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Capítulo 1

"El cuarto mes"

Esa noche me quedaría hasta tarde, debía cubrir turnos extras si deseaba pagar las cuentas antes de quedarme sin luz o servicios en general.

Bienvenidos al mundo del 2028, donde debes pagar hasta por el aire por el que respiras y cuándo en casa son dos personas con gastos de una familia enorme, las cuentas a fin de mes te ahogan hasta no poder más.

La cafetería lucía bastante aburrida, para ser la última semana de abril, los pueblerinos continuaban con miedo. Allí debería incluir a mi madre, quien casi le da un paro cardíaco cuando le dije que me quedaría hasta tarde.

El cuarto mes, cada dos años, ellos lograban poner al pueblo en completa cuarentena, incluso las escuelas cerraban durante todo el mes y los padres ocultaban a sus hijos adolescentes con la esperanza de que no sean el objetivo de los jinetes del pánico. Pero aquí me tienen, limpiando mesas un domingo por la noche, al llegar la última semana creía que ya no pasarían, que este año harían una excepción.

Por los ventanales podía observar el estacionamiento iluminado por las luces neón del lugar donde trabajo hace años, aún llevaba mi delantal esperando que sea mi hora de salida, aunque prefería quedarme a dormir aquí antes que volver sola a casa por la noche.

Una canción electrónica con ritmo pegajoso rompía con el silencio en el lugar, en aquella soledad me gustaba pensar en la recompensa de quedarme horas extras en un mes donde podría morir fácilmente.

Estaba tan concentrada en el estacionamiento que, al sonar mi reloj, di un salto obligándome a sujetarme de la mesa.

—Mierda...

Susurré apagando la alarma y me dirigí a la barra para tomar mi morral con mis cosas, ni me gasté en quitarme el delantal, solo me cubrí con mi abrigo de cuero sintético.

Mis rizos estaban atrapados en un moño desprolijo mientras que mi maquillaje, por suerte, continuaba intacto.

En cuanto me fui, la cafetería quedó completamente a oscuras (excepto por el cartel neón, esa porquería nunca se apaga). En el camino por el estacionamiento se aceleró mi pulso, miraba para todos lados con mi navaja lista. No solo era por los jinetes, sino que también había demasiados enfermos en esta ciudad, que más de una vez, me han gritado cosas en la calle.

Al adentrarme por las solitarias calles de Arcland me puse más alerta, analizando cada detalle y considerando las miles de posibilidades...

Cada cinco metros, una farola intercalada por los lados de la calle totalmente solitaria, sin indicios de personas o autos, solo yo con la noche.

Mis pasos eran ligeros sobre la acera, mi sombra se reflejaba en los callejones donde evitaba ver y se me detenía el corazón. Con mamá siempre vivimos en una casa más o menos alejada de la ciudad, se trataba de la casa de mis abuelos paternos que fallecieron tiempo después que asesinaran a mi padre.

Mi teléfono volvió a vibrar en mi bolsillo y maldije a todos porque ese ruido se escucharía hasta China. En la pantalla se mostraba el nombre de mi mejor amiga junto con una foto nuestra. Deslicé el dedo por la pantalla y atendí.

—Casi me das un paro cardiaco, ¿Qué quieres Wren? —Susurré observando hacia todos lados.

—Hola a ti también —bufó —quería preguntarte si me prestas tu libro de Edgar Allan Poe, ese que habla de una cosa que mata a un reino y hay un tipo que todos piensan que está loco.

— ¿La máscara de la muerte roja?

— ¡Si, esa! —Chilló emocionada y yo solo rogaba llegar rápido a casa.

— ¿Y desde cuándo te gusta esa clase de libros? — cuestioné, Wren no era de leer muy seguido y si lo hacía eran puras obras clásicas de romance.

—No me gustan, pero el chico del que te hablé lo estaba leyendo en el parque y si quiero que me hable, debemos tener algo en común. —Sonaba estúpidamente lógico. —Y lo único que sé es que le gustan las novelas de ese estilo.

—No te negaré que tiene buen gusto, estoy por llegar a casa, mañana te llevo el libro.

— ¡Gracias, cuídate! —cortó.

Volví a la realidad sintiendo mi corazón retumbar en mis oídos y mi pulso volar como loco, ahora no necesitaba tener un maldito ataque de ansiedad.

Empecé a perseguirme, a ver sombras detrás de mí, escuchar pasos donde no los hay y cuando menos me di cuenta estaba corriendo totalmente alterada. Me relaje un poco cuando ya estaba llegando a la entrada de casa escribiéndole a mamá que me abra la puerta ya que había dejado mis llaves. Su figura delgada se hizo presente en el pórtico mientras yo atravesaba el pequeño portón, solo di dos pasos cuando una camioneta apareció de la nada a toda velocidad y de mis lados salieron dos hombres.

— ¡ARCANE!

— ¡MAMÁ!

Mi grito resonó en todo el vecindario y cuando quise correr ya era muy tarde, los dos hombres me sujetaron con facilidad, cubrieron mi rostro y me subieron a la camioneta. Solo alcancé a ver a mamá correr hacía mí, pero fue muy tarde, ya que seguido de eso un pinchazo en mi cuello apagó todos mis sentidos.

Los jinetes me habían atrapado.

—El suero las dormirá durante todo el viaje novato, no te preocupes.

Era una voz masculina, bastante grave, podría tratarse de un hombre adulto hablándole a otro, pero la venda en mis ojos no me permitía averiguarlo. Lo que era más que claro, es que ese supuesto suero había fallado, porque yo estaba despierta intentando agudizar cada uno de mis sentidos para averiguar dónde estaba. El suelo irregular me daba una pista de que me encontraba en la camioneta que apareció de la nada, estaba amarrada de manos y pies en posición fetal, fingiendo estar dormida. En cuanto la camioneta frenó de golpe, mi cuerpo golpeó con fuerza contra un lado del vehículo y al sentir la brisa fresca de la noche supe que la puerta estaba abierta, podría aprovechar y arrastrarme hasta la acera, pero no sabía si había jinetes conmigo o si podría lograr moverme ya que estaba anestesiada. De todas formas, fue muy tarde cuando unos gritos femeninos inundaron la camioneta, luego le siguió un portazo y para concluir, la otra secuestrada poco a poco dejó de gritar... La habían sedado.

Quería romper en llanto, gritar y colapsar, pero durante todo el viaje tuve que fingir estar sumida en un sueño profundo, mientras memorizaba cada débil rayo de luz que se asomaba por la venda, intentaba deducir por dónde íbamos y oír lo que sea. Pero la camioneta estaba en un completo silencio, así que supuse que estaba yo y la otra chica, mientras que los jinetes conducían.

Un movimiento a mi lado me alertó, la chica se había despertado.

—No te muevas o te dormirán. —Susurré de tal forma que solo ella me escuchara.

— ¿Quién eres? —Su voz se escuchó aterrada.

—Una presa más de los jinetes, ahora cierra la boca y finge estar dormida.

La chica se quedó callada y yo pude relajarme un poco, no podía reconocer quién era, podría ser cualquier compañera de la preparatoria o cliente de la cafetería. Aún no sabíamos muy bien si los jinetes planeaban a sus víctimas, solo que éstas eran adolescentes entre quince y diecinueve años. Y ahora mismo, en la mitad de mis diecisiete años yo me había vuelto su presa, ahora mamá se encontraba completamente sola... Sin marido, sin hija, sin padres y amigos.

Desde la muerte de mis abuelos solo fuimos nosotras dos contra el mundo, supimos sobrevivir y yo tenía planes para la universidad, gracias a mi promedio, había becas muy prometedoras en las universidades de arte.

Ahora todo había acabado, no importaba todo mi esfuerzo, ni las medicaciones, si antes no me suicidaba era por mi madre, pero ahora la perdí para siempre y quien sabe que me harán. El destino había decidido jugarme una mala pasada.

Divagando entre mis pensamientos acabé haciendo lo que no quería... Me dormí.

De no ser por unos sollozos a mi lado no me habría despertado, lo cual me alegró, pero a la vez eso ocasionaría que nos maten, porque si sabían que el suero falló con la otra chica, comprobarían que no haya fallado conmigo y allí acababa mis esperanzas de un escape.

—Cierra la maldita boca o nos matarán. —Dije enfurecida intentando no moverme a pesar que las esposas comenzaban a picarme.

—No soy yo, es la otra. —La chica del principio contestó con enojo.

Entonces supe que había otra más y que era ella la dueña de los sollozos, pero eso no me importó cuando noté que la camioneta no se movía más, estábamos en completa quietud. Quise moverme, pero unos pasos cercanos me alertaron.

—No hablen...

Fue lo único que alcancé a decir antes de que la puerta se abra y el viento me golpeé con fuerza. Unos brazos me tomaron y cargaron con facilidad hasta afuera.

Viento frío.

Olor a pescado.

Sonido de olas.

Estábamos en la costa de la ciudad, nos subían a un maldito barco como si fuéramos simple mercancía. Sentí unos fuertes brazos cargarme y a pesar de intentar no moverme, mi cuerpo me jugó una mala pasada... Un temblor recorrió mi espalda, supe que era el final, ya me descubrieron y ahora solo quedaba una inminente muerte.

—Quieta... — La voz de la persona que me cargaba me asustó, era ronca, pero sobre todo, hipnótica.

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