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Juramento de Hierro: Parte II


Capítulo 10

Astri intentó evocar cada paso que había dado años atrás, cada palabra que Dag le había dicho. Permanecer inmóvil no era una opción; dudaba mucho que esta vez tuviera la suerte de encontrar una cueva cómoda donde pudiera descansar y resguardarse de los peligros que la acechaban. Zigzagueó con agilidad entre los árboles, cuidándose de que ninguno de ellos la rozara. El recuerdo de aquellas hojas cortando y quemando su piel frágil la golpeó como un bumerán de emociones. Sentía el miedo en sus entrañas, pero lo ocultaba con la misma destreza que una actriz en el escenario, consciente de que, aunque estuviera sola, los dioses nunca bajaban la guardia

Avanzó un poco más, cuando un rugido familiar alcanzó sus oídos. No podía creer que aquello le estuviera sucediendo a ella. Otra vez. Las posibilidades de cruzarse con un Drakbjörn no eran tan altas como se podría imaginar; eran criaturas torpes, que rara vez se aventuraban en la densidad del bosque. Aquello debía ser una burla cruel del destino, y estaba convencida de que los dioses, dondequiera que estuvieran, se reían a carcajadas de su desgracia.

Con cuidado se dio la vuelta, con los músculos tenso, obligándose a sí misma de no hacer un movimiento demasiado brusco, incluso, había dejado de respirar. Sabía que el más mínimo error sería fatal para ella y una bendición para la bestia. Pero entonces, una chispa de esperanza la atravesó: el Drakbjörn no estaba solo. Alguien más luchaba contra él. Astri empuñó su espada, pero se mantuvo casi inmóvil.

Por un instante, Astri pensó que estaba frente al mismísimo Balder, peleando con valentía contra aquella criatura, asestando golpes precisos, firmes y refinados, con una destreza casi divina. Pero no era él.

No podía negarlo, desde que se habían presentado los juegos, aquel hombre había llamado su atención. Ya lo había visto, y como a ningún otro. Para ella, aquel joven era diferente, perfecto. Tenía la piel tan pálida como la luz de la luna, pero no era tan fría u olivácea como para parecer desagradable. Sus cabellos, perfectamente peinados, tenía el mismo color dorado que adquirían los rayos del sol después de un salvaje mediodía. El joven desvió la mirada de la bestia, y sus ojos, de un azul tan intenso como los ornamentos de sus ropas, se encontraron con los de Astri, suplicando ayuda. Sus labios finos formaron palabras, en gritos, que los rugidos del Drakbjörn ahogaron antes de que pudieran llegar a los oídos de ella.

La escena la hipnotizó: la bestia fiera y el encantador caballero de armadura plateada luchaban hasta que uno de ellos pereciera. Era tan terriblemente poético que, por un momento, Astri comenzó a hacer sus apuestas mentalmente, una danza entre la vida y la muerte. Pero con una pizca épica que Dag no logró demostrar.

Frente a ella, la criatura se erguía imponente, con aquella piel gruesa, oscura y rugosa; los colmillos relucían bajo la luz, fuera de la luna o el sol, no estaba segura, que se proyectaba entre los árboles metálicos. Aquel caballero no era un simple mortal. Vio cómo el acero de sus brazos se metamorfoseaba, tomando formas. Primero, sus brazos se alargaron, convirtiéndose en lanzas afiladas que se lanzaron hacia la bestia con la velocidad de un rayo. El Drakbjörn rugió de dolor cuando una de las lanzas penetró en su costado, pero no retrocedió; al contrario, arremetió con una furia renovada.

El caballero no se detuvo. Su armadura parecía pulsar con vida propia, y en un abrir y cerrar de ojos, las lanzas se transformaron en una serie de cuchillas giratorias que giraron a una velocidad vertiginosa. Y con un movimiento ágil, el caballero se deslizó bajo la bestia, cortando a su paso la carne endurecida del monstruo. La sangre verduzca salpicó el suelo, y el Drakbjörn soltó un alarido que resonó por todo el bosque.

Pero el caballero, lejos de estar satisfecho, cambió de táctica. Sus brazos se transformaron nuevamente, esta vez en un par de martillos pesados, cargados con la fuerza de mil tormentas. Saltó hacia el Drakbjörn, sus pies apenas tocando el suelo, y con un grito de batalla, descargó los martillos sobre la criatura. El impacto fue tan fuerte que el suelo tembló, y el Drakbjörn se tambaleó, aturdido por la fuerza del golpe.

Sin embargo, la bestia no era fácil de derrotar. A pesar de sus heridas, se lanzó contra él con sus fauces abiertas y listas para devorar. Pero el caballero estaba preparado. Con una rapidez asombrosa, sus brazos se transformaron en un par de lanzas, otra vez. Las lanzó directamente a la garganta del Drakbjörn, atravesando la carne y el hueso con facilidad. Pero eran demasiado delgadas para poder hacer algo realmente.

Entonces, la bestia se sacudió, gimiendo un poco de dolor. Posó su mirada sobre Astri. Y en aquellos ojos pudo predecir lo que pensaba. Y antes de que pudiera reaccionar, arremetió contra ella. Pero como todo caballero, aquel hombre corrió con rapidez y se interpuso entre ella y la criatura, empujándole. Astri cayó al suelo, recordó a Dag nuevamente y se sintió como una niña de nuevo. Se asustó de que aquel joven tuviera la misma suerte que su amigo, pero lo que encontró fue más asombroso: El caballero no solo detuvo con mera fuerza bruta a la criatura, introduciendo sus brazos en las fauces sin miedo a los filosos colmillos, sino que vio cómo su cuerpo no parecía afectado por esta.

¿Cómo era posible? Se preguntó, sabiendo que el Acero Vördurstal, era el metal más duro. A menos que...

No pudo pensar demasiado, porque su mente colapsó cuando vio a la criatura engullirlo por completo. Parecía que se había cansado de forzar sus dientes, y decidió tragarlo entero, como una vil boa constrictora. ¿Qué estaba haciendo? Debía ayudar a aquel hombre en lugar de quedarse allí, paralizada por su belleza y perfección, sin hacer nada. Astri gritó, pero la criatura no pareció notarla. estaba demasiado concentrada en su banquete. La culpa la invadió; si hubiera intervenido antes, tal vez él seguiría con vida.

Ella se levantó, ahora angustiada y dispuesta a asesinar a aquella bestia. Caminó con furia hacia el Drakbjörn, aprovechando que continuaba distraído. Debía eliminarlo o pronto ella sería el segundo plato del día; cunado un ruido desagradable comenzó a emanar del monstruo, como si sus entrañas estuvieran siendo trituradas por algo metálico. Sintió una onda expansiva que la mandó a volar con fuerza hacia atrás. Impactó contra un árbol, gimió, pero su propio cuerpo en automático la hizo rodar a un costado con rapidez. Segundos después, vio hojas caer con peligrosidad de aquel árbol, sabiendo que pudo experimentar las mismas cortadas de niña de no haberse movido.

Vio como la bestia soltó un último gemido, sus ojos se apagaron, y finalmente, cuando la mitad superior de la criatura iba a caer al suelo, una explosión ocurrió, enviando la carne de la bestia a volar por todos lados, salpicando un poco sus vestiduras, y algo muy parecido a un pedazo de ojo le cayó en su cabello. Al igual que todo lo del Bosque de Hierro, esta también era blanda por dentro.

Había perdido la capacidad de hablar. Ni siquiera un grito horrorizado salió de su garganta. Tembló, sintiendo la repulsión que aquello le ocasionaba y el vómito se le acumuló en su boca, pero no se sintió con fuerzas para soltarlo.

Entonces, el milagro ocurrió. De la otra mitad, entre las tripas y sesos de la criatura, algo comenzó a moverse de forma convulsa. Contornó los ojos, y vio que, lo que surgía de aquella masa repugnante, era el joven, intacto, sin ningún rasguño o algún daño, y con sus brazos transformado en dos cañones tecnológicos que resplandecían con fluorescencia. ¡Estaba vivo!

Dejando a un lado cualquier rastro de asco o egoísmo, Astri corrió hacia él. La felicidad que sentía, hacía que su corazón se volcara en su pecho. Al llegar, pasó los brazos del joven rubio sobre sus hombros y luchó por levantarlo. Sintió sus propias piernas flaquear bajo el peso, pero ni siquiera le importó; lo único que importaba era sacarlo de aquel nido de tripas y carnes aceradas.

—Ya podrías haberme ayudado —gruñó él con voz ronca, pero algo débil; aunque sus labios esbozaron una sonrisa traviesa—. Para la próxima, ten en cuenta que cuando alguien te grita por ayuda, es mejor que respondas al llamado.

—Lo siento mucho —replicó Astri, con las mejillas enrojecidas de la vergüenza, intentando no tropezar.

A medida que avanzaban, Astri notó que él parecía más pesado de lo que había anticipado, pero no era solo eso: también era extraño que no mostrara más signos de dolor o debilidad. De repente, el peso sobre sus hombros se aligeró, y ella lo miró con el ceño fruncido.

—¿Estás... fingiendo? —preguntó, soltándolo de golpe al darse cuenta de que él estaba apenas apoyándose en ella.

El rubio aterrizó con suavidad en el suelo, sonriendo con un brillo burlón en sus ojos azules.

—¿Cómo es posible que te estés recuperando tan rápido? —preguntó Astri, entre la sorpresa y la irritación por haberse dejado engañar—. ¿Cómo es posible que no tengas ni un solo rasguño? —Había un rastro de desconfianza en Astri que en ese momento mostraba de forma evidente—. Yo ni siquiera estuve en el interior de la criatura y tengo más arañazos en el rostro, que cabellos en la cabeza.

Él se levantó con facilidad, sacudiéndose el polvo plomizo de su armadura, que ahora parecía casi intacta.

—Eso es porque tú, a diferencia de mí, puedes ser herida con facilidad —su tono le resultó a Astri innecesariamente engreído—. Soy un ser biónico, tú eres humana.

—¿Un ser biónico? —cuestionó ella, intentando entender del todo.

—Soy un Neobótico, un ser biónico de alta tecnología que tiene curación acelerada —explicó, mientras veía como el metal parecía licuarse sobre sí mismo, hasta brillar al contacto de la luz—. Partes de mí son robóticas, pero mi conciencia es humana. Vivo más tiempo que los humanos comunes, y aunque me haga daño, mis heridas se curan a gran velocidad regenerando los tejidos y circuitos. Además, soy inmune a algunos daños físicos. Todos los seres de Neobótico estamos diseñados con acero Vördurstal, el mismo que se origina en este planeta. Así que no te preocupes demasiado por mí.

Astri lo miró con incredulidad, y luego dejó escapar una carcajada, dándose cuenta de lo absurda que había sido la situación.

—¡Te creí completamente indefenso! —exclamó, sin poder contener la risa—. Esto es increíble —reconoció ella con fascinación—. Mi nombre es Astri, por cierto.

—Lo sé... Y sé que también sabes quién soy por esa primicia en el Salón de los Espejos. Sin embargo, por cortesía —extiende su mano hacia ella—. Soy Tronic.

Una sonrisa encantadora se formó en el rostro del ser biónico, provocando una leve sensación de hormigueo en el estómago de la valkiria. Astri no había tenido la oportunidad de compartir mucho tiempo con hombres, pero estaba convencida de que ninguno podría llegar a ser tan encantador como aquel, ni siquiera Balder.

—No vuelvas a engañarme —enfatizó ella, a modo de advertencia, aunque su expresión en su rostro mostraba una admiración que no pasó desapercibido para Tronic.

—¿Y perderme la oportunidad de que una hermosa valquiria me salve? Ni en un millón de años —respondió él, con un guiño juguetón.

Continuaron el trayecto juntos, entre los árboles intrincados, el silencio perpetuo y la maravillosa fauna característica y curiosa que El Bosque de Hierro poseía. No tardó demasiado para que ambos pudieran oír un murmullo constante, como el de una conversación entre la naturaleza y el viento, o como el aplauso suave y rítmico de la tierra celebrando su propio ciclo de vida.

—Es agua —exclamó con experticia Astri, abriendo los ojos de la impresión—. Seguramente es un río.

—¿Hay ríos en este lugar? —preguntó Tronic sin poder creerlo.

—¿Qué crees que beben los Ferrum? —cuestionó ella, como si fuera lógico.

—No lo sé, ¿acero ardiente? —Bromeó Tronic, pero solo recibió una mirada incrédula por parte de Astri, antes de comenzar a seguirla.

Mientras caminaban con prontitud, la mente de Astri estaba invadida por una sola motivación: un baño. Necesitaba limpiarse de toda aquella porquería. El olor de la sangre del Drakbjörn era agrío y repugnante, con aquel toque metálico que ella tanto odiaba.

Astri no pudo evitar observar a su acompañante. A pesar del combate, estaba sorprendentemente limpio, como si su propio cuerpo repeliera cualquier imperfección. De cerca, era aún más impresionante; su rostro carecía de defectos, sin una sola peca o lunar. Su piel era tan suave y brillante que comenzaba a entender las razones por la que Balder le escogió.

Guiados por el sonido del agua, llegaron hasta la fuente de agua. A un costado, vieron una cascada pequeña que caía con un estruendo resonante, y disonante al silencio que envolvía al bosque, un torrente de agua que parecía fluir desde las entrañas de aquel lugar y que chocaba contra las rocas metálicas, de un gris profundo y con bordes afilados pero alisados por la corriente constante, en su descenso, creando un sonido que combinaba la fuerza del metal con la suavidad de un susurro, y entre el rugido de una forja y el murmullo de una brisa fría. El río que nacía de la cascada se extendía como una serpiente de plata, con el agua reflejando un tono grisáceo debido al suelo arenoso y plomizo que yacía bajo su superficie.

Ambos se inclinaron para tomar agua entre sus manos, lavando las partes del cuerpo que habían sido alcanzadas por los restos de la criatura. Aunque no tenía sentido la acción de Tronic. Mucho menos, que sumergiera por completo en aquellas aguas, cuando ella lo hizo. ¿Con qué motivo si siempre estuvo limpio?

Lo curioso era que el agua se sentía suave, sorpresivamente, aunque su color no inspiraba confianza. Había una frialdad peculiar en ella, como el toque helado de un metal recién templado. Debía ser un suicidio meterse en aquellas aguas, puesto que Astri estaba segura que eran más frías que un río convencional en La Tierra, ella debería verse afectada, pero ya no era humano, no totalmente pues su condición de valquiria le convertía en algo más. Por eso, aunque fuera una locura, limpiar sus heridas le proporcionaba más alivio que miedo.

—¿Cómo es que los de tu raza existen? No se podría tener una conciencia humana, sin serlo —Astri no aguantó la pregunta al verlo de forma directa.

Aunque Tronic aparentaba tener unos treinta años, sus ojos azules reflejaban una sabiduría y una experiencia que desmentían su juventud. A diferencia de los de Astri, que ocultaban los recuerdos más tristes en lo profundo de su ser, los de él no hallaban ese sentimiento, sino una confianza y una determinación desbordante que, ¿para qué mentir? Eso era lo que más le atraía de él. Allí comprendió que podría haber pasado toda la vida perdida en esa mirada.

Tronic, por un momento, pareció considerar sus palabras antes de responder.

—No siempre fuimos así —comenzó, su voz tenía un matiz suave y firme a la vez—. Mi raza, los neobóticos, nacimos de la necesidad. Hace siglos, los humanos enfrentaban una amenaza que ninguna carne y hueso podía resistir.

Se detuvo un momento. Astri comprendió que algo pasaba por la mente del ser biónico. Lo que no sabía es que él recordaba su propio ensamblaje: efigies divididas de una estancia de laboratorio, luces radiantes encandilando sobre tableros llenos de dispositivos, y sobre un armazón, expertos trabajaban con precisión. Vio la integración de tejidos artificiales y células con fragmentos de ADN humano en su composición, y vio destellos de aquellos primeros momentos, cuando las redes neuronales artificiales se conectaban y cobraban vida dentro de su estructura.

—¿Qué amenaza? —preguntó Astri, intrigada.

Tronic le dio una mirada, pero luego sus ojos se sumergieron a las aguas del rio, mirándose las manos como si estuviera intentando desarraigar su historia de la piel.

—Tú debes saber que los Nueve Mundos, en realidad, representan universos y dimensiones, lo que significa que lo que creemos conocer es más complejo de lo que en realidad es. Es posible que un humano venga del mismo planeta, pero de una dimensión diferente y ya cambia todo —agregó, Astri solo asentía expectante—. En nuestra dimensión, hubo una época en la que La Tierra vivió terrores desencadenados por tres reliquias ancestrales: El Corazón Oscuro de un poderoso vampiro, el Ojo del Vacío de un hechicero malvado y la Lágrima del Abismo de una temible criatura marina. La leyenda cuenta que, si se unían estas tres, sería capaz de traer consigo al mismísimo Dabristo, un ser equivalente al Diablo para los humanos.

»Pero, como en toda leyenda mitológica, no solo el mal se levanta, sino el bien. Se dice, que tres legendarios humanos se alzaron, Vladimir el Impalador, Aisha la Hechicera y El Capitán de los Siete Mares, quienes se encargaron de luchar y derrotar a aquellos seres. Pero, no todos los humanos tienen su base en la esperanza. Cuando estos malévolos seres reinaban, hubo un grupo de humanos, algunos con poderes mágicos desconocidos, quienes fueron capaces de llevar a una muchedumbre fuera de La Tierra.

»Así aquellos humanos recorrieron el cosmos, llegaron a este lugar y adquirieron el acero Vördurstal, aterrizaron en Nexus Prime, un planeta con alta tecnología, y no solo aprendieron de su tecnología, sino que entendieron que no tenían por qué regresar a su planeta de origen. ¿Para qué? Tenían mayor avance tecnológico, recursos, mejores habilidades y paz. Además, encontraron uno de los mejores minerales de los universos, el Acronio. Era esta sustancia lo que iba a poder asegurar la supervivencia de su propia raza y la evolución de la misma.

Tronic, mostró su brazo a Astri, y esta vio como una fuente de energía, recorría a través de sus propios sistemas, tejidos y circuitos, al cual denominaban "La Red". Ese era el Acronio.

—Esta energía nos permite adquirir habilidades únicas. Poderes como mi regeneración y otras cosas más. En nuestro planeta, hay una historia peculiar que complementa la historia de nuestro origen, habla sobre Ombra, un nexubita maligno de Nexus prime, que se encargó de liberar reservas de Acronio en el espacio. El Acronio en nuestro mundo, es como la fuente vital de energía, de poder y vida.

»Una sustancia que no nos correspondía a ninguno de nosotros, pero que habitaba en el núcleo mismo de Nexus Prime; su creación está vinculada a los soles gemelos de ese planeta que, al ser absorbida por este, se transformó en una fuente de energía ilimitada que no solo alimentaba al planeta y sus habitantes, sino que otorgaba habilidades extraordinarias a aquellos que podían manejarla.

»Los humanos son seres ambiciosos y banales, pero también curiosos. Una sustancia como esta representaba la cúspide que por sus propios medios no habían podido alcanzar, ni siquiera con la magia. Lo que los llevó a entender e investigar la naturaleza del Acronio. Viajando por la vía láctea, y a medida que rastreaban y emigraban a diferentes planetas en busca de un lugar habitable, comprendieron su potencial.

»Así, mientras el tiempo pasaba, lograron encontrar la combinación de tecnología avanzada de Nexus Prime, con el acero de este lugar y el Acronio, el desarrollo de prótesis robóticas capaces de controlar la energía del mineral, pues sabían que no todos los humanos o mortales eran capaces de soportar el Acronio en sus cuerpos. Pero estaban inspirados por los nexubitas, quienes habían adaptado sus cuerpos con tecnología para manejar el Acronio de forma segura, evitando sus efectos letales. La diferencia, es que estos seres humanos codiciaron lo mismo que habían traído de La Tierra: Inmortalidad y juventud eterna.

»Fue esto lo que llevó a esos humanos a evolucionar a seres biónicos, nosotros los neobóticos, como un efecto de aceptación y adecuación del Acronio para nuestros cuerpos sin necesidad de morir.

»Luego, encontraron a Neobótico, un planeta virgen, en donde se desarrollaron para formar una sociedad avanzada. Por supuesto, todo este descubrimiento planteó desafíos. Sabíamos que no solo en Nexus Prime había Acronio, Ombra se había encargado de esparcir parte de ella a otros planetas, eso nos daba seguridad de que aquellos con la genética necesaria para interactuar con la sustancia podían desarrollar poderes y habilidades, pero también corrían el riesgo de perder el control. Y hasta eso debía llegar nuestra supervivencia: la capacidad de responder ante posibles amenazas.

—¿Cómo es que puedes seguir siendo humano pese a todo lo que me has contado? —argumentó Astri, intentando entender a los de su raza. ¿Eran capaces de sentir?—. Debe ser difícil llevar esa carga —argumentó, casi en un susurro, sin apartar la vista de él.

—No es una carga, Astri. Bueno, los humanos dejaron de ser humanos y ahora eran seres biónicos capaces de sentir, solo por la desarrollada inteligencia artificial que tenían para replicar las emociones. Por eso, en nuestro planeta se celebra El Clausulo, una celebración que representa a la navidad de los humanos, pero que había sido olvidada por nosotros. Solo puedo decirte que también tenemos héroes internos, y fue Autron, un biónico de clase media, quien revivió El Clausulo, diciendo: "No estamos muertos." Somos capaces de sentir, de entender el dolor y la alegría. Y es justo eso es lo que nos diferencia de las máquinas. Y es lo que nos hace valorar la vida, en todas sus formas.

Astri sonrió. Eso significaba que, indistintamente si hubieran perdido lo que biológicamente era humano, esa capacidad de expresar emociones, vivirlas, era lo que realmente hablaba de una humanidad, de su origen real.

—Me alegro que exista alguien como Autron, entonces —afirmó, saliendo de las aguas.

—¿Qué tal si tú y yo formamos un equipo? —propuso Tronic mientras tomaba asiento en un tronco de árbol caído frente a ella.

—¿Un equipo para qué? —respondió, sentándose a su lado.

—Creo que así será más fácil pasar esta prueba—respondió él, como si fuese algo obvio—. Siempre y cuando prometas que me vas a ayudar si somos atacados, creo que trabajaríamos muy bien juntos.

Tronic extendió la mano y la posó con suavidad sobre el brazo desnudo de Astri. Su tacto era más cálido y blando de lo que ella hubiese esperado de un ser biónico. La sensación fue tan reconfortante, tan familiar, que pronto extrañas visiones y sentimientos comenzaron a invadir su mente: vio a Tronic triunfando en batallas y luchando con una fiereza impresionante. Sintió la valentía de ese hombre recorrer cada rincón de su ser; habilidad que como valquiria podía percibir, llevándola a una cálida y fuerte presión que descendió hasta su vientre, obligándola a contener un gemido que se formaba en sus labios.

Ese sentimiento era nuevo y desconcertante, casi irracional e ilógico. Sus mejillas ardieron y su corazón comenzó a latir con fuerza. Estaba excitada, aunque no lo comprendiera del todo.

Aceptó la propuesta de Tronic casi de inmediato, y él le respondió con una sonrisa genuina, llena de felicidad. Había algo auténtico en ese gesto, y ella no pudo evitar sentirse decepcionada cuando él retiró su mano de su cuerpo anhelante. Su mente se nublaba, lo cual era peligroso para una valkiria.

La pureza virginal era el núcleo de sus poderes y lo único que le garantizaba un lugar en el palacio. Si una valkiria sucumbía a sus deseos carnales, todos sus dones desaparecían, dejándola con nada más que su frágil esencia humana. Se recompuso rápidamente, recordándose que pensar en aquello era una pérdida de tiempo. Era fuerte y no podía renunciar a su vida por un extraño que acababa de conocer.

Al final, había decidido acampar allí. Tenían agua, que era un elemento fundamental de la supervivencia. Además, descubrió capacidades extra que la tecnología de Tronic permitía, explícitamente para ayudarle en temas sobre la caza.

Tronic se ofreció a buscar leña después de que Astri le explicara cómo funcionaba ese mundo metálico, donde la parte funcional para encender fuego era abriendo la corteza metálica y exponiendo la cara interna de los troncos. Recolectaron algunos frutos y cazaron algunas aves. La luna, que hasta entonces parecía haberse ocultado en aquel bosque, se dejó ver esa noche. Cerca de su pequeño campamento, los árboles allí, gracias a las rocas esparcidas, no eran tan altos ni densos, lo que permitía vislumbrar parcialmente el cielo, adornado con algunas estrellas.

Era reconfortante, como si la brillante esfera plateada hubiera descendido hasta ellos para prometerles que todo estaría bien y que no estarían solos. Y cuando cenaron, cuyos sabores evocaron en Astri recuerdos de un tiempo lejano con Dag y su madre, la valquiria se dejó caer en el suelo, sintiendo que el mundo, repentinamente, se movía más lento. El bosque estaba en calma, ella estaba en calma.

Entonces, sintió a Tronic detenerse a su espalda, y cada célula de su cuerpo pareció multiplicarse por mil.

—¿Puedo recostarme a tu lado? Creo que puedo proporcionarte el calor suficiente que necesitas si quieres sobrevivir a la noche —preguntó Tronic cortésmente, y ella asintió.

Vio de reojo como se acostaba en la suciedad del suelo junto a ella. Aquel perfil tan perfecto era digno del más puro de los dioses. Sabía que lo estaba idealizando demasiado, pero no podía evitarlo. Desde que fue reclutada nunca había estado en contacto de un hombre en directo, a menos que fueran héroes caídos, muertos en batalla, o fueran los mismos dioses; y, a ellos, solo les debía devoción y respeto, nada más. Fue entrenada y criada para eso.

Pero Tronic era la más perfecta de las criaturas que habían acariciado el universo, y, sin embargo, allí estaba ella, tan imperfecta, tan normal y simple, teniendo el honor de respirar su mismo aire.

Tronic extendió su mano, una mano fuerte y masculina que, a la vez, contenía la calidez de aquellos que nunca habían arado la tierra, y la posó sobre la de Astri; una mano pequeña y cubierta de cicatrices que, de no ser por su tamaño, podría haber sido confundida con la de un hombre. El tacto la hizo vibrar, pero era incapaz de retirarse. Quería seguir sintiendo aquella descarga electrizante y llena de adrenalina por el resto de su vida. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de aquella manera?

Alzó la mirada hacia Tronic y vio cómo sus ojos azules la contemplaban sin vergüenza. Su mirada castaña se sintió pequeña e inofensiva. No hubiese podido echar a correr, aunque quisiera. Tronic entrelazó sus dedos con los de ella y acercó su cuerpo un poco más, haciendo que las llamas de la fogata fuesen lo menos caluroso el bosque. El deseo crecía por ambas partes como una tormenta eléctrica. Ella vio, casi como si el tiempo se volviese más lento, como él, con la misma habilidad de una serpiente en el desierto, comenzaba a unir sus rostros en lo que hubiese sido su primer beso.

Astri se alejó de un salto, cayendo de golpe en la realidad como una mosca atrapada en la telaraña de una araña. Un beso, por inocente que pareciera, era un riesgo que no podía permitirse. Se levantó con las piernas temblorosas y las palmas de las manos sudorosas. Tenía los ojos enfocados en Tronic y sus manos estaba sobre el mango de su espada, había una mezcla de miedo e ira en todo su cuerpo. No había que ser muy inteligente para saber que estaba lista para atacar de ser necesario.

Era la primera vez en su vida que enfrentaba una situación así, y deseaba que fuera la última. Nada que le hiciera dudar de sí misma podía ser bueno. Tronic pareció sorprendido por la reacción de la valquiria y se levantó junto a ella con un rostro preocupado. Quizá, si Astri fuera una mujer normal, habría podido dejarse llevar por él, yacer en sus brazos hasta que el sol les quemara la piel, y olvidar lo sucedido, porque ya lo habría hecho mil veces antes. Pero Astri no era una mujer normal, y nunca lo sería.

Además, estaba el hecho de que estaban compitiendo. ¿Quién podría decirle que esa no era, precisamente, la estrategia que Tronic buscaba? Con facilidad Balder le pudo haber proporcionado la información sobre el juramento de las valquirias, la real virtud de nuestro poder y querer quitársela solo para completar el desafío y quitarle sus probabilidades de victoria. Tronic podía ser verdugo y ella no podía ser tan estúpida para confiarse.

—¿Hice algo mal? —preguntó con cautela y angustia él, alzando las manos como intentando calmarla—. ¿Sucedió algo?

Astri solo lo miró. No encontró adecuado contarle su realidad o lo que sucedía dentro de ella. Le tembló la mandíbula y tuvo que apretarla para parecer más fuerte. Nunca había pensado en el futuro porque nunca había sentido que tenía un futuro en el cual pensar, pero en ese momento se dio cuenta de algo terrible: al final de su vida, estaría sola, sin amor, viviendo exactamente como aquellas viejas valquirias de las que ella y sus amigas se burlaban a diario por ser amargadas y peleoneras. Por ser quienes eran. No tendría descendencia, ni la complacencia de tener una familia. Incluso los dioses se permitían extender su linaje, ¿por qué ellas no?

—A partir de aquí, seguiré sola—sentenció con rudeza—. No vuelvas a cruzarte en mi camino, porque la próxima vez no seré tan amable.

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