Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

21. ÚLTIMO CAPÍTULO. ÁGAPE. La hija del viento.

«Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos».

José Luis Borges

(1899-1986).

Sé, en teoría, que no debería sentirme tan inferior a los trillizos. Si fui capaz de enfrentar a la profesora Brighton —un dragón, más que una persona— y de denunciarla ante el director podría emplear esta energía para actividades más productivas. Porque, tras las investigaciones, la despidieron sin más trámite y ahora en clase disfrutamos de paz.

     Pero ni siquiera al razonar así soy capaz de mantener una charla a solas con mi amiga Marion para hablar acerca del beso. ¡Y eso que ni siquiera oso compararme con mi madre, que tiene una profecía cumplida!

     La llamamos «La profecía de las brujas», porque la obtuvo a través de la hechicera Gerberga:

Nieta de la que ha visitado el otro reino y del habitante Danielle será,

la Magia Más Insondable hablar con los muertos le permitirá, primero,

y luego unirlos a todos ellos

y la vida le devolverá.

La espada de los dioses protegerá

y a otros del fuego

y al escarabajo y a la reina traerán de regreso,

mientras las agujas del reloj van hacia adelante y hacia atrás.

Vive, vive y vive

que el mundo continuará girando

y tú con él irás rodando.

     Encima, al festejar el regreso a la vida del primer esposo de mi madre estoy tan descolocada como un ángel que entra por equivocación en el Infierno. Y, pese a que gracias a mí ha vuelto, no comparto la alegría del resto porque no lo conozco e ignoro qué significará su retorno para nuestra inusual familia. Incluso me resulta incomprensible que mi padre esté tan feliz cuando esto lo desplaza a un segundo plano, pues solo es el marido de recambio de mi madre. Para ser sincera al cien por cien, me pregunto una y otra vez dónde nos coloca este cambio a cada uno de nosotros.

     Harta de disimular mi preocupación y de evadir los intentos de Thomas por conseguir que pasemos de amigos a novios, abandono la mansión. Pero, ni así, logro evadirme de sus atenciones amorosas.

—¿Aburrida de tantos brindis? —me pregunta mi sombra mientras camina pegado a mí—. Yo podría entretenerte.

—Lo dudo, pequeñajo, ¿qué podrías...

     No termino la frase porque, sin que venga a cuento, me atrae hacia él y me da un beso de tornillo que en nada envidia al de mi amiga. Y, para mi desconcierto, me deja hecha un flan.

     Cuando separa la boca para apreciar mi reacción, en lugar de regañarlo solo atino a preguntarle:

—¡¿Y tú cuándo has aprendido a besar así?!

     Él no me responde. Acerca de nuevo los labios y yo me dejo llevar... Y el segundo beso me produce un calambrazo de la cabeza a los pies.

     Cinco minutos después da medio paso atrás y me confiesa:

—Sabía que algún día me darías una oportunidad y por eso necesitaba coger experiencia. He practicado mucho, mi amor. —Me pasa la lengua por el cuello y me hace temblar—. He besado a muchas chicas y he llegado hasta el final. Si quieres te puedo enseñar...

—¡Pero qué me cuentas, desfachatado! —Pongo cara de asombro—. Nuestras madres son como hermanas, cualquier relación entre nosotros sería incestuosa... Además, creo que puedo ser lesbiana. Marion me dio un beso como el tuyo y me encantó. Debo reflexionar en todo esto.

—¿Y por qué hay que pensar? —En lugar de retroceder me abraza con más fuerza—. Limítate a vivir y verás que al final todo encajará.

—¿Desde cuándo te has vuelto tan sabio, renacuajo? —Tomo la iniciativa y lo beso con ganas, por culpa de mis prejuicios nunca me había planteado que actuaría de este modo.

—Me enamoré de ti desde que éramos pequeños. —Sonríe de oreja a oreja—. Creo que desde que nací, cuando tu madre te llevó a conocerme... ¡¿Por qué esa serpiente voladora lleva a Elizabeth en la boca?! —De improviso cambia de tema.

—¡¿Qué?! —Enfoco la vista en la dirección que Thomas me indica.

     En efecto, una enorme víbora vuela a ras del suelo con mi hermana casi entre las fauces.

—¡Diles a mis hermanos que vengan! —le pido, horrorizada, y él sale a las corridas.

     El enorme bicho me clava los ojos y avanza por el aire en mi dirección.

     Hace aparecer unas descomunales garras y con ellas coge a mi hermana; luego se burla:

—¿Estarás contenta, niña sin poderes, cuando me deshaga de los trillizos? ¡Sé que eres una quejica y que lo único que haces es lamentarte al compararte con ellos!

—¡Deja a Liz en paz! —le grito y me olvido de mi seguridad, aunque mi hermana gesticula y efectúa gestos que no comprendo.

—¡¿Que la deje en paz, niña tonta?! —bufa el coloso reptil—. ¡Es ella la que no me deja en paz a mí! ¡Tan bien que hemos estado juntos Satanás y yo durante siglos y ha aparecido ahora para arruinarme el pastel! —Sacude a Elizabeth con tanta brusquedad que ella se desmaya—. ¡No permitiré que sea la Emperatriz del Infierno, antes me la como!

—No sé de qué hablas, pero sea lo que sea tiene arreglo. —Creo que se ha vuelto demente, pues no entiendo cómo se le puede ocurrir tal barbaridad—. Estoy segura de que te equivocas. Para ser Emperatriz del Infierno tendría que casarse con el Diablo y mi hermana no lo soporta. Suéltala y hablamos.

—¿Quieres que la suelte ahora? Lo haría con mucho gusto. —Está a diez metros del suelo, sin duda se haría mucho daño o algo peor.

—¡No, no la sueltes! —le ruego y lanza una carcajada mientras vuela en círculos alrededor de mí—. Sé que eres Apofis, mi madre me ha hablado de ti. Te teme, pero al mismo tiempo siente admiración —le miento con desparpajo—. Sé que formas parte de Satanás.

—¡Formaba! ¡Ahora voy por libre! —gruñe, enfadado—. ¡El muy imbécil se ha enamorado de tu hermana! Y hasta estaba dispuesto a convertirse en un angelito por una simple humana.

—¡¿De mi hermana?! —Solo puedo repetir como una tonta, aunque me sirve para distraer a la serpiente, ganar tiempo y que lleguen los demás—. No lo entiendo, ¡¿cómo es posible si nunca han estado juntos?! ¡Elizabeth es muy poderosa! E inteligente, es imposible que le interese el Diablo.

—¡¿Acaso ves que se libre de mis garras?! ¡Tan inteligente no es! —Lanza una carcajada—. ¡Esto me pasa por conversar con una niñita de mamá! ¡Me haces escuchar tonterías!

—¿Y quién me manda hablar con un animal salvaje y con mal aliento? —No sé de dónde he sacado el coraje para replicarle, después de todo sí parece que llevo los genes de mi madre—. No creo que mi hermana sea tan tonta como para enrollarse con el Diablo.

—¡Si solo fuese eso! ¡Es mucho peor! ¡Están enamorados! —vocifera Apofis con fuerza—. ¡Enamorados, el mero hecho de pronunciar la palabreja me resulta insultante! ¡¿Cómo es posible que el Mal se enamore del Bien?!

—¿Qué ha pasado? —me pregunta Daniel cuando llega hasta mí con Thomas, pero enseguida se espanta al apreciar que Apofis ha secuestrado a Liz y que ella no reacciona—. ¡Deja a mi hermana!

—¡Pedazo de escoria con hedor a pescado podrido! —Helen le grita, colérica—. ¡Como te atrevas a lastimar a Liz te espachurro como si fueses un gusano!

—¡Ay, que miedo me da! Eres la trilliza malhumorada, la que le cae mal a todo el mundo. —Vuelve a reírse—. ¡Esto se pone más divertido! Pronto tendremos compañía. —Y señala hacia el bosque con la escamosa cabeza.

     Decir que nos sorprendemos es poco. Porque mi madre corre hacia nosotros acompañada por Satanás.

—¡Apofis, te mando que entres dentro de mí ahora mismo! —le ordena el Diablo, furioso—. ¡Como le hagas daño a Elizabeth te juro por la cruz invertida que te encerraré en la infecta mazmorra del Titán y que te quedarás allí por toda la eternidad!

—¡Ay, qué miedo me da! ¡Es mejor agonizar en la mazmorra más profunda del Inframundo que escuchar tus tonterías románticas! ¡¿Cómo puedes enamorarte de una simple humana?! —La serpiente trata de acertarle con la cola y todos nos quedamos estáticos porque nos descoloca que nuestro enemigo nos defienda—. ¡No permitiré que nos avergüences al unirte a la hija de la bruja Danielle!

—¿¡Pero cómo se te ocurre presionarme justo a mí, tu amo?! —La ira de Satanás se incrementa como un volcán que entra en erupción—. ¡¿De dónde has sacado la impertinencia, maldita lombriz, de creer que me elegirás a la novia?!

—¡¿Novia?! —chilla Helen—. ¡¿De qué cojones habla?! ¡Antes que emparentar con el Diablo me suicido!

—Es mejor que no intervengas, hija —le susurra mamá—. Solo conseguirás enfadarla más. Deja que Satanás se encargue, Liz y él están liados.

—¡Sabía que nos metería en problemas! —la trilliza se lamenta, ahora más enfadada con Elizabeth que con Apofis.

—¡Maldita serpiente, suelta a mi mujer! —El Diablo forma una bola de energía, pero no se anima a lanzarla porque teme lastimar a mi hermana—. ¡Liz, cariño, despierta! ¡Por favor, mi amor, dime que estás bien!

—¿Qué es este alboroto, papi? —Como si fuésemos pocos, Astartea se materializa—. Tus pensamientos estaban tan alborotados y eran tan intensos que creí que llegaba el Apocalipsis... ¡Por la cruz invertida! ¡Hedionda serpiente, deja en paz a mi madrastra! ¡Me cae bien!

—¡Aquí llega la hija traidora! —se burla Apofis—. Tan cegado estás por el amor que no te enteras de que Astartea se ha enamorado del trillizo mujeriego. Ni de que se escapa para encontrarse con su madre a tus espaldas. ¡Tú no te enteras de nada, no mereces ser el Emperador del Infierno! —Aprovecha una corriente de aire para subir y luego cae en picado—. ¿Aún piensas que estoy viejo, princesita? ¡Te prometo que desde hoy seré yo quien ponga orden en el Infierno, aunque tenga que asumir el papel de Emperador!

—¡Maldita serpiente demoníaca y descerebrada! —se desespera Satanás, quien se halla impotente porque teme que cualquier medida afecte a Elizabeth, y, por la cara, deduzco que esta misma preocupación la comparte mamá.

—¿Qué te parece, Apofis, si más tranquilos dialogamos y llegamos a un acuerdo? —le pregunta mi madre, pero yo comprendo que intenta ganar tiempo mientras analiza todas las opciones.

—¡Ya te mostraré yo como dialogo! —Y, con una rapidez y una destreza prodigiosa, vuela hasta nosotros y atrapa a Daniel entre la boca.

     Vuelve a ascender a diez metros sobre el suelo y luego lo coloca entre las garras, al lado de su hermana. Veo cómo intenta reanimarla y cómo, poco a poco, ella abre los ojos.

—¡Si hieres a mi novio no habrá ningún agujero en el que puedas esconderte de mí, maldito gusano! —le grita la diablesa, enloquecida.

—¡Ya sabía que vosotros dos nos traeríais problemas desde que asististeis a aquella maldita junta de accionistas! —la acusa Helen y la apunta con el índice.

—No es el momento de los reproches, hija —la regaña mamá—. Mantente en silencio. O, mejor todavía, ve con los demás y encárgate de que nadie se entere de lo que pasa aquí o el problema se agravará.

—¡Pero mamá! —se enfurruña Helen.

—¡Pero mamá nada! —y, con voz gélida, le ordena—: Entra ahora mismo. —Reacia, la obedece y yo me siento aliviada.

—¿Qué tal un vuelo rápido? ¡Abrochaos los cinturones de seguridad! —Apofis vuela en dirección al cielo y luego, en picado, zigzaguea hasta retornar con nosotros—. ¿A que esta experiencia es mejor que montar en el London Eye? ¡Debería cobraros entrada!

—Hemos entendido tu mensaje y lo tendremos en cuenta. —Intenta tranquilizarla mi madre—. Y créeme, yo por primera vez estoy de tu lado. Considero que es mejor que nuestras familias no se mezclen y que sigan por separado.

—¡Pero no te das cuenta, maldita bruja, de que ya es demasiado tarde! —chilla la serpiente—. ¡Lo sé porque Satanás y Astartea se han vuelto monógamos! ¡Ni siquiera piensan en acostarse con otras personas ni con otros seres mágicos! Y por eso es mejor que la tentación desaparezca. Porque de lo contrario no existirá fuerza humana o sobrenatural que los separe.

—Te prometo, y sabes que no te miento, que yo los mantendré alejados. —Mamá se lleva la mano al corazón—. Pero bájalos con cuidado.

—¡¿Y hacerte caso a ti, bruja descerebrada, que eres la responsable de todas nuestras desgracias?! —brama y yo considero que la charla no nos conduce a nada.

     No me equivoco. Porque, un minuto después, Apofis vuelve a subir hasta la altura de las nubes y lanza desde allí a mis hermanos. Soy testigo de cómo ellos caen al vacío en picado. Y, también, de la forma en la que mueven los brazos y las piernas, igual que si fuesen un par de pichones de gorrión recién nacidos.

—¡No! —grita Satanás, horrorizado, las lágrimas se le deslizan por las mejillas—. ¡Cuando te pille, serpiente descarriada, te entregaré a los plumíferos de Dios para que te encierren en una cárcel angélica de máxima seguridad! —La amenaza no surte efecto porque llora a más no poder y Apofis, asqueado al verlo así, se va.

—¡No, me muero! —chilla Astartea; coge de la mano a su padre y solloza—. ¡Se me parte el corazón! ¡También lo amo, papi!

     Mi madre no dice nada, pero se nota su impotencia también. Yo —que siempre he sido el patito feo de mi familia de hermosos cisnes— comprendo que el daño será irreparable si no reaccionamos de inmediato. Por primera vez, las manos me hormiguean. Y un calambrazo —tan veloz y fulminante como un rayo— me traspasa el cuerpo.

—¡No lo permitiré! —Enfoco la nube que se halla por encima de los dos trillizos—. ¡Mis hermanos hoy no morirán! ¡Aunque tenga que soportar que me llamen con el odioso «pequeñaja» para siempre!

     De repente, se convierte en un negro nubarrón. Y de él baja un delicado tubo, similar en apariencia al de los tornados. Este envuelve con delicadeza a Daniel y a Liz y frena la caída.

—¡Bien hecho, Ágape! —me felicita Astartea y parece recobrar su espíritu guerrero habitual, pues se desdobla en dos.

     Uno de los yoes se queda al lado de mí mientras que el otro se desmaterializa y se materializa abrazado a mi hermano. Pronto ambos se desvanecen y aparecen a nuestro lado.

     Hago que Liz vaya más lento todavía, pero el Diablo reacciona, deja de llorar e imita a su hija. Acto seguido Elizabeth aparece entre sus brazos, de nuevo desmayada, al lado de nosotros. Él le toca la frente y se despierta.

—¡Por favor, mi amor, no me vuelvas a dar estos sustos! —Satanás le llena la cara de besos; después cierra los ojos, le pone de nuevo las manos sobre la cabeza y se concentra—. ¡Ya está hecho! Ahora eres inmortal y me da igual lo que piense tu familia. ¡Nunca pasaré de nuevo tanto miedo!

     Me siento tan contenta de que mis hermanos estén vivos que no me preocupa emparentar con dos demonios.

     Y más cuando Daniel suelta a su novia y me abraza:

—¡Nos has salvado, pequeñaja, qué gran poder tienes!

—Siempre os he envidiado, me sentía inferior al estar cerca de vosotros —le confieso mientras me aprieta entre los brazos.

—Y nosotros te hemos envidiado a ti, pequeñaja. —Daniel me da un beso sobre la mejilla—. Eres la única que has nacido del vientre de nuestra madre. Y por eso, como todo fénix, mueres, pero revives sola.

—¡Odio que me llaméis pequeñaja! —le replico, me siento tan fuerte como un gigante.

—¡Pues haberlo dicho antes, tontina! —Liz, más recuperada, suelta al Diablo y me ciñe entre los brazos.

—He visto lo que has hecho, hermanita. —Helen, que se ha unido a nosotros, se suma al abrazo colectivo—. ¡Siempre has sido una «Hija del Viento»!

     Y Thomas, sin importarle tener tantos testigos, me da un apasionado beso en la boca y exclama:

—¡Eres mi superheroína! ¡Te amo, Ágape!

Y, ¡al fin!, Ágape también es una hija del viento.


Las brujas le dejaron a la madre de Ágape, Danielle, esta profecía suya:


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro