Prólogo
¿Ser un dios? ¿Qué significa?
En muchas religiones y mitologías, los dioses se consideran seres supremos que poseen poderes y capacidades más allá de los mortales. Seres que están asociados con la creación y el mantenimiento del universo, así como con el control sobre aspectos como el tiempo, la naturaleza y el destino. Son a menudo objeto de adoración y culto, con cualidades divinas como la sabiduría, la benevolencia o la justicia, por lo que se les invoca en busca de ayuda, protección o guía. Son considerados eternos, trascendiendo la vida y la muerte, como una característica fundamental de su divinidad. Un motivo preciso para sentir envidia.
Estimados como superiores, se observa que el orgullo de estos proviene de esa posición elevada en el cosmos y su percepción de superioridad sobre los mortales. Actúan de manera arrogante y caprichosa, llevándolos a intervenir en los asuntos humanos por razones egoístas o a castigar a aquellos que desafían su autoridad. Muestran un fuerte sentido de inmodestia y honor. Valoran la bravura en la batalla y la lealtad entre ellos, pero también pueden ser vengativos y fatuos cuando se sienten insultados o desafiados. Soberbia, arrogancia y desagravio parecen ser sus sinónimos.
¿Pero acaso esto no son emociones humanas? ¿Qué los hace tan diferente a los mortales? ¿Su poder?
Pareciera que estas características, estos elementos antropomórficos, son una forma de hacerlos más comprensibles y accesibles para los seres humanos. Una forma humana de verlos con emociones, deseos y comportamientos similares, con la finalidad de acercarse a ellos y sentir una conexión única que les muestre una verdadera cercanía. ¿Cómo un dios que ha tenido todo podría comprender a los mortales?
Y si ellos no pudieran alcanzar dicho entendimiento ¿Qué tan loco sería que un mortal llegara a su estatus para aportar lo que ellos no comprenden? ¿Resolvería los problemas de los mortales por esa capacidad empática?
La idea de convertirse en un dios no es un concepto nuevo, pero se sabe que muchas culturas consideran este privilegio como un asunto único para individuos excepcionales, como héroes, líderes espirituales o santos, seres con la cualidad de ascender a un estado divino después de la muerte. ¿Sería posible?...
En el Panteón de los Dioses, los quince tronos de oro macizo se alzaban imponentes frente al altar ceremonial, cada uno ricamente ornamentado con gemas y grabados que representaban los dominios y atributos de las deidades que los ocupaban. La sala circular estaba iluminada por la suave luz que se filtraba a través de los grandes ventanales en forma de arco, ofreciendo vistas panorámicas de los Nueve Mundos y creando un efecto de luminiscencia que parecía elevar el espíritu de aquellos que pisaban sus baldosas. El aire estaba impregnado de una energía ancestral y poderosa. El sonido de susurros lejanos y misteriosos llenaban el espacio, como si los espíritus de los antiguos dioses estuvieran presentes, observando silenciosamente desde las sombras.
Las paredes estaban decoradas con relatos de la creación, pintados con colores vivos y vibrantes que parecían cobrar vida. Y qué, con cada detalle, desde los ornamentos tallados en las columnas hasta los tapices que colgaban las paredes, evocaba la grandeza y la majestuosidad de los dioses.
Todos los presentes, podían percibir un suave perfume floral que recordaba a la frescura de los campos en primavera, mezclado con notas terrosas que evocan la solidez y la estabilidad de la tierra, mezclado con toques de madera e incienso, que flotaban en el aire como una suave brisa cargada de misterio y devoción. El olor a cera de velas ardiendo también estaba allí, entrelazados con el perfume de las hierbas y especias, creando una atmósfera cálida y acogedora que invitaba a la reflexión y la contemplación.
En el centro del recinto, Odin, el padre de los dioses, se erguía frente al altar. Su figura imponente y su mirada penetrante reflejaban la sabiduría y el poder que lo caracterizaban. Thor, con su martillo Mjolnir en la mano, ocupaba un trono cercano. A su lado, Frigg, la esposa de Odin, irradiaba una serenidad materna.
Loki, se mantenía en una esquina, observando con ojos inquietos y una sonrisa maliciosa que insinuaba diversión. Balder, el dios de la belleza, también ocupaba un trono cercano a Odin, su presencia radiante y gentil contrastaba con la intensidad de los otros dioses presentes. Tyr, el dios de la guerra y la justicia, estaba erguido con orgullo junto a Freyr, el dios de la fertilidad y la prosperidad, ambos intercambiando miradas de complicidad mientras discutían sobre los detalles de los juegos. Freya, la diosa del amor y la guerra, estaba inmersa en una conversación animada con Heimdall, el guardián de los dioses, cuya vigilancia constante y agudos sentidos aseguraban la seguridad del Panteón.
Skadi, la diosa de la caza y la venganza, se mantenía en silencio en un rincón, su mirada fría y determinada revelaba una fuerza interior inquebrantable. Njord, el dios de los mares, estaba absorto en la contemplación de los horizontes lejanos de los Nueve Mundos, con una presencia tranquila y serena como las aguas que gobernaba. Hela, la gobernante del inframundo, estaba al lado de Balder, con aquella presencia envuelta en un aura de misterio y oscuridad. Bragi, el dios de la elocuencia y la poesía, ocupaba un trono cercano a Freya, quien intentaba llamar la atención de Heimdall y Freya, con una voz melodiosa y gestos elegantes. Y finalmente, Vidar, el dios de la venganza y la resistencia, estaba silencioso con los ojos clavados en Odín, que dejaban claro que no era uno a quien debía subestimarse.
—Hermanos y hermanas divinos —inició Odín con una voz grave y cargada de autoridad, provocando el silencio en la sala. Aquellos que habían estado de pie se acercaron a sus puestos, entendiendo que la reunión finalmente había comenzado—. Nos encontramos una vez más reunidos en este sagrado lugar para la planificación de los Juegos de Asgard. En los anales del tiempo, se ha tejido una trama de rivalidad entre los dioses, una contienda eterna que ha transcendido los límites del cosmos. Por eso, debido a nuestros propios conflictos y disputas, hemos decidido crear Los Juegos de Asgard, una competición que nos permitirá resolver nuestras diferencias de una manera justa y honorable.
Los dioses escuchaban con atención. Cada mirada estaba sobre aquel anciano, con barba y cabello largos emblanquecidos. Sobre su cabeza, había un casco con un par de alas al costado, una armadura platinada, con una capa verduzca y un ojo completamente vacío del que parecía encontrarse un abismo. El otro ojo restante brillaba con una intensidad sobrenatural y daba una mirada que parecía penetrar en el alma.
—Cada siglo, nuestros campeones se enfrentan en una competición que pone a prueba sus habilidades y virtudes, y solo uno es merecedor del premio final. Riquezas, poder temporal, conocimiento ancestral, protección, fama, inmortalidad, han sido algunos de los catorce premios que se han dado. Se supone que nos queda el último, antes de que reiniciemos Los Juegos con nuevos premios...
—El título a dios de Asgard y un lugar entre nosotros en el panteón divino —concluyó Loki, con una risa amplia y una diversión que hablaba por sí sola en sus ojos.
No se pudo contener más y soltó una risa juguetona, mientras inclinaba la cabeza hacia atrás. En sus ojos había una chispa traviesa que no pasó desapercibida para los demás dioses.
—¿Por qué te ries, Loki? —preguntó Skadi con una ceja alzada y un tono áspero que pareció resonar en toda la sala—. Este premio nos pone en juego a todos nosotros. ¿No te preocupa?
—Sí, ¿qué es tan gracioso, hermano? —preguntó Thor con tono serio y aquella mirada que escudriñaba a Loki, mientras reflejaba el poder del relámpago.
—Vamos, ¿acaso no les parece divertido? —respondió Loki con sorna, paseando su vista en todos los presentes—. Todos ustedes, los grandes y poderosos dioses, dispuestos a poner en juego el título mismo de dios de Asgard. Es como si estuvieran jugando a los dados con el destino, ¿no creen?
—No veo la gracia en eso —replicó Balder con indignación—. Este premio es de suma importancia para todos nosotros. No es algo que deba tomarse a la ligera.
—¡Oh, no te pongas tan serio, hermoso y precioso hermano! —exclamó Loki, sacudiendo la cabeza con incredulidad, mientras una imagen astral aparecía delante de este posado sobre el mesón, como un gato, para mirarle divertido a los ojos—. ¿Acaso no es esta una oportunidad perfecta para un poco de diversión? Después de todo, ¿no es eso lo que hacen los dioses? Jugar con las vidas de los mortales y entre ellos mismos.
—Haces mención a estos Juegos como si fueran algo banal. ¿Acaso no buscas persuadirnos para que volvamos a las mismas guerras y conflictos del pasado? —cuestionó Tyr, mirando a Loki desafiante—. No me sorprendería que trajeras contigo el Ragnarök por tu propia osadía.
—Tyr, siempre tan serio —respondió, fingiendo miedo—. No veo por qué debería preocuparme. Lo mejor que podría pasarnos es que, el Gran Señor Odín, deje el trono de Asgard una vez por todas y permita que otro tome su lugar. —Hubo un silencio. No podían creer que este insinuara algo como aquello delante del mismísimo Odín—. Después de todo, ¿no deberíamos estar emocionados ante la perspectiva de tener un nuevo dios entre nosotros? Es una oportunidad para expandir nuestro panteón y fortalecer nuestro poder.
—¿Y qué si el destino de Asgard está en juego? —Intervino Hela, inmutable. Sus manos rozaban con peligrosidad la mesa, como si su paciencia estuviera al borde—. Tal vez sea hora de que ocurra un pequeño cambio en el panteón de los dioses. Quién sabe qué nuevos horizontes podrían abrirse si alguien más ocupara el trono de Odín.
Todos sabían lo que Hela y Loki representaban. Eran una combinación que siempre les ponía en peligro y en tensión. Por eso, la mención del cambio en el panteón provocó murmullos inquietos entre los dioses presentes. Motivo por el que Thor apretó el mango de su martillo con fuerza.
—No permitiré que eso suceda —dijo con voz grave—. Si alguien más intenta reclamar el trono de mi padre, se enfrentará a la furia del trueno.
Hela no sonrió. A cambio, apoyó su mentón sobre una de sus manos con una mirada que desafiaba al dios del trueno, como si le diera una invitación para enfrentarse a ella allí mismo.
—¡No hay necesidad de amenazas, hermano! —exclamó Loki con una risa estridente—. Estamos aquí para discutir los Juegos de Asgard, ¿recuerdan? No se preocupen, no tengo intención de hacer nada... drástico.
—Pero, ¿qué pasa si el nuevo dios resulta ser una amenaza para nosotros? —preguntó Frigg con preocupación en su voz, mirando a su esposo—. No sabemos quién podría ganar este premio, y no podemos permitirnos tomar riesgos.
Freya asintió, reflejando la misma preocupación:
—Es cierto. Debemos ser cautelosos y considerar todas las posibilidades antes de tomar una decisión.
—¿No creen que le dan mucha importancia? —argumentó Skadi, hastiada—. Lo que pueda representar como amenaza, siempre tendremos la oportunidad de darle caza.
—Estoy de acuerdo. No importa quién gane este premio —declaró Ullr con firmeza—. Como dioses, debemos estar preparados para enfrentar cualquier desafío que se nos presente. No podemos permitir que el miedo nos paralice.
—Suenan como todos unos héroes —ironizó Loki—. Como si en realmente tuvieran control sobre todas las cosas. Por algo, el mismo Odín perdió uno de sus ojos.
—¡Basta, Loki! —Frigg, fue contundente contra este—. Este premio no es solo una cuestión de juego. Está en juego el trono, el destino de Asgard y de todos los Nueve Mundos. No podemos permitir que nuestras rivalidades nos cieguen ante la importancia de esta decisión, cuando sabemos que quién gane se llevaré una parte del poder de quienes se sientan en este lugar. Será un dios supremo en comparación a nosotros.
Loki se encogió de hombros con indiferencia, la miró divertido y se mordió los labios. Estaba disfrutando el momento.
Hubo un silencio. Aquella revelación puso los pelos de puntas de la mayoría que allí estaban. El problema era que no podían negarse porque los premios estaban tatuados en el altar bajo el "geas" —un juramento sagrado—, sellado con la sangre de cada uno de ellos. Romperlo, significaba a perturbar el orden cósmico, desencadenando eventos catastróficos, como el Ragnarök, el fin de los mundos.
—Así que... sin Juegos detonamos el Ragnarök y si jugamos de igual forma este podría alcanzarnos...
Divertido o no, las palabras de Loki mencionaban una verdad crucial.
—En fin —suspiró Vidar—, estoy de acuerdo con Skadi y Ullr. Debemos confiar en nuestras habilidades y estar preparados para defender o vengar lo que es nuestro, si algo llegara a ocurrir realmente.
Bragi levantó una mano en señal de paz. Todos le vieron. El hombre tenía una apariencia noble y serena, con cabellos rojizos y ondulados, que reafirmaba en su rostro una especie de sabiduría y calma, con ojos profundos que transmitían una mirada penetrante. A diferencia de la mayoría que llevaba armadura, este vestía túnicas elegantes y llevaba consigo un arpa dorada.
—Quizás deberíamos considerar todas las opciones antes de tomar una decisión precipitada —sugirió con calma—. No sabemos qué nos depara el futuro.
—Serás idiota, Bragi —Njord intervino con desdén—. Aquí quienes tienen ventaja sobre nuestro futuro es el omnisciente Odín y nuestra querida clarividente Frigg. ¿Crees que si el futuro fuera aterrador llevarían a cabo estos juegos? Lo lógico, sería evitarlo a toda costa.
La mirada de Loki se deslizó hacia Hela, un destello de complicidad pasó entre ellos antes de que Loki volviera su atención al resto de los dioses.
—Entonces, ¿qué dicen, queridos hermanos y hermanas? —preguntó Loki, su tono burlón y desafiante—. ¿Están listos para los Juegos de Asgard?
Sin embargo, antes de que alguien pudiera responder, Freya intervino:
—Debemos considerar también los conflictos que están ocurriendo en los Nueve Mundos —dijo—. Las tensiones entre los diferentes universos están en aumento, y si no intervenimos pronto, podría desatarse un conflicto que ponga en peligro la estabilidad de todo el cosmos y seguimos recayendo en el posible Ragnarök.
—¿Y qué propones que hagamos al respecto, Freya? —preguntó Tyr, su ceño fruncido en preocupación—. ¿Qué seamos el salvador de cada universo? Se supone que no deberíamos intervenir en los asuntos de los mortales. Ellos son responsables de su propio destino.
—Una encrucijada, eh... —alardeó Loki, simulando aburrimiento.
—Freya tiene razón en una cosa, hermanos. Nuestros conflictos no se limitan solo a Asgard y los Juegos —añadió Thor, preocupado—. Los problemas en los Nueve Mundos están en aumento. Los gigantes de hielo están causando estragos en Jotunheim, y los elfos oscuros han intensificado sus incursiones en Svartalfheim.
—Y no olvidemos los desafíos en Midgard —agregó Freya—. Los mortales están librando guerras interminables entre sí, y su falta de respeto por la naturaleza está llevando al desequilibrio en el mundo.
—Tal vez deberíamos considerar una intervención más directa —sugirió Heimdall, con aquella voz profunda—. Podríamos enviar embajadores a los diferentes reinos para negociar la paz y mediar en los conflictos antes de que se salgan de control.
—No podemos intervenir directamente en los asuntos de los mortales —reafirmó Freyr, con malhumor.
—No podemos permanecer pasivos mientras los Nueve Mundos se sumen en el caos —le contestó Heimdall, fastidiado de que no vieran su camino como una opción—. Debemos encontrar una forma de restaurar el equilibrio y mantener la paz al mismo tiempo.
Era irónico como estos podían pasar de un tema a otro. Aquello no hacía que menguaran las discusiones, sino que continuaran una tras otra, poniendo en tensión el lugar cada vez más. Cada uno aportando sus propias ideas y preocupaciones sobre cómo abordar los problemas en los Nueve Mundos, todo con el supuesto motivo de evitar el Ragnarök. La única que en ese momento se había mantenido callada habían sido Hela, que miraban la situación como un asunto inevitable, pero no daría más larga:
—Pero no saltándonos las leyes que llevan milenios en funcionamiento —compartió Hela, irritada, pero con educación—. Hermano Heimdall, tu propuesta es noble pero ingenua. Intervenir directamente en los asuntos de los mortales puede tener consecuencias imprevistas y peligrosas. No podemos jugar a ser los guardianes de todos los reinos, especialmente cuando nuestras propias disputas y rivalidades nos impiden alcanzar la armonía en nuestro propio hogar divino. Además, ¿quién decide cuál es el curso de acción correcto en cada situación? ¿Quién tiene la autoridad para dictar el destino de los Nueve Universo, sin contar sus dimensiones?
—Helta tiene razón —suspiró Freya, mortificada—. Como dioses, debemos ser conscientes de nuestras limitaciones y reconocer que no somos los dueños absolutos de los destinos de los mortales, ni los únicos dioses existentes. Es derecho de los mortales y su responsabilidad determinar su propio camino. Nuestra tarea es guiarlos y protegerlos cuando sea necesario, no imponer nuestras voluntades sobre ellos. Además, ¿cómo podemos asegurar que nuestra intervención no empeore la situación en lugar de mejorarla? La historia está llena de ejemplos de dioses que han intentado jugar el papel de salvadores y han provocado más daño que bien. No podemos permitirnos cometer ese error.
»En lugar de buscar soluciones rápidas y fáciles, debemos trabajar juntos para encontrar formas más sutiles y efectivas de influir en los acontecimientos en los Nueve Mundos. La diplomacia, la mediación y el apoyo a aquellos que luchan por la paz y la justicia pueden ser formas más constructivas de abordar los conflictos que enfrentamos.
Todos observaban a Freya. Oírla no solo parecía realzar su belleza incomparable, sino que revelaba su naturaleza compasiva, maternal, amorosa por todos los seres vivos y su deseo de proteger a los débiles y oprimidos. Tenía una figura esbelta y elegante que irradiaba gracia y poder. Su cabello rubio fluía en ondas suaves hasta la cintura, enmarcando un rostro de rasgos suaves y delicados, con ojos de un azul profundo, que reflejaban la sabiduría y la compasión que caracterizan su personalidad. Y como si no fuera más embelesador, llevaba túnicas elegantes adornadas con motivos de aves y flores, que resaltaban su conexión con la naturaleza y la fertilidad.
—Por supuesto, no podemos ignorar los problemas en los Nueve Mundos —continuó—. Pero debemos actuar con prudencia y sabiduría en lugar de precipitarnos hacia acciones que podrían llevarnos al Ragnarök. Es hora de que asumamos la responsabilidad de nuestras acciones y aprendamos a trabajar juntos para el bien de todos los seres en los Nueve Mundos.
Otra vez, el silencio reinó. Odín se dio cuenta de la fuerza que podía tener Freya cuando lo deseaba, en situaciones tan necias como las que discutían.
Con una sonrisa irónica, Loki volvió a intervenir, mirando fijamente a Odín:
—Eso es porque todo recae en ti, ¿no es así, padre? Eres el gobernante de Asgard y el líder de los dioses. Si hay problemas en los Nueve Mundos, la responsabilidad recae sobre tus hombros.
Lo bueno que Freya pudo haber hecho con su discurso se había desmoronado de inmediato allí.
—Es cierto que, como padre de todos, tengo una gran responsabilidad. Pero también ustedes, mis hijos, tienen un papel que desempeñar en la protección de los Nueve Mundos —respondió Odín con voz grave, sin dejar de mirar a Loki—. Debo revelarles algo que he mantenido en secreto por mucho tiempo. El Ragnarok está más cerca de lo que creen. Los signos son evidentes, y si no actuamos pronto, todo será consumido por el caos y la destrucción.
Las palabras de Odin cayeron como una losa sobre los dioses, sumiendo la sala en un silencio, pero ahora de tipo sepulcral. Se vieron entre ellos. Una cosa era especular sobre esta posibilidad, y otra muy diferente que Odín, el conocedor de todas las cosas lo anunciara. Y entonces, como si el viento mismo llevase un eco de voces, comenzaron a escuchar susurros espectrales alrededor de ellos.
Estos llegaban en muchas lenguas, sus palabras llenas de un significado oscuro y ominoso. Era como si los espíritus de los Nueve Mundos estuvieran hablando en conjunto, compartiendo una advertencia silenciosa que envolvía la sala en un aura de mal presagio. Los dioses intercambiaron miradas nerviosas, sintiendo el escalofrío de la incertidumbre recorrer sus espaldas mientras el misterio del futuro se desplegaba ante ellos. Y como si no fuera peor, antes de que pudieran reaccionar, Frigg se levantó lentamente de su trono con los ojos emblanquecidos, brillando con una luz sobrenatural:
—Los espíritus del panteón hablan a través de mí —dijo en un tono solemne—. Han pronunciado una profecía: Escuchad, oh poderosos dioses de Asgard, y prestad atención a las palabras que fluyen del tejido del destino.
»La era de los Juegos de Asgard, marcada por la competencia y la ambición, se acerca el final. Los Juegos, cuyos premios son la tentación misma, llegarán a su clímax. Pero en este punto culminante, solo aquel que sea designado por el destino podrá evitar la catástrofe del Ragnarök.
»El ocaso de los tiempos, acecha en las sombras, esperando su oportunidad para desencadenar el caos y la destrucción en los Nueve Mundos. Pero en esta oscuridad que les acecha, una luz brilla, una esperanza se alza. Es su responsabilidad, oh dioses y diosas, encontrar al indicado, aquel destinado a ser el salvador de los reinos.
»Asegúrense de que prevalezca la paz, la armonía y la justicia en los Nueve Mundos. En sus manos y corazones yace el destino de todo lo que existe, y en la elección del indicado reside la salvación o la perdición de todos. Que así sea escrito en las estrellas y grabado en los anales del tiempo.
Las palabras de Frigg resonaron en la sala, llenando a los dioses con una sensación de urgencia y deber. Miraron a Odín y luego a Frigg quien cayó sobre el trono, respirando con dificultad mientras volvía en sí.
—No solo es Asgard —aclaró Hela—, sino los universos.
—Que comiencen los juegos —advirtió Loki, con una sonrisa.
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