XV
El camino del dragón
Se abrieron paso entre las nubes que cubrían el cielo. El aire salado le golpeó la cara e hizo que tenues lágrimas salieran de sus ojos. Cleissy sonrió de felicidad al ver el paisaje inmenso. Puntos blancos volaban en distintas direcciones en el cielo gris, las olas se agitaban ferozmente y el cabello le quedó suelto debido a la fuerte ventisca que enfrentaba. Ella miró hacia todos lados.
No había señales de tierra alguna. El dragón aumento la velocidad y en el horizonte Cleissy vio un arco tan brillante como el sol. Apretó los ojos y a través de sus párpados cerrados percibió una luz cegadora. El inmenso mar desapareció para dar lugar a un cielo nocturno. A la muchacha le sorprendió la belleza que emanaba El camino del dragón: una larga extensión de agua en línea recta se cernía por la senda similar a una estrecha fosa oscura; el firmamento se hallaba salpicado por estrellas resplandecientes y una hermosa luna llena con un halo de luz alrededor se encontraba en lo alto; sombras aladas sobrevolaban encima de su cabeza con rugidos vibrantes, el bosque estaba en calma y las pequeñas luces parpadeantes de las luciérnagas revoloteaban cerca de la orilla.
Volaron un poco más y Kavindra se detuvo en la ribera desierta y rocosa. Cleissy bajó de su lomo y dio un rápido vistazo, el silencio era absoluto y solo el rugido del viento reverberaba por aquel desconocido mundo. Ella observó al dragón, sus ojos amarillos centellaron y giró la cabeza en dirección al estrecho camino entre dos colinas. La princesa apretó los puños, sacó toda la valentía que le quedaba y se encaminó al angosto sendero. Las elevaciones eran altas y rectas, montones de rocas se apilaban a sus pies y gruesas grietas se dibujaban en las paredes de tierra.
Apenas salió del sinuoso camino, Cleissy quedó absorta con la cantidad de dragones de diferentes tamaños, colores y formas. A ella le parecieron criaturas maravillosas, así que se escondió detrás de unas rocas para no perturbarlos o que imaginaran que era una clase de bocadillo.
Pese al deleite y emoción que le provocaban los dragones, algo más llamó su atención y eso la asustó. La criatura en cuestión se trataba de un gigante. Callum le contó historias sobre ellos y como era su vida en el reinado del Emperador Sagramor mientras todavía era una niña y él un jovencito despreocupado. El rey para aquel tiempo le dijo que eran seres igual de grades que las montañas y con una fuerza capaz de romper el hierro, vestían la piel de sus víctimas y tenían por dientes afilados colmillos. Sin embargo, el gigante a unos metros de ella era todo lo opuesto a lo que dijo su hermano.
«Eres un mentiroso, Callum», pensó Cleissy.
El gigante era alto, pero lo demasiado pequeño en comparación con una montaña; no era de carne y hueso como lo imaginaba, sino de roca gris; sus ojos eran brillantes, verdes y pequeños; la cara era redonda y una gran nariz se ubicaba en el centro. Estaba sentado y con la vista fija en las estrellas.
Ella se deslizó por el terreno con suma precaución. Apenas pasó al lado de una pierna, el vello se le erizó; tenerlo tan de cerca resultaba más aterrador. Cleissy bordeó la espalda y respiró aliviada. Al otro lado se extendía un campo abierto y un enorme jardín. Se preguntó cómo en un sitio donde solo había rocas y arena podía haber tantos árboles verdes.
En el momento que dio el primer paso en dirección al hermoso jardín, la tierra tembló y una enorme sombra cubrió a la muchacha. Cleissy dio media vuelta y contempló con horror como el gigante de piedra se levantaba. Para su sorpresa, él habló en su lengua.
—Una humana —masculló con voz profunda—. ¿Qué hace uno de tu clase aquí? —se acercó de forma amenazadora y las piernas le flaquearon.
—Yo...
Estaba petrificada. A comparación del gigante, ella era una pequeña hormiga asustada. Cleissy tragó saliva con dificultad. Su estómago se encogió del miedo. Entonces, él bajó la cabeza y la estudió de cerca.
—¿Cómo llegaste aquí?
La princesa quiso correr lejos, esconderse como un ratón asustado; aunque, había una vida en riesgo: Aliona. Cleissy no podía permitirme dejarla de lado cuando ella la acompañó durante los últimos cinco años. Ella debía ser valiente.
—He venido en busca de Lavana —dijo, segura de sí misma.
El gigante gritó, enojado. Cleissy se tambaleó por el estruendo que causó. Ella apretó los labios y puños y trató de mantenerse firme, sin demostrar miedo. Podría aplastarla con un solo movimiento, no obstante, quizás tuviera la oportunidad de convencerlo al igual que hizo con Kavindra.
—¿Te he hecho una pregunta, humana?
—El dragón Kavindra me trajo hasta aquí.
Distinguió un leve gruñido.
—Ningún dragón ayudaría a tu raza. Seres egoístas que solo les importa saciar su propia ambición.
—No soy cualquier humano —dijo.
El gigante se inclinó hacia ella con una mirada gélida.
—Los humanos se alejaron del camino de la sabiduría desde hacía siglos, perdidos ante la magia negra —él olfateó su cuerpo—. Sí. Es el mismo tipo de magia que detecto en ti.
El gigante se enderezó y emitió un estridente rugido. La criatura movió la gran mano para atraparla, mas Cleissy se lanzó hacia el costado. Tirada en el suelo y con la piel lacerada por la tierra, se arrastró hasta una brecha en la pared pedregosa. El gigante golpeó la montaña y los dragones echaron a volar. Una sombra ocultó la luz que entraba. La mente de Cleissy trabajaba a una enorme velocidad, ideaba algún plan que le permitiera llegar a salvo con Lavana. En ese instante recordó la zarza que invocó. «Tal vez pueda crear una prisión».
Cleissy levantó los brazos y dejó que la rabia que residía en su corazón se apoderara de ella. Necesitaría mucho poder para enfrentarlo. En esta ocasión algo desde dentro la golpeó y una fuerza oscura tomó parte del control. Una red de venas negras se extendió por su cuerpo. Cleissy buscó al gigante con la mirada: sus dedos de piedra se asomaron por la brecha, de cualquier modo, era muy grande para alcanzarla.
La zarza creció desde la tierra y se deslizó con vida propia hacia la brecha. Esta vez era mucho más grande, repleta de espinas venenosas y un agradable olor a humedad. No obstante, a medida que la planta crecía, Cleissy se debilitaba. La sangre, oscura y espesa, bajó por su nariz redonda. La vista se le tornó borrosa.
La zarza trepó el cuerpo del gigante hasta no permitirle movimiento alguno. Cleissy bajó los brazos y corrió tan rápido como las piernas se lo permitieron. El bosque estaba a escasos metros y el olor a roble y hierbas la impulsó a correr más deprisa.
Las piernas le fallaron y Cleissy cayó. La tierra volvió a sacudirse y el gigante tomó su cuerpo entre su áspera mano. La muchacha pensó que moriría, pues su ultimo recuerdo antes de desmayarse, fue la sonrisa triunfante del gigante.
Cleissy despertó con el agradable calor de la chimenea. Se incorporó y apoyó el cuerpo sobre los codos. Ella miró alrededor: la habitación estaba repleta de cachivaches: cuernos, máscaras, botellas preciosas, zafiros que colgaban del techo, libros y un gran espejo repleto de runas.
La muchacha se percató de que se encontraba en camisón y su ropa estaba tendida en una butaca. Ella colocó los pies descalzos sobre la madera y se acercó a la ventana; afuera se hallaba un ostentoso jardín repleto de las mismas creaturas aladas de Rouvre. Cleissy se sacó la pieza y se vistió con su ropa, ahora limpia.
La muchacha deambuló por toda la cabaña en busca de otro humano. Por último, se dirigió al recibidor al tiempo que observaba los cuadros de animales colgados en la pared. Todo el lugar era muy acogedor.
—Con que ya despertaste —dijo una voz masculina de detrás de una puerta.
Cleissy dio respingón y vio a un hombre pelirrojo y de larga barba. Sostenía una cesta y una capucha verde.
—¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó con el gigante?
El desconocido sonrió con amabilidad.
—¿Qué tal si lo discutimos con una taza de té de manzanilla hasta que Lavana regrese? Supongo que es con ella con quien querrías hablar.
Cleissy asintió despacio.
Ambos se acomodaron en el rellenado y bebieron al lado del fuego el té. El pelirrojo se llamaba Diancecht y era uno de los pocos hombres en aquella tierra mágica. Él era el guardián de los dragones, por ende, sabía muchísimo acerca de ellos. En el breve lapso que pasaron juntos, la princesa aprendió nuevas cosas sobre esas bestias: no le gustaban comer carne cruda; usualmente sus nidadas eran anuales con un solo huevo, aunque a veces se han visto dos; llegaron hasta ese mundo luego de que fueran expulsados por Sagramor, pero uno que otro todavía vivía en Pritia.
Luego Diancecht procedió a explicar a Cleissy lo que ocurrió con el gigante.
—Fue a las montañas del este, allí vive. Hay pocos gigantes en El Camino del dragón, la mayoría reside en Pritia o Ilya, aunque ya solo quedan unos cuantos en Pitria. Luego de La gran Caza por parte de Sagramor Todorov... En fin, se esconden en las montañas de Scathan. Algunas veces viene de visita. Como Lavana y yo estaríamos fuera le pedimos de favor que cuidara de los dragones.
Pese a la agradable compañía, Cleissy notó que Diancecht estaba algo triste.
Después de un largo rato de espera Lavana apareció en la puerta de la cabaña ataviada con una capucha roja y un enorme huevo de color esmeralda. El oráculo continuaba igual a como Cleissy la recordaba: hermosa y con una larga cabellera blanca que llegaba hasta su cintura. Diancecht se levantó sin decir una palabra y las dejó a solas.
Cleissy estaba un poco nerviosa pues, antes de que Lavana llegara, él le comentó que duró dos días inconsciente. ¡Tenía que volver lo más rápido posible!
Había cosas que aclarar: el ritual; lady Ronnetta; las visiones de su padre...
Lavana sonrió tan pronto estuvo lo suficiente cerca y colocó el huevo de dragón dentro de una olla que se encontraba en el fuego.
—Debe estar bien cuidado hasta que sea entregado a su dueño. Este es afortunado; Ariel en persona lo escogió para él. Dijo que juntos harán grandes cosas y que sus hazañas serán recordadas en canciones.
—No imagine que los humanos tuvieran dragones como mascotas —opinó Cleissy.
—No los tienen —aseguró—. Esta cría y su amo compartirán un lazo mágico para enfrentar las fuerzas de oscuridad que acechan nuestro futuro.
Ella le ofreció una fruta extraña a Cleissy, como estaba tan hambrienta no la rechazó.
—La fruta de nuestro jardín te fortalecerá en tu viaje de regreso —dijo—. Perdona si no tengo más para ofrecerte. Diancecht las cosecha, pero estos últimos días está inquieto a causa de su hijo.
—Necesito de su ayuda. Algo maligno ha infectado a mi amiga. Cada minuto aquí pone en peligro su vida.
—Los espíritus dicen que la magia negra carcome su cuerpo como las termitas. Un hechizo completamente puro —dijo—. Veo culpa en tus ojos. ¿Piensas que fuiste tú quien invocó ese poder maligno?
—Yo —hizo una pausa—. A sinceridad no lo sé. Tal vez fui yo, quizás fue...
—¿El Ocurus? —Lavana la miró con fijeza—. Permítame hacerle una observación, princesa. El camino que tomó sin duda traerá terribles consecuencias al igual que maravillosas recompensas en tu vida. Son nuestras decisiones que forjan nuestros destinos, a pesar de eso, somos nosotros quienes decidimos como darle sentido. Espera por un momento aquí, vuelvo enseguida.
Una vez que dio la vuelta, Cleissy comió la fruta. Lavana regresó con una urna de bronce. La muchacha la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué es eso?
—Es agua de mi manantial —respondió—. Baña a tu amiga con ella y su salud regresará. Antes de hacerlo debes de saber que lo que se encuentra dentro de esta urna oculta secretos mágicos, tal vez ella o su estirpe se vea afectada por ello.
Cleissy le dio las gracias. No quiso desperdiciar un segundo más y echó a correr por los peldaños de rocas. Cruzó por la estrecha abertura que conducía al otro lado y, mientras lo hacía, el agua dentro de la urna se agitaba. Kavindra todavía se encontraba en la orilla. Al verla sacudió el cuerpo y se pusieron en marcha.
Tan pronto la princesa y el dragón atravesaron el arco brillante, el olor a sal le pico en la nariz y la luz del sol la cegó. De vuelta en Rouvre, Cleissy bajó de la bestia e hizo una leve reverencia. No había señales de Silas o Mirna por los alrededores, solo el ruido de insectos, el rugido del río y el sonido seco de los árboles. Ella se sumergió en el bosque cercano y a medida que avanzaba percibió que alguien la seguía, hasta que una voz fría la detuvo.
—¿Dónde has estado? —preguntó Allen.
Cleissy dio la vuelta y lo enfrentó con una mirada gélida.
—Eres tú —terció ella con frialdad. Todavía continuaba enfadada por las cosas que dijo horas más tarde luego de su escape—. No estoy de humor para tus juegos. Hay alguien a la que debo salvar.
La luz suave del sol se derramó sobre el cuerpo de Cleissy, el calor le cosquilleó la piel. Debió tratarse de algún efecto de la luz: una intensa luminosidad en modo de aureola apareció por detrás de su cabeza, como si fuera alguna clase de deidad. Allen la observó con detenimiento por largos minutos. Sus ojos oscuros la vieron con recelo y algo tenebroso cruzó por sus facciones finas, sin embargo, cuando se detuvo en el rostro de ella algo se encendió dentro de él. La princesa pensó en moverme y así sacarlo del extraño trance en el que cayó; mas él se lo impidió.
—Espera, quiero verte un poco más —Cleissy vio una mirada de fascinación.
—¿Suficiente?
—Nunca lo será —Allen hizo una pausa prolongada—. Eres la mujer más bella que he conocido en todo el universo, incluyendo a los mismos dioses.
A Cleissy se calentaron las mejillas por la sorpresa. La voz de Allen era como una dulce caricia que viajaba a través de sus oídos. Él se movió despacio, más cerca de ella y sujetó con algo de presión su nuca.
—No soy un caballero ni algún príncipe. Mi único objetivo está arraigado a la venganza. Ese fue el destino que el Padre y la Madre preparó para mí y para ti. Si permitimos que los Gallagher continúen controlando la magia, el mundo se verá envuelto en el caos. Supongo que el oráculo te advirtió de ello.
Cleissy permaneció en silencio. ¿A eso se refería Lavana acerca de las terribles consecuencias? ¿El control absoluto de la magia bajo el yugo de un clan?
La cara de Allen se llenó de finas líneas oscuras, como árboles con extensas ramas desnudas del mismo modo que ella en la ocasión en la que peleó con el gigante. La calidez de la luz se marchitó con el torbellino de sombras que desprendía. Las puntas de los dedos de Cleissy acariciaron el trayecto que seguían los trazos. Él tomó su mano y susurró:
—Tu y yo estamos hechos de la luz y la oscuridad. Estamos destinados hacer grandes cosas juntos
Cualquiera en su lugar hubiera perdido los estribos, pero Cleissy no tuvo miedo.
—No temo a lo que eres.
Él se inclinó más. La nariz de Allen jugó con la punta de la de ella, cerraron los ojos y sintieron el calor del otro.
—Aquella noche en tu dormitorio cediste a la oscuridad —rio—. Debo decir que eres muy aventajada y eso me gusta. Entrégate por completo a mí... Soló a mí.
Allen besó con desesperación a la muchacha. Cleissy tuvo una repentina necesidad de continuar, así que su mano se hundió en su cabello negro y en un parpadeo terminaron tirados en el césped. Una chispa dentro de ella quería explotar. Anhelaba más de Allen, y aquel sentimiento era como un lobo hambriento que no había comido en varios días. Él tenía algo único que solo podía saciar aquellas ansias de querer devorar su alma.
El muchacho acarició la pierna y besó el cuello de la princesa. La cordura volvió a ella y se separó de él.
—No puedo hacerlo aquí ni ahora —terció—. Tengo que regresar con Aliona.
Él asintió con la cabeza y se tumbó a su lado. Dante apareció entre los arbustos con un conejo muerto en el hocico, olfateó la urna y gruñó. Cleissy se apresuró a quitarla.
—Debo regresar con los Brownies —dijo.
—Dante te acompañará —Allen enderezó el cuerpo y acarició los mechones pelirrojos despeinados—. Volveremos a vernos pronto, mi princesa.
El viaje de vuelta resultó más corto de lo esperado. Las lluvias cesaron y no había señales de la Kimoria, lo cual fue de gran alivio. Mientras la chica y el lobo descendían por la pendiente, vislumbraron el pueblo abandonado y más allá la casa de Silas y Mirna.
Nevado corrió a los brazos de Cleissy apenas la vio, movía sus nueve colas con frenesí y en par de ocasiones intentó saltarle encima. Mirna gritó de alegría. Silas salió por la puerta y se unió a los vítores de su mujer.
—¿Cómo está Aliona? —preguntó luego de que la euforia disminuyera.
Mirna hizo un gesto de preocupación.
—Mal. Ha resistido todos estos días, no soportará por mucho. Dime, ¿pudiste encontrar a Lavana?
—Sí. Me ha dicho que bañé su cuerpo con el agua de esta urna.
—Iré a preparar la bañera —dijo Mirna—. Cleissy ayúdame a llevarla ahí.
Ella entró en la pequeña casa y fue hasta el dormitorio principal. El corazón de la princesa se rompió al ver el estado demacrado de la doncella: su piel estaba estirada y pálida; bolsas oscuras se extendían bajo sus ojos; su cuerpo no dejaba de temblar y estaba empapada de sudor.
Esperaron por casi una hora. Cleissy comenzó a impacientarse y al rato escuchó un leve quejido. Mirna y ella observaron con atención a Aliona. La doncella abrió los ojos, arrugó la frente y buscó con la mirada cualquier indicio de saber dónde estaba. Cleissy estrechó su mano.
—Aliona.
—¿Cleissy?
Unas cuantas lágrimas se derramaron por las mejillas de la muchacha.
—Soy yo, Ali.
—¿Dónde estoy?
—Tranquila. Estas en un lugar seguro.
Aliona continuó en la bañera media hora más, poco a poco su vitalidad volvió. Con ayuda de Cleissy fue llevada devuelta a la cama. Mirna le sirvió una sopa de verduras para que recuperara la fuerza que perdió estos últimos días y, mientras la bebía, Cleissy le contó sobre su aventura en El camino del dragón. Por poco ella se echa a reír después de que le habló acerca de la Kimoria, Aliona no creía que hubiera un animal con tal forma.
Una vez que la doncella se recuperó, se marcharon. Mirna y Silas cocieron ropa para ellas y prepararon un bolso repleto de bocadillos. Luego de recuperar el conocimiento, Aliona se asustó con el aspecto de los pequeños duendes. Cleissy le explicó que ellos cuidaron de ella mientras estuvo ausente. La dama, recelosa, se despidió de ellos.
Volvieron a Sylvia gracias a Nevado. Cleissy empezó a pesar que Allen tenía razón y que el pequeño animal era una clase de guía, pues las llevó por caminos desiertos y sin ningún peligro.
—Encontraremos un lugar donde pasar la noche —dijo Cleissy, esperanzada.
—No tenemos dinero para alguna sucia pensión.
—Debe de haber algún soldado por aquí. Estoy segura de que deben estar buscándonos.
—Luego nos llevaran de regreso con los Herejes —la voz de Aliona delató temor.
—Tal vez se marcharon. Quizás fuimos un blanco al azar.
Aliona paró en seco.
—Escuché su voz. Era lady Ronnetta. Es una asquerosa Hereje.
Caminaron un poco más por el pueblo en busca de soldados. De súbito todo se volvió un caos: un grupo de Herejes asaltó el mercado de especias y ahora propagaban el terror. Ventiscas y bolas de fuego provenían de todas partes. Las personas huyeron entre gritos. Las tiendas y mesas improvisadas fueron derrumbadas a patadas. Pronto ellas corriendo también, si bien, la suerte les fue efímera.
Un grupo de hombre les impidió el paso y en un parpadeo uno de ellos le pegó un puñetazo a Cleissy. Nevado mordió atacante en el pie, lo que hizo que gritara de dolor. Otro Hereje pateó al zorro hasta dejarlo magullado. Sin poder reaccionar del todo y cubierta de arena en los ojos, la muchacha escuchó a Aliona gritar desesperada. Eso la llenó de ira y fue entonces que lanzó sombras desde suelo a todos lados, al instante los hombres Herejes empezaron a chillar y maldecir, puesto que la sombra era nociva para ellos.
La visión se le tornó borroso y lo único que podía distinguir era el color del vestido de Aliona, una parte se hallaba tirado mientras que el resto sollozaba.
—¡Por los dioses del mar! ¡Princesa! ¡Princesa! —Callum White la ayudó a levantarse—. ¡Capitán!
En unos segundos hubo más galopes de caballos y voces. Cleissy se mantenía pegada al amigo de su padre, pese a tener inmensas ganas de ir donde Aliona. Necesitaba quitarse toda esa tierra de la cara cuanto antes.
—¡Aliona! ¡Aliona! —exclamó ella—. ¿Dónde está Aliona? ¡Quiero a mi dama!
—Capitán —había cierta gravedad en la voz de Callum White—. Ella fue...
—Llévate a la princesa —ordenó Rudolf—. Yo me ocuparé de la chica.
Y través de su visión desenfocada y sucia, logró distinguir la cabellera rubia de Rudolf. Él se sacó la capa y cubrió a Aliona con ella.
—Vamos, princesa. Lady Evina querrá verla lo antes posible.
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