XVIII
Que tiemblen nuestros enemigos ante nuestro rugido
Callum observaba el retrato de Vikram que estaba colgado en la pared de la sala del trono al igual que la de los reyes anteriores. El monarca siempre idolatró a su padre, no por nada lo llamaron en su juventud «El príncipe guerrero» o «Vikram, el amado», título dado por el mismo pueblo al expresar su devoción y cariño al rey. Callum creía que él fue uno de los soberanos más querido entre todos los reyes de su dinastía. Se preguntó qué clase de apodos él recibirá en el camino a la ancianidad o después de su muerte.
Sus dedos acariciaron el marco dorado y suspiró. «Como desearía que estuvieras aquí y recibir tu consejo, padre». Giró el cuello y observó el trono, bajo la luz del medio día brillaba como oro sólido. Dos días antes recibió la respuesta de lady abuela con respecto al compromiso de la princesa, lo cierto era que le sorprendió que lo aceptara; pero en una que otras oraciones dio a entender su descontento al no ser tomada en consideración. Sin embargo, él era el rey, no un príncipe novato. Esta fue la mejor decisión para el reino, ya era el momento de que Cleissy tomara su papel y sin duda su hermana le traería mayores riquezas que la victoria sobre una guerra: rutas de comercio y soldados de la estirpe kuryana.
Callum fantaseaba con aquellas cosas; la alianza con su primo permitiría mantener lazos estrechos al otro lado de la frontera, y ¿quién sabe? Tal vez Callum podría, en algunas lunas, tener una hija y casarla con el nieto del Emperador.
Las puertas de la sala del trono se abrieron y Ser Fabien, uno de los miembros de su guardia real, entró.
—Lord Alfotch y sus invitados se acercan al castillo, majestad.
Callum asintió y enderezó los hombros. Enseguida se acercó al trono y se hizo con la corona en la cabeza. Tomó a Trueno de un lado de los costados y cruzó el salón dando grandes zancadas.
—¿Dónde está la reina?
—Esta indispuesta, mi rey. El Sanador ha ido a verla.
—Más tarde la visitaré —pensó en voz alta—. ¿Hay alguna noticia de capitán?
—De camino a las Ciudades Costeras se toparon algunos Herejes, si bien pudo detenerlos. Además de eso no ha habido otros contratiempos.
—Ya veo.
La situación de los Herejes lo ponía nervioso, pues, al final de todo, han vivido en Darkhir como cualquier otro ciudadano y por tanto tienen a su alcance los puntos débiles de la nación. Por un segundo se acarició el anillo de rubíes rojo con el león de los Barlovento y el lema de su casa en la parte interna: «Que tiemblen nuestros enemigos ante nuestro rugido». La joya en cuestión era una reliquia que era heredada de padres a hijos. En el tiempo que era un niño sus maestros le dijeron que la pieza, aun en posesión de Vikram, perteneció a Aeron I y en su último aliento se lo entregó a su hijo Arium I. Las gemas fueron un regalo de su esposa Leora.
En la entrada del palacio vio algunos nobles reunidos, tales como Simon Grey, Ivan Moore, lady Casandra, el sumo sacerdote y las familias de la casa Hount, Wellwood y Balker. Callum apareció al alcance de sus ojos y todos humillaron el cérvix.
El rey se ubicó en medio de ellos y levantó el pecho con Ser Fabien a su derecha.
Las trompetas resonaron en el camino de ronda y una larga fila de caballos y estandartes cruzaron la muralla. Lord Alfotch encabezaba la marcha en conjunto con algunos soldados de su casa, el blasón de la serpiente ondeó con la brisa. Detrás de su suegro atisbó otros sementales como jinetes, de aspectos fuertes y el escudo de una rosa roja. Por ultimo llegó un carruaje.
Timothy desmontó de su caballo al igual que un hombre castaño. Las puertas del carruaje se abrieron y un grupo de mujeres con túnicas de viaje bajaron.
—Permítame presentarle, majestad —empezó a decir mientras miraba a Callum, luego alargó el brazo en dirección al hombre castaño— a su primo, lord Dorian Rowling —después apuntó a una anciana de gesto altanero— su tía, lady Amira Rowling —y después señaló a una muchacha rubia y seria. Era mayor que la princesa; Callum le calculó unos veinte— y su prima, lady Thaleia Rowling. —Thimothy se dirigió a los parientes del rey—. Su alteza, el rey Callum, primero con el nombre y señor de este reino.
Dorian dio un paso al frente. Él y Callum se estudiaron al uno al otro y una especie de silencio se formó y en un parpadeo fue rotó por el abrazo y sonrisas de ambos primos.
—¡Mírate! —exclamó Dorian y le acunó la cara—. Eres la réplica de mi tío, aunque él era algo serio. Escuché que te casaste. ¿Dónde está tu esposa? Quiero conocerla. También es mi deseo ver a mi prometida.
—La reina se disculpa por su ausencia. En su vientre carga a mi heredero y últimamente está algo inquieto.
—¡Un niño! Vaya eso si no me lo esperaba —algo brilló en sus ojos.
—La princesa y lady abuela se encuentran en las Ciudades Costera —agregó Callum.
—Un lugar encantador, según recuerdo —comentó lady Amira—. Es bueno verte, sobrino, aunque me hubiera gustado regresar a mi país no en tales circunstancias.
—Yo también lo hubiera querido, mi lady.
—Mi hermano se encargó de que no fuera así a igual que mi padre.
Callum se sintió incomodo ante el comentario. Dorian pareció notarlo, pues le palmeó el hombro y volvió a sonreír.
—Tengo un regalo para ti. A nuestro primo Darío le encanta los caballos y estuvo de acuerdo en que uno de sus mejores corceles se te fuese regalado en señal de buena voluntad. No cualquiera tiene tales obsequios de la sangre del Emperador.
Dorian chasqueó los dedos y uno de los mozos tiró de la correa de un caballo negro. Callum se maravilló.
—Es hermoso.
—Se llama León, como el escudo de tu casa. Un corcel digno de un rey.
Callum dio caricias con cariño al vientre de su esposa. Era el inicio de la noche y el fuego de la habitación de la reina ardió alto en la chimenea. Freya terminó de colocarse los pendientes y por el reflejo del espejo miró los ojos del rey con una pequeña sonrisa en los labios. Él apretó más el cuerpo de ella contra el suyo y besó su cuello.
El calor de su pareja sobre su propio cuerpo hizo que el deseo despertara dentro de su majestad. La mano de Callum tiró del vestido hasta llegar a las medias. Freya soltó un gritico y se dio la vuelta antes de que marido avanzara más de lo debido.
—Nos esperan en la cena, mi amor —dijo y ella peinó su cabello de su esposo—. Es inapropiado hacer ese tipo de actos ahora. El Sanador dice que tengo que guardar reposo hasta el día del parto.
—Te extraño, Freya.
—Y yo a usted, mi rey. Anhelo sus besos sobre mi piel desnuda, sus elogios en mi oído, su aliento en mi cuello y ser un solo cuerpo. Es el amor de mi vida, Callum y ser la elegida para ser la madre de sus hijos significa para mí un gran honor. Mi cariño esta tan vivo como el fuego. Créame que, cuando le digo que le extraño, no sabe cuánto me lástima que este lejos de mi lecho.
Callum solo se limitó a darle un beso en la mejilla como respuesta. A continuación, agarró la corona de su reina y se la colocó en la cabeza.
—Vamos. Debemos ir a festejar.
Freya tomó su brazo y ambos se encaminaron al comedor del palacio, donde se celebraría un banquete en honor a lord Rowling.
Las guardias reales abrieron las puertas dobles y uno de ellos anunció la llegada de los reyes. Todos se levantaron de sus asientos y la música se detuvo.
—El rey Callum Barlovento, primero con el nombre y protector de este reino y la reina Freya de la casa Alfotch.
Callum hizo un movimiento con la mano para que todos volvieran a sus asientos. Ser Fabien y Ser Federick se ubicaron uno a cada lado de Callum al tiempo que las damas de la reina permanecieron un poco más alejadas de su señora.
Los invitados se reunieron en torno a la larga mesa mientras comían carne de carnero y cerveza en las copas; la música del laúd como el ruido de las conversaciones atronaron por todo el salón; las paredes blancas estaban salpicadas por los candelabros dorados pequeños y en el centro del techo colgaba uno de mayor tamaño. Pronto él y Freya tomaron sus lugares.
Dos de los criados se le acercaron. El primero le sirvió un par de salchichas y un gran pedazo de bistec en el planto, el segundo llenó su copa de vino. El sonido de los cubiertos y tenedores no se hizo esperar, al igual que Dorian notara a la reina.
—Disculpa mis modales, primo —Callum sostuvo la mano de Freya como signo de presentación—. Esta es mi adorable esposa, Freya. Conociste a su padre hace unos días; fue el que te recibió en la frontera.
—Me place conocerlo al fin, mi lord. Callum me contó grandes cosas sobre usted.
—¿Enserio lo hizo? —Dorian frunció las cejas y dio un trago a su copa—. Según recuerdo era yo el que hacia trampa con la espada.
Los tres se echaron a reír y Dorian volvió hablar:
—Aunque debo admitir, primo, que tu esposa posee un rostro angelical, digno de apreciar y adorar —los ojos azules del lord centellearon ávidos y Freya se ruborizó un poco.
Callum dibujó una sonrisa forzada. Algo en su pecho le molestó, como una espina dentro de su dedo. Siendo una figura de la monarquía, era normal que algunos nobles, el pueblo o extranjeros alabaran la belleza de otras casas reales, sin embargo, Callum pensó que su primo lo dijo con otra clase de intención y eso lo enfureció.
—Me halaga, mi lord —replicó Freya. La mujer tocó la mano de su esposo por encima de la mesa para tranquilizarlo y paseó la mirada entre los invitados—. ¿Dónde está su madre, mi lord?
—En su dormitorio. El viaje fue agotador.
—¿No piensa unirse al banquete que organizó su majestad en honor a su hijo? —inquirió ella
—Tampoco tengo la dicha de ver a sus padres, mi reina. Es un insulto hacia mi primo y a mí.
—Estoy seguro, querido primo, mi reina —intervino Callum, el cual dio una mirada a ambos—, que mi tía es una mujer ya entrada en edad, para ella los viajes son menos soportales. En cuanto a mis suegros, Dorian, lord Alfotch tiene algunos deberes que requieren un poco más de tiempo y mi suegra debe estar indispuesta; cuidó de la salud de mi esposa.
—Tienes razón, primo. Hay una guerra que nos espera ahí afuera. No es el momento de enfocar nuestra atención en absurdas discusiones. Le pido disculpa, mi reina.
—No se preocupe, mi lord.
La noche retomó la calma y la cena llenó la barriga de los lores y damas. Por supuesto, para aquel banquete digno de reyes y príncipes, Callum debió recurrir a un pequeño préstamo de su suegro, por tal razón estaba ansioso de que llegara pronto la siguiente mañana; el concejo se reuniría y Dorian estaría ahí.
Tras servir el postre, la velada terminó. Dorian se despidió de Callum y fue en busca de su hermana, que se hallaba en el otro extremo de la mesa charlando con lady Casandra y su hija, lady Jayne. El rey ayudó a la reina a levantarse de la silla y partieron hacia el ala real.
—Duerme conmigo hoy, mi reina —dijo Callum en tanto subían las escaleras que conducían al amplio complejo de corredores y torres del ala real—. Quiero tenerte cerca.
—¿Cómo negarme ante tal petición, amor mío?
Tras ella dirigirse a los aposentos de la reina, Callum marchó a buen paso al suyo. Los criados lo despojaron de la ropa y las joyas y lo dejaron con un simple jubón. Freya apareció al poco rato. Sin todo los vestidos y prendas, él notó que el vientre de su esposa era mucho más grande de lo esperado para ese tiempo. Se metieron a la cama y durmieron.
Callum soñó con llamas negras y rugidos, dientes afilados y ojos de reptil violetas, después la bestia se transformó en un pequeño cachorro del tamaño de un perro a sus pies. La visión cambió y apareció una pelirroja que le recordaba a Cleissy; sangre; un campo de batalla repleto de cuerpos; gritos y el choque de espada. Callum se agitó en la cama. Por último, antes de despertar empapado en sudor, vio a una cazadora de rasgo peculiares, tan hermosa como la luna misma.
Una vez con los ojos abiertos se percató del cielo claro. Freya todavía dormía, de modo que se apresuró a que los criados lo vistieran. No tenía hambre, aquel sueño lo dejó con amargo sentimiento que no sabría cómo describirlo, así pues, fue directo al concejo.
Los hombres discutieron durante toda la mañana las tácticas que emplearían una vez que el ejército marchara hacia el encuentro con los leokevianos además de detener los ataques de los Herejes: primero, un grupo de tres mil soldados iría a la tierra de Caín, donde gran parte de sus enemigos logró invadir, al mismo tiempo, otros dos mil irían a la torre del Sol, cerca del Fuerte de la gloria y el pueblo de Enriquillo, sitio en el cual lord River notificó mediante un halcón que fuerzas del rey Igor se congregaron en las cercanías; unos dos mil fueron enviado a Norfolk, que mantenía vigilada el valle de Malboria y Altagracia, una pequeña ciudad situada al suroeste.
—Lord Ladomir y lady Rojas tienes suficientes hombres para proteger esas tierras —apuntó Callum a Valle de Cielo y Sylvia—. Mi primo Lewis formara un bloqueo en esta zona en caso de que barcos enemigos quieran entrar a nuestras aguas y la Colina de Amapolas está asegurada, no obstante, me preocupa este lugar —y señaló Rouvre—. Se encuentra rodeado de montañas, valles y ríos y criaturas, además de que es posible que los Herejes se ocultan en las montañas... Los leokeovianos podrían esconderse en toda esa área.
—También debes pensar en la capital, querido primo. Si pierdes la capital, pierdes tu trono. Te recomiendo que dejes al menos unos mil de mis hombres para que resguarden el castillo como las ciudades aledañas.
Callum tuvo dudas.
—Tus hombres se encuentra bastante divididos y solo la guardia real permanece en el palacio —hizo notar Dorian con gravedad.
—Ser Draven y sus hombres cuidan de La Esperanza y Malboria. También las casas Blackwood y Fitzroy pueden defendernos —replicó Callum.
—Y por tal razón te sugiero que los envíes a Rouvre —terció Dorian—. Muchos de esos hombres lucharon al lado de mi tío después de que decidió eliminar la amenaza de los Herejes. Conocen el pueblo, saben cómo actuarán al igual que sus escondites. Se moverán con facilidad y podrán darles caza, tanto a Herejes como leokevianos. En su lugar, mis soldados vigilaran Malboria y el palacio.
—Lord Dorian tiene razón, mi rey —concordó Ivan Moore—. Nuestros hombres conocen el terreno, saben la debilidad y fortalezas de Rouvre y las montañas, podrían usar eso a su favor y preparar emboscadas.
Todos los ojos estaban puestos en él y la presión sobre sus hombros hizo que se le tensara el cuello. Callum contempló el mapa y las fichas. El plan de Dorian era bueno, mas algo le decía que no debía de aceptarlo, una vocecita molesta parecida a la voz de lady abuela. Sacudió la cabeza y resopló; estaba seguro que el sentimiento era causado por las opiniones desdeñosas de la mujer.
—Es un buen plan —rectificó el rey—. Tienes mi permiso para dar las ordenes a tus hombres, Dorian. No obstante, esperaremos el regreso del capitán Soltvedt para irnos a Rouvre.
—¿Piensa en ir a la guerra, mi rey? —preguntó el sumo sacerdote con preocupación.
—Mi abuelo enfrentó él mismo a sus enemigos, nunca les tuvo miedo y en el campo de batalla demostró de lo que estaba hecho. El gran Aeron Barlovento recorrió el país con tal de vengar a su hermana y con su propia espada mató a un dragón. ¿Qué clase de rey sería si no lucho las batallas para conservar mi trono? He de combatirlas y ganarlas, y así harán de mis logros canciones para la posteridad.
Callum infló el pecho y levantó la barbilla con altanería. Los miembros de su concejo aceptaron de buena gana la estrategia, empero, no estaban seguro de que su rey marchara a la batalla. Callum vio en sus miradas que no lo veían tan fuerte o digno como su padre o abuelo, con todo, él desmostaría ser un león digno de admirar.
—Además, iremos a tomar Leokev. No podemos dejar una amenaza como ellos impune. Apenas los conquiste, pasaran a ser parte de mi reino.
—Mi rey... —lord Moore lo miró con los labios entreabiertos—, es una locura invadir Leokev.
—No le pido consejo, mi lord. Solo informo lo que su rey pretende hacer. Pueden irse.
Uno a uno los concejales se pararon de sus sillas y se marcharon. Su suegro y Dorian compartieron por un breve segundo miradas. A pesar de que todos se fueron Dorian no se marchó. Tan pronto estuvieron a solas, le habló con una sonrisa.
—Te noto tenso, primo —se volvió acomodar en su asiento y se balanceó sobre las patas traseras—. Todo este asunto de la guerra te tiene de mal humor. Lo veo en tus ojos. Dime, ¿hace cuánto no fornicas con una mujer?
—No visito burdeles si es lo que tienes en mente —dijo.
—Tienes un castillo repleto de mujeres alrededor; tus sirvientas, las doncellas de tu reina, las esposas de tus señores. Ninguna se negaría si le dijeras que les gustas.
Dorian tenía razón y Callum sabía que más de una mujer en la corte le había hecho uno que otro gesto para mostrar su disposición, pero otros asuntos eran mucho más importantes.
—A Freya no le agradaría.
—Es una mujer, primo, su opinión no es relevante, aunque sea tu reina. Freya tiene deberes contigo y ahora mismo está cumpliendo uno, que es darte un hijo y, además de eso, también debe de calentarte la cama y eso no lo hará durante su condición. Tal vez se enfade en un principio y, por defecto, tarde o temprano lo entenderá, mas estás en tu derecho de meterle la verga a quien se te plazca. Eres el rey y ella no puede cuestionar tus deseos.
Callum se relamió los labios. Lo cierto era en que un principio, en la época en que el vientre se mantenía plano, el pequeño problema se resolvió con las felaciones de Freya y una que otra noche en el lecho del rey. Aunque, con el avanzado embarazo, a la reina se le imposibilitó continuar con la práctica.
—Aquí cerca hay un burdel con bellezas exquisitas. Estoy seguro que disfrutaras tanto como yo lo hice.
—Partamos después de que oscurezca.
Callum contempló la casa de placer frente a él. El burdel era una casa de dos niveles con tejados. Las luces bañaban las calles a través de la ventana. Oyó el ruido de risas, golpes de cuernos y mesas. Dorian lo tomó por los hombros y lo empujó dentro del establecimiento.
Todo el salón estaba salpicado por velas. Algunos hombres tenían sobre sus regazos a mujeres desnudas; otros estaban tirados en las mesas o en el suelo, completamente ebrios; en el centro había una orgía y más allá algunas prostitutas bailaban desnudas en cuerdas suspendidas o utilizaban abonos de plumas.
—¿Hay alguna que te guste? —le preguntó Dorian.
Una en especial llamó su atención; una rubia que se hallaba entre las malabaristas.
—Esa de ahí.
—Tienes buen ojo, primo. Sin duda tienes el exquisito gusto de nuestro abuelo. ¿Por qué no vas y te le acercas? Entretanto, yo buscaré a una virgen.
Callum asintió y Dorian le dio unas palmaditas antes de irse. Él se abrió camino y apenas estuvo a unos palmos del espectáculo, no tardó en llamar la atención de algunas. La rubia que bailaba cayó de cabeza con sus pies aferrándose a la soga. Ver más de cerca su cuerpo hizo que una llama refulgiera en sus ojos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó él aun atontado por la figura de la joven.
Ella volvió a subir en el aire y descendió con la gracia de un cisne.
—Karso, mi lord.
—¿Y estas sola esta noche?
Karso contoneó las caderas y dio una vuelta alrededor de Callum a la vez que su dedo incide recorría su torso.
—Depende de quién pregunta.
—De alguien que puede pagar mucho más que unas simples monedas si saben complacerlo.
Ella sonrió con picardía y tomó su mano para subir por unas escaleras laterales. El segundo nivel no estaba tan iluminado como la planta baja, salvo por algunas velas en el suelo. Callum y Karso avanzaron por un pasillo compuesto por puertas donde los gemidos era el único ruido. La meretriz abrió una habitación al final del corredor y enseguida despojó a Callum de su túnica de viaje.
El rey apretó la cintura de ella con sus dedos fuertes y su acompañante rio traviesa. Luego empezó a tirar los cordones del camisón hasta revelar el torso musculoso del soberano.
Karso recorrió su pecho y su abdomen y una vez que desató el nudo de sus pantalones, algo dentro de Callum tiró con fuerza. Bajó los bombachos y tomó en su boca el miembro viril del rey, que hizo que gruñera y moviera las caderas.
Karson continuó con la felación hasta que él la detuvo. Besó sus senos y luego la cara interna de los muslos de ella, arrancándole gritos y cumplidos, después la colocó sobre la cama y entró en su húmeda vagina. El baile de los cuerpos calientes tardó un largo rato, pues Callum no estaba saciado y su apetito era muy libidinoso.
Fue casi en las primeras horas del amanecer cuando se detuvieron. Ambos se echaron sobre la cama y durmieron. En el instante que despertó tenia a Dorian al lado. Karso no estaba por ningún lugar.
Él arrugó los ojos.
—Debemos irnos primo —Dorian le lanzó su ropa y la túnica—. El alba ya pasó y tú tienes deberes que atender.
—¿Dónde está Karso? —preguntó mientras se colocaba los pantalones.
—¿La puta? Hacía rato que la despaché. No te preocupes por el pago, le di suficientes monedas por darte una buena diversión.
En pocos minutos Callum y Dorian abandonaron el burdel, montaron en los caballos y partieron al castillo. Lord Rowling se encaminó a sus estancias y Callum caminó al ala real, se quitó la túnica y se la entregó a una de sus criados en las puertas de su dormitorio, empero, se sorprendió de hallar a Myrell Alfotch plantada a un lado.
—Muy buenos días, majestad. Esperaba por usted para...
—Estoy cansado, lady Alfotch y deseo un baño. Mis concejales aguardan por mí en un rato. El asunto puede esperar.
—No es mi deseo importunar su descanso luego de su noche de diversión, si bien debo informarle que en su ausencia mi hija tuvo complicaciones.
—¿Mi hijo está bien? —inquirió.
—Lo están, majestad. Ambos lo están.
Callum frunció el ceño y Myrell agregó.
—La reina entró en labor de parto y dio a luz a dos hermosos príncipes. Felicitaciones, mi rey. El nacimiento de un heredero es sin duda una muestra de fortaleza a su trono.
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