Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El árbol de la vida

– ¿Qué son los uróboros? –inquiere Ron, con la voz quebradiza al ver mi reacción de pánico.

– Creía que no existían... Creía que eran un mito –me limito a decir entre susurros.

– ¿Qué es un uróboro? –pregunta ahora Draco en un tono de voz muy exigente.

– Es una criatura mágica muy antigua y poderosa –responde Luna–. Puede presentarse en forma de zorro, de dragón o de serpiente. En nuestro caso, partiendo de que he encontrado una escama, intuyo que se tratará de un dragón.

– ¿Un dragón? –dice Draco y, acto seguido, suelta una carcajada.

– No te rías. Es serio –le reprendo.

– Me río porque no entiendo a qué viene tanto dramatismo. Es un simple dragón; lo mataremos y fin del asunto.

– ¡Ese es el problema, idiota! ¡No podemos matarlo! –dice Luna, muy cabreada.

– ¿Por qué no podemos matarlo? –dice Ron tratando de mostrarse calmado, mas no lo consigue.

– ¡Pues porque es inmortal! –responde la Ravenclaw–. Además, incluso aunque no lo fuera, ¿cuáles son las probabilidades de sobrevivir a un enfrentamiento contra un dragón?

– Supongo que las posibilidades son bastante altas si tenemos en cuenta que Potty se enfrentó a uno en el Torneo de los Tres Magos el solo y salió con vida –deja caer el Slytherin con menosprecio.

– Harry sólo tuvo que coger el huevo. No tuvo que matarlo –aclara Ron, un tanto molesto por su comentario.

– Cierto. Si no, otro gallo habría cantado, ¿no, Weasley? –y esboza una sonrisa–. Todos sabemos que el cara rajada no es lo suficientemente bueno como para enfrentarse a cualquier criatura mágica y matarlo él solito. Por eso, siempre tiene que ir acompañado de vosotros, ¿no?

– No te creas, Malfoy. Harry es bastante autosuficiente. Creo que lo dejó bastante claro cuando él solito mató a tu querido Señor. Una pena que tus padres y tú huyerais como unos cobardes y os perdierais el espectáculo –le suelta Ron.

Miro a Ron con una mezcla de incredulidad y decepción. ¿Desde cuándo tiene esa capacidad para soltarle semejantes barbaridades a Malfoy sin alterarse? ¿Desde cuándo es capaz de permanecer impasible ante el Slytherin?

Draco le dedica una mirada fulminante, cargada de un odio inhumano. En esa mirada, puedo ver claramente que de no estar yo aquí con ellos, probablemente Ron no habría sido capaz de terminar la frase. El chico se acerca hacia Ron y, empinándose un poco, lo coge del cuello de la camiseta que lleva. Clava sus atormentados ojos grises en el pelirrojo y, con una voz cargada de aversión, le dice:

– No te atrevas a difamar de esa forma de mi familia otra vez, basura, o te aseguro que será lo último que harás en tu desgraciada vida.

– Draco –le advierto.

El interpelado capta mi advertencia y suelta a Ron con desprecio tras dedicarle una mueca de asco. La mirada de Draco viaja de Ron a mí y espero que su gesto se ablande cuando nuestros ojos se encuentran, mas no lo hace.

– No caigas en sus provocaciones –oigo que le dice Luna a Ron por lo bajini–. Es lo que busca.

– Tienes razón –le responde a la chica–. ¿De qué estábamos hablando antes de esta absurda pelea? –pregunta Ron, subiendo considerablemente el tono de voz para que todos le oigamos.

– Pelea dice... Ni siquiera lo he tocado –farfulla el Slytherin.

– Estábamos hablando sobre el uróboro –digo yo, obviando el comentario de Draco–. Luna estaba diciendo que se trata de un dragón en este caso.

– Sí, bueno –dice la Ravenclaw–, aunque no es un dragón en el sentido estricto de la palabra. En realidad, en lo único que se parecen es en su aspecto y en el hecho de que tienen escamas y bueno, realmente, ni siquiera las escamas son iguales. Las de los uróboros son escamas lumoreactivas, mientras que las de los dragones no.

– ¿Lumoreactivas? –pregunta Ron.

– Significa que reaccionan con la luz, pedazo de inútil –le responde Draco.

– Hasta ahí llego, gilipollas. No es eso a lo que me refiero –le dedica una mueca de aversión y se dirige nuevamente hacia a Luna–: ¿Qué conlleva que las escamas sean lumoreactivas, Luna?

– Que no podamos verlas siempre que haya una fuente de luz. La luz activa la magia de sus escamas haciendo que éstas adopten el color del objeto más cercano. Intuyo que ahora, como hay luz solar, no podemos verlo porque está camuflado con las rocas del volcán, pero supongo que en cuanto caiga la noche, podremos verlo.

– ¿Alguna otra cosa que los diferencie de los dragones, Luna? –le pregunto, preocupada por la situación.

– En realidad sí. Los uróboros suelen hallarse formando un círculo alrededor de algún tipo de montaña o edificio, mordiéndose su propia cola. Es el hecho de que forme un círculo cerrado lo que me hace pensar que se trata de una criatura inmortal. En simbología, el círculo siempre ha significado "eterno retorno", o sea, inmortalidad. No obstante, también significa "naturaleza cíclica" lo cual podría indicarnos que el uróboro sigue un patrón cíclico de comportamiento a lo largo de un período de tiempo. Es cuestión de esperar y ver cómo actúa.

– ¿Sabes simbología? –le pregunta Draco esbozando una mueca que se acerca bastante al asco–. Bah, no sé ni por qué me sorprende. Estás chiflada.

– Al menos soy de utilidad. ¿Qué haces tú aparte de insultarnos al resto? –le espeta la Ravenclaw.

En su voz, hay un pequeño repique de cabreo y en sus facciones, una evidente crispación. Draco está llevando al límite a Luna, quien jamás antes había mostrado un ápice de enfado a pesar de todas las humillaciones a las que siempre se ha visto sometida.

– Aunque no lo creas, hago mucho más que insultar, pero lo hago únicamente por las personas que me importan y aquí resulta que es ella la única que me importa –dice señalándome con el dedo–. Tanto tú como el pobretón de Weasley me dais igual.

– Es bueno saber que el sentimiento es mutuo –responde Luna, dando por zanjada la discusión–. Sólo te voy a pedir una cosa –dice como si de repente acabara de recordar algo que tiene que decir–: habla únicamente cuando lo que vayas a decir sea coherente y no resulte ofensivo para ninguno de los que estamos aquí. No sólo no haces un favor a nosotros, también te lo haces a ti. Te dejas en evidencia cuando muestras que la única habilidad que tienes consolidada es insultar.

– No creo que seas la más apropiada para decirme cómo debo actuar para no dejarme en evidencia cuando siempre has sido el hazmerreír de Hogwarts, pero bueno...

Luna abre la boca haciendo amago de responder, pero finalmente no dice nada. Parece dolida; el comentario de Draco parece haber tocado su fibra sensible.

– Estás a un comentario de llevarte un puñetazo, Malfoy –salta Ron a la defensiva.

– ¿Por qué la defiendes tanto? ¿Tanteas el terreno para llevártela a la cama, Weasley? Por suerte para el mundo, no será algo que tengamos que ver. Con lo lento que eres, si tardas nada más que la mitad que con Hermione, estarás muerto para entonces –suelta una carcajada.

Y, en realidad, es él el único que se ríe. Su comentario me sienta como un jarro de agua fría y, como tal, me abre los ojos y me hace ver cosas que tal vez obviaba antes. Quizás Draco tiene razón, quizás Ron defiende tanto a Luna porque le gusta. Yo ya sospeché que había algo entre ellos cuando los vi irse de la mano mientras yo me quedaba cuidando de Draco. Sin embargo, quise creer que había sido algo repentino, impulsivo y requerido por la situación. En cambio, ¿cuál es la justificación ahora? ¿Por qué saca tanto la cara por ella?

Las orejas de Ron se tiñen de un intenso color rojo y se arroja contra él. Hace ademán de golpearle en la cara, mas Luna es más rápida y consigue frenarlo. Ron se contorsiona en los brazos de la Ravenclaw en un intento de liberarse para encarar al Slytherin. Mientras tanto, suelta una sarta de insultos que van desde lo muggle a lo mágico. Draco se ríe, nuevamente solo, ante tal estampa.

– ¡Para de una vez! –le ordeno a Draco, exasperada–. Tenemos ahí a un maldito ser inmortal al que hay que vencer y a ti lo único que se te ocurre es... ¿insultar?

– Es para destensar un poco el ambiente –dice nuevamente entre risas.

– Deja de reírte. No tiene gracia –le reprendo–. ¿Qué pretendes con todo esto?

– No pretendo nada. Soy así –comenta ahora más serio, mas sin borrar una sardónica sonrisa de su rostro.

– No eres así, y lo sabes –le contradigo–. Quieres que crean que eres así, porque no quieres que conozcan cómo eres realmente, como sé que eres. Deja de engañarte a ti mismo.

– Aquí no soy yo el que se está engañando a sí mismo. La única que se engaña eres tú, que prefieres autoconvencerte de que en realidad no soy así porque estás enamorada de mí y no soportas la idea de que no soy igual de fiel, mordaz y justo que el resto de las personas que te importan.

– Baja de la nube, Adonis –dice Ron, entre carcajadas–. Que tú estés enamorado de ella no significa que ella lo esté de ti. Ella no caería tan bajo.

Oh, oh...

– Creo que no eres el más indicado para hablar, ¿eh, Weasley? El listón lo bajó hace mucho cuando se enamoró de ti. Enamorarse de mí ha supuesto una gran mejora si me obligas a compararte.

– ¿Como te atreves a hablar de mejora? Enamorarse de ti sólo puede ser un signo de decadencia moral e intelectual.

– No creo que Hermione opinara la mismo cuando decidió besarme, pero pregúntale. Tal vez esté de acuerdo contigo.

Su interpelación me toma por sorpresa. Ha sido un golpe bajo meterme de repente en la discusión y soltar de repente eso. Lo fulmino con la mirada y, como respuesta, él esboza una sonrisa más que evidente. Ron se da cuenta tanto de mi respuesta como de su reacción y me mira exigiéndome una respuesta. Abro la boca con el fin de decir algo, mas no lo consigo. Ron me dedica una mirada fría, repleta de dolor e incluso me atrevería a decir que de odio, y el corazón se me rompe en mil esquirlas.

– ¿Ni siquiera vas a intentar negarlo? –me pregunta el Slytherin–. Vaya, pues qué aburrimiento. Antes esto resultaba mucho más divertido.

– Eres repugnante, Malfoy –se limita a decir Ron.

– ¿Repugnante dices? Yo no soy quien usa túnicas recicladas de mis familiares del siglo XVI, eh, Weasley –se burla y se ríe.

– ¡Para de una vez! –le espeto–. No entiendo qué persigues con todo esto. ¿Fastidiar a Ron? ¿Fastidiarme a mí? ¿Fastidiar nuestra relación? ¿O tal vez simplemente quieres volverme loca? –hago una pausa para aclararme la garganta–. Dices que estás enamorado de mí y que soy la única de aquí que realmente te importa, pero no sólo no lo demuestras, sino que encima haces cosas que van en contra de tus propias palabras. Te dedicas a faltarme el respeto haciendo lo que te da la gana sin tener en consideración mis decisiones o peticiones. Te pedí que me permitieras decírselo yo, que me dieras el tiempo que necesitara, que me dejaras encontrar el momento adecuado, y nuevamente has actuado a tu conveniencia. ¡Y como si no fuera con ello suficiente, ahora también optas por insultar a Ron y a Luna, a gente que me importa de verdad! ¿Por qué, Malfoy? ¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres? ¡Dime!

– Lo único que quiero es que seas sincera –dice en un tono de voz que ya ha borrado todo rastro de burla y que, por el contrario, es frío como el hielo–. Quiero que dejes de esconderme. Yo nunca te he escondido y, créeme, he tenido motivos de sobra. Eres justo lo opuesto a lo que se espera para un chico como yo. Eres precisamente el tipo de persona de la que mis allegados se avergonzarían. Sin embargo, yo no he tenido ningún problema en reconocer que me gustas. ¿Por qué no puedes hacer tú lo mismo? ¿Por qué no eres capaz de reconocerle a tu novio que también estás enamorada de mí?

– Creo que Ron a estas alturas lo sabe de sobra –murmuro, siendo incapaz de mirar a los ojos a ninguno de los dos.

– ¿A estas alturas? En el fondo, sabía que estabas enamorada de él desde el momento en el que empezasteis a veros –dice Ron, fijando su mirada en mí–. Y, aunque no lo creas, Hermione, yo podría soportarlo perfectamente. Podría soportar que te fijaras en otro tío que no fuera yo, e incluso podría aguantar que lo besaras porque no supieras realmente de quién estabas más enamorada. Lo que nunca podría ni podré soportar es que ese tío sea el hijo de puta que ha estado años haciéndonos la vida imposible, el desgraciado que lleva llamándote sangre sucia desde que tengo uso de razón, el malnacido que jugó contra nosotros en la Batalla. ¿Acaso ya te has olvidado de todo el daño que nos ha hecho a todos?

– Gracias por intentarlo, Weasley, mas no creo que hayas dicho nada que ella no sepa ya a estas alturas –susurra Draco en un tono de voz tirante y aún frío–. Ella recuerda perfectamente todo lo que he hecho; de hecho, yo también lo recuerdo. Sin embargo, ¿qué más da todo eso? ¿Acaso crees que lo que yo hice en el pasado va a cambiar de alguna forma lo que siento por Hermione o lo que ella siente por mí? Lo que sentimos el uno por el otro ha surgido sin que ninguno de nosotros olvidáramos quiénes éramos y quiénes somos, así que cualquier comentario que hagas sobre mi pasado o sobre el suyo no va a cambiar nada. Lo mejor es que lo aceptes de una vez.

Inmediatamente después de que Draco termine de hablar, nos quedamos todos en un absoluto silencio. Luna, de cuya existencia ya me había olvidado, se aclara la garganta quebrando el hasta ahora imperante mutismo. Miro de reojo a Ron y veo que tiene su mirada clavada en mí por lo que me obligo a mirar hacia otro lado. Después, atisbo a Draco, que permanece en silencio mirando al suelo fijamente y adoptando una postura demasiado tensa para ser cómoda. Sé que ambos, y probablemente también Luna, están esperando a que diga algo, pero cualquier posibilidad de articular una palabra parece haberse esfumado. No sé qué debería decir, pues en cierto modo siento que ya está todo dicho.

– ¿Es que no vas a decir nada? –dice Ron al cabo de unos segundos.

– No sé qué decir –mascullo–. ¿Qué necesitas que diga?

– Lo único que necesito es que me confirmes si todo lo que él ha dicho es verdad –me suplica Ron en un tono de voz débil y flojo como si estuviera intentando que sólo yo me enterara–. ¿De verdad lo has besado?

– Sí, todo lo que ha dicho es verdad. Me gusta y nos hemos besado –admito a regañadientes–. Varias veces –aclaro finalmente.

– En su defensa he de reconocer que nuestro primer beso fue porque pensaba que íbamos a morir –aporta el Slytherin.

– Por favor, hazme un único favor por una vez en tu desgraciada vida y cállate –le ordena el Gryffindor con una voz fría como un témpano de hielo.

Ron se lleva los dedos al puente de la nariz y se lo frota. Cierra los ojos y respira hondo varias veces. Parece tratar de asimilarlo. Luna pone instintivamente una mano en el brazo del Gryffindor y lo frota cariñosamente varias veces antes de que Ron la sacuda con un movimiento del brazo. A pesar del rechazo, Luna no parece molesta ni afligida.

– Nos vamos –anuncia repentinamente Ron, mientras se coloca bien la maleta.

– ¿Eh? –digo. Su repentina puesta en marcha me toma por sorpresa.

– Nos movemos. No podemos seguir aquí perdiendo el tiempo y hablando sobre estupideces que no podemos cambiar –aclara. Su voz sigue siendo extremadamente seria y fría–. Hay ahí un uróboro al que hay que vencer para alcanzar la cúspide del volcán, probablemente también haya cerca un asentamiento de tributos que nos tendremos que cargar y estamos aquí haciendo el gilipollas. Yo me muevo. Si queréis me acompañáis, y si no, siempre podéis quedaros aquí esperando.

Ipso facto, Ron comienza a andar hacia el volcán a grandes zancadas sin siquiera esperar a Luna. Ésta corretea detrás de él tratando de alcanzarlo. Yo me quedo clavada en el sitio hasta que decido ponerme también en marcha. De repente, noto que Draco me pone la mano en el brazo. La aparto bruscamente y sigo caminando. Estoy demasiado cabreada con él como para hablar de algo con él ahora mismo. Sé que tarde o temprano tendría que contárselo a Ron pero el hecho de que haya decidido hacerlo sin tener en consideración mis preferencias me hierve la sangre. Parece que comprende cómo me encuentro ahora mismo pues ni siquiera se esfuerza en volver a captar mi atención; se limita a caminar a mi lado en silencio.

Mientras camino, observo en la distancia interaccionar a Ron y a Luna, quien finalmente ha conseguido alcanzarlo. Luna no para de sonreír aunque Ron sigue tan serio como antes. Me doy cuenta de que tal vez las deducciones a las que llegamos Draco y yo sobre una posible atracción entre ambos distan un poco de la realidad. Parece más como si Luna sintiera algo por él. Fija su mirada en él más tiempo del políticamente correcto y a veces me da la sensación de que sonríe más de lo que debería. Sin embargo, en Ron no detecto ningún signo de atracción por la chica; la trata más como si fuera su hermana pequeña, como si fuera Ginny.

Trato de acelerar un poco mi paso, olvidando que Draco viaja al lado mía y aún está un poco débil por el ataque del escorpión, con el objetivo de tratar de descubrir de qué hablan Ron y Luna.

– Aún no entiendo por qué lo soportas –oigo que le dice Luna cuando estoy lo suficientemente cerca como para escucharlos. Deben estar hablando de Malfoy–. ¿Acaso has firmado con él algún tipo de tregua? No se me ocurre ninguna otra razón por la que serías capaz de soportar a Malfoy. A veces a mí misma me cuesta contener las ganas de golpearlo.

Trago saliva y noto que palidezco. ¿Una tregua? ¿Cómo ha sido capaz de hacer semejante deducción? ¿Cómo ha sido capaz de acercarse tanto al plan en tan poco tiempo?

– ¿Una tregua? –dice Ron, riéndose nerviosamente–. Para nada. Tengo que soportarlo por Hermione, aunque me cuesta muchísimo. También para mí es difícil contener las ganas ya no sólo de golpearlo, sino de estrangularlo. No sé cómo una persona puede soltar tanto veneno por la boca.

– Deberían darle un reconocimiento por ser la persona que más insultos, mentiras y estupideces suelta por unidad de tiempo.

El comentario de Luna le arranca una sonrisa y, en cierto modo, me da envidia, pues sé que yo ahora mismo lo único que hago es restarle felicidad.

Me giro y veo que Draco se ha quedado muy por detrás de nosotros, así que me detengo para esperarlo. Cuando por fin me alcanza, camino al mismo ritmo que él mas sin mediar una sola palabra. Ninguno de los dos parecemos dispuestos a romper el silencio, pues él tampoco dice absolutamente nada.

– ¡Mirad ahí! –exclama de repente Luna, llamando nuestra atención.

Miro hacia donde señala y veo que hay un pequeño fuego consumido a unos pocos metros de nosotros. Junto al fuego, también hay un par de prendas de ropa tendidas de un palo. Luna tenía razón: hay un asentamiento cerca.

A los pocos segundos, entran en nuestro campo de visión dos personas. A juzgar por sus atributos físicos y por su color de piel, son dos alumnas del Instituto de las Brujas de Salem.

– No sé qué deberíamos hacer ahora –dice Luna cuando por fin nos reunimos los cuatro.

– ¿Matarlos? –propone Draco inmediatamente.

– ¿Cómo vamos a matarlos sin mediar con ellos una sola palabra? –inquiere horrorizada la Ravenclaw.

– ¿De verdad crees que ellos van a estar dispuestos a hablar civilizadamente con nosotros? Por si no lo recuerdas, Lunática, en los Juegos hay un sólo ganador, lo cual significa que el resto ha de morir, lo que a su vez obliga a unos tributos a matar a otros. Que tú no quieras asimilarlo no significa que el resto de tributos no lo tenga asimilado y que esté dispuesto a hacerlo.

– Creo que todos somos conscientes de eso, Draco, pero creo que Luna tiene razón: deberíamos intentarlo –propongo ahora yo–. Probablemente ellas lleven aquí más tiempo que nosotros y seguramente sepan mucho más sobre el uróboro, por lo que tal vez puedan darnos información útil.

– O quizás no –replica Draco con gesto contrariado.

– Ya. En ese caso, podrás matarlas, pero como las probabilidades son de un cincuenta por ciento, creo que deberíamos arriesgarnos e intentar hablar con ellas –insisto.

– Adelante. Seguid haciéndole caso a la chiflada. Estaremos todos enterrados antes de que nos dé tiempo a pestañear –dice el Slytherin malhumorado, justo antes de encaminarse hacia el asentamiento.

Ron y Luna no hacen ni un sólo comentario sobre el comentario de Draco y aceleran el paso para caminar por delante del Slytherin. Yo alcanzo a Draco y camino a su lado sin mediar palabra con él. A pesar de todo, el silencio no llega a resultarme incómodo en ningún momento. En cierto modo, es agradable un poco de calma después de tanta tormenta.

Cuando estamos a pocos metros de las dos tributos de la Escuela de Salem, éstas se percatan por fin de nuestra presencia. Ambas se miran sin saber qué hacer y una de ellas sale corriendo hacia el asentamiento en busca de un arma, supongo. Cuando por fin las alcanzamos, la chica ya está de vuelta y tiene un cuchillo en la mano que empuña hacia nosotros. Ambas nos desafían con la mirada y una de ellas tiene la vista clavada en Draco. Lo miro y descubro por qué. Su mirada es casi tan desafiante como la de las chicas. Me esfuerzo por dedicar a las Brujas de Salem la mirada más cálida que soy capaz de componer con el objetivo de contrarrestar la frialdad del Slytherin. Sonrío y la que estaba mirando a Draco me mira ahora a mí con un gesto de interrogación en la cara.

– No vamos a haceros daño –dice por fin Luna adelantándose y acercándose hacia ellas con las manos hacia arriba.

Las Brujas de Salem retroceden un paso cuando Luna se acerca hacia ellas. La que tiene el cuchillo se dispone delante de la otra y mantiene un gesto de desconfianza mientras Luna les muestra que no tiene ninguna arma ni en los bolsillos ni en la pequeña mochila que porta consigo.

– ¡No te acerques! –le advierte la chica del cuchillo a Luna.

Me sorprende lo ronca y vasta que es su voz, la cual no pega para nada con sus finas y bonitas facciones. La chica tiene una cara ovalada con unos ojos almendrados de color azul, unos pómulos muy marcados y unos carnosos labios de un intenso color rosa. Su piel caribeña encaja a la perfección con su pelo rizado y aleonado.

La chica que está detrás de la primera tiene la piel mucho más oscura, si bien su pelo es extremadamente liso. Su cara es algo más redonda, pero el pelo liso recorta la forma haciéndola parecer algo más alargada. Tiene los ojos bastante achinados y una nariz que está en perfecta proporción con sus labios, igualmente carnosos.

– Ya te lo he dicho antes. No tienes de qué preocuparte, no queremos haceros daño. Sólo queremos salir de aquí, al igual que vosotras, supongo –dice Luna.

– ¿Por qué él no parece opinar lo mismo? –inquiere la chica cabeceando en dirección a Draco.

Luna se gira y suspira al confirmar que ese él se refería al Slytherin. Draco esboza una de esas sonrisas torcidas que tanto nos irritan.

– ¿Podrías ser un poco menos hostil? –le pido entre susurros.

– ¿Hostil? Ni siquiera he abierto la boca –me responde él también hablando flojo.

– No hace falta que abras la boca para percatarse de tu hostilidad. Las estás mirando como si desearas batirte en duelo con ellas ahora mismo.

– Tal vez sea porque es lo que realmente deseo, ¿no?

– Piensa que en algún momento podrás hacerlo y sonríe –le susurro–. Acaba de prometerme que no va a haceros daño –digo en voz alta a las dos tributos de la Escuela de Salem. Las chicas aún parecen tener reparos en creernos.

– No tenéis que tener miedo, de verdad. Si se atreve siquiera a tocaros, lo mataré yo mismo delante de vosotras –promete Ron, tratando de convencerlas.

La chica que no tiene cuchillo mira a Ron y asiente. Le dice algo al oído a la otra y ambas se miran antes de guardarse el cuchillo.

– De acuerdo –dice la chica sin cuchillo–. Os damos un voto de confianza. Si hacéis cualquier movimiento raro, os quemamos vivos –comenta, cabeceando en dirección al fuego que está ya prácticamente apagado.

Draco suelta una carcajada seca.

– ¿Te parece divertido o es que quieres comprobar por ti mismo que se siente al ser víctima de una cremación? Te aseguro que con lo delgado que eres no tardarías más de un par de segundos en salir ardiendo –dice la misma chica de antes sin quitar la mirada del Slytherin.

– Ignóralo. No se ríe porque le parezca divertida tu amenaza, se ríe simplemente porque es gilipollas –comenta Ron, tratando de destensar el ambiente.

– ¿Y tú quién eres? ¿Su enemigo? –pregunta la otra chica.

– Yo soy Ron, Ronald Weasley –aclara–. Y sí, se podría decir que soy el enemigo de este niñato malcriado, Draco Malfoy –Draco esboza una mueca de asco al escuchar a Ron pronunciar su nombre–. Ellas son Luna Lovegood y Hermione Granger –ambas levantamos la mano cuando nos nombra–. Todos somos tributos de Hogwarts.

– ¿Así que sois del grupito de los que desafiaron a Voldemort? –pregunta con retintín la chica de ojos almendrados.

– Luna, Hermione y yo sí –dice Ron con orgullo–. Éste es de los otros. Era un mortífago, un seguidor de Voldemort –y cabecea en dirección a Draco.

– ¿Jugaba en el otro bando? –pregunta sorprendida la chica de piel más oscura. Ron asiente–. ¿Qué haces aquí entonces? –inquiere ahora directamente a Draco.

– Lo mismo que tú: pagar las consecuencias de que los mortífagos hayan vuelto a hacerse con el poder –responde toscamente el Slytherin.

– No lo entiendo –contesta–. ¿Eres del bando que al final se ha hecho con el poder y estás aquí? Se supone que deberías estar en el Ministerio ocupando algún cargo importante, ¿no?

– Yo lo que no entiendo es qué cojones te importa mi vida. No voy a contarte nada, si es lo que pretendes –le corta Draco dedicándole una mirada fulminante.

– Está aquí porque es un traidor –suelta de repente Luna sin ningún tipo de miramientos–. Se marchó en plena Guerra cuando los mortífagos se las vieron crudas para ganar a Harry Potter.

Hundo mis uñas en el brazo de Draco cuando me doy cuenta, en un gesto imperceptible para el resto de los presentes, de que quiere atacar a Luna. Noto que los músculos de su brazo se encogen reflejamente ante mi agarre, así que lo suelto mas sin apartar mi mano de su brazo. Aprovecho que tengo la mano en el brazo para acariciárselo y tratar de tranquilizarlo. Él aprieta la mandíbula tratando de tranquilizarse.

– Con que un traidor... ¡genial! –dice la chica de ojos almendrados con un deje de ironía. Acto seguido, esboza una enigmática sonrisa.

– Disculpa que no nos hayamos presentado antes –comenta la chica morena de piel antes de que dé tiempo a que se forme el silencio incómodo que todos esperábamos–. Ella es Ayleen –señala a la chica de ojos almendrados– y yo soy Zephyr. Somos tributos del Instituto de las Brujas de Salem.

– ¿Desde cuándo estáis aquí? –pregunta Ron con interés.

– ¿En el arena? Pues desde el principio, igual que vosotros, ¿no? –responde Zephyr sin comprender exactamente a qué se refiere Ron.

– Me refiero a desde cuándo estáis en esta parte del arena.

– ¿Cómo que "en esta parte del arena"? ¿Acaso hay otra? –inquiere Ayleen con los ojos abiertos como platos.

– Eso parece –comento yo–. Draco y yo aparecimos en un lugar que estaba completamente cubierto de nieve, pero Ron y Luna, al igual que vosotras, están aquí, en el desierto, desde el principio.

– ¿Nieve? –pregunta nuevamente Ayleen, sin borrar un gesto de confusión de su rostro. Yo asiento a modo de respuesta–. ¿Y dónde está ese lugar, que quiero mudarme? –y se ríe ella sola de su propio comentario.

– ¿Cómo habéis llegado desde allí hasta aquí? –dice Zephyr, ignorando a Ayleen.

– A través de un traslador; un traslador probablemente como aquel de allí –dice Draco señalando al cráter del volcán.

Ayleen y Zephyr giran simultáneamente la cabeza siguiendo la dirección que marca el dedo de Draco. Parecen aún más estupefactas, si cabe, ante el descubrimiento del Slytherin. El gesto de Zephyr pasa de la estupefacción a la desconfianza cuando vuelve a mirar a Draco.

– ¿Nos estás diciendo que el volcán es un traslador? –inquiere en un tono de voz que queda claramente impresa su desconfianza.

– No el volcán como tal, sino más bien la columna esa de gases que sale de él –responde el chico con indiferencia.

– ¿Y pretendes que te creamos? –pregunta Zephyr, mostrándose tan cautelosa como su compañera de escuela.

– Tranquilas, no os está mintiendo –digo yo en defensa de Draco–. Yo también creo que es un traslador. Se parece muchísimo a la materia que nos permitió transportarnos hasta aquí.

Ayleen abre la boca para decir algo, pero finalmente vuelve a cerrarla. Gira nuevamente la cabeza en dirección al volcán y achina los ojos tratando de divisar algo sobrenatural en aquella columna de gases. Cuando vuelve a mirarnos, Ayleen parece mucho más convencida y su tenso gesto se suaviza. Por el contrario, Zephyr sigue teniendo los ojos cerrados como si fueran dos rendijas por la desconfianza.

– De acuerdo, chica –concede Zephyr–. Supongamos que te creo y que confío en que aquello seaverdaderamente un traslador, ¿por qué nos lo ibáis a contar a nosotras? No creo que os beneficie contarle al enemigo tal vez la única vía de escape de este dichoso desierto.

– Os lo hemos contado, porque necesitamos que nos hagáis un favor a cambio –dice Ron en un hilo de voz.

– ¿Qué favor, pelirrojo? –pregunta Zephyr con una cautela aún mayor. Veo que se lleva instintivamente la mano hacia el bolsillo donde guardó antes el cuchillo.

– Necesitamos que nos digáis todo lo que sabéis sobre el uróboro –suelta Luna como si nada.

– ¿A qué te refieres? –pregunta Zephyr.

– ¿Qué es un uróboro? –inquiere simultáneamente Ayleen.

– ¿No lo habéis visto? –dice Luna algo decepcionada.

– Si nos explicas qué es lo que se supone que hemos tenido que ver, tal vez podamos deciros si lo hemos visto –responde Zephyr en un tono algo borde.

– Me refiero al dragón que rodea el volcán –responde Luna amablemente sin inmutarse por la sequedad de Zephyr–. Esa criatura mágica es legendaria y se llama así: uróboro.

Los rostros de Ayleen y Zephyr se tornan todo lo pálido que sus oscuras pieles les permiten. Después se miran entre sí y dudan en respondernos. Veo, además, que una de ellas mira el bolsillo de la otra para asegurarse que el cuchillo sigue ahí.

– ¿Cómo...? ¿Cómo sabéis vosotros lo de la serpiente gigante? –pregunta Ayleen, incrédula.

– ¿Cuánto tiempo lleváis aquí? ¿Nos estabáis espiando? –nos exige saber ahora la más morena.

– No os estábamos espiando; acabamos de llegar –dice Ron mostrándose muy tranquilo–. Todo es fruto de la casualidad. Encontramos este sitio por casualidad siguiendo las aves en busca de agua. Por el camino, Luna encontró una escama de dragón algo peculiar y descubrió que se trataba de un uróboro, pero no sabemos nada más.

Ayleen parece creer la historia de Ron, mas Zephyr se muestra algo recelosa. Luna se da cuenta de ello y les muestra a las alumnas de Salem la escama. Zephyr la contempla como si fuera algo tan bonito como peligroso.

– Esa cosa mató a Marilyn -se limita a decir Ayleen con una voz que destila tristeza a la vez que odio.

– Marilyn era otra de las cuatro tributos de nuestra escuela –aclara Zephyr con frialdad.

– El traslador también la dejó en esta parte del arena. Cuando nos encontramos las tres, decidimos ir hacia el volcán porque pensamos que allí estaríamos más seguras. Nadie se iba a acercar a una montaña que puede entrar en erupción en cuestión de segundos. Marilyn quería saber si realmente el volcán tenía magma y suponía un peligro, así que decidió escalar. La escuchamos gritar, pero no la veíamos por ninguna parte. A los pocos minutos nos la encontramos desgarrada y prácticamente muerta en la falda del volcán –nos cuenta Ayleen sin poder contener las lágrimas–. No supimos qué era lo que la había matado hasta que llegó la noche. Cuando se escondió el Sol, lo vimos alrededor de la montaña.

– ¿Y entonces qué pasó? -me atrevo a preguntar.

– ¿Cómo es de noche? –inquiere Luna con fascinación.

Ayleen abre la boca para contestar, mas al notar la mirada de advertencia que le manda Zephyr la cierra inmediatamente, cediéndole la palabra a ésta. Sin embargo, cuando la chica parece a punto de soltarnos otro de sus comentarios borde-evasivos, el Sol se esconde definitivamente y lo vemos.

Es gigante. Debe medir al menos 20 o 30 metros de largo, aunque está tan enrollado alrededor del volcán que es prácticamente posible decir si mi estimación se aproxima mínimamente a la realidad. Además, ahora que la luz no lo esconde, se aprecia el verdadero color que colorea sus escamas. Podría decirse que el color es dorado, aunque no le haría justicia, pues parecen estar esculpidas en oro; una mezcla entre oro y luz solar. Es, en realidad, este luminoso color que pinta su piel el que nos permite vislumbrarlo en la penumbra. A pesar de lo mortífero que es, yace plácidamente sobre la falda del volcán con los ojos cerrados y, por un momento, incluso me parece hermoso... hasta que me fijo en su boca. Ésta se encuentra mordiendo su cola, dejando entrever sus probablemente ponzoñosos colmillos.

De repente, algo que no es el uróboro acata mi atención. Pocos metros por encima de él, hay una pequeña cueva que está iluminada. ¿Qué hace ahí una cueva con luces? ¿Acaso hay alguien dentro?

Antes de que me dé tiempo a elaborar una hipótesis sobre el asunto de la cueva, mi atención vuelve a volcarse en el uróboro, dado que éste abre los ojos, mostrando unos iris tan negros como el carbón. Parpadea varias veces, como si acabara de levantarse tras un largo letargo, y entonces se desliza alrededor del volcán, ayudándose con sus garras, y se sitúa justamente a la altura de la pequeña cueva que antes acató mi atención y que ahora ha quedado cubierta por su cuerpo. Espero a que cierre los ojos, mas no lo hace ni tampoco parece tener intención de hacerlo.

– ¡¿Habéis visto eso?! –pregunto casi a voz de grito al resto.

– Creo que todos lo hemos visto –dice Zephyr.

– Es bastante difícil no ver a esa cosa gigante –añade Ayleen.

– No me refiero al uróboro, sino a lo que ha hecho. ¿Os habéis fijado que después de abrir los ojos ha ascendido?

–Lo hace todos los días cuando se pone el Sol –responde Ayleen, poco sorprendida por mi observación–. Aún no comprendo por qué lo hace.

– ¿No os habéis fijado en la cueva? –inquiero.

– ¿Qué cueva? –pregunta Draco, alzando una ceja.

– La que había justo encima de él.

– Yo también la he visto –añade Luna.

– ¿Y qué más da la cueva? –pregunta Ron, encogiéndose de hombros.

– Gracias, Weasley. Con esta última pregunta, acabas de confirmarme lo que ya venía sospechando desde hace tiempo: tu grado de estupidez es directamente proporcional al paso del tiempo –dice Malfoy, tratando de provocar a mi pelirrojo.

– Te aseguro que si sigues haciendo comentarios como ese tus probabilidades de sobrevivir se van a hacer inversamente proporcionales al paso del tiempo –le responde Ron y me doy cuenta de que está intentado no alterarse, pues tiene las manos firmemente apretadas.

– Ojalá me dieras miedo, pero qué va. Lo único que me das es pena; pena de que tu imaginación sea tan escasa que tengas que tomar como referencia comentarios que yo haya hecho antes para tratar amenazarme.

Ron ni siquiera se esfuerza en responder al comentario, mas yo le mando una mirada de advertencia a Draco, quienaq se encoge de hombros, con una imborrable sonrisa surcándole el rostro.

– ¿Vuestros comentarios son siempre así de pueriles o en algún momento llegáis a decir algo con fundamento? –suelta Zephyr en un tono de voz que lleva implícito el deseo de atacar a los chicos.

– ¿Y tú, siempre eres así de siesa o es que hace mucho que no te echan un buen polvo? –le ataca el Slytherin.

– Ah, ¿pero que tú sabes lo que es un polvo? Pensaba que con esa cara de estirado y ese caracter agrio no habrías conseguido que se te acercara ni una tía.

– ¿Una dices? –y bufa–. Ya quisieras que en tu selva te hubieran enseñado a contar lo suficiente como para asimilar el número de mujeres que han pasado por mi vida.

– ¿Selva? ¿Massachussets? –la chica suelta una carcajada–. Ahora va a resultar que además de estirado, eres un inculto.

– ¿Inculto dices? No soy yo el que sólo sabe contar hasta diez...

Zephyr hace amago de contestar, pero Ayleen le tira del brazo y le dedica una mirada de advertencia. La chica asiente y Ayleen posa ahora su mirada en el Slytherin.

– Deberías parar, ¿no crees? Para asegurar venir en son de paz, eres bastante guerrillero –le recrimina la bruja.

– Lo primero, yo nunca he dicho que venga en son de paz –ante su comentario, mi tez se palidece. Como los tiros sigan yendo por ahí, las cosas no van a acabar nada bien–. Y en segundo lugar, creo que si quieres recriminarle a alguien haber empezado con esta estupidez deberías decírselo a ella, que es la que ha empezado con la tontería.

Zephyr y Ayleen lo miran con una mezcla entre odio y asco. Comprendo que ha llegado el momento de intervenir.

– Malfoy –le llamo, tirándole del brazo para acercarlo a mí . Le agarro la cara y le obligo a mirarme a los ojos mientras le imploro–: Para, por favor. Si no te callas, vas a arruinarlo todo.

Draco esboza una mueca de disconformidad, pero asiente, como si comprendiera que no está bien lo que ha hecho.

– El perrito deja de ladrar cuando la ama le regaña –comenta Ayleen por lo bajini a Zephyr a modo de burla, riéndose.

Probablemente su intención era que sólo Zephyr oyera su comentario, pero es evidente que todos nos hemos enterado, incluso el propio Ron levanta la ceja a modo de desaprobación. El singular y extravagante humor de Ayleen no deja indiferente a nadie.

Espero que Malfoy vuelva al ataque, mas, gracias a Merlín, no lo hace.

– ¿Y si volvemos a lo importante? –sugiere Ron–. Hay ahí un bicho gigantesco y estamos discutiendo sobre estupideces en vez de sobre él.

– Creo que Ron Weasley tiene razón –dice Luna, asintiendo repetidas veces para mostrar su conformidad.

– La cueva... –empiezo a decir.

– La cueva lleva ahí desde el principio –suelta Ayleen, interrumpiéndome.

– Cállate, Ayleen –le espeta Zephyr a la chica.

– Déjala que hable –le pide Ron–. ¿O es que quieres quedarte aquí toda tu vida?

– No me parece tan mala la idea de pasar aquí toda la vida si la comparo con la idea de morir entre las fauces de ese bicharraco.

– ¿Pero es que acaso crees que te van a dejar quedarte aquí como si nada? Si esa serpiente está ahí es porque quieren que nos enfrentemos a ella; no que nos quedemos de brazos cruzados contemplándola. De hecho, si nos quedáramos aquí parados, probablemente encontrarían la forma de hacernos llegar a ella. ¿O es que no te has dado cuenta cómo funcionan las cosas en el arena?

– Zephyr, el pelirrojo tiene razón –le dice Ayleen entre susurros–. Tarde o temprano vamos a tener que enfrentarnos a esa cosa y, si lo hacemos con esta gente, las probabilidades de que sobrevivamos son mucho más altas que si lo hacemos solas.

La Bruja de Salem resopla resignada al descubrir cuanta razón hay en el comentario de su compañera. Nos escruta con la mirada uno a uno, saltándose a Draco, y asiente. Ayleen sonríe al comprender que Zephyr ha cedido.

– Vale, os voy a contar todo lo que sabemos. El bicho ese, como ya he dicho, lleva ahí desde el principio y también la cueva. La cueva está ahí durante todo el día, pero se mimetiza tan bien con el entorno que sólo se aprecia realmente si se está lo suficientemente cerca, por lo que de lejos no se distingue ni de coña. El momento del día en el que realmente se aprecia bien es después del anochecer. Sin embargo, sólo se puede apreciar durante un par de minutos, dado que, como ya habéis podido comprobar, el uró... uróboro –titubea y mira a Ron para comprobar si lo ha dicho adecuadamente; cuando comprueba que sí, continúa hablando– despierta y asciende para bloquear la entrada.

– ¿Por qué? ¿Qué hay en la cueva? –pregunto, sin poder reprimir mi sed de conocimientos.

– No lo sabemos, pero sea lo que sea ha de ser muy valioso para él, ya que mató a Marilyn cuando ésta se acercó a la cueva.

– ¿Qué creéis que puede ser? –lanza al aire Ron.

– Tal vez sea su punto débil –propongo yo–. Pero no sé, no me convence del todo la idea. ¿Cómo va a ser la cueva su punto débil si ni siquiera es una parte de él?

– ¿Y qué va a ser si no? –pregunta Draco–. Si no fuera algo así, no lo custodiaría con tanto temor.

– ¿Alguna idea, Luna? –dice Ron.

– ¡Eso! ¡Preguntémosle a la chalada, a ver qué nueva locura se le ocurre! –exclama el Slytherin, divertido.

– En realidad, sí –responde la Ravenclaw, ignorando el comentario agrio de Draco–. Está relacionado con lo que ha dicho Hermione. Seguramente lo que haya dentro de la cueva sea algo que le haga vulnerable, pero como ella ha dicho, no puede ser nada en lo referente a su organismo, tiene que ser algo externo a él.

– Y el premio para la respuesta más obvia de la Historia de la Magia va para... ¡Lunática Lovegood por su inútil aportación sobre la cueva! –vuelve a lanzar Draco.

– Para –le chisto y él se ríe en respuesta a mi crispación.

– No he terminado, cabeza hueca –dice Luna, poniéndole los ojos en blanco–. Creo que lo que hay dentro de la cueva es su inmortalidad, o mejor dicho, el objeto al que se asocia su inmortalidad.

– Brillante... –comenta Ron, fascinado nuevamente por la deducción de Luna.

Y no es para menos: la chica hace unas deducciones increíbles. No sé si por celos de la reacción de Ron o por envidia de que sea ella quien ha llegado a esa conclusión y no yo, noto que la sangre se me sube a las mejillas y que me pongo extremadamente roja. Draco se percata de mi reacción y pone los ojos en blanco, como desmeritando a Luna para hacerme sentir mejor, aunque, siendo honesta, no lo consigue.

– ¿Un objeto que está ligado a su inmortalidad? –repite Ayleen, igualmente estupefacta.

– La mayoría de los seres que son inmortales tienen una fuente que les proporciona esa inmortalidad. Así, los vampiros la obtienen de la sangre, los uróboros pueden obtenerlo de otra cosa.

– ¿Y se te ocurre qué puede ser esa otra cosa? –inquiere nuevamente mi pelirrojo.

– Ciertamente sí –las venas me arden de envidia–. Hemos observado que el comportamiento del uróboro está regido por los cambios de luz-oscuridad y también que la cueva desprendía luz, lo que me lleva a pensar que probablemente su fuente de inmortalidad sea...

– ¡La luz solar! –exclaman Ron, Ayleen y ella simultáneamente.

– ¡Fascinante! –dice Ayleen, con una mezcla de maravillación y estupefacción.

– ¿Fascinante? –dice Draco con desdén–. Si es verdad que el uróboro extrae su energía de la luz solar, ¿cómo demonios se supone que vamos a matarlo? La luz solar es inagotable. Es cierto que los que han creado eso quieren jodernos la vida, pero que fuera imposible de matar sería demasiado incluso para ellos. Además si fuera verdad vuestra teoría, de noche moriría, ¿no?

– Claro que moriría –confirma Luna–, si no existiera ese objeto de la cueva.

– ¿Qué quieres decir? –pregunta Ron sin comprender a dónde quiere llegar Luna.

– Lo que quiero decir es que el uróboro es inmortal gracias a la luz solar. Durante el día, se beneficia directamente de ella y durante la noche, se vale del objeto que está en la cueva para obtener la luz. O sea, el objeto es un canalizador que almacena energía luminosa durante el día para que durante la noche el uróboro pueda mantenerse con vida. Así, la cueva está expuesta a la luz por el día para captar la luz y tapiada por él por la noche para evitar que la energía se disipe y aprovecharla completamente.

– Increíble... –murmura Ayleen, aún fascinada–. No entiendo cómo pueden caber ideas tan grandes en un cuerpecito tan pequeño.

– Su mente trabaja a unos niveles que nadie comprenderá jamás –responde el Gryffindor, esbozando una sonrisa y dándole una palmada en la espalda a la chica.

Y acto seguido Luna se ríe, nerviosa, emitiendo un sonido demasiado estridente, intenso, exagerado, en consideración con lo que Ron le ha dicho. La situación me resulta familiar; y me devano los sesos tratando de encontrar esa situación familiar, hasta que por fin lo recuerdo. Aquella risa me recuerda a la carcajada que soltó la rubia en quinto curso cuando se conocieron en el Expresso de Hogwarts y Ron soltó una de sus bromas. Ya por aquel entonces me planteé si la reacción de la Ravenclaw no había sido demasiado exagerada para lo que la situación requería. Recuerdo perfectamente lo que Luna me transmitió en aquel momento, pues al fin y al cabo es la misma sensación que me transmite ahora: peligro.

– Genial –digo, abriéndome paso entre las carcajadas de la Ravenclaw que ahora están en sintonía con las de Ron, a quien parece habérsele contagiado la risa de la chica. Trato de que no se me note mi crispación, pero no estoy del todo segura de si lo consigo. En cualquier caso, sigo diciendo–: Ahora sólo queda descubrir qué objeto es capaz de almacenar luz solar y, por supuesto, cómo podemos destruirlo. ¿Alguna sugerencia?

– ¿Luna? –pregunta Ron.

Noto que los nudillos se me tensan cuando cierro involuntariamente mis manos en puños. Aunque Ron no parece consciente de lo que hace, la situación empieza a sobrepasarme y la ira empieza a quemarme las venas. Draco se percata.

– No lo sé –dice Luna francamente. Ron se muestra claramente decepcionado.

– No sé a qué se debe esa cara de decepción, Weasley. Es evidente que no lo sabe. No puede saberlo todo. La chica tiene sus momentos de inspiración, sí, pero tiene muchas limitaciones. Todos sabemos aquí que quien lo sabe todo es Hermione –suelta Draco a modo de halago–. ¿Alguna sugerencia, Granger?

En un principio, me quedo callada, pues aunque solté el comentario de antes queriendo porque ciertamente tenía una idea sobre cuál podía ser el objeto de la cueva, las reacciones de Ron me han dejado trastocada. Sin embargo, cuando noto la mirada confiada de Draco en mí, cuando me doy cuenta de que verdaderamente piensa eso de mí y que no lo ha dicho simplemente para descalificar a Luna, me crezco y decido hablar:

– En realidad, sí –digo, creciéndome–. En el libro Alquimia, arte y ciencias antiguas, Argo Pyrites mencionaba la existencia de una piedra solar capaz de almacenar la luz de varias estrellas. Pyrites incluso explicaba cómo canalizaba la luz y la almacenaba en su estructura molecular. También le atribuía propiedades especiales como la curación o la magia ilimitada, pero probablemente exageraba. No digo que el objeto sea una piedra lunar, pero sí es bastante probable que sea un objeto o una sustancia con propiedades parecidas.

– Brillante –me halaga el Slytherin.

– Genial –dice de repente Zephyr. De no ser por su intervención, probablemente no me habría percatado de que aún está aquí con nosotros–. Todas vuestras conclusiones, vuestra capacidad de deducción y tal me parecen simplemente geniales, pero ¿de qué cojones sirve toda esa mierda si ahora estamos aquí parados sin hacer nada?

– ¿Qué propones, entonces? ¿Qué nos lancemos como gilipollas a atacar al uróboro sin haber elaborado siquiera un plan? –escupe Malfoy con irritación.

– No, imbécil. Propongo precisamente eso: que elaboremos un plan –se defiende la chica en un tono de voz que desprende tanto odio como el del propio Malfoy.

– Bien. Somos todo oídos –dice el Slytherin y cruza los brazos bajo su pecho. Se mantiene unos segundos a la espera y, viendo que la chica no dice nada, suelta–: Lo que yo imaginaba. Mucho quejarse, pero poco hacer.

– De acuerdo, listillo. Pues ilumínanos tú con tu sagrado don de la guerra. Algo habrás tenido que sacar en claro de tu época oscura –arremete con malicia.

Draco se va para ella y la agarra de la camiseta violentamente. La chica profiere un gritito y veo que Ayleen a su lado se remueve buscando el cuchillo en su bolsillo.

– No vuelvas a hablar de mí como si me conocieras o te aseguro que será la última vez que abras la boca para hablar –la amenaza, clavando su intimidante mirada en ella.

– No me das ni una pizca de miedo, rubito, pero adelante, sigue intentándolo –dice ella, mantiendo una fiera mirada en él.

Acto seguido, lo empuja, obligándolo a retroceder hasta mi lado. Lo agarro del brazo y me percato de que tiene la piel tensada. Traga saliva notoriamente, tratando de tranquilizarse, mas sin apartar la mirada de la Bruja de Salem, que ahora esboza una media sonrisa.

– Así no vamos a llegar a ninguna parte –le reprendo a Zephyr.

– La chica tiene razón, Zephyr –concuerda Ayleen.

– De acuerdo. Lo siento –dice a regañadientes, aunque su disculpa parece estar más dirigida a Ayleen que al propio Malfoy.

– Vale. ¿Qué hacemos? –responde Ayleen, dejando atrás la pelea.

– Lo primero que tenemos que decidir es qué es lo que vamos a hacer exactamente –comenta mi pelirrojo.

– Tenemos que hacernos con la piedra solar y destruirla, o en su defecto, evitar que le dé la luz solar. Si lo conseguimos, el uróboro morirá por la noche y problema solucionado –propongo yo.

– Tienes razón –dice Ron, asintiendo–. Creo que evitar que le dé la luz solar es imposible, pero coger la piedra es aún más complicado.

– Durante el día es imposible –añade Ayleen–. Siendo invisible, es imposible que sepamos dónde está exactamente esa cosa, por lo que las probabilidades de que nos mate son muy altas, así que aunque la cueva sea accesible, yo creo que deberíamos abstenernos a intentarlo de día.

– ¿Cuándo entonces? –pregunta Ron–. Durante la noche habéis dicho que la entrada a la cueva es bloqueada por el uróboro, con lo que estamos en las mismas.

– El anochecer –murmura Luna.

– Luna tiene razón –digo yo–. Tenemos que aprovecharnos de estos dos minutos que transcurren desde que anochece hasta que cubre la cueva, puesto que es el único momento en el que lo vemos como para percatarnos de sus movimientos y en el que podemos acceder a la cueva.

– ¿Y cómo nos dividimos, porque imagino que no todos podremos entrar en la cueva? Además, alguien tiene que servir de entretenimiento para el uróboro –aporta Ayleen.

– Yo propongo que utilicemos a alguien como rehén. Mis preferencias sois tú y Weasel –sugiere Draco, bosquejando una sonrisa maliciosa.

– Definitivamente se te ha ido la cabeza, Malfoy. ¡No podemos poner a nadie como rehén! –exclama la Ravenclaw, horrorizada ante la propuesta del Slytherin.

– ¿Por qué? Sabes que eres la número tres de mi lista, ¿eh? –declara Malfoy con insolencia.

– No, no me parece bien porque no es ético –responde Luna, sorprendentemente molesta–. Además, no sé por qué te parece tan buena la idea de usar un rehén cuando saber perfectamente que aquí eres el menos querido. Si votáramos a quién poner como rehén de forma democrática, te aseguro que saldrías tú elegido por mayoría absoluta.

– De acuerdo, de acuerdo, Lunática. Cálmate. Nada de rehenes –dice el Slytherin, sin borrar la sonrisa de su rostro–. ¿Qué proponéis entonces? ¿Cómo nos dividimos?

– Yo creo que lo mejor es que nos dividamos en dos grupos: cuatro para entretener al uróboro y dos para entrar en la cueva y destruir lo que sea que hay en ella. Creo que lo mejor sería que Zephyr, Hermione, tú y yo nos encargáramos de entretener al uróboro y que Ayleen y Luna se encargaran de entrar a la cueva.

– No es que no esté de acuerdo, pero ¿por qué esta división, Weasley? –inquiere Draco. Su tono de voz suena ahora mucho más civilizado. Siempre que hablan de guerra, el aire se destensa entre ellos.

– Fácil. Los más fuertes entretienen al uróboro atacándolo y los más débiles entran a la cueva –y se encoge de hombros–. De esta forma, garantizamos una mayor supervivencia. ¿Estáis todos de acuerdo?

– No –dice Zephyr–. Para empezar, ni de coña Ayleen es más débil que la niñata esta debilucha –y me señala–. Para continuar, no pienso separarme de Ayleen. ¿Quién nos dice que no nos queréis separar para tener más fácil el matarnos por separado? No me fío de vosotros. Si queréis que colaboremos, la condición es que ambas estemos juntas.

– De acuerdo –dice Ron, poniendo los ojos en blanco–. Entonces, Ayleen, Malfoy, tú y yo vamos a por el uróboro, y Luna y Hermione se encargan de destruir la piedra solar. ¿Te parece mejor de esta forma?

– Mucho más –declara Zephyr, mostrándose mucho más conforme.

– Vale. Entonces, mañana al anochecer vamos a darle una buena tunda al bicharraco ese, ¿no? –pregunta divertida Ayleen.

– Eso mismo –dice Malfoy, componiendo ese sanguinario y cruel gesto que tanto me asusta.

Después de dar por zanjada la conversación, Ayleen nos indica amablemente el camino hasta un oasis para encontrar agua y hace algunas bromas con respecto al día de mañana que a mí me resultan un tanto estrambóticas, antes de despedirse de nosotros. Acto seguido, se reune con Zephyr y se alejan de nosotros, mas no lo suficiente como para perdernos de vista. Así, permanecerán toda la noche: durmiendo en turnos, alejados de nosotros.

Nosotros cuatro, después de beber agua y comer los pocos restos de alimentos que quedan en nuestras mochilas, nos sentamos en la arena para organizar los turnos de vigilancia nocturna. Propongo que el primer turno lo haga Draco para que después duerma toda la noche de seguido, dado que lleva días sin descansar. Ron se ofrece voluntario para acompañarlo y Draco acepta, no sin componer una mueca de rechazo. Me sorprende que ambos sean capaces de llegar a semejante convenio de una forma tan madura, sin lanzarse mutuamente pullas.

Luna y yo, que no vamos a hacer el turno, decidimos quedarnos a dormir en el oasis. Nos ocultamos detrás de unas altas palmeras para combatir mejor el frío aire nocturno del desierto. Allí, tiendo la piel del ursus blodige, usándola como una especie de cama improvisada, y Luna y yo nos sentamos. Una vez nos hemos establecido, Draco y Ron se despiden y se marchan, dejándonos a Luna y a mí a solas. Como todavía queda un rato para nuestros turnos, ambas nos recostamos para intentar dormir algo hasta entonces.

– Hace más frío del que esperaba –comenta la Ravenclaw.

– Durante la noche bajan las temperaturas en el desierto –comento–. Si tienes frío, puedes coger esto –y le tiendo el saco de dormir que usé en las cuevas del primer arena.

– ¿Y tú? ¿No pasarás frío? –dice Luna, preocupada.

– Yo tengo esto –le respondo, mientras señalo al chaquetón ese que nos dieron cuando aún estábamos en el centro de entrenamientos.

– Oh, yo tiré el mío cuando entré aquí. No podía soportar el calor. Sigo sin poder soportarlo –se queja.

– No pasa nada. Coge el saco –insisto.

– Gracias, Hermione.

Después de su agradecimiento, me vuelvo hacia el otro lado y me pongo a pensar en todo lo que ha pasado en las últimas veinticuatro horas. Me sorprendo de lo muchísimo que pueden cambiar las cosas aquí en el arena en tan sólo un día. Mientras que en Hogwarts los días se sucedían unos tras otros sin apenas experimentar cambios (siempre y cuando no andábamos en una de las nuestras, claro), aquí cada hora, cada minuto, cada segundo marca la diferencia, porque están constantemente pasando cosas. Apenas da tiempo a asimilar algo cuando ya todo ha vuelto a cambiar. Tal vez es el hecho de que acontezcan tantas cosas en minutos lo que me hace sentir que los días son tan largos; o tal vez es que inconscientemente se me está agotando el tiempo y por eso siento que esa necesidad de alargarlo mentalmente.

Con ese pensamiento, me quedo profundamente dormida y no me despierto hasta que Ron viene para cambiar su turno conmigo. Ni siquiera me despierto cuando Luna sustituye a Draco en el turno, ni cuando Draco me pasa el frío brazo por debajo de la cabeza para dormirse acurrucado a mí. Sólo me doy cuenta de que lo ha hecho cuando Ron me despierta. Me ruborizo al descubrirme dormida entre los brazos de Draco frente a Ron, mas éste no dice nada al respecto. Me incorporo, me quito el chaquetón que tenía puesto para dormir y se lo cedo a él.

– No te preocupes, Herms. Quedátelo tú. Yo no tengo frío –repone con una sonrisa, mientras me vuelve a pasar el chaquetón por los hombros–. Además, no creo que pueda dormir mucho teniendo a éste al lado –y cabecea en dirección a Malfoy, que está respirando profundamente a causa del sueño. Me sorprende lo armonioso que luce mientras duerme.

– No va a hacerte nada –le prometo–. Lleva días sin dormir, así que está cansadísimo. No va a despertarse.

– De todas formas, no es por eso. No le tengo miedo –dice, encogiéndose de hombros–. Es porque me siento incómodo teniéndolo tan cerca. Ya he tenido suficiente con dos interminables horas de guardia con él, la verdad.

– Imagino...

– En fin –vuelve a encogerse de hombros y bosteza–. Dormiré lo que pueda.

– Descansa –le deseo.

Después de mis palabras, ambos miramos al suelo y la situación, por un momento, se vuelve incómoda. Me recuerda a esos momentos en los que no estábamos juntos y no sabíamos ni siquiera cuál era la forma adecuada de saludarnos. Me siento mal por no saber nuevamente cómo reaccionar ante él. No obstante, pronto Ron toma las riendas de la situación y me besa. Hacía tantos días que eran los labios de Malfoy los que besaba, que no recordaba cómo era sentir los suyos. A la vez que reconozco los labios de Ron en los míos, recuerdo lo que siempre ha significado él para mí: calidez, ternura, fidelidad, confianza. Sin embargo, en este beso no queda nada de eso. El beso es desesperado y, como tal, me sabe a desesperación, a desesperanza, a desaliento, a nostalgia, a dolor, lo que me hace sentir aún peor que antes. Cuando nuestros labios se desarticulan, Ron me mira con los ojos vidriosos y noto en su mirada que se está debatiendo internamente en si decirme algo. Fuera lo que fuera lo que me iba a decir, finalmente no llega a pronunciarlo, dado que se limita a susurrarme a la vez que se sienta junto a Malfoy:

–Buenas noches, Herms.

– Adiós, Ron. Buenas noches.

Y camino unos metros en busca de Luna para hacer el turno, con la agridulce y dolorosa sensación de que las cosas no son iguales entre Ron y yo.

– Hermione... –oigo lejanamente a la voz de Luna llamarme–. ¿Eres tú? ¿Estas ahí?

– Sí, sí, soy yo. No te preocupes.

– Los turnos se me están haciendo infinitos –me confiesa Luna justamente cuando entro en su campo de visión.

Me siento a su lado, sobre una pequeña roca, y bostezo.

– ¡Y encima hace un frío terrible! –dice frotándose los brazos.

– ¿Lo quieres? –le digo, a la vez que le ofrezco el chaquetón–. Yo ahora mismo no tengo nada de frío.

– Déjalo. Me da cosa. Ya me dejaste antes el saco –y se ruboriza.

– No seas tonta.

Le paso el chaquetón por los hombros. Ella me lo agradece y, acto seguido, nos sumimos en un profundo silencio, lo cual me resulta sorprende. ¿Cómo es que Luna no me ha sacado ya algún tema de conversación con lo habladora que es? La miro de soslayo y veo que, aunque tiene el chaquetón, sigue temblando.

– ¿Sigues teniendo frío? –le pregunto preocupada.

– Ya no, ¿por qué? –inquiere la chica, abriendo muchos los ojos.

– Estás temblando.

– Pero eso no es por el frío... Son estos malditos pensamientos. No se van, ¡no se van! Cada vez que llega la noche, me invaden y me impiden pensar en otra cosa. Eso me genera una gran angustia y supongo que por eso tiemblo. No puedo evitarlo.

– ¿Qué pensamientos, Luna? –pregunto algo asustada.

– En realidad no son varios, es sólo uno –me responde y el tembleque se hace aún más evidente–. Tengo mucho miedo. Tanto miedo que ni siquiera soy capaz de llorar para expresarlo.

– ¿Miedo por qué? ¿Miedo a qué? No te va a pasar nada aquí conmigo, Luna.

Veo que su rostro está contraído por el temor e instintivamente llevo mi mano hacia su mejilla. Le acaricio y le sonrío, tratando de transmitirle algo de paz y tranquilidad.

– No es eso, Hermione. Es que no quiero ver morir a más gente –susurra–, ni tampoco quiero morir. Tengo miedo a morir, a desaparecer, a desintegrarme, a dejar de sentir, a no existir. Y ya no es sólo miedo a la muerte como tal, es miedo a perderme la vida de la que otros se han privado para dármela a mí. ¿Tú no tienes miedo? ¿No te preocupa morir, Hermione?

–Miedo no... pánico –le confieso–. Tampoco yo quiero morir, Luna, pero soy consciente de que sólo uno de nosotros puede sobrevivir y, siendo sincera, las probabilidades de que esa persona sea yo son bastante bajas, por lo que me limito a no pensarlo y a tratar de sobrevivir.

– ¿Por qué ellos no tienen miedo, Hermione?

– ¿Quiénes? ¿Ron y Draco? –Luna asiente a modo de respuesta–. ¿Qué te hace pensar que no tienen miedo? Todo ser humano tiene miedo a morir, Luna, y ellos, como seres humanos que son, también lo tienen.

– Pero ellos no lo demuestran, no parecen tener miedo a nada ni a nadie. Ellos son valientes y fuertes, unos luchadores natos. Bueno, y tú también lo eres. Cualquiera de vosotros podría sobrevivir perfectamente. Yo, en cambio, soy débil... ¡Pero si una vez me encontré un nargle robándome un par de calcetines del cajón y ni siquiera fui capaz de golpearle para echarlo! ¿Cómo voy a matar a alguien si ni siquiera soy capaz de golpear a un nargle? –la chica suelta una carcajada nerviosa.

– ¡Oh, vamos, Luna! No pienses que eres débil porque no lo eres. Eres fuerte. ¿O es que acaso crees que si fueras débil habrías ganado esta guerra?

– ¿De verdad crees que la hemos ganado, Hermione? Si la hubiéramos ganado, no estaríamos aquí ahora mismo. No digo que no hayamos sobrevivido a la guerra, pero no la hemos ganado. Nos ganan cada segundo que pasa, con cada tributo que muere, y yo no quiero que me ganen, Hermione. No se lo merecen –dice la chica casi lloriqueando.

– No, no se lo merecen, pero tampoco se merecen que pienses en ellos como los ganadores, porque tampoco lo son. No es una victoria hasta que caigamos todos nosotros y esta guerra aún no ha terminado, Luna –la chica se encoge de hombros, poco convencida por mi discurso–. Simplemente, no pienses en esas cosas –le sugiero–. Tú limítate a pensar en el presente y no pienses en el futuro. Trata de sobrevivir a toda costa y, si el destino lo quiere, sobrevivirás hasta el final y ganarás. Además de fuerte, eres inteligente. Has pasado por cosas horribles y aún así las has superado, lo que demuestra que eres capaz de superar esto y más. Tú tienes tantas oportunidades como cualquiera de nosotros de sobrevivir, así que lucha por ello sea cual sea el coste, segundo a segundo.

– Gracias, Hermione Granger. Eres una buena amiga.

Y, a pesar de que nuestras posturas deben ser las más difíciles del planeta ahora mismo como para coordinarnos, Luna se las ingenia para abrazarme. En un principio, me quedo paralizada, pues nunca se ha mostrado especialmente efusiva conmigo; de hecho, probablemente ésta sea la primera y única vez que me ha abrazado desde que nos conocemos. Sin embargo, después, la estrecho contra mí instintivamente, sintiéndome embargada por su ternura.

Unos segundos después, nos separamos y, cuando creo que va a dar por zanjada la conversación, sus ojos se cargan de lágrimas. Noto que respira hondo tratando de contenerlas.

– Hermione...

– Dime, Luna.

– Necesito hablar contigo de algo más –dice, con la voz ligeramente temblorosa.

– Lo que sea –respondo, de corazón.

– Por un lado, no quiero contártelo, porque sé que te va a molestar y porque siento que te estoy traicionando como amiga –oh, oh–, pero a la vez siento que si no te lo cuento, no estoy siendo sincera contigo y ya sabes que soy incapaz de no ser sincera con la gente que me importa.

– No pasa nada. Puedes contármelo. No creo que sea tan grave –murmuro yo, con la voz algo quebrada por el miedo que me genera su desconocida confesión.

– Necesito que me prometas que no te vas a enfadar conmigo y que no te vas a llevar las manos a la cabeza antes de tiempo –me pide agarrándome las manos.

– Claro... –digo con cierta reticencia.

– Bueno, pues lo cierto es que... yo... creo... –balbucea hasta que finalmente dice–: creo que siento algo por Ron.

Clic. Mis sospechas y su confesión encajan cual piezas de un puzzle. Y aunque me lo esperaba, aunque sabía que tarde o temprano acabaría diciéndome algo así, no estoy preparada. Siento que un ardiente fuego empieza a crecer en vientre. Rápidamente, ese fuego, ese sensación de odio, de aversión, se extiende hasta mi garganta, robándome el aliento, dejándome sin palabras. Me gustaría decirle cuánto odio su confesión y todo lo que ella conlleva, cuánto odio no poder odiarla a pesar de su declaración, mas no consigo emitir vocablo alguno.

– Lo siento –se lamenta en un hilo de voz–. Te juro que sentir algo por él es lo último que quiero en el mundo, porque sé que estáis juntos y sé que él está profundamente enamorado de ti, pero no puedo evitarlo. En realidad, creo que... nunca he podido evitarlo.

– ¿A qué te refieres? –consigo decir.

– No sé –y se encoge de hombros–. Siempre me ha resultado un chico extremadamente divertido, interesante y guapo; y nunca he podido evitar ponerme nerviosa o reírme más de la cuenta cuando él está cerca. Siempre he pensado que era normal que me pusiera nerviosa, porque, bueno, es un chico y para mí todos los chicos, excepto Harry Potter, son tan difíciles de comprender como el pársel; pero ahora que lo he tenido más cerca que nunca, me he dado cuenta de que no todos los chicos me hacen sentir igual que él. Ningún chico me hace sentir tan nerviosa como él me hace sentir desde siempre. Por eso creo que siempre he sentido algo por él, sólo que no he sido consciente hasta ahora. Creo que es algo parecido a lo que le ha pasado a Malfoy contigo.

Si bien su declaración me toma totalmente desprevenida, la última frase que pronuncia me deja estupefacta. ¿Acaba Luna Lovegood de insinuar que Draco Malfoy ha sentido siempre algo por mí, pero que no había sido consciente hasta ahora?

– ¿A Malfoy conmigo? –repito, mostrando claramente mi estupefacción.

– ¿De verdad nunca lo has pensado? –dice la chica tan sorprendida que la sorpresa se mezcla casi con espanto–. ¿Para qué se iba a tomar un chico como Malfoy la molestia en llamar constantemente tu atención si no era porque le gustabas?

– Me odiaba, Luna. Nos odiábamos. Intensamente, además –le respondo.

– Tal vez no te odiaba a ti. Simplemente se odiaba a él por sentir algo por ti. Si no, ¿para qué iba a acercarse a ti ahora, cuando tan sólo le quedan días de vida?

Aunque Luna desconoce que Draco se acercó a mí por el plan, sí es verdad que sigo sin saber a ciencia cierta por qué nos eligió a Ron y a mí para formar parte del plan. Podría habérselo pedido a Daphne, que es amiga suya. En cambio, decidió elegirme a mí, pero ¿por qué?

– No lo sé –le reconozco–. Yo tampoco comprendo por qué se empezó a acercar a mí después de haber salido elegido. Aunque no lo creas, es algo que yo también me he planteado varias veces, pero nunca he llegado a ninguna conclusión.

– Por eso te digo. Yo creo que siempre ha sentido algún tipo de fascinación por ti, y que es esa fascinación la que le llevaba cuando era niño a insultarte para tratar de ocultársela a su padre y al resto del mundo y la que le ha llevado ahora a declararte su amor.

– ¿De verdad crees que algo así es posible tratándose de Malfoy? –pregunto alzando una ceja.

– Creo que algo así es posible tratándose de cualquier persona, pero sobre todo de Malfoy. No creo que haya ser humano más complejo que él en este planeta. Me encajaría perfectamente con su personalidad que te hubiera insultado durante todos estos años para ocultar que en realidad sentía algo por ti –me confiesa, sin poder borrar una sonrisa del rostro.

– No lo sé... –digo encogiéndome de hombros–. En cualquier caso, da igual. Es tan introvertido que probablemente nunca llegue a saberlo.

– Ya, lo imagino. En fin, la cuestión es Ron, no Draco.

– Sí –me limito a decir. Segundos después, temo que haya sonado demasiado borde, mas la chica no parece percatarse.

– Bueno, eso... Que creo que me gusta, que siempre me ha gustado algo –me repite, y su confesión vuelve a escocerme internamente como si acabaran de verterme ácido en todos mis tejidos–. En cualquier caso, quiero que sepas que no ha pasado nada entre nosotros y que, independientemente de si estos sentimientos siguen en pie o desaparecen, jamás me voy a entrometer en tu relación con él; así que, por favor, no me trates a partir de ahora como si fuera una amenaza para vuestra relación. Por encima de todo, sois mis amigos y no pienso estropear eso por nada del mundo, pero necesitaba decírtelo.

– Me alegro de que me hayas decidido sincerarte conmigo. Y no te preocupes, que esto no va a cambiar nada.

Una parte de mí, sin embargo, no está tan segura de que las cosas no vayan a cambiar. ¿Cómo voy a mirar a Luna igual que antes cuando sé que siente algo por Ron? ¿Cómo voy a interpretar y a tolerar ahora las interacciones entre ambos a sabiendas de que todo lo que Ron le diga significa el mundo para ella?

– No sabes cuánto me alegra saber que es así –responde la chica–. Uf, ahora me siento mucho mejor. ¡Gracias, Hermione!

Y vuelve a abrazarme. Sin embargo, esta vez no me siento con fuerzas ni con ganas de corresponderle el abrazo. Luna, en cambio, no parece percatarse de mi rigidez, pues sigue estrechándome contra sí durante un rato. Me hallo en sus brazos, cuando de repente recuerdo algo:

– ¿Y Neville? Pensaba que te gustaba, que os gustabáis. Os vi besándoos en el Lago Negro aquella noche.

– Neville es un chico muy tierno –responde ella, poniéndose muy colorada–. Y sí, nos besamos aquella noche en el Lago Negro. De hecho, no era la primera vez que lo hacíamos. Él me besó después de la Batalla, pero nunca me volvió a hablar del tema. Por eso la noche de la fiesta decidí pedirle que viniera conmigo y lo habláramos. No me podía ir de Hogwarts sin solucionarlo; no era justo para ninguno de nosotros. Me confesó que le gustaba y, sinceramente, también me gusta él a mí, pero es que, ¿a quién no le gusta Neville? –cruelmente como suene, rápidamente se me viene a la mente una larga lista de chicas a las que precisamente no le gustaba Neville en la cual me incluía yo–. Es un chico lleno de vida, desprende luz y felicidad.

– Entonces, ¿te gusta Neville, pero también Ron? –inquiero, tratando de poner en orden las ideas en mi mente.

– No lo creo –dice ella–. Me gusta Ron. Simplemente Neville me parece una buena persona.

– Pero una persona no besa a otra porque le parece buena persona, Luna. Tiene que haber algo más.

– Ah, comprendo. ¿Me preguntas por ese algo más? –yo asiento–. Bueno, pues ese algo más es que... bueno... Hermione, tú sabes que yo no soy la persona más carismática del mundo. De hecho, la gente suele apartarse de mi lado con bastante facilidad. En cambio, Neville no. Él siempre ha estado ahí para mí, incluso en lo peor.

– Oh...

– No sé lo que te estarás imaginando, pero no lo besé por conveniencia ni porque fuera el único chico que se ha fijado en mí. Lo he hecho porque a él le hace feliz tenerme y a mí también me hace feliz de alguna forma saber que tengo a alguien preocupándose por mí. ¿Acaso es tan malo?

– Para nada. Lo entiendo perfectamente –concuerdo con ella.

– Pues eso. Neville para mí siempre ha sido un chico súper dulce con el que he podido contar y, bueno, Ron es diferente, como ya te he dicho.

– Interesantísimo lo que cuentas, Lunática, pero toca cambio de turno –dice Draco, oculto por la oscuridad–. Ya puedes largarte a los brazos del baboso de Weasley. Estoy seguro de que cuando lo escuches roncar y lo veas babear mientras, dejará de parecerte diferente a sus congéneres: los perros de agua.

Su espigada figura se recorta a modo de sombra bajo la luz de la Luna mientras camina hacia nosotras. Sin dedicarle una sola mirada al Slytherin, la Ravenclaw se levanta y estira los brazos para desperezarse. Tras depositarme un beso en la mejilla, que sinceramente me resulta incómodo, y darme las gracias, se aleja de nosotros con una sonrisa en el rostro. Cuando veo a Luna marcharse claramente feliz, siento la tentación de llamarla y pedirle que me cambie el turno, pues me genera ansiedad pensar en que va a dormir con Ron. Sin embargo, pronto comprendo que es una estupidez: ya han pasado mucho tiempo solos y, si de verdad hubiera tenido que pasar algo entre ellos, ya habría pasado en mi ausencia.

Draco se sienta sobre mi lado y, cuando Luna está lo suficientemente lejos como para no percatarse, me da un golpecito en la nariz para captar mi atención.

– ¿Qué tal la velada con la Lunática? –me pregunta Malfoy, entre bostezos.

– Supongo que no mucho mejor que la tuya con Ron.

– Por Merlín, pues sí que ha tenido que ser horrible –y sonríe maliciosamente–. ¿Qué es lo que ha pasado?

– Me ha confesado que siente algo por Ron –le confío en un hilo de voz.

– ¿Pero qué demonios os pasa a las tías con Weasel? –dice Draco, llevándose histriónicamente una mano a la cara–. ¡Pero si encima de pobre y estúpido, es el antimorbo personificado!

En respuesta a su comentario, le clavo en codo entre las costillas y el chico masculla varias palabras ininteligibles a modo de queja. Cuando se recompone del golpe, me pregunta entre susurros:

– ¿Y qué más te da que le guste el zanahoria? Mientras ella no se le tire al cuello, a ti no te afecta en nada.

– ¿Cómo no me va a afectar en nada que a mi amiga le guste mi novio? –exclamo horrorizada.

– No lo sé. A mí me daría igual.

– ¿Ah, sí? ¿Entonces por qué no te da igual que le guste a Ron?

– No compares –me reprende–. La situación no es la misma, porque Weasley no es mi amigo, sino mi enemigo. Es normal que me dé coraje.

– Peor me lo pones... ¿Te da igual que a un amigo tuyo le guste tu novia, pero no soportas que a una persona que debería serte indiferente sí le guste?

– Y yo qué sé, Granger –dice componiendo una mueca de asco–. Mi consejo es que no te agobies pensando en Luna, porque ella no va a tener ninguna posibilidad con Weasley mientras estés tú de por medio –deja caer, muy convencido.

– ¿En qué te basas para decir eso? ¿Acaso te ha dicho Ron algo durante la guardia? –le pregunto, enarcando una ceja.

– Claro que me ha dicho cosas durante la guardia. Los turnos son largos y aburridos. No nos ha quedado más remedio que mediar alguna que otra palabra para amenizar la tortura.

– ¿En serio habéis hablado? –le pregunto, sin poder ocultar mi incredulidad.

– Bueno, más que hablar, ha sido amenazar. Ha estado lanzándome una amenaza tras otra en el tiempo que hemos estado juntos.

– ¿Puedes dejar de dar rodeos y contarme de una vez de qué habéis hablado? –le digo, mostrando claramente mi avidez por conocer detalles sobre esa conversación

– Nada nuevo, en realidad –ante su respuesta, le amenazo con la mirada y él se ríe–. Vale, vale. Ya paro. A ver, empezó preguntándome por nosotros. Quería saber si de verdad nos habíamos besado y dónde y cuándo lo habíamos hecho.

– ¡¿Y qué le dijiste?! No te marcarías una de las tuyas, ¿no? –inquiero, apretándole fuertemente el brazo ante el temor de que se haya inventado cualquier estupidez de las suyas para hacer rabiar a Ron.

– ¿Qué voy a decirle? ¡La verdad! –dice, tratando de calmarme–. ¿Puedes dejar de cortarme la circulación, por favor?

– Sí, perdón –y suelto su agarre.

– Ya que me había preguntado, decidí recrearme para hacerlo sufrir un poco y le conté algunos detalles sobre tus reacciones y tal –a la vez que mi rostro palidece, empieza a componer una sonrisa torcida–. Si le hubieras visto... ¡se le cambió la cara! –y se ríe, regocijándose en las reacciones de Ron que él recordaba.

– No me hace ninguna gracia, Malfoy –le digo, mostrándome muy seria.

– A él tampoco le hizo ninguna, la verdad –y vuelve a reírse–. En fin, volviendo al tema. Después de dejarme explicarle un poco el tema, empezó a soltarme un monólogo de al menos trescientas horas sobre lo muchísimo que le importas y lo poquísimo que se fía de mí. También me estuvo diciendo que lleva enamorado de ti desde hace muchos años y que, ahora que ha conseguido confesarte lo que siente por ti, no va a dejarme que lo aparte de tu lado tan fácilmente. Evidentemente después me amenazó diciéndome que como me atreviera a hacerte daño ya fuera físico o emocional, me mataría, pero, bueno, eso no es nada nuevo.

– ¿Y sobre Luna? ¿Te dijo algo sobre ella?

Draco asiente antes de continuar diciendo:

– También me amenazó. Me dijo que le tenía mucho aprecio, que en estos últimos días que habían pasado juntos se había dado cuenta de lo buena que era, que era una persona muy pura e inocente, y me juró que como me atreviera a tocarla o a insultarla, me mataría. Justo entonces le solté que si se habían liado y se puso hecho un energúmeno, diciéndome que como me atrevía a blasfemiar sobre ellos de esa forma, que te estaba creando ideas equivocadas a ti... Fue ahí justamente cuando me dijo que jamás tendría nada con Luna, que tú siempre estarías por delante de ella. En fin, tonterías.

– No son tonterías para mí –le rebato, algo ofendida–. Ahora necesito que me digas cuál fue tu impresión.

– Mi impresión... ¿sobre qué exactamente? –me pregunta, componiendo una mueca de confusión.

– Sobre Ron. ¿Te dio la sensación de que te dijo que me prefiere a mí antes que a Luna porque de verdad lo siente así o de que te lo dijo porque sabía que si te lo contaba me lo dirías?

– ¿De verdad lo dudas? Creo que es bastante obvio que lo dijo porque de verdad lo siente así –y pone los ojos en blanco–. No obstante, creo que también le atrae Luna de alguna forma. De todas formas, si estás tan preocupada, ¿por qué demonios no le preguntas a él?

– No puedo preguntarle a mi novio si le gusta otra, como comprenderás.

– Novio... –repite, finge sufrir un escalofrío y se ríe–. Qué palabra tan escalofriante para usarla con respecto a Weasley.

Pongo los ojos blancos y él vuelve a reírse, si bien yo no lo acompaño. Cuando comprende que no estoy de humor, deja de reírse y fija su mirada en mí. Suspira, me pasa un brazo por el hombro y me estrecha contra él débilmente.

– No tienes de qué preocuparte, Granger –me susurra–. Nadie te va a robar a Weasley, y mucho menos Lunática Lovegood. Si se tratara de la veela, todavía podría permitirte que estuvieras un poco preocupada, pero ¿Lovegood? No es amenaza.

– Eso espero...

– De todas formas, no entiendo por qué tanta fijación con Weasley teniéndome a mí como opción –y esboza una de sus sonrisas torcidas.

– ¿No te cansas de ser así de ególatra, Malfoy? –le digo poniendo los ojos en blanco.

– La verdad es que no. No creo que sea malo sentir veneración por mí mismo teniendo en cuenta que hay razones de sobra –me responde y se ríe.

Yo, en respuesta, aprieto los labios a modo de sonrisa. Definitivamente, este chico nunca va a cambiar. Él me vuelve a apretar contra sí y así, abrazados y en silencio, pasamos el resto de la guardia.

La guardia de Malfoy y mía era la última, por lo que cuando sale el Sol, nos acercamos a Ron y a Luna para despertarlos. Contrariamente a lo que mi ociosa fantasía se había imaginado, me encuentro a los cuerpos dormidos de ambos separados por bastante espacio, lo que me genera una sensación de bastante tranquilidad. Cuando ya estamos los cuatro en pie, nos acercamos a Ayleen y a Zephyr, las cuales nos dicen que prefieren que nos mantengamos unidos hasta el atardecer con el objetivo de ultimar los detalles del enfrentamiento con el uróboro.

El día pasa rápidamente. La mayor parte de las horas las empleamos en buscar nuevamente agua y algo de comida. También dormimos algunas horas para estar fuertes para el enfrentamiento de esta noche con el uróboro. Igualmente, repasamos el plan y debatimos algún que otro aspecto del combate.

Cuando empieza a ponerse el Sol, empezamos a repartirnos las armas y nos separamos por equipos. Yo voy con Luna a destruir o al menos a coger lo que sea que haya dentro de la cueva y Draco y Ron van con Ayleen y Zephyr a destruir el uróboro. Caminamos lentamente en dirección al volcán, mientras Ron nos hace un recordatorio uno por uno de qué es exactamente lo que tenemos que hacer cada uno.

– Recordad: hasta que nosotros no os demos la voz de alarma, no intentéis escalar hacia la cueva –nos recuerda a Luna y a mí. Ambas asentimos.

Cada vez el Sol está más bajo. Cuando está a punto de esconderse, Ron decide que es el momento de separarnos y se acerca a nosotras para despedirse. Nos pide que tengamos cuidado y nos da un beso en la frente a cada una de nosotras. A mí, además, me pasa un dedo por los labios y me sonríe. A unos metros de mí, veo que Draco me guiña el ojo y leo en sus labios algo así como "nos vemos después".

Finalmente el astro rey se oculta tras el volcán y la oscuridad inunda el desierto. Justo en ese momento, Ron comienza a llamar la atención del uróboro, mientras Draco y las chicas de Salem empiezan a prepararse para atacar; y justo en ese momento, me doy cuenta de que ésta podría ser la última vez en mi vida que los viera y me arrepiento de lo simple que han sido nuestras despedidas. No obstante, no hay tiempo que perder. Hay que derrotar al uróboro.

Agarro a Luna del brazo y empezamos a escalar por el volcán clavando en las rocas y en la tierra los cuchillos para ayudarnos a subir. En la subida, nos desgarramos los brazos, las piernas, la ropa e incluso noto algún que otra parte del cuerpo sangrar. Sin embargo, no nos detenemos ni un solo instante, pues sabemos que el tiempo para subir e ingresar en la cueva hasta que el uróboro cubra la entrada, aun siendo atacado por los demás, es limitado. Luna está a punto de caerse un par de veces, pero me las arreglo para evitarlo. De repente, oigo un grito femenino, desgarrador. Agacho la cabeza para comprobar que la Ravenclaw está bien y ésta me hace un gesto con la mano para indicarme que está bien. Acto seguido, miro hacia el lado en el que estaban los demás tratando de divisar si alguna de las dos chicas de Salem han resultado heridas, pero la oscuridad hace imposible diferenciar algo. Interpreto el grito como un signo de debilidad y comprendo que es necesario que nos demos prisa en llegar a la entrada de la cueva, así que apremio a Luna y le pido que aligere el ritmo. Tras un par de minutos más de escalada y más de un jirón de la ropa y desgarre en la piel, conseguimos alcanzar la entrada. Cuando por fin alcanzamos la entrada, escucho nuevamente otro grito. En cambio, en este caso, el grito es masculino y, lo que es peor, reconozco de quién es: es de Draco. Se me nubla la vista. Siento como si la sangre se me congela en las venas y me percato de que me tiemblan las piernas y que me pitan los oídos, pero nuevamente me convenzo de que tengo que ser fuerte, de que tengo que seguir, de que ahora no puedo parar aunque Draco esté herido. Cuando recobro la visión y entro por fin en la cueva, aúpo a Luna para ayudarla a entrar. Una vez dentro, ambas soltamos un débil grito de exclamación al descubrir el contenido de la cueva.

Muy lejos de lo que Luna y yo habíamos predicho, no hay una piedra solar en su interior, sino un árbol de gran tamaño cuyo tronco se enreda alrededor de un eje imaginario como si fuera un muelle elástico. El árbol, de un resplandeciente color oro, presenta unas ramas y raíces que entrelazan formando una incomprensible y desordernada pero armoniosa malla que se proyecta por el suelo, las paredes y el techo de la cueva. En consecuencia, toda la cueva parece irradiar esa intensa luz dorada. Alrededor de las hojas de las ramas, pululan unos casi imperceptibles insectos que, por su bioluminiscencia, me recuerdan a las luciérnagas. A pesar de

– Guau –exclama maravillada Luna al cabo de un rato.

– Bonito, ¿verdad? –concuerdo con ella, igualmente impresionada.

– Inquietantemente bonito –dice, con una sonrisa–. Así que no era una piedra solar, sino un árbol...

– Eso parece.

– ¿Has visto algo similar antes?

– En el mundo mágico no, pero en el mundo muggle existe un símbolo bastante parecido en la mitología y en la teología que se conoce como el árbol de la vida –le contesto a la chica–. El árbol de la vida representa la interconexión existente entre la tierra y el cielo, como representantes de la vida terrenal o mortal y de la vida espiritual o inmortal. No obstante, no creo que haya conexión entre el significado del árbol de la vida y el uróboro.

– Claro que la hay. Bueno, hasta cierto punto –responde la chica, adoptando una expresión reflexiva–. Este árbol tal vez no sea el mismo del que hablas, pero comparte varios puntos con él. También él representa la unión entre algo mortal y algo inmortal como son el uróboro, el cual aunque parece ser eterno, es mortal porque requiere del árbol para sobrevivir; y la luz solar, que es una fuente de energía inmortal, inagotable.

– Tienes razón –concuerdo–. Entonces, el árbol, al igual que la piedra solar, ha de ser el catalizador, el que media la transferencia de energía entre un sistema y otro.

– Exacto –responde Luna esbozando una sonrisa de satisfacción–. Bien, ¿y qué hacemos ahora? Porque esto no es como la piedra solar; al árbol no podemos llevárnoslo e intentar destruirlo con los demás.

– Pues creo que no nos queda otra opción más que destruirlo nosotras y me da a mí que más vale que sea pronto –desde fuera de la cueva, como si tratara de corroborar mis palabras, vuelve a oírse un grito de dolor.

Sin más preámbulos, Luna y yo nos miramos con convencimiento y nos dirigimos hacia el árbol rápidamente. Con ayuda de los cuchillos, empezamos a talar el árbol. Contrariamente a lo que cabría esperar, el tronco no es tan rígido como esperaba, por lo que la tala no se convierte en un ejercicio demasiado complicado. Me sorprende lo fácil que nos está resultando cortar el tallo del árbol cuando descubro dónde está la trampa. Noto de repente una intensa comezón a nivel de la yugular. Me llevo instintivamente la mano que tengo libro hasta ella para rascarme, cuando noto otros puntos de hormigueo y picazón en el cuerpo. Pronto, me descubro soltando el cuchillo y rascándome los brazos, las piernas y el resto del cuerpo masivamente. Miro a Luna y veo que ella se encuentra en la misma situación. Me doy cuenta de que son los insectos que rodeaban al árbol los que nos están picando y nos están generando esta desesperante sensación de picor.

– ¡Luna, no dejes de talar! –digo, volviendo a cortar el tallo–. Sé que es difícil resistir la tentación de rascarse, pero tenemos que soportarlo si queremos matar al uróboro.

Luna asiente y vuelve a las andadas. Los insectos siguen picándonos, pero llega un punto en el que éste se hace tan generalizado que me vuelvo casi insensible. Cuando creo que la batalla contra los insectos está ganada, éstos empiezan a metamorfosearse en algo así como pequeñas agujas que se incrustan en la piel. La sensación de picor se intensifica a la vez que duele. Luna suelta algún que otro bramido de dolor, pero no deja de talar en ningún momento.

– ¡Más rápido! –le apremio.

El tallo está ya prácticamente pendiendo de un pequeño fragmento de madera y balanceándose. En ese preciso instante, noto que las extremidades se me están entumeciendo y que me está empezando a entrar sueño.

– ¿Tú también te notas adormecida? –le pregunto a Luna.

– Un poco. Deben ser los bichos –responde, para acto seguido bostezar.

– Si seguimos así, no vamos a conseguirlo. Necesito que te pongas a matarlos antes de que terminen de dormirme del todo los brazos mientras yo termino de talar el árbol –le pido a la Ravenclaw.

– Hermione, es imposible matar a bichos tan pequeños con un cuchillo –y vuelve a bostezar.

– ¡Pues piensa en algo, pero impide que me piquen o no podremos matar al uróboro! –insisto, a la vez que trato de aumentar la fuerza con la que talo el árbol.

Por el rabillo del ojo, veo que Luna empieza a quitarse todas las prendas de ropa hasta que finalmente se queda en sujetador por arriba y en pantalones por debajo.

– ¡Ten! Ponte mi ropa –me pide la Ravenclaw.

– ¿Para qué? –le pregunto sin dejar de talar.

– Si te pones más ropa, probablemente no consigan penetrar hasta la piel –razona la chica.

– ¡Pero entonces estarás más expuesta tú!

– Da igual, ¡hazlo! ¿Quieres salir de aquí o no?

Suelto el cuchillo en el suelo y ella toma mi relevo mientras le obedezco y me pongo toda la ropa que se ha quitado. Conforme voy vistiéndome, noto un abochornante calor a causa de todas las capas de ropa. Sin embargo, el razonamiento de Luna parece nuevamente ser acertado, pues veo que algunos insectos tratan de ingresar mi ropa para llegar hasta la piel, mas no la alcanzan. Me aprovecho de la situación para aproximarme nuevamente al árbol y continuar cortándolo. Observo, en cambio, cómo los insectos metamorfoseados se aprovechan de la desnudez de la piel de Luna para avasallarla. Pronto, todos ellos focalizan su atención en la piel de la Ravenclaw, a la cual finalmente se le cae de las manos el cuchillo al perder toda sensibilidad y control sobre su cuerpo por el entumecimiento. Me aprovecho de que todos los insectos están concentrados en Luna para darle el corte final al árbol. Caigo de bruces al suelo y resuello, agotada, cuando veo que por fin el tallo del árbol se divide en dos y que la mitad superior cae al suelo. A la vez que termino de cortar el tallo, caen al suelo todos los insectos muertos y las paredes de la cueva pierden su refulgencia, de manera que ésta queda sumida en oscuridad. Me siento triunfante. Sin embargo, el verdadero grito de triunfo procede del exterior de la cueva que queda representado por el intensísimo y sibilante ululato que suelta el uróboro cuando finalmente es derrotado.

– ¿Luna? –pregunto tan pronto como recuerdo que la chica estaba conmigo.

Al no obtener respuesta alguna, empiezo a preocuparme. Repto por el suelo, buscando a ciegas el cuerpo de la chica. Cuando por fin la encuentro, me tranquilizo al notar que aún respira. Le palpo las facciones y descubro que se ha quedado dormida, probablemente bajo el influjo del narcótico inyectado por los insectos. Trato de arrastrar el cuerpo de la chica, pero, aunque es delgada, me resulta demasiado pesada, así que salgo hacia la entrada y, gracias a la luz que aporta la Luna, consigo dilucidar el cuerpo del uróboro que ocupa, inerte, la falda del volcán. También consigo vislumbrar a los demás. Una gota de sudor frío cae desde mi nuca hasta la espalda cuando me percato de que sólo hay tres figuras, en vez de cuatro.

– ¡Ron! ¡Draco! –les grito a la vez que les agito el brazo, el cual aún está un tanto entumecido, para indicarles donde estoy–. ¡Estoy...! ¡Estamos aquí!

– ¡Hermione! –me llama Ron también a voz de grito–. ¡Hermione, baja!

– No puedo. ¡Necesito que me ayudéis con Luna! ¡Está dormida!

– ¿Dormida? –pregunta Ron, sin comprender–. ¡Da igual! ¡Ahora subo yo a por ella! ¡Necesito que bajes!

– ¡¿Qué pasa?! –inquiero agobiada ante su insistencia.

– ¡Es Draco, Hermione! ¡Está herido!

____________________________________________________________________________________

Nota de autora:

¡Hola a todos... si es que aún queda alguien ahí!

Siento muchísimo haber tardado tantísimo en actualizar, pero, como ya sabéis, la carrera me quita un montón de tiempo. Para compensarlo, aquí os traigo este capítulo de ni más ni menos que 29 páginas. Espero que no se os haga demasiado largo.

Bueno, bueno, pues nada. Ahora, como siempre, voy a hacer algún comentario sobre el capítulo. En primer lugar, quiero hablar sobre el tema Luna/Ron. Sé que no he sido especialmente sutil con los sentimientos de Luna hacia Ron, así que supongo que no os habrá tomado por sorpresa la confesión de Luna a Hermione, pero bueno yo, como siempre, estoy entusiasmada porque nuevamente va a haber tensión en la relación de Ron y Hermione que, como ya habréis notado, está más tensa que nunca. 

Por otro lado, en este capítulo, decidí introducir dos nuevos personajes para darle un poco de vidilla a la historia. Personalmente, me ha gustado mucho escribirlas a ambas, pero sobre todo a Ayleen. Además, me he aprovechado un poco de la entrada de Zephyr para volver a incorporar un poco más de esos comentarios "sassy" de Malfoy que tanto nos gustan a todas.

Otro tema que quería tratar un poco aparte del capítulo es que puse en los comentarios que iba a haber cambio de escenario en el capítulo, pero al final se ha ido alargando más de lo que esperaba y he decidido dejar el cambio de escenario para el siguiente capítulo. Respecto a ello, lo único que puedo adelantaros es que el volcán va a estar bastante implicado en el cambio de escenario.

Finalmente, quería deciros que aún quedan 12 tributos vivos (incluyendo Ayleen, Zephyr, Ron, Draco, Hermione y Luna), por lo que aún quedan unos cuantos capítulos en el arena. He pensado en subir una nota de autor en la que incluya una lista de tributos para hacer un recuento de quiénes están vivos y quiénes no. Si os interesa y queréis que la suba, dejádmelo en los comentarios.

Y nada más. Muchas gracias a todos por vuestra atención. ¡Nos leemos en los comentarios! <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro