El Corazón del Bosque de Hierro: Parte II
Capítulo 9
En el suelo, con el sudor corriendo por su frente y el polvo plomizo pegándosele al rostro como arena, Rita vislumbró de repente nubarrones de colores. No estaba segura si lo que veía era real o una ilusión, pero el espectáculo de gases verdes, rosas, púrpuras, azules y amarillos que explotaban y se mezclaban, transformó el campo en un ambiente lleno de humo, dificultando la vista. Sin embargo, Rita notó algo de inmediato: no había olor, no había luces, no había sonido.
—Vamos, debemos escapar de aquí.
Rita sintió una mano firme que la tomaba del brazo. Al principio, el miedo la invadió, y su corazón empezó a latir con fuerza. Giró rápidamente, dispuesta a enfrentarse a lo desconocido. Pero entonces, lo reconoció. Era Angeló Peirnän, el Æthar de Álfheimr. Pero su rostro delgado y cubierto de pecas, estaba camuflado con pintura, dándole un aspecto feroz y misterioso. Su cabello castaño, ligeramente despeinado, estaba atado en una trenza suelta. Sus ojos marrones, pequeños y alertas, reflejaban determinación. ¿Por qué la ayudaba?
Bajo las condiciones en las que se encontraba, Rita comprendió de inmediato que lo que hubiera hecho Angeló la había ayudado a recomponer todos sus sentidos y a recuperar el control de su cuerpo. Sin decir una palabra más, se levantó con brusquedad y comenzó a correr detrás de él, sin apartar la mirada de su espalda.
Angeló corría con agilidad, esquivando las ramas bajas y los troncos caídos con una destreza impresionante. Entre sus ropajes y cinturón, iba sacando pequeñas botellas que lanzaba al suelo. Estas explotaban en gases de colores que tardaban, si contó bien, alrededor de tres minutos para que el aire lograra disiparla por completo, lo que le permitía entender que el contenido debía tratarse de una sustancia con una densidad pesada.
Pero, lo que más admiró, era ver que aquellos gases tenían la capacidad de contrarrestar los efectos del maldito bosque. Ni siquiera tenía olor lo gases.
Finalmente, después de recorrer un largo tramo, Angeló se detuvo de golpe.
—No me quedan más pociones —dijo con preocupación en su voz.
Rita sintió un nudo en el estómago. Ambos se miraron, compartiendo un momento de miedo silencioso. Ahora estaban a merced de los horrores del bosque.
Por un lado, Rita sintió una oleada de ansiedad al comprender la gravedad de su situación. A pesar de su valentía y experiencia en enfrentar adversidades, no podía evitar la sentirse vulnerable. Un aspecto de su humanidad que no extrañaba en Niflheim.
—Maldición, ni siquiera todavía sabemos con certeza qué nos espera en este maldito lugar —expresó con un poco de frustración, viendo como la niebla se disipaba poco a poco.
Ella sabía que necesitaba pensar en algo, y muy rápido. Entendía que no podía permitirse el lujo de caer en la desesperación. "Tengo que encontrar una manera de salir de esto. No puedo dejar que el miedo me paralice.", pensó. Su resentimiento hacia el destino que le había traído hasta allí se intensificó, pero también sintió una chispa de desafío. No había sobrevivido tanto tiempo y enfrentado tantas dificultades para ser derrotada por un maldito bosque encantado. "Esto no me detendrá. He sobrevivido a peores cosas. Encontraré una salida."
Angeló, por su parte, sintió una mezcla de frustración y preocupación. Había confiado en sus pociones y su astucia para mantenerlos a salvo, pero ahora se encontraba sin su recurso más valioso. ¿Había sido un error haber salvado a la chica?, fue lo primero que se cuestionó. "Maldición, ¿por qué no calculé mejor? Debí haber traído más pociones," pensó, sintiendo un leve pánico, "no, no, no... no puedo dejar que esto me detenga. Siempre hay una salida, siempre hay una forma de manipular la situación a mi favor."
Miró a Rita y sintió una extraña mezcla de respeto y curiosidad. "Ella es fuerte. Puede ser una aliada útil si la juego bien. Debo mantenerla a salvo y encontrar una forma de salir de aquí juntos."
Sin embargo, cuando la cortina de humo que los envolvía se disipó, se dieron cuenta de algo sorprendente: los efectos anteriores del bosque ya no estaban presentes. El aire parecía más limpio, los sonidos del entorno eran un silencio sepulcral, y la opresión que sentían debido a los olores se extinguieron. ¿Qué había pasado?
Rita, al observar detenidamente el entorno, comenzó a unir las piezas del rompecabezas. Sonrió, al darse cuenta de una posible respuesta:
—Ahora lo entiendo —comenzó Rita. Sus ojos verdes brillaban con aquella pizca de revelación ante lo obvio—. ¿Te has dado cuenta de que hay animales?
Angeló comenzó a mirar a su alrededor, y en efecto, había lagartijas metálicas y un par de escarabajos entre los árboles, sin embargo, la miró intrigado:
—¿A qué te refieres?
—Desde que inicié mi travesía por este bosque, vi trampas, animales, huellas, ¿e incluso animales muertos. Sin embargo, después de caminar más de un kilómetro, todos esos elementos desaparecieron —explicó. Rita señaló hacia varias pequeñas aves ferruginosas que parecían gorriones comunes para ella, pero metálicos.
—Ahora mira esas aves —continuó la chica—. No había visto señales de vida hasta ahora. Es curioso, ¿cierto?
Angeló tomó una pequeña piedra y se la lanzó a las aves. Las aves volaron en diferentes direcciones, algunas siguieron la dirección en la que ellos iban, y otras volaron en una pequeña periferia, pero ninguna pasó más allá de tres metros del punto de donde habían venido.
—¿Lo ves? Mi teoría es que este bosque debe estar dividido por segmentos. Y, en algún punto, nos adentramos y escapamos de un segmento del bosque que poseía los efectos a los que nos enfrentamos —dijo Rita, con certeza—. Los animales lo saben y por eso no hay rastro de vida allí. No se acercan allí. —Angeló frunció el ceño, no se había percatado de ello—. ¿Cómo lograste descubrir cómo contrarrestar esos efectos? Yo hubiera muerto allí.
Angeló la miró, y se cruzó de brazos.
—Al principio, pensé que era solo mi intuición, pero luego me di cuenta de que había algo más. La luz y el olfato parecían estar alterados, pero no de una manera natural —argumentó Rita, intentando saber—. Tus pociones, ¿cómo las preparaste para contrarrestar esos efectos?"
—Mis pociones están diseñadas para contrarrestar influencias externas mediante una combinación de ingredientes alquímicos que afectan la percepción sensorial —explicó él, mirándole directamente a los ojos—. Los efectos que oímos y vimos eran en gran medida producto de una droga natural presente en el bosque, que, al olerla, nos sumergíamos en su trampa. Es un compuesto inoloro, pero muy potente.
Señaló un árbol cercano. Ahora era momento de explicarse:
—Mira ese árbol. Es diferente a los que dejamos atrás —señaló por dónde venían, y, a unos seis metros de distancia, aquel segmento mostraba arboles completamente distinto. El que Angeló señaló primero parecía un roble, pero los otros de dónde venían, parecían pinos. Un detalle que concienció de inmediato—. Supongo que te has dado cuenta que el interior de estos árboles, secretan sustancias. Bueno, creo que la sustancia que afectó nuestros sentidos proviene del interior de esos árboles.
Rita examinó el árbol de su costado más de cerca, uno de apariencia de roble, observando su corteza y las pequeñas exudaciones de savia metálica.
—Tiene sentido —se sinceró—. Esto explicaría por qué los animales evitan esa área y por qué no hay rastro de vida. Tu poción debe haber neutralizado los efectos de la sustancia temporalmente, pero ahora que estamos en esta zona, estamos a salvo.
—Exactamente —dijo Angeló, con una chispa de orgullo en sus ojos—. Las pociones que preparé están diseñadas para detectar y neutralizar compuestos tóxicos específicos. Una vez que dejamos la zona afectada, los efectos desaparecen.
Rita asintió, impresionada por la lógica y la precisión del análisis de Angeló. No había nada más que le atrajera que el ingenio, una característica que, de hecho, su padre había tenido.
—Propongo que pasemos la noche aquí —dijo Rita, de pronto, señalando las pequeñas aberturas del dosel, donde se veía un cielo azulado, no tan oscuro como solía verse en las noches de La Tierra, pero si lo suficiente como para considerar que no podía tomarse como el color del día—. Si algo nos peligrara, podríamos correr hacia la zona peligrosa y librarnos de lo que nos aceche.
—¿Serías capaz de exponerte de nuevo a ese peligro para sobrevivir? —preguntó curioso Angeló, intentando entenderla.
—Sí, al menos ya sabemos cómo combatirla —aclaró—. De huir, correríamos por el borde la franja, y cuando no soportemos sus efectos adversos solo tendríamos que pasar la frontera.
Angeló sonrió, no se había equivocado con ella en verla como una futura aliada. Desde que había hablado por primera vez en El Salón de los Espejos, supo que, entre todos, era ella la que poseía un talento innato para usar la cabeza, tanto como él, al parecer.
Rita miró a Angeló de nuevo, sus ojos verdes centellaban en la oscuridad, no solo por su belleza, sino por la profundidad de su mirada que revelaba un ingenio agudo y una viveza innata, que Angeló percibió. Era una mujer hermosa, era imposible negarlo. Su cabello, largo y ondulado, caía en cascadas de un rico color cobrizo, reflejando la luz con un brillo cálido y atrayente. Había una mezcla de ternura e inteligencia, una combinación que Angeló encontraba fascinante.
—Gracias, Angeló —dijo ella, con voz suave, pero firme.
Angeló asintió, mostrando una leve sonrisa. Aunque sabía que sus intenciones no siempre eran altruistas, en ese momento, sintió una conexión genuina con Rita.
Como Rita orientó, ambos se aproximaron a unos tres metros de la frontera, asegurándose que los árboles del segmento peligroso no estuvieran derramando aquella sabia. Cómo ninguno de ellos portaba mayor cosa para acampar y no contaban con los recursos necesarios para perforar del todo el acero que los rodeaba, cada uno se sentó enfrente del otro, con la espalda pegada contra un árbol. Los separaba unos dos metros de distancia.
—¿No tienes frío? —preguntó de pronto Angeló, frotándose los brazos. En efecto, la temperatura comenzaba a descender.
—No —respondió ella—. Tal vez sea porque vivo en Niflheim. Las condiciones allí son mucho peores que lo que ofrece este bosque.
—¿Niflheim? ¿De verdad? —inquirió, sabiendo que las leyendas sobre aquel lugar eran oscuras y llenas de misterio.
Rita asintió.
—Niflheim es... un lugar martirizante, donde habitan las almas perdidas y los espíritus condenados. La luz del sol nunca llega, y la oscuridad lo envuelve todo en su abrazo helado. Es el reino de los muertos, pero no para aquellos que han ascendido al Valhalla. Los que no son dignos, los penados, están condenados a vagar por la eterna oscuridad, enfrentando tormentos inimaginables por toda la eternidad.
Angeló escuchaba con atención, impresionado por su relato. Preguntándose, por qué ella estaba allí.
—Como un Æthar, he oído que está habitado por criaturas de pesadilla —comentó—. Seres oscuros y retorcidos que acechan en las sombras y se alimentan de la desesperación de los perdidos. En otras palabras, o eres una de estas almas condenadas o alguna criatura de pesadilla, ¿debo cuidarme en algo?
—Exacto —continuó Rita con una sonrisa—. Hombres de Hielo, espíritus malignos que se ocultan en la niebla espesa, arrastrando a los viajeros desprevenidos hacia la perdición con sus garras afiladas y sus aullidos siniestros. Se dice que existen portales oscuros que conectan Niflheim con otros mundos, permitiendo que las criaturas malignas se filtren en el mundo de los vivos y siembren el caos y la destrucción. Sobre mí, bueno, tendrás que descubrirlo...
Angeló hizo un gesto en el rostro. No era estúpido, él sabía lo que los juegos representaban. Rita se detuvo un momento y su expresión se tornó más sombría.
—Bajo un cielo cubierto por una espesa capa de niebla oscura y gélida, en el pico más alto de Niflheim, Helreikspitz, se encuentra un madero cubierto de hielo. Allí, una figura martirizada cuelga con las manos extendidas hacia el firmamento, con el cuerpo empalado para sujetarla. Ese lugar, esa figura... soy yo.
Angeló no pudo evitar abrir los ojos al oír eso.
—Viví allí por mucho tiempo, congelada hasta los huesos, clavada en aquel madero helado. Recuerdo cada detalle de la experiencia, desde el hedor de la muerte y la descomposición que impregnaba el aire, hasta la niebla espesa y opresiva que distorsionaba la percepción y creaba ilusiones aterradoras. La escarcha se aferraba a mi cuerpo y formaba un manto de hielo que parecía fusionarse con mi piel. Cada suspiro era un gemido ahogado de mi propio dolor, y cada mirada hacia el cielo en busca de redención, solo revelaba el vacío helado y desolador de Niflheim.
—¿Qué hiciste para estar allí? —preguntó en voz baja.
Rita esbozó una sonrisa triste.
—Te lo diré, solo si me hablas de ti —lo desafió, esperanzada de que el chico decidiera ahorrarse el asunto y no tuviera que revelarle sus experiencias y no tener que contarle nada.
Pero Angeló, pareció meditarlo un momento, aunque había un semblante irónico en su rostro. Hubo un silencio que siguió al relato de Angeló:
—Desde pequeño viajaba con mi familia —comenzó Angeló, con una calma que ocultaba un trasfondo de experiencia vivida—. Éramos comerciantes, pero las malas decisiones de mis padres nos llevaron a situaciones peligrosas. Perdimos a mi madre en un ataque de bandidos y mi padre nunca se recuperó. Cayó en la depresión y el alcoholismo.
Hizo una pausa, como si recordara aquellos días con una mezcla de dolor y distancia. Rita le observaba con atención. Su mirada verduzca era aguda, escudriñaba a Angeló, captando cada detalle, cada gesto y cada pausa que revelaba más de lo que las palabras podían decir.
—Fue entonces cuando entendí que la vida honesta no era más que una trampa... —continuó Angeló, pero un poco dubitativo de revelar cosas. ¿Por qué?
Rita asintió con ligereza, dejando que sus palabras se asentaran antes de responder. Ella sabía cómo escuchar, cómo dejar que la narrativa de alguien se desplegara para revelar más de lo que pretendía.
—Debe haber sido muy difícil para ti, Angeló —dijo ella con empatía, pero sin dejar de observarlo—. Ver a tu familia enfrentando esas dificultades, tan joven, eso deja una marca profunda en uno. Por lo que oigo, supongo que eres hijo único —Angeló asintió—. Comprendo...
—Lo fue —respondió, finalmente, aunque su expresión era enigmática, cómo si hubiera más bajo la superficie de sus palabras—. Pero aprendí a sobrevivir, a usar mi ingenio para superar los desafíos. —Señaló su cabeza con una sonrisa irónica—. Supongo que, al final, la mente siempre será más fuerte. Al menos, para mí lo ha sido.
Rita sonrió sin apartar la mirada de Angeló. Estaba tratando de entenderlo mejor, de leer entre líneas lo que no decía explícitamente.
—Es fascinante cómo nuestras experiencias moldean nuestra percepción del mundo —comentó Rita, su voz reflexiva—. Dices que la vida honesta es una trampa, pero ¿alguna vez has considerado que esa podría ser solo una excusa conveniente para justificar tus propias elecciones? —La pregunta de Rita tenía un tono más agudo, era cómo si señalara el corazón del asunto. Por supuesto, la sorpresa se presentó en el rostro de Angeló—. Lamento tu pasado, pero lamentarte por él no va a arreglar tu futuro. ¿No crees que todavía tienes tiempo para hacer algo diferente?
Hubo una breve pausa mientras Angeló consideraba sus palabras. Allí comprendió que debía tener cuidado antes de hablar.
—Tal vez tengas razón, Rita —dijo él con un tono meditativo—. Pero la vida es una aventura, ¿no crees? Uno debe adaptarse y aprovechar las oportunidades que se presentan. Es lo que me ha llevado a donde estoy ahora.
Rita asintió, reconociendo la astucia en sus palabras. Pero también detectaba algo más detrás de su máscara de curiosidad y aventura.
—Sí, estoy de acuerdo. La vida es una aventura, pero... no todos los que se cruzan en nuestro camino tienen las mejores intenciones —dijo Rita con una mirada penetrante. Angeló podía saborear la victoria detrás de los ojos de aquella mujer ¿Qué había ganado?—. Yo siempre he sido buena detectando a los que llevan sombras consigo.
Hubo un silencio tenso entre ellos. El Bosque de Hierro, en ese momento, se sentía sombríos, ni siquiera se paseaba el susurro del viento entre las hojas cómo cualquier bosque, sino, un silencio absoluto que agonizaba. Angeló no apartó su mirada.
—Tienes un don para observar, Rita —dijo él finalmente, con una sonrisa enigmática que no alcanzaba a sus ojos—. Pero no subestimes lo que puedo lograr.
Rita sostuvo su mirada, firme y decidida. Había desafiado a Angeló de una manera que sabía que lo pondría en alerta, pero también había dejado claro que no se dejaría manipular tan fácilmente.
—Y bien, tu turno. —Le recordó al fin, necesitaba ver si podía leerla como ella lo hizo con él. Si lo que declaró en poesía en el desafío uno era cierto, ella era una encarnación del dolor.
Rita mantuvo su mirada, si bien la misma mirada desafiante seguía allí, reconoció también su dolor reprimido. Por un momento, pareció que no iba a responder, pero luego, con un suspiro profundo, decidió hablar.
—Mis desgracias, Angeló, se deben a muchas cosas. En primer lugar, a un hombre que conocí hace años —comenzó Rita, con voz firme, pero con un trasfondo de tristeza—. En segundo lugar, haber nacido en una época donde no tenía ni voz ni voto, donde no podía explorar los límites de mi ingenio ni contribuir con el sueño de dar oportunidades a quienes no creían tenerla. Siempre soñé con vivir amando a mi familia, ser un pilar para mis padres y, si el destino lo permitía, para quien fuera mi esposo. Quería ser ese apoyo que todos ellos necesitaran.
»Mis padres me obligaron a abandonar el amor por el que mi corazón latía y me entregaron a las fauces de las hienas. Me obligaron a casarme con un hombre que no amaba. Y esa primera noche después de mi boda, fui obligada a intimar con él. Pero no acabó allí, fue un suplicio noche tras noche, condenada a aceptar algo que no quería, a aceptar sus golpes, sus humillaciones, a ser forzada hasta sangrar, sin misericordia o rastro de compasión de su parte. Y aunque envié cartas a mi madre, como un auxilio silencioso, en todas sus respuestas tuve la negativa de saber que no había forma de ayudarme.
»Y como si no hubiera sido peor, las cosas no mejoraron. Había quedado embarazada. La verdad, amaba ese fruto de mi vientre, no por el bebé, sino que fueron los meses en el que mi esposo me respetó en el lecho, no me forzó. Solo se levantaba por las mañanas y caía rendido por las noches, borracho, incluso, sabía que dormía con otras mujeres, había labial en sus ropas, pero no me importaba mientras lo mantuvieran alejado de mí. Y la desgracia, entonces, me llevó a perder a ese niño.
»Iba a llamarlo William como mi padre. Pero ese niño no se conformó con no nacer, desprendió la luz de mi matriz, mi vida, tanto como su padre lo había hecho, dejándome sin concebir más. Alexander, mi marido, me consideró una "llaga", una mujer maldita que le encantó con su belleza para despojarle de su linaje.
Rita había mantenido en algún punto de su relato la visión perdida entre las penumbras del bosque. Pero, en ese instante, volvió a mirar a Angeló.
—Lo que sucedió después fue lo que me llevó a Niflheim, pero no me arrepiento de nada. Por eso, Angeló —añadió Rita, con un matiz de advertencia en su voz—, puedo ver a través de tus juegos. Conozco a los hombres malos y tú, querido, tienes astucia, el elemento principal para la manipulación. No me engañas. Sé que escondes algo más detrás de esa fachada. Y te advierto, estaré vigilando de cerca, aunque me sienta agradecida por salvar mi vida.
La historia de Rita era tan previsible como Angeló creyó, aun así, no le restaba dolor ni sufrimiento. Ambos habían sido moldeados por el sufrimiento y las circunstancias adversas, pero, sobre todo, y estaba seguro, por una astuta capacidad de manipulación para sobrevivir. Angeló comprendió que Rita, al igual que él, había aprendido a usar su ingenio y perspicacia como armas para protegerse y avanzar en un mundo implacable. Su relato no solo revelaba su fortaleza, sino también su habilidad para leer y jugar con las emociones ajenas, tal como él lo hacía.
En ese instante, Angeló entendió que Rita no sería una aliada útil; ella misma había dejado claro que conocía sus juegos y no se dejaría manipular. Eran dos maestros de la manipulación, cada uno con sus propios objetivos y estrategias, destinados a chocar en lugar de colaborar.
Además, le fue imposible no reflexionar sobre la advertencia final de Rita. Solo que él era orgulloso y le impedía aceptar cualquier desafío como una amenaza real. Y, en lugar de sentirse intimidado, lo percibió como un reconocimiento tácito de la propia astucia y destreza de la chica. Aunque, en su interior, sentía una mezcla de respeto y desdén. Admiraba a Rita por su inteligencia y capacidad para mantenerse firme, pero al mismo tiempo, su ego le susurraba que él era superior. Y se lo demostraría. La advertencia de esa mujer no era más que un nuevo juego de poder para él, un reto que estaba dispuesto a aceptar con la confianza de que, al final, sería él quien dictara las reglas.
Esa noche Rita concilió el sueño con rapidez. Por primera vez en mucho tiempo, había podido dormir de nuevo, y, además, sin pesadillas. Y eso se debía a que los monstruos de pesadillas, esa noche, habían estado en la oscuridad de la noche al acecho. Por eso, en medio de la penumbra de la madrugada, un alarido desgarrador rasgó el silencio del bosque.
Rita se despertó sobresaltada, sus ojos escaneando rápidamente el entorno mientras su corazón latía desbocado. El grito continuó, lleno de terror y desesperación, y ella se dio cuenta de que provenía de Angeló. Apenas tuvo tiempo de procesar la situación, cuando un gruñido profundo, casi inhumano, resonó en el aire. Un escalofrío helado recorrió columna vertebral.
Al levantar la vista, Rita vio lo que nunca había imaginado encontrar: Era una bestia o un monstruo, ¿cómo saberlo? Una amalgama aterradora que se le parecía a un oso y un dragón al mismo tiempo. Sus escamas brillaban bajo la luz del cielo, revelando el poderoso metal, sus ojos irradiaban una furia primitiva, con las fauces enseñando los colmillos. Con cada paso, el suelo tembló, y su respiración caliente dejaba un rastro de humo en el aire.
Con otro rugido, Rita saltó un costado por instinto, con su cabeza retratando una estrategia. Viendo como en segundos había rugido lanzando una breve, pero intensa llamarada de fuego que iluminó el bosque, revelando su tamaño colosal y las afiladas garras que parecían cuchillas listas para destrozar cualquier cosa en su camino. Aquel aliento derritió los árboles. Iba a huir hacia la zona de peligro como habían planeado, pero Rita descubrió a Angeló huyendo y abandonándola.
—¡Maldición! —gritó frustrada.
Volvió a ver a la bestia sacudirse, rugir con las fauces abiertas, y volvió a saltar hacia otro punto, antes de que otra oleada de fuego liquido escupiera. Rita allí entendió dos cosas. No podía huir por la zona de peligro sin la ayuda de Angeló, además, no tenía certeza de que la bestia fuera totalmente vulnerable a los efectos de la droga de los árboles. Por otro lado, se dio cuenta que la criatura, aunque poderosa, tenía sus limitaciones: su cuerpo masivo lo hacía lento y su inteligencia estaba gobernada por instintos primarios. Pero había algo más, algo que le martirizaba. ¿Por qué la criatura no persiguió a Angeló, cuando, según su experiencia en Nueva Zelanda, en las tantas cacerías que ella misma abordó, había descubierto que el detonante de cualquier fiera era ver una presa en movimiento?
Llena de adrenalina y miedo, Rita comenzó a correr en zigzag entre los árboles del bosque con el corazón golpeando con fuerza en su pecho. La bestia corrió detrás de ella con ferocidad, confirmando su teoría. La criatura rugía, retumbando como truenos, acompañado del aliento de fuego líquido que lanzaba con furia. Las llamaradas devoraban árboles a su paso y dejaban un rastro de destrucción y calor abrasador que Rita sentía en su espalda, avivando aún más su instinto de supervivencia. El terror solo la impulsaba a moverse más rápido y a esquivar con precisión cada explosión de fuego.
—1,2,3,4,5...
Fueron los segundos que contó para que la criatura rugiera, y seguido de ello, el aliento de fuego. Ese era la señal que le indicaba que debía saltar a un costado y esquivar la llamarada. Se mantuvo así por lo que le pareció una eternidad, con su mente trabajando con una rapidez que ni ella misma podía calcular. Como una galerna tenía su cabeza. Entonces, comenzó a recordar: lo primero fue su conversación con Angeló horas antes, el tono seguro con el que habló sobre sus habilidades y su capacidad para manejar situaciones peligrosas. "Pero no subestimes lo que puedo lograr." Sí, allí estaba la clave. Se maldijo a sí misma por habérsela puesto tan fácil a Angeló. Su advertencia no había hecho más que ponerlo en alerta. Una rata acorralada era la criatura más peligrosa que podía existir.
Tenía ese problema desde siempre. Había dejado que su boca impulsiva revelara información crucial, como cuando declaró su amor por Henry Bellgrand, o como cuando anunció sus deseos a Alexander. Si hubiera sido más discreta, tal vez su vida hubiera sido otra, tal vez Angeló no habría tenido tiempo de preparar algo para protegerse.
Luego recordó a Angeló usando sus pociones para neutralizar el segmento peligroso del bosque, lo que le contó sobre la savia de los árboles, y como le vio a huir sin problemas de la escena. Y fue todo eso lo que le permitió concluir: Angeló era un alquimista astuto, manipulador y peligroso. Si ella fuera él, tan diestro como lo es, al descubrir el efecto de la savia del bosque, al conocer mis propias conclusiones sobre los segmentos y la presencia de criaturas peligrosas en el lugar, no solo robaría la savia de los troncos, sino que implementaría una sustancia que atrajera a la fiera, esperando la oportunidad de lanzársela a una buena presa, un comodín que le permitiera huir y atravesar siempre el bosque.
—¡Maldita sea, Angeló! —Ahora había sido ella la que gritaba furiosa de sentirse manipulada.
Pero no era momento de lamentarse. Con la criatura detrás de ella, era momento de poner fin a su situación. Ella se prometió hacía mucho tiempo, cuando todavía estaba viva, que jamás volvería a ser la víctima o presa de nadie.
Entonces, Rita, calculando cada movimiento milimétricamente de ella y la criatura, cuando la bestia se preparó para lanzar otro aliento de fuego, ella vio su oportunidad. Con un salto ágil y preciso, se lanzó hacia un lado justo cuando la criatura disparaba su letal llama líquida. El fuego pasó rozándola, quemando los arbustos cercanos, pero sin alcanzarla. Detuvo sus movimientos, haciendo que la misma criatura pareciera desconcertada de ese hecho, y colocándose a un costado del monstruo, la tocó.
En el momento en que lo hizo, Rita sintió una descarga de poder fluir desde su cuerpo hacia la criatura. Un segundo después, la bestia colapsó, cayendo pesadamente al suelo. Sus ojos feroces como el fuego se emblanquecieron de inmediato, y la piel pareció marchitársele, algunas escamas incluso cayeron al suelo, como si la vida misma se hubiera extinguido de su ser, cómo si hubiera sido drenada.
Rita se quedó mirando la figura de la criatura con incredulidad y luego, con determinación, murmuró:
—No quería usar este poder, pero he sido obligada. Y a mí nadie me obliga. Angeló sabrá quién soy de ahora en adelante.
Con el corazón aun latiendo con fuerza, Rita se alejó del cadáver del monstruo. Si algo tenía claro y seguro en ese momento, era la habilidad y la astucia de Angeló. Sabía que tendría que enfrentarse a él de una manera completamente nueva, de forma estratégica, hacerle corretear en el supuesto juego que él pudiera urdir. No por nada era el campeón de Loki, pero que lástima, ella había sido la escogida por Hela.
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