Capítulo 1
Darren Kelly hubiese podido llegar en hora por primera vez en su vida de no haberse topado con su hermano. Con trece años recién cumplidos y apenas iniciándose en el despiadado mundo de la secundaria, ya se las arreglaba para darle dolores de cabeza. En esta ocasión, juntándose con quienes no debía.
Lo vio de casualidad. Iba apurado, limpiándose la mano en el costado del pantalón, cuando se le dio por mirar a la izquierda y lo encontró acorralado, hablando con Travis Bell y sus amigos. Al principio creyó que intentaban intimidarlo y se acercó para dejarles las cosas claras, pero a medida que se acortaba la distancia escuchaba más de la conversación. Aquella era una charla amistosa.
—Enano, ¿no deberías estar yendo a casa? —le dijo, avanzando a paso decidido hacia ellos.
Liam rodó los ojos. La rebeldía adolescente comenzaba a aparecer. Travis colocó un brazo robusto alrededor de sus hombros y le ofreció a Darren una sonrisa. Él ni siquiera lo miró, cazando al chico más pequeño de la muñeca y alejándolo de ellos.
—¡Eh, ¿qué te pasa?! —chillaba, tratando de soltarse—. ¡Suéltame!
—Solo estábamos conversando —exclamó Travis en tono tranquilizador a su espalda.
Darren no soltó a Liam hasta dejarlos atrás, dando la vuelta en una esquina y empujándolo contra la pared. Los casilleros emitieron un estruendo metálico al recibir su peso.
—¿Conversando? —le espetó, pegando la nariz a la suya—. ¿Sabes lo que hacen esos cabrones? ¡Lo mismo que Brad, pedazo de idiota!
—Como si tú no les compraras nada.
—Pues no. No les compro nada. Y si me llego a enterar de que tú sí, te parto la cara. Me importa un carajo si te mando al hospital o te desfiguro, ¿me oíste? Ahora vete a casa y reza porque nadie me diga que estuviste aceptando mierda de Travis.
Liam parpadeó, acobardándose por primera vez. En el fondo y más allá de que viviesen bajo el mismo techo, sabía que Darren no era un tipo con el que se pudiese jugar. Había estado a punto de que lo expulsasen de la primaria por problemas de ira y solo cuando Brad acabó en la cárcel se tranquilizó.
Salió corriendo ni bien sus pies tocaron el suelo. No corrió en el sentido literal —no quería darle el gusto—, pero sí caminó tan rápido como pudo hasta ponerse a salvo de la furia de su hermano mayor.
Darren se quedó allí, inspirando y exhalando con los puños apretados. La campana le avisó que ya se le había hecho tarde y no valía la pena darse prisa.
Ni siquiera entendía por qué se apuraba tanto. No era como si aquella actividad en la sala de estudio llevase nota. Al citarlo allí, el imbécil de Gibson lo convenció de que era un taller de carácter obligatorio, pero Darren contaba con la suficiente experiencia para saber que aquello no se trataba más que de una sesión con el consejero escolar glorificada.
—He estudiado mucho el Síndrome del hijo del medio —dijo el viejo Gibson cuando se lo explicó—, y creo que tus... desajustes emocionales podrían tener algo que ver.
Vaya ridiculez. Desde luego que sus hermanos representaban gran parte de sus problemas —eso nadie lo podía negar—, mas eso no significaba que tuviese fuera cual fuera esa estúpida condición. Si su hermano mayor no fuese un delincuente y el menor no estuviese siguiendo los mismos pasos, la vida de Darren como hijo del medio sería muchísimo más sencilla.
¿Por qué no hablaban del alcohólico de su padre? Ese sí que era un tema digno de mención. Aunque, por supuesto, no iba a traerlo a cuento. Le parecía patético ventilar sus miserias de niño pobre frente a varios de sus compañeros y un loquero de poca monta.
Entró a la sala de estudios sin pedir disculpas por la tardanza. Gibson y el resto del grupo ya estaban sentados en círculo. Darren tomó la única silla libre y la giró, sentándose al revés.
—Y así se completa el Breakfast Club... —bromeó la chica a su izquierda en voz baja.
Él le sonrió maliciosamente.
—No metería la cara entre tus piernas ni aunque me pagasen.
—Qué bueno que pudiste unírtenos, Darren —interrumpió Gibson, sacudiéndose la caspa de los hombros del cárdigan—. Me alegra que todos estén aquí. Como sabrán, los cité porque...
—Nuestros padres no van a enterarse, ¿cierto? —preguntó inmediatamente una mocosa de la edad de Liam. Era pequeña, con nariz de pájaro y el cabello liso, y hablaba con tanto nerviosismo que apenas se entendía lo que decía—. Esto no estará en nuestro expediente, ¿cierto? Esto no cuenta como detención.
—No, Heather —la tranquilizó el consejero, haciendo uso de su habitual acento monótono que recordaba al de los presentadores en los noticieros—. Esto no es un castigo. Es un mero experimento, si se quiere.
»Las quince personas que tengo ante mí tienen dos cosas en común. La primera es ciertos conflictos personales en los que indagaremos en un minuto. La segunda es... todos son hijos de en medio. Tienen un hermano o hermana mayor y uno menor. Ahora...
—¿Es todo esto necesario? —inquirió un chico igual de menudo y frenético que Heather—. Porque tengo tanta tarea y me gustaría irme a casa cuanto...
—Leslie, serán solo unos minutos.
—¿Leslie? —Darren no pudo aguantar la risa.
—¿Te parece gracioso, idiota? —replicó la chica a su lado.
—¡Darren, Molly, por favor! —Gibson volvió a cortarlos—. De acuerdo, quisiera que comenzáramos esta actividad presentándonos. Para eso voy a pasar lista. Cuando diga sus nombres, quiero que me hablen de ustedes y de sus familias, principalmente de sus hermanos, ¿está bien?
Darren se puso de pie y se echó la mochila al hombro.
—Me largo.
—No es opcional, Darren —le recordó el consejero, sin inmutarse—. Si te vas, tendré que llamar a tu padre.
Optó por regresar a su silla para ahorrarse el mal rato. Los días en que Mark Kelly estaba lúcido podían ser brutales, y parecía bastante lúcido esa mañana.
—Gracias por quedarte —dijo Gibson, fingiendo sinceridad—. Ahora, sin más preámbulos... ¿Lucy Edwards?
Lucy Edwards —también conocida como la que una vez masticó un condón usado por un juego de verdad o reto— se puso a hablar de su familia. Darren no le prestó atención. Lo único que podía hacer era contemplar los minutos escapándose en el reloj de la pared, justo encima de Julie Fisher, la de las tetas bizcas. Sabiéndose observada, apartó su coleta de lado hacia atrás y sacó pecho, emulando una sonrisa sugerente, como si Darren quisiera ver aquellos limones depresivos.
Más aburrido que vergonzoso, se dedicó a mirar por la ventana. La sala de estudios tenía una excelente vista de la entrada del instituto, así que en cualquier momento Liam saldría y Darren podría asegurarse de que fuera directamente a casa. Si llegaba a atraparlo hablando con Travis Bell de nuevo, era hombre muerto.
—Molly García, tu turno. —Gibson lo sacó de sus pensamientos.
La chica de al lado guardó la barra de cereales que devoraba a escondidas en el bolso sobre su regazo.
Carajo, si alguien necesitaba estar ahí, era ella. Darren la conocía de algebra y era sin duda la persona que más había cambiado durante el verano. Antes de las vacaciones, era prácticamente un símbolo sexual. Tal vez demasiado baja o demasiado masculina, con los dientes un poco separados o un par de vellos asomándose entre las cejas, pero tampoco hacía falta mucho para ser atractiva a los ojos de un montón de adolescentes hormonales.
El antiguo mejor amigo de Darren, Jay O'Donnell, consiguió meterle medio dedo hacía alrededor de tres años y aún narraba la proeza como si fuese un héroe. Bueno, ahora ya no tanto. Porque haberse involucrado con Molly García dejó de ser algo heroico en cuanto iniciaron las clases.
Antes que nada, había subido de peso. Y nadie se extrañaba, teniendo en cuenta la cantidad de barras de cereales y chocolate que comía, según ella, en secreto. Su rostro redondo por naturaleza era ahora un globo, flotando sobre la vieja bufanda roja que nunca se despegaba de su cuello. La nueva alimentación se notaba también en los granos y en aquel culo que se desparramaba sobre la silla.
Su guardarropa también sufrió alteraciones. Si bien los overoles de mezclilla y las camisas a cuadros nunca fueron populares, ahora el cuerpo hinchado desaparecía bajo interminables capas de abrigo. Suéteres deshilachados, blazers que olían a naftalina y la piedra angular: el grueso sobretodo beige con el que barría el suelo cuando caminaba.
A Darren le importaba una mierda qué tan gordas o mal vestidas fueran las mujeres. Era de la opinión que esas cosas solo las afectaban a ellas y los hombres simplemente entrarían donde hubiese donde entrar. Pero saber que la tal Molly García debía estar mortificada con su nuevo aspecto le producía una embriagadora sensación de victoria, no estaba seguro de contra qué.
—Pues en mi casa somos solo mi madre y yo —dijo Molly. La pubertad había agudizado su voz y ya no sonaba como un muchacho—. De momento. Mi hermana Kim vive en Nueva York, con su marido y mi sobrino. Tiene veintidós años. Mi hermana, digo, no mi sobrino. Se quedó embarazada a los diecisiete, como mi madre. Mi madre está embarazada otra vez, por cierto. Así que supongo que soy una hija del medio ahora.
Un par de chicas que parecían ser amigas aplaudieron incómodamente. Darren rodó los ojos.
—¿Para cuándo espera tu madre? —inquirió Gibson.
—Para primavera. Nos enteramos hace bastante poco.
—¿Y te sientes preparada para ser una hermana mayor?
Molly se encogió de hombros.
—Es difícil asimilarlo, ¿no es así? Con tu hermana tan lejos y desde hace tanto tiempo, debes haberte acostumbrado a que sean solo tu madre y tú.
—Eso creo.
—Gracias, Molly —sonrió el consejero, entendiendo que no podría prolongar la inquisición—. Bien, sigue... Leslie Hampton.
Darren volvió a reírse del nombre y Molly le enterró un codazo en las costillas. El escuincle de apariencia ansiosa dio un respingo.
—Eh... Sí, bueno, ese soy yo. Leslie Hampton. Es un nombre gracioso, no tienen que decírmelo. Todo el mundo solía preguntarle a mis padres «¿de verdad le pusieron Leslie?» Y ellos respondían que sí. Y les preguntaban si eran sureños. Y ellos respondían que no. Pero a mí no me molesta. Es decir, salvo cuando me molestan por eso. Pero sé que solo me molestan porque no soy famoso. Es decir, seguro que nadie molesta a Leslie Nielsen. Y...
—Diablos, más despacio —le reprendió Darren—. Suenas como Alvin y las Ardillas.
—Necesitamos que vayas más lento, Leslie —tradujo Gibson a la formalidad—. No podemos entenderte.
—Eh... De acuerdo. Mis padres murieron hace unos años, en un accidente de tráfico. Mi papá conducía, pero habían tenido una discusión y él también se ponía nervioso. Como yo, quiero decir. Y se cree que no vio al otro coche que venía desde la izquierda y... Bueno, al final él murió enseguida. Mamá no. Mamá... murió en varios días. Quisieron salvarla, pero ella se fue.
—¿Crees en Dios, Leslie?
Leslie miró a los demás como si temiese que se burlaran. Darren no quería burlarse —respetaba a los huérfanos más que a los veteranos de guerra y ya se sentía terrible por haberse reído del maldito nombre—, mas la forma insidiosa en que Gibson introducía sus pajas religiosas en cualquier tema se lo ponía complicado. No había duda de su pasado como pastor antes de convertirse en consejero escolar.
—Solo los domingos —musitó Leslie.
—Tal vez sería bueno que lo ampliaras a los otros días.
—Tal vez...
Darren estaba por morderse el puño para no gritar. ¿Acaso no se daba cuenta de que los sermones lo incomodaban? Mierda, si la pandilla de Travis leyera sus pensamientos, le meterían la cabeza en el escusado, y con razón.
—Entonces vives con tus hermanos.
—Así es.
—¿Nadie más?
—Nadie más. Solo mi hermano mayor y mi hermana pequeña.
—¿Cómo se llaman?
—Nick y Danna.
—¿Cuántos años tienen?
—Nick tiene veinte y Danna tiene seis.
—¿Se llevan bien?
—A veces.
—¿Nick te molesta de vez en cuando?
Leslie tragó saliva.
—De vez en cuando.
Gibson quedó descolocado. ¿Dónde estaba la ametralladora en miniatura que disparaba cuarenta palabras por segundo? ¿Quién era este extraño que las preguntas dejaron en su lugar?
—¿Puedo irme ya?
El hombre resopló.
—Sí, Leslie. Puedes irte.
Leslie tomó su bolso y abandonó la sala tan veloz como sus pequeños pies le permitían. Darren sonrió al escucharlo correr en el pasillo.
—Y llegamos al turno de Darren Kelly. Un antiguo conocido, ¿verdad?
Todos se rieron, menos el nuevo protagonista de la reunión. La sangre empezaba a hervirle y tuvo que enterrarse las uñas en las palmas de las manos para no incurrir en algún delito.
—¿Hay algo que desees compartir con nosotros, Darren? ¿Tu padre se siente mejor?
El rostro de Darren se enrojeció por la ira. Iba a hacerlo. Iba a partirle la cara. Lo expulsarían por golpear a un miembro del personal, lo enviarían a un reformatorio y Liam estaría solo en aquel agujero lleno de camellos que lo arrastrarían a lo mismo.
De repente, justo cuando estaba por atacar, alguien más habló:
—No creo que deba exponerlo así.
Era la niña de la nariz de pájaro. En sus ojos, enormes y grises, se mezclaban la inteligencia y la timidez. Gibson se volvió hacia ella.
—¿Disculpa, Heather?
Heather se aclaró la garganta, su valentía flaqueando.
—Dije que no... que no creo que deba exponerlo así, delante de sus pares y todo eso. En etapas de desarrollo... —Miró a Darren como si esperase que saltase en su defensa tal y como ella lo había hecho. Lágrimas empezaron a cristalizarse—. Pero claro que yo no soy psicóloga. Me gustaría serlo, pero no lo soy. Así que... L-lo siento, no era mi intención...
—No, no, Heather, cálmate. —Gibson se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo que sacó de su bolsillo—. Tienes razón. Discúlpame si te he ofendido, Darren.
Darren chasqueó la lengua en señal de indiferencia.
—¿Seguro que no hay nada que quieras compartir?
—Ajá.
—De acuerdo... Solo faltan Gerald, Mitchell y Heather, entonces.
No escuchó la presentación de Gerald Kaplan y Mitchell Noland. Del primero sabía que se sentía intocable porque su hermano mayor era luchador profesional y su hermano menor —tan solo por un año— era el más avanzado de su clase en taekwondo. Del segundo sabía que era el acosador que espiaba en el vestuario de las chicas porque su hermano mayor decía que así se trataba a las mujeres y su hermana menor —también por un año— era una zorra.
Sí escuchó a Heather, sin embargo. Le daba curiosidad el hecho de que una aparente rata de biblioteca ejerciera de abogada para alguien como él. El débil protegiendo al fuerte. Seguramente lo veía como un objeto de estudio.
—Mis padres son muy inteligentes. Las personas más inteligentes que he conocido. Casi nunca están en casa porque se la pasan viajando, dando conferencias. Mi hermana Valerie está en la universidad. Entró el año pasado y ya está en la lista de los mejores alumnos. Estudia ingeniería, que muchos piensan que es una carrera solo para hombres, pero...
—¿Y tu hermano menor? —preguntó Gibson, amablemente exasperado.
—Ah... Sean es... Sean es el más listo de la casa. Es un prodigio, igual que mi hermana, aunque empezó a manifestarlo muchísimo antes. Solo tiene diez años y va a un colegio especial. Le va muy bien.
—¿Y qué hay de ti, Heather? Tú también pareces bastante inteligente.
Heather se encogió.
—Yo soy la única que no está por encima de la media. Puedo hablar como si fuera inteligente, si me esfuerzo, pero...
—También es posible que eso tenga más mérito, ¿no crees? ¿Tener que esforzarse?
—Puede ser... Preferiría mil veces el resultado.
Gibson le dedicó una sonrisa comprensiva y suspiró.
—Bueno, jóvenes, eso es todo por hoy. Estoy muy complacido con cómo salió nuestro experimento. Ya estoy haciéndome una idea de quiénes son. Nos vemos la semana que viene.
—¿La semana que viene? —cuestionó Darren.
—Claro, claro, estas son reuniones semanales. Y me gustaría que para la próxima...
—No, a la mierda, no voy a regresar.
Determinado, repitió su intento fallido de escape, pisoteando con saña el camino hacia la puerta.
—Si decides que no quieres que llame a tu padre, puedes venir aquí el próximo viernes a la misma hora con una fotografía familiar —le advirtió el sesentón.
—¡Carajo! —gruñó el aludido, abandonando la sala con un portazo.
Por mucho que aquello lo enfureciera, por ofensiva que le pareciese tal pérdida de tiempo, no tenía opción. Debía volver.
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