Entre Ilusiones y Engaño
Capítulo 3
Alfheim: Tierra de Elfos.
La noche se apoderaba del bosque, engullendo cada rincón de la extensa vegetación en sombras que conferían al lugar una atmosfera solitaria y fría. Los animales se resguardaban en sus madrigueras, conscientes del peligro que acechaba en la oscuridad.
En el reino de Alfheim, la naturaleza desplegaba su magnificencia con una profusión de árboles de todas las formas y tamaños, así como flores que desprendían una belleza cautivadora y única. Los aromas dulces danzaban con la brisa nocturna, como si se tratasen de pequeños intrusos, creando fugaces momentos de paz y consuelo. De la tierra brotaban suaves y vívidos pastizales que acariciaban con delicadeza cada paso, convirtiendo el bosque en un verdadero paraíso para la vida. Pero las penumbras impedían admirar la majestuosa hermosura que aguardaba más allá.
Detrás de las sombras se extendían territorios llenos de colores y paisajes inolvidables para cualquier mortal que osara adentrarse en el territorio de los Ljósálfar. El dios Freyr había bendecido a esta noble raza, otorgándoles una conexión única con la naturaleza y un estatus elevado en el reino de Alfheim. Para Freyr, eran la encarnación de la luz, la perfección y la paz; seres benevolentes y protectores de la naturaleza.
En medio de aquel bosque, Angeló halló un refugio para descansar de sus interminables viajes, aunque sabía que su presencia no sería bien recibida. Él era un Æthar, considerado un error por los Ljósálfar y los Dökkálfar, los Elfos de la Luz y los Elfos Oscuros, respectivamente. Su raza era vista como una mancha en la historia.
Los Æthar se asemejaban a los humanos, pero tenían una longevidad superior. Tenían una afinidad única con una esencia llamada Éter que les permite la propiedad mágica de hacer una alquimia exitosa. Eran exploradores intrépidos, capaces de viajar entre los mundos para compartir conocimientos con otras razas, y solían ser pacíficos, pero engañosos. Muy engañosos.
Junto a una fogata, Angeló encontró algo de compañía para sobrellevar el clima gélido. En sus amarronados ojos las llamas del fuego se perdían, mientras el crepitar de la madera parecía calmar sus nervios. Extendió sus manos intentando ser envuelto por su calidez, sin embargo, por más que la sintiera, la amargura que habitaba en su ser persistía, manteniéndose una sensación fría que no parecía mitigarse. A pesar del calor de las llamas, la soledad lo perseguía, la brisa parecía susurrarle palabras angustiantes que entristecían su corazón e intoxicaban su mente.
El sonido de la respiración de sus dos caballos rompió la concentración de Angeló, quienes dormían plácidamente al lado de la carreta. Irradiaban un aura de compañerismo y hermandad que creaba una escena enternecedora y envidiable para él.
Con un suspiro pesado, Angeló intentó deshacerse del mal sabor de boca que lo molestaba y volvió a perderse en las llamas de la fogata. Ahora que estaba solo, podía abandonar las caretas que siempre llevaba puestas para engañar a los demás, caretas tan elaboradas que a veces incluso lograban engañarlo a él mismo.
—¿Vas a visitarme otra vez en mis sueños? —susurró, esbozando una sutil sonrisa—. ¿O esta vez me dejarás descansar? —preguntó mientras se ponía de pie y se dirigía hacia su carreta.
Abrió uno de los muchos estantes que había construido, necesitaba muchos espacios para organizar todos sus productos. Por cada rincón y lugar, se extendían frascos de vidrio con brebajes coloridos. Cualquier experto en alquimia quedaría anonadado ante la cantidad de pociones que se mostraban con elegancia y profesionalismo, una prueba irrefutable de las talentosas habilidades de Angeló. Sin importar el lugar al que fuera, lograba vender con éxito todo lo que se proponía, gracias a su perspicacia y la facilidad con la que endulzaba los oídos de cualquier incauto. Poseía un ojo entrenado que solo necesitaba un rápido vistazo para descubrir las flaquezas y necesidades de las personas, y así escoger el método más efectivo para engañarlas, como un astuto demonio que ofrecía soluciones atadas a males futuros.
Angeló se despojó del manto de cuero que lo cubría y comenzó a colocar algunos frascos en su cinturón, preparándose para cualquier visitante no deseado. Realizó un rápido recorrido por los alrededores, asegurándose por última vez de que todas las trampas que había preparado estuvieran listas para protegerlo. Varias sogas entrelazadas entre hojas y arbustos esperaban a algún atacante desafortunado, mientras que algunas sustancias esparcidas por los árboles servían para ahuyentar a los animales salvajes. Para Angeló, era parte de su rutina habitual; la paranoia de viajar en solitario siempre lo impulsaba a estar preparado. Había creado diversas pociones defensivas, y las trampas funcionaban arrojando los contenidos coloridos sobre quienes intentaran atacarlo: desde líquidos que desintegraban la piel y venenos letales, hasta sustancias pegajosas y polvos que inflamaban las vías respiratorias para asfixiar a los tontos que respirasen.
Una vez satisfecho con los últimos ajustes de seguridad, Angeló se acomodó cerca del fuego, sobre el suave césped húmedo. Sostenía una de sus pociones en la mano, con un contenido espeso y rojizo que no podía apartar de la vista. La revolvía entre sus dedos con inquietud palpable, hipnotizado por ella. Desprendía una fragancia dulce y tentadora, similar a una jugosa frambuesa. Una insoportable comezón comenzó a invadir algunas partes de su cuerpo, obligándolo a rascarse sin cesar para aliviar el intenso hormigueo. La boca le ardía de sed; sus labios ansiaban beber la seductora poción con desesperación.
—Un par de tragos para conciliar el sueño no creo que me sienta mal —murmuró, tratando de convencerse y sofocar sus dudas.
Sin más preámbulos, tomó un sorbo del dulce líquido, deleitándose con la sensación de frescura que se extendía por su cuerpo y que aliviaba por completo la picazón. Por unos instantes, toda la amargura desapareció y fue reemplazada por un divertido mareo que no solo nublaba su vista, sino que también adormecía sus demás sentidos. En medio del canto de los insectos nocturnos, su risa resonaba estruendosa en el bosque. Incontrolable y juguetona, no entendía qué le causaba tanta gracia, simplemente se sentía divertido. Las caricias del césped se volvieron encantadoras, como los dedos curiosos de un amante, invitándolo a cerrar los ojos y descansar entre ellas.
Sus ojos comenzaron a cerrarse, cada parpadeo se hacía más prolongado y pesado, sumergiéndolo lentamente en el mundo de los sueños...
Angeló se vio encandilado por los radiantes rayos del sol, su vista bendecida con un extenso prado verde y un modesto pueblo a lo lejos. Las pequeñas casas de madera, con techos de paja, lo llenaron de nostalgia, dibujando una tímida sonrisa en su rostro. Nada había cambiado en los dieciocho años que estuvo ausente, todo era como lo recordaba antes de partir en su interminable viaje a los quince años.
Un estrecho sendero de tierra lo llamaba, marcado por cientos de huellas de personas, animales y carretas, una invitación amistosa a un pueblo lleno de vida. Sin embargo, Angeló permanecía de pie, con una actitud reflexiva y ajena.
—Supongo que te seguiré el juego... —musitó mientras se dirigía hacia su pueblo natal.
A pesar de conocer cada rincón de la zona, cada persona que encontraba y cada casa, Angeló se sentía como un forastero. Observaba todo con mucha atención, expresando sorpresa y alegría de manera exagerada. Aunque conocía todo a la perfección, no sentía que perteneciera allí.
La gente lo saludaba con amabilidad, pero ninguno de los antiguos amigos o conocidos parecía reconocerlo, limitándose a intercambiar un gesto cordial de bienvenida. Algunos niños correteaban por las calles, llenando el aire de risas inocentes y creando un ambiente cariñoso en el pueblo.
Angeló, guiado por la memoria muscular de su cuerpo, siguió el mismo camino que de niño solía recorrer hasta llegar a una taberna. Se detuvo un momento antes de entrar. Sintió como si el aire se lo arrebataran, como si se volviera más denso de lo normal. Le costaba respirar. Su corazón palpitaba con fuerza, como advirtiéndole del disgusto que lo invadía y que se lo estrujaba con fuerza. Sin embargo, se esforzó por mantener una sonrisa en su rostro. Aquella careta tenía que funcionar, siempre lo hacía.
Con el estómago revuelto, finalmente entró al lugar. El interior de la taberna era una imagen familiar: las mismas mesas redondas de madera, algunas en mal estado, farolas que apenas iluminaban el ambiente y un aroma a cera derretida mezclado con el amargor del alcohol. Las ventanas cerradas mantenían a raya el mundo exterior, como intentando hacer que cualquier se desconectara, sumiendo el lugar en una penumbra que parecía ocultar las penurias de los presentes. Además, se podía escuchar el murmullo de las conversaciones entre clientes, intercalado con risas ahogadas y el tintinear de vasos y botellas.
Cada paso de Angeló hacía crujir el viejo suelo de madera, atrayendo las miradas de los borrachos somnolientos que apenas podían mantener los ojos abiertos. A pesar de que el sol brillaba afuera, Angeló sabía que la oscuridad de su interior solo servía para ocultar las vergüenzas de todos los presentes; un pequeño refugio para la miseria y la desgracia con la que cargaban los hombres y mujeres devastados que buscaban adormecer sus sentidos y olvidar el pasado que los llevó hasta ese punto.
Angeló se detuvo en la barra, al lado de un hombre de pelo castaño y desarreglado. Los ojos apagados del sujeto permanecían fijos en su bebida, reflejando un vacío doloroso. Cada trago parecía hundirlo más en la agonía que lo consumía.
—Parece que te sirvieron agua —bromeó Angeló, tomando asiento junto al hombre.
—¿¡Verdad!? —respondió el hombre sin apartar la mirada de su vaso—. O quizás mi vaso tiene un agujero, por eso se acaba tan rápido —añadió, su aliento aspetando de alcohol.
El hombre rió con fuerza y luego observó con detenimiento a Angeló, examinando cada uno de sus rasgos. Por supuesto, ese joven que se había sentado a su lado le resultaba familiar: pelo largo y castaño hasta los hombros, pecas esparcidas por los pómulos y ojos con notables ojeras. Pero no lograba identificar de dónde lo conocía.
—Me pregunto si creerás que soy igual de apuesto que yo mismo —comentó Angeló, buscando romper el silencio—. Se diría que tenemos una similitud notable, ¿no te parece?
—¡Sin duda alguna! ¡Somos como dos gotas de agua! —exclamó el hombre, tambaleándose ligeramente—. Solo espero que no me digas que eres un vástago mío de alguna aldea que visité en mi juventud...
—¿Acaso eras un mujeriego en tus años mozos? —inquirió Angeló, con la mirada fija en el hombre.
—¡Bah! ¡Nada de eso! Solo bromeaba, amigo... Siempre fui fiel a una sola mujer... —respondió el hombre al instante, esbozando una sonrisa amarga—. Mi amada Yaila, ¡era la más bella de todas en los nueve mundos!
El hombre quedó en silencio tras su revelación, como si estuviera a punto de romper en llanto. Dejó de beber, sumido en los dulces recuerdos de su antigua mujer. Su mirada, lejos de reflejar nostalgia, mostraba un dolor profundo, como un lastre del que no podía liberarse. El nombre de su amada, que en su tiempo le fue todo para él, ahora era un recuerdo que le castigaba y asfixiaba. Un tormento.
—Todos los borrachos cuentan historias, pero es difícil creer que todos hayan conquistado un amor así —comentó Angeló, rechazando con un gesto la oferta del tabernero de llenar su vaso. Odiaba el alcohol.
—¡Bah! —exclamó el borracho, retomando su actitud anterior y refrescándose la boca con su bebida—. Antes no bebía, era un comerciante viajero con mi amada y mi hijo. ¡Y no exagero al decir que era un gran comerciante! —añadió con orgullo.
Una vez más, el hombre examinó a Angeló.
—Tú también eres un Æthar, ¿verdad?
—Así es —confirmó Angeló de inmediato, relajándose—. Somos una gran raza, aunque no seamos bien vistos en Alfheim.
—¡Exacto! Los Elfos de la Luz y los de la oscuridad se creen superiores... caminan erguidos como si tuvieran un palo en el culo, como si fueran los únicos en este mundo; incluso sus malditas guerras entre razas... hasta eso pareciera ser más digno que nuestra existencia —el hombre gruñó con indignación—. Nos odian porque sus ancestros se mezclaron con los humanos y dieron origen a nuestra raza... Son unos necios, viviendo en el pasado, como si nosotros hubiéramos tenido alguna elección para residir en culpa.
—¿Y tú? ¿No vives atormentado por el pasado? —respondió Angeló, perdiendo su tono amistoso, molesto por la actitud del hombre.
—¿Qué insinúas? ¿Qué sabes tú? ¿Crees que me conoces? —El hombre se levantó y confrontó a Angeló, agarrándolo de la camisa—. ¡Un forastero como tú no sabe nada! ¡Nada!
—¡Nada de peleas en la taberna, señor Peirñän! —intervino el tabernero, quien tenía un grueso bigote y cejas pobladas.
El señor Peirñän soltó a Angeló con un empujón brusco y volvió a sentarse, bebiendo otro trago de su bebida.
Ambos se sumieron en el silencio, dejando que el murmullo del fondo se adueñara del ambiente. Angeló siempre fue alguien parlanchín, un maestro en las palabras, pero en ese momento se sentía como un niño que apenas podía articular palabras. Había dejado la careta abajo por un segundo. Su lengua parecía atada y su mente en blanco. No podía mantener quieto su pie, golpeándolo rítmicamente contra el suelo. Una irritante comezón empezaba a extenderse por sus brazos, mientras sentía sus labios tan secos como las áridas y calientes tierras de Muspelheim.
«Un tragó, solo eso necesito», pensó, buscando en su cinturón una de sus pociones. Pero no encontró nada. Su rostro no podía ocultar ya su disgusto, y todo a su alrededor parecía volverse más oscuro y frío, los murmullos resonaban en su cabeza, provocándole una intensa migraña.
—¡Parece que no soy el único que carga con el peso del pasado, ¿eh? —se burló el señor Peirñän, gritando, al ver el nerviosismo y la incomodidad de Angeló.
—No vale la pena... —susurró Angeló con dificultad, levantándose e ignorando las risas estridentes del borracho.
Ya no podía soportar estar allí, así que se marchó sin despedirse ni mirar atrás. Quería salir de ese lugar lo más rápido posible. No se veía capaz de seguir soportando la molesta trampa en la que era sometido. Llevaba semanas siendo acosado por extraños sueños que lo ponían a prueba. Este era solo uno más, casi tan desagradable como el último al que se había enfrentado. Sin embargo, escuchar al señor Peirñän arrastrando las palabras por el alcohol despertaba en Angeló toda la amargura que intentaba ocultar. Sabía que estar allí, en la taberna, era una lucha perdida, una que había perdido hace muchos años, cuando aún era un joven de quince años.
Al salir del sofocante y melancólico lugar, se concentró en volver a ponerse su mejor máscara y a calmarse, aprovechando la delicada brisa que lo acariciaba mientras caminaba disimuladamente. La luz del sol y su cálido toque eliminaban el malestar que lo había consumido. O al menos lo ocultaban una vez más en lo más profundo de su ser, donde ni siquiera él podía verlo.
Se dirigió directamente al centro de la ciudad, donde se encontraban la mayoría de las tiendas y el ambiente se volvía más hogareño y acogedor. La gente lucía expresiones apacibles, esforzándose por llamar la atención hacia sus rústicos puestos adornados con delicadas flores para darles un toque más colorido. Gritaban diferentes ofertas con entusiasmo, tratando de atraer a nuevos clientes.
El aroma de pan recién horneado, carnes asadas y diversas especias era una de las pocas cosas que Angeló extrañaba de su pueblo. Este exquisito perfume funcionaba como un anzuelo eficaz, atrapando a cualquiera que no pudiera escapar a tiempo. Sin embargo, sin dinero, no había comida. Angeló rebuscó hasta el fondo de sus bolsillos, encontrándose con el vacío y la desafortunada caricia de la tela. Solo llevaba puesta su sencilla y cómoda vestimenta de cuero.
Con un gesto adusto en el rostro, se alejó de cualquier puesto que pudiera hacerle rugir el estómago. Sin darse cuenta, llegó hasta la estatua de Freyr, un desesperado intento por parte del pueblo de Carrión y los Æthar por demostrar que podían ser igual de devotos que los Elfos de la Luz. La estatua estaba tallada con rudimentarios metales y trazos toscos; emanaba una modestia que resultaba casi palpable. Cada rasgo facial apenas esbozado, como si los escultores temieran arruinarlos al intentar definirlos, dejaba al espectador con una sensación de incompletitud. Pero esta falta de detalle no era simplemente un reflejo de la falta de talento en Carrión y entre los Æthar, sino más bien un intento humilde de mostrar devoción y igualdad.
Los materiales gastados y la ausencia de refinamiento evidenciaban los recursos limitados y la falta de habilidades artísticas en la comunidad. Sin embargo, tras la aparente simplicidad y falta de destreza, se intuía un ferviente deseo de rendir homenaje a Freyr, como si la escultura misma fuera un humilde susurro de fe en medio de la austeridad del pueblo. En vez de deslumbrar con su grandeza, la estatua invitaba a contemplarla con una mezcla de melancolía y admiración por el esfuerzo sincero detrás de su creación. No había nada especial en que se viera de esa forma, al final, la mayoría de la gente del pueblo eran criadores de animales y granjeros, no contaban con herreros ni artesanos.
Pero a pesar de ello, se habían esforzado por llamar la atención de aquel dios. Era el clamor de una raza por ser escuchada, uno muy sincero. ¿Acaso no era eso lo que buscaban los dioses? ¿Creyentes dispuestos a buscarlos y enaltecerlos sin importar la situación? Corazones dispuestos a escucharlos y seguir sus enseñanzas con tal de ganar sus favores...
—Estás igual de horrible que siempre... —susurró Angeló, observando con melancolía el esfuerzo de su pueblo por conectar con un dios que parecía haberles dado la espalda desde tiempos inmemoriales.
Antes de que sus pensamientos pudieran sumergirse por completo en la nostalgia, una voz inocente lo sacó de su ensimismamiento. Era la voz de un niño, llena de energía y entusiasmo, llamándolo desde un puesto cercano. La sonrisa que se dibujó en el rostro de Angeló fue instantánea al ver al pequeño, con sus ojos chispeantes, su cabello castaño y corto, enmarañado, que hacía juego con sus pecas y los granos en el rostro, con la mano extendida en señal de invitación.
Detrás del niño, una carreta abandonada servía como puesto de venta; no poseía ruedas y saltaba a la vista que su función ya no era la de emprender aventuras. Pero sí contaba con diferentes estantes donde exhibía todo tipo de mercadería.
Angeló miró extrañado al niño, y fingiendo desconcierto, se señaló a sí mismo para cerciorarse de que le estaba hablando a él. Claro, no había nadie más a su lado, por lo que era obvia la respuesta. Solo jugaba un poco. Avanzó a paso lento, sin quitar sus ojos del pequeño que, a medida que se acercaba, la sonrisa del niño se hacía más grande.
—Bienvenido al pueblo de Carrión —dijo con entusiasmo y un gesto con la cabeza—. ¿Te quedarás mucho tiempo?
—Solo estoy de paso... —respondió, mirando los diferentes anillos y collares de metal sencillo. Las telas que colgaban de unos improvisados postes lucían cómodas y tejidas con una buena mano. Un toque que dibujó una sonrisa nostálgica en Angeló; la suavidad de los hilos le recordaba a su madre.
—Parece que tienes un buen ojo, eh... —comentó el niño de inmediato—. Déjame adivinar, también eres comerciante.
—¡Bravo! —contestó con unos pequeños aplausos y exagerado asombró—. ¿Cómo te diste cuenta?
—Bueno, tus ojos ignoraron toda la joyería barata y fuiste directo al mejor producto. Pocas veces se ve a alguien que sepa diferenciar la calidad de la baratija con un simple vistazo... —El niño rebosaba de confianza en cada palabra, lo que lo dotaba de un aura de sabiduría a pesar de su corta edad.
—¿Cuánto quieres por ella? —preguntó cautivado por las palabras del pequeño vendedor.
—No creo que tengas el dinero necesario. Te vi hurgando tu bolsillo al mirar los panecillos de Doña Samantha, para luego retirarte con una expresión de derrota...
Angeló rió con fuerza. En efecto, el niño era alguien muy observador. Desde que había llegado al puesto, el niño había planeado cada detalle del encuentro, y ahora Angeló se encontraba a merced de su ingenio, curioso por ver cómo se desarrollaría la situación.
—¿Qué vas a pedirme? —Angeló esbozó una sonrisa, sin quitar la mirada del pequeño.
—¿Qué sabes hacer? —preguntó el niño, con los ojos clavados en su nueva víctima.
—De todo un poco, no tengas miedo y dime lo que quieres —afirmó como si se tratase de una apuesta que estaba dispuesto a jugar.
—Hmmm... —reaccionó pensativo. El pequeño sabía que debía alejarse de la gente muy capaz, de lo contrario, entraba a terrenos donde sus dulces palabras y engaños no funcionarían—. Necesito a alguien que sepa trabajar con madera. Para ser más específico, alguien que pueda arreglar el cacharro que está detrás mío.
—Yo lo veo bien, ¿o es que quieres que vuelva a andar?
—Por supuesto. Antes era un comerciante que viajaba por el mundo...
—Aunque no dudo de tus habilidades, creo que eres bastante joven, tienes... de seguro, catorce años...
—Así es. Y sí, soy un niño. Pero viajaba junto a mis padres. Antes, ahora... ya no podemos hacerlo —el chico bajó la mirada, y su animada actitud desapareció al instante. Sus ojos brillaban como si estuviesen a punto de derramar lágrimas—. Me gustaría poder volver a esas épocas... Solo necesito un poco de ayuda —su voz y sus gestos lo cubrían de una aire cautivante y melancólico. Eran los encantos de un niño hablando de sus sueños y un pasado que parecía traerle dolor, una escena que pocas personas podrían evitar.
—¿Y tus padres? —preguntó Angeló, actuando como alguien que sucumbía al momento.
—Lamentablemente, mi madre fue asesinada por unos elfos oscuros en uno de nuestros viajes. Mi padre cayó en depresión y se volvió alcohólico, de seguro puedes encontrarlo en la taberna a cualquier hora... Además, lo poco que gano él se lo gasta en bebidas... Tengo... que sacarlo de aquí. ¿Crees qué puedes ayudarme? —Los amarronados y cristalinos ojos del niño se clavaron en Angeló, era el último y más efectivo ataque que podía realizar.
—Antes de responderte, ¿puedo preguntarte una cosa? —inquirió Angeló acercándose.
—Claro... —respondió sorbiendo su nariz y refregándose los ojos.
—¿Por qué elegiste la lástima para intentar atraparme?
El niño sonrió, y su semblante se llenó de vida nuevamente.
—Oh, vaya... parece que no funcionó —soltó una risa, mostrándose tan avispado como cuando iniciaron hablar—. Espero que no te lo tomes a mal —agregó, riendo con nerviosismo y esquivando la mirada de Angeló.
—No te preocupes, solo quiero que respondas mi pregunta.
—Pues... a las personas inteligentes solo se las puede engañar apelando a sus emociones. Los sentimientos ignoran la lógica y entorpecen los sentidos. Hay gente muy capaz que caen en desgracias tan solo por... seguir a su corazón... Ser alguien emocional te lleva a cometer estupideces.
Angeló guardó silencio, analizando cada una de esas palabras. En efecto, estaba de acuerdo con el niño. Entendía a la perfección a qué y a quién se refería.
—¿Puedo ser yo quien te pregunte algo ahora? —dijo el pequeño, con una mirada curiosa y ansiosa de aprender. Una vez que Angeló asintió, continuó—. ¿Cómo supiste que estaba intentando engañarte?
—Porque somos más parecidos de lo que crees —contestó al instante, apoyando su mano sobre la cabeza del niño y revoloteando su cabello—. Yo hubiese hecho lo mismo.
Ambos compartieron una sonrisa cómplice y se intercambiaron miradas de camaradería. Angeló dedicó unos minutos a darle consejos al niño, enseñándole algunos trucos para mejorar sus ventas.
«Niño. —Lo nombró para que lo mirase—, hazle creer a los compradores que el producto que ofreces siempre está a punto de agotarse o que tienes una oferta especial por tiempo limitado. Esto podría motivar a los clientes a tomar decisiones rápidas y pescar el anzuelo».
Después de despedirse, sintió una sensación de satisfacción por el encuentro y un cálido sentimiento de bienestar que lo envolvía. Decidió ignorar los llamados de los otros puestos y las personas que lo interpelaban, enfocándose en salir del pueblo. Una vez más, no tenía nada más que hacer allí.
Mientras se alejaba, recorriendo los verdes prados y disfrutando del aroma del césped y de los suaves rayos del sol que lo acompañaban, se detuvo un momento para cortar una vieja flor que no veía desde hacía mucho tiempo y que solo crecía en esa región, cuando su atención fue captada por una serpiente blanca que se arrastraba frente a él.
El pequeño animal levantó ligeramente su cuerpo y fijó sus ojos rojizos en Angeló, permaneciendo inmóvil, creando un momento inquietante.
—Los trucos pierden su encanto cuando se repiten —comentó Angeló con una sonrisa—. ¿He pasado tu prueba? —preguntó, arqueando una ceja.
El silencio que siguió fue opresivo y desconcertante, interrumpido solo por la brisa que agitaba las flores y el césped. La atmósfera se volvía cada vez más asfixiante, como si algo malo estuviera a punto de suceder. A pesar de ello, Angeló se mantuvo tranquilo, controlando cada gesto de su rostro para no demostrar preocupación.
La serpiente comenzó a brillar y a transformarse lentamente. El cabello fue lo primero en tomar forma: castaño y largo hasta los hombros. Los ojos adoptaron un tono amarronado y la piel adquirió un bronceado natural, adornada con algunas pecas y ojeras pronunciadas. Una sonrisa inquietante se formó en el rostro de aquel ser, que había adoptado la misma apariencia que Angeló, incluso vestía de la misma forma.
Era una réplica perfecta, cada hebra de cabello estaba cuidadosamente distribuida y se movía como si fuera un reflejo en un espejo, imitando cada gesto al milímetro. Se acercó a Angeló con paso firme pero lento, observándolo con una mirada vacía. Aunque tenía la misma apariencia, emanaba una aura desoladora y carente de vida que habría aterrorizado a cualquiera que lo hubiera tomado por sorpresa.
El paisaje se desvanecía ante los ojos de Angeló, como si la vida misma se extinguiera a su alrededor. El verdor del césped y el vibrante color de las flores se desvanecían lentamente, marchitándose con tristeza, como si todo lo que rodeara a aquel ser estuviera destinado a perder su brillo y razón de ser. Era un cascarón vacío que se alimentaba de lo que tenía cerca. Era una penosa imitación que solo reflejaba el exterior de Angeló, o por lo menos, eso era lo que creía y se esforzaba por convencerse. Pero, poco a poco sintió como si en realidad estuviese viendo su alma y la amargura con la que siempre cargaba, contagiando a todo lo demás cerca de él.
La sensación de estar perdiendo la cordura lo invadía, como si estuviera al borde de un abismo sin fondo. Cada paso que daba parecía acercarlo más al borde, y sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que sucumbiera ante la oscuridad que lo acechaba, cuestión de tiempo para que no pudiese seguir manteniendo apariencias y se derrumbara.
—Ya te dije, los trucos pierden su gracia cuando los repites. Sé que eres tú, el que ha estado atormentándome en mis sueños... —declaró Angeló, luchando por mantener la firmeza en sus palabras mientras enfrentaba a su enigmático perseguidor—. ¿Acaso te has quedado sin ideas? —añadió con una sonrisa desafiante, desafiando a la copia que lo imitaba.
La copia esbozó una sonrisa siniestra y abandonó sus movimientos miméticos, revelando una presencia ominosa que parecía emanar poder y autoridad.
—Quizás puedas engañar a los demás, pero no a mí, mortal —pronunció con una voz que resonaba con una fuerza sobrenatural, cargada de poder y autoridad—. Puedo ver a través de ti, escuchar los latidos de tu corazón y hacer realidad tus peores miedos...
Angeló se mantuvo firme, resistiendo la intimidación del ser que lo acechaba. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad, incluso cuando estaba al borde del colapso emocional.
—Pero derrotar a alguien con tanta facilidad es aburrido, ¿no crees? —respondió Angeló, su tono desafiante revelaba una determinación inquebrantable—. Prefiero enfrentar tus juegos y desafiar tus trucos, incluso si eso significa arriesgar mi cordura en el proceso.
Esbozó una sonrisa de victoria, había logrado provocar al ser que lo atormentaba para que dejara de esconderse. Todo indicaba que por fin podría ver al responsable de jugar con sus sueños.
—¡Exacto! —respondió entre risas—. Es mejor orquestar pequeñas jugarretas que vuelvan loco a los demás y aprovechar cuando están con la guardia baja, sin que puedan saber lo que les va a suceder...
El cuerpo del impostor comenzó a brillar y a transformarse de nuevo. Su cabello adquirió un tono cobrizo, irradiando un brillo que parecía emanar de las llamas mismas. Su figura se alargó en una estampa majestuosa, como si las mismas estrellas se hubieran inclinado para otorgarle una estatura celestial. Su sonrisa, llena de malicia y poderío, se esparció por la escena como una sombra que lo envolvía todo.
Con pasos que revelaban una deidad, se acercó a Angeló, una presencia imponente llenando el espacio a su alrededor. Cada movimiento era un espectáculo de magnificencia divina, como si los elementos mismos se postraran ante su presencia. Giró alrededor de Angeló con la gracia de un dios juguetón, sus ojos chispeando con una malicia ancestral mientras evaluaba a su presa como un conquistador contempla un reino por conquistar.
No podía mentir, Angeló se sintió abrumado por una mezcla de emociones contradictorias. Su curiosidad natural se mezcló con un profundo sentido de la insignificancia de su propia mortalidad frente a la magnificencia de un ser divino. Estaba seguro que lo era. Aunque su instinto aventurero lo impulsaba a explorar lo desconocido, también era consciente de los peligros que acechaban en la presencia de un ser tan poderoso como el de él.
A pesar de su habitual afán por pasar inadvertido, no pudo evitar sentirse atraído por la presencia imponente, como un insecto atraído por la llama de una vela. Sin embargo, su mente era astuta y manipuladora, eso le permitía mantenerse en constante alerta, consciente de que estaba frente a un ser que podía ser tanto benefactor como destructor.
—A decir verdad, esperaba que enfrentaras a tu padre... —dijo el peculiar ser, con un tono y juguetón, deteniéndose frente a Angeló.
—Ya no tengo nada que hacer en mi antiguo pueblo. Solo te seguí el juego para ver cuál era la prueba a la que me someterías esta vez —contestó con tranquilidad y calma.
—Eso no responde la pregunta.
—Él podrá ser mi padre, pero ya no tengo nada que ver con él... Eso es todo.
—No, no, no... —El hombre pelirrojo agitaba su dedo de un lado a otro, subrayando el error de Angeló. Sus ojos seguían destilando aquella chispa tan cautivadora como peligrosa—. Los miedos deben enfrentarse si pretendes superarlos. Puedes intentar engañarte a ti mismo todo lo que quieras, incluso tratar de engañar a los demás, pero eso no funcionará con un dios como yo.
—¿Un dios? —inquirió, fingiendo sorpresa, una estratagema sencilla para desviar la atención de la conversación hacia un terreno donde se sintiera más cómodo.
—¡Exacto! Ante ti se encuentra el dios de las mentiras y el engaño, el incomparable y temible Loki, creí que sería lógico con todo el teatrito que te he montado —se presentó con entusiasmo, sin perder ni un ápice de su expresión animada—. Por lo general, deberías rendirme homenaje, pero haré una excepción. Me has proporcionado bastante diversión. Has logrado superar todas... o casi todas las pruebas que te he puesto. Ningún otro ha llegado tan lejos y, de alguna manera, posees algo especial que me atrae.
—Oh, vaya. Me siento honrado de que un dios se haya fijado en mí, de verdad lo aprecio —Angeló cambió su actitud a una más sumisa y reverente, pero no sincera.
—Me agrada esa actitud. Tu naturaleza mentirosa es precisamente lo que quiero ver florecer —comentó Loki entre risas—. Estoy seguro de que seguirás proporcionándome entretenimiento... Y me ayudarás con ciertas ideas que tengo en mente.
—Así que planeas utilizar mis habilidades para tu propio beneficio. Perdona mi osadía, pero aun no comprendo del todo la situación ni para qué necesitas mi ayuda.
—Prepárate para lo que vas a escuchar, mortal: tú, Angeló Peirñän, has sido seleccionado como mi campeón para los "Juegos de Asgard" —anunció con una gran sonrisa y gestos exagerados con las manos—. Esta es la parte donde te sorprendes y me agradeces de nuevo —añadió frunciendo el ceño.
—¿Y qué son esos Juegos de Asgard? —preguntó, pasando por alto el resto de la explicación. Todo parecía demasiado extraño, y su experiencia le advertía que debía ser cauteloso; todo en torno a Loki le inquietaba.
—Son unas competencias especiales que realizamos cada... bla, bla, bla. Digamos que los dioses organizamos un evento de vez en cuando, donde sometemos a los seleccionados a diferentes pruebas. Como una gran competencia. Habrá desafíos donde tendrás que mostrar tu astucia, habilidad para engañar, fuerza y resistencia.
—Ya veo. Nos utilizan para su entretenimiento. Los dioses siempre tan considerados con sus adeptos...
Si algo caracteriza en Angeló, era esa ironía que nació por sus propias vivencias. Para él, la vida era un simple chiste.
—¿Verdad que sí? —respondió al instante, riéndose—. Sé que estás cansado de tus viajes y que solo encuentras consuelo en tus pociones. Por eso, si deseas escapar de la amargura que se ha arraigado en tu alma y convertirte en un di-os como ningún otro, debes ganar y superar todas las pruebas.
¿Dios? ¿Angeló había oído bien? Por supuesto que no podía ignorar esa propuesta, pero sabía que todo lo relacionado con Loki parecía desprender un aura de incertidumbre y desconcierto. Era obvio que ocultaba algo detrás de su juguetona actitud y sus palabras dulces. Lo sabía, nadie ofrecería premios tan grandes de forma gratuita, y mucho menos alguien que se presentaba como el dios del engaño.
—Creo que no te sorprenderá que desconfíe, ¿verdad? —respondió el muchacho. Loki alzó los hombros como si no pudiera esperar otra cosa—. Es difícil creer en una serpiente que aparece para ofrecerte un... premio tan jugoso y apetecible.
Loki estalló en risas por la analogía que acababa de escuchar, muy acorde con otras historias sobre los dioses de otro reino. Era una casualidad bastante hilarante.
—¡Conocerás tierras como nunca antes las has visto! ¡Estarás en la presencia de los demás dioses y viajarás por los diferentes mundos en una aventura única e inigualable! Además, contarás con... ciertas ayuditas extras que los demás no tendrán. Entre nosotros, me encargaré de llevarte a la victoria. Tú solo debes seguirme el juego como lo has hecho hasta ahora, yo me encargo del resto. Te aseguro que podrás presenciar un giro inesperado... —dijo con seriedad, sin risas ni su habitual actitud juguetona—. ¿Estás listo para convertirte en un dios como ningún otro con mi ayuda? —preguntó Loki retomando su sonrisa y extendiendo su mano para invitarlo.
—No encuentro el truco todavía, pero tú qué ganas —volvió a insistir. Él era un comerciante, y uno muy bueno, allí se presentaba la oferta como algo único e invaluable que, tal vez, no podría volverse a ver. Era la estrategia de venta más ingeniosa, atacar a la curiosidad del cliente, más su necesidad.
Claro... Aventura. Viajes. Mundos nuevos, lejos de Alfheim. Y poder deshacerse del dolor que cargaba en su alma. Era una oferta que Angeló no podía rechazar; su corazón latía con ansias por primera vez en mucho tiempo y sabía que Loki lo veía.
—¿Qué gano? —
Loki no volvió a sonreír. En cambio, lo miró fijamente, y en aquellos ojos azules Angeló percibió una densidad fría, como la del mundo de Jötunheim. Era como si el invierno mismo se hubiera apoderado de su mirada, congelando cualquier chispa de calor o compasión que pudiera haber existido en su interior—. Cuando ganes, serás el dios más grande de Asgard. Conmigo a tu lado, el panteón completo, incluyendo a Odín mismo, será insignificante. Ni siquiera el mismísimo Ragnarök podrá detenernos para gobernar los 9 mundos y más.
Esa perspectiva parecía justa y sincera para Angeló, especialmente viniendo de Loki. Al final, aunque él era un semi-elfo y no era tan cercanos a los dioses como los ascendentes de su raza, sabía quién era loki y lo que las historias contaban de él.
Pero... ¿ser un dios? Angeló, un hombre cuyo pasado había sido moldeado por las penurias y las lecciones crueles de la vida, se encontró contemplando una oportunidad que parecía prometerle algo más que una simple victoria en unas competencias. La idea de convertirse en un igual a las deidades que regían su mundo, de elevarse por encima de las limitaciones impuestas por su condición mortal, resonaba profundamente en su ser.
Desde su juventud, había aprendido a desconfiar de la vida honesta, a entender que la astucia y el engaño eran herramientas más valiosas que la fuerza bruta. La visión de Loki, con sus palabras cargadas de promesas, avivaba en él un anhelo antiguo, el deseo de ser algo más, de escapar del destino que parecía estar trazado para los simples mortales. Aunque consciente de las advertencias que le recriminaban su mente, Angeló se dejó seducir por la idea de aventurarse en un viaje tan único y extravagante, sin perder de vista la posibilidad de alcanzar un poder que le permitiría trascender su oscuro pasado y dejar atrás las sombras que lo habían atormentado durante tanto tiempo.
E ignorando las claras advertencias que le recriminaba todo su ser, dijo:
—Aceptó, Loki —Luciendo su mejor sonrisa—. Esperó no tener que pasar otra vez por ese maldito laberinto... —agregó soltando un letárgico suspiró—. Sacando eso, estoy deseoso de ver lo que tienes preparado.
—Oh, créeme, será muy divertido —respondió entre risas—. Se viene una nueva era, mi campeón...
Nota del autor:
Aquí les presentamos a Angeló Peirñän
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