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18. ELIZABETH Y SATANÁS. Liz enamorada... Otra vez.

«Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los "cómos"».

Friedrich Nietzsche

(1844-1900).

—Tengo una sorpresa para ti, Elizabeth. —Satanás le sonríe con dulzura.

     Acto seguido mueve el pulgar y un coche de colección se materializa delante de ambos.

—¡¿Es un Ferrari doscientos cincuenta GTO del año mil novecientos sesenta y dos?! —le pregunta enseguida, muy impresionada.

—Sí, pero de mil novecientos sesenta y tres. —Le abre la puerta del acompañante con caballerosidad y luego se sienta en el lado del conductor—. Este en concreto ganó el Tour de Francia de mil novecientos sesenta y cuatro... Sé que aprecias este tipo de vehículos y quería que conocieras algo especial.

—Y te agradezco el gesto. —Se sienta y acaricia el panel de instrumentos—. ¡Nunca he visto nada tan hermoso!

—Yo sí. —Tierno, le pasa la mano por la suave mejilla—. Cada vez que te miro.

—He venido aquí para olvidarte —se queja la trilliza y lanza un suspiro—. No es justo que me persigas... Dime, ¿has sido tú quién ha causado que mi noche sea tan desastrosa?

—Sí, no soportaba que fueses detrás de alguien más. ¡¿Por qué tienes que buscar un hombre si yo estoy disponible?! —Le confiesa sin ninguna muestra de arrepentimiento—. ¡No me parecía justo! Yo no puedo dejar de pensar en ti y me has incapacitado para acostarme con alguien más. ¿Cómo podía permitir que no nos dieses una oportunidad?

—¡Esta situación es surrealista! —Liz emite un quejido—. ¿Sabes cómo se pondrían mis padres si se enterasen de este encuentro? ¡O si supieran que ya nos hemos acostado!... Imagínate si formalizáramos, sería la madrastra de tu hija, pero también la suegra de mi hermano. —Pone gesto de horror.

—Lo sé, pero solo son etiquetas. —Se le acerca y le da un beso ligero sobre los labios—. ¡Te juro que desde que me enamoré de ti no soy el mismo de antes!

—¡¿Enamorarte?! —La muchacha larga una carcajada—. Es imposible que el mal se enamore.

—Lo mismo creí en algún momento, pero he descubierto que sí te amo. Ha sido un flechazo en toda regla. —Se pone la mano a la altura de donde debería latirle el corazón si fuese humano—. Te juro por la cruz invertida que nunca me he sentido tan posesivo con nadie. Solo he querido a Mary, aunque no me importaba compartirla con muchas personas. Es más, lo disfrutaba. Pero contigo...

—Si te soy sincera, Satanás, no sé qué decir. —La joven enreda los dedos en la cabellera masculina—. Sé que nunca me fiaré de ti. Has empleado lustros en buscar la caída de mi familia, incluso te has infiltrado en las empresas de mi padre. ¿Por qué debería considerar, siquiera, que algo ha cambiado?

—Reconozco que es verdad lo que dices. —El Diablo vuelve a besarla, embriagado con su sabor a miel y con la delicada textura de los labios femeninos—. Pero también es cierto que te amo.

—Sigo sin saber qué decir. —La trilliza lo besa con ganas, sin importarle que todavía se hallan frente a la entrada de la discoteca y que su hermano la puede pillar.

—No es necesario que digas nada. —Reacio, separa los labios y le acaricia con dulzura la mejilla—. Solo disfruta del recorrido. Toma. —Le entrega la llave del Ferrari—. Condúcelo tú.

     A continuación se desmaterializa y se vuelve a materializar en el asiento del acompañante, con ella sentada sobre las piernas. Liz suspira, se eleva un poco y pasa por encima del freno de mano. Luego se deja caer sobre el lado del conductor.

—¿Adónde quieres que vayamos? —Los ojos le brillan por el entusiasmo.

—Donde tú quieras, eres la que manda. —El Diablo se alza de hombros.

     Liz le efectúa un guiño y hace que el deportivo derrape al salir. Después acelera más y lo guía hacia la salida a la ruta tradicional. Ahí lo pisa a fondo, encantada. Los minutos pasan y ninguno de los dos necesita hablar para hacerse notar, solo disfrutan de la mutua compañía y del chute de adrenalina. Cuando llegan cerca del Puente de la Torre la muchacha aparca en un sitio que ha quedado libre y ambos permanecen en silencio en tanto se regodean con el paisaje.

—¡Gracias! —Liz se gira y le sonríe—. Lo he disfrutado muchísimo.

—Lo sé, mi amor —asiente el demonio sin poder contenerse.

—¿De verdad soy tu amor? —La muchacha lo analiza como si intentase llegar hasta el fondo de su ser.

—Solo si tú también me quieres. —Pone la misma cara de un niño pequeño al dar sus primeros pasos.

—Te quiero, pero dada la diferencia entre nuestros mundos creo que lo mejor es que vivamos día a día. —Sale de su sitio y se acomoda encima de él—. No podemos proyectarnos. Mi familia te odia, yo soy mortal, etcétera, etcétera.

—Todo tiene arreglo —la contradice, optimista—. Podría demostrarles a los tuyos que voy en serio y que he cambiado. También podría hacerte inmortal... Pero estás en lo cierto, no deseo forzarte. Es mejor que vivamos este amor que nos ha tomado por sorpresa día a día.

—Sí. —Lo besa con pasión y luego le sonríe.

     Después le delinea la frente con el índice. Y luego baja por la nariz, por los labios y por el mentón del demonio mientras él se estremece.

—Eres una criatura muy guapa. —Y vuelve a besarlo con ganas, las lenguas se enredan y juegan para determinar cuál de las dos conquista más territorio.

—Y tú eres una hermosura. —La sujeta por las caderas y hace que se roce contra él—. Pero lo que más adoro de ti es tu inteligencia.

—¿Aunque mi cerebro me alerte de que debería escaparme ahora mismo de aquí y poner distancia entre los dos? —le replica la joven, irónica.

—Sí, porque sería el mejor consejo si tú no me hubieses cambiado. —Le acuna los pechos con las manos y luego le acaricia las aureolas con los pulgares por encima de la ropa—. Me haces sentir casi angelical. ¡Y eso que detesto a los ángeles!

—¿Sabes qué resulta curioso? Que no busco cambiarte —y luego se sincera—: Soy consciente de que esto durará un suspiro y de que pronto acabará. Solo espero que no busques vengarte yendo contra mi familia cuando nuestra relación finalice.

—Te juro por la cruz invertida que, pase lo que pase entre nosotros, no tomaré represalias contra los tuyos—. Sale de debajo de la muchacha y se le coloca encima; le recorre el cuello con la lengua y baja hasta succionarle los senos a través de la blusa—. Este coche es demasiado pequeño para todo lo que me gustaría hacerte, parecemos contorsionistas. —Lanza una carcajada.

     Mueve la mano derecha y ambos se desmaterializan y se vuelven a materializar sobre la fina y blanca arena de una playa. El perfume de las algas y del salitre resulta indescriptible.

—¿Dónde estamos? —le pregunta Liz, fascinada.

—En una isla del Pacífico —le responde enseguida mientras la observa sin parpadear—. Está desierta, nadie nos interrumpirá. ¿O prefieres que te devuelva a Londres?

—Deja de decir tonterías y bésame. —Se sienta sobre el demonio y le desabrocha la camisa; luego le acaricia los pectorales—. No te librarás tan fácil de mí, Emperador del Infierno.

—¡Como si fuera capaz de librarme de esta dulce tentación! —El Diablo desabotona la blusa femenina—. Te convertiría en mi emperatriz ahora mismo si supiese que me aceptarías. Y te haría inmortal para que estés al lado de mí por toda la eternidad.

—Señor demonio, estás a punto de convencerme de que el amor te ha picado fuerte. —Le quita la camisa de un tirón y la tira lejos: una ola la barre y se la lleva hasta las profundidades del mar.

—Me ha picado fortísimo. —Le llena la cara de pequeños besos, hasta que se detiene en la boca y la besa en profundidad—. Debería haber estado alerta cuando me comiste con la mirada en la junta de accionistas. No me percaté de que estos ojitos celestes serían mi perdición.

—¡Cierto! Antes de saber quién eras te desnudé con la mirada y te comí con la vista. —Está de acuerdo con él mientras le desabrocha el pantalón—. Estaba convencida de que me darías muchísimo placer y no me equivoqué.

—Y podría darte el doble de placer si tuviera cuatro manos. —Efectúa un movimiento con el meñique y hace que le aparezcan otros dos brazos.

—¡Madre mía, Satanás, pareces una araña gigantesca! —La trilliza suelta una carcajada.

—Si te molestan los hago desaparecer —le propone, serio.

—¡Ni se te ocurra, corazón! —le suplica, se retuerce de goce ante sus múltiples caricias—. ¡Nunca pensé que el sexo podía ser tan completo!

—Porque no es solo sexo, Elizabeth. —El Diablo se detiene y la contempla con ternura—. Me amas tanto como yo a ti.




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