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XIX

Conflicto, furia y deber

Cabalgaron toda la noche hasta llegar a una vereda solitaria, cerca de un río y una granja. Rudolf y lo que quedó de los soldados alcanzó a las cuatro mujeres con las primeras luces y decidió que debían marchar hacia el este, por el bosque y de esa manera perder el rastro de los Herejes. La otra opción viable eran las montañas, pero ninguna creía soportar un viaje así.

Esa noche durmieron en un claro sin árboles y con la única vista de las estrellas en el cielo. Nevado siempre permaneció al lado de la princesa. Al siguiente día partieron al amanecer. A medida que avanzaron el olor a sal y el viento cálido les dio de lleno. Pronto divisaron una línea azul y espumosa y más adelante una ciudad de pescadores, herreros y marineros.

Marcharon a medio galope hasta atisbar un catillo de mampostería en lo alto de un risco. Cleissy advirtió en el escudo de un barco adosado en la pared del muro que dividía al pueblo del palacio Leeuween.

El grupo subió una escalera que recorría toda la pendiente de piedra maciza y en la entrada del castillo un hombre alto y negro los esperaba.

—¡Lewis! —exclamó lady abuela al desconocido.

Lewis dios una reverencia y besó el dorso de la mano de la anciana, al mismo tiempo le agradeció con una mirada silenciosa a Callum White por servir como protector de su tía. La muchacha lo conoció en la boda de Callum, empero nunca llegaron a conversa de manera apropiada. Detrás de él había chicas y chicos de la edad de Cleissy, en total era unos diez por lo que alcanzó a contar con la mirada.

—Mis hijos —dijo Lewis en dirección al grupo de antes y empezó a mencionarlos uno por uno, mas Cleissy no le prestó atención.

Ella caminó a la orilla de risco y observó el mar y la playa con ilusión. El viento le revolvió el cabello y la princesa saboreó la sal en sus labios. Algunos navíos se encontraban en mar abierto y otros anclados a los puertos.

—Princesa —Cleissy volteó la cabeza y vio la mirada reprobatoria de lady abuela—. Hay que ir adentro. Disculpen a mi nieta, ha sido un viaje duro.

A Cleissy se le enrojecieron las orejas.

La muchacha fue conducida a uno de los pocos dormitorios con vista al ancho océano. Las criadas de lord Leeuween asistieron su estadía, llenaron la bañera y frotaron su piel sucia, más tarde la ataviaron con un vestido sencillo, medias y zapatos. Durante el crepúsculo bajó al comedor para la cena. La servidumbre encendió las antorchas y Cleissy se acomodó al lado de una de las hijas del lord Leeuween. Amanda era su nombre y Cleissy se sintió aliviada de recordarlo, porque una vez que sirvieron el pulpo, lady Amanda le habló.

Aliona estaba sentada al otro extremo de la mesa, al lado de Rudolf, quien charlaba con el señor del castillo. Su dama le echaba miradas y ella creyó ver una sombra de frialdad en sus carismáticos ojos.

Cleissy decidió mostrarse más abierta con lady Amanda al punto de acomodar su cabello con un gesto dulce y reírse con ella. Volvió la vista a Aliona y en esta ocasión destilaba enojo a través de sus facciones; tenía los labios apretados y las cejas fruncidas. Rudolf le habló al oído y enseguida se calmó.

—Le pido disculpas, mi lady, estoy exhausta, por ello iré a dormir.

Nevado salió debajo de la mesa y marcharon fuera del comedor. El ruido de las olas llegaba al castillo y en la quietud de los pasillos, Cleissy disfrutó el pequeño paseo hacia sus estancias mientras se deleitaba con la luna llena y el sonido del mar. En el dormitorio decidió ir al balcón y gozar de la vista. Ella se encontró a sí misma buscando en la arena alguna señal de una sombra o una silueta.

Hace semanas que no lo veía y su ausencia comenzaba a afectarle, un sentimiento de vacío intenso. El roce de sus dedos en la piel, la forma en la que la miraba, como si fuera alguna clase de tesoro, los besos... eran de las cosas que anhelaba con desesperación.

Cleissy cerró los ojos y buscó en su interior esa unión y necesidad del uno por el otro que compartían. La oscuridad la atrapó y apenas abrió devuelta estaba frente a una chimenea, sentada en una butaca. Alguien le hablaba, una voz femenina y seductora.

—Mi señor, ¿a dónde ha ido todos estos meses? —los dedos de la voz acariciaron su brazo—. Sus acólitos empiezan a preguntarse cuando aniquilara de una vez por todas al clan Gallagher.

—Todo a su tiempo —murmuró Cleissy con voz ronca y conocida—. Necesitamos de su sangre para llegar a Vriazia, a la gran luz y que la maldad tome sus dominios. Un año. Solo tenemos que esperar un año más.

La muchacha se asustó del tono de su voz: sombría y llena de rencor. Por un lado, escuchaba el crepitar de la chimenea y a su espalda oía el quejido de Nevado y las olas.

Hizo una mueca.

—¿Por qué esperar? —preguntó la mujer a su lado—. Alucio puede volver a la tierra sagrada.

—Su cuerpo no lo soportará —respondió—. Además, tiene otras responsabilidades que requieren de su atención.

—¿Princesa?

Cleissy sacudió cabeza y regresó a su dormitorio en las Ciudades Costeras. Nevado la miraba con fijeza, como si buscara algo. Y fue entonces que se percató, a través del reflejo del cristal, de las bóvedas oscuras en sus ojos. Ella respiró profundo y enseguida volvió a su estado normal.

—¿Qué sucede?

Aliona atravesó el dormitorio con una sonrisa nerviosa.

—Se marchó antes del postre. Algo bastante inusual.

—Quería descansar un poco. Estoy agotada estos últimos días.

—Puedo darle un masaje.

—No hace falta. Alguien más vendrá. Deberías ir con tu marido, puede que no le agrade tu peculiar ausencia. Lo vi molesto durante la cena.

—¿De eso se trata? ¿De Rudolf? ¿Esa es la razón de que coqueteara con su prima? Quiere que admita que fue un error desposarlo a él y que en su lugar debí escogerla a usted.

—¡Fue un error, Aliona! —exclamó Cleissy—. No sé lo que piensas, pero veo en tus ojos que no eres feliz con esto.

—Imagina cosas, princesa —dijo ella y dio un paso adelante—. Tendré estatus, tierras, joyas, un marido que cuide de mí. Rudolf me dará todo aquello que me fue arrebatado. ¿Quién más se preocuparía por la insignificante vida de la hija de un traidor?

—Yo.

—Por favor, pare —Aliona meneó la cabeza—. Sabe que no es correcto. Podrían matarla por amar de esa manera. Es pecado, princesa. Uno muy terrible.

—Pues ambas hemos pecado y merecemos que Los Antiguos nos castiguen —dije Cleissy con algo de rabia, pues empezaba a cansarse de la obstinación de Aliona—. La única compañía que tuvimos fue la una a la otra. Te conozco, Ali. También tú me quieres.

—Eso no es cierto.

—Puedo demostrarlo.

Cleissy hizo algo que no se detuvo a pensar demasiado y que más adelante traería desafortunadas consecuencias, pues alguien se encontraba cerca del corredor mientras la pelea se llevaba a cabo y la puerta estaba entreabierta.

En un rápido movimiento la princesa se inclinó y besó a Aliona. La dama se quedó quieta al tiempo que la princesa movía los labios, y para la sorpresa de ambas, Aliona le correspondió y devolvió la caricia con igual pasión, aun así, pronto se separó. Contempló con ojos aguados a Cleissy y echó a correr.

Cleissy se acercó al umbral y vio hacia ambos lados, mas Aliona ya no estaba, sin embargo, escuchó pasos y eso la alarmó, de modo que cerró la puerta. Una sonrisa tonta se asomó por sus labios y pensó: «La besé. Realmente la besé».

Lady abuela se presentó en su estancia antes del desayuno.

—Hay un asunto más que debemos de charlar antes de regresar a la capital, cariño —lady abuela se acomodó en la orilla de la cama y dejó a un lado el bastón—. Creo que es momento de instruirte en algunos conocimientos.

—¿Qué clase conocimientos? —inquirió en el tiempo que se sentaba ella también.

—Acerca del acto marital. No es de extrañar que, una vez que lleguemos a La Esperanza, tu boda se lleve a cabo y por tal razón, quizás en un par de lunas le des herederos a lord Rowling.

Algo tiró de los músculos de su cara; una cuerda vibrante que se agitó con la palabra «heredero». Debido a que los últimos días fueron un poco agitados, lady abuela y ella no había vuelto a conversar acerca del compromiso de Cleissy.

—Primero empecemos con el acto marital y luego de explicaré un poco sobre las tradiciones de la noche de bodas.

«Noche de bodas». Había escuchado algunas cosas sobre ella con las criadas, lo único que conocía seguro era que la pareja se mantenía a solas durante la noche.

—De acuerdo.

—Este acto es llevado a cabo mientras la pareja goza de cierta intimidad. Se encuentran desnudo a veces y en otras ocasiones permanecen con algunas prendas. Lord Rowling colocará su miembro dentro de ti —lady abuela sacó una hoja de su pecho, la estiró y mostró unos dibujos que inquietaron a la princesa—. De esta forma.

—Yo, ¿debo de hacer algo? —preguntó y examinó el dibujo con detenimiento.

—Él sabrá que hacer —respondió y le colocó un mechón detrás de la oreja—. Una vez que este acto se lleve a cabo sucederá otra cosa: sangrarás y esa sangre es la prueba de que eras casta y por tanto pura. La sábana será manchada y luego debe mostrarse a los hombres de la familia.

A Cleissy le pareció una idea terrible.

—Es un poco tedioso y doloroso —agregó la anciana.

—¿¡Doloroso!?

—Solo un poco, con todo, puedes encontrar placer en ello.

Mientras más profundizaban en la conversación, más aterrada estaba.

—Su semilla quedara en ti y gracias a ella podrás darle hijos

—Yo quisiera tener una hija —terció la princesa. Recordaba los dulces momentos con su padre.

—Nada de niñas —replicó lady abuela—. Los hombres buscan en hijos a quienes heredar sus títulos. Una hija no tiene esos privilegios.

El jovial sentimiento se esfumó.

Los pájaros permanecían en sus jaulas gracias a que alguien con mayor poder dominaba su libertad, del mismo modo me encontraba la muchacha, no obstante, ella no estaba dispuesta a permanecer detrás de los barrotes; ya no. Extendería sus alas y tomaría el destino en sus propias manos.

El frío aumentó los últimos días debido a los fuertes aguaceros a finales de febrero. Las ventiscas hicieron estragos terribles durante el camino. Tuvieron que usar las pieles para resguardarse de la helada tempestad y dormir dentro del carruaje para no resfriarse.

Los soldados no montaron tiendas ni utilizaron catres para dormir, se mantuvieron en vigilia todas las noches a la vez que el carruaje era escondido dentro de espesos bosquejos. Un grupo vigilaba desde fuera del vehículo mientras el resto montaban rondas por el perímetro.

Lady Ronnetta los acompañaría hasta Perla Dorada, desde ahí partiría a Malboria. Una vez el camino se dividió en dos, la caravana se detuvo. Los soldados sedientos y cansados de montar en sus sillas estiraban las piernas y el cuerpo. Antes de que se marchara, Cleissy se acercó a la ilyria, con el optimismo de que respondiera algunas dudas. Konstantin preparó un caballo para ella.

—Confío en que tenga un buen viaje, lady Ronnetta.

Ella sonrió. Se ajustó la túnica y miró hacia ambos lados.

—Y yo confió en que no utilizaras esa magia a menos de que sea necesario —advirtió.

—Lo haré —Cleissy miró las puntas de sus zapatillas—. Antes de que se vaya quisiera preguntarle algo.

—Claro, dime.

—¿Qué pasa si mi hermano quiere saber acerca del incidente? ¿Qué le responderé?

—Lady Evina se encargará de hablar con él y no hará preguntas, en caso de, es prevenible que sepas que, durante el ataque de los Herejes, los soldados dormían. Tuve que usar la magia roja sobre su lady abuela, pido disculpas, ya que lo hice si consentimiento, ahora ella también cree que el ritual salió como lo planearon. No sea imprudente.

Ella asintió.

—Hay otro asunto —Cleissy jugó con sus dedos—. Callum mencionó que esto —enseñó las manos— estuvo presente hace cinco años, justo cuando mi madre murió. Quisiera saber si acaso yo... Lo cierto es que no recuerdo mucho de esa noche.

—Te preguntas si la magia que posees mató a la reina.

—Eso.

—La respuesta es no, princesa. La reina pereció en el parto al igual que muchas otras mujeres. La pérdida hizo que perdiera el control y que este poder pudiera lastimar a otros, como a su lady abuela o su padre. Era una amenaza y yo misma me ofrecí a cuidar de usted al igual que la reina madre Elynor, empero el rey quiso que permaneciera en el castillo pese a todo y fue ahí que pensamos en el ritual.

—¿Usted cree... usted cree que el rey de verdad me amara? —inquirió la princesa con los ojos aguados.

—Si bien pensaba que eras hija del hombre que se encamó con su mujer y tuvo sus dudas, el cariño que le tomó fue verdadero.

Ella se limpió las lágrimas e hizo una última pregunta:

—¿Qué hay de Aliona?

—No pude hacer un hechizo en ella. A su regreso permaneció al lado del capitán —suspiró—. Hacerlo con él cerca habría sido un error, así que debo de fiarme en que me echaras una mano con eso.

—Hare lo que pueda —replicó—. Noté que no le agrada Rudolf.

—Es el padre de Alvis —confesó—. Lo conocí antes de la desgracia de mi pueblo. Ambos éramos jóvenes y nos queríamos, o eso pensé. Luego vi la maldad en él, una maldad que siempre estuvo ahí y no noté. No deseaba que mi hija estuviera cerca de alguien así. Me marché del palacio enseguida y me llevé a la niña de las tierras de su madre.

El primero en acercarse fue Callum. Su corona de oro, tan pulida y brillante como siempre, se sujetaba con firmeza en su cabeza; cerca de su cuello llevaba dos leones bordados. A Cleissy le dio un vuelco de felicidad. El rey besó su frente.

—Es una dicha verte sana y salva. Supongo que lady abuela te comentó las noticias.

—Sí, majestad.

Callum giró en medio círculo e incitó a un hombre acercarse. Su rostro era idéntico a las dos mujeres que estaban a su lado, salvo por el cabello, que era castaño claro. El desconocido además poseía los rasgos vulgares del rey Bernal a excepción de las patillas. «Que Petis y Caner me amparen, ¡es feísimo!», pensó con horror.

—Princesa Cleissy, te presentó a lord Dorian Rowling, tu prometido.

El hombre hizo una reverencia y besó el dorso de la mano. Su sonrisa le resultó escalofriante.

—Me alegra por fin conocerla, princesa.

—El placer es mío, mi lord.

Nevado apareció y sacó los dientes. El par de mujeres chillaron de miedo. Callum abrió los ojos con consternación.

—Nunca había visto un zorro tan peculiar. Un hermoso ejemplar, aunque pienso que es algo inadecuado para una princesa —comentó lord Rowling.

—Es mi mascota —se apresuró a decir Cleissy—. Un obsequió de su majestad.

Callum fijó los ojos en los de su hermana y ella dio una risita.

—Llévalo al patio —ordenó Callum a uno de los mozos.

El sirviente se acercó en silencio, tomó la correa del animal y en seguida se perdió entre los senderos del jardín.

La sonrisa de lord Weber se ensanchó. Después, le tomó la mano en alto y llevó a Cleissy hasta el par de mujeres que esperaban detrás de él.

—Permítame presentarle a mi hermana, mi lady; lady Thaleia Rowling.

La mujer se inclinó un poco y con gesto humilde la saludó. Era casi de la edad de Konstantin y compartía los mismos rasgos que el resto de su familia, además tenía un aspecto enfermizo y grandes dientes amarillos.

—Me hace muy feliz conocer a mi nueva hermana —dijo y sonrió con falsedad.

—Mi madre, lady Amira Rowling —señaló a la anciana de al lado, quien poseía un aspecto severo.

—El rey no mintió en sus cartas. Mi sobrina posee una belleza inusual. Y ese cabello, tan rojo como las rosas, es hermoso, aunque nunca lo he visto en esta familia —hizo notar.

—¿Por qué no vamos dentro? —propuso lady abuela. No parecía muy complacida con la visita—. De camino aquí encontraste al jinete que enviaste. Sin duda, tu reina hizo un buen trabajo, mi león. Un heredero digno de la casa Barlovento —y pasó al lado de lady Amira con aire de superioridad seguida de Callum White, que tampoco parecía muy feliz por la presencia de Amira.

La princesa despertó con un charco de luz sobre la cara, arrugó los párpados y cubrió con el dorso del brazo. Lady abuela tiró de la sábana y la obligó a salir de la cama.

—Despierte, princesa, ¡no es hora de dormir! Lady Amira espera por usted para tomar el desayuno en el jardín. Ustedes dos bañen a la princesa —ordenó—. Lady Maya, ve por unos zapatos y joyas y Aliona busca el mejor vestido.

Cleissy terminó de despertarse apenas escuchó el nombre de Aliona. Ella salió de la cama y observó con una pequeña sonrisa a la dama, esta última miraba al suelo y parecía abochornada.

Mientras frotaban su cuerpo, ella oyó los murmullos malhumorados de lady abuela. Luego del baño la vistieron con un vestido negro, de encaje dorado y los leones bordados por debajo de la clavícula.

Los guardias abrieron las puertas dobles y salieron al jardín. Lady Amira y lady Thaleia estaban sentadas en muebles tapizados de algodón ubicados bajo un quiosco. Una vez que ocuparon sus asientos, una de las damas de la familia Rowling sirvió jugo de arándanos. En un descuido la chica dejó caer un poco sobre el vestido de lady Amira. «Mira que eres torpe, sucia Hereje», dijo sin descaro. Thaleia carraspeó y su madre fingió una sonrisa. Cleissy se fijó que la dama Hereje tenía unos grilletes alrededor del cuello, tales como los del mercado de esclavos.

—¿Cómo estás, querida? —preguntó lady Amira, dio un sorbo a su jugo y la miró a los ojos.

—Estoy bien, mi lady —contestó, tímida—. Espero que su estadía en el palacio sea de su agrado.

—Lo es, lo es —dio otro sorbo—. Mi hija y yo conversamos acerca tu boda. Hemos decidido celebrarla en una semana. Como pagaremos todo, no nos molestaremos en los gastos. El sastre vendrá en un rato y empezará a confeccionar tu vestido de novia.

—¿No es muy pronto?

—No, querida. El país está en medio de una guerra, ¿Qué mejor manera para traer alegría al pueblo y hacerlos olvidar de sus desgracias?

Cleissy se sintió incomoda. Percibió la mirada furiosa de lady abuela sobre lady Amira. Ella se limitó a terminar el desayuno. El ambiente se tornó incómodo y tenso los siguientes momentos.

—Dime, pequeña palomita, ¿sangraste ya? —aventuró lady Amira con un gesto curioso—. Supongo que sí. Eres joven y sería una lástima que a tu edad no puedas procrear hijos —y soltó una risita desagradable.

—Le daré muchos hijos a lord Rowling, mi lady —dijo y tan solo pronunciarlo le causó nauseas.

Un horrible nudo le quedó atrapado en la garganta. No quería casarme. No deseaba que lord Rowling estuviera cerca de ella, ni siquiera que la tocara.

—Ojalá que sus hijos no hereden esas pecas —opinó Thaleia—. Ya tienes suficiente con ese cabello pelirrojo tan llamativo —y dio un bocado a una tarta de manzana—. Me pregunto de dónde lo habrá sacado.

—La última vez que vi a mi pequeño hermano tan solo era un niño. No sé qué clase de mañas adquirió a lo largo de los años. Mi padre siempre lo tuvo a su lado, si aprendió sus malas costumbres no dudo que se haya liado con jóvenes casaderas —dijo lady Amira.

Cleissy miró a lady abuela. Sus hermosas y finas facciones estaban rígidas y su piel morena se tornó roja. Aliona hizo un ruido con la boca, incomoda. Por el rabillo del ojo ella vio que su dama jugaba con sus anillos de manera nerviosa y hostil.

Todas se quedaron en silencio. La tensión era palpable.

—Mi hermano y lord Rowling marcharán pronto a la guerra, según tengo entendido. Esperemos que vuelvan sanos y salvos y que Petis y Carner le concedan su protección —dijo Cleissy y la tensión pareció menguar.

—Mi nieto es un gran guerrero. Entrenado junto a sus primos en el palacio del Emperador. Solo Darío y Alejandro pueden demostrar ser dignos adversarios de Dorian. Mostrará su destreza en el campo de batalla.

Por la noche, Cleissy permaneció en su dormitorio. Fue un día bastante ajetreado. Después del desayuno, lady Amira y Thaleia la llevaron hasta un salón donde el sastre esperaba. Eligieron la tela para el vestido y luego de hacer comentarios directos hacia el busto pequeño de la muchacha, le permitieron marchar.

Cleissy estaba triste, pues Nevado continuaba en el patio y no se le permitió verlo. Ella tomó el cuaderno, se acomodó frente al ventanal, bajo la luz de la luna y dibujó. A Cleissy le encantaba dibujar y dicha actividad traía cierta paz a la tormenta que ahora era su vida. Fue en ese instante que notó que alguien la contemplaba desde las sombras.

—Te noto preocupada —dijo con tranquila Allen. Cleissy dejó a un lado el cuaderno y lo vio apoyado en la pared, con los brazos cruzados sobre el torso.

—Me voy a casar.

La madera crujió a la par con sus pasos. El pulsó se le aceleró; tenerlo cerca, sentir esas oleadas de poder, era algo inexplicable, casi satisfactorio. La punta de sus dedos acarició la línea del cuello de Cleissy.

—Tengo preguntas —dijo ella. El estómago le hormigueaba. Se puso de pie y observó su cara: continuaba igual a como la recordaba, pero vislumbró una cicatriz en la mejilla— acerca de mi poder.

—¿Cuáles son tus dudas?

—Hace unas semanas, cuando estábamos en Rouvre, me dijiste que era una Nemryor y que además de eso poseía el poder de la raza Ocurus y que mi padre era igual que yo, si bien, antes de eso su padre o madre lo fue, mas no mencionaste algo así... ¿Eso quiere de decir que él era una Blacksilver y un Gallagher?

Los contornos poco iluminados y sombras definieron la figura de Allen.

—No —respondió—. Tu padre es un Gallagher, sin embargo, del mismo modo que mi antepasado, decidió ir por el camino de la oscuridad. Tomó el poder de Vriazia y lo profanó.

—¿Es decir que la magia negra proviene de la magia blanca?

—Es cierto modo. Todo lo puro se ensucia y todo lo sucio logra limpiarse.

—Si los Nemryos pueden tener el poder de los Ocurus, ¿por qué tu raza no toma el mismo camino? No prescindirías de mí.

—No queremos —respondió—. La «luz» resulta molesta.

—Mas la Madre aborreció los actos de Ocur, ¿por qué entonces la veneras?

—Porque es gracias a ella que existimo. Somos sus hijos y pese a nuestra naturaleza, la Madre nos protege de las barbaridades de Los Antiguos.

—¿Esa es tu venganza? —inquirió—. ¿Deshacerte de Los Antiguos y convertirte en una clase de rey supremo?

Allen soltó una sonrisa traviesa.

—No busco un trono, Issy —terció con frialdad. Ella se relamió los labios. Nunca le habían dado un apodo más que «La princesa cautiva»— mucho menos ser uno de ellos. Quiero verlos muertos, que sufran y se ahoguen en su propio dolor. Los Gallagher ya disfrutaron de su tan preciada luz, es momento que la oscuridad tome el control. Para eso requiero de tus habilidades.

El odio centelló en sus ojos ámbar. Allen se inclinó y murmuró en su oído.

—Quiero que los mates y que ambos nos bañemos en su sangre.

—No tomare la vida de nadie —dijo ella con los labios apretados—. No soy una desalmada.

Allen se echó a reír.

—Todos somos capaz de algo, Issy. Solo necesitamos las motivaciones correctas. No necesito la magia negra para saber que eres mucho más perversa que yo.

Ella lo abofeteó y Allen pareció disfrutar del golpe.

—Ven conmigo —dijo él, ansioso—. A mi lado podremos hacer grandes cosas juntos. Contigo y el poder de Vriazia nadie se atreverá a cuestionarnos y tú serás libre de las cadenas que te aprisionan aquí, al igual que una vez yo me liberé de las mías.

—Por naturaleza, soy tu enemiga. Nuestras razas se odian. Tengo sangre Gallagher en mis venas y tú las de los Blacksilver. Debemos odiarnos.

Él endureció el rostro y volvió a inclinarse.

—¿Cómo estas tan segura de que no te odio?

Cleissy contuvo el aliento y algo pareció quebrarse en sus ojos grises, aunque enseguida adopto una postura igual de fría que su interlocutor.

—Mientes. Estás desesperado por tenerme a tu lado y si me niego sería un gran golpe a tu causa. ¿Qué pasaría si decido ayudar a los Gallagher y no seguirte? Tú mismo lo has dicho, este poder me otorga la libertad y por tanto, puedo decidir mi propio camino a seguir. No estoy dispuesta a obedecer a nadie.

Una red de venas oscura trepó por la cara de Allen mientras las sombras se arremolinaban.

—El poder que tienes es gracia mí. ¡Mostraras gratitud y harás lo que te digo!

—No —replicó.

Las sombras se lanzaron al ataque como feroces fauces, mas no hicieron nada, solo crearon una cortina que ocultó la luz de la luna y toda la habitación. Unas manos delgadas, pequeñas y frías toquetearon sus brazos, piernas y mejilla; una advertencia de poder.

—Conoce tu lugar. No olvides a quien tienes frente a ti.

—Ni usted tampoco, Allen.

—En el fondo los dos sabemos que vendrás a mí y yo iré a ti.

La besó con pasión y lo profundizó de manera lenta. Una especie de llamada se levantó por el cuerpo de Cleissy, la conexión creó un puente, algo que unió sus almas.

—Te veré pronto —una sonrisa arrogante embozó sus labios y se desvaneció con la oscuridad.

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