Hambre
– Hola, Granger. ¿Podemos hablar? –me pregunta educadamente.
– Eh... No sé, Malfoy. Creo que es mejor que lo dejemos para otro momento –le respondo finalmente con una sonrisa afable.
– ¿Por qué? Me dijiste que hablaríamos después de los entrenamientos, que tenía que aclararte algunas cosas que no comprendías sobre lo de esta mañana, ¿no? –dice en un hilo de voz.
– Ya, pero ahora mismo no me apetece hablar sobre el tema. Además, ya está todo aclarado con Ron, así que no creo que sea necesario que me aclares nada.
– Me parece genial que hayas arreglado las cosas con Weasley, pero eso no significa que las hayas arreglado conmigo, así que creo que deberíamos hablar sobre ello –mantiene un tono de voz bastante bajo, a pesar de que parece molesto.
– Sí, quizás deberíamos hablar sobre ello, pero no ahora. Ya hablaremos en otro momento –prometo.
– ¿En otro momento cuándo, Granger? ¿En el arena cuando estemos a punto de matarnos? ¿Ése será el momento para hablar de todo esto? –dice ahora demasiado alto. Tanto que le chisto para que baje el tono de voz.
– No, quizás mañana. Déjame que lo asimile y ya hablaremos sobre ello.
– ¿Para que asimiles el qué, Granger? –aprieta la mandíbula.
– Todo.
– ¿Y qué es todo? –me inquiere confuso.
– Todo lo que ha pasado.
– ¿Y qué es supuestamente lo que ha pasado? –no respondo–. En serio, no entiendo nada y estoy empezando a cansarme de que no me aclares nada de lo que dices.
– Pues ya sabes, si te molesta, puedes marcharte de aquí en cuanto quieras. O mejor, me marcho yo.
Me aparto bruscamente del quicio de la puerta en el que permanecía hasta ahora recostada y hago amago de cerrarle la puerta en la cara. Él mete un pie en el hueco que queda entre la puerta y el marco de ésta impidiendo que dicha se cierre.
– No te atrevas a cerrarme la puerta en la cara, Granger.
– Oh, claro que me atrevo –aplasto la puerta lo máximo que puedo contra su pie. Él de una patada aleja la puerta de nosotros.
– Para ya, joder, deja de actuar como una estúpida niña de quince años –dice ya cabreado–. Sabes perfectamente que vengo en son de paz, con intenciones claras de pedirte perdón por lo que ha pasado esta mañana con la pulsera y de aclararte todo lo que necesites, así que no me obligues a arrepentirme de haber venido –trata de calmarse.
– ¡Y yo te he dicho ya que no tengo ganas de hablar del tema ahora mismo, joder!
Y es verdad. No quiero hablar sobre el asunto de la pulsera ni sobre lo de esta mañana, porque ahora mismo, con el peso de la mirada de Malfoy sobre mí, estoy segura de que no tendría fuerzas para rechazarlo, para decirle una vez más que no vuelva a dirigirme la palabra; estoy segura de que me aferraría a cualquier estúpida y absurda excusa que justificara su comportamiento para poder seguir disfrutando de una amistad que realmente sólo existe en mi cabeza. Así que no. No puedo hablar con él. No puedo ceder después de todo.
Intento volver a cerrar la puerta y nuevamente el chico interpone el pie entre la puerta y el marco de ésta. Le piso el pie con todas mis fuerzas y él reprime un grito de dolor. Le da una nueva patada a la puerta con tanta fuerza que por un momento creo que va a partir la puerta. La ha abierto de par en par. Él me agarra del brazo y me arrastra sin soltarme hacia el interior de mi habitación. Una vez estamos dentro de la habitación, cierra la puerta tras nosotros de una patada. Sigue sin soltarme y su agarre comienza a hacerme daño, así que comienzo a forcejear con él tratando de zafarme de dicho agarre. Malfoy responde empotrándome contra la primera pared que encuentra. Me suelta de una vez por todas, mas está tan pegado a mí que apenas tengo espacio para alejarme de él. Sin embargo, sí consigo llevarme las manos a la zona dolida, movimiento que lo acompaño con mi mirada, la cual la desvío hacia dicha zona. Él me cubre la cara con sus grandes manos y me obliga a desviar la mirada de mi brazo hacia él. Lo desafío con la mirada y percibo la ira que expelen sus ojos cuando comprende que sigue empecinada en no hablar con él.
– ¿Sabes? Me da igual si tienes ganas o no de hablar conmigo –me susurra en el oído–. Vamos a tener esta conversación de todos modos. Y de hecho, vamos a tenerla ahora mismo, porque yo no he venido aquí para perder el tiempo, he venido para hablar contigo.
– No quiero hablar contigo en este preciso momento –bufo y lo empujo para alejarlo de mi oído–. ¡Y no puedes obligarme a que lo haga!
– Uf, estás rozando los límites de mi paciencia, Granger –se llevo los dedos al puente de su nariz y lo aprieta con sus dedos haciendo círculos, como si le doliera la cabeza–. ¿Me puedes decir de una jodida vez por qué demonios no quieres hablar ahora mismo conmigo?
– No –pues por supuesto no pienso reconocerle que es porque siento una ligera debilidad hacia él y tengo miedo de que cualquier excusa me sea suficiente para perdonarlo.
– ¿Sabes? Yo no tengo la capacidad de aguante de Weasley, así que se acabó. Me doy por vencido. Lo he intentado por las buenas. Ahora vamos con las malas –me agarra la cara con las manos y me obliga a mirarlo. Me encuentro con sus ojos fríos de color tormenta y siento que mi corazón se congela ante dicha mirada–. Te voy a decir exactamente qué es lo que vamos a hacer: ahora vamos a hablar sobre todo lo que he pasado, vas a pedirme explicaciones si lo crees necesario, yo voy a dártelas si me apetece y si mis explicaciones no te convencen, entonces podrás pedirme que me vaya. Mientras que sigas tratando de evadir esta conversación, sólo vas a conseguir cabrearme más y perder el tiempo, porque sabes que tarde o temprano hoy vamos a hablar –el tono de voz que emplea es duro e inflexible. Una gota de sudor frío me desciende por la nuca, antes de declarar con firmeza y algo de enfado:
– ¿Sabes qué? ¡Hablemos! ¡Vamos a hablar, joder! –grito ya fuera de mí–. Pero que sepas que no voy a hacerlo, porque me hayas obligado ni porque me apetezca, sino porque quiero acabar ya de una vez por todas con esta estúpida conversación. Y para tu información, no vamos a hacer lo que tú digas, sino lo que diga yo, que es lo siguiente –él contempla estupefacto cómo comienzo a asumir el control de la conversación–: Vamos a hablar, te voy a pedir explicaciones, voy a escuchar tus excusas, que por descontado no voy a creer, y te vas a ir a tu habitación cabizbajo, porque has de saber que si tus excusas no son lo suficientemente creíbles como para justificar todo lo que ha pasado, acabaré con el plan –lo amenazo. En ningún momento, había pensado llegar a tal extremo, pero me ha dolido el modo del que me ha hablado y éstas son las consecuencias: si no me da una explicación convincente a por qué me ha engañado, acabaré con el plan.
– ¡¿Estás loca?! ¿Como que se acabó el plan?
– ¡Como lo oyes! –aparto sus manos de mi cara con hosquedad.
– ¡Pero no puedes hacer eso, joder! ¡No puedes destruir el plan así porque sí! –grita él exasperado–. Además, ¿qué tiene que ver el plan con lo que se supone que he hecho?
– Me has traicionado y ya no confío en ti. Es fácil de entender. Si no confío ya en ti, ¿cómo voy a poner mi vida a merced de tu confianza?
– ¡¿Que te he traicionado?! ¡¿Pero qué dices?! –pregunta descolocado. Yo me carcajeo quedamente ante su comentario. Pero qué hipócrita.
– No te hagas el sorprendido. ¡Me has engañado, Malfoy! ¡Anoche te aprovechaste de la estúpida confianza que deposité en ti para quitarme la pulsera cuando dormía! ¿Y todo para qué? ¡Cómo no! ¡Para que Ron se enterara de que anoche dormí contigo, nuestra relación se tambaleara y el plan siguiera adelante! –le reprocho.
– Eso no es del todo cierto...
– ¿Ah, no? ¿Acaso no me quitaste la pulsera? –pregunto indignada.
– ¡Por supuesto que te la quité! –confirma sin titubear. Yo abro la boca sorprendida. ¿Pero cómo se puede tener tanta cara? ¿Cómo puede decírmelo así tan tranquilo?–. No voy a intentar engañarte diciéndote que se te cayó y que me la encontré ni nada por el estilo, porque es totalmente cierto que te la quité –continúa diciendo–. Lo que no es del todo cierto es que lo hiciera por el plan... Aunque he de decir que si lo hubiera hecho por el plan, no tendrías derecho a recriminarme nada, dado que es lo que acordamos: hacer que el triángulo amoroso pareciera creíble.
– Una cosa es hacer que el triángulo amoroso parezca creíble y otra cosa muy diferente es provocar una pelea entre Ron y yo para ello.
– No es demasiado difícil provocar una pelea entre vosotros, si se me permite decirlo –dice con una sonrisa torcida–. Os peleáis por cualquier estupidez. Una pelea más, una pelea menos...
– ¿Y qué? Si nosotros nos peleamos es... por nuestra propia voluntad... no porque nadie se meta de por medio y cree una pelea –trato de explicarle–. No tienes derecho a inmiscuirte en nuestra relación por el plan, eso no lo acordamos en ningún momento–le recrimino.
– ¿Y qué más da si lo acordamos o no en el plan? Ya te dije antes que no lo hice por el plan...
– ¿Entonces para qué demonios me robaste la pulsera sino era para el plan? ¿Para qué querías que Ron se enterara de que ayer dormí en tu habitación? ¿Acaso tenías algún interés en provocar una pelea entre Ron y yo? –le inquiero muy confusa. Más allá del plan, no hay ninguna otra explicación que tenga cavidad en la lógica y que explique lo que ha hecho.
«¡Oh, vamos, Hermione! ¡Sé que tú también los has notado! ¡Le gustas! ¡Y la verdad es que me jode bastante que le gustes, porque tú eres mi novia y él está intentando alejarte de nosotros, está intentando romper con todo lo que nos ha costado tanto trabajo crear!»Reproduzco las palabras de Ron en mi cabeza. ¿Y si...? ¿Pero en qué demonios estoy pensando? Es imposible que lo haga porque sienta algo por mí y quiera alejarme de Ron, ¿verdad? Él me mira con fijeza, dispuesto a darme una respuesta:
– ¡Lo hice para hacerte ver que no tienes derecho a utilizarme y que si te crees con dicho derecho, te equivocas! ¡Nadie jamás utiliza a Draco Malfoy, es él quien usa a los demás!
– Espera, espera... ¿qué?
Me quedo unos instantes en silencio meditando su respuesta hasta que comprendo que lo ha querido decir. Así que... ¿es por orgullo? ¿Ha tratado de vengarse de mí provocando una pelea con Ron para tratar de compensar el hecho de que se siente utilizado? Bien es cierto que sólo quedo con él cuando sé que Ron no va a enterarse, pues me da verdadera pánico su reacción, pero ¿qué más le da a él eso? ¿Qué demonios le importa si quedo con él sólo cuando tengo la certeza de que Ron no se va a enterar? Nosotros sólo somos aliados, así que... ¿por qué habría de molestarle el hecho de que lo utilizara? ¿Tanto hiere su ego el mero hecho de que una sangre sucia como yo lo utilice? ¿Es cuestión de principios? No, no puede ser. No me encaja para nada. ¿A tal extremo es capaz de llegar por principios? Definitivamente, no. No me cuadra.
Habría una explicación lógica a todo esto si... si... si yo le gustara... Podría haberse puesto celoso, pero siendo sincera conmigo misma, es tan improbable, por no decir imposible, como que McGonagall vuelva a estar cuerda que Malfoy sienta algo por mí. Así que sin dudarlo, descarto esa hipótesis rápidamente y elaboro una nueva teoría mucho más convincente y por supuesto mucho más probable... Y lo más probable es que lo haya hecho por el plan y seguramente así habrá sido. Seguro que lo ha hecho por el plan pero cuando ha oído que estaría dispuesta a abandonarlo si no me convencían sus explicaciones, ha tratado de arreglarlo de algún modo inventándose esta enrevesada idea que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Orgullo, principios, forma de ser? Me parece una manera muy pobre de justificar lo que ha hecho.
– Así que... pretendes que me crea que... todo esto... es por tu orgullo, ¿no? –él asiente–. Pues lo siento pero no me lo trago.
– ¿Qué es exactamente lo que no te tragas? –pregunta con una ceja enarcada, un tanto exasperado.
– ¡Nada de esto! Lo siento, pero nada de lo que me has dicho tiene lógica alguna.
– Ah... No tiene lógica nada según tu modo de ver las cosas, ¿no? –veo la vena de su cuello bastante marcada. Está bastante cabreado, a pesar de que trata de contener su furia delante mía.
– No, no tiene lógica desde mi punto de vista.
– Bien pues intenta mirarlo desde el mío –propone en un tono de voz que destila una mezcla entre odio y orgullo–. Desde mi punto de vista, tiene una absoluta y legítima lógica que quiera vengarme por orgullo, tiene lógica que me sienta utilizado... ¿O acaso no tiene lógica que quiera vengarme por orgullo? ¿No tiene lógica alguna que me sienta utilizado? ¡¿No tiene lógica alguna que odie que trates de ocultarle a Weasley que vienes a mi habitación?!
– ¡No! ¡No tiene lógica, joder!
– ¡Sí la tiene, Granger! ¡Soy un Malfoy y lo último que permitimos los de mi familia es que los demás nos utilicen! –su tono de voz sostiene tanta altanería, tanta firmeza, tanto orgullo al hablar de su familia, que comienzo en cierto modo a creerme sus palabras–. ¡Somos nosotros quienes rezamos de egoístas y manipuladores, no el resto! ¡Soy yo el que debería utilizarte, soy yo el que debería manipularte a mi antojo, no tú!
– Ah... Así que es eso... –ahora sí parece encajarme todo–. Te jode que te traten como tú has tratado a los demás toda tu puta vida, ¿no, Malfoy?
– ¡No! ¡Eso me importa una puta mierda, Granger, no me importa nada! Quizás si fuera otra persona, sí me importaría que me utilizaran y no lo permitiría, pero... pero... –se lleva las manos al pelo, desesperado, y se aleja de mí caminando por la habitación en círculos. En una de sus caminatas, se detiene frente a mí. Vuelve a tomarme la cara con sus manos y me dice–: ¿Sabes lo que me jode, Granger? ¿Lo sabes? ¿A qué no? –habla tan rápido que se le atropellan las palabras–. ¡Me jode que seas tú precisamente la que me trates como yo he tratado a los demás toda mi puta vida, Granger, éso es lo que me jode!
– ¿Y en qué difiere que sea yo la que te utiliza o que sea otra persona? ¿Acaso no heriría tu ego igualmente? –pregunto confundida. Lo cierto es que no estoy entendiendo nada de lo que estamos hablando–. Ah, claro, ahora lo entiendo. Es porque soy inferior a ti desde tu punto de vista ideológico, ¿no? ¿Es porque yo soy una... sangre...? –comienzo a decir un tanto afligida. Pensaba que esa etapa ya la habíamos pasado. Esa etapa en la que era una vergüenza para él relacionarse conmigo.
– ¡No seas estúpida, Granger, no tiene nada que ver con eso! –me corta en seco.
– ¿Y entonces con qué tiene que ver? ¿Por qué te jode tanto que sea yo la que te trate supuestamente del mismo modo que tú tratabas antes a los demás? –demandó intentando sacárselo.
– Pues... me jode... porque... bueno... tú eres... la primera persona de la... con la... que... eh... –balbucea ininteligiblemente. No encuentra las palabras.
Su fría mirada se derrite cuando se encuentra con mis ojos chocolates, los cuales expresan lo que siente mi corazón: un enorme nerviosismo y unas desquiciadoras dudas.... ¿Qué es lo que va a decirme? ¿Por qué parece tan nervioso? ¿Por qué titubea tanto a la hora de decírmelo? ¿No será que...? No será que... yo le gusto... ¿verdad? ¡Oh, por Merlín, Hermione, eso es tan improbable como que Ron lea Historia de Hogwarts! Y aunque mi ser está convencido de que no es nada probable, mi corazón sigue manteniendo una esperanza que no debería existir. ¡Joder, tengo novio! ¡No debería ilusionarme ante la expectativa de que Malfoy se me declare, no debería tener la esperanza de que sea así! ¡Joder, no debería tener ganas de que diga que siente algo por mí! Y sin embargo, las tengo. Tengo ganas de saber si siente algo por mí, algo como lo que yo misma comienzo a sentir por él, algo parecido a un cariño especial que me invita cada instante a querer estar con él.
– Tú eres... la primera... –su voz suena titubeante, mas me saca de mis ensoñaciones. Sigue tratando de explicarse una vez más–: es decir... eres... algo así... como... mi primera amiga de verdad –dice finalmente y por una parte me siento aliviada, porque por fin ha dicho algo, pero por otra parte me siento indescriptiblemente decepcionada–. Pero eso no cambia el hecho de que sea una persona fría, orgullosa y calculadora. Eso no cambia el hecho de que si alguien me la juega, yo se la devuelva. Por eso, cuando anoche estuvimos juntos y mencionaste que Weasley no sabía nada de nuestro encuentro, no pude evitar enfadarme. No hay cosa que odie más que el hecho de que eres incapaz de reconocer delante de la Comadreja que muchas veces prefieres pasar el rato conmigo en lugar de con él. Anoche, mi orgullo salió a relucir de la peor de las maneras y traté de hacerte daño del mismo modo que me lo habías hecho tú. Sabía perfectamente que Weasley era lo que más te dolía, así que intenté hacerte daño por esa parte –boqueo intentando decir algo, pero soy incapaz de decir palabra alguna–. Sé que para ti el orgullo no justifica nada de lo que he hecho, pero es una parte de mí que no puedo controlar y si vamos a ser amigos, has de saberlo.
– A veces hay que ceder un poco y dejar el orgullo de lado con los amigos –comento yo en un hilo de voz.
– Y así ha sido contigo, ¿o no? ¿Acaso no he perdido el concepto de orgullo que tiene mi familia por el simple hecho de que seamos amigos? Fíjate si he perdido el orgullo contigo, que, con tal de que volvamos a ser amigos, estoy aquí como un idiota tratando de ganarme tus disculpas, suplicándote un perdón –sonríe débilmente. Yo le devuelvo una sonrisa triste.
Me noto la garganta totalmente cerrada y percibo que algunas lágrimas almacenadas en las cuencas de mis ojos parecen estar dispuestas a caer por mis mejillas en cualquier momento. Quizás antes me dolió un poco el asimilar que no le gusto nada a Malfoy. Sin embargo, ahora mismo ha desaparecido el dolor y si estoy a punto de llorar es por la euforia. Me ha sentado genial el saber que para Malfoy soy tan especial casi como él es para mí. Amigos... Suena tan bien que no puedo ignorar más las ganas de abrazarlo, así que sin pensármelo dos veces y pasando mis manos alrededor de su cintura, me fundo en él, en su pecho, en un cálido abrazo que derrite su fría fortaleza y que él corresponde un tanto cohibido. Noto que le tiemblan los brazos al pasar su manos por mi espalda, así como percibo los escalofríos que recorren ésta ahora que sus manos se han posada en ella. No quiero seguir cabreada con él. Y ya no sólo es que no quiera, sino que es que dudo que pudiera seguir enfadada con él.
– No tienes que ganarte las disculpas... –comienzo a decir en un débil susurro–. Disculpas aceptadas –sonrío.
– En cualquier caso, me gustaría que supieras que... –carraspea antes de continuar–: que lo siento... Granger... –susurra en mi oído en un tono de voz sincero que a mí se me antoja extremadamente seductor y que hace que se me erice el vello de la nuca–. También, quería decirte que... es muy probable que haya cosas que no... que, bueno, que no te encajen... o que no entiendas... pero... estoy seguro de que... algún día... lo entenderás –me aparto un poco de él y lo miro a los ojos con una ceja enarcada. ¿Qué ha querido decir con eso?
No tengo tiempo de meditar la respuesta a dicha pregunta cuando oigo carraspear a alguien detrás de mí. Rompo definitivamente el abrazo y me giro para ver a la persona que me ha obligado a romper dicho enlace. Es Ron, evidentemente, que acaba de salir de la ducha y contempla la escena con ira. Espero a que haga algo: golpear a Malfoy, reprocharme a mí el haberlo dejado entrar en la habitación, intentar echarlo... No sé, algo. Sin embargo, no hace nada. Se queda callado, respira hondo varias veces y al cabo de unos segundos me comunica amablemente:
– Sólo venía para informarte que me voy a dormir, Hermione –abro la boca sorprendida. ¿Es que ni siquiera va a pedirme que Malfoy se vaya? Se acerca a mí y me da un dulce beso en los labios, justo antes de susurrarme al oído–: Sabes que hay un hueco en mi cama para ti esperándote, ¿verdad? –suelto una risita nerviosa–. Buenas noches, pequeña –me da un nuevo beso muy cortito y se marcha a su habitación.
– ¿De qué va todo esto? –pregunta Malfoy, mientras camina hacia la nevera. Sin pedir permiso, la abre, toma una manzana y comienza a comérsela a bocados, mientras anda ahora hacia el sofá.
– ¿A qué te refieres?
– No sé... ¿A Weasley, quizás? –dice irónicamente–. ¿Te has fijado? ¡No me ha pegado, ni insultado y ni siquiera me ha tratado de echar! ¡Y estábamos abrazándonos, joder! ¿Qué demonios le pasa? –parece terriblemente sorprendido.
– Ah, ¿eso? Yo tampoco sé muy bien de qué va la cosa. Lleva todo el día un tanto raro. No sé, hace un rato cuando traté de explicarle por qué pasé la noche en tu habitación, tampoco me pidió demasiadas explicaciones –él esboza una mueca. Parece que le molesta que esté todo el rato tratando de justificarle a Ron mis escapadas con él.
– Pues qué raro –parece ligeramente molesto aún por mi comentario.
– ¿Sabes qué hay aún más raro que el comportamiento de Ron? –Malfoy enarca una ceja, invitándome a que se lo diga. De un salto, se arroja al sofá para acomodarse justo después. Me siento a su lado, mas no demasiado cerca–. Que seas bueno en camuflaje. Eso sí es raro, no me lo esperaba para nada –digo con una sonrisa, cambiando de tema de conversación.
– Ah, ya. Soy increíble, lo sé.
– Eres un maldito creído, Malfoy –digo sin poder reprimirme.
– Bah. No soy tan modesto como para tratar de negarte que soy bueno en algo. Estaría tratando de engañarte si te negara que soy todo un artista –bosquejo una sonrisa ante su comentario y finalmente sin poder reprimirme suelto una risita. Él me mira y frunce los labios a modo de sonrisa–. Sé que te encantó que convirtiera tu brazo en una rama... ¿Sabes? Me recordaste a un arbusto... Entre el pelo y las ramas de los brazos... Ya sabes...
– Gilipollas –lo insulto un tanto cabreada. Me ruborizo ante su comentario y, aunque trato de aparentar que me da igual su comentario, no puedo sentirme afectada, así que disimuladamente trato de adecentarme el pelo. Él evidentemente se da cuenta y me aparta la mano de mi propio pelo, para impedir que lo adecente. Entonces, comienza él a peinármelo con delicadeza.
– ¡Pero qué inocente eres, Granger, por Salazar! ¡Es una broma! –dice él divertido–. En realidad, me gusta bastante tu pelo. Te hace parecer una verdadera leona. Ya sabes, Gryffindor y todo ese rollo de los leones –su halago anula por completo mi ligero cabreo, pero en cambio no arregla el rubor que tiñe mis mejillas de rojo, sino que por el contrario lo empeora. Ahora me noto la cara arder–. Eres una verdadera leona, leal y valiente –comenta él con una cálida sonrisa de diversión que no me encaja para nada en sus frías facciones, pero que sin embargo lo hace parecer mucho más guapo que de costumbre–. Valentía que por cierto has demostrado en los duelos con esa chica... mmm... ¿Delacour? –pregunta. Me sorprende que no recuerde su nombre. ¿Acaso él no se había fijado en ella como el resto de los chicos?
– Sí. Gabrielle Delacour.
– Vaya, pobre chica. Tuvo que acabar destrozada... Vaya paliza que le diste. Le sacaste bien las garras, eh, leona –comenta divertido–. ¿Hizo algo que te molestó demasiado?
– En realidad... sí –respondo después de unos instantes de duda. Quizás a Malfoy no le haga demasiada gracia que hable de Ron, pero aun así lo hago–. Le ha echado el ojo a Ron –noto que efectivamente no le gusta que hable de él, cosa que se demuestra en sus facciones, las cuales se crispan ligeramente durante unos segundos. Decido cambiar de tema–: Pero éso da igual. No sólo me he batido en duelo hoy, ¿sabes? He hecho muchas más cosas.
– ¿Ah, sí? ¿Por ejemplo? –me pregunta cortésmente.
– Pues he practicado también primeros auxilios, lo cual se me da realmente bien, ¡y he estado en el taller de armas muggles! ¡Soy penosa con las armas! ¡Deberías haberme visto con el arco! Daba verdadera pena...
– He oído que se le da bastante bien a Weasley el arco, ¿no?
– Sí. Mejor que bien, diría yo.
– Nos vendrá bien en los juegos. El arco es bastante útil para cazar animales. De este modo, al menos tendremos garantizado comer todos los días –comenta en un tono de voz que es una mezcla de fastidio y alegría–. Yo hoy estuve también practicando con las armas. Estoy seguro de que no hay nadie en los juegos tan bueno como yo con las armas blancas. Apuñalé a unos veinte clovek tanto desde distancias cortas como desde distancias largas.
– ¿Cómo se te puede dar bien cosas tan opuestas como el camuflaje, que es algo que requiere mucha precisión y delicadeza, y las armas, que es algo violento y para nada delicado? La verdad es que he de reconocer que me encajas mucho más como un luchador nato que domina las armas, que como un artista que hace unos camuflajes impecables.
– No lo sabes todo de mí –dice, como si esa respuesta solventara mis preguntas.
– ¿Y qué tiene eso que ver?
– No es ningún secreto que soy una persona sangrienta y que soy bueno luchando, peleando hasta la muerte. No es ningún secreto que... soy... un asesino –acaba por decir. Trato de protestar, pero él me manda a callar–: Sin embargo, puedo ser bastante delicado cuando quiero –dice en un tono de voz que me hace dudar que en este caso se esté refiriendo al camuflaje.
Pasa su mano por mi pelo y posa la palma de su mano en mi mejilla. Las yemas de sus dedos la recorren con delicadeza, ternura, suavidad, y ya no me cabe duda de que no está hablando en ese caso del camuflaje. Abro la boca para tratar de decir algo, pero he perdido el hilo de la conversación. Me es difícil pensar en algo diferente a la calidez que me transmite su mano.
– Por ejemplo, soy bastante delicado con las obras de arte que colecciono –clava sus ojos en mí y me recorre con la mirada de un modo que me hace sentir como si yo misma me tratara de una de las obras de arte que él asegura coleccionar. Lo miro embelesada–. Me gusta mucho el arte. ¿Sabes? Tengo una gran colección de cuadros y esculturas en mi casa y también pinto algún que otro cuadro en mis tiempos libres. Soy bastante bueno, o al menos eso dicen los afortunados que han tenido el privilegio de apreciar mis obras –se halaga a sí mismo.
– Con tu apariencia cualquiera lo diría. No te pega para nada pintar cuadros...
– A ti tampoco te pega ser una rata de biblioteca, considerando tu apariencia –lo miro confundida. ¿Ha sido eso un piropo? Vaya. Me ruborizo sin poder evitarlo–. Pero ya ves. Nadie es lo que aparenta ser –se levanta del sofá con una sonrisa pintada en su rostro.
– ¿Te vas ya? –digo yo imitándolo.
– Es tarde –se encamina hacia la puerta.
– Yo aún no me voy a acostar, así que si quieres puedes quedarte un rato más aquí hablando conmigo –le propongo, dado que ahora mismo no tengo ganas de irme a dormir y me apetece seguir hablando con él un rato más. Camino tras él hasta la puerta, en cuyo quicio se recuesta.
– Me quedaría, pero estoy cansado –me corta.
– Ya, claro. Es normal... Hoy ha sido un día largo para todos.
Agacho la mirada, un tanto avergonzada, ante su negativa. Él toma mi barbilla con sus dedos y me fuerza a levantar la vista.
– Quizás mañana –me esperanza él justo antes de bostezar.
– Sí, quizás mañana –digo sin demasiado entusiasmo.
Él se aproxima hacia mí y, antes de que pueda asimilarlo, su boca se encuentra a poco centímetros de la mía. Por un momento creo que sus labios van a terminar encontrándose con los míos y siento un revoltijo de sentimientos ante dicha posibilidad, sentimientos que van desde el deseo hasta la desaprobación. Finalmenten, posa sus labios en mi mejilla, casi en la comisura de mi boca. Unas inquietas criaturas aletean en mi estómago, nerviosas. Si Malfoy moviera los labios sólo unos centímetros... No quiero ni pensarlo... No es justo para Ron siquiera que me plantee que podría pasar algo semejante entre Malfoy y yo. Así que me apartó de él y tras una precipitada despedida, cierro la puerta dejándolo tan confuso como estoy yo en estos precisos momentos.
Me dejo caer contra la puerta y me siento en el suelo tratando de organizar mi mente, mientras oigo los pasos de Malfoy alejándose en dirección a su habitación. Malfoy... Suspiro al pensar en él y en lo confusos que están volviéndose mis sentimientos hacia él desde hace unos días. ¿Cómo habrían sido las cosas si nunca hubiera aceptado participar en el plan? Mucho más fáciles, seguro. Eso sí, me habría perdido muchas cosas, como conocer al verdadero Malfoy, a ése que sólo se deja ver en ocasiones muy puntuales o como todos estos sentimientos que comienzo a experimentar hacia él, y que aunque me causan muchos comederos de cabeza, también me hacen sentir genial cuando estamos juntos. Sí, definitivamente las cosas habrían sido más fáciles, pero no tan gratificantes. Entonces, ¿qué habría pasado si nunca hubiera aceptado participar en el plan? ¿Habría conocido a Malfoy de todos modos? Puede que sí o puede que no. Aunque no sé. En cierto modo, estoy convencida de que finalmente nos habríamos acabado conociendo, estoy segura de que él habría usado su poder de convicción para hacerme aceptar el plan y así inevitablemente nos habríamos conocido. ¿Y qué habría pasado si nunca se le hubiera ocurrido a Malfoy el plan? O, ¿y si se le hubiera ocurrido pero no me hubiera incluido? Entonces ya sí que no lo habría conocido seguro. ¿Habría pasado algo entre Ron y yo? Puede que sí, aunque seguro que no habrían sido las cosas tan precipitadas, pues en cierto modo Ron y sus celos hacia Malfoy han precipitado las cosas, han forzado a Ron a actuar para no perderme y en ese aspecto siempre le estaré agradecida a Draco. ¿Quién sabe sino cuánto tiempo habría tenido que pasar para que Ron se hubiera atrevido a dar el primer paso?
– Creía que te habías marchado con el Hurón –me sobresalto al escuchar la ronca voz del chico en el que pensaba hace apenas dos segundos.
Me incorporo y esbozo una sonrisa cuando descubro el liso pelo de Ron más enmarañado que de costumbre. Parece que acaba de despertarse por culpa del portazo. Se acerca a mí y me olvido automáticamente de Draco y las dudas de mis sentimientos hacia él. Ya pensaré en ellas cuando Ron no ande cerca, las dejaré para consultarlas con la almohada.
– Oh, no. Él se ha marchado a dormir ya, está bastante cansado –me justifico.
– ¿Te has peleado con él después de que yo os viera abrazaros? –pregunta él con un brillo esperanzador en los ojos.
– No, ¿por qué?
– Porque estaba a punto de quedarme dormido cuando me ha parecido oír un portazo... Creí que lo habías echado de la habitación o que él se había marchado cabreado. Además, te he encontrado recostada sobre la puerta con la mala cara y he pensado que os habíais peleado o algo así –me explica. Yo hago una mueca. Se ha dado cuenta. Comienzo a buscar una excusa que parezca convincente, cuando él dice de repente–: Bueno, da igual. No quiero presionarte, si no quieres contarme lo que ha pasado no importa, sólo me estaba asegurando de que ese gilipollas no te había hecho daño y no tenía que ir a romperle la cara.
– No, tranquilo. No nos hemos peleado ni nada por el estilo.
– Ah, bueno, si no os habéis peleado, no importa. Sólo me preocupa que tú estés bien, ¿lo estás? –asiento–. Pues entonces da igual.
– ¿Por qué estás tan diferente? –pregunto confundida.
– ¿Diferente? –enarca una ceja.
– Sí, diferente... Hace apenas unas horas cualquier estupidez que hiciera o me dijera Malfoy parecía afectarte muchísimo y ahora, en cambio, parece darte exactamente igual todo, incluso parece carecer de importancia para ti que me abrace. ¿Qué ha cambiado?
– No ha cambiado nada. Sigue importándome y molestándome tanto como antes, es sólo que delante de él no voy a demostrar nada, porque es la reacción que busca. Él quiere hacerme daño desde mi punto débil, que eres tú, me di cuenta esta mañana cuando pasó lo de la pulsera. Busca provocarme, estudia mis reacciones. Ya sabes que Malfoy es una persona muy calculadora, probablemente todo esto lo haga para saber a qué atenerse. Está buscando el mejor modo de provocarme aquí para después usarlo en juegos. Él está seguro de que si en los juegos me provoca abrazándote, besándote o algo parecido, me lanzaré contra él. Él aprovechará mi ataque para matarme, porque él sí lo tendrá previsto –dice en un tono de voz sombrío, pero seguro–. Sin embargo, no le voy a dar el gusto de ponérselo tan en bandeja. Voy a tratar de contenerme en la medida de lo posible delante suya y no le voy a dar la ocasión de verme flaquear. Le voy a hacer cuestionarse si de verás ha encontrado mi punto débil y le voy a obligar a cambiar de estrategia... –sus afirmaciones suenan contundentes, firmes, maduras. Tanto es así que incluso me asusta.
No parece el mismo Ron joven e inseguro de siempre, sino ese nuevo y más adulto Ron que sólo se muestra vez en cuando. Un Ron que me gusta mucho, porque me hace sentir que nuestra relación cada vez está más consolidada, que nuestra relación, al igual que nosotros mismos, está madurando.
– Ya... En lo personal, me parece una idea muy madura y bastante acertada –concuerdo con él–. No entres en su juego. No merece la pena.
Gruñe más para sí mismo que como respuesta a mí algo como «Mira quién fue a hablar», acto seguido suspira y camina hacia mí. Me abraza con tanta fuerza que en cuestión de segundos dando por sentenciada la conversación.
– Olvidemos al Hurón un ratito, ¿vale? –me propone. Me limito a asentir.
Mientras me abraza, yo me dejo empapar por su embriagador olor, me dejo acunar por la suave textura de su piel, me dejo embaucar por su dulce y cálida esencia, me dejo llevar por mis ganas de estar con él... Cierro los ojos y todo lo que puedo sentir es él. Aspiro con fuerza y todo lo que puedo oler es su fragancia. Palpo la piel de Ron y ardo en deseos en fundirme en él. Deposito mi cabeza contra su pecho y todo lo que oigo es el latir de su corazón. Beso con mis labios la piel de su pecho y todo lo que puedo percibir es... una vez más... su piel, su sabor, su olor, su textura... Todo lo que puedo percibir es él... Me separo y lo miro a los ojos. Como ocurre siempre que me encuentro con sus ojos, un indomable fuego se apodera del control de mi cuerpo. En mí, se enciende un fuerte e incontrolable apetito, una poderosa hambre, que me invita a beberme hasta la última célula de su cuerpo, a fumarme hasta el último rincón de su epidermis... Mi estómago gruñe de deseo por él y no es el único que parece arder en deseo por él, todo mi cuerpo parece sumido a ese fuerte apetito que me invita a entregarme a Ron de una vez por todas. Lo beso en los labios con deseo, con ganas, con fiereza, con intensidad e incluso con necesidad, pues mi cuerpo identifica a Ron como una verdadera necesidad. Trato mediante mis besos mostrarle la necesidad que me consume y es que necesito perder la cordura con él, necesito acariciarlo y que me acaricie, necesito sentirlo mío y sentirme suya, necesito compartir cama con él y no dormir en toda la noche...
El estómago vuelve a gruñirme ante mis propios pensamientos ahora. Abro los ojos y veo que parece tan entregado como yo, de modo que comienzo a mordisquearle los labios para hacerle saber que lo deseo ahora mismo más que a nada en el mundo. En uno de esos pequeños bocados, tiro de su labio inferior con ganas para atraerlo hacia mí e invitarlo a sentir el fuego que ha tomado rienda suelta en mi cuerpo. Él comprende rápidamente lo que pretendo mostrarle, puesto que él está sumido al mismo fuego que me consume a mí. Ambos ardemos en un mismo fuego... Pienso y entonces comprendo que todo este tiempo he estado equivocada al creer que el fuego me consumía. No existe un fuego que nos consuma a ambos, en realidad somos Ron y yo la fuente de dicho fuego, somos nosotros los que emanamos llamas cuando estamos juntos, los que provocamos el incendio... Y por eso no existe modo alguno de apagarlo... O quizás sí existe, tal vez exista un único modo que es consumir ese fuego o lo que es lo mismo, consumiéndonos a nosotros mismos. Y en realidad eso es lo que llevo queriendo desde hace algún tiempo, sólo que no había sido tan consciente de ello hasta hoy, cuando ya esa consumación se ha tornado casi en una necesidad. Porque sí, necesito que Ron me consuma hasta el punto de que no haya oxígeno suficiente en el mundo para devolverme el aliento que él mismo me robe. Necesito llegar a un estado de éxtasis tan apoteósico que haga desbocarse al pulso de mi corazón. Necesito de una vez por todas sentir sus manos en mi cuerpo, sus labios en mi cuello y susurros de mi nombre en mi oído... Lo necesito todo de él, yasí se lo hago saber tirando de su labio inferior con mis dientes una vez más. Él reacciona rodeando mi cadera con sus manos y apretándome contra sí con tanta fuerza como le es posible, ciñe tanto mi cadera a la suya que dudo que haya espacio siquiera para pase el aire. Si bien hasta ahora había sentido necesidad, ahora que percibo perfectamente cada una de las partes de su cuerpo, siento algo superior a la necesidad que dudo siquiera que pueda expresarse con las palabras. Y entonces, como me suele ocurrir siempre que estamos juntos, comienza a sentir esa extraña necesidad de librarme de tanta ropa suya como me sea posible, mas hoy no tengo demasiada ropa para quitar, ya que Ron ahora mismo sólo porta la parte de abajo del pijama... Decido no quitársela, de momento. Aun así le hago saber mis deseos implícitamente mordisqueándole la oreja. A juzgar por su reacción, comprende qué es lo que deseo. Me coge en brazos y me lleva en volandas hasta el dormitorio más cercano. Me deja caer con rudeza, sin preocuparse por si puedo hacerme daño, mas no me molesto pues lo comprendo a la perfección: la situación no está como para detenerse a pensar en ese tipo de detalles. El fuego, el hambre, las ganas, la necesidad cada vez son más patentes. Tan pronto como estoy en la cama, tiro de su cuello para atraerlo hacia mí con fiereza. Él se deja caer sobre mí y me besa en un principio con un salvajismo, una ferocidad más típica de animales que de personas, pero que yo acepto encantada. Son besos perfectos para la situación. Poco a poco, la intensidad de los besos va descendiendo, hasta que finalmente los besos fieros y pasionales se transforman en besos cortos y dulces. Me frustro al pensar que aquel maravilloso recital de besos pudiera acabarse, mas pronto sus labios se trasladan a mi cuello, confirmando así que el recital no acaba más que empezar. Percibo sus labios apretados contra mi cuello, descendiendo en una armoniosa línea recta a través de él, mientras busca la cremallera de mi uniforme de entrenamiento con las manos. Rápidamente la encuentra y la desabrocha hasta zafarse por completo de la parte de arriba del uniforme. Y aunque todavía llevo puesta la camiseta básica del uniforme, el descenso de la cantidad de ropa se hace notable, pues percibo con mayor precisión el torso de Ron sobre el mío. Ron sigue besando y mordisqueando mi cuello, mientras que yo me abro paso con mis dedos hacia su zona abdominal y la tanteo. Percibo que él se estremece, lo cual genera en mí un deseo tan fuerte que me aventuro a conocer nuevos lugares de su cuerpo que hasta ahora no había tenido el privilegio de conocer. Aparta los labios de mi cuello cuando se da cuenta dónde se halla mi mano y me mira a los ojos con un nuevo matiz de hambre que jamás había visto en sus ojos. Es entonces cuando sé que no hay vuelta atrás y ¡por Merlín, yo tampoco estaría dispuesta a volver a atrás ahora! Ahora que este ardiente apetito se cierne sobre nosotros, ya nada de lo anterior es suficiente, pues son gestos insaciables, incapaces de satisfacer dicha hambre. Así que optamos por acelerar el ritmo de nuestros movimientos al compás de nuestras respiraciones que cada vez son más irregulares, así como al compás del incremento de temperatura que cada vez es más bochornosa. Tanto es así, que estoy segura de que la atmósfera que nos rodea ahora mismo a Ron y a mí es tan extremadamente abrasadora que podría incendiar sin duda alguna a cada uno de los árboles existentes en el mundo. Rápidamente, el pelirrojo se libra de mi camiseta y de mis pantalones, mientras besa mis labios. Yo también me zafo de los suyos con una facilidad y una gracilidad pasmosa, que intuyo que ha surgido de la necesidad, pues estoy segura al cien por cien de que si todo esto no fuera algo casi necesario, mis movimientos serían mucho más torpes. Estamos en ropa interior y sé que ya no queda nada; que pronto estas prendas desaparecerán y que una vez que éstas desaparezcan, el resto llegará solo. Antes de entregarme a él por completo, examino maravillada sus facciones y acaricio con dulzura su pelo naranja. Me enamoro una vez más de los desordenados mechones de pelo que caen en su frente, de su acogedora sonrisa, de las pecas que decoran sus mejillas, de su suave piel, de su nariz larga y recta...
Y entonces me encuentro con sus ojos, azules como el cielo, como el mar, como un sinfín de lugares preciosos, pero que jamás poseerán la belleza del color que poseen los ojos de Ron... Lo miro a los ojos y veo que él también me está contemplando con dulzura. Trato de fundirme en sus ojos, penetrar hasta su mente y averiguar qué ve él en mí y qué contempla con tanta turbación. Me frustro, porque no consigo atravesar sus ojos, no consigo abrirme paso a través de su mente, pero sin embargo me conformo con saber que hay algo en mí que le produce tal sensación. Vuelvo a mirarlo a los ojos y ya no descubro en sus ojos ternura sino el mismo apetito que siento en la boca de mi estómago. Permanecemos unidos por nuestras miradas unos segundos, pero pronto rompe nuestro contacto visual para establecer un tipo de contacto físico mucho más complaciente. Sus manos recorren mi cintura desde el borde de mis bragas hasta el sujetador, a la vez que sella dicho terreno con sus labios. Se desliza de abajo arriba, en busca de mi escote. Una vez posa sus labios ahí, traslada sus manos hasta mi espalda y busca el broche del sujetador. Lo quita y yo, un tanto avergonzada, me cubro con las manos. Nunca antes he estado de este modo con un hombre y, aunque tenga ganas de todo con Ron y éste me transmita mucha seguridad y confianza, es imposible no sentir vergüenza. Él me mira confundido, sin entender a qué se debe esta pérdida de inseguridad tan repentina.
– Puedes volver a ponértelo... si quieres... –balbucea algo nervioso y avergonzado Ron.
– No... no... –trato de decir–. No importa. Es sólo que... bueno... nunca he estado así con nadie... y... y... –la voz se me quiebra del puro nerviosismo.
– ¿Te da vergüenza? ¿Es éso? –pregunta él. Yo asiento–. No tienes que tener vergüenza conmigo de nada, Hermione... –su voz transmite ahora tanta seguridad que no puedo evitar emocionarme–. Somos casi como hermanos, ¡aunque gracias le doy al cielo de que no lo seamos! –ambos nos reímos ante su comentario y me siento ya mucho más segura–. De todos modos, puedes ponértelo si te hace sentir mejor –me propone de todos modos.
– No –digo firmemente.
– ¿Estás segura? –me pregunta ahora, sin saber muy bien si se refiere al hecho de no querer ponerme el sujetador o a lo que está a punto de pasar.
– Jamás he estado más segura de algo en toda mi vida –contesto en cualquier caso.
Tomo sus manos y las traslado hacia el lugar donde estaban hace un segundo las mías y hace apenas unos minutos mi sujetador. Él me mira ruborizado y abre la boca, en un amago de decir algo. Finalmente, la cierra, prefiriendo no decir nada, y nos fundimos en un apasionado beso en su lugar. Poco a poco la atmósfera, que yo con mi inseguridad por unos instantes había quebrado, vuelve a recuperar su abrasador efecto. Y es entonces cuando entre beso y beso, caricia y caricia, nos permitimos descubrirnos el uno al otro al completo zafándonos de nuestras últimas prendas, para después consumar de una vez por todas el fuego que durante tanto tiempo nos ha consumido...
– Buena suerte. Seguro que lo haces genial –le deseo a Malfoy, justo antes de que se marcha a su muestra de habilidades, dándole un abrazo, que él me corresponde con no demasiado entusiasmo.
– De eso que no te quepa la menor duda –dice con arrogancia, justo antes abrir la puerta de la sala de espera en la que nos hallamos y se marche caminando en dirección al centro de entrenamientos.
Una vez que cierra la puerta, vuelvo a ocupar el sitio en el que descansaba previamente. Me siento al lado de Ron en una de las sillas que hay en la antesala donde esperamos a que llegue la hora de la muestra de habilidades. Nada más sentarme, me toma la mano. Miro nuestras manos entrelazadas y sonrío feliz. Siento un cosquilleo que comienza por la punta de mis dedos pero que se va extendiéndose por todo mi cuerpo. Desde ayer, tengo los sentimientos a flor de piel y cualquier gesto, roce, caricia, beso, sonrisa o brazo que me dedique Ron me hace estremecer.
Después de todo lo ocurrido, no puedo evitar sentirme algo extraña, me siento como si hubiera crecido interiormente de repente. Me siento algo así como más mayor, más madura, más mujer. Y así se lo noto a él también. Parece mucho más seguro de sí mismo y también parece tener más seguridad hacia mí misma. También lo noto feliz, aunque ¿cómo podría no estarlo? Yo me siento tan dichosa por haberlo hecho mío que estoy segura de que casi irradio felicidad a aquellos que están próximos a mí. Y supongo que él también se siente del mismo modo, pues destila felicidad por los cuatro costados, o al menos eso me dicen sus ojos, los cuales me miran con un brillo de expectación único. También ha cambiado algo en su mirada y es imposible no percibirlo. Ahora no sólo mira con cariño, con amor, con deseo, con respeto, sino que me mira como si fuera la cosa más interesante del mundo para él, me mira como si fuera la única persona del mundo que le importa, me mira como si estuviera dispuesto a protegerme por encima de todas las cosas. Me mira del mismo modo que me miraba en la batalla, cuando parecía dispuesto a interponerse entre un Avada Kedavra y yo para salvarme. Y sé que yo lo miro del mismo modo, porque yo también estaría dispuesta a enfrentarme a lo que hiciera falta para salvarle, porque en realidad es lo único que me importa ahora mismo, lo único que me queda aquí y que querría que me quedara algún día en un hipotético caso de que pudiéramos salvarnos ambos.
Nuestras miradas vuelven a encontrarse y me acaricia la mejilla. Recuerdo entonces el amanecer a su lado, el mejor amanecer que hemos compartido después de la mejor noche de nuestras vidas...
– No quería despertarte, lo siento –me dijo Ron en un dulce tono de voz cuando notó que me revolvía en su pecho y me frotaba los ojos.
– No me has despertado tú, ya estaba despierta. No te preocupes –abrí los ojos entonces y me encontré con sus lapislázulis, que me transmitían tanta calidez que pensé que me derretiría allí mismo.
Examiné cuanto se hallaba a mi alrededor y me encontré con mi cuerpo desnudo envuelto por unas delgadas sábanas. Miré en dirección a Ron y descubrí su cuerpo también sin ropa cubierto por las mismas sábanas. Y entonces como un cegador flash que me impedía ver otra cosa, los recuerdos de la mejor noche de mi vida impactaron contra mis ojos de modo que casi pude ver a modo de película lo que vivimos anoche. Fue así como lo recordé todo: la maravillosa noche que compartimos, las caricias, los roces, los besos, los abrazos, las ganas de apretarme contra él cada vez con más fuerza, la intensa y palpable atmósfera de deseo que nos envolvía... También recordé los nervios, la inseguridad, el dolor que sentí, la dulzura con la que trataba de calmarme y de cómo me calmó. Lo recordé todo y esbocé la sonrisa más radiante que había mostrado al mundo en mi vida mientras lo admiraba. Él también sonrió y me abrazó cariñosamente.
– Hermione... no... no te haces... una idea... de cuántas veces... he soñado con este momento... contigo –me susurró mi pelirrojo al oído, haciéndose eco de mis pensamientos.
Fui incapaz de responderle con palabras, pues tal era la éxtasis en la que me hallaba que me quedé sin ellas, pero sí le respondí con actos. Lo besé en los párpados, en las mejillas, en la nariz, en los labios, en la frente, en el cuello, en el pelo, en cada una de las partes visibles de su cuerpo y acto seguido me estrujé contra él con tanta fuerza que me quedé sin aliento unos segundos. Él pasó sus manos alrededor de mi cintura y nos quedamos así quién sabe cuánto tiempo.
– ¿En qué piensas que pareces tan concentrada? –me pregunta Ron sacándome de mis ensoñaciones.
– En el día de entrenamiento de hoy. Ha sido agotador, estoy exhausta –miento, porque McGonagall está sentada al lado nuestra.
Recuerdo la mañana en el centro de entrenamiento, después de un desayuno incómodo con la nueva McGonagall, y concluyo que realmente no le he mentido a Ron en nada. El día de entrenamiento de veras ha sido agotador y yo realmente estoy cansada. De hecho, sólo de recordar el frustrante entrenamiento de hoy, ya me entran ganas de irme a mi habitación y dormir tantas horas como me sean posibles...
Me concentré, tiré de la cuerda con tanta fuerza como pude, la flecha salió disparada y... fallé. Oh, claro que fallé. ¿Cómo no iba a hacerlo? Era pésima con el arco. Llevaba más de una hora en dicho taller y todo lo que había conseguido era frustrarme. Por más que me esforzara no servía de nada. No había dado en el blanco ni una sola vez y seguía intentándolo, sin darme por vencida. Sin embargo, cada vez que pensaba en lo terriblemente mala que era con el arco, me cuestionaba mi cordura preguntándome qué hacía todavía allí. Sabía de antemano que no iba a conseguir nada... pero necesitaba seguir intentándolo. ¿Qué iba a hacer sino en la muestra de habilidades? No era buena con ninguna de las armas muggles... Y dudaba muchísimo que tuvieran en cuenta las habilidades mágicas, dado que todos, unos más torpes y otros más hábiles, éramos magos. A estas alturas, no sabía aún qué iba a hacer en las pruebas de habilidades y dudaba mucho que consiguiera algo que sorprendiera lo suficiente para acatar la atención de los mortífagos y de los patrocinadores, lo cual significaba que probablemente nadie me ayudaría en los juegos. Pero bueno, éso no era lo único malo que traía consigo el no saber qué hacer en la muestra de habilidades: ¡sacaría una mala nota también! ¿Y si quedaba entre los peores puntuados? ¡Eso sí que sería horrible! Además de no ser ayudada por nadie, tendría una mala nota... ¿Qué podía haber peor? ¡Nada! Definitivamente, TENÍA que encontrar un arma que se me diera medianamente bien para no quedar demasiado mal...
Pasé la mañana entera intentando mejorar con las armas a larga distancia, porque a pesar de que se me daban medianamente bien a corta distancia, quería impresionar con un disparo o un lanzamiento a larga distancia. Siempre era mucho más impresionante el uso de armas a larga distancia que a corta distancia... En este taller, estuve bastante tiempo con Ivaylo Krum, que, para mi sorpresa, trató de ayudarme amablemente con sus formidables técnicas de lanzamiento y esgrima a manejar bien el arco, los cuchillos, las espadas y muchas otras armas muggles. Resultó ser un profesor formidable y una compañía bastante agradable, sin embargo acabé dándome por vencida y marchándome de dicho taller, cuando a la hora del almuerzo concluí que no iba a mejorar y que apenas me quedaban horas para practicar otras cosas que sí se me daban bien. Así que por la tarde trabajé en aquellas materias que sí se me daban bien.
Practiqué un rato en el taller de primeros auxilios, a sabiendas de que no me serviría para nada en la muestra de habilidades pero sí en los juegos, y curé a una chica mulata con el pelo rojizo y unos ojos azabache cautivadores llamada Rachel que resultó herida en un combate mágico contra un chico de otra escuela. Estuvimos un gran rato hablando y resultó caerme bastante bien. Cuando se despidió de mí, me despedí yo también del taller de primeros auxilios y me marché al taller de pociones. Allí, estuve un buen rato enfrascada en la creación de complejísimas pociones que aunque tampoco me servirían para la prueba, sí podrían serme útiles en el arena. Y el resto de la tarde lo pasé entre duelos mágicos, encantamientos y hechizos, lo cual se me daba bastante bien desde siempre.
En el duelo mágico, me enfrenté nuevamente a Gabrielle, mas en esta ocasión fue ella la que me propuso batirse en duelo conmigo, a diferencia de la tarde anterior, en la que fui yo quien se lo propuso. Echamos cinco duelos mágicos, de los cuales yo gané cuatro y ella tan sólo uno. Se marchó frustrada, mientras yo sin poder reprimirme esbozaba una sonrisa. Más tarde, en vista de que nadie parecía querer combatir conmigo, comencé a practicar con los clovek. Los batí a todos al instante. Acababa de terminar con uno de ellos, cuando oí a alguien que tras mí decía:
– Expelliarmus –y mi varita salió disparada de mis manos en cuestión de segundos.
Me giré sobre mí misma para ver quién acababa de efectuar dicho movimiento y me encontré al fanfarrón de Draco Malfoy, mirándome con una sonrisa de orgullo pintada en el rostro.
– Jamás, jamás, bajo ningún precepto, dejes de vigilar tus espaldas.
– Es de mal mago el atacar en un duelo por detrás –me defendí esbozando yo también una sonrisa divertida. Él, sin embargo, no dijo nada.
Se agachó y recogió mi varita, que se hallaba tendida en el suelo a pocos metros de él. Acto seguido, se acercó y me la proporcionó. Yo la cogí un tanto confundida, sin saber muy bien a qué había venido al taller. Como si me hubiera leído la mente, Malfoy comenzó a explicarme el motivo de su visita al taller:
– ¿Sabes? Después de verte ayer luchar contra la veela con tanta fiereza, me sorprendiste gratamente y me entraron unas ganas locas de batirme en duelo contigo. Nunca hemos tenido la oportunidad de hacerlo en Hogwarts, así que... ¿qué te parece? ¿Te batirías en duelo conmigo, Granger? –me preguntó con una sonrisa.
– ¿Lo dudas de veras, Malfoy? –y le solté un hechizo de improvisto, con el que comenzamos el primero de cuatro duelos mágicos.
Los cuatro duelos mágicos se desarrollaron uno tras otro con fluidez, con fuerza, sin compasión alguna, del mismo modo que lo hubiéramos hecho años atrás, cuando éramos enemigos. Los cuatro duelos se hicieron bastante cortos e insatisfactorios, porque no resultamos ganador ninguno de los dos, dado que uno ganó dos de los duelos y el otro los dos restantes. Probablemente hubiéramos seguido combatiendo con nuestras varitas, llegando así a un desempate, si el reloj no hubiera dado las seis...
Cuando el reloj dio las seis, Hitam Sihir, el mortífago encargado de los juegos, nos obligó a abandonar todos los talleres y nos llevó a una especie de sala de espera, en la que aguardamos a que nos llamaran para ir a la muestra de habilidades. Pasaron apenas cinco minutos, cuando un altavoz fue anunciando los nombres de los tributos que debían ir uno por uno a la muestra de habilidades. Primero fueron nombrados los de Durmstrang, que fueron marchándose uno por uno con una sonrisa de orgullo y de seguridad pintada en el rostro. El hermano de Viktor me guiñó un ojo justo antes de cerrar la puerta, mientras una enigmática y sombría sonrisa enmarcaba su rostro.
Después fueron yéndose las chicas del Instituto de las Brujas de Salem, las cuales no parecían ni de lejos tan seguras como los chicos de Durmstrang. Le deseé suerte a Rachel, la chica que curé en el taller de primeros auxilios, y ella me sonrió agradecida, mostrándome sus dientes blanquísimos. Esa chica definitivamente me caía bastante bien y estaba segura de que si no fuera porque tarde o temprano una o quizás ambas tendríamos que morir, podríamos habernos llevado bastante bien e incluso podríamos habernos hecho amigas.
Más tarde, se marcharon los chicos y después las chicas de Beauxbattons. Reconocí a Alaric, que fue el primero en marcharse y que le revolvió el pelo a Ron cuando este último le deseó suerte justo antes de que se marchara. Parecían haberse hecho verdaderos amigos en tan poco tiempo. También reconocí a la joven Gabrielle, la cual justo antes de salir me dedicó una mirada que destilaba más odio del que su cuerpo parecía capaz de cobijar. También le dedicó una radiante sonrisa a Ron, quien se mostró perplejo ante dicho gesto. Una vez se hubieron marchado, sólo quedábamos los tributos de Hogwarts y los de Mahoutokoro. Fueron los de Mahoutokoro los siguientes en marcharse.
Cuando el reloj marcaba las siete y cuarto pasadas, todavía quedábamos los ocho tributos de Hogwarts. Fue entonces cuando comencé a preocuparme porque no fuera a darnos tiempo de prepararnos para las entrevistas. Sin embargo, al minuto, llamaron al primero de los tributos de Hogwarts: Ernie. Poco a poco, fueron nombrando a mis compañeros y la sala se fue vaciando lentamente. Primero se marcharon los chicos de Hufflepuff, Ernie y Heidi. Más tarde, los de Ravenclaw, primero Michael y después Luna, que agitó la mano enérgicamente a modo de despedida. El último en marcharse fue Draco, al que abracé justo antes de que se marchara.
– Sí, sin duda hoy ha sido un día agotador –dice Ron haciéndose eco de mis pensamientos.
Son las siete y treinta y ocho minutos. Estoy sentada al lado de Ron y en frente de Daphne Greengrass, que se toca el pelo con nerviosismo. Lleva nerviosa toda la tarde, sin embargo desde que se ha marchado Draco parece aún más nerviosa, lo cual me parece totalmente lógico considerando el hecho de que ella será la próxima en tener que marcharse. Yo, por mi parte, estoy desquiciada. Es como si cada tictac del reloj me hiriera; con cada segundo que pasa siento un mayor nerviosismo y una presión tan fuerte que parece que me va a hacer reventar en cualquier momento.
– Estoy nerviosa –comento comenzando a morderme las uñas, cosa que no he hecho nunca–. Mi prueba de habilidades es en cuestión de diez minutos y no sé aún qué voy a hacer... ¿Tú lo has pensado ya?
– Supongo que tiro con arco. Es lo único que se me da bien. Tú podrías mostrarles tus habilidades en primeros auxilios, eres realmente buena curando a la gente.
– Dudo que les interesen mis habilidades en primeros auxilios. Tengo que hacer algún ataque ofensivo o algo así para que se interesen en mí. ¿Qué clase de patrocinador invertiría en alguien que no tiene ninguna habilidad ofensiva? –suspiro frustrada.
– Yo invertiría en ti... Eres la mejor bruja y sanadora del mundo –me halaga él tratando de animarme. Me da un apretón de manos y me siento ligeramente mejor, aunque no menos preocupada y nerviosa. Sigo sin saber qué hacer en la muestra de habilidades.
– Daphne Greengrass –anuncia el altavoz de la sala en la que nos hallamos. La chica se levanta con elegancia y sin dedicarnos siquiera una sonrisa, se marcha rápidamente.
– ¿Ya? –pregunto yo estupefacta–. Hace apenas tres minutos que se habrá marchado Draco. ¿No le habrá pasado...? –comienzo a plantearme, preocupada.
– No, Hermione, tranquila –me corta él–. Seguro que el Hurón está sano y salvo. Ya sabes la extraña habilidad que tiene él para salir ileso cuando las cosas se ponen mal –sentencia mi pelirrojo antes de sumirnos a un frío silencio en el que sólo consigo ponerme más nerviosa.
El segundero del reloj comienza a avanzar vertiginosamente y siento que cada cruel segundo que pasa es como un punzante dolor que me atraviesa el cerebro, el cual me estoy devanando en un desesperado intento de encontrar algo qué hacer en la muestra de habilidades. Siete minutos después de que se ha marchado Daphne Greengrass, el altavoz vuelve a hablar y reclama a Ron en el centro de entrenamientos para que muestre sus habilidades. El chico me abraza justo antes de irse y nos deseamos suerte mutuamente. Acto seguido, vuelvo a sumirme a mis pensamientos y comienzo a indagar en busca de una solución, de alguna habilidad física que se me diera especialmente bien y pudiera mostrarles a los mortífagos en la muestra de habilidades. Y entonces, sin saberlo en estos momentos, el que será mi salvación aparece...
– ¿Y Ron? Creía que estaría todavía aquí –dice Paolo nada más abrir la puerta–. Venía a...
– Debe marcharse, Paolo. Ya sabe que no tiene permitido estar aquí –lo interrumpe la profesora McGonagall. Ésta se pone entre la puerta y él para impedir que entre en la sala.
– Ya, ya –él la aparta con toda la facilidad del mundo y se acerca hacia dónde estoy yo sentada. Acto seguido toma asiento a mi lado y me dice–: Venía a desearos buena suerte a ambos para la muestra de habilidades, pero dado que Ron ya se ha marchado, pues te deseo toda la suerte del mundo a ti, Hermione –me guiña un ojo–. Bueno, cuéntame, ¿con qué nos vas a deleitar a todos en la muestra de habilidades? –me quedo en silencio–. No tienes por qué decírmelo si no quieres... Comprendo que quieras sorprender y no quieras decirme nada.
– No es éso...
– ¿Qué es entonces? –pregunta él con una ceja enarcada.
– Es que no sé todavía qué voy a hacer... –reconozco preocupada y nerviosa.
– ¿En serio? –parece sorprendido. Yo asiento–. ¿Quieres que te dé un consejo?
– Claro. Ahora mismo cualquier consejo o ayuda que me puedas dar es lo mejor que me puedes proporcionar –sonrío amargamente.
– Vale, pues éste es mi consejo: haz lo que se te dé mejor y llévalo al límite –yo lo miro con una ceja enarcada sin comprender muy bien a dónde quiere llegar. Él continúa diciendo–: Para ganarte a los patrocinadores, has de sorprender, así que haz algo por lo que te recuerden el resto de sus vidas –me guiña un ojo–. Ahora debería irme, no quiero que esa bruja de McGonagall me arranque los brazos por hablar contigo, aún he de prepararte para la gala y me gustaría conservar las manos para poder maquillarte, vestirte y arreglarte como es debido –se levanta de mi lado y camina hasta la puerta–. Lo harás genial, ya verás –cierra la puerta y se marcha.
Apenas han pasado diez segundos desde que se ha ido Paolo cuando el altavoz me nombra.
– Suerte, querida –me desea McGonagall cuando me levanto de mi sitio y me encamino hacia la puerta.
– Gracias –digo y cierro la puerta tras mi paso.
Comienzo a caminar a través de los pasillos y noto que con cada paso que doy, éste se hace cada vez más y más irregular, hasta el punto de que cuando me hallo frente a la puerta del centro de entrenamiento, siento las rodillas a punto de doblárseme y que estoy a punto de caerme. Sin embargo, saco fuerzas de la nada y llevo mi mano hasta el tirador de la puerta. La abro con pulso tembloroso y asomo la cabeza tímidamente para observar los cambios que presenta el centro de entrenamiento. Si bien antes parecía inmenso con sus múltiples talleres, ahora que está prácticamente vacío parece aún más grande. Al fondo hay un gran tablado, en el cual al menos diez mortífagos hablan y ríen animadamente alrededor de una larga mesa, que está cargada a más no poder de comidas y bebidas que a valorar por su aspecto son extremadamente caras. Reconozco a Hitam Sihir y a Umbridge, quienes hacen un brindis solo Merlín sabe en honor a qué.
– Hola, soy Hermione Granger, tributo de la casa de Gryffindor, Hogwarts –me presento nada más entrar, tratando de acatar su atención.
Ninguno me mira. Parecen no notar siquiera mi presencia y decido aprovechar la situación dada para examinar las herramientas y las armas que han puesto a disposición de todos para la muestra de habilidades. Busco desesperadamente por toda la sala algún utensilio relacionado con los primeros auxilios, sin llegar a encontrar nada. Siento que me quedo sin aire... ¿Ni siquiera voy a poder mostrar habilidades en primeros auxilios? ¿Qué haré entonces? De repente, se me ocurre que quizás podría demostrarles mis habilidades con el cuchillo a corta y media distancia. Cojo un cuchillo de los múltiples que reposan en la mesa y lo empuño en lo alto. Uno de los mortífagos me presta atención durante unos segundos, a pesar de que el resto me ignoran, decido presentarme nuevamente ante él:
– Hermione Granger, tributo de la casa de Gryffindor, Hogwarts.
Alzo el cuchillo y les voy cortando las cabezas a los clovek que hay a la espera de mi ataque. Cuando ya he despiezado tres clovek al menos, el único mortífago que me estaba mirando, aparta la mirada de mí un tanto aburrido y se une al resto de los mortífagos. Le arranco la cabeza a un cuarto clovek con una violencia que procede del propio cabreo que comienza a arderme en las venas. Ni siquiera la muerte sangrienta de dicho clovek acata la atención de los mortífagos. Me cabreo aún más cuando me doy cuenta de que he conseguido justo lo contrario a lo que me había dicho Paolo que debía hacer. No había hecho nada por lo que me recordara el resto de sus vidas... De hecho, ni siquiera me habían prestado atención. Haz lo que se te dé mejor y llévalo al límite. Para ganarte a los patrocinadores, has de sorprender, así que haz algo por lo que te recuerden el resto de sus vidas. Y entonces una brillante, pero arriesgada idea atraviesa mi mente en un agradecido momento de lucidez mental. Corro en dirección al lugar donde reposan las varitas y cojo una de ellas. Noto cómo rápidamente la varita establece un enlace conmigo y me responde como si me hubiera elegido a mí como su única dueña.
– Buenas noches, señores con túnicas que parecen haber decidido ignorarme. Espero que hayan disfrutado de su velada, porque éso se ha acabado –digo en un tono de voz amplificado gracias al hechizo Sonorus.
Algunos de los mortífagos me miran durante unos segundos con una ceja enarcado, con una mezcla entre confusión y desconfianza pintada en el rostro, y el otro tanto de mortífagos ni siquiera tiene tiempo de mirarme, pues cuando fijan la vista en mi dirección yo ya he desaparecido bajo una nube de humo creada por el hechizo Fumos. Antes de que se desvanezca el efecto de este hechizo, uso un encantamiento de empequeñecimiento sobre mí para hacerme del tamaño de apenas un pájaro e ipso facto creo uno desilusionador para camuflarme con el fondo. Una vez ha desaparecido la nube de humo, todos se miran confundidos, preguntándose por mi paradero, y segundos después cuando ya ninguno parece preocupado por dónde puedo estar, comienzo a sembrar el caos en el centro de entrenamiento. Con un Incendio, calcino la mesa frente a la que se hallaban los mortífagos y con ella arden todos los manjares de los que se estaban alimentando. Después, uso el hechizo Lapifors para convertir al único mortífago que me hacía caso cuando trabajaba con los cuchillos en conejo. Y ahora, utilizo el hechizo Tarantallegra para hacer que las piernas de Umbridge comiencen a moverse a una velocidad vertiginosamente divertida. Me río ante dicha estampa de buena gana. Todos me buscan con la mirada al oír mi risa, tratando de encontrarme y temiéndose qué es lo que voy a hacer ahora. Con un Oppugno, lanzo tres cuchillos, dos de ellos se quedan incrustadas en una pared cercana a un mortífago y el restante acierta a la túnica de dicho mortífago clavándola de este modo a su asiento. Todos están tan estupefactos que, a pesar de que sé que tienen recursos de sobra para detenerme, son incapaces de hacer algo para refrenarme. Comienzo a notar como el hechizo desilusionador así como el de reducción de tamaño empiezan a perder efecto, así que hago un Jaulío para encerrar en una jaula a todos los mortífagos restantes, a excepción de Hitam Sihir, a quien le hechizo con un Glacius, de modo que lo dejo congelado en el sitio. Justo después de formular dicho hechizo, recupero mi tamaño y ya no me camuflo. Todos me miran con una mezcla entre estupefacción, maravilla y enfado, y yo les dedico una reverencia. Deshago todos los hechizos uno a uno, con agilidad y rapidez y justo antes de que sean capaces de decirme algo, les repito:
– Hermione Granger, tributo voluntaria de Gryffindor, Hogwarts –entonces, hago un nuevo Fumos, dejo caer la varita en el suelo y antes de que desaparezca la nube de humo, me escabullo de la sala a toda velocidad.
Cierro la puerta y oigo las exclamaciones de sorpresa de los mortífagos. Nada más cerrar la puerta comienzo a lamentarme por lo que acabo de hacer. Seguro que ahora me tendrán en el punto de mira, intentarán matarme todo el rato y eso si tengo la suerte de que no me maten esta misma noche... ¿Cómo demonios voy a proteger así a Ron? ¡Por Merlín, ¿qué acabo de hacer?! No me da tiempo de responder esa pregunta, pues apenas la he formulado mentalmente aparecen Ron y McGonagall, quienes me esperan para ir a prepararnos para la entrevista.
– ¿Qué tal le ha ido, señorita Granger? –me pregunta curiosa la profesora durante el camino.
– Eh... no sé... –comienzo a decir.
– No se preocupe si no sabe cómo valorar su prueba. Después la veremos todos durante la entrevista, de todas maneras –dice ella animadamente.
– ¡¿Qué?! –exclamo horrorizada.
– ¿Qué le pasa, Granger?
– ¿Que qué me pasa? ¡¿QUE QUÉ ME PASA?! Que le he hecho miles de estropicios a todos los mortífagos y ahora los van a ver toda la comunidad mágica. Ahora los patrocinadores no sólo sabrán mi nota, sino que también verán lo que he hecho y entonces sin duda alguna no me apoyaran en los juegos. ¡Eso es lo que me pasa, señora McGonagall! –me gustaría decirle, mas me limito a encogerme de hombros y a comentar–: No me esperaba para nada que fueran a mostrarlo durante las entrevistas, eso es todo.
– Ah, vale... –dice ella poco convencida de mis palabras.
Ron me mira con una ceja enarcada, sin entender tampoco a qué se debe mi sobresaltada reacción. Yo le dedico una mirada que equivale a un después hablamos. Durante todo el camino hasta la sala de preparación de Paolo no volvemos a mencionar ni una sola palabra sobre las muestras de habilidades, sino que nos limitamos a soportar el entusiasmo de McGonagall ante la inminente llegada de los juegos... Me sorprendo a mí misma cuando descubro que, a pesar de que mañana empezarán los juegos, no me siento nerviosa o temerosa al respecto. En cierto modo, creo que ésto se debe a que apenas he tenido tiempo libre, con esto de los entrenamientos y los quebraderos de cabeza que me han dado Malfoy y Ron, para reflexionar sobre el hecho de que quizás en días esté muerta... ¿Cómo demonios se supone que debería sentirme al respecto? ¿Debería tener miedo? ¿Pánico? ¿Debería sentir dolor? No lo sé, porque no siento nada, ni miedo, ni pánico, ni dolor. Solo sé que es inevitable, porque voy a salvarlo a él, y el hecho de saber que él va a seguir con vida eclipsa a cualquier otro sentimiento negativo que pueda producirme el pensamiento de morir...
Sigo sumida a mis pensamientos cuando finalmente, llegamos a la habitación de trabajo de Paolo y éste nos acoge a Ron y a mí con una sonrisa pintada en el rostro. A su lado, una joven chica con el pelo rosa, una túnica a juego con su pelo y una piel muy morena nos sonríe también. Tiene unos enigmáticos ojos violeta que le resaltan tanto que le restan importancia al resto de sus facciones. Yo le dedicó una sonrisa un tanto forzada como respuesta.
– Señora McGonagall le rogaría que se marchara... Como comprenderá, tengo poco tiempo para trabajar y me gustaría aprovechar bien el tiempo, sin contar con presiones externas. Además, ya sabe que no debe verlos a ninguno de los dos hasta que no salgan al escenario –la echa Paolo con toda la amabilidad que le es posible.
– Seguro, Paolo –dice ella justo antes de retirarse.
– Esa vieja me saca de quicio con su simple presencia –comenta él despreocupadamente una vez se ha ido. Tanto Ron como yo sonreímos divertidos ante su comentario–. Bueno, pongámonos a trabajar en ti ya, preciosa, que no disponemos de demasiado tiempo. Uy, casi lo olvido –dice llevándose una mano a la frente–. Ella es Ilaria, mi ayudanta. Ayer no pudo estar con nosotros, porque nuestros queridos amigos, los mortífagos, estaban inspeccionándola en busca de una supuesta amenaza, pero hoy se encargará del aspecto de Ron, mientras yo me encargo de ti, preciosa –dice guiñándome un ojo–. Bueno, lo dicho, manos a la obra.
Paolo me ofrece su mano y yo la tomo encantada. Ilaria le sonríe a Ron y también le tiende la mano, invitándolo a que le acompañe. Él toma la mano de la chica poco convencido y ésta lo lleva a la zona derecha de la habitación, mientras Paolo me dirige a mi a la izquierda. A continuación, pronuncia un hechizo que desconozco y una delgada, pero opaca pared divide la habitación en dos.
– Es para que no podáis veros cuando estéis listos. Ya te he dicho que se supone que nadie debe veros hasta que no estéis encima del escenario –comenta él–. Bueno, dejémonos de charlas y pongámonos manos a la obra. Supongo que después de la exposición de habilidades necesitarás darte una ducha, ¿no? –yo asiento–. Bien, puedes usar cualquiera de los que hay ahí –dice cabeceando en dirección de los que yo creía hasta ahora probadores–. No tardes demasiado, he de depilarte y hacerte la manicura. Ten aquí tienes la ropa interior, Hermione. Me he tomado la libertad de tomarla de tu habitación. Supuse que estarías más cómoda con ella.
– No hay problema, gracias por pensar en ello. No tardaré más de un minuto, lo prometo –le aseguro con una sonrisa mientras cojo la ropa interior que me tiende.
Rápidamente me dirijo al probador-ducha y me desvisto. Lanzo la ropa de interior hacia fuera sin preocuparme por dónde pueda haber caído y me ducho tan rápido como puedo. Extiendo el gel por todo mi cuerpo con una esponja y lo aclaro en apenas treinta segundos. Tomo la ropa interior que me ha dado Paolo y me visto rápidamente. Salgo en ropa interior y aviso a Paolo de que ya estoy lista.
– Cincuenta y siete segundos –dice él con una sonrisa–. Más rápido de lo prometido –yo me río ante su comentario y él me acompaña–: Bueno, ahora vamos a depilarte y a hacerte la manicura, ¿qué te parece?
– Me parece genial aunque yo nunca jamás me he hecho la manicura –comento yo.
– Bah, no importa. Me preocuparía mucho más si nunca te hubieras depilado –ríe él ante su propio comentario y yo no puedo hacer otra cosa que acompañarlo.
Con un hechizo que desconozco, convierte su varita en una especie de puntero láser y empieza a depilarme en silencio primero las piernas, luego las ingles y más tarde las axilas, dejando así mi cuerpo libre de vello. Mientras me hace la manicura, ya sí mantenemos una conversación. Me cuenta entusiasmado el capítulo de por qué no estuvo ayer con nosotros Ilaria. Por lo visto, los mortífagos detectaron una sustancia que ellos creyeron veneno en uno de los perfumes que portaba la chica en su set de maquillaje. Estuvieron toda la tarde sometiéndola a un largo cuestionario, hasta que finalmente llegaron a la conclusión de que lo mejor era analizar los componentes de dicho perfume. Al final, resultó que lo que contenía dicho perfume era un tipo alcohol hechizado que atraía a los hombres, pero no tenía nada que ver con un veneno. En cualquier caso, ellos lo consideraron una especie de amenaza y la obligaron a tirar el perfume. Una situación tan absurda como la existencia de los mortífagos, pero que obligó a la chica a no poder asistir a la presentación de ayer.
Paolo termina de contarme el relato a la vez que acaba de hacerme la manicura. Me miro las uñas sorprendidas. No parecen uñas en realidad, sino más bien garras. Unas garras de un rojo tan intenso como el fuego, un rojo que llamea entorno a un cálido dorado que no tiene nada que envidiarle al oro. No me da tiempo a preguntar por qué mis uñas parecen garras de fuego, cuando Paolo me pregunta:
– Hablando de mortífagos, ¿qué tal te fue con ellos en la muestra de habilidades? ¿Qué te parece si me lo cuentas mientras te maquillo, preciosa? –me propone y yo asiento.
Cierro los ojos y Paolo comienza a maquillarme, tarea que le llevará mucho tiempo, tiempo que aprovecho para embarcarme en la historia de la peculiar muestra de habilidades. Paolo se muestra interesado y sorprendido durante todo el relato, mas cuando le cuento que hechicé a Hitam Sihir con un Glacius me halaga por mi valentía. Noto que ha acabado la base de maquillaje en el preciso momento en el que termino yo de contarle el desenlace de la historia. Él me felicita por mi actuación nuevamente. Aprovecho que ha terminado de untarme la base para abrir los ojos durante unos instantes, instantes suficientes para leer el verdadero brillo de admiración que destila su mirada. Sin embargo, rápidamente los cierro y sigue con el maquillaje. Me empolva la cara entera con una fina capa de maquillaje que supongo que me aportará un color de tez más vívido. Percibo un ligero cosquilleo en las mejillas, las cuales están siendo maquilladas por unas gruesas brochas. Después de unos cuantos segundos en los que Paolo parece debatirse ante algo, noto diferentes utensilios trabajar en mis ojos. Trabaja en ellos al menos diez minutos para después concluir con el maquillaje de los labios. Él me obliga a abrir los ojos y mirarlo. Esboza una sonrisa que supongo que significa que le gusta el resultado.
– Estás perfecta –dice él, con una sonrisa radiante–. Ahora vamos a pasar a trabajar con tu pelo. Creo que ya te lo dije el otro día, tienes un pelo estupendo. Se pueden hacer maravillas con él –yo me ruborizo ante su comentario–. Bueno lo dicho, vamos a ello.
Me siento en una confortable silla que, a diferencia de las sillas de las peluquerías muggles, no se haya frente a un espejo. En realidad, no hay ni un sólo espejo en la habitación. Si bien ayer había uno que se extendía de lado a lado de la pared, hoy ha desaparecido y es evidente que Paolo lo ha hecho desaparecer para que no pueda contemplar cómo me va preparando para la entrevista hasta que no esté lista por completo. Paolo retoma su trabajo nada más me siento la silla y, a pesar de que tengo el pelo húmedo, decide volver a mojármelo en un lavabo bastante parecido a los que se hayan en las peluquerías muggles. Me lo lava varias veces con productos etiquetados por nombres en italiano que a mí me resultan intraducibles. Una vez aclarado el pelo, comienza a secármelo con innumerables hechizos y extraños cachivaches mientras lo va moldeando a su gusto con cepillos automáticos. También, opta por usar un difusor muggle en varias ocasiones intuyo que para conseguir un mayor volumen en mi cabello. Está enfrascado en su trabajo, cuando de repente ante una de las paredes se materializa el logo de los Juegos de Sangre y acto seguido Hitam Sihir, que comienza a hablar sobre los juegos.
– Buenas noches a toda la comunidad mágica. Como ya todos habréis leído en el Profeta o habréis escuchado en cualquier medio de comunicación, hoy os vamos a deleitar con las entrevistas que le haremos a los valientes tributos que serán protagonistas del día de mañana, día en el que os recordamos que comenzarán la primera de las muchas ediciones que esperamos de los Juegos de Sangre...
– Una de las muchas ediciones –cita Paolo–. Maldito bastardo –su voz hace que la de Sihir pase involuntariamente en mi cabeza a un segundo plano–. Bah, da igual. Lo ignoraré. He de acabarte, chica. En apenas una hora y media te entrevistarán y aún me queda terminarte el pelo y enfundarte el vestido.
– ¿Cómo es? –pregunto con curiosidad.
– ¿El qué?
– El vestido, por supuesto. Tengo ganas ya de saber cómo es.
– Oh, es éso... Sintiéndolo mucho, no puedo decirte nada sobre él, salvo una cosa que sí puedo asegurarte: encaja contigo y con tu personalidad a la perfección y después de lo que me has contado hoy, estoy aún más seguro de que va genial contigo. Estoy deseando ver cómo te queda –me guiña un ojo y dice dando por zanjado la conversación–: Así que si quiero vértelo puesto pronto, he de terminar con tu pelo, preciosa.
Vuelve a sumergirse en su trabajo y yo me pongo a prestarle atención a la proyección para estar así al menos entretenida. Hitam Sihir está contándole a los espectadores, o sea, a toda la comunidad mágica, las normas de los juegos, el funcionamiento del centro de entrenamientos, la muestra de habilidades y lo qué podrán averiguar sobre los tributos durante las entrevistas. Una vez ha terminado Sihir de hablar, aparece una vez más el logo de los Juegos de Sangre y en cuestión de segundos se materializa ante mis ojos una nueva figura, que evidentemente me resulta conocida. Cómo no... Pienso nada más verla.
Su pelo rubio blanquecino, corto y ondulado, sigue siendo tan intenso como siempre, mas bajo la luz de los focos parece aún más blanco y también más brillante. Sus ojos azules mantienen ese matiz de interés y curiosidad y siguen escondidos bajo sus pequeñas gafas cuadradas, las cuales están dejadas caer sobre el final del puente de su nariz. Sus labios rojos siguen esbozando esa torcida sonrisa que la caracteriza. Sigue vistiendo además tan estrambótica como siempre, con todos esos colores mezclados en un caótica armonía. Sonríe ante las cámaras y dice felizmente:
– Bienvenidos a todos a las entrevistas –su voz sigue teniendo ese ligero timbre desagradablemente agudo–. Yo soy Rita Skeeter y esta noche tendréis el honor de compartir conmigo una maravillosa noche de emociones, confesiones, miedos, inquietudes y revelaciones justo antes de que tenga lugar el evento del año: ¡el comienzo de la primera edición de los Juegos de Sangre! –dice la periodista con una sonrisa en el rostro.
Se escuchan aplausos y vítores que trata de acallar Rita con la mano. Me pregunto dónde estará teniendo lugar dicho evento y si realmente hay un público escuchando las entrevistas o si en realidad los aplausos no han sido más que efectos sonoros. Miro a la pantalla y contemplo la sonrisa de oreja a oreja de Rita, mientras la gente sigue aplaudiendo. Suspiro, justo antes de decir en un tono tan bajo que ni siquiera Paolo percibe:
– ¿Quién iba a presentar esto sino ella?
– Bien sin más dilación, demos paso al primero de nuestros tributos –dice Rita Skeeter una vez ha conseguido acallar al pública–. Es de la escuela de Durmstrang y es hermano de uno de los chicos que participaron en el Torneo de los Tres Magos hace unos años... Él es... ¡Ivaylo Krum! –aplaude enérgicamente, mientras el chico camina hacia el escenario con paso decidido.
Viste una túnica de magos bastante sofisticada y en el pecho tiene estampado en grande y en color plata el escudo de su escuela de magia. Parece orgulloso de estar allí en representación de su escuela, lo cual encaja a la perfección con la lealtad que predica a su escuela. La Escuela de Durmstrang siempre ha tenido fama por la impartición de clases relacionadas con las Artes Oscuras y siempre se ha pensado que más de uno de los profesores fueron mortífagos en un pasado remoto. Si todo eso es cierto, es bastante probable que para ellos sea un honor estar allí, en algo que han organizado los mortífagos. Si a ello le sumamos el hecho de que son los que parecen estar mejor preparados físicamente que el resto de nosotros, estoy segura de que la mayoría de ellos están orgullosos de estar aquí y poder demostrar lo que valen.
La entrevista comienza a desarrollarse con fluidez y dejo de prestarle atención hasta un punto de la conversación en el que oigo cómo Ivaylo pronuncia mi nombre claramente en una de las frases que dice, mas no llego a incorporarme a tiempo para comprender por qué y sobre qué están hablando que guarda relación conmigo.
– ¿Hermione Granger? –pregunta Rita Skeeter, sorprendida–. ¿No es esa la chica que fue novia de Harry Potter?
– No sé si fuerrron novios o no, pero sin duda alguna es la chica de la que está enamorrrado mi herrrmano. Estuvierrron juntos durrrante cuarrrto currrso y fuerrron juntos al Baile de Navidad. Me sorrrprendió verrrla aquí, a ella y a ese pelirrrojo. Es ese pelirrrojo mi objetivo... En cuanto oí que había salido elegido, decidí matarrrlo. Mi herrrmano lo odió desde el momento en que Herrrmione comenzó a ignorrrarrrlo porrr él. Digamos que voy a aprrrovecharrr el estarrr aquí parrra saldarrr una deuda de mi herrrmano. Ese Weasley se la rrrobó, así que yo le rrrobaré la vida y porrr supuesto después ganarrré los juegos.
– Oh, por Merlín, ¿habéis escuchado eso? –dice dramáticamente dirigiéndose al público–. ¡Parece que ya han comenzado las rivalidades, y eso que aún no han empezado los juegos! ¡Ronald Weasley ya tiene un rival directo, después le preguntaremos qué le parece! ¡Un rival que asegura que ganará los juegos cueste lo que cueste! Bueno, bueno. Por lo pronto vamos si nuestros patrocinadores van a ayudarte a ese objetivo que te has fijado, que es ganar los juegos. ¿Quieres verte en la muestra de habilidades? –Ivaylo asiente con una sonrisa–. ¡Pues vamos a ello! –dice alegremente Rita.
Y acto seguido, la pantalla se funde en otra en la que muestran a Ivaylo desde diferentes ángulos, mostrando sus magníficas destrezas con las armas, destrezas que ya me demostró en el entrenamiento, cuando trató de ayudarme con ellas. Usa todas las armas que hay allí: cuchillos, arcos, espadas, arpones, lanzas... Y todas se le dan genial. Comienza a matar a cloveks a diestro y siniestro, sin compasión alguna, los despieza, los descabeza, los desnuca. Incluso en más de una ocasión se atreve a estrellar el cráneo de dichos seres mágicos contra el suelo y a rajarlos de arriba abajo. La imagen es casi vomitiva, así que aparto la vista durante el resto de la muestra de habilidades. Al cabo de unos minutos, la sangrienta muestra de habilidades acaba por fin y Rita aplaude enérgicamente. Krum sonríe alegremente, mas a mí no puede transmitirme otra cosa que miedo y ferocidad. Si biennunca me había transmitido buenas vibraciones, a pesar de que había tratado de tener una buena relación conmigo, ahora que sé que va a por Ron, ahora que he visto lo sangriento que es, ahora que he contemplado la posibilidad de que pudiera hacerle daño, simplemente lo detesto. Ya ni siquiera siento agradecimiento por lo de esta mañana.
– Bien, ¿quieres ver que puntuación te han dado nuestros mortífagos expertos en destrezas para sobrevivir en los Juegos? –Ivaylo asiente, muy sonriente–. Genial. Antes de dar la puntuación de Ivaylo, recordaros a todos que la puntuación está basada en lo que acabáis de ver y que va en una escala del cero al doce –le explica al público–. Bien, dicho esto, ¡procedamos a averiguar la nota de Ivaylo! ¡Ivaylo Krum, por lo enseñado en la muestra de habilidades obtiene una puntuación de...!
Un cañón, que surge de la nada, despide algo así como un fuego artificial y en el techo de la habitación se proyecta un nítido número que indica la nota de Krum. Como no podía ser de otra modo, Ivaylo obtiene un diez sobre doce puntos. Ni siquiera me sorprendo cuando descubro su nota, pues en cierto modo me lo esperaba. El público aplaude y vitorea al tributo, que hace reverencias ante éste. Finalmente, Rita se despide de él y abandona el plató.
Las entrevistas siguientes comienzan a pasar ante mis ojos sin ganarse en ningún momento mi atención, ni siquiera en el momento de la muestra de habilidades, mientras Paolo me arregla el pelo. La mayoría de los tributos de Durmstrang que van pasando por el plató obtienen notas altas que oscilan entorno al ocho y al nuevo en sus muestras de habilidades. Cuando terminan de entrevistar a todos los chicos de Durmstrang, van apareciendo las chicas de la Escuela de las Brujas de Salem. Ninguna de ellas obtiene una nota excelente como los de Durmstrang, sino que por el contrario todas tienen notas que no sobrepasan el siete. Sus muestras de habilidades resultan mediocres en comparación con las de los Durmstrang.
Justo cuando entra el primer tributo de Beauxbattons, que resulta ser Alaric, en el plató, Paolo termina con mi pelo. Lo sé porque suelta un leve suspiro de alivio y tira todos los utensilios con los que ha trabajado al suelo sin preocuparse porque puedan romperse o deteriorarse. Me toma de la barbilla y me obliga a levantar la vista para mirarlo a los ojos. Abre la boca, sorprendido por los resultados de su largo y esmerado trabajo, para decir después en un tono de voz que destila bastante felicidad:
– Estás... increíble... –me ruborizo ante sus palabras–. Ahora vamos a verte con el vestido puesto, ¿quieres?
– Claro –concuerdo mientras asiento con la cabeza.
– Bien... Para ello... –dice hablando consigo mismo, mientras rebusca algo en el bolsillo de su túnica–. Aquí está –saca un pañuelo–. Cierra los ojos...
– ¿En serio, Paolo? ¿Vas a vendarme los ojos? –digo con estupefacción cuando descubro sus intenciones.
– Por supuesto. Ya te he dicho que no debes verte hasta que no estés terminada, así que se me ocurrió vendarte los ojos. Es éso o quitarte la vista con un hechizo, tú decides –me amenaza él.
– Vale, creo que elijo la venda.
Paolo no dice nada más. Gira alrededor de mí hasta posicionarse detrás de mi espalda. Me pasa la venda por delante de los ojos hasta que con cuidado los cubre con dicha venda. Si bien esperaba que la venda fuera un simple pañuelo muggle, resulta que no es así. Se trata de un pañuelo hechizado mágicamente que, además de convertir mi campo de visión en una infinita nada de color negro, no puede ser retirado hasta que lo decida su dueño, o sea, Paolo. Maldigo a Paolo en mi fuero interno. Él me toma del brazo para avanzar junto a él por la habitación. De repente, llegados a algún punto de la habitación, nos quedamos quietos. Oigo que manipula algo que produce un ruido similar al plástico. Después, se oye el desabroche de una cremallera y acto seguido el rozamiento producido con ese plástico por la extracción de lo que supongo que es el vestido. Paolo me pide que levante las manos y entonces, él, poniéndose de puntillas, me pasa el traje por la cabeza, me hace pasar los brazos por los huecos que dejan las tirantas y lo deja caer. Todo el peso del vestido recae sobre mis hombros y noto una ligera presión en mis pechos, cintura y cadera, que supongo que se deberá a que es ceñido. Paolo me lo coloca bien y acto seguido, me ayuda a ponerme los zapatos, que resultan ser unos inestables y altísimos tacones de al menos quince centímetros. Después, noto que me pasa algo alrededor del cuello y que decora mis orejas con unos pendientes. Y entonces, se desprende de la venda.
Paolo se echa hacia atrás para examinarme así con más perspectiva. Una vez me ha mirado de arriba abajo, suelta un grito ahogado, sin poder apartar la mirada de mí. Los ojos se le ponen vidriosos y por un momento creo que incluso va a llorar por la mera satisfacción, pero no lo hace, sino que se acerca a mí una vez más y me da un ligero apretón de manos.
– Estás perfecta –dice con sinceridad–. Pareces de veras una verdadera... Oh, ¿para qué decírtelo? Creo que lo mejor es que tú misma lo descubras –acuerda–. Revelio –conjura apuntando con su varita a una de las paredes, en la cual aparece un espejo.
En realidad, no es un espejo cualquiera. Es el espejo que ayer ocupaba la pared de lado a lado. En un principio estoy tan ensimismada contemplando la aparición del espejo, que no veo a la persona que se refleja en él, justo al lado de Paolo. Me quedo embelesada examinando sus rasgos felinos y su cabello aleonado durante un buen rato hasta que comprendo que la persona que se haya frente al espejo soy yo. Casi no puedo creérmelo, luzco valiente, atrevida... como una fiera leona, como una Gryffindor.
Mi pelo cae a ambos lados de la cara suelto, con mucho volumen, en minúsculas ondulaciones que le dan a mi cabello un aspecto totalmente alocado, salvaje y aleonado, que encaja sorprendentemente bien con mi cara y el maquillaje que ésta lleva. Mi color de piel parece ligeramente más moreno, no sólo en la cara, sino en todo el cuerpo. Si bien ante mi tez se mostraba blanca y deslucida, ahora está que está ligeramente más morena, mis facciones parecen haber rejuvenecido de golpe, de modo que ahora parecen mucho más lustrosas y vívidas. Es como si todo el agotamiento de la jornada de hoy hubiera desaparecido de mi rostro para transformarse en la valentía, fiereza, osadía, desafío, que manan de mis facciones. Parezco un verdadero felino; una salvaje leona.
Mis mejillas están decoradas por un suave tono rosado colocado de manera que pronuncia más mis pómulos. Mis ojos tratan de imitar con eficacia una mirada felina. Para ello, Paolo usa un delineador de ojos de color negros con el que pinta mis ojos una raya arriba y otra abajo, las cuales son prolongadas hasta que ambas se encuentran y se unen en forma de rabillo. Además, usa rímmel para darle con eficacia más volumen a mis pobres pestañas. Con el rabillo y las voluminosas pestañas, consigue darle un efecto más rasgado al ojo, efecto que lo hace parecerse mucho más al de un felino. También usa tonos naranjas, tierra y dorados en las sombras de ojos que combinan a la perfección con mis labios, que están pintados de un bonito tono mate marrón anaranjado.
Respecto al vestido, sólo puedo decir que es increíble y que va totalmente acorde al efecto felino que quiere Paolo que cause. Es de color rojo pasión y todos los complementos que acompañan al traje son de color dorado, de modo que voy representando claramente los colores de mi casa. El precioso vestido es entallado desde los tirantes, pasando por el escote y la cintura, hasta la cadera, donde se despliega en un amplio vuelo. El traje refulge como el fuego, dado que en lugar de ser mate, presenta un vívido satinado que le da un aspecto llameante al movimiento de la tela. Los tirantes del vestido son anchos y van desde el comienzo del hombro hasta el escote, que presenta una forma triangular que deja entrever más de lo que me gustaría, pero que sin embargo, encaja a la perfección con al aspecto que he de mostrar. Respecto a los complementos, los pendientes son largos, de un elegante color dorado, que evidentemente combina a la perfección con algunos acabados del vestido que son en dicho color, con una gargantilla ancha con forma de aro que rodea mi cuello y por supuesto con los zapatos. Los tacones también de color oro son tan altos que me paso al menos un minuto cuestionándome si seré capaz de andar con ellos.
Abro la boca, maravillada, definitivamente el look que ha conseguido Paolo es increíble y si bien pensaba que me iban a encasquetar una túnica mágica como siempre, me equivocaba: voy vestida al más puro estilo muggle, siguiendo las últimas tendencias del mundo en el que nací. Me giro hacia Paolo y lo abrazo, agradecida, por la imagen que ha conseguido crear. Por esa imagen que encaja a la perfección por lo que quiero demostrarles a los mortífagos: valentía, fiereza.
– ¡Gracias, Paolo! ¡Me encanta! –exclamo felizmente mientras lo abrazo.
– De nada, Hermione –dice restándole importancia tras romper nuestro abrazo. Me escruta con la mirada, en busca de algún fallo a su trabajo, pero finalmente esboza una sonrisa–. Estás verdaderamente estupenda, ¿eh? Has quedado aún mejor de lo previsto. Espero que el resto de los modistas hayan conseguido el mismo efecto en las otras tres chicas de Hogwarts.
– ¿Vamos todas iguales? –pregunto ahora menos entusiasmada por mi aspecto.
– ¡Claro que no! –respiro aliviada–. Pero sí compartís todas dos cosas. En primer lugar, todas lleváis algo en referencia a los animales que representan vuestras casas. Y en segundo lugar, todas las chicas, así como los chicos de Hogwarts, vais vestidos al más puro estilo muggle. De este modo, además de sorprender por ir diferentes al resto de las escuelas, haremos alusión al hecho de que en Hogwarts se admite cualquier tipo de mago, ya sea de descendencia muggle o mágica.
– Vaya, es una idea... formidable –lo halago. Él agita las manos, demeritándose–. ¿Y cuándo podré ver a Ron?
¿Y a Draco? ¿Cuándo lo veré a él? Me planteo también en mi fuero interno, mas no le pregunto a Paolo, dado que él no lo conoce.
– Pues supongo que después de las entrevistas, porque hasta las entrevistas, como ya sabes, tenemos prohibido mostraros ante nadie.
– ¿Y ahora qué vamos a hacer hasta que me toque salir a mí?
– Pues si quieres podemos ver las entrevistas, aunque yo no tengo el más mínimo interés en verlas... De todos modos, no creo que te quede mucho para salir, ¿no? –dice él esperanzado.
Miro a la pantalla y veo a una chica de facciones asiáticas y pelo negro muy liso entrar enfundada en una túnica mágica, pero con bordados y decorados típicos de la cultura china. Me frustro al descubrir que me he perdido la entrevista de la repelente de Gabrielle... ¿Habrá dicho algo sobre mí? Supongo que tarde o temprano me acabaré enterando.
– Acaba de entrar la primera chica de Mahoutokoro, por lo que todavía quedan dos alumnos más de dicha escuela y el resto de las casas de Hogwarts, si salgo en la misma posición que en la muestra de habilidades –suspiro.
– Bueno pues no sé. Podrías pensar de qué vas a hablar en tu entrevista, Hermione... Es bastante importante que tengas pensado qué vas a contestar en cada pregunta que te hagan. Ten en cuenta que lo que digas, junto con lo que hiciste en la prueba de habilidades, será lo que impulsará a los patrocinadores a apostar a por ti o a no hacerlo –dice Paolo, encogiéndose de hombros.
Me quedo mirando fijamente a la proyección que hay en la pared opuesta a la del espejo, mas sin prestar atención alguna a lo que están hablando la chica de Mahoutokoro con Rita Skeeter. Sin embargo, el hecho de ver a Skeeter entrevistar a la chica, me pone nerviosa. Sólo de pensar que quizás en cuestión de una hora estaré ahí yo misma, sometiéndome a las enrevesadas cuestiones de Rita, me hace temblar. ¿De qué hablaremos en la entrevista? ¿Me preguntará sobre Ron? ¿Y sobre Malfoy? ¿Me someterá a algún tipo de humillación pública por lo que hice en la muestra de habilidades? ¿Seré capaz de soportar la presión de las miradas furiosas de todos los mortífagos y patrocinadores tras ver mi muestra de habilidades?
Suspiro y, tratando de alejar todos esos pensamientos, me centro en algo que llegará mucho antes: la supuesta declaración de amor de Malfoy ante las cámaras. ¿Qué dirá sobre mí? ¿Dirá textualmente que está enamorado de mí? ¿En qué tono de voz lo dirá? ¿Cómo argumentará sus supuestos sentimientos? ¿Será capaz de fingir alguna clase de sentimiento hacia mí? ¿Podrá simular algún tipo de embelesamiento al hablar de mí? Me llevo las manos a la boca con intenciones de morderme las uñas, mas me encuentro con mis uñas en forma de garras y rápidamente las aparto.
¿Y Ron cómo estará? Guapo, seguro. Pero, ¿de qué hablará con Rita? ¿Contará las tácticas que tiene pensado emplear para sobrevivir en los juegos? ¿Tratará el tema de la reciente declaración de guerra hacia él por parte de Ivaylo? ¿Hablará de nosotros, de nuestra relación? ¿Dirá algo sobre su disconformidad respecto a mi relación con Malfoy?
El tiempo comienza a pasar vertiginosamente, mientras me devano los sesos en cuestiones que no hallarán su respuesta hasta las entrevistas. Sorprendentemente, cuando vuelvo a mirar a la pantalla, ya ha entrado el segundo tributo de Hogwarts, la chica de Hufflepuff, Heidi, que lleva un bonito vestido entallado. El vestido es corto, acaba un trecho por encima de las rodillas, y es de un lustroso color verdoso oscuro, casi negro, que va combinado a la perfección con un tono blanco roto. Ambos colores evidentemente representan al tejón, que es el animal emblemático de su casa. Además, lleva algunos remates del traje en color dorado viejo que van genial con el negro, que son los colores de su casa. El pelo lo lleva recogido en una alta cola tirante y el maquillaje es tan suave que atenúa la bastedad de sus rasgos, aportándole un aspecto mucho más dulce e infantil.
La entrevista parece estar a punto de acabar, pues Rita está haciéndole preguntas sobre la muestra de habilidades que evidentemente me he perdido. Miro la pantalla sin mucho entusiasmo hasta que la chica desaparece de mi vista y presentan al tercer tributo de Hogwarts, el primero de Ravenclaw, que es Michael Corner. Ni siquiera me fijo en como va vestido, ya que apenas han dicho su nombre cuando ya he dejado de prestar atención. Busco a Paolo con la mirada y lo encuentro ensimismado quitándoles los hilos sueltos y doblando algunas telas. Decido no molestarlo, así que me pongo a mirar la entrevista de Michael sin demasiado interés, ni siquiera en el momento de la muestra de las habilidades, la cual me resulta deplorable en comparación con la de Ivaylo, por ejemplo. Recibe una triste puntuación de cinco y Rita lo anima falsamente. Pocos minutos después, el chico se marcha. Si las entrevistas siguen el orden que han llevado hasta ahora, el cual es el mismo que el de esta tarde para la muestra de las habilidades, ahora debe salir Luna, así que ahora sí que presto atención a la pantalla.
En efecto, a los pocos segundos Rita Skeeter la presenta y la chica aparece. Está deslumbrante con el precioso vestido que lleva. El vestido es tableado, de color blanquecino, y posee unos cuantos volantes de pluma azul marino, los cuales reproducen la forma de una ala y atraviesan el traje blanco desde su hombro izquierdo hasta su cadera derecha, mas dejando la parte pectoral derecha del vestido blanco al descubierto. Parece una verdadera águila, que es el animal que caracteriza a su casa. Además lleva el pelo organizados en unas perfectas ondas, que caen en forma de cascada en su espalda. No lleva pelo enmarcando su rostro, dado que los mechones que caían por su rostro están recogidos en una pasada de preciosas plumas azules, a juego con el traje. El maquillaje la hace parecer dulce pero a la vez llamativa y atrayente, dado que su modista le ha pintado sus ojos ya azules en tonos también azulados y grisáceos, de modo que le resaltan desde el lejos. Es casi imposible apartar la mirada de ella. Sonríe nerviosa y toma asiento en el sillón que hay frente al que permanece sentada Rita.
– Bienvenida, Luna, al plató –la saluda amablemente Rita en cuanto entra la chica.
– Hola –dice con su peculiar tono de voz y acto seguido, se queda callada. Todo el público se mantiene a la espera de que la chica vuelva a hablar y comience la entrevista, mas como no lo hace, es Rita quien tiene que comenzar a hablar:
– Eh, bueno, Luna... ¿Qué te parece si hablamos sobre cómo saliste elegida? –la chica asiente enérgicamente–. Tengo entendido que saliste por azar, ¿no? No eres tributo voluntaria, ¿verdad? –le pregunta Rita tratando de romper el hielo.
– Verdad –dice ella algo cohibida aún–. Salí elegida por azar, aunque supe que iba a salir elegida desde el momento en el que pisé el Gran Comedor.
– Sí, claro... ¿Cómo ibas a saber que ibas a salir elegida, joven, si fue una elección aleatoria efectuada en el momento? Era imposible que lo supieras –la contradice Rita.
– Ya, pero la noche anterior a la cosecha, estuve buscando unos calcetines porque tenía frío y resultó que los calcetines que cogí por azar estaban llenos de agoiros. ¿Sabes lo que son? –Rita disiente, mirándola con cara de póquer–. Son unas criaturas mágicas que no se pueden ver, pero sí oler. Según mi padre, huelen a una mezcla entre nieve y tierra. Yo percibí ese olor en mis calcetines y supe con toda convicción que estaban ahí, viviendo en la tela de mis calcetines. Recordé entonces lo que mi padre me dijo sobre ellos: son seres capaces de predecir que algo malo te va a ocurrir, mas no te dicen ni cuándo ni qué es ese algo. A la mañana siguiente, cuando llegué al Gran Comedor, minutos antes de que comenzara la cosecha, comprendí que se referían a que saldría elegida y en efecto, salí elegida.
Oigo como mucha gente en el público suelta carcajadas, otros carraspean como si sintieran vergüenza ajena y Rita simplemente parece incapaz de saber qué decir. Luna une sus manos sobre sus rodillas y sonríe ahora con mucha más confianza. Le devuelvo la sonrisa, contagiada por su ahora buen humor, como si pudiera verme. Rita parece recomponerse finalmente del comentario de la chica, carraspea y dice:
– ¿Así que dices que viste agoiros? –Luna asiente–. ¿Te pasa eso de ver muchas criaturas mágicas que realmente no existen? –el público ahora se ríe descaradamente. Luna permanece impasible, sin borrar la sonrisa de su rostro.
– Sí existen. Es sólo que hay que saber cómo encontrarlos. Yo me encuentro esta clase de criaturas frecuentemente, aunque parece ser que al resto de las personas les cuesta mucho más trabajo encontrarlas, no sé por qué –dice ella.
– Querida, ¿tal vez sea porque no existen?
– Oh, no, estás equivocada, sí que existen. Hay más gente que los ha percibido. Mi padre los percibió una vez cuando tenía yo ocho años también en un par de calcetines suyos y a los tres días, se cayó sobre su máquina de escribir, la rompió y no pudo publicar aquel día El Quisquilloso. Además, el otro día le mostré a Neville los de mis calcetines. Él también podía percibirlos –se defiende la rubia.
– Eh, claro, quizás existan –dice ella dándole la razón como a una niña pequeña–. Bien... –se queda unos instantes callada, como si no supiera cómo encauzar la entrevista–. ¿Qué te parece si vemos ahora tu muestra de habilidades? –propone Rita.
– Vale –concuerda Luna.
– ¡Pues veamos la muestra de habilidades de Luna Lovegood! –Rita sonríe a las cámaras y rápidamente su rostro se funde en la imagen de la muestra de habilidades de Luna.
Luna opta en la muestra de habilidades por habilidades básicas, como el uso de la magia. Hace numerosos hechizos, algunos muy buenos, como el Patronus, el cual lo ejecuta a la perfección, y otros menos buenos, pero que no llegan a ser malos del todo. Mezcla hechizos de transformaciones con algunos de defensa contra las artes oscuras y con otro tanto de encantamientos durante la muestra de habilidades. Consigue acatar la atención de los mortífagos que puntúan en determinados momentos, mas no todo el tiempo. Concluye la muestra de habilidades con la ejecución de un arcaico hechizo que permite cambiar el tiempo. Ella hace una reverencia en el centro de entrenamientos y la imagen de ella en la muestra de habilidades se funde con la actual de ella sentada en la silla del plató. Rita aplaude y dice:
– Una maravillosa muestra de habilidades, Luna –la halaga con una sonrisa algo falsa–. Te has lucido en la mayoría de los campos mágicos, aunque he de reconocer que ha sido espectacular la ejecución del Patronus.
– Gracias, fue Harry Potter quién me enseñó a convocarlo –se oyen carraspeos descarados en la sala ante la mención del nombre de dicho chico. Evidentemente, haber nombrado a Harry delante de tantos mortífagos es una desesmesurada imprudencia.
– Ajám... Bueno, supongo que querrás saber la nota que te han dado nuestros expertos, ¿no? –Luna asiente con energía–. Bien pues... ¡Luna Lovegood obtiene una nota de ocho en la muestra de habilidades! ¡Felicidades, querida!
La chica responde aplaudiéndose a sí misma y sonriendo contenta, cual niña a la que acaban de regalarle una muñeca nueva. Rita, junto con todo el público, le aplaude también. Acto seguido, Rita manda callar al público y reanuda la conversación:
– Supongo que estarás muy contenta, ¿no?
– Mucho –dice sin poder borrar una sonrisa de su rostro.
– Un ocho es una nota muy buena. Podría ayudarte a volver a casa y seguro que todos tus familiares estarán deseando que vuelvas –Rita le guiña un ojo.
– Sí, les he prometido a mi padre y a Neville que volvería, que no los dejaría solos nunca jamás. ¿Sabes? Neville no tiene padres y mi madre murió hace muchos años, de modo que mi padre está viudo. Ellos dicen que soy lo único que les quedo, así que les he prometido que no perderán a nadie más y que volveré con ellos. Mi padre dice que está seguro de que será así, porque no hay encontrado ni un sólo agoiro en sus pares de calcetines, ¡y eso que los ha revisado todos!
Oigo a Luna hablar y están a punto de saltárseme las lágrimas, mas me contengo para no estropear el gran trabajo de Paolo. Jamás lo había visto de ese modo, pero Luna tiene razón. Ella es lo único que le queda tanto a Neville como a su padre y si ambos la perdieran... ¡Agh! ¡Ojalá pudiera salvarla a ella también! ¡Y también a Draco! ¡Incluso quizás salvaría a Rachel o a Alaric! ¿Por qué tienen que ser las cosas tan injustas? ¿Por qué ha de morir tanta gente inocente? Aprieto los puños cabreada y cierro los ojos. Dejo de escuchar el resto de la entrevista de Luna, pues no quiero martirizarme más.
Al cabo de unos tres o cuatro minutos, veo que Luna ya se ha marchado del plató y oigo que Rita Skeeter pronuncie otro nombre. El nombre que llevo esperando toda la noche, el nombre de la persona en la que probablemente me apoyaré en los juegos, el nombre del chico más engreído de todo Slytherin, el nombre de la persona que tantos quebraderos de cabeza me está dando últimamente, el nombre del único chico por el que mentiría a Ron...
– ¡Demos una calurosa bienvenida a Draco Malfoy, el tributo de la casa Slytherin de Hogwarts! –exclama Rita Skeeter, invitando a entrar al Slytherin.
La sala al completo se queda en silencio durante apenas tres segundos. Sin embargo, rápidamente el silencio es corrompido por vítores y aplausos. Malfoy entra en la sala con su característica desgarbada forma de andar y noto en ese preciso momento que mi corazón se queda congelado, mientras contemplo sin pestañear el trayecto que hace hasta sentarse en la silla. Si bien Malfoy siempre me había parecido guapo, esta noche está más que guapo; luce radiante, precioso, perfecto.
Lleva un traje de chaquetas a lo muggle, que nada tiene que ver con las capas a las que me tiene acostumbrada verles puestas. El traje de chaqueta, así como el pantalón, es de color negro y es de una tela ligeramente brillante. Lleva una camiseta blanca básica, que resalta más los colores que lleva su corbata a rayas: plateado y verde, como no podía ser de otra manera, en representación a su casa. Para mi sorpresa, en lugar de llevar el pelo engominado como casi siempre, lo lleva liso, en forma de un desenfadado flequillo que cae sobre su frente y lo hace parecer mucho más dulce e inocente de lo que realmente es. Contemplo embelesada cómo se aparta el pelo de los ojos y hago un esfuerzo por apartar la mirada unos segundos de él.
– ¡Buenas noches, Malfoy, bienvenido! –lo saluda Rita nada más sentarse el chico en la silla.
– Muy buenas, Rita. Antes de comenzar con la entrevista, me gustaría destacar el aspecto que presentas esta noche. Con todo tu permiso, he de decir que estás tan radiante como de costumbre –se acerca un poco hasta ella y le besa la mano. La periodista se sonroja ligeramente.
– Oh, muchas gracias, querido –dice ella un tanto cortada–. Tú también sigues tan adulador y falaz como siempre.
– Adulador quizás, pero falaz no. Tengo un delicado gusto y sé apreciar a la perfección cuándo me hallo frente a una belleza y cuándo no, y he de reconocer que esta noche me encuentro ante una de las más reconocidas bellezas de la comunidad mágica –él le guiña el ojo y la periodista sonríe embelesada.
– Ay, qué pena que seas tan joven, chico... –se lamenta ella teatralmente. Ambos ríen de buena gana. Parecen realmente cómodos hablando el uno con el otro–. Bueno, bueno, no nos desviemos del tema del que nos conviene hablar, guapo, ¿de acuerdo? –dice ella, aún ruborizada.
– Por supuesto, preciosa. Dime, ¿qué quieres que le cuente Draco Malfoy a la dulce Rita Skeeter? –comenta él con una desenvoltura pasmosa.
– Pues estoy segura de que a Rita y a todos los presentes nos gustaría saber un poco sobre cómo un chico como tú ha llegado aquí.
– Bien, no hay mucho que contar al respecto. Salí elegido por azar, el destino lo quiso así y bueno, pues aquí me tenéis, sentado en esta silla, a apenas unas horas de los juegos y cansadísimo después de la jornada de hoy.
– ¿Os han dado mucha caña, eh? –dice Rita esbozando una sonrisa torcida.
– No te haces una idea, Rita. Pero bueno, supongo que ha merecido la pena entrenar duro estos días. Sólo así uno puede enfrentarme a algo así como los juegos, ¿no crees? –Rita asiente con una expresión algo abatida–. Yo he decidido no lamentarme por estar aquí y luchar con tanta fuerza como pueda. Probablemente muera en el intento, pero al menos moriré sabiendo que he puesto todo lo que tenía por mi parte.
– Vaya. Tu forma de pensar me resulta realmente admirable. Hay que tener mucho coraje para pensar así. Coraje... o ganas de volver a casa. Y a ti parece que te sobran ambas cosas. ¿A qué se deben esas tremendas ganas de volver a casa? ¿Hay alguien especial por ahí esperándote? –pregunta ella con una ceja enarcada y una sonrisa que delata lo mucho que disfruta de este tipo de información.
– Por supuesto que hay alguien especial esperándome si vuelvo a casa: mi madre. Ahora que mi padre no está con ella viviendo en la Mansión y mi tía ha muerto, se siente muy sola. Ella necesita que vuelva, pero yo...
– Sabes perfectamente que por ahí no iban los tiros, pillín... –lo corta ella sin esperar a que se explique–. Ambos sabemos que hablaba de si había alguna chica por la que te merecía la pena intentar volver a tu hogar sano y salvo –Draco se queda callado y blanco como la cal–. ¡Oh, vamos, eres guapo, inteligente, valiente! ¡Lo tienes todo! ¡No trates de negarle a Rita que no hay ninguna chica por ahí, porque Rita no se lo va a creer!
– No te lo niego... –dice él en un débil tono de voz.
– ¿Así que hay una chica por la que volver a casa, eh?
– No, es justo lo contrario. Hay una chica por la que no volver a casa –declara él en un tono de voz firme.
– Espera, ¿qué? –pregunta ella sin comprender muy bien a qué se refiere. La sala entera se queda en silencio, meditando las palabras del rubio, hasta que Rita balbucea con estupefacción, rompiendo el silencio–: Eso significa... significa...
– Sí, significa que ella también participa en los juegos.
– ¡Por Merlín, qué terrible tragedia! ¿Y quién es ella? ¡Oh, espérate! ¡Déjame adivinar quién es! ¡Estoy completamente segura de que se trata de... Daphne Greengrass! –apuesta ella ahogando un grito.
– No, no es ella.
– ¿Quién es entonces? –dice ella estupefacta–. ¿No es de tu escuela?
– Sí es de mi escuela, pero no de mi casa... Siempre hemos sido enemigos, de hecho, nuestras casas son rivales en la escuela, por eso siempre nos hemos odiado, pero con esto de los juegos hemos empezado a pasar mucho más tiempo juntos y nos hemos conocido mejor –cuenta él un tanto ruborizado–. Sin duda alguna, hemos elegido el peor momento para conocernos y yo, por supuesto, el peor momento para enamorarme de ella...
– ¡Oh, Dios mío! ¡Dinos quién es ella! –le ruega Rita, con curiosidad.
Contemplo la pantalla, cruzo las manos sobre mi vestido, respiro hondo varias veces y cierro los ojos. No quiero mirar su rostro invadido por un sentimiento que realmente no le pertenece, no quiero mirarlo cuando su boca pronuncie las letras que componen mi nombre con una falsa emotividad, no quiero mirarlo, porque probablemente me acabaré creyendo que de verdad siente todo eso por mí cuando realmente no siente nada; porque me tomaré en serio sus falsos sentimientos y me acabaré haciendo ilusiones. No quiero mirarlo, así que aprieto los ojos con más fuerza y tomo tanto aire por mis pulmones como puedo cuando oigo que su voz se quiebra al decir:
– Es... Granger... Hermione Granger –se aclara la voz, antes de declarar en un tono de voz tan firme como atrayente–: Estoy enamorado de Hermione Granger...
Noto que el corazón se me para, que las piernas me fallan y que mis pulmones se quedan sin aire cuando oigo pronunciar mi nombre. Es la primera vez que lo hace y ha sonado tan irresistiblemente bien pronunciado por sus labios, susurrado por su silbante pero atractiva y embaucadora voz... que dudo que algún día me canse de recordar dichas palabras salir de su boca. «Es... Granger... Hermione Granger... Estoy enamorado de Hermione Granger...» Reproduzco la frase una y otra vez en mi mente, deseando en mi fuero interno que dicha frase sea real, que vaya más allá del estúpido plan que nos une; anhelando que venga hasta mí, me declare lo mismo y me suplique un beso... Oh, por Merlín, desearía tanto que estuviera enamorado de mí...
Suspiro y miro a la pantalla una vez más. Lo contemplo, a él con su perfecto pelo dorado, con sus ojos color tormenta, con su piel blanquecina adornada por ese perfecto traje de chaqueta negro, y el corazón parece estar a punto de salírseme de la boca. Simultáneamente, mis pulmones se quedan sin oxígeno alguno, se me cierra la garganta y los ojos se me ponen llorosos, mas consigo contener las lágrimas. Me tiemblan las piernas, los brazos y el resto de las extremidades de mi cuerpo. Mi estómago también responde y me gruñe, mas no de hambre, sino de anhelo. Mi cuerpo entero anhela el cuerpo de Malfoy, lo quiere para sí... Tardo poco en relacionar con una palabra ya conocida la embriagante sensación que se ha apoderado de mi cuerpo al escucharlo pronunciar mi nombre acompañada de las mejores palabras que he oído en mi vida; una sensación muy similar a la que experimento con Ron. Esa sensación que él aseguró que tarde o temprano brotaría en mí, esa sensación que yo prometí que nunca dejaría que apareciera en mí...
¡Sí, joder, sí! Yo, Hermione Granger, la peor enemiga de Draco Malfoy desde que ambos tenemos uso de razón, he acabado cayendo en sus redes...
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