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Conceptos violentos


Se acercaba mi cumpleaños número diecisiete y a pesar de toda esta situación disfuncional, mi madre me encontró asilo en la casa de su hermana Emilce.
Mi tía es una mujer viuda de cincuenta años, vive en una casa pequeña de dos habitaciones en una zona rural, con su hija Gloria de veinticuatro años.

Hace tiempo que no visitaba a mi tía, mamá me trajo hasta aquí con un bolso de mano y una maleta con ropa, como para una semana. Mamá llegó tomó un café con su hermana y le narró sus desventuras, y de ahí nace el amparo que presta Emilce hacía mí.

Gloria dijo que no me aflija, que la hospitalidad entre familias es como una religión para el campesino y que todo ese azote que atraviesa mi familia, solo le podrá poner fin la justicia, porque en la justicia también rige el derecho. Mi prima tenía un tono altanero, su sable era su lengua, se notaba que era una mujer con coraje y eso me eclipsó.

Emilce le pidió a mamá que largue todo el rollo y en la estancia se hizo un silencio absoluto, mi madre tragó saliva, me miró de reojo y procedió a narrar la historia.

Wilson me propuso un negocio espectacular —dijo entre sollozos—; pero todo salió mal y no pude arribar el micro para cruzar a Chile, tenía que llevar una cartera con un fondo falso lleno de pastillas de lsd, un hombre chileno iría a recoger el bolso en la terminal.

¿Pero que ocurrió tía?

Bueno, cuando subí al micro de larga distancia, subió el personal de gendarmería con sus perros entrenados —agregó retorciendo la punta de su vestido —; les entregué mis documentos y uno de los canes comenzó a ladrar desesperado.

¿Y por qué no te llevaron detenida? — exclamó tía Emilce.

Afortunadamente tenía un fajo de billetes dentro de mi sostén —masculló colapsada—, el peruano me había pagado por adelantado antes de ir hacia la terminal.

¡Ja! Tuviste mucha suerte —dije nerviosa
—, ¿aceptaron el soborno?

La cuadrilla se repartió el dinero frente a mis narices, retrocedí, me di media vuelta bruscamente y salí corriendo hacia la casa de Wilson que estaba a solo tres cuadras de la estación.

.....

Mamá por fin había soltado la lengua frente a nosotras.

¿Y después que pasó cuando llegaste a la casa de Wilson? —preguntó la tía —; por favor danos más detalles.

Corrí y los ojos se me iban, mi cuerpo se sentía pesado y presentí que iba a desvanecerme sobre el pavimento mojado.

¡Madre mía! —exclamó mi prima asustada.

No, no se asusten: no estaba con miedo siquiera, no había un alma en la calle.

Pero vea que suerte perra —agregó la hermana —; podrías haberte muerto en la acera.

¡Bueno!; sea como sea, lo que hice es entrar a la pulpería frente a la vivienda del peruano —agregó temblorosa— ; era un boliche que vendía alimentos básicos y los clientes podían beber alcohol en la barra.

Lo sé —dije con la voz entrecortada.

Me puse a conversar con el pulpero, y al rato entra al lugar un conocido que le dicen Rocho.

¿Quién es es Rocho? —preguntó Gloria.

Le dicen Rocho, Rocho la Pantera— agregó sonriendo —; es un tipo apuesto, moreno, alto y usa un gran jopo en su cabello como Elvis.

¿Elvis? — exclamó Gloria. 

El mismo peinado que Elvis Presley.

¿Y quién es ese galán? —pregunté curiosa.

Es el bailantero que canta
«El hijo de Cuca» explicó.

Sí, si lo conozco —dijo mi prima— ; lo en el programa de televisión que sale los domingos por ATC.

El hombre se había sentado cerca mío para pedir un vaso de ginebra y me miraba de reojo.

¿Y que hacia ahí? —pregunté curiosa.

Rocho vive en la casa de Wilson, en un departamento diminuto junto a sus músicos y los instrumentos. Todos apretados como lata de sardinas.

—¡Jua!

—¿No lo creés?

Lo creo, vimos en el noticioso que toda esa multitud de gente vive así, ¡Qué locura! — exclamó mi tía—. Los cantantes, bandas enteras, las esposas, los hijos y mascotas.

—¿Y por qué?

Porque los que querían conchabarse no les convenía —dijo mamá— ; entonces le conté a Rocho lo que había sucedido en la estación de micros de larga distancia.

¿Y entonces? —pregunté abochornada.

Bueno...le hice un cuento de los que no se empardan, y él me ofreció su ayuda, en ese ínterin entraron otros músicos de otra banda a tomar la copa del día y yo me escapé hacia el patio. Aparentemente, los hombres estaban con prisa y se retiraron en un santiamén.

Mi tía chasqueó la lengua y dijo:

¿Rocho te ayudó o no?

Sí, me dijo que me podía quedar unos días en su cuartucho, hasta poder elaborar algún plan para sacarle dinero a Wilson y así poder huir.

¡Qué buen tipo! —exclamó Gloria
— , ¿acaso no tenía capital para darte?

Lo que ocurrió es que entramos sigilosamente, pero uno de los niños que jugaba en el patio nos delató y gritó a viva voz: ¡Doña Gilda está aquí! —agregó— después una de las esposas salió a ver que pasaba y de tan desconfiada y ladina, fué directo al departamento de Sandro a contarle que yo ya había regresado. Me hice la desentendida y me reí. Entré a la cocina que estaba en en el fondo del caserón, encendí la lámpara y el ruido de los goznes de la puerta de hierro. Finalmente, era el peruano. Recuerdo que mis lágrimas brotaban de mis ojos. Él se sentó en una silla de mimbre y sollozando me desmoroné sobre la mesada de mármol hasta Wilson me miró serenamente para gritarme. El tipo me contempló por unos instantes y con la yema de sus dedos acarició mis labios. Me tomó de la mano, pero con una fuerza extraña chocó la palma de su mano sobre mi mejilla izquierda y me produjo un dolor horrible y en ese momento supe que no regresaría a mi casa con mi familia.

.....

Mamá seguía con su relato y sentí que me dejaba sin palabras, llegué a un punto que me hiperventilé, entonces inhalé y exhalé profundo, hasta sentirme mejor.

Nunca me quedo sin palabras, pero esto es cruel, aún se me quiebra la voz de solo pensarlo —agregó mamá— pero no tengo inconveniente de relatar el chasco que me llevé.

¿Luego que sucedió contigo tía? preguntó Gloria.

A la mañana siguiente, mientras le hacia el desayuno a Sandro y a su octogenaria madre, él se acercó y me susurró que debería olvidar a Giuseppe, entonces le solté todo tipo de insultos en su cara. A él le pareció algo confuso oírme decir esas blasfemias, y se sacó el cinturón de cuero marrón que sostenía su pantalón de vestir. Le pregunté si me iría a lastimar y pronunció estas palabras con vehemencia:

<Tú me debes y tenés que pagar>

¡Qué bastardo! —gritó mi tía enfurecida.

De mis ojos brotaron lágrimas y ahí descubrí que era preciso callar, hacer la vista gorda para no sufrir. Sin embargo él se posicionó en el costado izquierdo y me azotó en los muslos con el cinto. Y por eso dejé de pensar en una posible huida.

En los días posteriores él me obligaba a vestirme con vestidos cortos y ceñidos de colores chillones; zapatos de taco aguja. Me subía una de las camionetas y hacíamos gira con los músicos. Andábamos de bailanta en bailanta, noche, luces, música, alcohol y mucha droga. Los músicos trabajaban a cambio de nada, es decir que Wilson no les pagaba un sueldo, repartía migajas en cuanto a dinero, con la excusa de que gracias a él tienen fama, drogas y mujeres a su disposición.

—¡Ese pseudo mánager es un corrupto!—  chilló mi prima con indignación— ;ojalá se muera por hijo de puta.

Yo pasé a ser su novia de turno, pero él solo me besaba a la fuerza. Les juro que nunca sentí tanto asco y tantas náuseas.

Es que vimos las fotos en todos los periódicos —dijo mi tía con el semblante pálido— ; es repugnante y es un monstruo.

Nosotros volvíamos apiñados en los asientos, estaban como locos, con un chofer drogado hasta la médula, mientras la ciudad estaba envuelta en niebla. Las ventanillas parecían vidrio esmerilado, se veían de a ratos alguna casa con las chimeneas despidiendo humo. Pensé que iríamos a morir, el vehículo andaba a velocidad máxima y el chofer colapsó frente al volante. No chocamos de milagro, porque había una mujer a su lado que había conocido en el último antro y ella logró frenar la camioneta y así pasaban los días, hasta que apareció la policía e hizo el hallazgo.

¡Cierto! —exclamé— ; gracias a Dios te encontraron con vida.

Elisabetta, papá quiere matarlo —dijo con notable calma— ; debes quedarte aquí.

¡Pero papá no es un demente! —exclamé temblorosa.

Le imploré a mamá con una desolada resignación, acto continuó mi madre le entregó dinero a mi tía y sin preámbulos salió por la puerta.

.....

Pronto una noticia había llegado a nuestros oídos, la policía había hallado restos óseos flotando en el riachuelo. Se presumía que pertenecían al desaparecido.
De haber continuado donde me hallaba, hubiese sido una desventaja, puesto que aquí me siento segura.

Tenía la certeza de que mi padre había cruzado una línea, de la que no hay vuelta atrás y aunque comparte la casa con mamá, no es capaz de compartir sus secretos con ella.

Mi madre me trajo aquí porque quería esperar un par de semanas, por si pasaba algo en torno a mi padre, sabía que que con Gianni estaban elaborando un plan, o bien lo estarían ejecutando. Ferrari tiene recursos y el apoyo de la mafia italiana, en casa sabemos que están equipados diversas armas.

Papá es un hombre letrado, muy inteligente y sabe perfectamente como no dejar ADN y deshacerse de todas las evidencias. No puedo decírselo a nadie, porque en mi barrio los soplones terminan muertos.

Al día siguiente una de estas conversaciones con mi Emilce y Gloria me tenían agotada mentalmente. Pero otro destino me esperaba, y aún podría escapar de mis propias desdichas.

Mi prima gritó que salga al patio quería enseñarme el oficio y había que regar las plantaciones de granos de café.

Cuando salí observé a unos metros, a un grupo de jóvenes recolectando en cestas de mimbre algo que parecía que eran pequeños frutos. Sus amigos la escuchaban con gran atención, Gloria me sonrió pícaramente y me presentó a un joven rubio, con gafas anticuadas. El muchacho me tendió la mano con desconfianza y me dijo que se llamaba Ladislao.

Luego me dijo que mi prima distribuye el trabajo para el grupo de jóvenes campesinos, pero que Gloria separa de él lo superfluo ó perjudicial, que le imprime el orden y una orgánica dependencia al trabajo.

.....

Ladislao era un motivo para alegrarme todas las mañanas.
El joven de veinticinco años me había llevado a un monte rocoso para enseñarme a disparar un fusil, ya que por la distancia mi tía no podía oír la detonación.

Después retornábamos para que controlar la humedad del cultivo. Ladislao me dijo que la temperatura promedio anual favorable para el cafeto se ubica entre los 17 y 23 grados celsius y las temperaturas inferiores a los 10 grados provocan clorosis y paralización de crecimiento de las hojas jóvenes. También tenía la teoría que los fuertes vientos inducian a la desecación y el daño mecánico del tejido vegetal. Asimismo favorecen la incidencia de enfermedades. Y por esta razón es conveniente escoger terrenos protegidos del viento hubiera establecer rompimientos para evitar la acción de este.

Entonces Ladislao usaba unas telas pesadas similares a una lona, para que el viento no acabe con el cultivo de las semillas de café. Gloria lo precisaba con frecuencia, ya que el rubio tenía mayor altura que los otros trabajadores.

Durante el día las perturbaciones de mi mente inquieta habían desaparecido. Algunas veces seguía teniendo pesadillas que me dejaban sobresaltada e interrumpían mi sueño. Y pensaba todo el día sobre mi familia que estaba en Buenos aires, sin mí.

Una de esas noches desperté por causa de las lluvias torrenciales y una pequeña gotera en el cielorraso mojó mi nariz levemente.

En ese momento me levanté y me puse las pantuflas de Gloria. Encontré a mi tía sentada en el sofá de la sala leyendo la biblia. Los truenos y los relámpagos eran tan crueles como un huracán. Porque eventualmente podría arrancar de cuajo el techo de madera y tejas de barro.

Decidí volver a la cama, coloqué mi cuerpo al ras del borde de la cama y puse unas cuantas toallas para que absorban la humedad de la filtración del techado.

Dormité bajo mi parsimonia.
Pero los pensamientos acudieron a mi mente en un tris y de inmediato mi loco raciocinio comenzó a divagar pensando en el joven cafetalero.

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