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El concepto de magia

- ¡Tú, hijo de puta! -grita Ron nada más reconocer a Malfoy.

- Yo también me alegro de verte otra vez esta noche, Weasley -dice el rubio totalmente tranquilo. Parece incluso pagado de sí mismo pues sin hacerlo a propósito ha enfadado al pelirrojo, cosa que él adora. No necesito saber por qué Ron está cabreado... Es evidente que ha visto la escena del beso en la mejilla.

Ron, a partir del momento en que parece descongelarse del estado vegetativo en el que ha permanecido unos instantes, tarda apenas tres segundos en llegar a donde estamos el Slytherin y yo. A mí me empuja débilmente para hacerme a un lado mientras me dedica una mirada de desprecio aún peor que la que me dedicó en la pelea del Baile de Navidad y después se dirige a Malfoy empuñando la varita. En cuestión de segundos, Ron comprime a Draco contra una pared y lo amenaza apuntándole con la varita en el pecho.

- ¡¿Qué diablos le has hecho, asqueroso hurón?! ¡Espero que no tenga nada que ver con un imperius o te juro que no me temblará el pulso a la hora de...! -le amenaza el pelirrojo con los ojos desorbitados y la voz ya ronca de gritar.

Está cegado de furia y veo que sería capaz de hacer cualquier cosa si realmente creyera que estoy bajo un hechizo hecho por Malfoy, por lo que me obligo a intervenir. Me introduzco entre los cuerpos de ambos como buenamente puedo para tratar de separarlos y, a pesar de que me siento comprimida, no me aparto. Ron baja la varita, pero sigue mirándonos con los ojos echando chispas.

- ¡No es su culpa, Ron! ¡No estoy bajo ningún hechizo! ¡Sé perfectamente lo que he hecho! ¡Soy consciente de todo lo que he hecho! -grito yo aún ubicada entre ambos.

El pelirrojo se aleja de mí al comprender que no estoy hechizada y, como si fuera posible, me mira con más odio aún que antes. Su expresión de repugnancia hace que las lágrimas comiencen a manar de mis ojos y que yo no pueda hacer nada por refrenarlas. Ron sigue caminando de espaldas apartándose de nosotros, como si fuéramos a infectarlo o algo así. Una vez que hay espacio suficiente, me alejo también de Malfoy pero me mantengo delante de él, entre ambos, para evitar que Ron trate de hechizarlo o de pegarle.

- Quizás... debería irme -susurra Malfoy en mi oído-. Ya nos vemos... mañana... supongo -asiento y el Slytherin, tras mi aprobación, me da un ligero pellizco en la mejilla que me hace estremecer y desaparece corriendo hacia las escaleras del séptimo pasillo dejándonos a Ron y a mí a solas.

Contemplo a mi pelirrojo, que parece también a punto de llorar, y se me rompe el corazón en mil esquirlas. Me acerco hasta él y lo abrazo, a pesar de que él no me corresponde el abrazo, sino que permanece estático en el sitio cual estatua. Cuando rompo mi abrazo, contemplo el rostro de Ron, que está devastado por unas traicioneras lágrimas que no ha podido retener. Ver a mi pelirrojo con aquella expresión tan poco usual en él me destroza tanto que siento que me flaquean las piernas. Le limpio las lágrimas delicadamente, mas él cabecea violentamente tratando de zafarse del roce de mis dedos.

- ¿Por... qué... él... Hermione? -dice él sin comprender nada.

Intento responder algo, pero mi garganta está tan cerrada que no consigo emitir sonido alguno. Ojalá mis cuerdas vocales funcionaran lo suficiente para responderle, para decirle que para mí no hay otro que no sea él, para que sepa que todo lo que ha pasado con Malfoy es parte del plan... ¿Todo parte del plan? ¿De veras, Hermione?

Bueno, vale, quizás no todo lo que ha pasado con Malfoy ha sido parte del plan, quizás sí que he hecho algunas cosas sin saber muy por qué... Pero todo carece de sentido ahora mismo, pues Ron eclipsa cualquier tipo de pensamiento hacia el rubio.

Me aclaro la garganta en busca de una voz que no aparece, haciéndome una vez más ser incapaz de decir nada.

- Me siento como un completo gilipollas... Esta noche te he dicho... cosas... que jamás hubiera pensado que te podría decir... y tú... mientras tanto... estabas... pensando... en que habías quedado... con... mi peor... enemigo... ¿El hurón volador? ¿De verdad, Hermione? ¿Malfoy? -inquiere él secándose las lágrimas. Ahora más que triste parece furioso. Muy furioso a decir por el color rojo que está tomando su cara y sus orejas.

- Yo... no... había... quedado... con él... Ron -soy capaz de decir con una voz que poco se parece a la mía. Sueno frágil, vulnerable, rota. Y no puedo dejar de llorar, pero aun así me retiro las lágrimas una vez tras otra para tratar de ver pues parecen haber formado una especie de velo ante mis ojos. Me aclaro la garganta para intentar hablar mejor-. ¡No, Ron! -digo ahora demasiado alto.

- No digas más estupideces. No sé cómo aún te molestas en tratar de arreglar las cosas y hacerme ver algo diferente a lo que he visto... ¡Te ha acompañado hasta la puerta de nuestra torre! ¡Lo has besado! ¡Os he visto con mis propios ojos, Hermione! -me reprocha él ahora ya sí muy cabreado-. ¿O quizás debería llamarte Granger, como te llama él? -hace énfasis en la palabra él-. Seguro que te encanta que te llame así.

- ¿Pero qué diablos dices, Ronald? ¡No me gusta para nada que me llame así! -digo yo mirándolo con el ceño fruncido. Ahora también está empezando a cabrearme él a mí.

- ¿Ah, no? ¿Entonces cómo te llama? ¿Ratita? Ah, claro. Probablemente ese precioso mote te gusta mucho más, claro. Así que debería llamarte ratita, ¿no? -dice él ahora aún más cabreado.

- ¡No! ¡No tienes que llamarme de ningún modo especial! ¡Puedes llamarme por mi nombre, como siempre! -grito yo iracunda-. Mira, ¿sabes qué? ¡Ya estoy harta! ¡Harta de este tipo de reacciones estúpidas ante Draco Malfoy! ¿Qué diablos te pasa con él, Ronald Weasley? ¿Me lo puedes explicar? ¡Porque de veras que no lo entiendo! ¡Él no te ha hecho nada!

- ¿Ahora lo defiendes? ¡Él sí que me ha hecho algo! -exclama a voz de grito-. ¡Él me ha destrozado la vida, Hermione! ¡Él sabe perfectamente lo que siento por ti, todos lo saben, y se ha aprovechado de la situación tratando de sacarme de mis casillas antes de los juegos para que vaya a por él y me mate! ¡No sé qué te habrá dicho, pero él no te quiere, Hermione! ¡Nunca te ha querido y si te ha dicho lo contrario, has de saber que está jugando contigo!

- ¿Pero qué dices, Ron? ¡Entre nosotros no hay nada! ¡Somos amigos, sólo eso! ¡No hay nada! ¡Nada más! -exagero descomunalmente. Realmente Malfoy y yo ni siquiera somos amigos, pero tenemos que fingir que es así por el plan, ya que luego tendremos que fingir estar enamorados el uno del otro y a ojos de los demás sería muy descarado pasar del odio al amor de repente nada más comenzar los juegos-. Así que no entiendo qué te pasa, no comprendo por qué sacas las cosas de contexto... ¡Cuando no hay nada entre nosotros!

- Sí, seguro, claro -dice él irónicamente. Esboza una sonrisa torcida que me saca de quicio. ¿Por qué me mira así?

- ¿Qué te pasa ahora, eh? -me encaro.

- ¿Eh? -dice sin borrar esa estúpida sonrisa de su rostro.

- ¡¿Que qué demonios te pasa?!

- ¿Me preguntas a mí? -dice él señalándose.

- ¿A quién sino? ¡No hay nadie más aquí que yo sepa! ¿Me vas a responder a mi pregunta?

- ¿A qué pregunta? -me inquiere él inmutable.

- A la pregunta de ¡¿qué diablos te pasa?!

- Oh, claro. ¿Sabes? Lo que me pasa es que no puedo dejar de pensar en lo irónico que es todo esto... ¿No te parece todo un tanto sarcástico?

- ¿A qué te refieres? -digo yo sin comprender muy bien a qué se refiere.

- Me refiero a que no paras de preguntame que qué me pasa a mí cuando la mejor pregunta sería preguntarte qué diablos le pasa a él -dice ya otra vez muy serio y muy cabreado, borrando la sonrisa de su rostro-. ¡No entiendo qué diablos le pasa contigo! ¡No entiendo por qué diablos te mira así y eso me vuelve jodidamente loco! ¡De verdad que no lo entiendo, por Merlín!

- ¿Mirándome cómo, Ronald? ¡Creo que estás volviéndote un poco paranoico en lo que a Malfoy te respecta! -le recrimino.

- ¿Paranoico yo? ¡Paranoico él, Hermione! ¡Se pasa el día mirándote como si deseara arrancarte la ropa! -me reprocha él, una vez más gritando-. ¡Y encima después te encuentro a ti besándole a él en la mejilla...! ¡No entiendo para nada a qué viene todo este rollo que os traéis, pero es detestable! Aunque, bueno, claro, a ti seguro que no te lo parece. Debe encantarte que te piropee delante de todos -sigue él cegado por la furia-. Sexy es la palabra que buscas, zanahoria -cita-. ¡Seguro que hasta disfrutaste al escuchar esas palabras saliendo de su boca!

- ¡Te equivocas, idiota! ¡No disfruto en lo más mínimo! Y si razonaras un poco, te darías cuenta de que... de que... -me obligo a modificar mis palabras, pues no puedo hablar del plan-: ¡de que ya estoy harta de escucharte decir todas esas estupideces, porque entre Malfoy y yo no hay nada más allá de una recién formada amistad! ¡Así que si yo estoy haciendo todo esto es porque, porque...! -me callo, pues una vez más no puedo mencionar nada respecto al plan, ya que sé que estamos rodeados de cámaras.

- ¿Por qué, eh, por qué? -me incita Ron que sigue muy cabreado.

- Lo siento, pero no puedo explicarlo.

- ¿Por qué? ¿No encuentras palabras para describir lo que sientes por él? ¡Felicidades, Hermione! ¡Veo que una vez más has encontrado el amor, sin tenerme en cuenta! -¿qué significa eso? ¿Ya él sentía algo por mí cuando estuve con Viktor?-. Primero triunfó el amor con un búlgaro pelón y ahora con un hurón remendado... Qué buenas pescas, amiga -enfatiza en ese amiga.

Lo miro ya harta de su actitud y de sus reproches. Estoy tan harta que por un momento pienso incluso en hacerle un hechizo para que se calle y arrastrarlo hasta una habitación para contarle todo de una vez, pero me contengo y se lo pido educadamente... Bueno, o lo más educada que soy capaz de ser con Ron en ese momento.

- ¡Ronald Weasley, como no dejes de hablar con ese estúpido tono de voz, acabaré conjurándote un palalingua! Si es el único modo que encuentro para hacerte callar, lo haré, a menos que te calles ya por tu propia voluntad -prometo yo ya un tanto harta del tono despectivo usado en sus falsas suposiciones. Mis amenazas parecen tener efecto en él y se queda callado-. Ven inmediatamente -digo tirando de su mano con más violencia de la precisa. Él me mira molesto, pero no retira la mano, porque sabe que éso sería lo peor que podría hacer.

Agarrado de mi mano, lo arrastro unos cuantos metros por los pasillos del colegio hasta llegar a la pared de la Sala de los Menesteres. Comienzo a pensar en lo que deseo que se materialice: Un lugar bonito en el que hablar tranquilamente con Ron sin que nadie pueda escucharnos. Repito mi pensamiento en mi mente varias veces hasta que la puerta se materializa ante nosotros. Aún sin soltarle la mano, entro con Ron dentro de la sala.

La sala que se materializa ante nosotros es preciosa. Las paredes son de un intenso color rojo y el suelo es de parqué de madera. A pesar de que la habitación es grande, los muebles son escasos, habiendo un único sofá en el centro de la habitación y un aparato de música ambiente.

- Vaya, no era esto precisamente lo que había pedido -digo yo un tanto ruborizada por el aspecto tan romántico de la habitación-. Da igual, sentémonos y hablemos. Creo que tengo mucho que contarte.

- Eso parece -responde él muy seco soltando mi mano.

Ambos nos dirigimos hacia el sofá por separado. Yo me siento en el centro del sofá y él se sienta en una esquina de éste tan alejado de mí como las proporciones del mueble le permite. Yo me remuevo incómoda en mi sitio, mientras veo que él pone los brazos cruzados sobre si pecho y se queda mirando a una de las paredes de la habitación.

- ¿Por qué te sientas tan lejos de mí? -me atrevo a preguntarle.

- Porque hueles a él. Odio su perfume pijo de hurón remendado -responde él con desprecio y sin mirarme a la cara, aunque finalmente se mueve para sentarse un poco más cerca mía.

- Lo siento... -digo yo-. Muffliato -pronuncio por si acaso mientras empuño la varita hacia el techo de la habitación. Él me mira confundido, pero no me pregunta nada.

El silencio reina en la sala y esta vez es por mi culpa, que no sé por dónde empezar. Ron no me mira, pero sé que está a la espera de que diga algo por fin.

- Bueno, yo, lo cierto es que... -comienzo a decir-. ¡Es que eres un completo idiota!

- ¡Mira, Hermione, si me has traído aquí para insultarme, me voy, en serio! ¡Ya hoy he visto demasiadas cosas insultantes! -dice él recordándome una vez más, aunque en esta ocasión indirectamente, la escena en la que nos pilló a Draco Malfoy y a mí.

- ¿Ves? ¡A eso es a lo que me refiero! -él me mira desconcertado, sin saber de qué estoy hablando-. ¡Me refiero a que eres un completo idiota por pensar que yo le gusto a Draco Malfoy! ¡O peor aún, por pensar que él me gusta a mí! ¿Cómo me va a gustar ese pijo de Slytherin? -pregunto yo cabeceando con indignación-. ¡Creía que me conocías mejor, Ron!

- ¡Eso mismo pensaba yo, pero veo que no! -mantiene él, sacándome de quicio. Estoy a punto de darle un puñetazo, pero me obligo a mí misma a no dárselo, pues quiero arreglar la situación, no empeorarla. ¿Por qué no quiere enterarse de que no me gusta Draco Malfoy?

- ¡Maldita sea, Ronald Billius Weasley, que no me gusta Draco, así que deja de insinuar que me gusta, por Merlín! -ruego yo exasperada.

- Ya, claro... ¡Te has reído de mí, Hermione! ¡Yo... yo... te he dicho todo eso y tú me has respondido besando a Draco Malfoy! ¡Y te atreves a negarme que te gusta! ¡Os he pillado besándoos, joder!

- En primer lugar, no me he reído de ti. ¡Y en segundo lugar, deja de hablar de ese maldito beso como si hubiera sido en la boca y deja que me explique! ¡Sólo fue un simple beso en la mejilla, así que tampoco hay motivo para que te pongas así!

- ¡Ya sé que el beso ha sido en la mejilla, joder! ¿O acaso crees que si lo hubieras besado en la boca te hubiera dado la oportunidad de explicarte? -bufa muy cabreado.

- ¿Pero qué dices? ¿A esto lo llamas tú darme la oportunidad de explicarme? ¡Pero si no te callas, por los calzones de Merlín! -le reprocho.

- Venga, pues explícate. Estoy deseando escuchar cómo tratas de justificarme todo este rollo que os traéis -sonríe con un deje de desprecio. Su expresión me recuerda a Draco Malfoy por unos instantes y suspiro tratando de tranquilizarme.

- De acuerdo. No sé por dónde empezar...

- ¿Por el principio, quizás? -vuelve a interrumpirme.

- Ronald Weasley, te juro que no tendré ningún problema a la hora de lanzarte un hechizo para hacerte callar -le prometo ya más que harta. Tengo ganas de hacerlo callar y en no pocas ocasiones pasa por mi mente la idea de silenciarlo con un beso, pero decido que dada la situación tal vez no sea la mejor opción.

- De acuerdo. Ya me callo -dice él mientras se aparta el flequillo naranja de sus ojos azules.

- A ver si es verdad... -susurro ensimismada-. Escucha todo, sin interrumpir, ¿vale? Quizás al principio te parezca que no tiene nada que ver con el asunto, pero ya verás que sí que guarda relación. Bueno, a ver... Empecemos por el día de la cosecha... Draco Malfoy salió elegido y nosotros dos también, todo eso lo sabes -digo yo muy rápidamente, pues es un tema que a ninguno de los dos nos gusta tocar, ya que pensamos en la estupidez que cometió el otro y estallamos en una pelea-. Bueno, pues después de que Harry se fuera a buscarte y me dejara sola, Draco Malfoy apareció diciéndome que necesitaba hablar conmigo...

- ¡Y espera que lo adivine! ¡Te confesó su amor! -exclama él sacándome de mis casillas.

Saco la varita y la empuño hacia él amenazante. Él me mira con una ceja enarcada como si estuviera cuestionándose si realmente soy capaz de hechizarlo... ¡Ahora más que nunca me entran ganas de usar un hechizo contra él!Por unos momentos me tienta la idea de hechizarlo, pero comprendo que quizás no sea lo más acertado, pues probablemente sólo conseguiría que se cabreara aun más y que ya no me diera la oportunidad de explicarme.

- ¿Vas a dejar que me explique o qué? -él asiente-. Bien. A la próxima, te hechizo, Ronald Weasley, así que más te vale cerrar bien la boca. Bueno, pues eso. Apareció y me dijo que necesitaba hablar conmigo. Fuimos a una habitación que poseía un hechizo silenciador y me ofreció formar parte de un plan que hoy mismo he aceptado -esta vez no dice nada, sino que espera a que continúe contándole en qué consiste el plan-. La verdad es que una idea bastante inteligente. Draco ha pensado que podríamos fingir un triángulo amoroso entre él, tú y yo que diera polémica y mantuviera al mundo mágico enganchado a los juegos, mientras que vamos eliminando a los más fuertes para que luego cuando estemos más débiles nos carguemos a gente de nuestra condición. Ganaríamos tiempo de vida y jugaríamos con ventaja sobre el resto de los tributos, pues dudo mucho que nadie haya pensado en el tema de una alianza considerando que sólo puede ganar uno. Podríamos ser un buen equipo. ¿Qué te parece? -pregunto yo con una sonrisa.

- Me parece... me parece... ¡Me parece que estás... loca! ¿Una alianza con Draco Malfoy? ¿Con nuestro peor enemigo? -empieza a reírse a carcajadas histéricamente-. Por Merlín, Hermione esta vez te has superado... Ese supuesto plan, además de ser una completa gilipollez, me parece muy poco creíble, la verdad... ¡Fíjate si es poco creíble que ni siquiera ha servido conmigo! -se encoge de hombros y prosigue ahora más cabreado-: Pero vamos que lo que no entiendo es por qué demonios te estás inventando todo esto. ¡Por qué demonios te esfuerzas en hacer que todo parezca creíble y que no se vea absurdo como realmente es! ¡Por qué demonios no reconoces de una jodida vez que estás con él! -dice ahora con el ceño fruncido.

- ¡No es absurdo! ¡Ni tampoco trato de hacer que parezca creíble, porque no hay necesidad! ¡El plan existe, yo lo he aceptado! ¡No estoy con él, él no me importa! ¡Entérate de una maldita vez, Ronald Weasley, eres tú quien me importa! -suelto de repente. Me ruborizo cuando me doy cuenta de lo que acabo de confesar y evito su mirada a toda costa. Él me mira con una ceja enarcada-. No hay nada entre Malfoy y yo más allá del plan... Jamás lo habrá... -susurro-. Todos sus piropos, todas sus buenas palabras, todos mis gestos cariñosos hacia él... Todo lo hacemos en público, porque nos están grabando los de los juegos. Hay cámaras por todo Hogwarts, excepto aquí, con las que nos controlan. Aquí es donde siempre hablamos del plan, pues es el único sitio seguro y también el único sitio en el que somos nosotros mismos, es decir, donde nos tratamos igual de mal que siempre. En cambio, en público nos tratamos bien para que parezca que somos amigos y que quizás podríamos llegar a algo más. Cuando es cariñoso conmigo delante de ti, pretende ponerte celoso para involucrarte ya en el triángulo amoroso. Quiere que ya el triángulo amoroso se note en Hogwarts para que en los Juegos sea creíble.

Ambos nos quedamos en silencio al menos cinco minutos cavilando sobre la conversación. Ron parece escéptico, en el aspecto de que sigue sin querer creerse la existencia del plan, pero por otra parte sorprendido, porque yo misma le haya confesado que es él quien me importa y no Malfoy. - ¿De veras existe ese plan, Hermione? -susurra rompiendo el silencio imperante en la habitación. Yo asiento y a él se le ponen las orejas muy rojas-. Pero... pero... ¿Y por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué no me has preguntado antes de aceptarlo?

- Sé que no debería haber aceptado ese plan sin haberte preguntado, porque tú también te ves involucrado pero...

- No, no es por eso -me interrumpe-. El que yo me vea involucrado o no es lo de menos, Hermione. Me refiero a qué deberías haberme preguntado qué opinaba yo sobre todo este asunto, porque es Malfoy al fin y al cabo, ambos sabemos que no va a jugar limpio.

- Yo también me negué en un principio a aceptar el plan, Ron, porque al igual que tú pensé que había gato encerrado, pero cuando me dijo que si era necesario se haría un Juramento Inquebrantable conmigo para que confiara en él, lo creí.

- ¿Un... Juramento... Inquebrantable? ¿De veras... te... propuso hacer... un Juramento... Inquebrantable? -balbucea Ron muy nervioso.

- Sí. ¿Confías ahora en él?

- Jamás confiaría en él, Hermione -sentencia-. No sé sigue habiendo cosas que no encajan. Por ejemplo, ¿por qué nos ha elegido a nosotros y no a otros para el triángulo amoroso?

- No lo sé -cavilo en voz baja.

La verdad es que Ron tiene razón. Yo jamás me había cuestionado eso... ¿Por qué Draco Malfoy nos eligió a nosotros y no a otros para fingir un triángulo amoroso? ¿Se debe tal vez a que Ron y yo somos algunos de los más rebeldes en cuanto a la Guerra Mágica se refiere? ¿O habrá otras razones?

- ¿Y qué gana él fingiendo estar enamorado de ti y viceversa? -se cuestiona.

- No lo sé...

- En serio, no entiendo muy bien qué gana él con todo este asunto. ¿Qué te ha dicho él que gana supuestamente? -dice con una ceja enarcada.

- Me ha dicho que gana tiempo de vida... Y posibilidades de salvarse -suelto de repente-. Cree que... no voy a ser capaz de matarlo... porque me enamoraré de él... Supuestamente él aprovechará ese momento de dudas para deshacerse tanto de ti como de mí y ganar los juegos.

- Así que llegados a un punto de los juegos, la alianza se disuelve, ¿no? -yo asiento-. ¿Y cuál es ese punto?

- Cuando quedemos sólo nosotros tres.

- Una vez más no tiene sentido... Jugaríamos con ventaja sobre él siempre que tú te mantengas de mi parte... -dice mirándome inquisitivamente.

- Ahí es donde entra en juego el triángulo amoroso, él confía en que me enamore de él y dude la parte a la que quiero pertenecer... Pero supongo que te imaginarás que para mí no hay lugar para las dudas -él palidece y yo me ruborizo. ¿Qué estará pensando? No se estará imaginando a que me refiero a que estoy de parte de Malfoy, ¿no?-. Yo siempre jugaré de tu parte... -sentencio, mientras siento que su mano ligeramente temblorosa se posa en mi cabello.

- Entonces, jugaremos siguiendo el plan y cuando se rompa la alianza, me desharé de él y ganarás... Ese será nuestro plan, siempre y cuando no cambies de idea -comenta él esbozando una sonrisa nerviosa.

- No cambiaré de idea -aseguro, aunque sé que en el fondo no seguiré su plan estrictamente pues pienso ser yo quien lo salve a él y no al revés como Ron pretende.

- Joder, Hermione, joder -susurra él soltándome el pelo y llevándose las manos ahora a su precioso cabellera naranja.

- Siento mucho todo lo que has tenido que oír, ver y soportar esta noche, Ron, pero tarde o temprano tenías que saberlo -digo yo atreviéndome a acariciarle el brazo.

- Aliados con nuestro peor enemigo... ¡Joder! -bufa.

- Oye, Ron, si quieres... tú... puedes no formar parte del plan... Supongo que... podríamos adaptarlo de algún modo... para... no sé... -balbuceo ininteligiblemente.

- ¡Ni de coña! -exclama el pelirrojo-. No pienso dejarte a merced de ese gilipollas. Quiero... quiero... tenerte... a mi lado... cuando... todo... llegue... -farfulla mi pelirrojo tan inseguro como casi siempre, haciéndome sonreír.

Sus palabras me llegan al corazón y entonces sé que ha llegado el momento, sé perfectamente que no va a haber un momento mejor que éste... Así que lleno mi pecho de aire y, armándome de valor, me animo a decir:

- Me gustas, Ron -digo en un tono de voz alto. Noto que las cuerdas vocales oscilan en mi garganta temblorosas ante las palabras que acabo de disparar.

- ¿Qué? -pregunta él como si no hubiera oído lo que he dicho.

- Lo has oído perfectamente, así que no me obligues a repetirlo, por favor... -estoy completamente avergonzada y supongo que he de estar tan roja como Ron.

- ¿Has dicho que... que... yo... a ti... que yo...?

- He dicho que... que... que me gustas -repito sintiéndome ridícula-. Siempre me has gustado... Desde cuarto curso... Yo... yo... querría habértelo dicho el otro día... en el lago... pero me tomó por sorpresa... todo lo que me dijiste... y no... no...

- ¿En cuarto curso? -asiento-. ¿Y Krum?

- Fue gracias a él lo de darme cuenta. Cuando fui con él al baile... me di cuenta de que... bueno... eras tú con quien querría haber ido... -confieso tremendamente avergonzada.

Después de mis palabras, nos mantenemos en silencio durante un rato, ambos ruborizados a más no poder y cavilando sobre la productiva conversación sobre el día de hoy. ¿Ron por qué no me besas ya? Ruega mi fuero interno. Ya sabes que me gustas, ahora no hay excusas, no sé qué esperas para hacerlo de una vez. Me muero de ganas...

Impulsivamente coloco mis brazos alrededor de su espalda y, sin atreverme a buscar sus labios, me escondo en su pecho dedicándole un dulce abrazo. Esta vez sí me corresponde y me pasa los brazos alrededor de mi cintura, haciendo que cada una de mis terminaciones nerviosas me envíen una imperceptible carga eléctrica que se extiende como pólvora por mi cuerpo. En aquella maravillosa fracción de tiempo en la que estamos enlazados, aspiro con todas mis fuerzas su embriagador olor, mientras oigo el latir de su corazón en mi oído. Él comienza a acariciarme el pelo y, pese a la torpeza e inseguridad con la que lo hace, me hace sentir tan genial que me es imposible no sonreír. El silencio fluye por la habitación en su perfecta inmaterialidad, en la medida justa para hacer de aquel momento una de las mejores reconciliaciones que recuerdo. Comienzo a recordar todo lo que hemos pasado desde que llegamos a Hogwarts y me doy cuenta de que hemos discutido millones de veces, pero que al fin y al cabo siempre nos hemos reconciliado. En cualquier caso, ninguna reconciliación será jamás tan sublime como ésta. Ahora evoco en mi mente todo lo acaecido en esta agridulce noche... Yo sentada sobre la manta, él a mi lado, tratando de cogerme de la mano, yo rechazándolo. Fue una discusión con sabor dulce, pero con final amargo. Después, él acercándose a mí, mientras yo me veía sobrepasada por mis deseos de besarlo. Él confundido por su inseguridad. Yo anhelante de tocar sus labios. La galaxia al completo parecía conspirada en una dimensión perfecta en la que los labios de Ron tocaban los míos después de meses, cuando todo acabó. ¿Por qué fui tan estúpida como para no decirle que sentía lo mismo? Lo habría besado... Y ahora que ya lo sabe, ¿por qué no se anima a besarme? ¿O por qué no me animó yo? Me armo de valor y me aparto de él con intenciones de besarlo, pues no puedo reprimir más mis deseos. Abro los ojos y me encuentro con sus lapislázulis vigilando cada uno de mis movimientos a apenas dos centímetros de mí. De repente, entreabre un poco los labios y yo rezo para que sea para encajarlos con los míos, pero no, vuelvo a equivocarme. No los ha abierto para otra cosa sino para hablar... Sus palabras, ya pudieran contener las más maravillosas promesas, no serán jamás bienvenidas frente a la opción de besar sus tersos labios.

- Ven, quiero enseñarte algo -dice él de repente incorporándose de un salto. Yo me desequilibrio y estoy a punto de caerme del sofá. Él me tiende una mano para ayudarme a levantar, yo la acepto encantada pese a mi frustración.

Los pasillos y las escaleras van quedando atrás conforme nosotros avanzamos cautelosamente. ¿Qué hora será? Me pregunto en no pocas ocasiones, pero realmente no me importa ahora que mi tiempo lo comparto con mi pelirrojo.

Cuando llegamos a las mazmorras, comienzo a preguntarme seriamente a dónde me quiere llevar Ron pues me parece bastante extraño que hayamos llegado hasta allí, el nido de las serpientes. De repente, me suelta la mano y yo gimoteo lo suficientemente bajo para que él no lo oiga, deseosa de volver a sentir su mano enlazada a la mía. Examina las paredes con detenimiento y de vez en cuando posa sus gigantescas manos sobre los antiquísimos ladrillos de Hogwarts. Clic, se oye en aquel sepulcral silencio. Yo trato de ver algo en plena oscuridad, mientras que una voz que no es ni la de Ron ni la mía, destruye la ausencia de sonido.

- ¡Gryffindors por aquí, vaya, vaya, vaya! -dice una voz que procede del cuadro ubicado al lado de la entrada a la Sala Común de Slytherin-. Así que vosotros sois los que estáis produciendo todo este ruido, ¿eh? Ay, ay, ay, qué mal.

- Cállate, vieja cotilla -dice Ron mientras me agarra de la mano y me lleva en dirección a un pasillo del que desconocía su existencia corriendo. Al final del pasillo veo que se está desdibujando una puerta, que es la que ociosamente mi pelirrojo trata de alcanzar.

Y la alcanzamos. Y la atravesamos. Y todo está excesivamente oscuro.

- ¿A dónde vamos, Ron? -le pregunto yo preocupada.

- Sh. Ahora verás -responde él con una sonrisa.

Pese a la oscuridad, su sonrisa refulge blanca como la nieve. Yo le respondo varios centímetros por debajo de su cabeza con una sonrisa también. Noto el suelo inestable bajo mis pies, pero aun así camino determinada agarrada a la mano de Ron, que ha vuelto a enlazar la suya con la mía. Cuando llevamos unos quince metros, veo que la puerta que dejamos antes atrás se acaba desdibujando por completo y yo me alarmo. Él me sonríe y con ello me basta para saber con toda certeza que Ron sabe lo que está haciendo y que sabe el camino de vuelta a dónde quiera que sea que vayamos. Pasados unos quince minutos, se me pasa una idea por la cabeza que no sé cómo no se me ha pasado mucho antes.

- ¡Pero qué idiota soy! ¡Lumos! -digo yo alzando mi varita.

Ron me quita la varita y hace el contrahechizo. ¿De veras le gusta caminar a oscuras?

- Es parte de la sorpresa -responde a mi mirada de estupor.

De repente, oigo un golpe sordo y acto seguido, noto a Ron llevándose la mano que le queda libre a la cabeza para frotársela. La altura del techo ha bajado y él, que amenaza el metro noventa y no ha sido consciente de la desigualdad del techo, se ha golpeado.

- Joder, ¡deberían de poner carteles para los desniveles del techo! -dice él muy serio, mientras yo me río ante sus palabras-. ¡No te rías, me ha dolido de veras! -las mejillas se le encienden de la vergüenza.

Por un momento me recuerda al patoso niño que era Ron Weasley durante los primeros quinto cursos, el Ron Weasley del que me enamoré en su momento y de cuya metamorfosis sigo enamorada. Lo miro con una sonrisa, mas no puedo evitar añorar los comentarios que hacía ese Ron Weasley. Su timidez, su torpeza, sus miedos, su debilidad, pero sobre todo su inseguridad, mas todo ello se ha desvanecido lentamente con el paso del tiempo convirtiéndolo en el hombre que es ahora: valiente, fuerte, algo menos tímido y más seguro que ese pequeño Ronnie con el que sus hermanos se metían. Seguro hasta el punto de declarárseme...

- ¿Queda mucho para llegar, Ron? -le pregunto cansada de caminar. Debemos llevar ya casi media hora caminando.

- No lo sé. Supongo que no mucho, pero... ¡Tápate los ojos! -grita de repente mientras con su mano libre me cubre los ojos.

- ¡¿Qué pasa?! -exclamo asustada.

- Ahora lo verás -deja caer.

- Ron, ¡¿qué demonios pasa?!

- ¡Que ahora lo verás, Hermione! ¡No seas impaciente!

- ¡Ronald Billius Weasley, te obligo a qué me lo digas! ¡Me estás poniendo de los nervios!

- Confía en mí, Hermione -dice con una voz tan dulce como el azúcar. Soy incapaz de negarme, así que me callo y aguardo a que diga algo.

- Vale. Ahora puedes destaparte los ojos -me propone él.

- Genial. Quítame entonces tú la mano de los ojos -le replico recordándole que es él el que ha depositado su mano sobre mis ojos para impedirme la vista.

- Ups, cierto, perdona -dice dejándome ver uno de los lugares más bonitos que jamás nadie haya podido imaginarse alguna vez en su vida.

Más allá de la cueva, a solo unos pasos de distancia, se extiende toda una marea de color plata. Los árboles están recubiertos por pequeños hilos o redes de plata, mientras que las flores directamente son de tal color. En el centro de aquella zona excavada entre los árboles hay un minúsculo lago de apenas cinco metros de diámetro, en la que se observa un movimiento creado por algo o alguien que no se ve. Alrededor de la masa de agua, se disponen dos bancos también de plata. Analizo maravillada hasta el más recóndito detalle del lugar ante la belleza de éste. Todo de color plata: árboles, flores, bancos e incluso el suelo.

- Vaya... es... -no encuentro palabras para definir aquel lugar que Ron ha querido compartir conmigo. Al recordar este último detalle, siento que el lugar es aún más hermoso.

- ¿Mágico, verdad? -dice él irónicamente. Suelto una carcajada, divertida-. ¿Ha merecido la pena esperar a no quitarte mi mano de los ojos o no?

- Sí... Pero, ¿cómo has conocido este lugar? Este pasadizo y este lugar no aparecían en el Mapa del Merodeador, así que... ¿dónde estamos? -pregunto yo con el ceño fruncido.

- Estamos en el corazón del Bosque Prohibido. Los de Slytherin tienen esta pasadizo para llegar al bosque la noche de luna llena y no lo saben... Muy poca gente conocen este lugar, según mis hermanos Fred y George -veo que se estremece al mencionar al primero-, que fueron los que me hablaron de él un día, aunque yo es la primera vez que vengo, claro -comenta él.

- ¿No has estado nunca antes aquí? -inquiero sorprendida. Él disiente con la cabeza y yo la miro con una ceja enarcada, mientras le pregunto-. ¿Y eso? ¿Cómo es que no has venido antes?

- No sé. Quería... que... tú... lo vieras -balbucea él. Yo me quedo mirándolo con el ceño fruncido sin saber muy bien de qué me está hablando, pues sus palabras a mi modo de ver carecen de sentido alguno. Le pido con la mirada que se explique y así trata de hacerlo ruborizado y muy nervioso-. Me... refiero... a que... quería... que lo viéramos... juntos... Her... -carraspea- Hermione...

Y entonces no sé qué decir ni qué responder, pero sé que en realidad no hay necesidad de decir algo al respecto, porque la mejor respuesta a sus palabras se halla en el modo en el que nuestras miradas se enlazan... Miradas que se evitan a toda costa presionadas por la timidez y la vergüenza. Miradas que, a pesar de que se evitan, se acaban encontrando y hacen temblar hasta el pilar más estable de la Tierra. Miradas que dicen todo lo que siento por él. Miradas que suplican algo más que miradas. Miradas que colisionan y hacen que el concepto de lo que hasta ahora he tenido por magia se desvanezca, porque aquéllo sí es magia. Sus electrizantes pupilas derritiendo mis iris color chocolate son la verdadera magia.

Y ya no hay cavidad para las dudas, ni para un posible rechazo, ni para un Slytherin rubio con el que vamos a tener que fingir un triángulo amoroso... Ni siquiera hay cavidad para los juegos. No, no hay cavidad para nada que no sean aquellos ojos, que me atraen de un modo inexorable y totalmente hipnótico hacia sí, haciendo que mi cuerpo se vea arrastrado por aquella potente fuerza gravitatoria que me acerca a Ron irremediablemente. Y aunque podría tratar de frenarla, no lo hago. Dejo que actúe, porque me encanta que me acerque a él, me encanta que sea ella la que me indique que aún existen centímetros de distancia entre nosotros, distancia o espacio que ha de ser salvado, porque no debe existir espacio entre nosotros. Y es aquella fuerza la que se encarga de que la distancia desaparezca, así como es ella la que se encarga de que cierre los ojos y de que pase mis brazos alrededor del cuello de Ron. Y supongo que a él le embarga la misma fuerza gravitacional que a mí, pues ni siquiera titubea a la hora de pasar sus manos alrededor de mi cintura. Estamos así unos instantes enlazados únicamente por nuestros brazos, hasta que el uno, el otro o los dos decidimos que aquel enlace es insuficiente, hasta que sendos o ambos decidimos que son nuestros labios quienes realmente deben forjar un fuerte enlace. Y así ocurre. Nuestros labios se entrelazan al son de un sincrónico movimiento de cabezas, que me hace replantearme una vez más el verdadero concepto de la palabra magia, cuando coincido en que aquello no es magia, en que aquello es algo infinitamente superior a la Amortentia, a las leyes de gravitación, a la física y a la magia.

Sus labios tan rápido como alcanzan los míos se amoldan a la perfección en un dulce beso, que podría haber hecho saber agrio hasta al más selecto caramelo, mientras suplico en mi fuero interno a los más poderosos magos de la historia de Hogwarts que no permitan que jamás se acabe aquel maravilloso beso. Mientras me besa, sus manos maravilladas recorren mis curvas a una velocidad vertiginosa. Yo enredo mis dedos en su pelo naranja y tiro de él para atraerlo hasta mí con más virulencia. Ron se desplaza por aquella marea de plata con delicadeza y desenvoltura, pero sin separar su boca de la mía, para llevarme hasta un árbol, donde me dejo caer mientras nos besuqueamos frenéticamente. Sus brazos me encierran contra el árbol y yo sólo ruego que esté aún más cerca, mas sé que es imposible, pues salvo la ropa no existe más espacio entre nuestros cuerpos, cosa que a su vez hace que no sea difícil imaginarse la anatomía del pelirrojo, lo cual no hace más que incitarme a besarlo con más frenesí. Me despido de todos aquellos besos dulces e inocentes con los que empezamos este maravilloso duelo entre nuestras bocas para dar paso a besos que ya nada tienen de ingenuos, pero que son perfectos para sofocar en cierta medida las llamas que consumen mi cuerpo. La lujuria es la materia fundamental de la que ahora se componen nuestros besos. Ron deposita sus manos en mi trasero como buenamente puede y eso sólo provoca que me encienda aún más si es posible. Son ahora nuestras lenguas quienes se baten en aquel duelo extremadamente seductor, que me deja sin aire, lo cual no me importa para nada, pues la boca de Ron tan rápido como me roba el aire, me oxigena acto seguido. Y entonces, de repente, dejo de sentir sus labios y su lengua en mi boca. Me alarmo, temiendo que se haya apartado de mí y que no vaya a volver a sentir sus labios, pero entonces vuelvo a sentirlos, esta vez sobre mi cuello, y todo posible miedo se desvanece. Sus labios descienden desde la mandíbula hasta la base del cuello en intervalos que alternan tiernos besos y ligeros mordiscos. Yo me enredo en su pelo con más fuerza y ruego que pare, porque realmente no sabría que podría llegar a hacer si no parara. Mi respiración empieza a hacerse entrecortada y comienzo a hiperventilar cuando siento sus labios cerca de mi escote. Mis manos involuntariamente se enredan en el borde inferior de la camiseta y estoy a punto de quitársela, cuando una intensa luz comienza a formarse tras mis párpados cerrados con tal nitidez que comienza a dolerme los ojos. Abro los ojos para ubicar la procedencia de aquel destello que he sido capaz de percibir incluso con los ojos cerrados y veo que no es más que el sol del alba... Contemplo maravillada cómo este pequeño paraíso de plata comienza a brillar bajo los rayos luminosos del astro rey que nos saluda por el este.

- ¿Qué diablos...? ¡No me lo puedo creer! -grita Ron de repente alejándose de mí y mirando al cielo muy ensimismado.

- ¿Qué pasa, Ron? -inquiero yo alarmada contemplando el cielo para tratar de descubrir qué hay de raro en aquel amanecer, mas no noto nada extraño.

- ¡Tenemos que largarnos de aquí ahora mismo! -me toma de la mano justo cuando comienza a oírse un estridente ruido procedente del lago que se halla en el centro de aquella marea color plata.

- ¿Por qué? ¿Qué pasa, Ron? -grito yo ahora muy asustada, clavada en el sitio.

- ¡Tenemos que largarnos, porque la puerta sólo se abre en luna llena y si no nos marchamos ahora mismo, tendremos que esperar hasta el mes que viene para atravesar la puerta! ¡Y créeme que no duraríamos aquí un mes! -dice él tirándome de la mano.

Esta vez me dejo dirigir por él y llegamos a un portón incrustado en un montón de piedras plateadas por el que se supone que salimos y que no vi externamente antes porque me estaba besuqueando con Ron. Me quedo anonada pensando en nuestro beso... Había sido incluso mejor que el de la Gran Batalla y los recuerdos no le habían hecho justicia a sus labios... Éstos besan y saben infinitamente mejor que en mis recuerdos y sueños. Me mantengo en un estado de éxtasis momentáneamente a pesar de que Ron me apremia a moverme tirándome de la mano, pues he vuelto a quedarme clavada en el suelo. Mis fantasías se desvanecen cuando el sonido del lago vuelve a hacerse más estridente.

- ¿Qué es todo ese ruido, Ron? ¿Procede del lago? -inquiero yo llevándome la mano que tengo libre a uno de los oídos.

- ¿Ese ruido? ¡Ese ruido es el motivo por el que no duraríamos aquí ni un mes! Lo producen los seres que se encargan de fabricar toda la plata que recubre este lugar -me explica mientras atravesamos el pasillo de piedra dejando atrás al portón, que ya comienza a desdibujarse tras nosotros-. Esos asquerosos bichos se llaman pilak, son invisibles y son capaces de destrozarte en segundos, pues...

- Al ser incapaces de verlos, te atacan por cualquier lugar sin ser capaz de poder contrarrestar su ataque -continúo yo, recordando haber leído sobre el tema en algún libro-. Ya los conozco. Leí sobre ellos en algún libro sobre especies extintas o no confirmadas de seres fantásticos. Hablaban de ellos como una leyenda. No había evidencias algunas de que hubiera una colonia de ellos cerca de Hogwarts -digo yo ruborizada ante la mirada de sorpresa de Ron-. Si no recuerdo mal, no nos han atacado porque es luna llena, ¿no?

- Eh... sí... Se supone que...

- La luna los tiene sometidos durante el día en el que muestra su esfera plateada al completo, es decir, el día de luna llena los pilak no pueden atacar a nadie, pues están algo así como embelesados ante la belleza del astro superior. La obedecen a grosso modo -le interrumpo. Él resopla frustrado, como si le hubiera gustado ser él quien me hubiera contado la historia-. Después sienten que tienen que ofrecerle objetos de una belleza semejante a su diosa la Luna y pasan el resto de los días del mes recubriendo cosas de plata como signo de devoción. Todos los días, excepto el día de luna llena, cuando alguien llega hasta aquí, los pilak se sienten amenazados ante la posibilidad de que les roben todo aquello en lo que han trabajado decepcionando así a la Luna y es por ello por lo que no dejan acercarse a nadie a ninguna de sus obras y atacan a todo ser que ose morar su territorio -concluyo con una sonrisa.

- Eso mismo... -dice tímidamente Ron, cuyas orejas están teñidas de color escarlata probablemente como consecuencia de su imposibilidad de lucirse en un tema del que parecía saber mucho. Me siento ligeramente mal por haberle robado el protagonismo-. Bueno, ésa es la historia de esos asquerosos bichos, pero seguro que no sabes el resto... Existe otra historia que habla de por qué nadie conoce su existencia en el Bosque Prohibido y por qué la puerta sólo se abre el día de luna llena, así como por qué la puerta está en territorio de Slytherin.

- ¿Y qué esperas para contármela? Me muero de ganas por escucharla -digo yo con una sonrisa tratando de devolverle el momento de vanagloria que yo misma le he robado. Eso parece animarlo, pues me dedica una radiante sonrisa justo antes de sumergirse en la historia.

- Bueno... Tampoco es nada del otro mundo... Es algo así como una historia de amor -dice él poniéndose colorado-. Según mis hermanos, se supone que Salazar Slytherin estaba enamorado de Rowena Ravenclaw. En cambio, ella no estaba enamorada de él, así que para impresionarla y tratar de ganarse su corazón, Salazar la trajo al mismo sitio aquí, como yo a ti -sonrío como una idiota mientras le acaricio el dorso de su mano, que permanece unida a la mía en las cavernas por las que avanzamos de vuelta al castillo-. En un principio, él desconocía la existencia de este lugar, pero un día merodeando por el Bosque Prohibido lo descubrió y le pareció el lugar más hermoso que jamás había visto. Un mes más tarde, trajo a Rowena hasta el bosque de plata y quedó maravillada ante la imagen de este precioso rinconcito desconocido para ella hasta tal momento. Fue mera coincidencia que tanto el día del descubrimiento de aquel lugar como el día que llevó a Rowena se trataran de noches de luna llena y que nada les pasara. Pero entonces, un día, Rowena le pidió a Salazar que la volviera a llevar a aquel lugar para pasar juntos la noche y él aceptó sin saber lo que les esperaba. Los pilak los atacaron nada más llegar y Rowena casi muere allí mismo. Por suerte, Salazar fue lo suficientemente ágil para agarrar de un brazo a Rowena y transfigurarse hasta algún lugar de Londres, donde la curó hasta que recuperó su completa salud. Después de todo aquello, Rowena no quiso saber nada más de Salazar, lo cual dejó a Salazar destrozado. Él decidió aislar aquel lugar que tantos problemas le había creado construyendo una puerta que comunicara directamente con aquel lugar pero que funcionara únicamente los días de luna llena. Esos días él venía a este lugar para rememorar todos los momentos vividos con su amor Rowena antes del accidente. Así que gracias al desengaño amoroso de Rowena y al dolor de Salazar, sólo se puede acceder a este lugar el día de luna llena, único día del mes seguro para nosotros frente a los pilak.

- Vaya... Es una historia preciosa, Ron -digo yo muy complacida dándole un ligero apretón de manos-. ¿Y dices que esta historia te la contaron tus hermanos? -él asiente-. Guau, no sabía que los geme... tus... hermanos -balbuceo a la hora de mencionarlos- fueran unos románticos empedernidos y que les gustaran este tipo de cosas.

- Sinceramente, me preocuparía bastante que lo supieras -bromea y yo le dedico una mueca cariñosa a modo de "eres-idiota-pero-me-encanta-que-lo-seas"-. Pero sí. Lo cierto es que eran bastante románticos... -se me pone la piel de gallina al notar la énfasis que ha puesto Ron en el eran. Hablar de su hermano Fred como parte del pasado debe romperle el corazón-. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes me enseñaron el rinconcito ese de plata y quienes me contaron la historia.

- ¿Y cómo la supieron ellos? No me imagino a tus hermanos en la Biblioteca de Hogwarts investigando sobre...

- Yo simplemente no me los imagino allí, sin más -concluye Ron componiendo una triste sonrisa, que denota lo muchísimo que añora a su hermano Fred. Me siento mal por haber seguido con aquel tema de conversación, pero Ron, que no parece tener ganas de desmoronarse, hincha su pecho de aire y continúa hablando-. Según tengo entendido, cuando descubrieron el bosque de plata, al menos así lo llamaban mis hermanos, se lo contaron a mi padre, porque él siempre estaba al tanto de todas las aventuras amorosas de mis hermanos y era el único que aprobaba sus esporádicas salidas de Hogwarts, ya que él de joven era igual. Mis hermanos se llevaron una sorpresa cuando mi padre les contó que un amigo suyo estaba obsesionado con aquel lugar y que durante los años en los que él estudiaba, su amigo se pasaba el día investigando sobre este sitio. Fue su amigo el que le contó la historia mi padre, que después se la contó a mis hermanos, quienes más tarde me lo contaron a mí -dice esbozando una tímida sonrisa.

- Guau -exclamo sorprendida ante la larga historia-. ¿Pero cómo es posible que el pasadizo que conduce a este sitio no aparezca en el Mapa del Merodeador?

- Porque, como muchas veces dijo Dumbledore, no se puede saber... -comienza a citar.

- ...todo sobre Hogwarts -concluyo yo.

- Exacto -caminamos por la penumbra agarrados de la mano hasta que encontramos la puerta de salida, que se materializa ante nuestra llegada-. Bueno, hemos vuelto sanos y salvos. Creo que lo mejor sería que fuéramos a la Torre para descansar un poco. Deben quedar como mucho dos horas para que den las ocho.

- Tienes razón, aunque antes quería decirte algo... -comienzo dubitativa-. Gracias por haber compartido conmigo ese maravilloso lugar, Ron -digo sincera, pues ha sido sin duda la mejor noche de mi vida. Justo después de decirle tales cosas, lo abrazo.

- No es nada -asegura restándole importancia a lo que ha hecho-. Quería compartir la primera visita con alguien especial -me susurra al oído, haciendo que me palpite el corazón a una velocidad vertiginosa y que se me ponga la piel de gallina en todo el cuerpo.

Rompo nuestro abrazo y cierro los ojos. El resto del trayecto lo recorren mis labios sin problemas, que en cuestión de segundos se funden con los suyos en un romántico beso, al que siguen un millón de besos más hasta que llegamos a la Torre de Gryffindor donde nos despedimos para descansar unas horas antes de enfrentarnos a nuestro último día en el mágico castillo que guarda la esencia de la historia que Ron y yo llevamos forjando más de siete años. Historia que por fin parece haber encontrado su hueco en aquello que nos obligamos a obviar durante tanto tiempo: el amor...

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