Capítulo 22 (Parte 1)
Aviso:
Este capítulo será dividido en dos, pero ambas partes se subirán de forma consecutiva así no pierden el hilo de la lectura. Que lo disfruten.
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"El baile oscuro"
Por la mañana todo parecía más tranquilo, aunque casi no había podido dormir. Lo sucedido anoche había marcado algo en mí, como si ese conjunto de acciones ayudaran a sentirme diferente. A explorar estos detonantes que impulsaban mi enojo y las emociones negativas convirtiéndolas en el más puro deseo de destrucción.
Octavian no estaba a mi lado, en su lugar había una caja negra con un moño azul y una nota dorada resaltaba.
"Sorpréndeme preciosa"
Dejé la nota a un lado, deshice el moño y levanté la tapa encontrándome con las dagas que había utilizado en el entrenamiento, estas brillaron con el reflejo de la luz, el filo en mis dedos se sintió frío. Debajo de la ceda roja habían pequeñas cuchillas bordó y diversos arneses del mismo color.
Su regalo era más que específico, hoy sería el día en que nuestras vidas estarían en juego, era matar o morir y en este tiempo aquí, he descubierto que la muerte es más satisfactoria cuándo tú la provocas.
Me levanté de la cama para vestirme con mi traje ocultando cada una de las cuchillas en los arneses. Las dagas iban sujetas en mis muñecas, listas para deslizarse ante cualquier inconveniente, con solo apretar un botón del arnés, las armas letales aparecerían.
Decidí nombrarlas, una de ellas sería Hela, la diosa vikinga responsable del inframundo y Sejmet, la diosa egipcia nacida del ojo de Ra, que provocó tal baño de sangre que el mismo dios se asustó viéndose obligado a apaciguarla. Ella es la diosa de la guerra y de la venganza. Y será Sejmet quién asesinara a Caleb esta noche.
—¡Has despertado! —Eira entró llena de alegría a la habitación y la miré confundida desde el escritorio de Octavian —. Eso es una genial noticia ya que debemos comenzar a prepararte para el baile.
—¿Qué? ¿No es en la noche? —me levanté rodeando el escritorio.
—Así es, pero antes hay una serie de rituales que los iniciados deben cumplir —empujó un carrito que tenía una bolsa colgada que supuse que era mi vestido.
—Por ejemplo... —La animé a continuar mientras observaba como iba de un lado al otro abriendo cajas y moviendo sillas.
—Deben practicar, bailarán con sus jinetes asignados y uno de los generales escoge a un jinete para que sea su novicio, en este caso, novicia.
Ante sus palabras me detuve en seco, no me preocupaba el baile, sino quién me había escogido. Octavian aún no es un general oficialmente, así que cualquiera de esos lobos podría aprovechar esto para escogerme y tenerme en la palma de su mano.
—¿Dónde está Octavian? —pregunté en un tono rudo que obligó a Eira girarse para verme.
—Se está ocupando de unos asuntos. —De aquí a la China habría notado que mi pregunta la puso nerviosa y me estaba mintiendo.
—Necesito hablar con él.
—Eso no podrá ser Arcane, ahora prepárate porque te encontrarás con el general que te escogió y él se encargará de tus clases de baile. Cuando acaben, te buscaré para vestirte. —Habló rápidamente mientras volvía a su trabajo.
—¡No iré a ningún lado sin hablar con Octavian, en este estúpido y machista sistema yo soy su susurro y respondo a sus órdenes! —di un paso hasta ella mientras apretaba los puños —. Así que, Eira, aprovecha que quiero ser una buena chica y llama a Octavian.
—Arcane, —se acercó a mí observando en todas direcciones —, tengo órdenes del mismísimo Octavian de que cumplas con el protocolo, no puedo decirte mucho, pero debes saber que él no te entregaría a los lobos. No como otras personas más cercanas lo han hecho.
Entrecerré los ojos observándola con cautela y me acerqué aún más enfrentándola.
—¿Cómo que otras personas lo han hecho? ¿Eira, tú sabes algo que yo no? —crucé los brazos en mi pecho observando a la mujer más baja que yo por unos centímetros.
—Te conozco desde hace mucho tiempo Arcane, incluso antes que Octavian y al igual que él, quiero protegerte del lobo vestido de oveja que te ha estado engañando tantos años. —Posó una mano en mi hombro —. Por favor, colabora conmigo.
Sus palabras no tenían nada de sentido, pero estaba realmente afligida por todo lo que venía sucediendo. Quizás luego podría indagar sobre Eira y de dónde me conoce, pero ahora debía seguir lo que parecía el plan perfecto de Octavian, tendría que enfrentarme a un general y sabía que no sería cualquiera.
—Está bien, llévame a la jaula del león —rodee los ojos girándome hacía la puerta.
Todo el camino fue silencioso, ya que si hablaba podría notarse el miedo que sentía en esos momentos. Había llegado muy lejos, sabía demasiado, no podía permitirme morir ahora o meter la pata.
Nos detuvimos en frente de una puerta blanca y luego de que Eira se despidiera yo tomé una bocanada de aire. Llenándome de valor la abrí.
La persona que aguardaba por mí en un sofá negro de cuero me sorprendió, esperaba que fuera Caleb, que aprovechara este momento de debilidad para jugar conmigo. Pero no fue así, quien estaba sentado allí, era nadie más que Luciel.
Sus tatuajes podían verse a la perfección comenzando en sus muñecas subiendo hasta su cuello. La camisa con algunos botones desabrochados le daba un aire más relajado, aun así no debía olvidar a quien tenía delante, no era Caleb, pero ese cabello negro desordenado y esa sonrisa engreída podría ser mi final.
—No tengas miedo Arcane, no puedo hacerte daño. —Se levantó del sofá y se acercó a mí remarcando muy bien nuestras diferencias de alturas.
Que haya dicho "no puedo lastimarte", en vez de "no voy a lastimarte", alimentó aún más mi desconfianza haciendo que dé un paso hacia atrás. Las cuchillas en mis muñecas me susurraban suplicantes por salir, pero no cometería el mismo error, esperaría que él ataque para yo hacerlo como "defensa propia", así no sería culpada por haberlo provocado o cometer una estupidez.
—Comenzaremos con el baile —me dio la espalda sonriendo y se dirigió hasta una computadora de donde activó una melodía que inmediatamente me condujo a la edad media, donde la realeza lucia esos preciosos vestidos y danzaba en el centro de un castillo.
Luciel volvió a acercarse a mí, como si fuera una muñeca de porcelana, pasó con mucho cuidado su brazo por mi espalda y con la otra mano libre tomó la mía. Ante su contacto me tensé aún más, el pareció notarlo ya que me dedicó una mirada calculadora.
—Primera observación, debes soltarte ante su pareja de baile, entregar tu confianza de que él hará los pasos correctos y no te dejará caer. —Comenzamos a movernos por la sala.
—Tú no me generas confianza. —Respondí cortante.
—Pero Octavian si, con él bailaras, así que finge que soy él.
—¿Quién dijo que confío en Octavian? —me defendí.
—No confías ni en ti misma Arcane, pero sabes que él nunca te dejaría caer.
Sus palabras me hicieron callar, no tenía nada que refutar o con qué defenderme, muy dentro de mí sabía que había una razón por la que Octavian se empeñaba en mantenerme con vida, más que salvar su propio pellejo. Él lo había admitido, tanto como su padre, se habían obsesionado con la niña que les recordaba cada día sus vidas de mierda.
Sin más hice un esfuerzo por relajarme en los brazos de Luciel, al cambiar la canción por una melodía más grave y lenta, ya me estaba dejando llevar por el hombre lleno de tatuajes. Ambos nos movíamos por el salón con admirable facilidad ya que solo debía seguirlo. No era tan difícil llevar a cabo esta clase de bailes cuando tu pareja hace todo el trabajo y mide casi un metro más que tú.
Mientras bailábamos Luciel no me hacía recordar a Octavian, sino a aquéllos ojos negros que me habían hipnotizado. Caín no salía de mi mente y me gustaba pensar que se vería así en unos años.
Luciel me hizo girar y la melodía terminó en el momento en que nuestros pechos chocaron dejándonos a centímetros, el hombre me dedicó una sonrisa separándose de mí.
—No se te da mal, al menos Octavian no deberá preocuparse porque le pisen los pies —volvió al sofá sin antes servir dos copas de vino, yo lo seguí —. Nunca me ha gustado el whisky, soy admirador de una bebida aún más sofisticada como lo es el vino. Un hombre que bebe whisky te inspira poder y superioridad, pero uno que bebe vino, es inteligente y tranquilamente peligroso, además de que tiene un gran gusto.
—Eso solo son apariencias, beber algo te hace ver inteligente, pero no quiere decir que realmente lo seas —miré la copa con resentimiento y luego a él.
—Cada uno se muestra de distintas formas, si quieres que tu oponente crea que eres un idiota, así te mostrarás —bebió un pequeño sorbo de su copa.
—¿Y cómo me ves Luciel? —Me incliné hacía delante sin ninguna expresión en la cara.
—Como realmente eres, eso te vuelve impredecible, ya que no interpretas un papel, tu misma lo creas. —Me observó con extrema seriedad —. Y por eso eres un peligro inminente.
—¿Eres consciente que llamas peligrosa a una chica de diecisiete años? —Una pequeña sonrisa se asomó en mi rostro.
—La maldad no tiene edad Arcane, yo asesine a mi primera víctima a los treinta años y fue mi propio hijo de catorce años. —Aquello no pareció afectarle.
—¿Por qué lo mataste?
—Asesinó a mi esposa, un amor, por otro amor. La maldad no tiene edad.
Otra vez, me quedé en completo silencio, sin saber que decir respecto a aquella confesión. Esta decisión fue la más inteligente que pude haber tomado, ya que me hizo ver como si no me importara en lo más mínimo.
—Continuemos con la práctica, solo nos queda una hora. —Se levantó del sofá acomodándose la camisa, me ofreció su mano donde tenía tatuado los huesos de un brazo esquelético y sin dudarlo le tomé la mano al diablo, para volvernos a sumir en su danza de autodestrucción.
La hora pasó demasiado rápido, ni siquiera me di cuenta cuando Eira estaba tocando la puerta para llevarme a la sala donde nos prepararían para el baile. Esta tenía tocadores con espejos, maquillaje, nuestros vestidos y claro, siempre manteniendo el estilo oscuro de la cárcel.
Allí también estaba Graycee que me dedicó una sonrisa, Clara me saludó con un gesto de cabeza y Wren que ni siquiera se giró a verme. Lo merecía, pero no me pondría a llorar ahora, tenemos cosas más importantes que preocuparme por una amistad de niñas.
Eira me hizo poner una bata despojándome de mis cuchillos y me sentó en el tocador vacío, ella fue la encargada del peinado y el maquillaje. Se movía con gran facilidad por toda la sala sosteniendo máscaras de pestañas, peines y fijador de cabello.
En tan solo una hora ya pude observar el resultado final. Mi cabello estaba recogido con algunos rizos sueltos en mi frente, no llevaba demasiado maquillaje, pero los tonos negros hacían resaltar mi mirada con ferocidad.
Luego Eira me condujo a una habitación solitaria donde estaba mis arneses sujetos a un maniquí, en otro estaba el vestido y junto a este, una caja roja.
Me saqué la bata quedando en ropa interior y lo primero en ponerme fueron los arneses que sujetaban las cuchillas en mis piernas, también los que iban en mis brazos sosteniendo las dagas carmín.
Tomándome mi tiempo me puse el vestido completamente negro, que tenía la espalda descubierta y un pronunciado escote en "V". El vestido me llegaba a cubrir la pierna que sostenía las cuchillas, excepto la derecha donde un corte dejaba a la vista mi piel desnuda dándole un aspecto más seductor.
Los zapatos también parecían diseñados para mí, ya que estos tenían la altura perfecta y en el tacón ocultaban dos cuchillas más.
Finalmente me acerqué a la pequeña caja roja, al abrirla supe que esto no era de parte de Octavian, sino de Caleb. Ya que la caja hubiese sido azul. Al ver lo que contenía sentí mi corazón detenerse... el collar de mi madre, ese que siempre lleva con ella, el que mi padre le regaló luego de que se casaran.
Sentí un nudo en la garganta al tomar la preciosa y delicada amatista. Caleb la tenía, quería que sepa que estaba a tres pasos delante de mí. Pero eso no me hizo temer, al contrario, hoy él moriría y si yo también lo haría, estoy dispuesta a recibir a la muerte como una vieja amiga.
Fue Caín quien me sorprendió mientras observaba el collar. Él vestía un traje completamente negro, se acercó a mí observando el pequeño objeto en mis manos.
—Él la tiene... Va a matarla como lo hizo con mi padre —susurré sintiéndome impotente.
—No lo hará, esta noche escaparemos de aquí Arcane y podremos estar juntos. —Caín tomó mi rostro con delicadeza obligándome a verlo.
—¿Cómo sabes que lo lograremos? —le susurré sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos.
—Porque así está destinado a ser. —Se inclinó hacia mí y juntó nuestros labios en un suave beso.
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Aparezco para decirles que corran a ver la siguiente parte.
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