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4. Nada es lo que parece

Uno de los guardias nos llama a los treinta y nos conduce hasta una enorme puerta. Lo abre y todos entramos. La verdad no sé qué esperaba que pasara en los juegos, pero estoy segura de que hacer una obra de teatro nunca se me pasó por la cabeza. ¿Qué estamos haciendo allí?

Entramos a un sitio parecido a un teatro. Hay tres filas de sillas y un enorme escenario que cubre más de la mitad de aquel lugar. Es, probablemente, el escenario más grande que he visto en mi vida. Nos dirigimos allí y uno por uno nos subimos por unas escaleras. Cuando la última persona sube, quitan la escalera y aparece una especie de campo de fuerza desde el borde del escenario hasta el techo de la sala, separándonos de "público". Aunque la verdad, nuestro único público es Mr. God y unos guardias. Él se sienta en una de las sillas y comienza a hablar:

—Bienvenidos a mis juegos. En este escenario vais a montar una obra que se titula: "el último que sobreviva a la matanza gana". 

Obviamente, era ironía, pero me dio mal rollo. No sé que tengo que hacer, pero intento estar preparada para todo.

Mr. God hace una pequeña pausa y yo medito un poco más sobre sus palabras.

—¿Y cuándo vamos a empezar, señor director y creador de nuestro universo y el causante de nuestras vidas miserables? —Oh, no. No me di ni cuenta de que todo este tiempo, desde el vestíbulo hasta aquí, era Nora la que tenía el control. Y mi peor miedo se hizo realidad: que ella le replicara a Mr. God. No me parece buena idea discutir con la persona que nos creó.

Veo como los ojos azules de Mr. God me miran. No sé si él sabe sobre Nora, pero viendo su expresión de sorpresa tengo claro que no.

—Eres una chica muy valiente, Elena —me dice. Yo ni siquiera puedo abrir mi boca para pedir perdón por la estupidez de Nora por culpa del maldito control. —Espero que esa valentía no te cause la muerte definitiva.

No se preocupe por eso —le asegura Nora con un tono burlón.

Intento convencerla de que se calle, pero no funciona. Nora es una persoan que actúa sin pensar.

—Después de esta pequeña interrupción, volvemos al tema —continúa Mr. God. Da dos palmadas y en el suelo del escenario se dibuja un cuadrado de un metro por cada lado.

Todos nos alejamos un poco y el cuadrado comienza a subir lentamente. Cuando se para, tenemos en medio del escenario una columna de unos veinte metros de altura si mal no calculo. Hay unos pequeños ganchos, que supongo que servirán para subir. ¿En eso consistirá el juego? ¿En subir una columna de veinte metros? No creo. Es demasiado fácil. 

Bueno, analizando un poco a mis contrincantes, a algunos les va a resultar más complicado que a mí. Como por ejemplo las siete personas ancianas con los números veintiocho, veintinueve, cuatro, siete, veintitrés, diez y dieciocho. No parecen tener la mejor condición física para escalar, así que ya los puedo tachar de mi lista de amenazas. Mis mayores oponentes son dos hombres grandes con los números veinticuatro y doce; y una mujer que tampoco se queda atrás con su musculatura muy marcada. La mujer lleva el número seis. El resto son personas con distintos cuerpos y edades. Desde un hombre obeso al que no sé como le entró en el traje con el número diecinueve hasta un niño africano con el número veintidós, quien tiene los brazos y los pies como palos. Pobrecito.

De repente, veo de reojo algo brillante en la cima de la columna. 

—¿Qué es eso? —le pregunto a Nora para que gire la cabeza hacia allí.

—¿El qué? —susurra Nora

—Eso que brilla en la cima de la columna. —Nora gira la cabeza y observo bien lo que es. Es algo plateado y parece como si tuviera una punta. Entonces me doy cuenta de lo que es y se me ocurre un plan, pero Nora se adelanta:

—¡Cuchillos! —exclama en voz alta.

—¡Callate! —le grito. Genial. Ahora mi plan se ha ido a la mierda. Básicamente, era mantener la información de la existencia de esos artilugios en secreto intentando que los otros no se dén cuenta. Aunque se dieran cuenta, sería muy tarde. Así tal vez hubiera tenido más ventaja. Pero bueno. Tampoco es que me guste usar cuchillos y matar a gente. Pero podría haberlos tenido en mi poder y así nadie podría atacarme con puntas afiladas. Aun así es tarde.

—Muy buena vista señorita, Elena —escucho la voz de Mr. God y un gruñido de otra persona. Mi cabeza gira y mis ojos se encontraron con los de Drac, quien me miraba con rabia y sabía cuál era el porqué. Siempre me miraba así cuando un chico me elogiaba. —Sí. Se van a pelear con cuchillos hasta que solo quede el ganador. No hay reglas. Cualquiera puede matar a cualquiera.

Se oye un grito ahogado de una mujer:

—Pero, señor. Matar es un pecado. —La mujer es bajita y rubia; tiene el número trece en su traje. —Me niego a hacerlo y me niego a participar en esta atrocidad.

Mr. God le dedica una mirada cansada y forma una mueca con sus labios.

—No está obligada a participar. Venga aquí conmigo y ya no tendrá que hacerlo.

La mujer junta las manos y le agradece a Mr. God y a su Dios de la iglesia. No sé cómo es capaz esta mujer de seguir creyendo en ese Dios. 

Camina hasta el borde del escenario donde se encuentra el campo de fuerza. No le hace caso y lo atraviesa. Sin embargo, solo rebota contra el campo y sale volando. Su cuerpo aterriza a los pies de una niña asiática y esta se pone a llorar. Miro el cuerpo de la mujer católica y noto que su pecho no se mueve. Ha muerto definitivamente.

La sala se llena de murmullos, gritos y llantos. La niña asiática grita sin parar. Calculo que no tendrá más de seis años. Me da bastante lástima. Sobretodo, porque yo he visto los cadáveres de mis padres cuando tenía catorce años. Estos muriero en un accidente y yo fui al única que sobrevivió. Si con catorce años me afectó tanto, no me puedo imaginar lo que sentirá esa niña. 

—¿Alguien más quiere salir del juego? —pregunta Mr. God. Todos se quedan callados y niegan con la cabeza. —Entonces cuando suene un «gong» ustedes empezar el juego. Pero antes quiero adornar un poco este sitio. Le falta decoración —le hace un gesto a alguien y en una esquina aparece una luna hecha de cartón o de algún otro material sujetado por una cuerda.

—Menuda decoración —se burla Nora.

Mr. God deja pasar ese comentario y continua su discurso:

—Solo recuerden algo. Nada es lo que parece. Esto no va a ser nada sencillo —se acomoda bien en su silla y me mira a mí directamente. -Buena suerte.

Recordaba esas palabras, ya que las escuchamos hace un par de minutos.

Antes de que pueda pensar en cualquier cosa suena el «gong» y mi cuerpo se empieza a mover. Voy hasta la columna y empiezo a subir con más rapidez de la que pensaba que era capaz. 

—¡Nora! Espera, por favor. Necesitamos una estrategia.

No.

En ese momento alguien me jala del tobillo. Si Nora no tuviera buenos reflejos y no hubiera cogido uno de los ganchos, me habría caído de espaldas al suelo. Levanto la mirada y veo a un tío joven sonriéndome burlón con el número quince.

—¡Sujétate fuerte, niña!

—¡Niña tu madre, imbécil! —Nora empieza a escalar para cogerlo, pero él es más rápido.

Escucho unas risas y giro a mi derecha para ver los ojos marrones de la mujer musculosa. Pero veo algo más. Algo que me pone en pánico.

—¡Nora, suéltate! —le ordeno.

—¡¿Por qué?! —susurra Nora con los dientes apretados.

La mujer musculosa frunce el ceño al oír las palabras de Nora. A mí no puede escuchar.

—Solo suéltate.

No —replica Nora. —¿Estás loca?

La mujer está cada vez más extrañada. Y el pánico se apodera de mí al ver lo que se avecina.

—¡SUÉLTATE! —grito

Yo no soy buena tomando el control, pero esta vez pongo todo mi esfuerzo en lograrlo. Me concentro bien. Empiezo a sentir un agudo dolor de cabeza que cada vez es más fuerte. Y cuando por fin soy capaz de mover un solo dedo, me suelto justo antes de que la punta de la luna atravesara a la mujer.

Ella cae sobre mí. Pesa mucho. Alguien me la quita de encima. Damien. Me mira con preocupación:

—¿Os encontráis bien?

Yo asiento. Me da la mano y me ayuda a levantarme. Estoy cubierta de la sangre de la mujer. Empiezo a tener ganas de vomitar y mareos.

—¿Dónde está Drac? —le pregunto.

Damien se da la vuelta y lo busca con la mirada. Yo hago lo mismo y lo veo escalando hasta la cima. De su brazo salen hilos de sangre. La luna está balanceándose y dando vuelas por toda la columna. Veo caer el cuerpo del chico que me jaló el tobillo y también el de un niño.

—¿Sabíais que esto iba a pasar? —me pregunta Damien.

—Sí —le contesto. —Cuando Nora giró la cabeza para ver a la mujer, pude notar algo raro en la luna. Y entonces recordé lo que dijo Mr. God. Que nada es lo que parece, en este sitio.

Mi respiración está agitada. Intento calmarme, pero no puedo. Tengo que reconocer que estoy muy asustada. Demasiado. Me dan ganas de dejar todo. De correr hacia el campo de fuerza, morir rápido y no sufrir esta tortura. Este es uno de mis peores defectos: rendirme fácilmente. Cuando siento que todo está perdido, me rindo. Esto pasó cuando murieron mis padres y me enviaron con mi tío. Pero en aquel entonces tenía a Nora y a mi tía. Sin embargo, mi tía ya no está y estoy segura de que Nora está cabreadísima conmigo por tomar el control.

Y lo puedo confirmar cuando escucho su voz cargada de odio:

Y me llamas a mí, impulsiva. Tú, que presumes de tu inteligencia. De que siempre tienes un buen plan a largo plazo. ¿No se te pasó por tu puta cabeza que diciéndome las cosas directamente, me hubiera soltado? No. Claro que no.

—¿En serio estás enfadada conmigo por tomar el control? —le replico sin molestarme en bajar la voz. Damien ya nos conoce a las dos y el resto de personas ahora no me importan. —Tú lo haces siempre y sin avisarme. Por una sola vez que lo hice para salvarme...

—¡¿Para salvarte?! Pues claro. Aquí la única persona que importa eres tú, egoísta de mierda. Nunca piensas en mí.

—¡Como si tú pensaras en mí y lo que me afecta tus actos! —lágrimas de rabia comienzan a brotar de mis ojos. Odio discutir a gritos con alguien. Y odio que me insulten así.

—¿Tú te escuchas a ti misma? Solo dices yo, yo, yo. Todo gira a tu alrededor.

—Chicas, ahora no es el momento —nos interrumpe Damien. Él no oye a Nora, pero puede hacerse una idea de lo que está diciendo.—Por favor, poned vuestras diferencias a un lado e intentad cooperar. Si lo conseguisteis en el pasado, lo podéis conseguir ahora.

Me quedé callada. Es cierto lo que dice. En el pasado hemos podido cooperar, pera ya ni sé cómo.

Antes de que pueda responder, un cuerpo se cae al suelo, pero no por la luna. Es el hombre grande con el número doce. De su frente sobresale un cuchillo. Miramos arriba y allí vemos la imagen de Drac atacando a cualquiera que se le acercara con un cuchillo.

Bajo la mirada y observo los cadáveres en el suelo. Los cuento: la mujer católica, el chico que me jaló el tobillo, la mujer musculosa, el hombre grande, el niño, el cuerpo de la niña asiática también está en el suelo y tres ancianos que debieron de haberse caído de la columna. En total nueve. Drac y Damien son mis aliados, así que eso me deja con diecinueve enemigos.

No puedo más y rompo a llorar. No creo ser capaz de enfrentarme a esto. Me doy la vuelta para ir al campo de fuerza, pero Damien me detiene. Entonces mi mirada se cruza con los ojos azules de Mr. God. Tiene una sonrisa triunfadora en su rostro.

Una oleada de odio llena mi cuerpo. Mientras más lo miro, más sonríe.

—Él es el causante de todo. —Me susurra Damien en el oído. —Ha visto morir a millones de personas y me apuesto todo a que lo ha disfrutado de cada momento. De cada gota de sangre. ¿De verdad le vas a dar el placer de verte destrozada y muerta?

—Yo no —dice Nora.

—Yo tampoco.

Y es la primera vez en toda esta locura que Nora y yo estamos de acuerdo.

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