1. Bienvenidos a Arkadia
Las primaveras de Arkadia simulaban una tranquilidad fortuita pese a la gran cantidad de personas que vivían y visitaban el Estado Naciente. Las mariposas blancas se volvían infinitas en aquella zona durante esa etapa anual y deambulaban por entre la civilización y las vegetaciones abundantes; los turistas que se avecinaban a la gran Arkadia estaban realmente entusiasmados con observarlas volar por todos lados, quedándose estaqueados en las aceras y las calles comunes, obnubilados con la vista hacia el cielo, extasiados por el espectáculo natural. Sin embargo, aquella apariencia con sosiego, decorada con pequeños puntos blancos deambulantes, flores coloridas y verdes en todos los espacios, sólo era eso: una apariencia que espejaba sobre un desierto de escombros.
Arkadia había sido reconstruida en el año 2056 sobre los restos de una civilización que había sido imperante por siglos. Se erigió principalmente como una fortaleza y refugio para todos aquellos que habían logrado escabullirse y salvarse de la pandemia que había atentado con toda la población entre los años 2030 y 2040, la llamada Década Negra. Rodeada por montañas, ríos, bosques y zonas desérticas, la sociedad se reconstruyó a paso lento pero decidido. En el inicio de la nueva era, sólo unos pocos aventureros, guiados por un millón de mariposas monarca blancas viajeras, habían decidido poner en tal lugar sus primeros asentamientos, acompañados por familiares y compañeros de viaje. El acontecimiento había sido sellado en la historia, las mariposas monarca, especie que tenía la particularidad de migrar solitaria, había establecido un nuevo patrón de supervivencia: reunirse en una bandada de mariposas y propiciar una migración exitosa de zona en zona, hasta llegar a la Arkadia deshabitada. Los primeros grupos siguieron a las mariposas como símbolo de supervivencia, pero también como la posibilidad de llegar a un ecosistema saludable, moldearon su destino al tomar el mismo camino. Con el tiempo, levantaron haciendas y hogares y comenzaron a recibir, poco a poco, nuevos visitantes en grupo o solitarios.
Pero, ¿qué le había sucedido al mundo en la Década Negra?
Al inicio del virus, el mundo comenzó lentamente a sentirse triste. Sin razones, las personas de cada sociedad -no importaba realmente cuánta distancia existiera entre Canadá y Sudáfrica- caían en una profunda depresión que los encerraba y los agobiaba. Poco a poco, todos se aislaban en sus casas, las amistades se quebrantaban y las familias se rompían sin ningún tipo de razón lógica. Al principio, la explicación de quienes no habían contraído el virus había sido el nacimiento de una nueva era; el individualismo en su máxima expresión y la depresión como la enfermedad que había sido descuidada por las políticas públicas durante muchas décadas. Al cabo de unos días, cada centro de las ciudades más habitadas, se había vuelto silencioso y vacío. Entre las familias, aparecía uno que otro infectado. Los síntomas eran claros: una muestra de desprecio hacia el resto del mundo y hacia sí mismos, una tristeza marcada, aislamiento y patrones desordenados de alimentación, seguido por intentos de suicidio o suicidios propiamente dichos. En un pueblo rural de lo que en ese entonces se llamaba Colombia, una familia entera se había envenenado en una cena de domingo con notas en sus manos que expresaban malos augurios de lo que le esperaba al humano. En el centro de París, trabajadores de una empresa multinacional se lanzaron del último piso, cayendo descuartizados en las aceras de la ciudad. Realmente nunca ningún Estado logró encontrar al paciente cero ni establecer la zona de inicio del virus que, en ese momento, se llamaba psicológico. Y eso volvió aún más confusa la situación. Sólo quedaba la esperanza de que algún día el mundo desistiera, la tristeza cediera y poco a poco todos se recompusieran. ¿No era eso lo que los humanos esperaban de su tristeza antes del brote?
Recuéstate un poco, chico. La tristeza es pasajera. Ya pasará. Sal y haz tus cosas y verás cómo se va.
Pero la problemática se encendió cuando, a los pocos meses del brote depresivo, las personas comenzaban a experimentar una manía desequilibrada, una felicidad absoluta, que, al igual que la depresión, no tenía base lógica. La sociedad entera había vuelto a las calles desoladas, cantaban clásicos de los años 20 y visitaban todos los parques y shoppings de las ciudades. Todo parecía haber sanado, sino fuera por un desborde del capital debido al récord de compras que se experimentó en todo el mundo y el índice de muertes que se acrecentó por conductas riesgosas y precipitadas. Las decisiones de los altos mandos políticos también estaban emparentadas con tal posición subjetiva: el mercado comenzó a colapsar y la crisis económica se acentuó hasta en las potencias mundiales. Las deudas con el Banco Mundial se volvieron extremas y la pobreza ya era una categoría que rompía cifras extremas. Aún más, las personas no sólo evidenciaban un descuido hacia sí mismos sino que también, enamorados de tal estado de éxtasis, ponían en peligro la integridad física de las demás personas; como sucedió en el centro comercial de Buenos Aires, donde una joven incendió el edificio entero sin razón lógica más que "necesitar hacerlo", como había expresado.
Como si fuera poco, la convivencia entre la depresión y la manía no fue la única. De manera disimulada y cautelosa, la peor de las emociones comenzaba a emerger. La primera situación ocurrió en el centro de Londres cuando un joven con un bolso de cuero negro que caminaba por la senda peatonal se quedó parado frente a una inmensa fila de automóviles. Aquella escena, filmada por diversos medios, era atemorizante. El joven poseía las ojeras de meses de encierro y su cabello despeinado y sus manos temblorosas expresaban la manía posterior. Pero aún más, pese a aquel estado desequilibrado y con la sonrisa marcada en su rostro, su entrecejo comenzó a fruncirse. Algunos ciudadanos, aún con sus síntomas maníacos, bajaban con una sonrisa en su rostro y expresiones de felicidad a pedirle por favor que se quite del camino. Pero el joven, que aún no se movía ni un poco de esa angosta calle, movió su mano hacia su bolso y quitó de ella un revolver. Cuando lo sacó por completo, lo dirigió hacia los coches y personas frente a él.
"Esto es nuestra culpa."
Esa frase, que luego fue llevada como bandera por La Resistencia, inició los disparos. Pese a los intentos de escapar de las personas allí, el joven lograba bajar uno a uno con un disparo certero hacia la cabeza o el pecho. Ancianos, niños, adolescentes, no importaba. Ese día, cuarenta y cinco personas murieron. Pero el virus, que ya había tomado por completo al joven, comenzaba a hacer estragos en los demás. Y así, envenenados con una ira asfixiante, los demás ciudadanos lo asesinaron con cualquier objeto que encontraron en la calle.
La tercera, y más duradera y catastrófica etapa del virus había comenzado: la ira.
Asesinatos en serie, golpizas y ataques en manada o individuales, y aún más, guerras civiles e internacionales, como así atentados, comenzaron a hacer estallar el mundo entero. Los humanos habían vuelto a su esencia: el instinto de supervivencia a través de la sangre, la fuerza y la falta de racionalidad. Los humanos desde siempre habían portado dentro de ellos su propio exterminio. Tal proceso, al que se llamó "La década negra del 30" culminó poco a poco a inicios de los 40 cuando de manera natural los humanos comenzaron a encontrar ilógicas las prácticas violentas y sanguinarias. Algunas personas fueron llamadas revolucionarias en esos primeros años por volver a aplicar prácticas como las marchas pacíficas, estimuladas hacía ya casi un siglo por Gandhi o Mandela, pero también se vieron involucradas a encuentros con La Resistencia, quienes, incluso ya sin los síntomas, sostenían que todos los humanos, sin importar ninguna característica excepcional, debían desaparecer de la tierra.
Sin embargo, pese a los intentos de los grupos pacíficos, para ese entonces las ciudades habían sido devastadas, los países habían perdido su calidad de Estados debido a sus guerras civiles, había muerto más de la mitad de la sociedad mundial y el cambio climático se había vuelto irreparable. Con el paso de los años, el mundo había quedado vacío y prácticamente inhabitable.
Las personas, ocultas entre los escombros o los pocos ecosistemas naturales que existían, comenzaron a reunirse. Algunas de ellas, aún con los síntomas del virus, continuaban con su lema matar o morir, pero otros comenzaron a organizarse en pequeñas comunidades con el fin de protegerse.
Así nació Arkadia, llevando el nombre de una de las hijas de la primera gobernante de la comunidad. Con el propósito de reconstituir los recursos naturales perdidos, los primeros ciudadanos de Arkadia consiguieron a estimular una política estatal que consiguiera restituir los bosques que habían sido quemados, además de la ganadería y la agricultura. Paulatinamente, se estimuló la organización a través de Juntas Políticas que estaban encargadas de promover la búsqueda de los sobrevivientes de la Década Negra, reestablecer la historia de la humanidad a través de los restos bibliográficos, restaurar la democracia y canalizar a las comunidades hacia la formación de una nueva sociedad.
Poco a poco y a lentos años, Arkadia comenzó a volverse reconocida entre los escasos Estados Nacientes por el cuidado del medio ambiente, la cantidad de científicos que logró encontrar y la posibilidad de sobrevivir luego de largos años de desidia. Los Estados Nacientes eran formaciones comunitarias que, como la pequeña comunidad de Arkadia, habían sido construidas por pocos habitantes y nacían como un nuevo amanecer luego de una tormenta eterna.
En el año 2104, luego de casi 60 años de la tragedia mundial, la prometedora ciudad se volvió una potencia mundial. Sus recursos lograron cobijar a más de tres millones de personas -lo que significaba casi un 15% de la población mundial- y prometía aún más: regenerar espacios de diversión que estimularan la felicidad perdida durante tantos años. Así, en el año 2110, nacieron los juegos de Arkadia. Bajo la dominante tecnología de esta civilización, se buscó crear un espectáculo y también un ambiente de salud física y mental para todos los ciudadanos del mundo. Con la promesa de nunca volver a permitir el surgimiento de un virus tal como el ocurrido, la junta política de Arkadia estimuló cada año la creación de una serie de competencias olímpicas que proveyera a los diferentes ciudadanos un lugar de identificación y soporte. Un espacio donde las sociedades humanas pudieran revivir la desidia vivida y se permitiera la reelaboración de años traumáticos.
Así, cada 20 de septiembre hasta el 31 de diciembre, diez jugadores de todo el mundo serían seleccionados para competir en diferentes arenas con el fin de convertirse en el vencedor o la vencedora anual; los mismos, con el fin de que nadie saliera ileso, se llevaban a cabo en una realidad virtual en la que los concursantes la vivenciaban con un excesivo sentido de realidad.
El lema de los juegos nació en las palabras de Linda Croato, una de los primeros participantes, quien dijo en su discurso de vencedora el 1 de enero del 2111:
"Cuando el inconsciente colectivo nos avasalle, seré una pequeña luciérnaga interna volviéndose consciente".
Diez años después de la primera edición de los juegos de Arkadia, aún las huellas del pasado siguen marcadas en las hojas de la historia. Co-habitantes del mundo despiertan en las noches agitados y alarmados por sueños perturbadores de los años pasados. El trauma social quedó sellado y todos llevarían consigo la marca de la oscuridad humana latente. Pero los juegos prometerían aún, con base científica, que algún día se logrará reelaborar la década negra.
Así, sustentados en conocimiento psicológico social, en cada edición de los juegos, se reviven situaciones límite que ponen a las emociones al flor de piel con el fin de nunca olvidar quiénes fueron los humanos y todo lo que aún llevan dentro de sí mismos para así volverlos más íntegros y estimular una nueva evolución de la raza humana.
Ahora, en el 2120, el nuevo presidente electo de Arkadia, Jordan Grimson, lanza sus palabras al mundo, mientras se posa con actitud firme frente a un centenar de cámaras flotantes:
—Bienvenidos a Arkadia. Sean bienvenidos a este Estado Naciente, vengan a construir una nueva mente social más saludable para todos. Hemos superado a la década negra, hemos resurgido de las cenizas; combatimos nuestras emociones más arcaicas, vimos caer a nuestras familias y vimos nacer a nuestros nuevos compañeros. El universo nos está viendo nacer otra vez. Sepan todos que cuando el inconsciente colectivo nos avasalle, todos seremos una pequeña luciérnaga iluminando el camino interno que nos llevará a ser más conscientes. Bienvenido septiembre, con tu primavera blanca, haz de los juegos una nueva esperanza. Y cuando llegue un nuevo año, rodea con mariposas al nuevo vencedor.
https://youtu.be/sK6jRNl83tY
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