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Charlas ácidas

No me habían despedido del trabajo. Mi patrón, era completamente ajeno a la impresión que había dejado latente en mi cabeza, él no sabía de mis planes. El mismo parecía la imagen de mi padre regañandome, después de hacer alguna estupidez.

Sin embargo me dejó trémulo, como si estuviese idiotizado, sin siquiera soltar palabra. El hombre vació el vaso de un solo trago, dejando una estela de humo de cigarro barato.

Dios sabe —concluyó mi jefe— que nunca te daré la espalda, y aseguro que si no cambias tus hábitos, permaneceras agobiado por tus propios impulsos.

Así es el destino.

Así es tu vida — retrucó, dando la última pitada al cigarrillo— ; los humanos estamos presos de nuestros pensamientos mundanos. Si tanto quieres hacer y no haces, te porfías que terminás ahogado entre deudas y lagrimones, por no reaccionar a tiempo.

Dejemos las penurias para otro día, compadre.

El miedo es una cosa que debes superar, Ladislao —murmuró el patrón— ; sé que usted es más manso que un cordero.

No quiero ser grosero, ni mucho menos insolente... Pero estás juntando camorra para que explote.

Ladislao, tu intentas distraerme a todos los niveles. Te haz empolvado en el vulgarismo de las drogas sintéticas y piensas que mis consejos son solamente estéticos.

¡Silencio! Es que usted me trata como un leproso. Empiezo a sospechar que aquí hay gato encerrado.

¿Qué dice? —chilló el hombre—. Una persona me dijo que tenías problemas con la policía.

¿Dónde escuchó tal calumnia?

El hombre palideció intensamente y salió por la puerta del local, me lanzó una mirada como para derramar sangre. Se hizo el desentendido y se puso a charlar con un vecino en la vereda.

Lo miré severamente y tomé los billetes del mostrador, quería irme. Sabía que el tipo era sabio y prudente, pero la verdad que tampoco tengo esa certeza de saber como obrar con las personas y mucho menos con las mujeres. Yo solo sabia que soy un bolchevique, que no me importa el dinero, ni el amor.

....
Desde mi casa, podía observar como los Signorelli tenían una vida digna. No les faltaba nada. Casualmente como lo había advertido, me quedé de pie apoyado en la reja, hasta que estacionó Lorenzo en la puerta de mi casa. Él me miró a los ojos, parecía un momento de abstracción.

Me saqué las gafas y miré en dirección al sol, pues la luz solar me nubló la mente de tal modo que me sentí mareado por un segundo.

El tío de Elisabetta, bajó de su auto y caminó hacia mí. Me saludó y me dijo si podía ayudarlo con unas bolsas de supermercado. Volví a mirar al cielo y le dije que lo haría. El joven vivía en la casa continua, pegada a la vivienda de Eli. Al entrar, coloqué los paquetes sobre una mesa redonda de vidrio.

Siéntese en el sofá, amigo. Gracias por tu ayuda.

Lorenzo, para eso estamos los hombres ¿Verdad?

Claro —dijo el joven— .Tendré una fiesta en casa. —Y dirigiéndose hacia la heladera, continuó— : ¿Sabés para quien es este pastel?

No, no lo sé.

Hagamos esto —dijo Lorenzo—si me ayudas con la fiesta para mi sobrina, te daré cinco mil pesos. También vendrá Marcus con la Taiwanesa de su esposa.

Al pronunciar esas palabras, me incorporé en el pequeño sillón y me tomé con las manos mis mejillas. Lorenzo esperaba mi respuesta, mientras colocaba unas latas de ananás en la alacena de la cocina.

¿Recuerdas a Marcus? —preguntó emocionado— ; él tuvo hijos en Taiwan. Elisabetta ahora es tía.

—¡Ja! Lo había olvidado —agregué desconfiado.

¿Qué me dices de Gloria? inquirió Lorenzo.

Sí, es la hija de Emilce —respondí confundido.

—Dígame Ladislao: ¿Por qué la prima de Elisabetta vive contigo?

Ella desde siempre fue mi amiga —mascullé.

Y ahora, ¿son algo más que
amigos? — preguntó, en un hilo de voz.

Dígamos que, desde que compré la casa he tratado de recomponerme y averiguar si aún amo a Elisabetta.

Sabés que ella aún anda con
Ray —agregó cabizbajo, a tiempo que pasaba un trapo seco por la superficie de la mesa.

Me siento un fracasado, ella compaginó su vida y sus insensateces en entorno a él.

Lorenzo me observó desde sus ojos azules.

En esta familia, para sobrevivir, tienes que ser más astuto que todos. Rapidez mental, ¿Entendés? Acá te ganas el respeto haciendo lo correcto, aunque todo sea una locura.

¿Qué pretendés? No soy un autómata, tengo sentimientos en juego.

Te daré un ejemplo —dijo Lorenzo mientras encendía un cigarrillo— ;los musulmanes rezan el Corán cinco veces al día, arrodillados en una pequeña alfombra.

Debe ser una maravilla, ¿Pero que tiene que ver conmigo?

Que dicha necesidad de poseer maravillas — dijo dándole vueltas a la situación— ; es lo que necesitas para atraer tus satisfacciones de éxito.

Sus cavilaciones me dejaron confundido, como si estuviese en un transe. Así, durante varios intervalos intenté descifrar aquello que me había dicho y he de confesar que la propuesta de la fiesta me generó un vago terror. Ahora la evidencia de un recuerdo, moriría ante la terrible realidad de que ella esta destinada a estar en los brazos de otro hombre.

....

Pasaron los días y llegó el día de la fiesta. Me despedí en la puerta de calle, pero Gloria volvió la cabeza para mirarme con un gesto de enfado, con el brazo encogido me hacía gestos.

Escúcheme bien. Si me entero que vos tuviste contacto físico con mi prima, yo me largo de esta casa —demandó Gloria.

La voz de ella había enronquecido. Se notaba a leguas la tristeza rabiosa en sus palabras.

—Gloria, no soy un canalla —chille.

¡Qué lástima! —continuó la joven.

Desearía que muestres una gota de carácter —gimoteó Gloria. Otórgame un poco de paz y de sinceridad.

Gloria, estoy muy ocupado en este momento para tus tertulias.

¿Cómo? ¿Pero qué dices Ladislao?

Gloria extrajo el celular de su bolsillo.

Oh, Dios mío, ¿Qué pretendes?

Llamaré a Elisabetta y le diré hoy es día de jolgorio —agregó Gloria con una mirada desafiante.

Santo cielo, debés parar —grité consternado.

Bueno, aún estoy a tiempo de irme de aquí —dijo ella con indiferencia.

Vamos Gloria, es solo un favor que me pidió Lorenzo dije en un tono suplicante.

Sin dudas, ella estaba celosa. Sin embargo acariciaba la idea de poder hablar en privado con Eli. ¿Por qué no? Pues yo creía en las segundas oportunidades y aún hay una chance para resolver los misterios del amor.

Lentamente, caía la negra noche. Lorenzo me había dejado a cargo del banquete y estaba de un lado al otro, con las instrucciones que me había dejado el tío.

En resumen: La familia estaba por llegar y Lorenzo estaba encerrado en su habitación con el tipo que había hecho las entregas.

La verdad, estaba viviendo unos momentos vertiginosos y necesitaba mis medicamentos. Fui a la cocina y abrí una lata de cerveza para poder ingerirlos. Mi pensamiento se fijaba en mil detalles y comenzaba a sentirme extraño.

Me sentía abochornado por mezclar las pastillas con el alcohol. Entonces una gota de sudor frío bañó mi columna vertebral y sentí tiritar mi cuerpo.

Había venido un hombre que llevaba un sobretodo negro, barba y unas gafas de sol. Éste me había pedido un cigarrillo. A duras penas, pude sacar del bolsillo de mi camisa la cajetilla y los fósforos.

Luego, el hombre abordó a un joven que acomodaba las mesas en el amplio jardín. Escuché que le preguntó la hora y luego de eso le dijo que estaba esperando a Elisabetta. ¿Quién es este sujeto?

...

Esto se había pasado de tono, la diversión terminó cuando descubrí que es el tipo del sobretodo oscuro era el infame de Ray, el Ford Fiesta que había visto estacionado en la esquina, indudablemente era de él.

Ya tenía la justificación necesaria para largarme de la casa. Lo observaba de lejos, parecía un loco singular, cuya presencia me provocaba ganas de pegarle un puñetazo en medio de la cara.

De más está decir que él también estaba incómodo con mi presencia; podía sentir su desespero, estaba simulando estar tranquilo sin embargo se lo veía caminando por toda la casa, observando las pinturas y las esculturas que decoraban la habitación de una forma inusitada.

El tipo era extraordinariamente delgado, los ojos verdes sobresalían de sus cuencas. Me puse firme y decidí abordar al tímido personaje. Éste se dio cuenta, acto continuo, salió hacía la calle y se puso a charlar con un pariente de Elisabetta.

Estoy loco —me dijo con una notable calma, que guardaba un evidente pesimismo —. No entiendo porque usted está aquí, efectivamente, en esta fiesta. Digamos. ¿Por qué viniste?

Lorenzo se percató de la situación y gritó desde lejos: —Ladislao me está ayudando con todo esto, yo le pedí ayuda.

Soy nativo de esta calle, de este barrio, vivo en la casa de en frente —añadí, con la mirada altiva.

La incredulidad era unánime para ambos. Ante su desprecio, yo ya me sentí superior. Mas que para esto, sentí que tenía una ventaja sobre él.

Pronto llegó a la fiesta el hermano de Eli, con su esposa Taiwanesa y sus hijos pequeños. Los bebés no se parecían a Marcus, los rasgos asiáticos se notaban a simple vista. Ambos se acercaron y me saludaron de mano amistosamente. En ese momento me sentí feliz, de no ser un bicho raro en esta sopa.

Después de eso fui hasta la cocina y vi que el loco dormía sentado en el sofá del desayunador. Me vi cohibido ante ese inesperado espectáculo. Me acerqué un poco más y vi que sujetaba un blister de antidepresivos.

Salí hacía el fondo de la casa y me apoyé cerca de las madreselvas. Miré directamente hacia la calle, entonces la ahí la vi; tan bonita y tan pálida. Me sentí nervioso, y mi corazón palpitó. En ese momento recordé las pasadas intimidades de cariño, sentí el éxtasis aunque parecía irreal.

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