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Por una Tierra Protegida: Parte II

Capítulo 2

Por suerte, no hubo conversaciones incómodas cuando regresaron a casa. Estaban tan preocupados de que la casa de Eno no tuviera reparos y de que el anciano Tarnesi estuviera realmente bien, que ignoraron el constante problema que tenían ellos contra Telos por su apatía de explotar su poder y traer reconocimiento a su familia. Además, el relato de Cilo de cómo Telos había transformado la casa, logró que hubiera un ligero cambio de planes justo cuando pasaban por La Plaza Tarn: mientras sus padres acompañarían a Eno hacia su hogar, Telos decidió reunirse con sus amigos que justo estaban allí, sentados en uno de los bancos bajo la sombra de un Tarnusiaga. Tenía algo que atender con ellos.

Resultaba que, en los próximos días, tanto Crai como Xeino, trabajarían en el mismo lugar. Había sido una casualidad un tanto inusual, que les mantenía contentos. ¿Cómo no estar contento? No solo estarían los tres, sino que era un trabajo duro, de esos que ameritaba fuerza y que eran bien recompensados. El problema es que no tenía detalles sobre el mismo.

—Lo único que hace falta es que estemos presentes mañana ante los primeros rayos de sol. Ahí nos orientarán sobre lo que exactamente haremos en las minas —explicó Crai, el joven Tarnesi que se caracterizaba por aquellos ojos azules inusuales, un collar de piedras que le recordaba a su hermana, y que usaba una prenda parecida a una falda que cubría sus piernas. Llevaba una sonrisa radiante también—. Estoy emocionado, y menos mal que te encontramos en el camino, Telos, de lo contrario habrías faltado el primer día

Telos arqueó una ceja, recordando:

—Me lo habrías dicho al menos, ¿no? Sabes dónde vivo.

—Sí, pero a veces no estás en casa y otras estás fuera de la ciudad haciendo-no-sé-qué-cosas. Ni siquiera sé por qué lo haces cuando sabes que es peligroso alejarse de la ciudad. Hay peligros reales allí afuera, Telos —le recriminó, como si aquello lo hubiera estado procesando siempre y en ese momento había encontrado la oportunidad de decírselo.

Si algo se debía saber de los Tarnesi, era que todos poseían una apariencia similar. Había una o dos características que podían contribuir para diferenciarse, pero podían ser fácilmente confundidos en una multitud. La edad era otro asunto que podía ayudarles a distinguirse, pero no era una regla. Lo que si no ayudaba, era que usaran vestimentas parecidas a las del dios Talix.

Xeino, quien justamente vestía a la misma usanza del dios Talix, asintió en concordancia con las palabras de Crai. A diferencia de Telos y Crai, le caracterizaba ese rostro marcado por una expresión somnolienta, cubierto de barro y polvo. La suciedad no sólo pintaba su cara, sino también su cuerpo y manos, como si estuviera constantemente inmerso en la tierra pero de forma desagradable.

—Telos, no es por criticarte ni mucho menos a mal, pero los seres que habitan en el exterior son muy peligrosos —agregó Xeino con preocupación—. Algunos rumores sugieren que pueden cambiar de forma y atacar de manera imprevista. No se como tienes aun el valor de salir por allí... ¿Acaso deseas ser un guerrero?

Telos puso los ojos en blanco, con una expresión ceñuda y malhumorada, mientras se cruzaba de brazo.

—No, no y no. Solo salgo para estar tranquilo y mejorar un poco con mis poderes, especialmente si voy a trabajar en algo que requiere dominio sobre la tierra en caso de accidentes o terremotos —explicó Telos, bufando con cierta molestia.

—Sí, pero... tampoco es que tengas que perfeccionarlo... —murmuró Crai con incertidumbre.

—Nunca se sabe qué peligros puede traer esta tierra. Hablan de las criaturas, pero el verdadero peligro viene de lo que pisamos cada día con nuestras pezuñas. Parece que no os dais cuenta de lo que de verdad importa —respondió hastiado ,Telos, con un tono borde. Nada fuera de lo común a lo que acostumbran por parte de Telos.

—Es cierto —concedió Crai, con una mirada dubitativa en su rostro—, pero te estás arriesgando el doble,

—Y aun me sorprende que no te haya pasado nada —añadió Xeino.

Telos no pudo responder ante eso, porque después de todo, era cierto. Tenía más riesgo, y ahí estaba, de pie con una posición firme y segura, mirando a sus amigos mientras su cabeza le dolía cada vez más, y no porque sus cuernos rompieran piedras de gran tamaño como hacían de pequeños, sino porque habían repetido el tema de siempre dos veces.

—En fin, gracias por decírmelo. Intentaré estar allí mañana antes de que salga el sol —aseguró Telos, desviando la mirada por un momento hacia el Sol, que estaba en su punto más alto —. Me tengo que ir, le prometí a mis padres que no tardaría mucho. Voy a reunirme con ellos y mi abuelo para comer y pasar un día familiar.

—Genial, disfrútalo y nos vemos mañana, que no se te olvide —respondió Crai con una sonrisa, mostrando seguridad con los brazos sobre sus caderas.

Telos se despidió de sus amigos con un simple movimiento de su mano, caminando con calma hacia la casa de su abuelo. Mientras avanzaba, entre las diversas voces que llenaban de vida la ciudad y los pasos que aportaban una sinfonía un tanto caótica, percibió el aroma del amor impregnado en las comidas que se cocinaban en las diversas casas, lo que provocó que su estómago perezoso comenzara a quejarse.

La ciudad de Tarn no era la más hermosa, al menos según los comentarios de otros signos como Capricornio y Virgo, quienes presumían de tener las ciudades más preciosas y cuidadas de su planeta. Sin embargo, para Telos, eso no tenía importancia. Los edificios no necesitaban ser perfectos ni las calles estar ordenadas, lo importante era su practicidad; además, encontraba una belleza única en la ciudad y sus habitantes, quienes siempre parecían llevar una sonrisa en el rostro, reflejando la esperanza. Y esa belleza, al menos en ese momento, se realzaba con los tonos amarillentos y dorados que el sol le daba, transformando la ciudad en un paisaje que la hacía ver como si estuviera bañada en oro. Eso era belleza.

Telos no era alguien que pidiera demasiado como los demás, solo valoraba las pequeñas cosas que la vida traía, como le había enseñado la tierra misma.

Telos siguió caminando por las polvorientas calles de Tarn con paso tranquilo. A medida que se aproximaba a casa de su abuelo, el bullicio de la ciudad se desvanecía. Sabía que pronto llegaría, donde lo esperaría el cálido abrazo de su madre, Alena, y el reconfortante aroma de la comida casera.

Al fin, divisó la humilde morada reconstruida. Al entrar, fue recibido por la dulce sonrisa de Alena, cuyos ojos brillaban con amor maternal.

—¡Telos, hijo mío! —exclamó Alena, extendiendo sus brazos para abrazarlo como predestinó—. ¡Qué alegría! ¡El trabajo que dijo tu padre que hiciste en este lugar no le dio mérito de lo sorprendente! ¡Tu abuelo Eno será la envidia de esta zona! Ven, entra, la cena está lista.

Telos devolvió el abrazo con cariño, un poco incómodo con el comentario asociado a los vecinos, cómo si le importara eso. Lo que sí era necesario, era que el pobre anciano tuviera dónde dormir tranquilo. Siguió a su madre hacia la mesa. La comida estaba lista, sencilla pero nutritiva, mientras el resto estaban sentados frente a frente.

—¿Cómo te fue con Crai y Xeino? —preguntó Alena, con una mirada llena de curiosidad y preocupación—. Estoy segura de que van a estar felices por iniciar el trabajo, mira que eso de andar vagando por la región... bah, no les ayuda a ellos ni a su reputación.

Telos sonrió, apreciando el interés genuino de su madre, aunque su imprudencia siempre estaba de más.

—Ha estado bien, mamá. Mañana nos veremos temprano.

—¿Comienzan mañana mismo? —preguntó esta vez Cilo, extrañado.

—Eso es lo que han dicho —respondió Telos.

—Lo bueno es que es en la minería —alentó Eno, con una carcajada—. Un trabajo de fuerza, perfecto para un Tarnesi como tú...

Telios se tensó un poco, puesto que mientras hablaba el abuelo, tenía el leve presentimiento que una pisada en falso los llevaría a la discusión que quería evitar. Lo bueno era que mientras comían con calma, Eno empezó a hablar sobre las batallas que tuvo en su juventud: un Tarnesi que llegó a tener un buen dominio de la tierra hace muchos años y la razón principal por la que captaba la atención de las chicas de aquella época. Con ello alardeó que no le tomó mucho tiempo para conocer a su abuela y tener a Cilo. Pero la incomodidad parecía ser el elemento principal cuando estaba cerca de quienes amaba:

—Hijo, ¿cuándo vas a tener una chica? tu padre la tuvo a los veinte años —preguntó Eno, frunciendo un poco el ceño.

La pregunta tomó por sorpresa a Telos, quien admitió con cierta vergüenza:

—P-Pues... No lo sé muy bien, abuelo. Siendo honesto, es lo último en lo que pensé.

—¡Bah! La juventud de hoy en día no sabe lo quiere —cuestionó devuelta el anciano, malhumorado.

Telos suspiró. Entendía que su abuelo era alguien que tenía una mentalidad un poco cerrada y que convencerle de lo contrario era golpearse contra las montañas del exterior e intentar destruirlas... Imposible.

Mientras continuaban charlando, Telos desvió la mirada hacia las paredes del hogar, donde las losas grabadas con cincel, revelaban a los miembros de la familia, evocando recuerdos entrañables. La imagen de su abuela Oila, con aquella sonrisa radiante y acariciándole cuando todavía era un niño; Recordar aquellos días con la única persona que podía ser él mismo, verse corriendo por las calles de Tarn, hicieron que la nostalgia le invadiera y que su corazón bombeara con fuerza. Pero no podía permitirse dejarse llevar por los sentimientos ni por las lágrimas que deseaban salir de sus ojos, delante de su familia, en especial enfrente de Eno.

«Solo espero que el cielo sean islas hermosas que floten e irradien una belleza tan gigante como la tuya, abuela... Que descanses en paz y disfrutes junto aquellos que murieron por decisión del Tiempo y la Muerte», pensó Telos, antes de ser interrumpido por la voz de su abuelo, con su voz grave e imponente:

—Me dijo Cilo que tu dominio por la tierra es casi perfecto, Telos.

«Por Talix, por Tauro y por la tierra madre», pensó Telos, hastiado.

—S-Sí, aunque es un poco exagerado eso, yo no...

—¿Cuándo vas a ser parte de los guerreros de Talix? —preguntó, interrumpiéndole.

Telos inspiró profundo, quería salir corriendo de esa mesa y mandar por la borda hasta la comida, pero decidió contenerse y hablar:

—Como había mencionado, mañana empiezo mi nuevo trabajo en las minas de la ciudad. Es un trabajo duro, pero del cual me pagarán muy bien. Quiero aprovechar esta oportunidad para poder estar con vosotros y...

—Pero de guerrero podrían pagarte incluso mejor... —interrumpió de nuevo su abuelo.

—Padre... —Cilo intentó interrumpirle, puesto que sabía por qué camino llegaría.

—...Y podrías conocer mucho más de lo que hay en este planeta, dicen que las Vetinox son muy hermosas, aunque su apariencia sea como fantasmas o algo similar.

—No me llama la atención la raza de Virgo —aclaró Telos,con el rostro enrojecido, mirando fijamente a su abuelo. No se necesitaba ser un genio para darse cuenta que llegaba a su límite de paciencia.

—Pero ¡eso da igual! La oportunidad de conocer otros sitios es maravillosa, Telos —intervino esta vez su madre, Alena—. Solo piensa en la opción de conocer otros lugares...

—O que tengas la bendición de Tauro —añadió Eno.

Tantas palabras dichas, tanta presión encima. La presión y las expectativas lo estaban agobiando demasiado. ¡Muchas ventajas! ¡Pero poco interesantes para él! Su paciencia se desgastaba a medida que escuchaba las palabras de su familia, con una expresión de creciente molestia en su rostro, que Alena, por fin, notó de inmediato y decidió cerrar la boca.

—La bendición de Tauro es muy importante, Telos. Si bien es cierto que nosotros ya tenemos la zona de nuestro cuello y pecho muy bien protegida por ser Tarnesi, ser bendecido por él te otorga más propiedades y...

—¡Por Talix! ¡Que me permita su nombre de ser posible! ¡Pero ese no es mi deseo! —Escupió Telos sin poder aguantar más los comentarios del mayor aunque se prometiera callar y soportarlo todo. Por supuesto, el golpe fuerte que dio en la mesa hizo que el comedor temblara por completo.

—Todo lo que me decís es interesante y no lo niego, pero mi deseo es muy distinto. Papá, mamá, abuelo... Desde muy joven, cuando la abuela Oila se marchó a un lugar mejor, tuve claro que mi objetivo sería protegeros, pero no solo a vosotros, sino también a mis amigos... y tal vez incluso a la ciudad si es que esos animales se atreven a hacer algo, aunque lo dudo—continuó Telos, frustrado, tratando de no ser irrespetuoso—. Vuestros deseos los respeto, pero no son los míos. Llamadme conformista, llamadme cómodo, llamadme como queráis. Son nombres que aceptaré sin importarme nada, pero no pienso ser un guerrero de Talix...

«Y mucho menos si es el dios más reciente del cual... no me gusta su manera de actuar», pensó, aunque prefirió guardárselo para evitar una discusión aún mayor. Eso sí, alto y claro habló.

Telos soltó el aire que le quedaba en los pulmones y escudriñó las expresiones de su familia. Cada gesto era distinto, pero ninguno reflejaba lo que él ansiaba ver en ese momento. Negando con la cabeza, decidió marcharse de su casa en busca de tranquilidad, antes de que tuviera el impulso de volver a destruir la casa de su abuelo que había reconstruido, buscando el consuelo en la brisa del atardecer y el susurro de las rocas rotas. Aunque Alena le rogó que se quedara, Telos hizo caso omiso y pidió un poco de tiempo a solas. A pesar de haber dicho la verdad, se sentía incómodo consigo mismo, cuestionando si había sido demasiado brusco al golpear la mesa y hablar con ese tono borde que le caracterizaba.

Sin embargo, aquellos pasos firmes y decididos que daba, hacían que la tierra temblara bajo sus pezuñas. Las pequeñas rocas, incluso, saltaban a la vista. Su mente estaba martirizada con cada una de las palabras y preguntas que le habían acosado ese día, y en ocasiones anteriores. El problema de su ira era que lo llevaba a un bucle de procrastinación que le hacía repetir eventos del pasado en su cabeza, una y otra vez; un tormento que solo alimentaba su rabia.

De la bravura, no se dio cuenta del camino que tomó. Estaba tan cegado en querer alejarse de aquel lugar antes de cometer una locura, que no percibió en qué momento se alejó con demasía de la ciudad. En aquel lugar, sus ojos se perdían en la densa niebla grisácea que parecía emerger de las sombras mismas. Una neblina tan espesa que engullía los contornos de la realidad, sumergiéndolo en un mundo de confusión y oscuridad. En un arranque de nerviosismo, agitó las manos en el aire como si con ese gesto pudiera disipar la niebla y con ello pudiera pensar mejor. Pero fue en vano. Respiró. No una vez, sino varias veces.

Se dejó caer al suelo, indiferente ante la irregularidad del terreno, sin importarle las grietas que se formaban a su alrededor. Su única preocupación era encontrar la paz mental y conectar con su entorno. Posó las manos en la tierra y cerró sus ojos, respirando e inspirando en un ritmo constante y lento:

—Debí haberlo dicho en un momento más tranquilo —murmuró para sí mismo, ignorando los susurros reconfortantes de la tierra, su amiga íntima, pero que no entendía en ese instante—. Y encima mamá me pidió que me quedara... Seguro que la he preocupado por eso...

Se llevó las manos a la cabeza y revolvió su cabello castaño con frustración. Luego, tocó sus cuernos cortos pero afilados, como si por un momento deseara arrancarlos, antes de soltar un suspiro y observar sus manos musculosas y su piel tostada por el sol, un recordatorio de su esfuerzo, su fuerza, quien era y su propia historia.

Se dio cuenta que la niebla parecía disiparse, y con ello, alzó la vista hacia las montañas. Todas con diversas formas y tamaños; aquellos picos imponentes y rocosos que se elevan hacia el cielo, le parecían ver en él su propia resistencia y perseverancia. Las laderas empinadas y difíciles de escalar, sí, eran sus propios obstáculos, los mismos que había enfrentado a lo largo de su vida. Denotó que el sol se ocultaba lentamente en el horizonte. Sabía que debía regresar a casa antes de que cayera la noche, precisamente para evitar los peligros de los seres desconocidos que decían que acechaban en la oscuridad, pero que eran conocidos como los "hijos de la tierra".

Suspirando con pesadez, dijo:

—Debo volver a casa... mantener la calma y hablar con mis padres.

Tal vez, el hecho de que no había podido oír el rumor de la tierra desde que había llegado, se había dado por el conflicto mental y abrumador que había tenido, pero en ese momento que la cólera había descendido, sintió su corazón bombear con fuerza, justo cuando entendió las palabras claras de la tierra, con una urgencia atroz:

«Trix protektalikas... Arleza... Vurwix anoma.» Protégelos... Ayúdalos... Han llegado.

Telos giró la cabeza hacia la derecha para revisar sus alrededores, pero solo sintió el viento moviendo su ropa y cabello. Perplejo por las palabras que acababa de escuchar, decidió avanzar hacia su hogar. Sin embargo, el primer paso lo paralizó cuando una abrumadora presión se apoderó de su pecho y espalda, como si dos enormes rocas lo estuvieran aplastando.

Confundido y asustado por esta repentina sensación, Telos se preguntó qué estaba pasando. No pudo evitar sentir un escalofrío recorriendo su espalda cuando sus ojos se posaron en algo que no pudo identificar ni nombrar.

—¿Qué...? ¿Qué son?

La apariencia de aquellos seres era indescriptible, una masa de colores negruzcos en constante movimiento, sin una forma definida, como si estuvieran compuestos de sombras líquidas y sólidas a la vez. Se desplazaban con una velocidad sobrenatural, casi como si estuvieran fusionados con la misma oscuridad de la noche. Sus ojos blancos destellaban violencia y ferocidad, sus colmillos amenazaban con desgarrar cualquier cosa que se cruzara en su camino, revelando un insaciable deseo de destrucción y muerte.

Telos sintió cómo sus piernas temblaban al contemplar aquellos horrores acercándose a la ciudad. No era uno, ni dos, sino un centenar o tal vez más. Su mente se llenó de pensamientos desesperados: proteger a su familia, enfrentarse a ellos, salvar a cuantos pudiera y huir lo más lejos posible en busca de refugio.

Sin comprender cómo, dio varios pasos vacilantes antes de que sus piernas reaccionaran, impulsándolo hacia adelante a toda velocidad. Usando su poder, uso la mista tierra como si se tratara de un deslizante, y con ello podía no solo ir más rápido sino realizar movimientos ágiles y precisos para ganar terreno. Algo que le funcionó cuando las primera amenazas saltaron hacia él y logró esquivarlas con patrones que le hacía ver como si patinara. Pero sabía que su encuentro con aquellos seres era inminente. Sin embargo, en la medida que avanzaba y aquellas cosas bordeaban el terreno, un olor nauseabundo llegó a sus fosas nasales, un hedor que lo hizo retorcerse de repugnancia y le dieron arcadas para vomitar.

Ese olor no era natural, no era como el aroma de la la mezcla del barro con distintos minerales, o como el olor de las piedras calientes o las hierbas aromáticas que a veces había en su hogar o en las calle. Aquello no era ni siquiera algo que hubiera olido antes, no era puro... Parecía una sustancia hecha por el odio y el desastre de un ser consumido por la venganza y el caos.

Nuevamente, se vio abordado por una decena de estas monstruosidades, con el que tuvo la necesidad de dar un pisotón fuerte en el terreno, y con ello, filosos picos atravesaron a los monstruos. No obstante, sus ojos se abrieron de impresión cuando vio que las criaturas, vueltas en una mancha estallada, comenzaban a moverse. Vio aquella masa líquida comenzar a moverse, y, cuando un ojo blanquecino volvió aparecer, se dio cuenta que esas cosas podían regenerarse.

Siguió patinando sobre la tierra, golpeando como fuera posible cada monstruo que se le abalanzaba sobre él aunque no sirviera de nada, viendo desde sus flancos un ejército entero que solo aumentaba su ansiedad para proteger a su familia. Pero, fue allí, en medio de los gruñidos y el sonido cacofónico de lo que sucedía, cuando comprendió la verdad: estaba solo contra una horda de criaturas corrompidas, seres sin compasión que asolarían la ciudad con una violencia desalmada. Necesitaría la ayuda de los guerreros y de Talix para enfrentar esa amenaza abrumadora, una oscuridad que parecía devoraría todo a su paso y que dejaría a su paso solo ruinas y desesperación.

—Mamá, papá, abuelo —susurró, temblando por la urgencia y el miedo—. ¡Maldita sea!

Corrió y corrió, como nunca lo había hecho, hacia la casa de Eno. Para cuando llegó, notó que la orda de esas criaturas oscuras ya estaba allí. ¿Cuánto tiempo llevaban allí? Sintió el corazón desfallecer y una presión en el pecho que le negaba una realidad que no quería descubrir.

Finalmente, abrió la puerta y se encontró con un panorama desolador: Eno yacía en el suelo, herido de gravedad en las piernas y el estómago, mientras Alena intentaba contener sus heridas y Cilo intentaba defenderse de una de esas criaturas y que se alzaba con malicia y garras afiladas.

Telos no necesitó pronunciar ni una palabra; actuó con rapidez, y, utilizando su poder, cerrando sus palmas, dos rocas surgieron del suelo en sus costados y aplastaron a la criatura en un movimiento brusco.

—Papá carga al abuelo, mamá mantente cerca; solo síganme —dijo sin más, dispuesto a protegerlos con su propia vida.

Sin titubear, siguieron sus instrucciones, conscientes de que cada segundo era vital mientras Eno perdía lentamente la conciencia. Salieron de la casa en dirección a la Plaza de Turn. La noche comenzaba, y con ello, se hacía más difícil reconocer a los enemigos entre las sombras de las noches. Además, los gruñidos se perdían entre el algarabío de los gritos, gemidos, sollozos y destrozos alrededor.

Cuando llegaron a la Plaza de Turn, Telos y su familia sintieron perder toda esperanza: el caos había invadido las calles de la ciudad de Tarn. Las criaturas, con sus cuerpos oscuros y viscosos, se movían con una ferocidad implacable, atacando a los desprevenidos Tarnesi que se encontraban en su camino. Las estructuras que habían resistido los terremotos anteriores y las que habían sido reconstruida durante el día estaban siendo arrasadas por la horda de enemigos, colapsando en un estruendo ensordecedor mientras las criaturas avanzaban sin piedad.

Con los corazones encogidos, observó cómo los niños Tarnesi corrían desesperados, mientras sus padres caían víctimas de los brutales ataques de las criaturas; algunos eran atacados y asesinados en los callejones, mientras que otros huían con la esperanza de encontrar algún refugio seguro. Mientras tanto, los guerreros de Talix se movían por la ciudad, intentando contener la marea de monstruos que asolaba las calles. Pero se dio cuenta de que aquellas que mataban a los Tarnesi, eran los que más peligro suponían, porque al parecer eran capaces de tomar más fuerza, como si drenaran la energía de estos y se fortalecieran a base de ello.

Y con el ruido ensordecedor de la batalla, acompañado por los gritos de dolor y desesperación de los Tarnesi, Telos se dio cuenta como desesperación lo consumía todo y la desgracia se extendía por toda la ciudad, ante un destino que parecía cruel e inevitable. Con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de angustia, cuestionó en un susurro tembloroso:

—¿Dónde?... ¿¡Dónde está el dios Talix!? ¿Por qué nos ha abandonado en nuestro momento de necesidad?

Su grito, cargado de rabia y frustración, atrajo la atención de las criaturas. Se dio cuenta de que estaba condenado y que había cometido un error. Pero se negó a rendirse. Estaba decidido a luchar hasta el final, así que tomó una posición de lucha que desvelaba el poder que ardía en su interior. Y por primera vez, iba a usar la tierra para atacar y defender. Ahora sería el sismo que no se contendría para defender a su gente.

Sí, aquel momento estuvo cargado de epicidad: con un movimiento acabó con una decena, con un segundo el doble de estas, con el tercero el triple, pero se dio cuento que el enemigo le superaba en número. No podía seguir así o acabaría inconsciente del cansancio. Y cuando decidió usar los puños y todo lo que podía hacer evitando gastar energía de más, se vio en problemas: las criaturas comenzaron a acercársele y propinarles rasguños y heridas profundas, sintiendo el dolor agudo de cada una de ellas.

Entonces, cuando iba de un punto a otro, girando alrededor de su familia para protegerles y evitar que uno de los flancos de ellos quedara expuesto, una sensación de ansiedad lo invadió, como si su cuerpo estuviera perdiendo la conexión con la realidad. Las extremidades entumecidas, incapaces de sentir el mundo que los rodeaba, parecían desvanecerse lentamente. ¿Existía? Dejó de sentir su cuerpo, y poco a poco pareció fundirse con la nada, como si se hubeira convertido en parte de aquellos que pronto se alimentarían de su cuerpo.

Y solo... Sin ayuda de nadie que lo protegiera. Totalmente solo.

—Telos...

O a lo mejor, se había equivocado.

—Telos, cesa tus ensoñaciones. Revivir el pasado no parece ser la elección más sabia en este momento.

La confusión azotó por completo a Telos, quien entreabrió los ojos con lentitud, encontrándose en un lugar radicalmente diferente. No reconocía aquel entorno; las paredes no estaban hechas de piedra, sino de un material brillante y de gran valor. La cama en la que reposaba también era extraña para él, y molestas, demasiado cómoda en comparación con las duras rocas en las que solía descansar.

—¿Qué...? —murmuró Telos, intentando incorporarse con cuidado, pero las heridas en su cuerpo, especialmente en la cabeza, le causaban más malestar que alivio.

—Has estado reviviendo repetidamente lo que has vivido en tus sueños, muchacho, por eso te he despertado —informó una voz, cuyo tono provocó escalofríos en la espalda del joven—. Si no te despertaba, ibas a vivir en el bucle de lo que pasó en tu planeta.

—¿Dónde estoy? —preguntó Telos con cierta dificultad—. ¿En qué código estoy? ¿En qué sistema estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Mi familia?

En ese momento, el silencio se volvió incómodo, pero pronto fue interrumpido por un suspiro largo y suave del mismo hombre que le habló. Telos hizo un esfuerzo para girar la cabeza hacia la derecha, encontrándose frente a él, un ser que no se parecía a ninguna de las razas de las que había oído hablar o que tanto se rumoreaba.

Este hombre llevaba un casco adornado con dos cuernos curvos que protegían su cabeza, que asemejaba a los Tarnesi, pero eran curvos y alargados, que le hacía ver más imponente. Llevaba consigo una armadura brillante y reluciente, plateada, decorada con símbolos o inscripciones que no reconocía, llevaba una capa larga, de color marrón, que fluía detrás de él. Sobre su cinturón, se mantenía una espada tan brillante como su indumentaria.

Pese a ello, pudo ver sus manos, llenas de cicatrices y que pudo presumir que habían más en todo su cuerpo, como una prueba de experiencia de innumerables batallas. La constitución era muscular y robusta, con una estatura impresionante. Su piel era morena, como si hubiera sido curtida por el sol y el viento, y su cabello oscuro y corto, enmarcando un rostro serio, pero tenía un semblante compasivo.

Sin embargo, lo que más atrajo su atención y le hipnotizó fue su mirada: penetrante y profunda, como si contuviera la vastedad de los cielos y la profundidad de los océanos. No parecía estar limitados por un color en específico, sino que parecían contener todos los tonos y matices del universo, desde los cálidos dorados del sol hasta los fríos azules de los glaciares. Sintió como si estuviera siendo transportado a través de los reinos y dimensiones, como si pudiera vislumbrar los secretos del cosmos y las verdades eternas. Era serena pero poderosa. ¿Quién era que podía tener una imponencia mayor que Talix?

—No estamos en ningún código ni en ningún sistema, como los de tu extenso y curioso universo decide llamar, Telos —explicó el hombre con una voz profunda y resonante, provocando que Telos frunciera el ceño por la confusión.

—¿Cómo que ningún código o...? ¿Dónde estoy?

—En Oline, uno de los varios planetas abandonados que el universo alberga. No hay ningún código o sistema, Telos —respondió con calma, deteniendo las preguntas de Telos antes de que pudiera formularlas.

—Entonces es un planeta dese...

—No, Telos... Nada de eso —interrumpieron a Telos con firmeza, dejando claro que no había lugar para especulaciones.

La confusión era visible en los ojos de Telos. Observó al hombre con atención, sintiendo la imponente presencia que parecía emanar de él, lo cual confirmaba que no se trataba de un simple mortal, sino de algo mucho más poderoso.

—¿Ante quién me encuentro? —preguntó Telos con la mayor educación posible.

—Soy Heimdall, el guardián de los dioses, vigilante y el portador de Gjallarhorn, el cuerno que anunciará el Ragnarök, el fin de todos los mundos, y protector del puente Bifröst, que conecta Asgard con el resto de los nueve mundos —declaró Heimdall con solemnidad, revelando su identidad divina mientras observaba la reacción de Telos con interés.4

Telos abrió los ojos en demasía y empezó a temblar, alzándose de la cama, sin importarle sus heridas y su dolor, se inclinó ante él en sumisión y respeto.

—Curioso... —Aquella actitud le resultó intrigante a Heimdall, pues aunque sabía que aquel Tarnesi desconocía su universo—. He visto tu historia, Telos —agregó Heimdall con solemnidad—. Tu familia ha vivido...

Telos, aun con la cabeza en el suelo, sonrió al escuchar eso.

—Pero... lamento comunicarte, ser mortal, que todos ellos te abandonaron cuando tuvieron la oportunidad. Tu dios, Talix, no enfrentó la amenaza y decidió huir con aquellos a quienes consideraba importantes de proteger. Tu familia consiguió un pase de salvación gracias a uno de los ancianos de la guardia real de Talix que reconoció a tu abuelo en la plaza. Estabas tan herido que sucumbiste, y ellos tan asustados que no se volvieron para mirarte.

Al escuchar las palabras de Heimdall, Telos sintió un agudo dolor en el pecho, como si un puñal invisible le atravesara el corazón. La revelación de que su familia lo había abandonado en un momento tan crítico sacudió los cimientos de su ser y una mezcla de incredulidad, tristeza y traición se apoderó de él. Sus ojos se llenaron de lágrimas ante la amarga verdad que se asentaba en su alma. No solo se sintió abandonado y desamparado, sino el peso de la soledad aplastándolo con fuerza.

—Y aunque es desafortunada ante todo lo ocurrido, quiero ofrecerte una oportunidad —continuó Heimdall, haciendo que Telos alzara el rostro para mirarle directo a sus ojos, todavía con aquella posición de humildad—. Una oportunidad para cambiar el curso de tu destino, para proteger a los tuyos y para alterar el rumbo de tu planeta en esta situación tan desagradable que estáis viviendo.

—¿Qué oportunidad? —preguntó de inmediato, sin entender.

—La oportunidad de proteger a los tuyos y demostrar tu valor en los Juegos de Asgard —le respondió el guardián.

—¿Los Juegos de Asgard? —Había incredulidad en su voz. Allí se dio cuenta que, en realidad, había sido estúpido al creer que solo habían razas y más planetas, porque demostraba que no tenía idea de lo limitado que representaban esas afirmaciones, con lo que estaba viviendo y oyendo.

—Se trata de una competencia. Cada cien años, losdioses de Asgard escogemos un campeón para que participe y nos represente. Posee una serie de desafíos presentados por cada dios, que exploran las habilidades, la astucia y la valentía de los participantes, desde carreras épicas hasta enfrentamientos de poder y sabiduría. Y, por supuesto, el ganador siempre es recompensado.

—¿Qué recompensa es? —inquirió Telos, estupefacto.

—La recompensa ha sido desde riquezas exuberantes, dominios completos de imperios, planetas y galaxias, hasta lo más banal como la resucitación, pero... esta vez, el premio es más que eso. Se te dará la posibilidad de ser un dios.

Telos experimentó una oleada de emociones contradictorias: por un lado, la idea de ser elegido como campeón para representar a Heimdall despertó en él un sentimiento de incredulidad y asombro. No podía creer que se le presentara una oportunidad como esa, especialmente después de haber sido abandonado por su familia y haber enfrentado tantas adversidades.

Pero había algo más, Telos no solo vió una posibilidad de redención, podía convertirse en un dios. Eso, sin saberlo, despertó un destello de ambición en su interior, una que estaba dispuesto a perseguir con todas sus fuerzas. Volvería a su planeta, a su ciudad y acabaría con la amenaza y lalevantaría del polvo. Sería capaz de proteger a quienes deseara y de expulsar a Talix del planeta de una vez por todas; es más, si lo quisiera, podría ser el guardián de su universo y así cambiar el curso de su destino.

—Pero... ¿por qué yo? —preguntó Telos.

—Vi tu valor y tu lealtad. Pese a tu miedo, te vi proteger a los tuyos con tu propia vida. Soy un dios protector, entenderás si se me fue imposible verte e ignorarte. Por eso, no solo te rescaté de tu miseria agonizante, te curé y te doy una oportunidad que no se la daría a otro. Supera Los Juegos y supera a Talix. Conviértete en el dios que tu planeta nunca debió tener.

Telos se quedó boquiabierto. ¿Era acaso un sueño? ¿Realmente era posible aquello? Aún había muchas incógnitas por procesar, como el hecho de que no se encontraba en su universo o metaverso, qué clase de enemigos realmente tenían su planeta y qué tipo de criaturas eran aquellas, y lo más importante, por qué le habían abandonado. Allí, por primera vez, cayó en cuenta que ese conocimiento vasto y distante, encendió la chispa que sus familiares siempre quisieron, una que despertó su curiosidad sobre lo que había más allá...

—Dijiste... que sería el más grande de los dioses si ganara los juegos, ¿no? —preguntó, sólo para asegurarse.

—Así es —respondió el dios con solemnidad.

La idea lo tentaba profundamente, y aunque estaba ansioso, Telos logró contener su emoción y frunció el ceño con determinación. No iba a dejar pasar esta oportunidad, no cuando podría convertirse en el dios que Talix nunca pudo ser.

—Acepto tu oferta, Gran Protector Heimdall —declaró Telos con firmeza—. Demostraré mis habilidades en los Juegos de Asgard, no solo para traerte orgullo, sino para convertirme en ti en mi propio universo.

Nota de la autora: 

¡Tarán! Les presento a Telos 

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