El centro de entrenamiento
Tanteo con los dedos el lugar en el que me encuentro sin abrir los ojos. Me sorprendo al descubrir que estoy en una cama. Creo recordar que la noche anterior me quedé dormida sobre Malfoy en el sofá. Tal vez él me trajo aquí cuando estaba lo suficiente adormecida para no darme cuenta. Abro los ojos y me lo encuentro al otro lado de la cama durmiendo plácidamente. Percibo el vaivén de su pecho y sonrío ante sus angelicales facciones. Miro el reloj que se halla a mi izquierda, en la mesita de noche, y veo que son las seis y media. Quizás pueda volver a mi habitación sin que Ron se dé cuenta de mi ausencia.
Me pongo en pie y tapo con la delgada sábana a Draco antes de irme. Me muevo con mis pies descalzos por la habitación en busca de mis zapatillas, mas no las encuentro. Me acerco a la puerta de la habitación que comunica el pasillo y oigo el agua de una ducha caer. Mierda, Daphne está despierta. Decido que lo mejor es que me marche ahora mismo, dado que no puedo arriesgarme a estar en la habitación mucho más tiempo puesto que Daphne podría salir en cualquier momento de la ducha, y que las zapatillas me las devuelva Draco en otro momento. Si quedamos esta noche otra vez, tal vez podría dármelas... Oh, demonios, no deberías pensar en eso, Hermione. Cabeceo tratando de apartar esos pensamientos de mi mente y, sin echar la vista atrás, corro por el pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación y salgo rápidamente. Deambulo unos pocos metros por el corredor del edificio y abro sigilosamente mi puerta.
Por suerte, Ron no está despierto, así que podré ahorrarme la explicación de por qué no he dormido con él. Oigo sus ronquidos nada más entrar en la habitación. Entro en el dormitorio y veo que está retorcido en una incómoda postura y que, a diferencia de Draco, no parece dormir plácidamente. Puede que incluso esté teniendo una pesadilla. Siento ganas de reconfortarlo, así que me siento a su lado y me acurruco a su lado unos segundos. Le acaricio la suave pero tersa piel de sus brazos.
– ¿Her... Hermione? –dice, y su voz suena algo quebrada por el sueño.
– Duerme, duerme. Es temprano –susurro cuando veo que abre sus preciosos ojos unos instantes. Él asiente y vuelve a cerrar los ojos.
Le doy un dulce beso en la frente y acto seguido me voy a examinar el contenido del gran armario que posee la habitación para preparar la ropa que me pondré después de la ducha que pienso darme ahora que tengo la certeza de que no voy a coger sueño. Como el otro día, hay muchísimos pijamas diferentes. Sin embargo, las mudas de la ropa que supongo que he de ponerme para el centro de entrenamiento son todas iguales: absurdos chándales demasiado sofisticados para ser considerados como tales y con una gran influencia futurista. Son de color negro con algunos detalles en gris y en rojo y además parecen muy ceñidos. En la hombrera, está impreso el escudo de nuestro colegio. Los miro con desaprobación, mas me obligo a coger una muda, dado que no tengo otra opción. Ahora empiezo a rebuscar en los cajones algo de ropa interior. Me sorprendo al reconocer varias prendas de mi propiedad. Al menos han sido considerados en ese aspecto. Sin dar más rodeos, me voy a la ducha.
Cuando termino de ducharme y vestirme, ya son más de las siete, así que despierto a Ron con un delicado beso en los labios para que también se duche y se prepare para el encuentro con McGonagall, quien se supone que vendrá a las ocho para desayunar con nosotros y después nos llevará al centro de entrenamiento. Ron se ducha rápidamente y se pone también su traje de entrenamiento, que es exactamente igual al mío, aunque el que yo llevo es más pequeño y entallado que el que se ha puesto Ron. A pesar de que no me he mirado al espejo, estoy segura de que a mí me queda fatal. Sin embargo, a Ron el suyo le favorece tantísimo... Marca sus fibrosos brazos y su zona abdominal. ¿Desde cuándo está así de fuerte? Aparto la vista, cuando él se cosca de que no puedo quitarle la vista de encima.
– Ciñe demasiado, ¿no crees? –me pregunta él, mirándose al espejo poco convencido.
– ¿Me lo dices a mí? Ni siquiera creo que pueda moverme –digo con ironía–. A ti te queda muy bien... –lo elogio un tanto cortada.
– ¿A mí? Te referirás a ti. Te queda genial... Te resalta mucho... –sus ojos se posan primero en mis pechos, luego en mi cintura y más tarde en mi cadera–. Te resaltan mucho esos colores –rectifica avergonzado, mientras que yo me río.
– Así que ahora resulta que entiendes de moda, ¿eh? –digo entre carcajadas.
– No te rías, anda. Es verdad que te pegan esos colores –balbucea tímidamente.
– Qué idiota –digo justo antes de acercarme a él.
Le doy un dulce beso en los labios. Él me levanta en peso y yo me engancho con mis piernas a su cadera de modo que quedo agarrada a él como si fuera una niña pequeña. Me separo de él y abro los ojos para contemplar sus ojos de cerca. Me fundiría en ellos, si pudiera... Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando clava su mirada en mí. Me observa de un modo posesivo que bien debe acercarse al modo del que lo miro yo. Mío, mío, mío. Es lo único en lo que pienso en ese momento. Mío para siempre. Y sé que él está pensando en lo mismo, porque lo veo en el modo del que me mira. Nos pertenecemos ahora y nos perteneceremos siempre. Incluso estábamos destinados a pertenecernos en un pasado, cuando ambos no hacíamos más que pelear. Ambos lo sabíamos y lo sabemos perfectamente.Embargada por la emoción de saberlo mío, vuelvo a besarlo dulcemente. Nos movemos por la habitación sin separarnos ni un instante hasta que caemos en la cama entre carcajadas. Él está sobre mí y me excito al notar su anatomía sobre la mía. Me estrecho contra él tanto como puedo y mis terminaciones nerviosas emiten una descarga eléctrica que se transmite por todas y cada una de las células de mi piel. En ese preciso momento, me doy cuenta de que ya todos estos juegos inocentes son ridículos para ambos, considerando la pasión con destilan nuestras miradas y transmiten nuestras bocas. Así que dejo a un lado los besos dulces, inocentes y adolescentes para dar paso a besos, caricias y roces que ya nada tienen de infantiles. Noto sus manos moviéndose por mi cintura, mi cadera y por último por mi muslo. Como una cerilla que fricciona contra la caja que la contiene, mi cuerpo se enciende al roce con el cuerpo de Ron. Lo atraigo hacia mí con fiereza y atrapo su lengua con la mía. Percibo sus manos con más fuerza sobre mis muslos mientras nos besamos y me excito, pero no es suficiente; necesito más. Mi cuerpo está en llamas. Quiero deshacerme del estúpido chándal que tan bien le sienta a mi pelirrojo, pues ahora que soy capaz de distinguir cada recoveco de su cuerpo, estoy completamente segura de que le queda mejor el estar sin ropa. Muevo mis dedos hasta la cremallera de la parte de arriba y comienzo a bajarla sin titubear, con un convencimiento impropio en mí. Y de repente siento sus labios en mi cuello. No puedo más. Tengo que quitarle la camiseta, los pantalones y todo lo que haya bajo ellos. Ahora ya es una necesidad. Lo necesito. Mueve sus labios a mi oreja y me contorsiono de placer. No lo soporto más. Necesito que se aleje de mi oreja o no sé qué seré capaz de hacer. Me deshago sin dificultad de la parte de arriba del chándal. La fina camiseta blanca de nailon está completamente ceñida a él por el sudor, el cual me permite apreciar los bien trabajado músculos del brazo y de su abdomen. Pero una vez más no es suficiente. Necesito verlos con más precisión, así que me libro de su camiseta en cuestión de segundos. Recorro maravillado la zona abdominal de Ron, mientras su mano se comienza a abrir paso por debajo de mis camisetas y recorren mis curvas en dirección ascendente, en dirección a mi zona pectoral. Conforme se va a acercando a la zona clave, me voy encendiendo cada vez más. Hasta la última célula de mi cuerpo está sumida al fuego cuando la alcanza y dudo que ni siquiera empleando toda el agua del mundo sea capaz de apagar este irrefrenable fuego que incendia mi cuerpo. Cada instante que pasa, cada aliento que me roba, cada segundo que siento sus labios, las llamas crecen y me consumen con mayor virulencia. ¡Que llueva, por favor! Ruego en mi fuero interno, cuando percibo que sus manos se han librado ya de mi sudadera y de mi camiseta. Sus labios comienzan a descender desde mi oreja, pasando por mi mandíbula, hasta detenerse en la base de mi cuello y entonces sí que sí, lo necesito. Necesito o lluvia o más fuego. Necesito o bien lluvia para apagar este fuego, o bien más fuego para incendiar todo hasta que no haya más que consumar y el fuego finalmente se apague. Y sinceramente prefiero la segunda opción, porque sé que es más efectiva, porque Ron tiene la facilidad de incendiarme sólo con rozarme con sus dedos. Él sería capaz de apagar este incendio con más facilidad que todo el agua torrencial que ahora mismo pudiera caerme encima... Sólo tendríamos que llegar al final del todo. Tendríamos que acabar exhaustos y entonces el fuego lentamente se apagaría... Cierro los ojos y percibo extasiada sus labios descendiendo desde mi sujetador hasta mi barriga. Tiro de su pelo sin poder reprimirme.
Y de repente, como si alguien hubiera oído mi plegaria, ocurre algo que actúa en mí como la lluvia que tanto pedía y que hace que mi cuerpo se apague al instante. La puerta de la entrada al apartamento se abre. Miro el reloj y veo que son las ocho. Lo sé: McGonagall acaba de llegar. Cuando ambos somos conscientes de quien es la persona que acaba de llegar, Ron se levanta de encima mía a toda velocidad y me lanza mi camiseta. Me la pongo tan rápido como puedo, mientras él se pone la suya también rápidamente. Nos ponemos la parte de arriba del chándal-uniforme y salimos despedidos al salón, mientras tratamos de adecentarnos los pelos. Los míos no parecen estar por la labor, mas McGonagall no percibe la diferencia cuando nos ve, pues mis pelos suelen estar alocados y enmarañados normalmente. Sin embargo, Ron hace un buen trabajo con los suyos y los deja en un estado bastante presentable. La vieja mentora nos sonríe y nosotros le devolvemos una falsa sonrisa. Ojalá no hubiera venido. ¿Quién sabe que hubiera ocurrido si no hubiera llegado a la hora del desayuno? ¿Habría llegado a términos mayores con Ron? Ufff, ¿quién sabe? A pesar de que la temperatura de mi cuerpo comienza a regularse y mi hiperventilación también, mi corazón late desbocado, en sincronía con las preguntas y dudas sobre qué hubiera ocurrido que pululan nerviosamente por mi mente.
– ¡A desayunar! –comenta felizmente McGonagall, señalando la mesa e irrumpiendo por completo mis pensamientos.
– ¿Cuándo ha aparecido todo esto? No recuerdo que estuviera aquí antes y créame que lo recordaría –dice Ron con los ojos como platos justo antes de lanzarse a la mesa a comer.
Lo examino minuciosamente y veo que está bastante colorado y que también está sudando un poco supongo que como consecuencia del esfuerzo. Percibo cierto brillo en los ojos, brillo que me indica que está feliz. Yo también lo estoy. ¿Cómo no podría estarlo? Probablemente ésta ha sido el mejor Buenos días de mi vida... ¡Oh, pero qué digo! ¡Ha sido el mejor día de mi vida! Vuelvo a mirarlo y veo que él se ruboriza cuando me mira a los ojos. Yo también me siento ligeramente avergonzada. Nunca habíamos llegado a tales extremos... Lo examino de arriba abajo. Dios, qué bien que le sienta el traje de entrenamiento y qué bien que le sienta no llevarlo puesto... Un momento. ¡Joder! ¡Primer fallo! Se ha dejado la camiseta por fuera, cuando en realidad debería llevarla por dentro para el uniforme. ¿Se habrá dado cuenta McGonagall?
– Es un conjuro similar al que usábamos en Hogwarts –responde la vieja con una sonrisa, ignorando por completo el fallo en la vestimenta de Ron–. Cuando llega la hora de comer, aparece toda esta comida cocinada por los mejores elfos domésticos de todo el mundo mágico.
– Ah, qué bien –balbucea entre bocado y bocado.
Pongo los ojos en blanco y me siento a su lado mientras desayuno. Decido no comer mucho, sólo un café y un par de tostadas, pues no tengo mucha hambre ahora que recuerdo el día que me espera. No tengo para nada ganas de entrenarme en un centro especializado en vamos-a-matar-a-gente-inocente. No quiero matar a nadie, joder. Aparto la comida asqueada al pensar en la sangre que tendré que derramar. Sangre de gente inocente.
– ¿No te gusta el café, querida? –me pregunta preocupada mi ex-profesora.
– No es eso. Se me ha revuelto el estómago –ella no me pregunta por qué, mas me mira de soslayo con intriga mientras Ron termina de desayunar.
Una vez que mi pelirrojo ha acabado, dado que son las nueve menos cuarto, optamos por bajar ya al centro de entrenamientos. Por el camino, cuando McGonagall no está mirando, le pongo bien la camiseta y él me da un ligero apretón de manos como agradecimiento. Sigue ruborizándose cuando nuestras miradas se encuentran, así que evita a toda costa que esto ocurra, y a mí me pasa lo mismo. En la puerta ya hay están los más puntuales con sus mentores esperando a que se dé comienzo al entrenamiento intensivo.
No sé si físicamente estaré capacitada para seguir los entrenamientos, así como tampoco me gusta la idea de tener que entrenarme para matar a gente inocente, pero no me importa, pues de un modo u otro he de hacerlo. Quiero salvar a Ron. Es una necesidad para mí hacerlo y todo ello conlleva un preparamiento. He de prepararme lo mejor posible. He de prepararme para ser la mejor, pues sólo siendo la mejor puedo mantenerlo con vida.
– Buenos días, ratita –susurra alguien a mi oído extrayéndome de mis ensoñaciones. El tono de impertinencia usado apunta a que ha sido Malfoy el que me ha hablado. No necesito girarme para comprobarlo, pero aún así lo hago para verlo mejor–. Weasley –dice educadamente el rubio. Ron cabecea a modo de saludo.
– Hola, Draco –respondo con una sonrisa–. ¿Qué tal la mañana? ¿Has desayunado bien? –pregunto educadamente.
– Oh, sí, muy bien –dice él esbozando una sonrisa torcida–. ¿Y la tuya?
– Perfecta –digo mirando de reojo a mi pelirrojo.
– Oye, tengo que darte algo –comienza a decir al cabo de unos segundos de silencio, mientras rebusca en su bolsillo. Yo lo miro sorprendida, sin saber a qué atenerme–. Es algo tuyo en realidad. Anoche te lo dejaste en mi habitación, ten –de repente recuerdo que ayer me dejé las zapatillas en su habitación, así que extiendo las manos a la espera de que me las dé. Sin embargo, me tiende una fina cadena que tenía guardada en el bolsillo. Lo miro sorprendida... ¿Qué hace él con esa pulsera...?
La reconozco rápidamente, es la pequeña pulserita de plata que me regaló mi madre hace unos pocos años por mi cumpleaños. Es una de las pocas pertenencias –por no decir la única, ahora que también sé que al menos han respetado mi ropa interior– que me han dejado traer, después de que los mortífagos comprobaran con numerosos hechizos que no estaba hechizada y que no suponía ninguna amenaza para la integridad física de ninguno de los tributos. A todos nos han dejado traer algún objeto personal, como compensación por habernos arrebatado nuestra varita y el resto de objetos que traíamos con nosotros. Antes de subir al tren, nos las quitaron y las partieron en trozos ante nuestros propios ojos. Mas no sólo nos arrebataron las varitas, sino que también nos quitaron todos nuestros objetos personales y equipaje, dejándonos llevar un único objeto. Yo elegí la pulsera que me regaló mi madre, porque es de las pocas cosas que me quedan de ella, pero otra gente han decidido traer otras cosas. Por ejemplo, Ron ha traído consigo el sombrero de los Chudley Cannons, su equipo de quidditch favorito, porque según él le da suerte. Luna, según me dijo Ginny, trajo las gafas que usó Neville la noche que se besaron como recuerdo. No sé qué ocurrirán con todos esos objetos una vez que empiecen los juegos en sí. Quizás se los manden a las familias de los tributos, pues dudo mucho que dejen llevárnoslos al arena...
Volviendo a mi pulsera, ¿cómo ha llegado a manos de Malfoy? Por más vueltas que le doy al asunto aún soy incapaz de imaginar cómo semejante pulsera ha podido acabar en las manos del rubio. No recuerdo habérmela quitado en ningún momento desde el momento en que me dijeron que podía llevarla conmigo ni estando sola ni en presencia de nadie, así que... ¿cómo demonios la ha conseguido? ¿Por qué la tiene él?
– ¿Qué demonios haces tú con mi pulsera? –digo yo intrigada.
– ¡¿Que qué hace con tu pulsera?! ¡Te referirás a que qué demonios hacías tú anoche en la habitación de este gilipollas! –se encara el pelirrojo con los ojos desorbitados.
– Yo... yo... –mierda, mierda, mierda–. Estuve charlando... un rato... con él... en su habitación... porque... porque... no podía dormir –opto por decirle la verdad pues no se me ocurre nada mejor, mas decido que es mejor no mencionar el detalle de que he dormido toda la noche allí.
– Ya, claro... No podías dormir... ¡Y te fuiste a hablar un rato con él! ¡A hablar! –bufa–. Y después, ¿qué hicisteis? Jugasteis al ajedrez mágico y recordasteis viejos tiempos, ¿no? ¡¿Creéis que soy idiota?! ¡No te atrevas a responder esa pregunta! –amenaza Ron a Malfoy aplastándolo contra una pared. Este último tiene pintada una sonrisa de diversión en el rostro.
– Realmente no jugamos al ajedrez mágico ni recordamos viejos tiempos. Simplemente dormimos juntos en mi habitación. Parece ser que no estaba demasiado cómoda durmiendo contigo –le responde una vez que se deshace del pelirrojo de un empujón. Agita la cabeza intentando colocarse bien el pelo y vuelve a sonreír sombríamente. Parece disfrutar con todo esto...
Su sonrisa de disfrute... Repentinamente, todo parece encajar en mi mente. ¡Oh! ¿Pero cómo demonios no he podido darme cuenta antes? Estúpida e idiota de mí. Me siento frustrada ahora que me doy cuenta de que todo lo de ayer fue parte de una entretejida mentira para hacer que el plan siguiera en marcha. Todo ahora tiene lógica.
La quedada de ayer sólo fue un pretexto para encontrar algo con lo que enfrentarme a Ron al día siguiente delante de las cámaras. Y ese algo era mi pulsera, la cual probablemente me la quitó mientras dormía en su habitación, lugar en el que no había cámaras, así que me he quedado sin pruebas para acusarlo por robarme la pulsera; y ahora hoy ha traído la pulsera con el pretexto de que me la dejé allí para que parezca una traición por mi parte: escurriéndome en mitad de la noche para ir a la habitación de Malfoy.
Y lo peor de todo es que le ha salido bien. Ron se ha enterado de que no he dormido en nuestra habitación y probablemente estará días sin hablarme, incluso en los juegos. Bueno, eso mirándolo desde la parte más positiva, si sopeso las posibilidades más negativas... Ahora mi pelirrojo no volverá a confiar en mí, ni creerá nada de lo que trate de explicarle. Dudo incluso que me escuche cuando intente decirle que el propio rubio me ha engañado... De todos modos, ¿quién en su sano juicio me creería? ¡Me escapé a hurtadillas, sin decir nada, y traté de ocultárselo! Eso es lo que lo hace todo más sospechoso: el hecho de que me escapé a escondidas y de que traté que Ron no se enterara. ¿Para qué demonios tuve que tratar de encubrir mi escapada nocturna si Malfoy y yo no hicimos nada en aquella habitación? ¿O por qué demonios no se me ocurrió antes que Draco utilizaría esto de algún modo u otro en contra de relación que Ron? Estúpida de mí. ¿Cómo he podido confiar en Draco? Él me dejó bastante claro desde el principio que yo era la herramienta que necesitaba para ganar los juegos y que me utilizaría para ello. Y yo acepté esa condición cuando pactamos seguir su idea del triángulo amoroso. Pero él jamás me dijo que fuéramos a ser amigos. Él jamás me dijo que fuera a hacer cosas que fueran a beneficiar. Así que la culpa es mía. Por creer que ayer por la noche ya no seguíamos unos patrones para el plan, por pensar que anoche el plan no importaba y que simplemente estábamos siendo nosotros mismos, por imaginar que él y yo podíamos ser amigos...
Un punzante dolor me atraviesa el pecho. ¿Por qué demonios eres así, Malfoy? ¿Tanto te cuesta hacer una buena causa? ¿No podías simplemente dejarlo estar con Ron? ¿Tenías que complicarme la vida de este modo? ¿Tenías que hacer que Ron dudara de mí? ¿Tenías que hacerme creer que de verdad éramos amigos? ¿Tenías que hacerme creer que podía confiar en ti? ¿Tenías que engañarme de este modo? Porque sí, siento que el rubio me ha engañado. Siento que se ha reído de mí. Siento que me ha mentido. Siento... siento que me ha traicionado. Una dolorosa punción me martillea el corazón al comprender que efectivamente me ha mentido, que anoche me mintió, que una vez más lo hizo únicamente buscando su propio interés: el avance inexorable del plan. Toda la confianza, toda la amistad, toda esa amabilidad... Todo mentira. Me siento defraudada y humillada. Y quizás también algo estúpida por pensar que de veras Draco Malfoy, siendo como es, podía llegar a ser mi amigo, podía a llegar a ser alguien en quien confiar... ¡Demonios, por pensar que de la noche de la mañana podía cambiar! Aprieto la mandíbula, muy cabreada, intentando reprimir el impulso de darle un golpe en la suya.
Sin poder ignorar más las ganas de golpearlo, al cabo de unos minutos, lo hago. El golpe resulta bastante certero: le doy justo en toda la mejilla. Probablemente más tarde le saldrá un bonito hematoma que le recubra todo el pómulo. Me siento algo mejor ante tal posibilidad. Al menos todo mi dolor se reflejará en él de algún modo.
– ¡Eres un cabrón! –me indigno y le dedico una mueca de asco.
– ¿Y a ti qué te pasa ahora, joder? –me inquiere el rubio agarrándome con fuerza la muñeca para evitar que vuelva a golpearlo.
– ¡No te atrevas a tocarla! –grita Ron rojo de furia, dándole un manotazo al Slytherin para que me suelte. Parece que no sabe realmente cómo actuar, pues aún no le he aclarado nada.
– No te preocupes, Ron. No volverá a tocarme –le prometo al pelirrojo–, dado que no pienso estar nunca más lo suficientemente cerca de él como para que pueda llegar a rozarme.
– ¿Pero me puedes explicar qué demonios he hecho ahora, Granger? –exige a voz de grito Malfoy ahora ya también cabreado.
– ¿Que qué demonios has hecho? ¡Me has engañado! –le espeto dolida–. ¡Me mentiste ayer, una vez tras otra!
– ¡¿Que te he engañado?! –inquiere sorprendido–. ¿Cuándo te he dicho una jodida mentira, Granger? ¿Eh? ¡Dímelo, joder! –posa sus manos en mis hombros y me agita con fuerza.
– Creía que te había dicho que no la tocaras –dice amenazante Ron. Le quita las manos de mis brazos y se posiciona entre el rubio y yo.
– Piérdete, Weasley.
– No. Piérdete tú, Malfoy. Quiero hablar con Ron a solas. Creo que le debo una explicación por todo este malentendido, así que vete de aquí –intervengo yo–. Y por si te queda alguna duda, no quiero que me vuelvas a dirigir la palabra en lo que te resta de existencia. Ahora, vete, por favor –Draco me dedica una mueca y después me mira desafiante antes de marcharse. Sé que va a derrocar mi petición de desaparecer de mi vida y en cierto modo quiero que la ignore... ¿Pero qué demonios? ¡No tienes que querer que él ignore tu petición de marcharse de tu vida! Él se ha reído de ti, Hermione. Ha programado todo esto para distanciarte de Ron–. Ron... –comienzo a decir, mientras lo arrastro conmigo a un rincón alejado de todos los tributos que esperan la apertura del centro de entrenamiento.
– Sí, Hermione, que ya lo sé –me interrumpe–. No es necesario que me lo expliques, ya sé cómo funciona ésto. Primero me cuentas qué es lo que pasó: en teoría, sólo estuvisteis charlando y después dormisteis. Genial, ahora buscas una explicación absurda a vuestro encuentro y a por qué te quedaste allí a dormir: fuiste porque Malfoy quería enseñarte un hechizo y te dormiste porque acabaste exhausta de hablar y conjurar dicho hechizo. Bien, ahora, viene mi parte favorita: yo voy, me lo creo y todos felices. Después, supongo que lo celebraréis. ¡Bien se la hemos colado otra vez al estúpido de Weasley! –ironiza amargamente–. ¿Crees que no sé que el otro día estabas con él durmiendo en otro compartimento? –yo lo miro estupefacta. ¿Cómo sabe todo eso?–. Me levanté en busca de algo de comer después de que viniera la señora esa a traerme el uniforme y os vi –se explica–. ¿Sabes? Puedo hacerme el tonto una vez, pero no dos. Comprendo que es tu amigo y todo eso, pero, joder, ¡habéis dormido juntos! ¡Dos veces! –exclama indignado. Me siento mal, pues tiene razón, pero soy incapaz de expresar mi conformidad con su opinión–. Y reconozco que la primera vez me jodió bastante, pero le resté importancia porque era un tren, no podíais hacer nada allí. ¡Pero joder esta vez no era un tren! ¡Estabais solos en una habitación! ¿Cómo quieres que piense que os habéis limitado a conversar y a dormir? ¿Cómo puedo estar seguro de que él no ha intentado nada contigo? ¿O cómo estoy seguro de que no os habéis besado? ¡¿Cómo demonios puedo estar seguro de que no hay algo entre vosotros más allá de vuestra amistad?! –se lleva las manos al pelo y tira de él.
– ¡Por Merlín, Ronald! ¿Cómo demonios voy a estar con Malfoy? ¡Sabes que yo no soy así!
– ¡Sí, Hermione, sé perfectamente que tú no eres así, pero también sé como es él ¡Él es persuasivo y manipulador, él es capaz de hacerte cambiar tus esquemas con cuatro palabras estúpidamente cursis que no siente! –clava su mirada en mí. Cuando la leo me siento terriblemente mal, pues está francamente decepcionado.
– ¿Y qué más da como sea él? ¿No confías en mí? –él se encoge de hombros y siento como si alguien me golpeara en la boca del estómago.
– Sí confío en ti, Hermione –dice al cabo de unos segundos de absoluto silencio, mas no parece excesivamente convencido–. Pero imagínate tú que yo me escapara a hurtadillas para que no te enteraras a la habitación de Lunática Lovegood cuando tú te quedaras dormida, ¿acaso no sería sospechoso el simple de hecho de que no quisiera que te enteraras? ¿Acaso no pensarías que podría haber algo más que una amistad entre nosotros y que por eso no quería que supieras que iba a dormir a su habitación?
– ¡Sí, Ron, lo pensaría! Y sé que es sospechoso el simple hecho de que tratara de ocultártelo, pero también sé como eres y sé que no me habrías dejado ir si te lo hubiera dicho... De todos modos, ése ha sido mi gran error: intentar ocultarte algo que en realidad no es nada malo, dado que él y yo nunca hemos quedado con segundas intenciones –reconozco.
– Ya sé que no ibas con segundas, así como sé que no me lo has dicho para no molestarme ¡pero, Hermione, compréndeme! –me suplica en un apagado tono de voz–. ¡Has dormido con él! ¡Has preferido dormir con él a dormir conmigo! ¡Lo has preferido a él! –me reprende.
– Pero, Ron, yo... yo... no lo prefiero a él... –comienzo a decir en un hilo de voz–. ¡Sabes perfectamente que tú eres el que me gusta! ¡No tienes que dudar de mí! ¡Sabes que él sólo es un amigo! ¡Tú lo sabes todo! –dice haciendo énfasis en ese todo con el que he tratado de hacer alusión al plan–. Sabes perfectamente... que... jamás te cambiaría... por ningún otro... chico –balbuceo un tanto avergonzada por tener que reconocer tal cosa en voz alta–. Confía en mí, por favor –le suplico.
– Confío en ti, Hermione, pero en él no –dice seriamente justo antes de sucumbir.
– Yo ya tampoco, si te sirve de consuelo –él me mira extrañado y le respondo–: Luego hablaremos en la habitación más tranquilamente –pienso contarle lo que ha pasado con sinceridad sin omitir ningún detalle de mi conversación con Malfoy por doloroso que pueda llegar a resultarle.
– De acuerdo, Hermione. De todos modos, me da igual ya.
Me abraza con dulzura y me acurruco en su pecho intentando contener las lágrimas que quieren salir de mis ojos. Consigo mantenerlas a raya, mas no tengo tanto éxito con los gemidos que se escapan de mi garganta. Me siento terriblemente mal. Le he hecho daño a la persona que más me importa en el mundo, a la persona por la que daría mi vida... En estos momentos, me odio vorazmente. Suerte que ahora podré liberar todo este odio que corre por mis venas dándolo todo en los entrenamientos. Necesito liberar este odio que me emponzoña las venas, así que no puedo sentirme más dichosa cuando llega Hitam Sihir a las nueve en punto y nos pide que lo acompañemos al centro de entrenamiento.
– Primero los de Hogwarts –dice fríamente Hitam–. Síganme –los obedecemos sin decir ni una sola palabra.
Nos arrastra dentro del ascensor y pulsa el botón que conduce a la planta número menos uno. Cuando llego, un olor a nuevo, a metal y a ambientador inunda el infinito pasillo que se extiende ante mi campo de visión. Cruzo la puerta que está frente por frente al ascensor detrás de mis compañeros y no puedo evitar soltar en voz alta “guau” cuando veo el grandioso centro de entrenamiento en el que podremos prepararnos.
La gigantesca sala debe tener al menos quinientos metros cuadrados, que se reparten en dos zonas claramente diferenciadas: a la derecha, la zona de objetos muggles y a la izquierda, la zona de objetos mágicos. Al frente hay un alto estrado en el que nos aguardan magos cuyos nombres desconozco. Conforme vamos avanzando en dirección a la tarima –supongo que querrán darnos una charla antes de empezar–, me doy cuenta de que las dos zonas, tanto la muggle como la mágica, está fraccionada a su vez en diferentes talleres.
Voy tratando de memorizar los diferentes talleres que componen la parte derecha, es decir, la zona de objetos muggles, para considerar más tarde en cuáles trabajar. El primero que veo es el de objetos muggles de ataque: hay arcos, cuchillos, puñales, navajas, dagas, espadas e incluso algunas granadas. Me parece que un número considerable de horas las pasaré en dicho taller, pues soy bastante inexperta en lo que se refiere al ataque con objetos muggles. El segundo taller es, a mi modo de ver, el más interesado de todos cuantos hay. Se trata del taller de primeros auxilios: hay varios botiquines y unas cinco camillas vacías. El tercer taller es el más amplio y consta de cientos de objetos muggles aptos para la supervivencia: linternas, mecheros, cerillas, cantimploras, escudos, abrigos impermeables... También hay rocas y palos que me pregunto para qué las usaremos en este taller. ¿Quizás sea para hacer fuego? Quién sabe. Puede que me pase por este también. El cuarto taller es el más teórico: hay cientos de fotografías de animales, así como cientos de plantas diferentes esparcidas por diferentes vidrieras. Probablemente se tratará de un taller de identificación de plantas y animales para tener una noción básico sobre si son consumibles o no. Preveo que ese taller y yo nos llevaremos bastante bien. El quinto y último taller de los muggles acata toda mi atención nada más verlo. Hay tarros de miel, de sangre de animales, de esencia de plantas, de arena, de hojas, de piedras, de ramas, etcétera. Al lado de todos estos tarros hay uno más grande que está enmarcado por un rótulo que en grandes letras indica: Resina natural obtenida de árboles. ¿Para qué servirá todo aquello? Supongo que después nos lo explicarán.
Ahora presto atención a los talleres mágicos. El primero coincide con el muggle, pues se trata del taller de objetos de ataque, mas en este caso los objetos evidentemente son mágicos. En él, hay una amplia selección de objetos muggles encantados tales como espadas, dagas, arcos y cuerdas, y otro tanto de varitas para, supongo, batirse en duelo a modo de práctica. El segundo ya no coincide con el muggle y observo que el resto de los talleres que proceden a continuación tampoco. Este segundo taller consta de varios calderos y muchos ingredientes, por lo que rápidamente deduzco que es el taller de pociones. El tercer taller mágico quizás tiene alguna similitud con el cuarto muggle: se trata de un taller de identificación de criaturas mágicas, tales como boggarts, dementores... y algunas plantas exclusivas del mundo mágico. El cuarto taller me sorprende gratamente al descubrir que es uno en el que Ron se lucirá: es el taller de vuelo. Para nada pensaba que fueran a dejarnos practicar con escobas mágicas y mucho menos que las fueran a permitir en los juegos. Por último, me encuentro con el quinto taller en el que únicamente hay varitas. ¿Para qué se repetirán las varitas? ¿No había ya muchas en el primer taller?
Me encojo de hombros restándole importancia, dado que sé que ahora nos lo van a explicar todo. Recorro con la vista, maravillada, otra vez el centro de entrenamiento. Es más de lo que esperaba. Giro la cabeza y veo que el pasillo central del centro de entrenamiento ya está lleno por los tributos de todas las escuelas, así que intuyo que no tardará mucho en comenzar la charla pre-entrenamiento. De entre todas las cabezas, hay una que mis ojos inevitablemente buscan. La encuentro justo detrás mía, a escasos centímetros. Su pelo ya rubio de por sí refulge a la luz del fluorescente y adquiere un color más blanquecino de lo habitual. Miro a Malfoy y él me devuelve la mirada. Con sus labios, mas sin pronunciar sonido alguno, me dice: ¿Me puedes decir qué he hecho? Yo cabeceo a modo de negativa y aparto la mirada de él, girando la cabeza para mirar a Hitam Sihir que se haya en la tarima, mirándonos a todos. Sonríe sombríamente justo antes de comenzar a hablar:
– Bienvenidos, tributos, al centro de entrenamiento –extiende las manos al frente tratando de señalar con ellas la amplísima sala en la que todos nos hayamos–. Como muchos os habréis dado cuenta, hemos decidido dividir el centro en dos zonas: una especializada en el conocimiento y utilización de objetos mágicos, que es la zona de la izquierda, y una especializada en el uso y manejo de objetos muggles, que es la zona de la derecha. En la zona muggle dispondréis de cinco talleres: el taller de armas, el taller de primeros auxilios, el taller de creación de herramientas y de supervivencia, el taller de nociones básicas sobre flora y fauna y, por último, el peculiar taller de camuflaje –abro la boca, sorprendida.
¿Así que para eso eran todos aquellos botes y el gran bote de resina, para pegarte con resina flores, hojas, ramas y miles de cosas más y conseguir camuflarte acorde con la vegetación de la zona en la que te encuentres? Me resulta un taller aún más interesante incluso que el de primeros auxilios. Definitivamente, iré algunas horas allí, aunque dudo francamente que pueda dárseme bien.
– En la zona mágica también dispondréis de cinco talleres: el taller de técnicas ofensivas y de duelo entre magos, el taller de alquimia y de elaboración de pociones, el taller de nociones básicas sobre criaturas y plantas mágicas, el taller de vuelo y, en último lugar, el taller de encantamiento y de práctica de hechizos no-ofensivos.
» En cada uno de los talleres, trabajaréis individual o colectivamente sin la ayuda de ningún mago experto en el asunto, mas siempre estaréis siendo supervisados por nuestros encantadores guardias para evitar daños antes de los juegos.
» Cualquier duda acerca de cualquiera de los talleres en los que trabajaréis ha de ser preguntada y resuelta ahora mismo. Después no resolveremos ninguna clase de pregunta, ¿de acuerdo? –promete Hitam–. Así que, ¿alguna pregunta?
Noto rápidamente que se alza una mano detrás de mí y no me hace falta girarme para saber que la mano pertenece a Malfoy.
– Señorito... mmm... Malfoy, ¿no? –el rubio asiente con una sonrisa–. De acuerdo, señor Malfoy, ¿cuál es su pregunta?
– Me gustaría saber cómo podemos trabajar en los talleres de ataque y en los talleres de primeros auxilios. Es decir, en ellos se requieren personas; en los de ataque para luchar contra ellos y en los de primeros auxilios para sanarlos.
– Evidentemente, no dejaríamos la vida de nadie en vuestras manos que sois unos novicios, así que disponemos de unas criaturas mágicas muy especiales, llamadas clovek, que poseen la capacidad de adoptar forma humana y actuar como un mago experimentado en pleno combate. Con ellos podréis luchar tanto batiéndoos en duelo mágico, como con espadas, navajas, arcos, etcétera. Los que resulten heridos en el combate, podréis a su vez usarlos para practicar primeros auxilios –cuenta el mortífago inmutable–. Supongo que eso resuelve su duda, ¿no?
– La verdad es que no. O al menos, no del todo –dice sinceramente el chico. Hitam crispa su rostro un tanto cansado del chico–. Dice que los clovek pueden actuar como magos experimentados en pleno combate, ¿no? –Hitam asiente sin saber muy bien a dónde quiere llegar el chico–. Entonces podrían hacernos daño...
– No demasiado importantes. Las heridas ocasionadas por los clovek tienen un efecto muy débil en la piel de los magos y se cierran en unos diez segundos, así que no hay que preocuparse porque puedan ocasionar algún daño –Malfoy asiente y no vuelve a formular ninguna otra pregunta–. ¿Alguna duda más?
Giro la cabeza y veo que al fondo de la habitación se ha alzado otra mano, mas no le veo el rostro dado que es bastante menuda y bajita y desparece entre toda la multitud.
– ¿Sí, señorita...? –pregunta Hitam.
– Delacour –responde una voz femenina con un notable acento francés que ya conozco.
Cuando relaciono el apellido con su acento francés, miro fijamente a la multitud tratando de abrirme paso entre ella con la mirada para poder distinguir las facciones de la chica. Ron tiene los ojos abiertos como platos y yo supongo que he de tener la misma expresión que él. ¿Cómo demonios ha acabado aquí Fleur? Ella ni siquiera estudia ya en Beauxbattons... Un momento. No puede ser Fleur. Ella es bastante alta, sobresaldría de entre la multitud. ¿Quién demonios es entonces? Como si quisiera darme una respuesta, la chica se pone de puntillas y me permite atisbar sus facciones. Tiene unos bonitos ojos color caramelo y una blanquísima piel enmarcada por unos bonitos labios rosáceos, una preciosa sonrisa y un pelo rubio que cae a modo de cascada a ambos lados de su cara. No, definitivamente no es Fleur, pero sí es alguien de su familia: es Gabrielle, su hermana pequeña, que debe tener ya unos quince años.
– Dígame, señorita Delacour –pregunta algo embelesado Hitam. Parece que el hecho de que Gabrielle tenga algo de veela influye incluso sobre el viejo mortífago.
– Bien... ¿Cómo podgemos sabeg los que pgodecemos de familias de magos de sangre puga la utilidad de las heggamientas muggles? –inquiere la chica. Gabrielle se aparta el pelo de la cara y más de un suspiro resuena en la sala.
– Es evidente, ¿no? Usándolas o preguntándoles a los que proceden de familias muggles. Son los únicos modos de descubrir cómo funcionan –responde educadamente el mortífago a Gabrielle, que le responde con una sonrisa de agradecimiento.
Me sorprende ver que Hitam la trata totalmente diferente del modo al que trata al resto de las personas. No sé por qué pero tengo la ligera sensación de que Gabrielle tendrá preferencia en los juegos por ser en parte veela. Seguro que tendrá más apoyo de los mortífagos por su encanto de veela, lo cual no me parece para nada justo... ¡Ojalá no compitiera! Si la ayudan los mortífagos, ella lo tendrá más fácil para ganar y yo, a su vez, más complicado para hacer que gane Ron. Miro a mi pelirrojo y descubro que observa a Gabrielle del mismo modo que Hitam. Ahora siento con más fuerza que nunca el deseo de que la chica no participe en los juegos, el deseo de que desaparezca. Ahora ya no me importa si le dan ventaja los mortífagos. Ahora sólo me importa el hecho de que está acatando toda la atención de mi novio. Le doy un pisotón enfadada a Ron.
– ¿Qué demonios haces? –susurra él, cabreado.
– Si vas a mirarla así, al menos espera que esté lo suficientemente lejos como para que yo no me dé cuenta –digo yo aún más cabreada.
– ¿Quieres un babero, Weasley? –pregunta Malfoy divertido justo detrás de mí. Me habría reído de buena gana por su comentario si no hubiera estado cabreada con él.
– No estaba... mirándola –balbucea ininteligiblemente, ofuscado.
– Ya, claro –digo fríamente.
– Parece que aún algunas preguntas sin responder, ¿no? –pregunta irónicamente Hitam, mirándome fijamente. Se ha dado cuenta de que estaba hablando y, aunque sé que es un toque de atención, decido formularle una pregunta cuando me dice–: ¿Cuál es su pregunta, señorita...?
– Granger, señor –respondo educadamente. Él asiente invitándome a formular la pregunta–: En el arena, ¿dónde podremos obtener los materiales que necesitamos para hacer las pociones que practicaremos en el taller?
– Los tendréis que buscar vosotros mismos, matando animales, buscando plantas, extrayéndolos de minerales, buceando en la playa... ¿Esto resuelve tu pregunta?
– Ajá –respondo–. Gracias.
– ¿Alguna pregunta más? –esta vez nadie levanta la mano e Hitam sonríe feliz de que no haya más preguntas–. De acuerdo. Quería comentaros algo que no estaba previsto y de lo que me ha avisado la Ministra de Magia, Dolores Umbridge, esta misma mañana. Hay cambios en el tema de los horarios –comienza a decir–: El horario de entrenamiento será de nueve de la mañana a ocho de la tarde ininterrumpidamente en el día de hoy, sólo contaréis con un descanso de una hora y media para almorzar. Después, a las ocho, vuestros mentores os acompañarán a conocer a las personas que se encargarán de prepararos, arreglaros y vestiros el jueves para la gala. Cuando acabéis, subiréis con vuestros mentores a vuestras respectivas habitaciones, cenaréis y descansaréis para la jornada de mañana. Mañana miércoles el entrenamiento comenzará también a las nueve de la mañana, pero, sin embargo, acabará a las seis de la tarde. Llegada esa hora, iréis entrando uno a uno al centro de entrenamiento y mostraréis vuestras habilidades ante un jurado, que os dará una nota según lo que mostréis. Cada uno de vosotros tendréis cinco minutos para ello y deberéis aprovecharlos lo mejor posible dado que de vuestra puntuación obtenida dependerá que mis compañeros, los patrocinadores, quieran ayudaros o no en los juegos. La exposición de habilidades acabará sobre las ocho. A esa hora, los magos que conoceréis esta noche os prepararán para la gala y tomaréis un tentempié antes de dar comienzo a la gala, que empezará sobre las diez de la noche y que será emitida al igual que los juegos a escala internacional. Dicho esto, me marcho. Espero que aprovechéis bien la sesión de entrenamiento del día de hoy –y con un chasquido de dedos, se desaparece.
Justo cuando se va, el tono de voz de la habitación sube notablemente. Todos estamos sorprendidos y algunos, como yo, disgustados por el tema de exposición de habilidades... ¿Ahora qué demonios haré yo en la exposición de habilidades? No soy buena en casi nada, dado que la mayor parte de los talleres son de preparación física, y la verdad es que dudo mucho que les impresione mis capacidades teóricas a la hora de puntuarme. Tendré que prepararme bien, muy pero que muy bien. Necesito tener gente que me ayude para ganar, necesito tener patrocinadores.
Los magos poco a poco se van distribuyendo en los talleres. Yo me debato un rato entre si debería comenzar por los muggles o si quizás sería mejor aplicarme a los talleres mágicos. Entonces, llega Malfoy a mi lado y me quedo sin opciones de elegir.
– ¿Qué es lo que se supone que he hecho, Granger? ¿Podrías decírmelo? Porque como que ando un poco perdido en el asunto –susurra.
– Lo sabes perfectamente. Recuerda todo lo que me dijiste ayer y piensa en lo que has hecho hoy. Ahí está la respuesta –estoy a punto de irme y me retiene. Está a punto de abrir la boca, cuando lo interrumpo yo diciendo–: ¿Sabes? No creo que éste sea es sitio idóneo ni el momento perfecto para hablar de esto. Tengo que prepararme para los juegos.
– De acuerdo... Hablaremos después de los entrenamientos –suspira–. ¿Puedo pedirte un favor? –yo compongo una mueca–. No me ignores en los talleres, por favor. Luego hablaremos, te explicaré lo que necesites y si aun así sigues encontrando motivos para odiarme, pues puedes dejar de hablarme indefinidamente –bufo–. Necesito que me ayudes en los talleres muggles, Granger –me pide educadamente señalando el taller de objetos muggles. Me quedo en silencio y él me suplica–: Por favor. No sé qué son ni la mitad de cosas.
Sé perfectamente que no debería contestarle o que debería decirle que no bruscamente, porque no se lo merece, después de haber burlado mi confianza, después de haberme hecho creer que de veras entre nosotros estaba creciendo una amistad sincera, después de haberme traicionado para enfrentarme a Ron. Y, sin embargo, soy incapaz de no responderle, soy incapaz de decirle que no voy a ayudarlo, así que acabo preguntándole secamente:
– ¿A qué quieres que te ayude?
– A usar todos esos objetos. No sé para qué sirven la gran mayoría –dice con una sonrisa.
– De acuerdo –suspiro.
Recuerdo que antes cuando estuve analizando todos los talleres, éste fue el único que decidí no visitar, porque lo domino. Y, en cambio, aquí estoy ahora, ayudando a Malfoy; perdiendo el tiempo en un taller que sé que ha de dárseme bien para ayudar a la persona que me ha fallado. Y aunque me gustaría marcharme y negarme ayudarlo, no lo hago, porque no puedo, puesto que hay una parte de mí que le tiene demasiado aprecio, una parte que me insta ayudarlo. Además, no puedo recriminarle nada. Él me dejó bastante claro que entre nosotros sólo existiría el plan por su parte, él dejó bastante claro que no tendríamos que ser amigos, él dejo bastante claro que no debía enamorarme de él... ¡Y no lo había hecho! Aún... Añade una parte de mi cerebro. Ignoro ese comentario y sigo caminando hasta el taller con la mente en blanco. Cuando llegamos, veo que ya está allí Ron trastabillando con un mechero. Me río cuando veo que está agitándolo. ¿Pero qué demonios hace con él?
– Prueba así, anda –me acerco a él, le quito el mechero y le enseño cómo se enciende. Él me mira maravillado, del mismo modo que lo haría un niño pequeño.
– Funciona igual que el desiluminador, ¿no? –asiento a modo de respuesta. Él prueba a accionar varias veces el mechero y sigue contemplándolo con algo de fascinación.
– Esto también sirve para hacer fuego –comento enseñándole una caja de cerillas. Froto ambos fósforos, el de la cerilla y el de la caja, y ambos observan impresionados cómo la cerilla se enciende. Ron coge la caja de cerillas con intenciones de usarla, pero Malfoy es más veloz.
– A ver, quiero probar, Weasley –dice Malfoy, que se lo arrebata de las manos sin esperar a que Ron se lo dé. Lo enciende y mira de cerca la oscilación de la llama de la cerilla–. Es más fácil hacer fuego con la varita –concluye el rubio lanzando la caja de cerillas despedida contra las múltiples mesas cargadas de objetos que hay en el taller.
– Claro que es más fácil, pero para ello necesitas una varita y creo recordar que han dicho que las varitas no van a estar en grandes cantidades. Es más probable que te toque un mechero o una caja de cerillas a que te toque una varita.
– ¿Y esto cómo funciona, Hermione? ¿No es una piedra sin más en el mundo muggle? –dice Ron señalando una pequeña roca normal y corriente.
– En sí, en el mundo muggle no sirve para nada, pero si la atas a un trozo de madera y la afilas un poco haciéndola chocar contra otra piedra puede servirte como cuchillo o quizás como alguna herramienta tipo martillo.
– Voy a intentar hacer alguna herramienta. ¿Me ayudas?
– Claro.
Cojo un taco de madera, un poco de cuerda y otra piedra aparte de la que señala Ron. Veo por el rabillo del ojo que Malfoy se marcha al otro extremo del taller para no estar cerca de nosotros. Sigue examinando objetos muggles. Mi pelirrojo, en cambio, ya se ha puesto manos a la obra y está tratando de afilar una piedra haciéndola chocar con la otra. Cuando acaba hago un nudo pescador bastante resistente y uno de este modo la piedra al taco de madera. Cogemos otro trozo de madera y la golpeamos con la improvisada herramienta que acabamos de crear. Causa una gran fisura en la madera de la que salen despedidas algunas astillas.
– Nos ha quedado bastante bien –dice orgulloso del resultado final–. Creo que podría servir para desgarrar la piel de algunos animales, ¿no? –pregunta él. Yo le doy la razón asintiendo.
Después de esto, Malfoy se une otra vez a nosotros y mira la herramienta que acabamos de fabricar Ron y yo un tanto sorprendido de nuestras habilidades para construirla con tanta facilidad.
– ¿Cómo funciona esto? –inquiere Malfoy mostrándome un anzuelo de una caña de pescar.
Respondo su pregunta y cientos más que me plantean tanto Ron como Malfoy durante más de una hora. Ambos parecen concentrados en el taller y tratan de dejar a un lado los problemas personales, de dejar a un lado la pelea de esta mañana. Yo también lo intento durante todo el tiempo que paso con ellos.
Cuando abandonamos el taller, ya tienen unas nociones básicas sobre el uso de casi todos los objetos muggles que aparecen en dicho taller e incluso saben cómo construir algunos otros objetos muy básicos, tales como una caña de pescar o un hacha, a partir de materiales probablemente fáciles de encontrar en el arena. Pasadas las explicaciones sobre objetos muggles, nuestros caminos se bifurcan y cada uno de nosotros nos vamos distribuyendo por los talleres según nuestros intereses.
Cuando llega la hora del almuerzo, evento que tiene lugar sobre las dos de la tarde, al igual que el día de la bienvenida, en el estrado aparecen súbitamente al menos diez mesas dotadas de montañas de comida. Abandono entre protestas el taller de primeros auxilios, que sorprendentemente se me ha dado bastante bien. He sido capaz de desinfectar y suturar las heridas de algunos de los clovek que iban resultando heridos durante los entrenamientos. También he conseguido sanar una quemadura de tercer grado gracias a algunas hierbas curativas y un poco de hielo a una maga de la escuela Mahoutokoro. La chica, por lo visto, resultó herida en un duele mágico con otro alumno de su casa.
Mas no ha sido el taller de primeros auxilios el único que he visitado. Después de acabar con los chicos en el taller de objetos muggles, visité el taller de armas ofensivas y trabajé con arcos, cuchillos y alguna que otra espada. Soy realmente mala en lo que respecta a atacar con armas a largas distancias. De hecho, el arco se me da fatal. Después de trabajar con él durante quizás media hora, sólo di una vez en el blanco. Sin embargo, soy algo mejor en el ataque a cortas distancias. No se me da nada mal pelear cuerpo a cuerpo con una espada y soy bastante buena lanzando cuchillos a aquellos que estén a pocos metros de mí o apuñalando a quienes están luchando conmigo.
Cuando terminé en el taller de armas ofensivas, visité el taller de nociones básicas sobre flora y fauna, en el cual no pasé demasiado tiempo, dado que mucha de la información que aportaba ya la dominaba. En él, explicaban cosas principalmente sobre félidos, como leones, tigres y leopardos; sobre algunos tipos de osos, como los polares o los pardos; y sobre algunas especies avícolas carnívoras, como los cuervos. También se podían aprender muchas cosas sobre la diferenciación de plantas nocivas o plantas beneficiarias, así como de brotes alimenticios, bayas comestibles y hierbas curativas.
Más tarde me dirigí al taller de camuflaje, en el que coincidí con Malfoy, quien resultó ser todo un artista creando camuflados, lo cual me sorprendió muchísimo considerando su fama de sanguinario. Contemplé fascinada cómo convertía su pierna en un iceberg y yo intenté reproducirlo sin éxito alguno. Era un taller realmente difícil. De hecho, a mí se me daba terriblemente mal, peor incluso que el arco, y para nada esperaba que a Draco fuera a dársele bien.
– ¿Cómo consigues que no se derrita el hielo? –le pregunté sorprendida. Mi hielo era ya prácticamente agua en mis brazos, mientras que el de su pierna seguía tan intacto como cuando llegué. Ahora estaba camuflándose los dedos de las manos tratando de convertirlos en piedras.
– Es un encantamiento que leí una vez en un libro sobre los cuatro elementos naturales. Ya sabes: tierra, fuego, aire y agua –sonrío sin poder reprimirme. Es un chico de veras inteligente.
– Eres realmente bueno –le dije.
Me gustaría haberme mordido la lengua en aquel momento. Se suponía que yo estaba enfadada con él, se suponía que le había dicho que se olvidara de mi existencia y ya era la segunda vez, después de haberle dicho todo aquello, que le hablaba. ¿Por qué demonios no podía alejarme de él y dejar de hablarle?
– Lo sé –me respondió, arrogante y muy pagado de sí mismo–. Si quieres, puedo camuflarte el brazo, Granger –yo asentí y comenzó a trabajar en mi brazo. Aparté la vista, mientras él lo cubría de resina y de cientos de materiales diferentes durante al menos quince minutos–. Ya –me avisó cuando terminó. Di un gritito de sorpresa cuando vi en lo que se había convertido mi brazo.
El camuflaje de mi brazo era la réplica idéntica de la rama de un árbol. Estaba completamente segura de que así podría pasar de inadvertida en cualquier bosque, de que podría confundírseme con cualquier árbol. Mas no me quedé mucho más tiempo allí contemplando cómo trabajaba ahora sobre el resto de su cuerpo, sino que me dirigí al taller de primeros auxilios para probar suerte, que como ya he dicho, se me dio realmente bien.
Y aquí estoy ahora, abandonando entre protestas el taller de primeros auxilios, que tan bien se me ha dado, y caminando en dirección al estrado para almorzar. Cuando llego, me siento al lado de Ron, que evidentemente ya lleva allí comiendo un buen rato. Él acaba de tragar y me pregunta:
– ¿Qué tal te han ido los entrenamientos? He oído por ahí que eres bastante buena en primeros auxilios, ¿no? –yo asiento–. Pues si no es mucha molestia, me gustaría que después me curaras este corte –dice señalándose a la ceja. Aún gotea algo de sangre, pero no es una herida demasiado profunda.
– Claro, sin problemas. En cuanto terminemos de comer, te la curaré. No quiero que se te infecte –sonrío alegremente. Parece que ya se ha olvidado un poco el mal rollo de esta mañana.
– Bueno, ¿y el resto de los talleres qué tal te han ido? ¿Los has visitado ya todos? –me pregunta animadamente, antes de meterse un muslito de pollo en la boca.
– Qué va. Sólo he estado en los muggles. Supongo que entre esta tarde y mañana me dedicaré a los mágicos –comento–. La verdad es que el taller de armas no se me ha dado demasiado bien. A largas distancias, con el arco, soy pésima, y a cortas distancias, con cuchillos y espadas, soy algo mejor, incluso algo buena, pero sin llegar a ser brillante –suspiro frustrada.
– Eres muy exigente contigo misma. Seguro que eres muy buena con las armas –dice Ron, quitándole hierro al asunto–. Bueno, ¿y el resto de talleres muggles?
– El de flora y fauna lo domino. Muchas cosas de las que se explican en los libros del taller sobre animales, ya las sabía. Sólo he obtenido algunos datos interesantes sobre algunas plantas que no conocía. Y bueno el de camuflaje es imposible. Hay que ser todo un artista para ser capaz de hacer algo allí –recuerdo a Malfoy, con la facilidad con la que hizo de mi brazo la rama de un árbol, y comento –: Parecerá sorprendente, pero Draco es realmente bueno en ese taller.
– Aún sorprendida por mis habilidades, ¿eh, Granger? –me sobresalto cuando lo oigo hablar a mi lado. Me mira con una sonrisa arrogante pintada en su rostro. ¿Desde cuándo está ahí, sentado a escasos centímetros de mí?--. Te aseguro que no es lo único en lo que soy un artista...
– ¿Y tú qué has hecho hoy, Ron? –le pregunto a mi pelirrojo, ignorando al Slytherin, quien se sumerge en una conversación sobre armas con Daphne Greengrass, cuando ve que no voy a responderle.
– He estado en los dos talleres de ataque, en el de armas muggles y en el de tácticas ofensivas y duelos mágicos, además de en el de objetos muggles con vosotros y en el de vuelo. No tenía ni idea de cómo funcionaban la mayor parte de las armas muggles. He necesitado que me ayudara Alaric, un chico de padres muggles de la escuela de Beauxbattons –comenta cabeceando en dirección de un chico con pelo de color cobre y ojos color tormenta–. Me ha enseñado a usar el arco, las dagas y los cuchillos, y la verdad es que soy bastante bueno con la mayoría a larga distancia, sobretodo con el arco. Alaric dice que se me da francamente bien y yo también lo creo. De quince tiros, doce han dado en el blanco, y los tres restantes lo han rozado –comenta pagado de sí mismo–. En los duelos, hoy no he estado demasiado fino. He perdido tres y he ganado dos, pero bueno, me consuela saber que al menos soy bueno usando armas muggles. En el de vuelo, me ha ido bastante bien –es tan evidente que lo sea después de todos esos años practicando en su jardín y jugando al quidditch en el colegio, que no añade nada más.
Me alegro muchísimo por él y no sólo porque haya encontrado herramientas que le puedan servir para defenderse en los juegos con desenvoltura, sino porque por fin haya reconocido que existe algo que se le da bien, porque por fin haya encontrado algo que le haga sentirse seguro de sí mismo, que le haga sentirse un tributo con tantas posibilidades como el resto.
– Me alegro tantísimo, Ron –lo felicito antes de plantarle un dulce beso en la mejilla. Él me pasa el brazo por los hombros y me estrecha contra sí con fuerza. Oigo que Draco carraspea a mi lado, pero lo ignoro.
Ron y yo nos levantamos de nuestros sitios, dejando a Malfoy comiendo con Daphne, que lo alaba por su desenvoltura en el taller de duelos mágicos, a su lado, y, después de estar segura de que ningún guardia nos ve, fundo mis labios en los de Ron en un tierno beso y nos encaminamos de la mano al taller de primeros auxilios. Allí le curo la herida de la ceja rápidamente y nos marchamos cada uno a un taller diferente. Él opta por ir una vez más al de armas muggles, mientras que yo opto por ir al de pociones.
En él, practico durante dos horas algunas pociones que ya conocía, pero que quería practicar antes de los juegos, tales como la Poción Multijugos o el filtro de Muertos en Vida. También aprendo a crear nuevas pociones de sanación, como la Poción para curar la Gripe, el Crece-huesos, la pasta Cura-quemadura; y también algunas otras que me pudieran resultar útiles en los juegos, como la Solución para Encoger o la Solución Agrandadora. La mayor parte de los ingredientes me serán bastante difíciles de obtener en los juegos, pero aun así trabajo en ellas durante otras dos horas. Cuando me doy son pasadas las seis y media y aún me quedan por visitar otros talleres, así que dejo el de pociones y decido marcharme al de duelo mágico.
En dicho taller, cojo una varita y me sorprende que me responda como si fuera su dueña desde siempre. ¿Por qué no me repele? En teoría, las varitas han de elegir a su dueño, no los dueños a la varita... ¿Ha sido casualidad que haya cogido la varita que me tenía a mí por dueña o será que todas las varitas están programadas para responder a cualquier dueño? Miro que un chico deposita una varita rota en la mesa y coge otra. Ésta tampoco lo repele. El chico rápidamente se va a la zona de duelo y comienza a batirse con un clovek. La varita le responde perfectamente. Contemplo la que tengo en mi mano, sorprendida, y oigo que alguien habla detrás de mí:
– Son univegsales. Toman como dueño a cualquieg mago que las coja –es la joven Gabrielle–. Se debe a que la vagita tiene como cetro cabello de veela y está hecha de madega de cegezo. La combinación de ambos mategiales pgoducen estas vagitas únicas de Fgancia. Allí, son cagísimas y muy difíciles de conseguig.
– Vaya –digo contemplando fascinada la varita que sostengo entre mis manos.
– Tú debes seg Hegmione Ggangeg, ¿no? –asiento–. Yo soy la hegmana de Fleur. Coincidimos en cuagto cugso, recuegdo que tú también estabas allí abajo, en la segunda pgueba, ¿no? –vuelvo a asentir–. Cgeo que también coincidimos en la boda de mi hegmana Fleur, se casaba con el hegmano del chico peligojo que me salvó la vida –dice con mucho entusiasmo.
– ¿Te refieres a Ron? –pregunto, aunque sé perfectamente que se refiere a él.
– Oh, clago. ¿A quién sino? –se ríe justo antes de adoptar una expresión seria para decir–: Jamás encontgagé el modo de aggadecegle lo que hizo pog mí. Fue todo un caballego –los ojos le brillan al decir todo eso y se gira para contemplar a Ron trabajar en el taller de armas muggles.
Ambas admiramos sin aliento cómo los músculos del brazo de Ron se tensan al tirar de la cuerda del arco y cómo acto seguido, la cuerda del arco se destensa, así como sus músculos, y la flecha sale disparada del arco a una velocidad vertiginosa. Como es de esperar, da en el blanco. Sonrío, orgullosa de sus habilidades. Aparto la mirada de Ron y la fijo en la de la chica. Los ojos siguen teniendo un matiz brillante y sus mejillas están teñidas de un ligero tono rosado. Mi corazón asimila esta información antes que mi cerebro y me lo hace saber emitiendo un punzante dolor que me atraviesa el pecho y que después se extiende a mi estómago en forma de calor. Entonces, mi cerebro me lo explica: Gabrielle, a pesar de la diferencia de edad entre ambos, siente admiración por Ron o quizás algo más... Su mirada la delata y a pesar de que estoy segura de que no se conocen demasiado bien, dado que habrán coincidido un máximo de cinco veces en sus vidas, la mirada de la chica es bastante fácil de interpretar: siente algo por él. Quizás idolatría, admiración, por haber ayudado a Harry a sacarla del agua cuando su hermana no pudo... ¿Sentirá de veras algo por él, algo que no tenga nada que ver con la fascinación con la que lo contempla? Ese calor ya presente en mi estómago crece y se extiende apoderándose de todo mi cuerpo. Comprendo que ese calor no son más que celos. Celos, porque Ron esta mañana se quedó embobado mirándola. Celos, porque ella lo mira con idolatría y recelo. Celos, porque ella es más hermosa que yo. Celos, porque sé que si se lo propusiera podría arrebatarme a Ron de mi lado.
– Se le da genial el agco, ¿vegdad? –dice ella sin apartar la vista de él. Siento el impulso de cogerle la cara con las manos y obligarle a centrar su vista en mí, para conseguir así que deje de una vez de mirar a Ron.
– Ron tiene muchísimos otros talentos, a parte del arco –le respondo fríamente. Ella aparta por fin la vista de él y me mira a mí con una sonrisa.
– No lo pongo en duda –suelta una risita que, aunque intuyo que para el resto de los mortales sonaría dulce, a mí me suena totalmente repelente–. Supongo que tú, dado que eges su mejog amiga, lo sabes mejog que nadie.
Sus palabras me revientan. ¿Mejor amiga? ¡¿Mejor amiga?! ¡Ya quisieras tú, guapita! ¡Ron es mi novio! Respiro hondo tratando de calmarme, justo antes de responderle con frialdad:
– Su novia –aclaro–. Soy su novia, no su mejor amiga.
El resultado es instantáneo. Las mejillas de la chica se tornan de un color rojizo, su mandíbula se descoyunta formando la letra O con sus labios y sus ojos casi podría decirse que desprenden chispas. Me escruta con la mirada como si no pudiera creer que de verdad Ron estuviera conmigo y yo me limito a sonreírle con arrogancia. Acaba de confirmar mis sospechas. Siente algo por Ron. Quizás atracción solamente, pero algo hay. Por una parte, me siento pletórica por haberle podido soltar que Ron es mi novio, pero por otra, sigue existiendo un mínimo miedo a que ella trate de cambiar esta situación.
– ¿Qué te parece si echamos un duelo mágico? –la desafío cuando veo que trata de marcharse–. La verdad es que he venido a este taller para entrenarme y he perdido mucho tiempo hablando contigo. ¿Te apetece? –repito.
– Clago, Hegmione –acepta ella en tono de voz despectivo.
Nos desplazamos hasta la zona de duelo mágico y nos posicionamos una frente a la otra. Asiento con la cabeza, dándole a entender a la niña que estoy preparada, y ella alza la varita. Nos miramos desafiantes y comenzamos el primero de los diez duelos mágicos que nos marcaríamos a lo largo de la tarde.
Cuando el décimo duelo acaba, del cual he resultado yo victoriosa por quinta vez consecutiva, todos los mentores entran en el centro de entrenamiento y se reúnen con sus tributos. Gabrielle me mira iracunda, lo cual es totalmente comprensible: yo he ganado ocho de los diez duelos mágicos. Ipso facto, suelta la varita frustrada y se marcha del centro de entrenamiento con sus dos mentores y los otros tres tributos de Beauxbattons, entre los cuales distingo al chico del que me habló Ron durante el almuerzo: Alaric.
– Has estado brillante, Granger –dice la silbante voz de Draco Malfoy a mi oído–. He visto el último duelo y he de decir que le has dado una buena paliza a la pequeña Delacour.
Mas no le respondo. Aún estoy algo molesta por haberme quitado la pulsera sin mi permiso y haber provocado una pelea entre Ron y yo, así que me marcho y busco a McGonagall. Nuestra mentora ya está reunida con Ron y está alabando al chico por sus habilidades con el arco cuando yo llego. Jamás ningún profesor ha alabado a Ron, de ahí que el chico se siente eufórico cuando me ve y no pueda reprimir darme un abrazo incluso estando presente McGonagall. Cuando me abraza, olvido la presencia de la profesora y me estrecho contra sí con fuerza deseando fundirme en él. Aspiro su embriagador olor justo antes de apartarnos por la llamada de atención de nuestra mentora.
– Deberíamos irnos ya. El encargado de vuestro aspecto ya os está esperando –nos insta la profesora cuando se da cuenta de que probablemente seamos los únicos que aún permanecemos en el centro de entrenamiento.
Ambos asentimos y nuestra mentora nos dirige nuevamente al ascensor. Esta vez pulsa el botón que conduce a la planta cero y en cuestión de una milésima de segundo, la puerta se abre. Un largo pasillo se extiende ante nosotros. Caminamos por él hasta llegar a una de las habitaciones del fondo. McGonagall llama a la puerta educadamente y espera pacientemente a que nos abran. En apenas cinco segundos, la puerta se abre sola y nosotros pasamos a la sala donde nos prepararán para estar lo más presentables posibles en nuestras entrevistas.
La sala es tan impresionante como la del centro de entrenamiento, pero es evidentemente mucho más pequeña. Nada más entrar, a ambos lados de la sala, hay cientos tipos de tela diferentes dispuestos organizadamente en diferentes mesas dependiendo del tipo de tejido, tonalidad y estampado. Algo más adelante hay una cinta métrica levitando en el aire, que parece trabajar sola, así como una báscula para calcular nuestro peso y altura. También hay varias camillas, que no sé la utilidad que tendrán en tal sala, y al menos cinco probadores. Al fondo, hay un espejo que se extiende de lado a lado de la habitación, frente al cual se ubican encimeras llenas de maquillaje, cepillos automáticos, productos para el cabello, pociones alisadoras, toallas de secado instantáneo del pelo y otros cientos de productos, materiales y aparatos cuya utilidad desconozco. Recostado, sobre una de las sillas que se ubican frente a la encimera y al espejo, se haya un hombre de al menos treinta años que nos examina con una sonrisa. Es pálido como la nieve, tiene unos ojos de color avellana que transmiten confianza y su pelo es de color escarlata como la sangre. Va enfundado en una túnica a juego con su pelo.
– Última tendencia mágica en América del Norte –dice fijando su mirada en mí, mientras se señala el pelo y después a su túnica. Parece haberse dado cuenta de que lo miro con extrañeza–. Yo soy Paolo Onorato, mago y modista.
– Modista italiano conocido a escala internacional –añade McGonagall. La verdad es que no tiene ni chispa de acento italiano. Habla el inglés con un perfecto acento británico–. Es uno de los mejores magos modistas que existen a día de hoy –Paolo se sonroja, mas no dice nada.
– ¿Y vosotros sois? –pregunta amablemente.
– Yo soy Hermione Granger, señor. Tributo de la casa Gryffindor de la Escuela Hogwarts –digo con voz decidida, a pesar de que estoy un poco nerviosa.
– Ronald Weasley, aunque puede llamarme Ron, señor Onorato. Yo también soy de Gryffindor y de Hogwarts –comenta Ron en un tono de voz que denota nerviosismo.
– Oh, por favor, jóvenes, no me hablen de señor ni mucho menos de usted. Apenas tendré quince años más que vosotros, así que os pido por favor que me tuteéis –me sonríe y no sé por qué, pero su modo de sonreír me transmite una gran tranquilidad y confianza.
– No me parece bien que mis chicos se tuteen con usted, Paolo, considerando quién es usted –le contradice nuestra mentora–. Ni siquiera creo que esté contemplado en las normas.
Apenas termina McGonagall de hablar, cuando me parece oírlo decir algo así como al cuerno con las normas, mas no estoy del todo segura que sea éso lo que ha dicho. Aun así, sonrío. Si mis oídos no me han fallado y Paolo ha dicho eso de veras, preveo que él y yo nos llevaremos muy pero que muy bien durante las pocas horas que compartamos.
– Considerando quien soy, creo que prefiero que los chicos me tuteen y la verdad es que no me importa mucho si es lo correcto o no. Sólo voy a ver a estos chicos dos días y me gustaría que hubiera entre nosotros buen rollo, me gustaría que se llevaran un buen recuerdo de mí y para ello que menos que me tuteen, ¿no? –no espera una respuesta, sino que continúa diciendo–: Y ahora, Minerva, le rogaría que se marchara. Me gustaría tomar medidas a los chicos sin que usted estuviera delante. Tal vez podría darle algo de vergüenza a alguno de los dos –la profesora asiente y sin decir nada más, se marcha, cerrando la puerta tras su paso–. ¿Siempre es así de estricta y de acaparadora? –pregunta divertido.
– Digamos que sólo desde hace algún tiempo –respondo.
Él me mira enigmáticamente, como si en cierto modo entendiera a que me refiero. ¿Sabrá él lo que han hecho a nuestros profesores? Me gustaría preguntarle por ello, pero sé que no debo hacerlo, dado que apenas lo conozco de hace cinco minutos y aunque me transmite una gran confianza, no sé si será también mortífago.
– A ver, ¿quién de vosotros quiere empezar? –pregunta cambiando de tema–. ¿Las damas primero? –me inquiere. Yo le respondo encogiéndome de hombros–. De acuerdo. Cinta mide el pecho, la cintura y la cadera de esta chica, por favor.
En un principio no entiendo a quién está llamando, pero cuando veo que la cinta métrica que antes levitaba en el aire rodea mi pecho, lo comprendo. La cinta está encantada y trabaja al antojo de Paolo. Conforme va tomando medidas de mi cuerpo, se las va diciendo a Paolo y las va apuntando en un papel. Cuando ya me ha tomado todas las medidas, la cinta vuelve a reposar levitando en el aire y es ahora Paolo quien se acerca a mí. Gira en círculos entorno a mí, intuyo que examina mi cuerpo, mi pelo, mi piel y todo aquello que necesite para ponerme presentable el día de las entrevistas.
– Tienes un pelo increíble, ¿te lo han dicho alguna vez? –me carcajeo, puesto que creo que está bromeando. Siempre he detestado mi pelo y siempre me ha parecido feo, sin gracia y una maraña sin remedio. Él me mira estupefacto y dice muy serio–: No estoy bromeando, Hermione, tienes un pelo muy bonito y además muy moldeable. Estoy seguro de que con él se pueden hacer maravillas. Necesito que me cuentes cosas de ti –dice de repente.
– ¿Cosas... de... mí? –le pregunto sin saber muy bien a qué se refiere.
– Necesito saber cuál es tu propósito en los juegos y cuáles son tus puntos fuertes. Quiero impresionar al público y para ello necesito que tu vestuario, peinado y maquillaje encaje con tu personalidad –se explica–. Sé que eres valiente, por eso perteneces a Gryffindor, así como sé que tanto Ron como tú os presentasteis como tributos voluntarios para los juegos, lo cual te hace aún más valiente, chica –lo miro sorprendida. ¿Cómo lo sabe? Él no necesita que formule la pregunta para responderla–: Todos lo sabemos aquí, noticias como ésas son dignas de mención. Hablan de ello incluso los mortífagos. Sois conocidos por vuestro atrevimiento, vosotros y la otra chica de Slytherin que también se presentó voluntariamente.
– Vaya –digo. Paolo se queda callado unos segundos, antes de decir muy serio:
– No sé en qué se puede pensar para llegar a presentarte a algo como esto voluntariamente. Hay una alta probabilidad de que muráis –se estremece, y yo hago lo mismo–. ¿En qué pensabas cuando decidiste presentarte como voluntaria? Yo creo que jamás hubiera tenido el valor suficiente para hacerlo –me confía.
– Yo tampoco creí tenerlo, hasta que vi que su hermana –cabeceo en dirección a Ron, que mira un punto fijo de la pared ensimismado– era una de los tributos de Hogwarts. No quería que Molly, es decir, la madre de Ron, tuviera que perder a ningún hijo más. Ya perdió uno en la Batalla Mágica y no... no... quería que perdiera otro... Por eso me presenté. Para que Molly no perdiera ningún hijo más y entonces va este estúpido de Ron Weasley y se presenta también voluntariamente como tributo. Los motivos por los que lo hizo los entiendo, pero no los comparto. Asegura que lo hizo para salvarme y compensarme por haber salvado a su hermana de una muerte asegurada en los juegos. Sin embargo, salvarme no es algo que esté dentro de sus posibilidades, no cuando yo quiero que sea él quien se salve. Desde la muerte de mis padres –miento, porque no es seguro contar que en realidad mis padres están en Australia–, no hay nada que me importa tanto como él. A mí nadie me va a echar de menos si muero, Paolo, a él sí.
– Siento mucho lo de tus padres –sus facciones se crispan.
– No importa, la muerte de mis padres es algo que ya tengo asumido.
– ¿Fueron ellos?
– ¿Quiénes? –no sé exactamente a quiénes se refiere, aunque intuyo que es a los mortífagos.
– Los que han organizado esto, los seguidores de quien-ya-tú-sabes. Fueron ellos, ¿verdad? –vuelve a preguntarme. Estoy estupefacta. ¿No hay cámaras aquí? ¿Por qué habla de ellos tan explícitamente? No respondo y él toma mi silencio como una respuesta afirmativa, así que continúa diciendo–: Ellos también tienen a alguien de mi familia, tienen a mi hermana. La tienen como rehén para que yo trabaje aquí. Me negué a trabajar por mi voluntad propia y entonces ellos me la arrebataron. Dicen que si quiero volver a verla con vida, he de trabajar para ellos –dice muy serio y con un matiz de rabia.
Después de todo lo que me ha confesado, estoy completamente segura de que no hay cámaras en casi un noventa y nueve por ciento, dado que por sus palabras los mortífagos podrían incluso matarlo. Ahora me siento más cómoda y algo más liberada, pero sobretodo con más confianza. Paolo me transmite confianza.
– Vaya, Paolo. Lo siento muchísimo –digo con sinceridad.
– Yo también –cabecea tratando de apartar esos pensamientos de su cabeza–. No quiero trabajar aquí, pero tampoco quiero que mi hermana muera y como ya te he dicho, trabajar aquí es el único modo de que me la devuelvan. Lo siento.
– No sé a qué se deben tus disculpas –digo confundida–. Si yo estuviera en tu situación, probablemente hubiera hecho lo mismo –me sincero.
– Me disculpo porque no quiero veros a ninguno de los chicos y chicas combatir en los juegos para consolidar el poder y la influencia que tienen en el mundo mágico y trabajando aquí siento que estoy consolidando ese poder y esa influencia, siento que estoy proporcionándoles un arma para que muráis –se explica–. Siento que en cierto modo soy yo uno de los que favorece que los juegos vayan tal y como ellos desean.
– No pienses eso, por Merlín. Tú no tienes la culpa, Paolo –digo, porque es lo que verdaderamente pienso–. Ya estamos aquí, ahora nada es evitable. Algunos tendremos que morir, como yo, por ejemplo, pero eso no es tu culpa. ¡No es culpa de nadie, salvo de ellos! ¡Y nadie ahora mismo puede rebatirlos, ni siquiera los aurores! Somos muy pocos y ellos muchos. Y lo peor de todo es que conforme la cifra de aurores disminuye, la de mortífagos, unidos por miedo, crece alarmantemente. Pero, ¿sabes qué? A mí no me dan miedo. Voy a luchar con garras y dientes para que Ron salga con vida de los juegos, para que él se proclame vencedor y vuelva a su hogar, con su familia. Y además haré todo lo que esté en mi mano para fastidiar sus absurdos juegos.
– ¡Oh, ya está! –exclama. De repente, se aparta de mi lado, olvidando por completo la triste conversación de antes sobre su hermana, y se apoya en la mesa. Garabatea palabras ininteligibles en el pequeño cuaderno en el que antes apuntó mis medidas, así como veo que hace unos bocetos que él trata de ocultarme. Al instante comprendo que ya se le ha ocurrido una idea sobre qué llevaré el día de la entrevista–. No puedes verlos, Hermione. Han de ser una sorpresa para todos, incluido para ti –dice esbozando una sonrisa. Yo suspiro algo fastidiada–. ¡Eh, chico! ¡Ven aquí! –llama a Ron.
Ron camina despreocupadamente hasta Paolo y éste repite el mismo proceso que conmigo. Primero le toma medidas, después lo escruta de arriba abajo y acto seguido le hace algunas preguntas a las que yo no le presto demasiada atención. Mientras que Ron responde las preguntas que Paolo formula, yo reflexiono sobre la conversación que he mantenido con él. Creo que es bastante evidente que está totalmente en contra de lo que proponen los mortífagos, pero que, al igual que Ron y yo, se ha visto obligado a acatar sus nuevas y descabelladas ideas. Ahora que siento que Paolo es alguien de confianza, me tienta la idea de preguntarle cuánto sabe sobre los juegos, los mentores y los mortífagos, pero decido que quizás es demasiado precipitado y contengo las ganas de hacerlo.
De repente, Paolo exclama“¡Oh! ¿Pero cómo demonios no se me ha podido ocurrir antes?” y me saca de mis ensoñaciones. Veo que una vez más el mago se ensimisma en su cuaderno, en el cual comienza a pintarrajear de forma compulsiva. Al cabo de unos cinco minutos, levanta la cabeza y nos mira con una sonrisa.
– Vais a estar geniales. Sencillamente geniales –dice alegremente Paolo. Tanto Ron como yo nos ruborizamos ante sus palabras–. Bueno, no os retengo más. Supongo que ya tendréis hambre y yo tengo ahora una reunión con el resto de mis compañeros modistas. Mañana nos veremos. ¡Buena suerte para la exposición de habilidades! –nos anima justo antes de que cerremos la puerta.
McGonagall está fuera, esperándonos. Durante el camino de retorno a la habitación, nos hace algunas preguntas triviales sobre el centro de entrenamiento y sobre el encuentro con Paolo, a las que nosotros respondemos con poco entusiasmo. Nada más abrir la habitación, un dulce olor a bizcocho recién hecho inunda mis fosas nasales. Mi estómago gruñe, reclamando algo de comida, así que me siento en la mesa y, guardando silencio, me alimento hasta saciarme. Ron me imita y McGonagall no tarda más de cinco minutos en sentarse en la mesa y acompañarnos. Cuando terminamos de comer, McGonagall se despide de nosotros y nos recuerda el horario: a las ocho de la mañana vendrá como hoy a despertarnos y desayunaremos juntos antes de ir al centro de entrenamiento a las nueve. Ipso facto, se marcha con una sonrisa cerrando la puerta tras ella.
– Por fin algo de paz... –dice Ron tirándose en el sofá.
Me llama por mi nombre, invitándome a que me siente a su lado un rato, y a pesar de que debería ducharme, acepto su invitación. Comienza a recorrer mi brazo con la yema de sus dedos y noto que mi corazón comienza a acelerar el pulso. De repente, deja de hacerlo y me coge de la mano, justo antes de darme un beso en ella. Veo que es la mano en cuya muñeca se halla puesta la pulsera de mi madre. Es así como recuerdo que debo aclararle lo que realmente pasó.
– Oye, Ron... Respecto a lo de anoche... –comienzo a decir.
– No importa, Hermione, lo entiendo –sé que miente: sí que le importa. Noto como los nudillos de la mano que tiene libre se tensan conforme habla. Sé que sigue cabreado por eso, pero quiere quitarle hierro al asunto... No quiere pelear conmigo esta vez.
– No, Ron, no lo entiendes. Tengo que explicártelo. Anoche quedé con Malfoy, creyendo que habría cámaras que nos estaban grabando, Ron, y que contribuiría con el plan, pero no las había y él aprovechó la ausencia de las cámaras para contármelo y decirme dónde sí había... –me mira como si estuviera loca.
– ¿No... hay... cámaras? –me interrumpe con una ceja enarcada, un tanto sorprendido.
– Bueno al menos no aquí. Sólo en los balcones, pasillos y zonas comunes. Ni siquiera creo que las hubiera en la habitación de Paolo, estuvimos hablando de los mortífagos y de que tienen retenida a su hermana, así que...
– ¿Y cómo estás segura de que es cierto?
– Me lo contó Malfoy.
– ¿Y le crees, así sin más? –dice él sorprendido.
– Sí –respondo tajante–. Él lo sabe por boca de Slughorn, por lo que la fuente de la información es fiable.
– ¿Y cómo ha conseguido sacárselo a Slughorn?
– Por lo visto no ha necesitado más que un poco de persuasión para que se lo cuente. Le dijo que yo le gustaba y que quería quedar conmigo pero sin que nadie nos estuviera grabando. Entonces, Slughorn, que es medio idiota, se lo contó.
– Vaya... –comenta aún sin poder creérselo.
– Ya. Yo me quedé igual cuando le contó –digo justo antes de continuar contándole lo que pasó ayer por la noche–. Después de contarme lo de las cámaras, Malfoy y yo estuvimos hablando de otras cosas, como el estado de locura de McGonagall y qué es lo que han podido hacerle para que actúe así. También hablamos de su pasado. Pero te prometo, Ron, que no hicimos nada después. Simplemente me quedé dormida, cansada de hablar. No pasó nada entre nosotros... Sabes que yo sería incapaz...
– Ya lo sé, Hermione –me corta–. Confío en ti. Llevamos siendo amigos más de siete años y sé que eres una persona de fiar, pero a él también lo conozco desde hace siete años y sé cuan despreciable, falso y persuasivo es –comienza a subir el tono de voz–. ¿Y sabes qué es lo peor? Que si Malfoy siguiera siendo el hijo de puta que te ha despreciado siempre pues al menos sabría a qué atenerme en cuanto a vosotros, pero... algo... ha cambiado en él... con respecto... a ti.
– No entiendo a qué te refieres –digo un tanto confundida.
– Me refiero a que... ya no te mira con el mismo desprecio y odio con el que te miraba antes... Me refiero a que ya no parece importarle que no seas de su condición –comprendo a la perfección que cuando se refiere a condición está hablándome de la impureza de mi sangre–. Me refiero a que te mira de un modo diferente al que mira al resto de las chicas –dice en un tono de voz que suena bastante preocupado.
A mi modo de ver, es normal que ya no me mire con el mismo desprecio que con el que me miraba antes, dado que ahora sabe cómo soy y se ha librado en cierto modo de sus prejuicios hacia las personas de sangre impura. Es cierto que tal vez sí hay algo diferente en la manera de mirarme, pero no creo que deba preocupar a Ron.
– No sé, Hermione –continúa diciendo–. Tal vez esté exagerando o quizás me esté volviendo un tanto paranoico, pero me preocupa bastante el modo del que te mira –noto que se tensa la piel que recubre sus nudillos cuando cierra la mano en un puño, así como oigo chirriar un poco sus dientes cuando aprieta la mandíbula. Parece desear pegar a alguien en ese preciso instante.
– ¡Por Merlín, Ron, suéltalo de una vez! ¿De qué maldito modo me mira? –lo insto.
– ¡Te mira del mismo modo que yo, Hermione! ¡Te mira como si le gustases, como si de verdad sus sentimientos fueran sinceros, como si de verdad le importaras algo más allá del plan! Además, ¿si sabía que no había cámaras para qué demonios iba a querer quedar contigo?
– ¿Para contarme lo que sabía, tal vez? Ya sabes que él nos cuenta siempre todo lo que sabe –propongo yo, a pesar de que Malfoy me reconoció anoche que no sabía por qué había quedado conmigo, que no podía explicarlo...
– A mí se me ocurre una idea que nada tiene que ver con eso. ¡Oh, vamos, Hermione! ¡Sé que tú también los has notado! ¡Le gustas! ¡Y la verdad es que me jode bastante que le gustes, porque tú eres mi novia y él está intentando alejarte de nosotros más allá del plan, está intentando romper con todo lo que nos ha costado tanto trabajo crear! –exclama a voz de grito y después de soltarme todo esto, parece más calmado,
– ¡Por Morgana, pero qué estás diciendo, Ron! ¡No es que estés exagerando, es que estás delirando! ¿Cómo voy a gustarle a Malfoy? ¡Nos odiamos desde siempre! Si ahora nos llevamos algo mejor es por el plan. ¡Todo lo que él hace es por el plan, Ron, nada es real! –le espeto.
– ¡Hermione, soy un tío y sé diferenciar claramente cuando a un tío le gusta una chica y cuando no, así que no trates de llevarme la contraria!
– Eso que dices... carece de sentido alguno... Si yo le gustara a Malfoy, supongo que me habría dado cuenta.
– O no. Hermione, tú a mí me has gustado desde que tengo uso de mi memoria y no te diste cuenta jamás hasta que yo te lo dije. No tiene por qué ser diferente con Malfoy –argumenta para contradecirme.
– En cualquier caso, no creo que sea así, Ron. Es imposible.
– Quizás antes podría parecer imposible, pero ahora que me has contado lo de las cámaras, casi que me has confirmado mi teoría. Si no había cámaras, ¿para qué iba a querer quedar contigo sino para intentar alejarte de mí? Reconócelo, Hermione, las posibilidades de que le gustes a Draco Malfoy son bastante elevadas.
– No, Ron, no. Las probabilidades de que yo le guste a Malfoy ahora o en un futuro son mínimas, por no decir nulas, así que se acabó. Ya no quiero hablar más de este tema. Me parece totalmente absurdo –zanjo, porque en realidad no quiero darle demasiadas vueltas al asunto.
– Si es lo que prefieres, de acuerdo. No hablaremos más del tema, pero como Draco Malfoy haga algo que me parezca que se sale demasiado ya del plan, le partiré la cara de un puñetazo... Díselo a tu amiguito, ¿de acuerdo? –dice justo antes de depositarme un beso en los labios–. Voy a ducharme –se levanta y se marcha sin más.
Cuando se va, me levanto inmediatamente del sofá y me pongo en pie. Deambulo por la casa, notando el entumecimiento de mis músculos y articulaciones debido al día de entrenamiento. Pienso en la conversación que he mantenido con Ron hace apenas unos minutos. Él asegura que le gusto al Slytherin, mas yo no estoy por darle la razón. Recuerdo la conversación de aquella noche en la Torre de Astronomía... Me parece un acontecimiento lejano, cuando en realidad ocurrió apenas hará tres días. Aquella noche, él me confío que jamás había estado enamorado de nadie, que jamás había sentido ninguna de las sensaciones que traté de mostrarle. Aquel día llegué a una firme y argumentada conclusión que a día de hoy aún mantengo: Draco Malfoy es imposible de enamorar. Jamás ha estado enamorado de ninguna chica, así que... ¿por qué iba a ser yo la primera chica de la que se enamorara? Somos totalmente incompatibles en cuanto a nuestras personalidades: él es un Slytherin y yo soy una Gryffindor; él es de linaje puro, yo soy una sangre sucia; él es arrogante y yo soy humilde; él juega sucio a veces sin tener en cuenta a los demás y yo suelo pensar en los demás siempre mucho antes que en mí misma... Ahora más que nunca me parece un disparate todo lo que Ron ha tratado de mostrarme. Y aunque estoy convencida de que el simple pensamiento de que Malfoy pudiera enamorarse de mí es absurdo, sigo dándole vueltas un rato. ¿Qué pasaría si en un caso hipotético Malfoy estuviera enamorado de mí o simplemente sintiera algo de atracción por mí? ¿Acaso cambiarían las cosas? Evidentemente no. Ron es demasiado importante para mí, más de lo que ha sido nadie jamás, y Malfoy se ha portado siempre mal conmigo, incluso ayer me la jugó, haciéndome creer que éramos amigos para robarme una pulsera y después provocar una pelea con Ron. No me va su manera de ser y sé que a él tampoco le va demasiado la mía... Jamás encajaremos de ninguna de las maneras. Quizás ni siquiera encajemos como amigos y por eso siempre estemos peleando, aunque lo de este mañana... Sí, se ha pasado, pero ¿acaso podía esperar algo diferente de él? Él es así: lucha por lo quiere, sea como sea, y no piensa más que en sí mismo y, a diferencia de mí, no piensa en el daño que puede hacerle a los demás con su modo de actuar. No, ni siquiera como amigos encajaríamos, así que ni siquiera creo que sea necesario pensar en el amor. Ni él podría enamorarse de mí, ni por supuesto podría enamorarme yo de él.
Toc, toc. El sonido de llamar a la puerta me sobresalta y corta el hilo de mis pensamientos súbitamente. Abro precipitadamente y veo que es Malfoy quien aguarda al otro lado del umbral. Como si el destino quisiera ponerme a prueba a mí y a las conclusiones a las que llegué hace cinco segundos, el chico me mira con fijeza, con fuerza, incluso con algo de fiereza. No aparta sus ojos de mí y su penetrante mirada recorre la tela de mi cuerpo con tanta intensidad que estoy segura de que podría arrancármela con la vista. Noto que mi corazón se acelera y una parte de mi ser pone en tela de juicio mi afirmación. ¿De verás jamás podría enamorarme de él? Mi cerebro busca a la desesperada un rotundo no, pero mi corazón no está por la labor de dar dicha respuesta. Respiro hondo tratando de realentizar mi corazón que laté a una velocidad vertiginosa, antes de comenzar una conversación con el Slytherin que, sin saberlo, daría mucho de sí...
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