XXII
El árbol
—Iré a visitar a Nevado. Hace mucho calor y un paseo cerca del follaje hará que se sienta mejor —dijo Cleissy a su nueva doncella mientras esta la ayudaba a vestirse.
—Mi lady, su mascota está bien cuidada por los criados. No creo que deba preocuparse.
—Cállate, mujer. No te pedí opiniones —espetó ella y se dio la vuelta para observarla—. Iré al patio de armas contigo o sin ti. Y si vuelves hablar sin mi permiso pediré a Ser Estefan que te corte la lengua.
—Lo siento, mi lady. No quise faltarle el respeto.
—Bien. Trae mi desayuno aquí y dile a lady Soltvedt que deseo verla.
—Como ordene, mi lady
Cleissy se mudó a los aposentos de lord Rowling después del casamiento y siendo su esposa y sin un título más que el de «lady», Aliona fue removida de sus servicios. Las estancias de su señor esposo era mucho más pequeña que su antigua recamara: no había balcones, solo altas ventanas con vista al jardín; la chimenea se hallaba frente a la cama de madera y doseles, delante de los pilares se encontraba un baúl con su ropa; el escritorio y la silla estaban enfocados al fondo, en una esquina de la habitación.
Tras su noche de boda, Dorian no intentó tocarla por miedo de hallar la sangre de nuevo. Cleissy fue retenida todos esos días hasta la partida del rey. Su marido tenía la superstición de que mientras fuera impura, podría repartir mala fortuna por el palacio. Del mismo modo no durmieron juntos; él iba de juerga en las tabernas y regresaba al alba, apestando a alcohol. Ella nunca durmió por temor a que Dorian regresara más temprano y en su estado de embriaguez quisiera tomarla a la fuerza.
Lady Nora, su doncella, volvió con el desayuno. Todo se veía delicioso y olía exquisito. Cleissy comió con más animo que el de costumbre.
—La noto más hambrienta, mi lady. Tal vez pronto recibamos buenas noticias.
Cleissy se puso incomoda. Sabía que todos esperaban que la semilla de Dorian hubiera producido un heredero, pero hasta que él no regresara no tendrían tales noticias. Y Cleissy rezaba para que no volviera de la guerra.
Una vez que terminó de comer, aguardó la llegada de su amiga. Aliona apareció en la entrada y el corazón le dio un vuelco. Cleissy se levantó y se dirigió a Nora.
—Quédate aquí y... —paseó la mirada por el dormitorio— organiza mis joyas y mis vestidos.
—Lo hice ayer, mi lady.
—Entonces hazlo por colores. Vamos, Aliona.
El brillo del sol se vertía en los corredores. El cielo estaba salpicado por nubes. Los arcos con vista a los jardines internos, cubiertos de césped y manzanos, soplaba una brisa fresca. Al llegar al patio de armas vieron a Cecilia MacQuald, una de las cocineras. Era una mujer joven, de un aspecto cansado y grandes bolsas oscuras debajo de los ojos.
—Hace unas semanas dio a luz a un par de gemelos —le dijo Aliona al oído mientras pasaban a unos palmos—. No está casada y algunos dicen que sus hijos bastardos fueron procreados por el difunto Jasper Lowell.
—¿Cómo sabes eso?
—Los sirvientes hablan mucho y nunca se percatan de quien está escuchando.
Más adelante encontraron a soldados Kuryanos frente a fogatas, a pesar de ser de día y estar en primavera. «A los Kuryanos le gusta el calor, princesa —le dijo Ser Estefan—. Abrazan las llamas como si nada».
Dentro de la perrera, Nevado movió la cola con alegría. Cleissy desató la correa y le acarició la cabeza. Había crecido unos palmos. Sus colmillos blancos y afilados sobresalían de manera sorprendente.
Unos pasos se escucharon y al girarse los tres vislumbraron la silueta de una niña. Cleissy entornó los ojos y casi se desmaya del susto al fijarse que el inesperado visitante era Alvis, la hija de lady Ronnetta. ¿Por qué Alvis estaba en el palacio? ¿Su madre también se encontraba ahí? Una criada se acercó a la pequeña
—Vamos, nena. Hay que volver adentro.
—Quiero verlo —chilló Alvis—. ¡Al zorro!
—No es propio que se acerque a esa bestia, lady Alvis.
—¿Quién es esa niña? —inquirió Aliona en voz baja—. No parece la hija de un lord.
Cleissy tragó grueso. Olvidó por completo que Alvis era hija del capitán. Ella no sabía cómo reaccionaría Aliona si lo descubría.
—No importa —dijo Cleissy—. Puede acercarse.
Ella se apartó y Alvis acarició el pelaje blanco del zorro.
—Es hermoso —dijo. Los ojos le centelleaban con emoción.
Cleissy reparó en que Aliona la contemplaba con detenimiento, como si buscara algo.
—¿Cuál es el apellido de tu padre, niña?
—No tengo padre, mi lady. Al menos uno que yo conozca. Me llaman Alvis White.
—Eres una bastarda —terció e hizo una mueca con los labios—. No debemos pisar la misma tierra ni respirar el mismo aire; solo traerá desgracias y su naturaleza salvaje horrores, se lo aseguro. Márchate, muchacha, o el mal de ojo nos perseguirá.
Cleissy le dio una mirada dura a Aliona.
—¿Dónde está su madre? —preguntó Cleissy a la criada.
—No está aquí, mi lady. La niña llegó sola en la carreta que vino.
—Alguien debió traer la peste al palacio —agregó Aliona y se cruzó de brazos—. ¿Quién es? El muy idiota debería saber que dejar algo así suelto es de muy mala suerte.
—Él te cortara la lengua por hablar así.
Ser Estefan y Cleissy intercambiaron miradas un tanto incomodas. Dentro de la perrera el aire se volvió sofocante y ella tuvo mucho calor de repente. Nevado olfateaba las manos de Alvis.
—Eres una muchacha muy insolente.
La criada chilló y se apresuró a tomar del brazo a Alvis. Enseguida se inclinó y obligó a la chica hacer lo mismo.
—Por favor perdónela, lady Soltvedt. Alvis carece de modales y es medio salvaje. Hacemos todo lo posible para educarla; es dura como una roca. Le suplico que no tome en serio nada de lo que salga de la boca de esta niña.
Aliona bufó.
—Solo vete.
Cleissy agarró la correa y se la colocó al zorro. Pasearon por los alrededores del patio de armas sin alejarse del castillo ni acercarse mucho a la arboleda. El bosque de zarzas todavía seguía imponente a las orillas del follaje, las espinas afilas y un néctar de color verde salía de ellas. «Veneno», pensó. Las flores entorno a ellas estaban muertas. El césped, quebradizo y marchito. Las ramas de los arboles desnudas y el tronco se reflejaba la enfermedad.
Cleissy y Nevado también pasearon por el jardín y disfrutaron del aroma de las rosas al igual caminaron entre los setos altos. Cleissy corría de la mano de Aliona, ambas juguetonas, y el zorro las perseguía. Tan solo eran dos chicas que fueron obligadas a crecer demasiado rápido, si bien en el fondo añoraban la inocencia que le habían arrebatado y que ahora el mundo había corrompido.
Cleissy siempre tuvo sueños extraños. Las pesadillas de sus recuerdos dormidos la atormentaron por mucho tiempo, sin embargo, se desvanecieron tras la ayuda de lady Ronnetta. Mas Allen era su nuevo dueño. No había noche o momento en el que él no estuviera. Le hablaba y veía. Tardó unos días en entender, luego de devanarse la cabeza, que ese era el poder de aquel puente que los unía. Dicha conexión era volátil, a veces venia cuando no tenía control de sí, al tiempo que dormía, en otras ocasiones veces llegaba de la nada como en aquella vez en la Ciudades Costeras. Ella se preguntó si esta última solo funcionó mientras Allen mantenía la guardia baja.
«¿Qué tal si me espía? ¿Qué tal si quiere engarme?»
Una noche se quedó despierta hasta altas horas dibujando. Pronto notó otra vez esos ojos enfadados y repletos de frialdad sobre ella. Cleissy respiró profundo y se preparó para encarar a Allen. Se llevó un susto al encontrar solo un cuervo. El ave la observaba y agitaba las alas de una manera intimidante. Nevado, el cual regresó dentro del palacio una vez terminado el paseo, gruñó y se lanzó sin cuidado al pájaro y le rompió el cuello.
—¿Nevado?
El zorro agitó sus nueve colas y una luz cegadora hizo que se cubriera los ojos. Cleissy parpadeó varias veces hasta que se desvaneciera el rastro del brillo blanco que la cegó. No obstante, en vez de encontrar la fría penumbra de sus estancias, encontró destellos cálidos y dorados en un campo abierto bajo un cielo azul.
Las hojas bailaban con el viento; los tulipanes se movían como pequeñas manchas de un lado a otro; el césped, de un color tan vivaz que le entumeció los ojos de solo verlo, era alto. Había cierta tranquilidad que inquietaba a Cleissy, pero que a la vez la reconfortaba: aquel sitio era un lugar puro y sagrado. Algunas mariposas batieron sus alas por los ápices del pasto. Ella vio a lo lejos hombres de árboles en los bosques de abedules, zorros con abundantes colas iguales a Nevado en claros desnudos, espíritus plateados con formas humanoides que se deshacían entre girones de hojas y hadas trepaban las grandes raíces que emergían de la tierra.
Las raíces la guiaban hasta un enorme árbol gigante y el brillo de la vida, de la luz y lo sagrado, dorado como el oro mismo, nacía de él.
Cleissy escaló sus raíces y al llegar arriba apreció runas Ilyrias talladas en el basto tronco. Dejó que sus pulpejos acariciaran la madera. Por un segundo pensó estar en todos lados, la espesa densidad de las conexiones que los unía con cada fibra viva del mundo. Casi en la cima, cerca de suelo de donde nacían las ramas, reparó en un templo rodeado por una serie de caminos que conducían a la copa del árbol. Una mujer estaba ahí, de rodillas en un jardín. La desconocida dio la vuelta y Cleissy vio su cuerpo desnudo, solo cubierto con una falda de hojas que le cubría la cintura; el cabello, largo y ondulado, le tapaba los senos.
—¿Madre? —inquirió Cleissy—. ¿Eres la Madre?
Otra luz cegadora le dio de lleno y Cleissy despertó empapada en sudor y tirada en el suelo de la habitación mientras Nevado la observaba.
Cierta tarde, a finales de abril, Cleissy regresaba de visitar a sus sobrinos cuando descubrió las compuertas de su dormitorio entreabiertas. Ella palideció, pues recordaba muy bien haberlas cerrado. Ser Estefan dio un paso al frente y desenvainó la espada.
—Permanezca aquí, mi lady.
—Tenga cuidado, Ser.
Este asintió y se encaminó a la entrada. Cleissy se abrazó las costillas y pensó que la servidumbre vino temprano a limpiar la recámara, lady Nora nunca dejaba las puertas abiertas y, lo más importante, estaba plantada a su lado. Ninguna otra persona entraría por otras razones, de modo que un intruso se había colado en su ausencia.
Ser Estefan movió con cuidado una de las puertas, sin hacer ruido, y al momento siguiente estaba dentro. «¡En nombre del rey, alto ahí, ladrón!», le escuchó gritar Cleissy y se estremeció a causa del tono de voz enfurecido empleado por el caballero.
—¿Por todos los dioses, que hace aquí? ¿Qué le hizo al zorro? —inquirió un instante más tarde.
Cleissy se precipitó a entrar ella también. Tuvo que morderse la lengua para no proferir maldiciones a Thaleia. Todo el dormitorio era un desastre: los vestidos estaban fuera de los baúles, las joyas tiradas, las almohadas rasgadas y con las plumas suaves esparcidas, la sábana tirada al piso, el escritorio de Dorian estaba vacío y los tinteros y pergaminos yacían a un lado, derramados y rotos. Lady Thaelia hurgaba en su cuaderno de dibujo. Sin embargo, lo que la enfureció de veras fue encontrar a Nevado tendido en el suelo, aturdido. Cleissy quería hacerle daño. La furia dentro de ella subió por su garganta. La oscuridad clamaba ser liberada.
—Eso me pertenece —dijo Cleissy con voz afilada mientras trataba de controlarse—. Suéltalo o hare que te castiguen.
—Ya no tienes autoridad aquí —terció Thaleia con despreocupación mientras examinaba las sombras de Allen—. Ahora eres mujer de mi hermano, deberías temerme más a mí que yo a ti.
—¡Dame eso, Thaleia!
Ella siguió ojeando el cuaderno hasta que no tuvo algo más interesante que ver.
—Dibujar no te servirá para embarazarte o levantar el ánimo de mi hermano. Esto solo alienta a un comportamiento inapropiado para una esposa sumisa. Mira estos garabatos, pareciera como si un Hereje los hizo.
Cleissy intentó quitárselo. Thaleia, más rápida y alta, solo le basto un movimiento para hacerse a un lado y mantener el cuaderno lejos de Cleissy. Ser Estefan también quiso brindar de su ayuda, mas su cuñada lo taladró con la mirada y lo amenazó. Lady Nora chillaban desde un rincón. Llegaron a un punto en que Thalia reía con crueldad al ver la desesperación de Cleissy, quien lloraba y suplicaba.
Finalmente, la aludida dio por terminado el juego y empezó a romper y desgarrar las paginas hasta hacerlas añicos.
—Solo debes preocuparte de una cosa y es en dar herederos y ser una esposa obediente. Tal vez aprender un poco de danza te ayudaría a deleitar los ojos de los hombres. Un trozo de papel garabateado no hará eso.
Pasó a su lado, contoneando las caderas. Le echó una mirada molesta y arrugó la nariz con fastidió antes de irse. Entretanto, Cleissy recogió cada trozo entre lágrimas y los abrazo contra su pecho.
La noche siguiente, como de costumbre cenó con lady Amira y Thaleia en compañía de la reina. Cleissy solo se limitaba a sonreír y responder en las circunstancias era necesario. Tras finalizar su comida, se retiró. Frente a su dormitorio, Ser Estefan se dirigió a ella.
—Me tomé la molestia de dejarle en su dormitorio un obsequio que le fue enviado.
—¿Un obsequio?
—Así es, mi lady. Quien se lo dejó parece tenerle aprecio.
Ella entro y vio sobre la cama el misterioso regalo envuelto en cuero. Nevado salió de su escondite a saludarla. Cleissy quitó la envoltura y encontró un cuaderno hecho por manos torpes. Las paginas fueron alguna vez pergaminos viejos, estos estaban forrados por una cubierta de piel de ternero y unidos gracias a un trozo de soga. Cleissy sonrió y miró a la puerta. Que amable era Ser Estefan.
Cleissy tenía su paseo habitual como todas las mañanas después del desayuno. Aliona siempre iba con ella, la chica era una grata compañía y estaba dispuesta a pasar tiempo con Cleissy. No habían tenido la oportunidad de hablar acerca de su encuentro apasionado para entonces; ninguna de las dos encontraba la forma de cómo abordarlo sin que se abochornaran. No obstante, Aliona era más cariñosa y la visitaba con mayor frecuencia, algunas veces se le escapaban besos que terminaban en toqueteos debajo del corsé.
Ella no tenía dudas de que quería a Aliona como un hombre quería a su esposa, aunque a la chica todavía se mostraba reacia a admitir lo que sentía. «Solo es deseo y curiosidad. Me gusta que me toque, mas siento una terrible culpa por este pecado. Debo ir a la capilla cada vez que la visito para dormir tranquila por las noches», era lo que siempre decía.
Al llegar al patio oyó un bullicio dentro de los barracones. Los fogones estaban encendidos y desde las chimeneas de ladrillos se apreciaba una columna de humo gris que ascendía al cielo.
Los soldados Kuryanos deambulaban por los alrededores. Pensó en la guerra y en su hermano. ¿Estaría Callum malherido o moribundo? Cleissy rezaba para que volviera en una pieza, aunque tendría despedirse de él apenas regresara. Dorian cobraría su dote y le llevaría a su castillo en Kuryev. También se preocupaba por Kosntantin; era joven, fuerte y bueno con la espada, ahora bien, a veces la fuerza no era suficiente ante la experiencia en batalla. Konstantin nunca había ido a batallas contra ejércitos de otros reinos, y eso la inquietaba.
—La reina Devika Borromeo, esposa del rey Damon III, era la sobrina del Emperador Carlos V y vino a Darkhir a desposar el rey. Ella amaba a su país y le dolió enormemente abandonarlo, todo aquí era muy diferente a lo que conocía. El rey era de un carácter firme y Devika muy dócil, si bien eso no les impidió quererse y que juntos lograran adaptarse a las diferencias del otro —le dijo Aliona más tarde una vez que Cleissy le confesó sus temores—. Por muchos años el reino hizo prosperar a Kuryev y ahora ellos, a través de su esposo, harán lo mismo con el nuestro.
—Olvidas el detalle de que el tío de la reina Devika apoyó a Aeron IV a destronar a su padre y que le diera muerte junto a su hermano mayor lo que ocasionó su suicidio al ver a su familia asesinándose una a la otra. Pobre, tomó el mismo camino que su hija Nerissa años antes ¿Y si Callum es traicionado?
—Se preocupa sin razón alguna —la calmó Aliona—. Las semillas del odio que se plantaron durante el alzamiento Amirita quedó en el olvido. El rey volverá —esto último lo dijo sin mucho entusiasmo.
Siguieron caminando un poco más. Nevado olisqueaba las semillas en el suelo o se detenía a jugar con el pasto. En las orillas del linde del bosque el zorro se mantuvo quieto observando unos arbustos. Cleissy arrugó la frente y Aliona entornó la mirada para ver si lograba ver lo que el animal veía. Hasta Ser Estefan pareció curioso.
Algo se movió. El caballero llevó la mano al mango de la espada. De súbito, lady Ronnetta salió de su escondite. Llevaba su cabello negro recogido en un espantoso moño y el vestido azul estaba sucio, algunas partes incluso rasgadas. Lucía cansada y furiosa. Dio pasos amenazadores hacia ellos.
—¿Dónde está mi hija?
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