✧ Capítulo 30 ✧
SANTOS
Regresamos a la Academia cruzando el espeso bosque que separaba el Acantilado del enorme edificio en el que yo vivía desde hacía casi seis años.
Marco y la niña, Amanda, se habían recuperado por completo de lo que había sucedido y, aunque aún estaban mojados, era exactamente como si nada les hubiera sucedido, ni un solo rasguño, ni una cicatriz. Toda esa situación no tenía ningún tipo de sentido.
—Señor Castelli —llamé.
El señor Castelli no se giró hacia mí, a pesar de que repetí su nombre varias veces. Marco y Amanda caminaban a mi espalda.
—¡Señor Castelli!
No respondió, de nuevo. Ahogué un gruñido.
—¡Uriel!
Él se giró hacia mí. Me di cuenta de que tenía el ceño fruncido, parecía enfadado, más bien furioso. Nunca había visto al señor Castelli enfadado, ni siquiera ninguna de las decenas de veces que había faltado a sus clases o había dejado en blanco alguno de sus exámenes.
—No es momento de hablar, Santos —me contestó.
—¿Tampoco piensa a llamar a la policía ahora?
El profesor me dio la espalda y siguió caminando.
—Te he dicho que no es momento.
Maldije en voz baja y me adelanté unos metros, llegando hasta el señor Castelli. Le corté el paso.
—¿Me puede decir qué demonios está sucediendo? Aquí pasa algo, es evidente. Y tanto mi padre como usted lo saben bien. Voy a tener que llamar a la policía yo misma.
Marco hablaba con Amanda, a unos metros de nosotros. Lo miré durante unos segundos y él asintió con la cabeza, como si comprendiera que, en ese momento, lo mejor era que se mantuviera alejado.
Saqué mi teléfono de mi bolsillo y me dispuse a marcar el 112. El señor Castelli bufó frente a mí.
—No hay línea, Santos. Lo sabes tan bien como yo.
Yo hice caso omiso a su comentario. Apreté el botón de llamada, pero no hubo tono, no hubo nada. Solo silencio. Tardé unos segundos en darme por vencida y guardé mi móvil de nuevo.
—No tienen ni un rasguño —susurré—. Ni un solo maldito rasguño.
Uriel no contestó, tan solo continuó caminando. A mí no me quedó más opción que seguir andando en dirección a la Academia.
⚜︎ ⚜︎
La Academia parecía más oscura de lo que yo jamás la había visto. Ese lugar había sido mi hogar durante años y, a pesar de odiar las clases, siempre había sentido la Academia como un lugar cálido y acogedor. Un lugar que amaba. ¿Qué estaba sucediendo?
—Tengo que hablar con mi padre —le dije a Marco—. Tenemos que marcharnos de aquí.
No hizo falta que intercambiáramos más palabras. Eran demasiadas cosas: otra desaparición, lo que había sucedido en el Acantilado...
Una vez dentro del edificio, Marco me hizo un gesto que captó mi atención.
—Mira.
Alcé la vista y, durante un instante, me quedé congelada. Había una docena de niños en la parte superior de las escaleras, observándonos y cuchicheando entre ellos. Amanda nos miró un momento, acto seguido salió corriendo escaleras arriba, dispuesta a reunirse con sus amigos.
—¿Habéis visto a Enzo? —preguntó.
No oí la respuesta a esa pregunta. Quizás porque yo sabía perfectamente que su hermano no había regresado.
—No podemos quedarnos aquí más tiempo, tenemos que marcharnos —me dijo Marco con seriedad—. Pero hay que avisar a Hunter y a Pandora.
Asentí con la cabeza. Una vez nos hubiéramos reunido los cuatro, podríamos salir de allí. Yo necesitaba seguir buscando a Emma, pero no podía hacerlo en la Academia. Si alguien se había llevado a mi amiga, o si ella misma había decidido marcharse, estaba claro que no había mucho más que pudiéramos hacer allí.
Mis ojos se fijaron en el señor Castelli, que llegó hasta el final del pasillo y subió por las escaleras secundarias que lo conducirían a su despacho... y también al despacho de mi padre.
—Ven —le dije a Marco.
Antes de poder pararme a pensarlo, mis pies ya se estaban moviendo, siguiendo al profesor de matemáticas. Tal y como esperaba, se dirigía a hablar con mi padre. Yo esperaba, deseaba, que por primera vez fuera a abordarse con seriedad toda esa situación que estábamos experimentando. Pero algo me decía que no sería así, o al menos no como yo esperaba.
Caminamos en silencio por varios pasillos, girando en las esquinas correctas y tratando de mantener una distancia prudencial con el señor Castelli para que no nos descubriera. Tal y como yo esperaba, pudimos ver desde el final del pasillo cómo éste entraba al despacho de mi padre, sin siquiera llamar a la puerta antes.
—Hay que acercarse más —le susurré a Marco.
La puerta había quedado entreabierta y, durante varios segundos, las voces estuvieron demasiado lejos como para poder escuchar la conversación que se desarrollaba dentro del despacho.
Con cautela, Marco y yo nos acercamos hasta quedar pegados a la pared. Yo me adelanté unos centímetros, intentando mirar al interior de la sala a través de la puerta entreabierta. Distinguí la espalda del profesor Castelli y supe que se encontraba cruzado de brazos.
—Los niños tienen que marcharse —dijo la voz de mi padre con claridad—. Esa es nuestra prioridad ahora mismo.
—Esa no es mi prioridad —dijo una voz femenina y grave.
Me giré hacia Marco.
—¿Quién es? —dije, tan solo moviendo los labios y sin que ningún sonido saliera de ellos.
Marco se encogió de hombros. Lo observé un instante, aún maravillándome de que se encontrara allí mismo, mirándome. Su cabello se había secado ya y estaba alborotado de un modo adorable, algo que nunca antes había visto, pues Marco era extremadamente pulcro y siempre aparecía repeinado y con el uniforme perfectamente colocado. No como yo.
Volví a posar mi oreja en la puerta del despacho de mi padre.
—Nos ha quedado muy claro cuáles son tus prioridades. —Esta vez fue el señor Castelli quien habló, con un tono sarcástico que yo jamás había oído en él.
Mi padre intercedió y su voz autoritaria y profunda me sorprendió. Como si él, de verdad, estuviera a cargo allí.
—No quiero ninguna discusión. Necesitamos autobuses, vamos a llevar a los niños a Madrid y ya está. No hay nada más que discutir.
Me sentí aliviada. Por fin alguien pensaba hacer algo con sentido. Mi padre no me había fallado, no, mi padre quería salvarnos a todos después de todo lo que estaba sucediendo. Suspiré, sintiéndome mucho más tranquila y asentí con la cabeza, mirando a Marco.
Mi padre habló de nuevo.
—Diremos que hay una epidemia, lo que sea, y que tanto los niños como los profesores tienen que volver a casa para evitar contagiarse.
¿Qué? ¡No, no, no! ¿Mi padre quería mentir? ¿Por qué? ¡Dos personas habían desaparecido, esa era la verdad y la razón por la que todos debíamos marcharnos de allí!
—¿Y qué les diremos al resto? —preguntó el señor Castelli.
—El resto son míos —contestó la mujer con decisión—. Algunos están ya preparados y, si me dejas...
—¡No! Lo hemos hablado ya, Zanna. No debemos forzar las cosas, no debemos exponerlos aún.
Estuve muy cerca de empujar la puerta, de entrar en ese despacho y comenzar a gritar a diestro y siniestro que todos estaban actuando como si estuvieran locos. Mi padre estaba planeando algún complot macabro a solo unos metros de mí y yo pensaba plantarle cara...
Un brazo me agarró firmemente antes de que pudiera hacerlo y, cuando me giré hacia Marco, este negó con la cabeza con seriedad.
—Vámonos —susurró.
Traté de liberarme de su agarre, pero me resultó imposible. Como si su mano fuera de acero y no hubiera nada que yo pudiera hacer al respecto. Marco tiró de mí y yo trastabillé, pero logré ponerme en pie de nuevo sin hacer demasiado ruido.
Quise gritar, obligar a mi padre y a sus compinches a escucharme, pero Marco pareció leerme la mente y me tapó la boca. Como si yo no pesara nada, me levantó por los aires y caminó conmigo hasta el final del pasillo. Tan solo me soltó cuando no había ningún modo de que se me pudiera oír desde el despacho de mi padre.
—¿Qué demonios te pasa? —gruñí cuando me soltó, intenté girarme por el camino por el que habíamos venido, pero él me detuvo.
—¿Estás loca, Santos? ¿Acaso no has oído lo que estaban diciendo?
—Lo he oído muy bien, Marco, ¡muy bien! —exclamé—. Quieren mentir, inventarse algo en vez de aceptar que dos personas han...
—Esa parte no, Santos. —El semblante de Marco se puso muy serio—. Quieren sacar a los estudiantes de la escuela. Más bien, solo a algunos estudiantes.
Yo no entendía a qué demonios venía eso.
Marco se quedó con la mirada perdida un instante.
—Y lo que esa mujer ha dicho... que algunos de los alumnos ya están preparados...
No sabía por dónde transitaba su pensamiento en esos momentos, la verdad, precisamente por eso tenía tantas ganas de entrar en el despacho de mi padre y ponerme a gritar y patalear hasta que alguien me dijera qué estaba sucediendo.
—Marco, lo único que quiero es encontrar a mi mejor amiga y está claro que ellos están pensando en encubrir su desaparición, en mantener las apariencias y...
—No se trata de apariencias, Santos, ¿no lo ves? —Marco extendió los brazos—. Maldita sea, no dejan de pasar cosas extrañas en este lugar. Las desapariciones, todos esos libros y documentos que Emma tenía... Santos, he saltado desde un precipicio, un jodido precipicio, y sigo vivo... más que eso, ¡estoy mejor que nunca! ¿No te parece suficiente razón como, para al menos, pensar un poco antes de actuar?
Marco no funcionaba como yo. A él le movía la razón, a mí la acción. Aun así, entendía lo que quería decir.
—Cuando esa mujer ha dicho que algunos estudiantes están listos, Santos... creo que hablaba de alumnos como yo.
Enarqué una ceja.
—¿A qué te refieres? —pregunté—. ¿Listos para qué?
Y antes de que él pudiera contestar, una nueva voz me sorprendió.
—Santos —dijo Pandora a unos metros de donde nos encontrábamos. Sus ojos se abrieron muchísimo y se llevó las manos a la boca antes de pronunciar su siguiente palabra—. ¡Marco!
⚜︎
¡Hola, amores! Gracias por pasar a visitarme :)
♡ Mil besos ♡
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