Hoy sinceramente no esperaba hablar con mi psicólogo sobre mi miedo a la oscuridad, es decir, yo creo que nunca se me habría pasado por la cabeza como un tópico relevante para la terapia.

Pero cuando lo puso en perspectiva, su razonamiento no parecía una estupidez.

Yo odio quedarme a oscuras, odio la frialdad de la penumbra. Lo odio porque me hace sentir sola y con incertidumbre.

Los pensamientos que pasan por mi mente cuando llega la hora de dormir son irracionales, aterradores, irreales.

Mamá se ha ido de vacaciones y la habitación que comparto con ella se siente más sola que nunca, y ahora que no está serán cinco semanas durmiendo con la luz de la lámpara de noche encendida.

Pero volviendo al fondo de mi miedo irracional a la oscuridad; mi psicólogo apuntó un hecho, mi vida es una constante incertidumbre, una ligada a la falta de amor, el rechazo y la humillación, ligada a toda la frialdad que me ha rodeado desde pequeña.

Debería estar acostumbrada ¿Cierto? Pero resulta que solo le generé aversión, jamás pude aclimatarme al rechazo.

Al rechazo de mi familia, al rechazo de mi propio círculo de edad, al rechazo de mis amores, al rechazo de mi misma... No es como que de pronto yo solo soy este armazón inseguro, no sucedió de la noche a la mañana. Cada golpe sacudió una pequeña partícula de confianza en mi...

Y tuvo que llegar un evento traumático de magnitud considerable para que lo poco que me quedaba se resbalara de mi como una pluma en el aire. Mi último aliento de fuerza.

El lugar más oscuro siempre es frío.

El lugar más oscuro siempre es dentro de uno.

El lugar más oscuro siempre mantiene vivas las heridas más viejas.

Y hay que encontrar el lugar mas oscuro en nosotros, y enterarnos que nos hemos dejado en él.

Pero por hoy voy a mantener la lámpara de noche encendida, tan solo porque hoy no tengo la fuerza para rebuscar, ni mucho menos la valentía para afrontar lo que pueda encontrar.

Hoy el lugar mas oscuro seguirá así; tremendamente frío.