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Por una Tierra Protegida: Parte I

Capítulo 2

Los misterios que el propio universo puede ofrecer son un hecho que solo los más poderosos conocen. Aquellos que se aventuran más allá de los límites de lo conocido, descubren que hay mucho más de lo que creían posible: planetas ocultos, reinos mágicos de una belleza extraordinaria, planetas tecnológicos y avanzados, habitados por seres de apariencias inusuales pero con emociones y experiencias tan profundas como las de los humanos.

Sin embargo, muchos se quedan atrapados en la rutina de su vida diaria, cegados por lo que tienen delante y sin desear expandir sus conocimientos. Ignoran los peligros que acechan en las sombras, una realidad que él y su raza siempre han preferido ignorar y que tuvieron que pagarlo muy caro...

[Código 084] Tarnes: El Mundo de la Fuerza y la Estabilidad.

—Telos, por favor, ¿es posible que vengas a ayudarme a reconstruir la casa de tu abuelo? —preguntó su padre, Cilo, soltando un suspiro largo.

—¿Otra vez los terremotos hicieron estragos? —preguntó Telos con voz profunda, mientras salía de su habitación con el ceño fruncido.

—Solo es un momento, nada que te pueda ser complicado —rogó, consciente de que su hijo ya había realizado esa tarea varias veces.

A Telos le fue imposible no sentir frustración y una ligera incomodidad. Por un lado, prefería evitar los conflictos y las tareas repetitivas, pero por otro, sentía la obligación de ayudar a su padre, en especial al percibir su necesidad por la familia. Por eso, con un suspiro sin más, se armó de calma y compostura. Al final, la familia lo era todo:

—Está bien...

Tarnes era un planeta que hacía que los sentidos se mantuvieran despiertos ante un paisaje vasto y majestuoso que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, pero desafiante. Era montañoso, rocoso y árido. Las cordilleras tenían crestas dentadas y escarpadas que parecían desafiar al cielo con su grandeza indomable; cada espacio ofrecía refugio a la vida que se aferraba a la escasez de agua y vegetación, pero que eran capaces de resistir entre sus grietas con una tenacidad admirable. También, tenía aquel olor a tierra recién removida que se mezclaba con el aroma fresco de las hierbas resistentes, las cuales desafiaban el calor abrasador y los terrenos irregulares. Y, entre los matices de verde y marrón, habían pequeños lagos y ríos que serpenteaban el terreno, ofreciendo un descanso de frescura y vida que rompía con la monotonía de la tierra seca.

Era común, además, que entre el suave murmullo de los riachuelos y el zumbido de la actividad subterránea, se pudiera escuchar el sonido distante de las pisadas de los Tarnesi, debido a sus pezuñas características que resonaban en la distancia como un eco del vínculo ancestral con su dios, Talix. El calor, que no bastaba con la presencia de su imponente sol, viajaba incluso con el aire de sus terrenos en una danza agobiante para la piel. Por eso, en las profundidades de este paisaje agreste y desafiante, se escondía una red de túneles y pasadizos que conducían a una ciudad casi subterránea, donde no solo buscaban vivir y protegerse del sol, sino que los mineros y comerciantes se reunían para comerciar con los tesoros que la tierra ofrecía. Era parte de su economía y su propio estilo de vida.

Era cierto que para los Tarnesi, la conexión con la naturaleza era innata y un regalo de su deidad protectora que se manifestaba en la bendición de la tierra en sus cuerpos. Pero consideraban que sus cuernos erguidos eran el testimonio de su herencia divina, además de sus sentidos agudizados por el olfato y el gusto que les permitía discernir los matices más sutiles del mundo que les rodeaba. Pero no todo lo que se admiraba era oro.

Telos, y todos los Tarnesi, tuvieron que aprender a convivir con los caprichos de la naturaleza, desde sus extremas temperaturas, los terremotos que sacudían la tierra, hasta los desafíos cotidianos de la vida en un mundo tan inhóspito como hermoso. No todo Tarnesi podía ser bendecido con el don de Tauro, y por esto, Telos era reconocido por su don —pese a ser un malencarado y malhumorado—; se encontraba en constante demanda no solo por su familia, sino por aquellos que reconocían su habilidad para dominar su elemento. Parecía ser visto como un símbolo de fuerza y resiliencia en un mundo donde la supervivencia dependía de la armonía y el dominio de la tierra.

Por tanto no se podía negar: Tarnes era un planeta imposible para vivir, pero para los Tarnesi parecía ser un paraíso, un recóndito mundo diseñado, con exclusividad, para su raza. Era el símbolo perfecto para demostrar su tenacidad, su resiliencia y sus propios poderes. Era su orgullo y su terquedad. Telos, por tanto, era apreciado en su comunidad. Se le podía considerar la segunda persona más importante después del dios Talix, con el que parecían tener dependencia y lealtad.

—A parte de eso, ¿Eno se encuentra bien? —Preguntó Telos a su padre, estirando un poco sus músculos bien cuidados, deseando asegurarse de que el colapso de la casa fuera el único problema. Ambos atravesaban el pedregoso que iba a casa de su abuelo.

—Sí, nada de lo que preocuparse. Solo uno de sus cuernos recibió un golpe grave, pero ya le dieron atención médica inmediata —respondió Cilo, caminando con un ritmo ligero.

En ocasiones como esa, cuando llegaron al centro de la ciudad, Telos no pudo evitar fijarse en los Tarnesi que le rodeaban. Era de día y muy temprano; el sol brillaba con fuerza y el calor comenzaba hacer mella entre ellos. Mientras algunos de su raza se dedicaban a las tareas más arduas del día, entre ellas la reconstrucción de la arquitectura por el terremoto de la noche anterior que pareció tener su epicentro cerca de allí, otros se dirigían al corazón de la ciudad para congregarse en la plaza principal, donde la estatua del dios Talix se erigía con una imponente presencia, resplandeciendo de manera llamativa bajo la luz del sol.

Tarn, la ciudad céntrica de Tarnes, era el corazón latente de la comunidad Tarnesi. Un punto de encuentro vibrante y lleno de vida que reflejaba la esencia misma del planeta. No bastaba con llegar a la plaza central, para verse envuelto por una explosión de colores y aromas, abrumadores, que inundaban el aire caliente y denso.

No solo el calor del sol se sentía palpable en el aire, sino que la brisa llevaba consigo los aromas tentadores de la cocina vegana, impregnados con hierbas frescas y especias exóticas que despertaban el apetito. Las casas estaban hechas de piedra y barro seco arcilloso, pero las que se encontraban en este lugar parecían forjadas con materiales, no solo más resistentes, sino que se imponían y le daban ese aspecto de grandeza propio de las grandes cosmopolitas. Edificios altos y rústicos, reforzados con pilares imponentes, con aberturas entre sus paredes para darle mejor movilidad debido a los terremotos constantes. La clave de que sobrevivieran estas estructuras, era que pudieran moverse con la tierra y no la resistiera, aunque siempre una que otra terminaba colapsando por el paso del tiempo o la magnitud de la fuerza con que la tierra se mueva.

Por otro lado, estaba rodeada y repleta de un tipo de árbol único del planeta, Tarnusiaga, una planta asombrosa que parecía ser la fusión entre un roble y un cactus; con un imponente tronco de corteza rugosa que se elevaba hacia el cielo, mientras que en lugar de hojas, enormes brazos de cactus se extendían en todas direcciones, creando una impresionante maraña de formas y texturas, que, además, estaban adornados con flores exóticas y coloridas, que añadían un toque de belleza y fragancia.

La Plaza Tarn, era más que un simple espacio público; era el alma misma de la ciudad, un lugar donde los Tarnesi se reunían para celebrar, socializar y conectarse con su comunidad y su entorno. En sus rincones se podían encontrar puestos de mercado con productos locales, áreas de descanso sombreadas por la frondosa Tarnusiaga y bancos tallados en piedra. En el centro de esta, la estatua del dios Talix.

No había nadie que llegara a la plaza y no fijara sus ojos en aquella estatua. No solo superaba en altura los edificios y los árboles, sino que, en su forma esculpida, Talix aparecía como un ser divino, con una combinación única de fuerza y delicadeza: una figura esbelta y musculosa, aunque delgada; el rostro de Talix, había sido tallado con precisión y detalle, pues exhibía una serenidad inquietante y una mirada penetrante que parecía traspasar el alma de aquellos que lo contemplaban. Sus ojos, profundos y llenos de conocimiento, reflejaban una mezcla de amabilidad y astucia, como si estuviera al tanto de todos los secretos del universo. Los cuernos cortos que adornaban su cabeza conferían un aire majestuoso y regio, mientras que su cabello corto y desenredado parecía ondear alrededor de su rostro, añadiendo un toque de misterio.

A pesar de su aspecto descuidado, cada detalle de la estatua fue diseñado para transmitir su divinidad y grandeza: la túnica vieja y desgastada que cubría parte de su pecho mostraba signos de batalla y adversidad, con cicatrices y heridas que asomaban por debajo de la tela raída. A pesar de sus intentos por ocultar su pasado turbulento, las marcas de su historia quedaban al descubierto, recordando a todos que incluso los dioses no estaban exentos de sufrimiento y lucha. Y sus pantalones cortos y holgados, sujetos por vendas que simulaban un cinturón improvisado, añadían un toque de informalidad a su atuendo, reflejando su conexión con la tierra y la naturaleza.

Aunque la devoción por Talix era casi universal entre los Tarnesi, Telos no podía evitar cuestionar las historias y rumores que circulaban sobre él. No le agradaba la idea de que Talix fuera retratado como un hijo rebelde, desobediente a las normas establecidas, que fuera un ser... un tanto monótono y holgazán. Además, encontraba irónico cómo muchos seguían la moda inspirada en el dios, vistiendo prendas de tonos marrones y cuero, algo que él mismo hacía aunque no estuviera completamente convencido de ello. Aun así, Telos prefería no enfrascarse en esos pensamientos.

Se detuvo un momento en su camino. Cilo le miró curioso. Su padre siempre se cuestionaba porque su hijo solía tener comportamientos tan inusuales como ese. Pero sabía que debía ser algo serio, porque como otras veces, vio a su hijo agacharse al suelo para pegar su oreja a la tierra, como si escuchara algo que solo él podía. Y en efecto, Telos podía oír un sonido vibrante y resonante, como si fueran pulsaciones constantes o un suave zumbido, o un eco profundo que reverberaba a través del suelo; creía que transmitían no solo palabras, sino también emociones y sensaciones. Pero no lo entendía.

Él conocía que era el único Tarnesi que podía tener aquella experiencia sensorial única y profunda, como sentir el latido del planeta mismo resonando en su interior. Podía percibir su sabiduría ancestral, que no solo llamaba su corazón, sino su alma. ¿Qué le decían?

—¿Telos? ¿Qué sucede? —Cilo llamó la atención de su hijo con una preocupación reflejada en el rostro.

Telos no solo percibió la incomodidad de su padre, sino que vio como los Tarnesi de su alrededor habían dejado sus quehaceres para observarle. Arqueó las cejas y se cruzó de brazos, yendo hacia su padre.

—Solo estaba escuchando... —comenzó a decir Telos, pero fue interrumpido por el gesto de su padre.

—Lo sé, lo sé. Estabas tratando de escuchar lo que la tierra tiene que decir, ¿verdad? —dijo Cilo, con una sonrisa comprensiva.

Telos asintió, aunque no del todo convencido de tener que explicarse.

—Pero ¿qué tal si dejamos que la tierra hable por sí misma? No necesitas forzar tus sentidos más de lo necesario, ¿cierto? —Cilo puso una mano reconfortante en el hombro de su hijo. Telos arqueó una ceja, intrigado por la seriedad en la voz de su padre.

—¿Qué pasa, padre?

Cilo tomó una pausa antes de continuar, eligiendo sus palabras con cuidado:

—Sabes, hijo, he notado que últimamente te has estado distanciando un poco de las actividades de la comunidad. Y aunque respeto tu deseo de seguir tu propio camino, no puedo dejar de preguntarme si estás considerando todas las opciones disponibles para ti. —Miró a Telos con una mezcla de preocupación y orgullo—. Eres único, Telos. Tienes un don que ningún otro Tarnesi posee. ¿Estás seguro de que no quieres explorar todas las posibilidades que se te presentan?

Telos bajó la mirada, reflexionando sobre las palabras de su padre. Sabía que su familia siempre había esperado que siguiera el camino de los guerreros que servían a Talix, perfeccionando sus habilidades y contribuyendo al bienestar de la comunidad de esa manera. Pero él no sentía ese llamado con la misma intensidad.

—Lo siento, padre. Sé que todos ustedes quieren lo mejor para mí, pero... —vaciló, buscando las palabras adecuadas—. Para mí, mi propósito está claro. Ayudar a los que me importan, proteger a los que lo necesitan. No necesito ser un guerrero para sentirme satisfecho con mi vida.

Cilo entendía que era una discusión que no los llevaría a ningún lado. Si algo tenían los Tarnesi en general, era ese indicio innato de terquedad. Por eso, para Telos, su propósito estaba claro: ayudar a los suyos y a sus amigos más cercanos. ¿Qué más necesitaba para sentirse satisfecho? ¿Por qué su familia debía insistir tanto?

Cilo no le dio más vueltas al asunto y siguieron caminando. Cuando comenzaban alejarse del centro y la fachada alta e imponente comenzaba a descender, mostrando una zona un poco más rural, descuidada y rústica, con techos marronáceas en comparación, Cilo no pudo evitar que la preocupación en el rostro de Telos no había menguado.

—Parece que tienes algo en tu cabeza que no para de darte vueltas, ¿seguro que has dormido bien y no con los cuernos de lado? —bromeó un poco Cilo, provocando que Telos despertara de sus pensamientos.

—Nada en especial, padre, solo un poco preocupado por el abuelo Eno, nada más —respondió sin darle importancia a lo que pensaba. Prefería no profundizar en sus verdaderas preocupaciones, puesto que eso podría desencadenar una discusión con su padre o sus familiares en general. Algo que quería evitar a toda costa—. Apurémonos, quiero que el abuelo pueda descansar.

Telos siempre cuestionaba la razón por la que su abuelo tuviera que vivir no solo alejados de ellos, sino fuera de la ciudad. Eno era un hombre solitario y algo cascarrabias, tenía un profundo aprecio por la vida y una conexión especial con la naturaleza que lo rodeaba. Valoraba no solo las relaciones humanas, sino también todo lo que la tierra tenía para ofrecerle... y ni hablar de su devoción por cada uno de los dioses que habitaban su planeta. Quizás por eso su abuelo prefería vivir apartado de la bulliciosa ciudad.

Cuando llegaron, se encontraron con la casa de Eno en un estado desolador. Sus paredes, antes robustas y seguras, ahora estaban desgarradas y agrietadas, como si la misma tierra hubiera querido devorarlas. El techo era poco más que un amasijo retorcido de tierra y rocas quebradizas, expuesto al cielo como un lamento silencioso. Los marcos de las ventanas estaban retorcidos, las puertas colgaban de sus bisagras como si hubieran sido arrancadas. Era un panorama desgarrador, y la visión entristeció a Cilo.

—Que lamentable... parece mucho peor que la última vez —reconoció Cilo, con pesar.

Telos suspiró. El daño era más grave de lo que recordaba. Aunque había reforzado las paredes, debió de haber sido un movimiento sísmico demasiado intenso para desencadenar tal devastación. Crujió los dedos mientras se acercaba lentamente, y luego posó sus manos en la tierra. Cerró los ojos y se concentró..

—Hijo, necesitas...

—Padre... Necesito un poco de silencio —interrumpió Telos, sabiendo que su padre quería ayudar de alguna forma. Pero la mejor era esa, haciendo silencio.

Aunque tenía un dominio notable sobre su habilidad, no significaba que pudiera enfrentarse a cualquier obstáculo con sus sentidos saturados, en especial en un momento como ese, donde reconstruir el hogar de su abuelo requería una concentración total para evitar que los futuros terremotos lo derribaran de nuevo. Si su abuelo viviera en la ciudad, si estuviera un poco más cerca de ellos y no alejado de todo...

Respiró hondo.

«Zasitra tus mokas y sentiwa arleza, anishta y zirras, somuwa parta de tri, estamus kontigo, Telos.» Abre tus manos y piensa en la fuerza, respira y siente sus vibraciones, somos parte de tí, estamos contigo, Telos. Era la primera vez que podía entender, los susurros que provenían de la tierra.

Sonrió por inercia. Mantuvo la calma y movió poco a poco los brazos, abriendo sus manos como se le había indicado, sin apartarla del suelo. Y sintiendo el bramido del suelo, como un rugido atronador que reflejaba una fuerza ancestral, vio como las piedras comenzaron a moverse en el aire con un ritmo lento, como si estuvieran bailando obedeciendo los deseos de Telos.

Entonces, Cilo lo vio: Las rocas dispersas y desordenadas, fueron las primeras en moverse al compás de su voluntad, como si Telos fuera un director de orquesta. Los muros, antes derruidos y desmoronados, comenzaron a alzarse con lentitud, piedra sobre piedra. Las rocas se entrelazaban unas con otras, formando una estructura sólida y resistente que se elevaba hacia el cielo con majestuosidad. El techo, se reconstruyó ante sus ojos con una velocidad asombrosa. Las vigas de hierro se alzaron en el aire, entrelazándose con los muros de piedra para reforzar la estructura, y hacerla más firme y segura. Nuevas aperturas, como pequeñas líneas —las famosas juntas sísmicas—, se forjaron entre los muros para absorber las fuerzas producidas por un terremoto y permitir que el edificio se moviera de manera controlada y así reducir el riesgo de daños estructurales graves.

Las puertas y ventanas fueron restauradas; era el último toque que necesitaba. Telos guió sus manos con destreza, moldeando las rocas con delicadeza y precisión hasta que cada puerta encajó perfectamente.

Cilo miró todo aquello con admiración. Sus ojos tenían una mezcla de sorpresa y estupefacción, acompañado con una boca abierta de la que no emitió sonido alguno.

—¡Por Talix! ¡Y que me permita decir su nombre! ¡Que rápido y eficaz ha sido eso, hijo! —gritó Cilo con orgullo, provocando que Telos abriera los ojos con cierta molestia—. Siento interrumpirte y gritar así, pero cada vez te superas más.

Telos se dio el tiempo de admirar el nuevo hogar de Eno. Era cierto que, con las nuevas mejoras, podría destacar de las otras casas de la zona. Se echó hacia atrás para descansar un poco, con la respiración un poco agitada y el sudor corriendo por la frente, cuando sintió una vibración fuerte.

«Zirwaxila trix aszomas, Telos...», Vienen, ya vienen, Telos. Escuchó decir a la tierra, provocando que sus oídos se agudizaran y sintiera un temblor en las manos y en los oídos, acompañado de unos gruñidos que le provocaron escalofríos, mezclados con un suave pitido de fondo. Le costaba respirar, ya que lo que comenzó como un único sonido se multiplicó en miles, en millares. Además, le invadió una opresión en el pecho cuando una sensación de muerte, sed de sangre y violencia le arremetió.

Aquello... no era propio de un Tarnesi u otra criatura que habitaba en Tarnes, aquello... ¿Qué era?

—Tampoco es para tanto —contestó finalmente Telos a Cilo, intentando controlar su nerviosismo y el miedo que lo invadía, levantándose del suelo.

—¡Sí que lo es! Telos, de verdad lo digo, tienes veinticinco años y un dominio de la tierra apto para ser parte de los guerreros de Talix, ¿por qué no consideras esa opción? —insistió su padre, cruzando los brazos y mostrando un rostro que denotaba duda y preocupación.

«Parecéis piedras rayadas por niños Tarnesi. Ya os he dado la respuesta...», pensó Telos, irritado, poniendo su mano derecha en el entrecejo mientras soltaba un suspiro. Pero algo más lo preocupaba en ese momento. Lo que escuchó, las palabras de la tierra y ese ejército de monstruos, le transmitían una sensación de inquietud. Volvió a tocar la tierra para asegurarse, cerró los ojos y se concentró, pero solo hubo silencio. Uno profundo y perturbador. ¿Se estaría volviendo loco? Decidió no prestarle atención, creyendo que era solo una equivocación.

—¿Telos? —escuchó de nuevo a su padre. Vio mirarle fijamente, con aquella insistencia terca que le sacaba de quicio.

¿Cómo se lo iba a dejar claro? No solo a él, sino también a su madre Alena, quien seguramente se encontraba en casa cuidando de Eno o dando un paseo por el centro de Tarn. Todos en su familia repetían las mismas palabras, y aquello no solo le angustiaba demasiado, sino que le estaba hastiando.

No era nadie, no era nada especial. Solo un Tarnesi más que controlaba la tierra y ahora no solo la escuchaba sino que podía entenderla. Ayudaba a los suyos y a nadie más. ¿Por qué habría de servir a un dios del cual dudaba de sus capacidades? ¿No sería hipócrita de su parte? No solo eso, prefería cuidar a los más cercanos. Sí, era egoísta de su parte, pero era su elección. Solo quería preocuparse por aquellos que le habían dado cariño y cuidado desde que nació. ¿Por qué estaba mal eso?

Eso le era suficiente, pero explicárselo a su familia era complicado.

—Da igual, papá, es algo que lo consideraré, pero sabes que la respuesta más probable es que sea un no —aseguró Telos.

—¡Telos, por favor! Considéralo, ya no solo serías uno de los guerreros más importantes, ¡sino que podrías conocer a los otros signos que habitan en nuestro universo!

Conocer otras razas, otros universos... Telos sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar esas palabras. Claro que había oído hablar de los demás signos como Capricornio y Virgo, aquellos que también dominaban la tierra, aparte de Aries y Cáncer, quienes eran compatibles con ellos, demostrándolo con su amabilidad y su deseo de vivir con ellos y mezclarse, pero no pudieron debido a las incómodas condiciones del lugar, y viceversa.

Pero, ¿explorar otros universos? ¿Conocer otras razas? ¿Enfrentarse a aventuras peligrosas y desconocidas? Una parte de él se emocionaba ante la idea, sintiendo la llamada de lo desconocido y la posibilidad de descubrir los secretos del vasto y misterioso universo. Sin embargo, otra parte de él le aconsejaba mantenerse en su lugar, en su zona segura. Sabía que, aunque su mundo albergaba sus propios peligros, como los seres místicos que rara vez se dejaban ver, al menos tenía a su familia y a los suyos para protegerlos.

¿Era malo conformarse con la comodidad de lo conocido? ¿Era erróneo querer estar junto a los suyos y protegerlos?

—Ya veré, papá... ya veré...

Fueron las pocas palabras que pudo pronunciar mientras volvían a casa, listo para —posiblemente—, otra conversación similar con su madre Alena y su abuelo Eno. 

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