XVII
Compromiso
El susurro de las palomas llegó desde el techo. La capilla del castillo no tenía ventanas y el calor de las velas le sofocaba el cuerpo; pero era el único lugar en el cual la cabeza de Cleissy estaba en paz. Se hallaba de rodillas frente al altar donde alguna vez su madre le rezó a Los Antiguos por el alma de sus dos hijos. Bueno, a la madre que creyó tener. Los Darkhiranos no eran un pueblo devoto a las creencias, sin embargo, algunos se aferraban a ella para encontrar alivio a sus pesares, como lady abuela, quien rezaba a su lado por el rey y el reino, del mismo modo encendió una luz a cada uno de sus muertos.
Ya hacía unos dos días de que habló con lady Ronnetta. La princesa perdió el apetito y la falta de motivación era cada vez más evidente. Apenas terminaron las oraciones, la anciana y la chica se levantaron.
—Hay un asusto que debemos discutir antes de marchar a las Ciudades Costeras —comentó lady abuela mientras se dirigían a la salida.
—Estoy cansada. Quiero tomar un baño antes de la cena.
—Su majestad ha enviado instrucciones especiales para ti, princesa —Cleissy advirtió la tensión que dichas «instrucciones» provocaban en el cuerpo de la anciana—. No es deseo del rey que la noticia la sorprenda a su llegada al palacio real.
Cleissy paró en seco y tomó una profunda respiración. Tenía una ligera idea a donde iba todo eso: compromiso. Ella y Aliona estuvieron fuera unas dos semanas y dadas las circunstancias, olvidaron por completo la guerra que le respiraba en la nuca a Callum al igual que los Herejes. Nunca se planteó que su hermano le buscara marido a una edad tan temprana, empero, como dijo su lady abuela Elynor, su propósito era servir al reino.
De súbito estuvo ansiosa, mareada y el pulso se le aceleró. Su mano frotó de forma algo brusca el cuello.
—Cleissy...
—Charlaremos sobre el asunto más tarde.
Ella atravesó las puertas dobles, afuera se topó con Callum White, que esperaba por su abuela. Este le lanzó una mirada inquietante que ella ignoró. Subió los peldaños y cerró de un portazo sus estancias. Sus cosas habían sido empacadas y los baúles se encontraban cerca de la puerta, listos para ser transportados a las carretas al día siguiente.
Nevado fue a saludarla y lamió con su delgada lengua sus dedos. Con dificultad logró convencer a lady abuela del que el zorro permaneciera con ella. La servidumbre no le tenía confianza, puesto que el animal creció hasta el tamaño de un perro de caza.
La puerta chirrió al abrirse y una criada entró con una cubeta de agua y varias toallas.
—Vengo a preparar su baño, princesa.
—Lady Aliona lo hará. Puedes retirarte.
—Lady Soltvedt esta indispuesta, alteza —dijo la criada y dejó las toallas sobre la mesa.
«Lady Soltvedt». Oír el título en boca de la servidumbre hizo que apretara los labios y se pellizcara la palma de las manos con las uñas.
—¿Está enferma? —inquirió Cleissy.
—Nada de eso. Hay asuntos en que los hombres requieren de la disposición de sus esposas. Por esta noche, yo la asistiré.
Cleissy se metió a la bañera y permitió que la criada lavara su cuerpo. Ella volvió los ojos hacia la ventana, aun escuchaba los lamentos de los Ilyrios cada noche. Luego se fijó el su cuaderno de dibujo abierto, en la hoja apreciaba el boceto femenino de una mujer, por un momento quiso retratar el rostro de su madre, la de sus recuerdos, inútilmente no logró conseguirlo. Frustrada y repleta de tristeza, terminó por dibujar a Elysa tal como la recordaba. Pese a la cruda verdad, Cleissy todavía amaba a su mamá.
El baño terminó y tras la cena, lady abuela y ella quedaron a solas en el comedor. Sus ojos violetas resplandecieron de terror o angustia. Era difícil de descifrar.
—Te gustaran las Ciudades Costeras. La playa es hermosísima y el castillo tiene una perfecta vista para apreciarla. La última vez que estuve ahí, tu padre todavía era un niño.
—Se alegrarán de verla otra vez —dijo ella, con una sonrisa genuina.
—Y yo a ellos —lady abuela dio un gran sorbo a su copa de vino—. Tu hermano se encuentra en una situación delicada. La guerra con el rey Igor y los ataques de los Herejes lo tienen nervioso. Muchos en la corte hablan a sus espaldas. Piensan que le falta la fuerza de su abuelo y padre.
—Supongo que la reina sabe cómo calmar las cosas que le perturban al rey.
—Lo hace. Freya es una esposa cariñosa, pero las palabras y las caricias no le brindaran la victoria a Callum. Su majestad ha llegado a un recurso algo tedioso para mí. Sin duda los buitres bajan a comer cuando el león abandona su presa. Tu hermano decidió entregar tu mano a su primo, lord Dorian Rowling. Este compromiso le permitirá tener hombres y oro a su disposición para sobrevivir a esta terrible tormenta.
—Ni siquiera tengo la edad que las leyes establecen para casarme. Faltan dos años para ello.
—Lo sé y ocasiones especiales las costumbres pueden ser ignoradas a favor de la corona. El rey lo demanda y la estabilidad del reino depende de este matrimonio, de modo que nadie lo cuestionará.
—¿Cuándo lo conoceré? —preguntó.
—Pronto. Es posible que se encuentre en el castillo a nuestro regreso.
—¿Cómo es él?
Lady abuela terminó de beber su vino.
—Era un niño la última vez que lo vi. Debe de haber cambiado mucho durante todos estos años, aunque escuché es bueno con la espada al igual que los hijos del Emperador. De seguro entrenaban juntos en el palacio de Felipe.
—Debe ser un buen prospecto —opinó Cleissy—. Su majestad no buscaría a cualquier hombre.
—Callum busca ganar una guerra, no un buen marido para ti. No te confíes mucho —le advirtió lady abuela—. Él y su familia han estado exiliados del reino por años —ella meneó la cabeza—. La última vez no fue una despedida muy agradable. Tu abuelo los desterró hasta la muerte gracias a las ambiciones de lady Amira y su deseo de robar el derecho de nacimiento de tu padre. Mantén los ojos bien abiertos. Formamos parte de la realeza y por esa razón hay cumplir con el deber, debemos obedecer las órdenes del rey. Como madre y abuela no puedo permitir que lastimen a los tesoros de mi hijo. Te casaras con Dorian Rowling, mas nunca te fíes en sus intenciones ni en las de su madre. Ve descansar. El viaje que emprenderemos mañana será largo y agotador.
Cleissy se despidió de lady abuela con un beso en su mejilla arrugada y se apresuró a subir a su dormitorio. En su mente aborreció la idea de casarse con Dorian Rowling y que fuera el primer hombre con quien compartiría su lecho.
En el dormitorio vio una vez más el retrato de Elysa. Las puntas de sus dedos se deslizaron por los contornos y sombras y Cleissy abrazó el cuaderno contra su pecho. Al instante se sentó en la cama y permaneció ahí, aferrada a un recuerdo.
Otra vez estaba sola.
Aliona permaneció ausente durante ese día y luego de la cena la misma criada de la noche anterior vino a calentar sus sábanas. El dormitorio de su dama y su marido se encontraban en otra planta, en el ala este, lugar donde se hospedaban los invitados. La princesa no podía dormir y la única que le hacía conciliar el sueño era Aliona mediante mansajes, por consiguiente, fue a buscar a la muchacha.
Cleissy se deslizó por los pasillos oscuros y apenas llegó al pabellón de invitados, que solo estaba ocupado por la pareja, se detuvo en medio de arco. Las mejillas se le enrojecieron una vez que alcanzó a escuchar los ruidos carnales y gemidos desde la habitación.
Ella regresó a su cuarto y decidió que practicar su magia le haría olvidarse su compromiso.
Dejó la lámpara encendida y movió los dedos y unas cuantas sombras revolotearon en el techo de dosel. Cleissy les dio forma. Ella pensó en Allen y las cosas que le dijo la última vez; aunque, enseguida lo olvidó, pues estaba demasiado agotada. Cada vez que él se hallaba lejos, un vacío casi inhumano le sacudía los sentidos.
«Te necesito», dijo en voz baja mientras que un haz oscuro tomaba la forma de un hombre. La oscuridad se desvaneció apenas escuchó un tímido llamada en la puerta.
—Es tarde, Miranda —así era el nombre de la criada que cuidaba de la princesa los últimos días—. Ya no te necesito por hoy.
—No es Miranda, princesa —murmuró Konstantin desde el otro lado.
El corazón le dio un vuelco y no tardó en abrir la puerta. En la penumbra del pasillo se encontraba de pie el soldado. Miró a un lado y otro y no vio a su guardia y Konstantin le dijo que Ser Estefan aguardaba un poco más lejos y que solo le permitió la entrada cuando dijo que ella mando por él. Cleissy se hizo a un lado para que entrara. Bajo la luz de la lámpara ella atisbó una actitud calmada, casi fría.
—Después de lo sucedido en Malboria, no tuvimos tiempo de conversar.
—Sí —Cleissy se acomodó en la orilla de la cama y a continuación dio palmadas a su lado para que él también se sentara—. Luego llegaste al palacio
—El capitán me ordenó que volviera a la capital. Es un hombre generoso. Me otorgó el perdón.
—A cambio de información, supongo —Konstantin hizo un ruido con los labios. Mantenía la cabeza baja. Ella suspiró—. ¿Sobre mí?
—Nada que pudiera perjudicar su imagen —replicó—. De alguna forma, el capitán sabía que escapó conmigo y a quien buscabamos, por lo cual envió al soldado Artrel en mi búsqueda. Ser Draven no le quedó otra opción que acceder pese a que le desagradaba la idea. Me interrogó con relación con respecto a que buscábamos en la casa de lady Ronnetta. Le confesé que habíamos ido allí porque el rey estuvo ahí. Eso despertó su curiosidad y volvió a preguntar qué asuntos tendría usted y el rey con la antigua dama de su madre; mentí y dije que su majestad tuvo un informe acerca de un avistamiento, el Hereje que visitó la corte e hizo que esos horribles rumores sobre la reina existieran, como es lógico agregué que esta peculiaridad llamó su atención ya que a causa de esas mismas habladurías cuestionaban su legitimidad. Logré salvar mi cuello apenas gracias a que logré amenazarlo con la acusación que mantenía tratos con Herejes. El capitán conocía a la mujer, tu misma los oíste, Cleissy. A Rudolf le fascina controlar a otros y no olvidará tan rápido el asunto. Sus hombres me vigilan. Ahora que está aquí y lady Ronnetta también, no dudo que vuelva a recordarlo y sospeche una vez más de la situación.
»Venir esta noche a su dormitorio es arriesgado, pese a ello, necesitaba verla. Tenía que verla y saber que estaba bien.
Cleissy pensó en las palabras de Aliona y como Kosntantin podría traicionarla por una mejor posición, pero con el reciente matrimonio de Aliona se preguntó si ella no habría revelado algo. Cleissy no sabía en confiar.
—Te debo una disculpa —Konstantin levantó la mirada. Sus ojos refulgieron a la luz de las llamas vivas de la chimenea—. Puse en riesgo tu vida. En otras circunstancias te hubieran castrado o ahorcado —Cleissy le tomó las manos y percibió un ligero temblor en el muchacho—. Te prometo que nunca volverás a correr peligro debido a mí.
—Soy un soldado y si he de dar mi vida por usted, princesa, lo haré con el mayor de los honores.
A la mañana siguiente alguien tocó la puerta. Aliona entró en el dormitorio y deslizó las cortinas. La muchacha se veía un poco triste, aunque lo ocultaba en una sonrisa pequeña. Cleissy conocía a la perfección a Aliona para deducir que algo le incomodaba.
—¡Buenos días! Lady Evina la espera en el comedor para el desayuno y luego partiremos —miró el vestido sobre la silla—. Esa pieza no es adecuada para un viaje. Buscaré otro. Su baño pronto estará listo.
—Imagine que estarías ocupada, como los últimos días no te has presentado.
—Me disculpo por descuidarla, no obstante, ahora también tengo deberes como esposa y Rudolf puede resultar algo entusiasta.
La princesa miró con fijeza a su dama. La mención de Rudolf hizo que recordara su conversación con Konstantin y preguntó como el capitán descubrió su huida. Ya había hecho juicos equivocado y por un segundo se le ocurrió que quizás interceptaron sus mensajes.
—¿El soldado Meyer estuvo aquí anoche? —preguntó Aliona de repente.
Cleissy tuvo un arranque de desconfianza, de modo que dijo la verdad a medias.
—Sí. No vio a mis guardias fuera de mi habitación y aguardó aquí hasta que Ser Estefan regresara.
—Ya veo.
La muchacha bajó los peldaños de la escalera. Konstantin y Artrel se encontraban de guardia en la entrada del comedor. Alrededor de la larga mesa se encontraba la sacerdotisa y lady abuela, quienes charlaban en voz baja, tras ella cruzar las puertas, se detuvieron.
A medida que comían, alcanzó a oír el traqueteo de los baúles bajando por las escaleras y siendo llevados afuera. Nevado y Florencia entraron al comedor en una carrera que puso la mesa hecha un caos. Parecía ser que el zorro logró escapar, luego vio a la gata y no dudo que fuera una víctima de sus fauces. Tres soldados tuvieron que ser suficientes para detener a los animales.
—Ya aprenderá a comportarse —aseguró Cleissy a lady abuela, que parecía una olla de cocina de tanto humo que echaba—. Lo educaré. Lo prometo.
—Eso espero, muchacha. No es mi deseo escuchar quejas de los nobles una vez que esa bestia llegue al palacio. ¡Qué Petis nos ampare! ¿Qué dirá el rey cuando lo vea de nuevo?
Tras dar por concluido el desayuno, marcharon al jardín. El viento le mordía las mejillas y la gélida ventisca agitó con fuerzas las ramas endurecidas de los árboles. Los criados terminaron de colocar los baúles en las carretas y el carruaje real enfilaba la caravana detrás de los abanderados del rey. Montaron en el vehículo y no esperaron para partir.
—Las Ciudades Costeras están a unos pocos días de viaje —dijo lady abuela, su mano acariciaba el lomo de su gata y algunas veces miraba por el rabillo del ojo a Nevado—. Solo permaneceremos dos noches. No podemos retrasar tu llegada al castillo.
—Lord Rowling estará ansioso de conocerla, princesa —opinó Aliona—. Rudolf dice que es muy rico. En Kuryev vivirá muy cómoda.
Cleissy masticó sus uñas. Pese a lo grandioso que pudiera resultar eso a cualquier dama del reino, a ella la ponía muy nerviosa saber que cada vez estaba más cerca de su próxima prisión.
La caravana atravesó el mercado de Sylvia. Decenas de ojos se posaron el carruaje y unas miradas sospechosas lo siguieron hasta que el conjunto de mesas y carpas quedó atrás. La mañana era gris y en un parpadeo las fuertes lluvias los arroparon. Después de que dieran la espalda a la superficie de casuchas y calles de tierras que se reflejaban como un montón de rocas de barro bajo la lluvia, se internaron en el linde del bosque. El viaje siguió un par horas más.
El suelo se volvió blando y a unas cuentas yardas más, la rueda de carruaje quedó atascada en el barro. El crepúsculo caía y la lluvia se detuvo. El vehículo continuaba atorado. De modo que montaron un campamento cerca del camino.
Mientras se servían la cena, Cleissy atisbó el juego de miradas desafiantes entre lady Ronnetta y Rudolf, mas la princesa no fue la única que lo vio: Aliona mantuvo un gesto tenso toda la noche y en sus ojos verdes ardía una llama de odio. Antes de caer la madrugada e ir a dormir, ella los escuchó discutir y por un segundo creyó oír una bofetada, pero no sabía con certeza si Aliona pegó a Rudolf o al revés.
Al siguiente día la muchacha se percató que el soldado Artrel no se hallaba en la caravana y eso la inquietó, sin embargo, todo eso quedó olvidado apenas vio a Rudolf y lady Ronnetta salir del bosque. El cielo todavía era pálido esa mañana.
Por la noche todo se complicó.
Aun Cleissy dormía en el momento que Aliona entró en su tienda de manera apresurada. Nevado se movió de un lado a otro, nervioso.
—¿Qué ocurre, Aliona?
Ella estaba presa del miedo. Su voz pareció quedarse atrapada en su garganta. Lady abuela fue la siguiente en entrar con la bata de seda sucia de barro y la cara sudorosa y pálida. En los débiles brazos sostenía a Florencia.
—¡Arriba, Cleissy! Los Herejes vienen por nuestras cabezas. ¡Vamos, la guardia espera por nosotras!
—¿Qué hay del resto? —preguntó ella mientras se arrastraban fuera. De inmediato vio cadáveres al igual que el brillo de las hojas de las espadas que eran blandidas contra los Herejes cubiertos de runas.
Pese a ser un anciano, Ser Estefan luchaba con la determinación de un león. Movía la espada como una extensión de su propio brazo y asesinaba a los Herejes con una facilidad que a Cleissy le sorprendió. A su lado se hallaba el hermano bastardo de Vikram, defendiendo los flancos del caballero. Callum empujó a Cleissy para que se marchara de una buena vez.
Lady Ronnetta gritó desde el otro extremo, sostenía la correa de uno de los caballos. La mano de Cleissy buscó la de Aliona, el cuerpo le tiritaba y las lágrimas no dejaban de perlar sus mejillas. En un instante perdió la noción de donde se encontraba e intentó huir. «Me mataran. No quiero morir, madre», repetía.
Lady abuela abrazó su pequeño cuerpo.
—Aquí estoy. Todo estará bien.
Las tres corrieron a los corceles. Los soldados les abrieron el camino y apenas cruzaban a su lado, se dirigían a la lucha. Los caballos relinchaban de miedo y a duras penas lograron montar en ellos.
Konstantin y Ser Estefan impidieron que otros Herejes avanzaran hacia ellas. La llama de la fogata danzó sobre los combatientes. La sangre bañó el suelo. El fuego quemó carne y huesos. El viento invocado anunciaba tormentas.
Cleissy dio una patada a su corcel y cabalgó al bosque. Lady Ronnetta dirigió el escape. Konstantin se mantuvo detrás del caballo de la princesa, atento al peligro. Nevado corría a una gran velocidad. Lady abuela con dificultada pudo montar en la silla, Florencia, con los pelos erizados, gruñía.
Cleissy dio un vistazo hacia atrás, donde las llamas, los gritos y el ruido de espadas reverberaba en el aire. Luego la lucha se desvaneció en la penumbra.
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