Voluntad Inquebrantable: Parte I
Capítulo 5
Asgard: Tierra de dioses, Palacio de las Valkirias.
¿Cuántos mitos rodeaban el Palacio de las Valkirias? Montones. Se hablaba de morada de los guerreros caídos para ser honrados y preparados para la batalla final, el Ragnarök; se creía que en el Palacio de las Valkirias se llevaba a cabo un banquete eterno, donde los guerreros brindaban, se alimentaban y se preparaban para luchar junto a los dioses al final de los tiempos; sí, también se decía que era el hogar de las valkirias, doncellas guerreras que seleccionaban a los valientes guerreros caídos en la batalla y los llevaban a Valhalla, y se describía como un lugar de increíble esplendor y majestuosidad, con sus salas llenas de oro y armaduras brillantes, entre otros más.
Pero, había otros que mostraban un hilo oscuro y siniestros, señalando aquel lugar como el infierno en la Tierra. Se susurraba que era el destino de los hombres secuestrados, donde criaturas aladas con semblantes de águila y dragón los sometían a tormentos hasta la muerte, para luego banquetearse con sus carnes en un festín macabro. De las valkirias se especulaba mucho, pero se conocía muy poco.
Sin embargo, la realidad tras los muros de aquel palacio, brillante y cubierto de oro, distaba mucho de ser un escenario de tortura y excesos sanguinarios. Era, más bien, un santuario, un refugio cálido y protector, un hogar. Para las valkirias, ingresar a aquel recinto era el mayor de los honores. No era un lugar al que cualquiera podía acceder, ni tampoco se concedían audiencias a cualquiera a la ligera. Dentro de esas paredes, muchas valkirias habían encontrado consuelo, habían conducido a innumerables caídos al gran salón, cuya cuenta se había perdido en la bruma del tiempo. Aunque ninguna valkiria joven había logrado ingresar, sin importar cuánto se sacrificara o cuán grande fuese su valor, hasta hace unas décadas. Defensoras y guerreras, eso eran, lo que las hacía temidas por muchos. Solía apuntarse que cuando una valkiria tocaba la puerta era para llevarle con ella al Valhalla.
En su recuerdo, Astri revivió vívidamente aquel día mientras recorría los pasillos del Palacio de las Valkirias. La atmósfera de aquel lugar era embriagadora y cautivadora, no solo con la opulencia de sus blancos y dorados, sino también con el cuidado meticuloso y los detalles exquisitos de cada estructura que la envolvían. El suelo de mármol, pulido hasta el brillo reluciente, reflejaba su figura con claridad, como un espejo que devolvía su imagen con cada paso que daba con determinación, cada pisada resonando con eco por los pasillos silenciosos. Mientras avanzaba, una suave brisa parecía acariciar su piel, llevando consigo un aroma sutil a incienso y frescura primaveral, mientras el murmullo de sus pasos se mezclaba con el susurro de las telas que adornaban las paredes, y aquella voz trascendental y divina que hablaba a cada valkiria que transitaba su espacio:
"¿Quién es aquella cuyo corazón entona el himno de la valentía de los héroes caídos, cuya llama interior arde tan intensamente como la ira de los dioses? ¿Quién abraza la muerte como un regalo más preciado que la propia vida? Es Astri Sigurdotir, la pequeña elegida de la Tierra, cuya mirada ha conquistado el favor divino, el destino tejido por los hilos del amor y la bendición de ser la guía de los héroes caídos. Su nombre hoy resuena en los salones eternos de Asgard, inscrito en las estrellas como una luminaria de coraje y honor, como un momento cumbre a las reglas de las doncellas del Valhalla."
Los escalofríos se abrieron paso sin pedir permiso, recorriendo su piel con una danza inesperada al oír aquello. Astri alzó la cabeza con determinación, con una mirada firme y orgullosa. Para ella, aquella afirmación despertaba emociones encontradas. No solo era orgullo y confianza, sino el peso de la responsabilidad que se le había conferido, el deber de liderar a los caídos hacia su destino final.
Con cada paso, su mente se perdía en los recuerdos de las historias de valkirias de su infancia. Pero en eso que le narraban, no se le contó que se convertiría en una de ellas. Y aunque los nervios danzaban en su interior, se esforzaba por ocultarlos. La vida, a veces, se asemejaba a un campo de batalla, y ella no siempre sería la que recogiera a los caídos. Sabía que un día ella sería la recogida.
Moría de curiosidad mientras avanzaba, preguntándose por qué la habían llamado. ¿Por qué le habían concedido tal honor a una valkiria tan joven?
Le era imposible en su trayecto mirar los objetos de gran valor que adornaban los muros; con uno solo de aquellos podría haber alimentado a toda la aldea en la que había nacido, durante una semana como mínimo. Pero, sabía que esas vanidades ya no eran para ella. Las valkirias no buscaban fortuna ni riquezas, aunque el palacio rebosara de ambas.
Finalmente, llegó a la imponente puerta, donde el destino la aguardaba con sus secretos por desvelar. Detrás de la majestuosa entrada de madera blanca del Salón Valkirio, custodiada por dos valkirias desconocidas para Astri, se ocultaba el llamado que la había traído hasta aquí. Ambas guerreras, con cabellos rojos y ojos verdes, reflejaban una imagen de hermandad y fuerza que despertó una pizca de envidia en Astri, que con su melena castaña oscura y ojos ambarinos contrastaba notoriamente. Con un gesto decidido, las valkirias apartaron sus lanzas y abrieron la puerta, concediendo a Astri el paso hacia lo desconocido.
Respiró profundamente y exhaló intentando aligerar los nervios. Cruzar el umbral de aquella puerta, aunque pareciera un acto simple, representaba un desafío formidable para ella. Camino, y una vez dentro, fue recibida por una ráfaga de olores familiares que evocaban recuerdos de su infancia: rosas y sangre. Aunque inusual, esta mezcla era reconfortante para Astri, recordándole su origen y las lecciones aprendidas en su juventud.
Con la mirada enfrente, abrió los ojos por completo cuando detalló quienes se encontraban allí. Dos figuras imponentes y poderosas, cuya presencia le provocó un cosquilleo de reconocimiento y gratitud. Eran los mismos dioses que una vez la salvaron cuando era solo una niña indefensa, quienes le enseñaron el valor y la importancia de luchar por lo que creía. La visión de ellos no solo le hizo sonreír, sino que despertó en Astri un torbellino de emociones, llevándola de vuelta al pasado y haciendo que reviviera los momentos que creía haber superado.
Midgard: La Tierra, Noruega, año 900.
Humo. Eso era lo primero que recordaba. No solo lo veía en su recuerdo, sino que también lo olía, una mezcla única de aromas que evocaban su infancia. La humareda de la chimenea de su hogar era miscible con el aire fresco del bosque circundante, impregnando el criadero con la fragancia de los pinos, el musgo, la tierra húmeda y el aroma de la madera vieja, combinado con el penetrante olor a heno y excrementos de renos, además del distintivo olor de los renos; una combinación de su pelaje terroso y el cuero robusto que los envolvía. Pero era un olor familiar y reconfortante que siempre la transportaba de vuelta a aquellos días en el establo, donde cuidaba con amor a estos magníficos animales.
En el corral de Astri y Livian, la vista revelaba una humilde choza construida con madera y techos de paja, que se mezcla armoniosamente con el paisaje circundante de la tundra noruega. La estructura era modesta pero acogedora, con paredes desgastadas por el tiempo y el clima, y pequeñas ventanas que dejaban entrar la luz del sol de forma irregular. Dentro, había espacio para cuatro renos, con divisiones simples hechas de troncos y ramas. Y se podía oír, los suaves rumores de los renos mientras se alimentaban y caminaban por el suelo de tierra compactada, en conjunto del crujido ocasional de las ramas bajo sus pezuñas y el suave murmullo de Livian, cuando hablaba a Rino, Ratsu, Rely y Rincha, los cuatro renos.
Astri, incluso, podía recordar las texturas: las paredes del establo con aquella rugosidad de la madera desgastada por el tiempo y el clima extremo; el heno esponjoso bajo los pies y el pelaje suave de los renos al acariciarlos que le transmitían una sensación de familiaridad y conexión con la naturaleza que la rodeaba.
En aquellos días en los corrales junto a su madre, Astri encontraba su mayor alegría. A pesar de tener solo siete años, siempre se esforzaba por ayudar en todo lo que podía. Con cuidado, cumplía con los encargos de su madre, trayendo utensilios y alimentos necesarios, más allá de su corta edad. En esa ocasión, Livian le había pedido que trajera unas pocas verduras de la estantería.
—¡Ahora voy mamá! —respondió con entusiasmo.
Los pasos traviesos de Astri crearon un murmullo con el césped, y luego resonaron en el suelo de madera mientras se acercaba a la estantería en busca del heno. Sus manos encontraron la textura áspera, provocando un gesto de desagrado en su rostro. A pesar de ello, sabía que debía llevar lo que su madre necesitaba, así que, como pudo, puso empeño en arrastrar el heno hacia ella.
Sí algo se debía saber en la dieta de esos animales, y que ella conocía muy bien, es que siendo herbívoros solían alimentarse de una variedad de plantas árticas y sub-árticas. Su dieta podía incluir líquenes, musgos, pastos, hierbas, hojas y ramas de árboles. Pero, durante el invierno, cuando la vegetación era escasa, podían ser alimentados con heno durante los meses más fríos cuando la nieve cubría completamente el suelo y la vegetación era inaccesible.
—Gracias, cariño —agradeció Livian.
Livian miró con orgullo a Astri, por la fortaleza de traer consigo las pacas de heno. Se acercó al montón de heno y con manos expertas, tomó el saco entre sus brazos, cargó el saco sobre su hombro, equilibrando el peso con destreza mientras se dirigía hacia el área donde los renos esperaban pacientemente. Allí comenzó a vaciar el alimento entre los depósitos de comida. Los renos no dudaron en acercarse y comenzar a emitir chirridos desesperado por no perderse nada.
—¿Necesitas algo más? — preguntó Astri, mostrando su impaciencia.
—No, vamos adentro y comemos juntas. Gracias por ayudarme hoy —suspiró ella, mientras se limpiaba un poco la frente.
Astri sabía que, en comparación, no había hecho mucho. Su madre, en cambio, se levantaba desde la madrugada para iniciar sus tareas revisando a los renos, uno por uno, para asegurarse de que estuvieran bien. No solo podían enfermarse, sino que también podrían haber sido víctimas de algún ataque animal durante la noche. Después, se aseguraba de que el corral no hubiera sufrido daños por la inclemencia del tiempo, especialmente ahora que el invierno empezaba a hacerse presente, y se dedicaba a recoger el estiércol y proporcionar agua y alimento.
Entre los Sami, había muchas formas por la que los renos podían ayudar en la economía: primero, podían proporcionar una fuente de alimento vital para la comunidad. La carne de reno era una fuente importante de proteínas, mientras que la leche de reno también se consumía, y en algunos casos se usaba para hacer queso y otros productos lácteos; segundo, la piel y el cuero de los renos eran recursos valiosos que se utilizaban para hacer ropa, calzado y otros artículos, y que servían para confeccionar prendas resistentes al frío; por último, y el motivo por el que Livian los usaba, era para utilizarlos como animales de carga para transportar mercancías, materiales y personas a través de terrenos difíciles y nevados, y para la cría y venta de un sucesor, para quienes quisieran incursionar en el mercado.
"Bidos", era el plato que Astri estaba esperando en su mesa al entrar a casa. Se trataba de un guiso tradicional hecho con carne de reno, combinado con papas, zanahorias y cebollas, además de enebro.
—Astri, puedes poner la mesa, con cuidado —remarcó estas dos últimas palabras mientras la miraba de reojo con una sonrisa—, te lo agradecería mucho.
—¡Claro! ¡Con mucho cuidado! —repitió con un poco de euforia.
No era la primera vez que a Astri se le caían las cosas por su torpeza e impaciencia, por eso Livian siempre le recordaba la importancia de ser cuidadosa. No tenían muchas opciones de recuperar lo que se dañara, debido a que estaban solas desde que el padre de Astri las abandonó, motivo por el que Astri buscaba esforzarse en ayudarla. Sin embargo, no todo era tan miserable, sabían que contaban con la ayuda y compañía de sus vecinos, como el señor Clod.
—Mami, ¿el señor Clod nos visitará hoy? —preguntó Astri, mientras colocaba otro plato en la mesa.
—Como te he dicho muchas veces, Astri, sabes que Clod está ocupado con su trabajo —respondió Livian.
—La herrería no es un oficio fácil de llevar —respondió ella, con el ceño fruncido.
—Sí, sin duda alguna es bastante trabajoso —confirmó Livian.
Astri asintió con suavidad y terminó de poner la mesa. Luego, se quedó en la cocina observando cómo su madre preparaba la comida, sintiendo cómo su estómago gruñía. Fastidiada, sus ojos vagaban por los confines de su hogar, una modesta choza que tenía las habitaciones, cocina y el comedor en una misma planta —el baño estaba en el exterior—, si bien no era lo más increíble del mundo, tenía la dicha de un hogar acogedor y agradable: poseía paredes de madera desgastada, la luz del día se colaba por las rendijas del techo de paja; gozaba de un sonido suave por el viento que se filtraba entre las grietas, acompañado por el murmullo de los renos en el exterior. Se podía oler el fuego crepitante en la chimenea, en conjunto de aquel olor terroso del estiércol de reno.
—Mami, ¿puedo abrir las ventanas? —preguntó hastiada, intentando hacer algo mientras esperaba.
—Sí, pero no por mucho tiempo que está haciendo frío —le respondió, concentrada en su tarea.
Sin dudar, Astri se acercó a una de las ventanas del comedor y con cuidado la abrió de par en par. Sin embargo, apenas lo hizo, sus ojos se encontraron con grandes cantidades de humo que la dejaron impactada.
Sin embargo, lo que vio más allá de las ventanas no solo era humo ascendiendo desde las chozas del poblado. En la distancia, entre el eco lejano de la naturaleza, comenzaba a filtrarse el perturbador ruido de la guerra, como un trueno lejano que anunciaba un cataclismo.
El corazón de Livian aceleró su ritmo ante la terrible intuición de lo que eso podía significar. La ansiedad se apoderó de ella mientras se acercaba a la ventana, temerosa de lo que pudiera ver: vio el humo espeso y oscuro que se elevaba en espirales, pintando el cielo con un tono ominoso. El crujido de las llamas devoradoras resonaba, acompañado de gritos, rugidos y el estruendo de las casas desmoronándose bajo el fuego voraz. Pudo ver a los aldeanos correr frenéticamente por las calles, algunos cargando pertenencias, otros buscando refugio. El brillo de las antorchas y el destello de las armaduras reflejando la presencia de los invasores.
—Mami, ¿qué sucede allí afuera? —preguntó Astri, confundida y preocupada por la situación.
—¡Astri! —exclamó Livian, agarrando a su hija con cuidado para apartarla de la ventana—. Alejémonos de la ventana. No es seguro.
Astri no entendía por qué su madre actuaba así ni por qué había tanto humo en el poblado. Sus ojos no paraban de observar los colores rojizos que consumían las chozas de sus vecinos, y el porqué de los gritos llenos de desesperación y terror.
—¿Por qué la gente grita? —preguntó Astri, girando su cabeza hacia su madre, con lágrimas asomando en sus ojos.
Livian, como mejor pudo, cerró las ventanas y agarró la mano de su hija para irse a una de las habitaciones.
—Todo va a estar bien, ¿sí? —dijo mientras comenzaba a empacar algunas pertenencias en una bolsa de tela con rapidez.
Pero las palabras de consuelo de Livian no tenían efecto en Astri. Su madre podía verlo en su mirada, así que la tomó de los hombros para que la viera fijamente a los ojos:
—Astri, necesito que seas fuerte ahora mismo —suplicó Livian, sus propias lágrimas empañando sus ojos azules—. Necesitamos tomar lo más importante y salir de aquí.
—¿Por qué tenemos que abandonar nuestra casa? ¿Qué está pasando? ¿Por qué toda la aldea está ardiendo? —preguntó Astri, luchando por controlar sus emociones.
—Por favor, hija mía. —Su madre, intentando infundir coraje en su corazón tembloroso, secó las lágrimas de Astri y las de ella, y la sostuvo con firmeza—. Sé fuerte y quédate a mi lado, ¿entendido?
Astri nunca había visto llorar a su madre, pero en ese momento sus ojos azules, tan grandes como el mar en un día soleado, estaban llenos de lágrimas que esperaban desbordarse.
—V-Vale, mamá...
Estaba decidida. Aquel valor que había tomado parecía una manta de calor que arropaba su corazón, protegiéndola del frío que envolvía todo su cuerpo en ese momento. Su madre, a pesar de las lágrimas, le sonreía con calma, ayudándola a animarse para salir de allí lo antes posible.
Con todos los objetos necesarios en mano, estaban listas para huir. Pero la puerta de la choza se abrió de golpe.
El estruendo fue como un trueno impactando con brutalidad y sin compasión. A través de la puerta, dos figuras imponentes se revelaron. Sus sonrisas, cargadas de una maldad palpable, las paralizaron a ambas. Uno de ellos avanzó con una confianza desmedida, haciendo visible su presencia ante ellas. Su rostro, manchado de mugre y sangre, mostraba a un hombre que parecía no conocer la compasión. Su vestimenta desgastada, agujereada y maloliente dejaba claro su oficio y propósito: era un saqueador y un ladrón sin rastro de moralidad. Se acercó a Livian con una espada en mano.
—Mira lo que tenemos aquí, Olaff —habló el primer hombre que había entrado en la casa como si fuera suya. Su risa ahogaba todos los ruidos del exterior: los gritos de desesperación, la destrucción de los hogares y la naturaleza circundante. Su presencia parecía crear su propio reino de terror—. Parece que los dioses han sido buenos con nosotros. ¿No crees que deberíamos ser agradecidos y corresponder a estos regalos?
Livian se sintió incapaz de actuar. Veía cómo ese hombre se acercaba poco a poco a su hija. Su mente le gritaba que hiciera algo, mientras que su corazón le imploraba que huyera de cualquier forma, por desesperada que fuera.
¿Y Astri? Demasiadas emociones cruzaban por su mente. Livian pudo seguir llorando, pero su atención estaba en aquellos dos hombres. Sí algo sabía de tipos como esos, era que no se le podía demostrar debilidad. Los hombres recorrieron la choza con interés, pero, al final, sus ojos se posaron sobre Livian, con una mirada cargada de tanta lujuria que le provocó náuseas. Sí, detrás de aquellas miradas no había ninguna pureza, solo una oscuridad con un brillo cruel que les asemejaba a bestias, listas para capturar a su presa.
Eso aterraba a Astri. La dejaba sin palabras, incapaz de mover sus brazos o piernas. Parecía que todo a su alrededor se había paralizado, y lo único que podía escuchar eran los segundos que pasaban, resonando como las agujas de un reloj. Esos momentos, tan rápidos y sin compasión, despertaron algo en lo más profundo de Astri, como si un jarrón lleno de agua se destrozara en mil pedazos, liberando una fuerza inexplicable.
La ira se reflejó en sus ojos, ahora llenos de una determinación feroz. Por algún motivo imaginó el horror de perder a su madre, y, el miedo que sintió, la impotencia que le generaba, se transformó en una furia ardiente, alimentada por la necesidad de protegerla. El mundo a su alrededor seguía detenido, pero dentro de Astri, todo se movía a una velocidad vertiginosa. Un rugido sordo resonó en su interior, como el despertar de una bestia dormida. Su cuerpo, antes paralizado, se llenó de una energía incontrolable. Sus pequeños ojos, llenos de lágrimas, ahora brillaban con una intensidad nueva. Y aquellas sensaciones se convirtieron en su fuerza, en su arma.
Sin pensarlo, tomó uno de los cuchillos arrojados al suelo y se colocó frente a su madre, enfrentándose al hombre que se había detenido en seco, sorprendido por la transformación repentina. El hombre, confiado y despreciativo, no veía en Astri más que una niña, pero ella era ahora una guerrera nacida del dolor y la furia. En sus ojos, él ya no veía miedo, sino una determinación inquebrantable y una promesa silenciosa de lucha.
—¡Atrás! —ordenó con cólera—. ¡Si te alejas ahora te dejaré vivir!
Pese a descubrir la veracidad de su mirada, aquel hombre decidió minimizar la situación. Estaba claro que su propio ego y su sentido de superioridad, lleno de desprecio y confianza excesiva, hizo que mostrara una sonrisa llena de dientes destrozados y sucios.
—¡Astri, por favor! —suplicó su madre, intentando agarrarla, pero Astri se negaba, se apartaba de ella y se mantenía firme frente al hombre.
—¿No te parece curiosa esta situación, Olaff? —dijo el hombre, dando unos pocos pasos hacia adelante, quedándose a pocos metros de Astri. Su sonrisa se ampliaba cada vez más, como si tomara la apariencia del monstruo que solo Astri podía ver. Era una sonrisa propia de un ser que no conocía la vida, demostrando sus ansias de alimentarse de lo que fuera y de disfrutar del terror que estaba creando.
—¡Cree que podrá hacerte algo con ese cuchillo tan pequeño, Nix! ¡Cree que podrá hacerte daño! —La risa del otro hombre, al que llamaba Olaff, resonó en toda la casa, penetrando los oídos de las presentes.
Astri, aunque lloraba y temblaba de miedo, no se movía del sitio. Su madre intentaba apartarla, pero se detuvo al ver a Nix tan cerca. Nix se agachó hasta la altura de ella y le susurró—: Pero hay que admitir que eres muy valiente, querida.
Astri lo veía frente a ella, y cada vez le parecía que la boca de aquel monstruo se agrandaba, lista para morderla sin compasión. Pero ella no retrocedía. Empuñaba el pequeño cuchillo como si fuera una espada, manteniéndose firme como una de las tantas valquirias de las que su madre contaba en sus noches, lista para enfrentar a la amenaza.
Nix no pasó por alto el valor de la niña. Le fue imposible inspeccionarla, podía oler el miedo en su madre, uno paralizante, pero en la niña el miedo olía a una ira contenida, como la llama de los dioses.
—Pero eso no servirá de nada cuando hagamos de este lugar un festín —susurró, confirmando la pestilencia que no solo le revolvía las entrañas de Astri, sino que le provocaba inmensas ganas de vomitar—. Oh, piensas que podrás defender a tu madre, pero la primera que morirá eres tú. Eres solo un insecto, tan insignificante que no podrías hacer nada, por mucho que lo intentes. ¿Crees que ese cuchillo te salvará a ti y a tu madre? ¿Crees que esa arma protegerá a todos los ciudadanos de esta aldea? ¿Crees que podrás detenernos?
La desesperación inundó a Astri, más aún cuando sintió los ásperos dedos del hombre rozando sus mejillas, disfrutando de su vulnerabilidad y riéndose de su insignificancia.
—Solo serás una espectadora y luego morirás... O quizás nos sirvas para algo más.
En medio del caos, Livian intentó atacar al hombre, pero Olaff estaba listo y la detuvo. Los gritos llenos de rabia y pánico resonaban mientras Astri veía algo en los ojos de Nix: un brillo malicioso. Parecía ser un aviso, un consejo. Su propia conciencia le pedía valentía y fuerza para atacar con el cuchillo.
Astri dudaba, no solo por el miedo de hacer daño, sino porque no confiaba en que su arma fuera suficiente. La bestia era superior, y su cuchillo insignificante. El hombre tenía razón, ¿qué podía hacer ella?
«No es solo un cuchillo, Astri. Es tu arma, tu vía para salir libre y escapar con tu madre.»
Esta vez estaba segura; aquellas voces no eran su propia conciencia, eso había sido audible. Pero era cierto, aquel instrumento en sus manos era su vía de escape. Por eso mismo se atrevió a hacer lo que ninguna niña de siete años se atrevería a hacer. Con toda la fuerza que su diminuto cuerpo le permitía, clavó el cuchillo en el ojo de Nix.
El grito de rabia y dolor resonó en la casa. Nix dio varios pasos hacia atrás, cayendo al suelo mientras intentaba quitarse el cuchillo de su ojo derecho. Loque ninguno de ellos sabía era que aquel objeto pequeño tuvo varias complicaciones para Nix: en primer lugar, el cuchillo no solo atravesó el ojo, sino que penetró en la cavidad orbital, dañando estructuras oculares y adyacentes; perforó la base del cráneo, llegando la punta hasta el cerebro. La herida, por supuesto, cortó vasos sanguíneos importantes, provocando una hemorragia severa que, estando en el suelo y con el tiempo, lo llevó a un shock hipovolémico y neurogénico. Su cuerpo convulsionó, y mientras una falla orgánica múltiple y un paro cardiovascular se aproximaba, el cerebro dañado provocó una inflamación que hizo aumento de la presión, y el cráneo, al ser un hueso duro, hizo que la masa cerebral comprimiera los vasos, generando dolor, hemorragias, agravando la isquemia, generando finalmente una necrosis neurovascular.
Aquí le presentamos a Astri :)
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