiere tenerla? Siento una punzada de dolor justo en el centro del corazón al descubrir que soy la única que disfruta con nuestra relación.
– Ahora que somos amigos –comienzo a decir titubeando–, quiero preguntarte algo.
– Dime –dice fríamente. Levanto la vista para leer su mirada e intentar comprender por qué parece repentinamente tan alicaído, pero tiene los párpados cerrados.
– Has dicho antes que no hay cámaras, ¿no? –él asiente–. Entonces, si no hay cámaras, ¿por qué me has invitado a tu habitación? Nada de lo que hagamos aquí contribuirán en el plan –se remueve incómodo y guarda silencio durante unos instantes. Parece que he tocado un tema del que no le gusta hablar, pero finalmente me responde:
– Ojalá lo supiera, ojalá lo supiera –susurra débilmente y aún con los ojos cerrados, se aproxima hacia mí y me deposita un beso en la frente.
Noto que me arde la cara allí donde ha posado sus labios, pero no me atrevo a dejar de recorrer las líneas de su mano, así que me aprieto contra él con más fuerza y no insisto en encontrar una respuesta más concreta. Yo tampoco sé por qué decidí antes venir a pasar parte de la noche con él y como él mismo ha dicho, ojalá lo supiera. Decido que es mejor no darle vueltas, así que cierro los ojos y me acomodo en su pecho. No sé ni cuándo ni por qué ocurre, pero acabo sumiéndome al sueño una vez más acunada por sus brazos y acariciada por sus dedos, que recorren temblorosamente mi brazo.
Supongo que mañana tendré que darle una explicación a Ron de por qué no he dormido en su habitación, pero ahora mismo me da igual. Estoy demasiado cómoda durmiendo en los brazos del hombre que tantas veces he considerado mi enemigo.
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