XIII
Perdidos
A Cleissy le palpitaban los pies con extremo dolor. El aire de sus pulmones le quemaba las entrañas a medida que huían por el bosque. Las ramas con espina lastimaron sus brazos. Ella perdió la poca fuerza de sus piernas y cayó en un montón de rocas que hirieron su cuerpo. Aliona fue la siguiente en derribarse, su dama estaba conmocionada y solo corrió porque Cleissy la obligó a ello. La princesa quiso levantarse, pero ya sus extremidades no respondían; el ritual la debilitó.
Cleissy no vio nada en la oscuridad, así que buscó a ciegas la mano de Aliona, al encontrarla notó que se sacudía con violencia.
—Aliona, por favor. Hay que irnos.
No contestó, ni siquiera soltó un balbuceo. El aliento caliente de Nevado le golpeó la cara. Volvió a convertirse en zorro, pues su suave pelaje acariciaba la piel de Cleissy. Entonces, una luz cálida nació de él. La muchacha lo contempló perpleja, puesto que nunca esperó que, además de transformarse en personas, pudiera ser una clase de lámpara viviente. Cleissy rompió la manga de su camisón y cubrió la herida de Aliona. «Espero que eso detenga la hemorragia».
El crujir de hojas la alarmó. La luz de Nevado se desvaneció y una silueta negra se agachó en frente de la princesa. Una mano agarró con delicadeza su mejilla, un tacto tranquilizador y en eso momento supo que estaría a salvo. Allen se alejó de su lado y Aliona chilló histérica cuando él la obligó a sentarse encima de lo Cleissy supuso era Dante. Después vino por ella y la cargó en sus brazos.
Ella despertó horas más tarde dentro de una cueva húmeda con un intenso olor a raíces y tierra mojada. Aliona continuaba dormida a su lado y Nevado estaba recostado cerca de la salida, un vigilante a la espera de que un intruso se acercara. Aunque seguía débil, logró ponerse de pie y caminar. Todavía era de noche. Cleissy miró hacia atrás, donde la oscuridad escondía a Aliona.
—Cuida Aliona en mi ausencia, iré a dar un vistazo a los alrededores.
Nevado movió las colas en señal de afirmación y se adentró en la cueva. Tal vez era una locura o estaba siendo lo suficientemente estúpida para embarcarse en una aventura nocturna, sin embargo, se dio cuenta de que el lugar donde estaban era muy callado; Cleissy no escuchó grillos ni aves nocturnas, solo el fuerte susurro de la brisa.
La luna llena se abrió paso entre las nubes y el silencioso bosque fue bañado con su luz plateada, el aire de la noche envolvió su cuerpo. La muchacha se percató de que estaba en un cementerio de casas. Los rayos perforaban las paredes rotas y algunas sombras definieron el contorno de aquellos edificios destrozados, los escombros se dispersaban por doquier, la maleza había crecido a niveles exorbitantes y a medida que el viento soplaba el lugar parecía estremecerse, como si intentara gritar los secretos que escondían aquella extraña tierra. Ella caminó un poco más. El paisaje estaba salpicado por cabañas quemadas y campos de cenizas. Cleissy pisó algo deforme y en cuando bajó la mirada vio huesos.
La princesa dio pasos hacia atrás y, gracias a ello, tropezó con una enorme roca y cayó. Cleissy miró atónita al lugar donde se encontraban los huesos y trató de tranquilizarme. Tenía que buscar ayuda para Aliona, su herida debía tratarse correctamente. Gotas gruesas de sudor frío bajaron por su nuca. El cuerpo le temblaba. Algo en este pueblo le causaba mala espina.
—¡Sigan adelante!
Ella giró la cabeza rápidamente, a tal grado que sintió un fuerte tirón en el cuello. A su espalda oyó, entre los susurros del viento, la voz de su padre. Sin embargo, no había nada, solo escombros y oscuridad.
Su oído volvió a ser atacado, pero esta vez por el choque de espadas y gritos desesperados. Cleissy corrió hasta llegar a un claro de la ciudad. Advirtió en un viejo mercado: las lonas estaban rotas, las mesas provisionales hechas añicos. El relinche de un caballo la sobresaltó, se dio vuelta con la esperanza de encontrar a alguien; pero se vio trasportada en un entorno totalmente distinto al que se encontraba hacía un instante. ¡El pueblo se encontraba hecho un caos!, había columnas de llamas que se asemejaban al mismo infierno, los soldados del ejército Darkhirano se desplegaban como verdugos en busca de condenados que tiñeran sus espadas de sangre.
Los soldados laceraron con sus espadas sin piedad al pueblo, los cuerpos se desplomaban por el camino por el que huían. Algunos de los perpetradores blandían sus armas con tal ferocidad que Cleissy se asustó. Dio pasos torpes. Una mujer lloraba en un rincón mientras se aferraba al bulto que sostenía en sus brazos. El comandante Norfolk se acercó y se lo arrebató, sacó una daga y le rebanó el cuello a la pequeña criatura.
—¡No! —gritó Cleissy. Alargó la mano para detenerlo, pero se esfumó y la ciudad abandonada regresó—. ¿Qué fue eso?
La muchacha escuchó el lamento de voces. Todo el lugar la abrumaba. Cuando giró en círculo vio un hermoso corcel blanco, el jinete portaba una corona dorada que brillaba a la luz de las llamas incandescentes, detrás de él los abanderados de la casa Barlovento lo siguieron. Uno de los vasallos se acercó a su padre.
—Majestad, todavía no encontramos al Hereje. Interrogamos a unos cuantos; ninguno parece conocerlo. Lord Decker piensa que debió de esconderse en el bosque.
—Quemen todo. Yo mismo iré a buscarlo —el vasallo asintió—. Si alguien queda con vida hagan de él un esclavo y si es mujer véndanlas a los piratas.
Le dio una patada a su caballo y cabalgó lejos, con la guardia real siguiéndole.
—¡Padre! —gritó Cleissy; sin embargo, él se había marchado y la visión también.
—Los espíritus gritan en esta tierra. Sus almas no tienen descanso —dijo Allen y salió de la espesura de los árboles.
—¿Qué ocurrió aquí? —preguntó.
—No lo sé con certeza, pero la magia aquí era muy fuerte. Ahora no queda nada. Alguien decidió arrebatársela.
Un desagradable nudo tiró del estómago de Cleissy y se abrazó las costillas. Su padre estuvo aquí y buscaba a un Hereje, ¿fue antes de su nacimiento o después? Todo era confuso y la cabeza empezaba a dolerle. Más voces volvieron hablarle al oído.
—¿Por qué oigo sus voces?
—Porque tu naturaleza te permite conectar con aquello que otros deciden ignorar. Ya te lo dije, no eres hija de hombre.
—¿Y eso qué significa? —Allen permaneció callando y Cleissy estalló en cólera—. ¡Estoy cansada de que siempre me oculten todo! ¡Así que exijo una respuesta!
—Eres una Hereje igual a los que persiguen, igual que yo, igual que tus padres. Eres una Nemryor por naturaleza, está en su sangre, no obstante, también cargas con el poder de la raza Ocurus, mi raza. Eres la segunda persona que posea ambos poderes, el primero fue tu padre.
—Mientes.
—No lo hago, Cleissy. Sé de los rumores que te persiguieron durante tu vida y muy en el fondo sabes que eran ciertos. Por otro lado, la mujer...
—¡Cállate! —exclamó Cleissy—. No sé porque tengo estos poderes, pero no te permitiré que hables de mi mamá. ¡Eres un mentiroso y no te creo nada!
Cleissy echó a correr sobre sus pisadas mientras la garganta se le cerraba.
«Allen es un mentiroso —pensó—. Solo quiere hacerme enfadar para que desate mis poderes».
Al regresar a la cueva notó que Aliona continuaba dormida. Ella observó a su doncella mientras las lágrimas perlaban las mejillas de Cleissy. El corazón dio un vuelco al recordar lo asustada que estaba, todavía temía por su herida y por ambas. Estaban solas, sin ropa o un fuego que le sirviera de escudo contra el frío.
Cleissy soñó que se encontraba en los brazos de una mujer cuyo rostro no podía ver, cantaba una canción y su era voz angelical, escucharla la calmó y fue como si regresara con su madre y que un delicado manto de protección y amor la envolviera. Sin embargo, el ambiente de calma cambió a uno de desesperación: gritos atronaron por encima de la tonada, oyó a lo lejos y de manera dispersada voces furiosas que gritaban y de repente estaba en medio del bosque. Una figura la dejaba en el suelo y Cleissy, frágil y pequeña, no deseaba apartarse de la desconocida. Ella quería hablar, mas, en su lugar, solo lloraba.
La princesa despertó entre jadeos. Nevado lamió su cara y echó un vistazo a su lado. Aliona estaba en un rincón de la cueva, abrazada a sus piernas. Cleissy se acercó despacio y cuando intentó tocar su herida, Aliona comenzó a gritar.
—Tranquila. Soy yo, Cleissy.
—Cleissy...
—Sí.
—Oh, cielos —exclamó entre gruesas lágrimas de pánico—. Estoy tan asustada. No quiero quedarme sola. No me dejes sola.
—No lo haré. Estoy aquí.
Cleissy la abrazó con delicadeza. Bajo sus brazos el cuerpo de Aliona tembló. Nevado se unió al abrazo y les brindó calor de su pelaje.
Cleissy no sabía cómo calmar el miedo de Aliona y la incertidumbre de que ningún soldado la encontrara en aquel pueblo desierto. La muchacha se preguntó si Callum o lady abuela sabían lo que haría lady Ronnetta. No quería pensar en la respuesta, porque algo dentro de ella misma le decía que la conocía con lujo de detalles y la razón detrás de ello.
—¿Por qué nos atacaron? —masculló Aliona—. ¿Por qué esto tuvo que pasar?
—Pienso que intentaban impedir algo.
—¿De qué habla? Los Herejes casi nos sacrifican para su dios.
Cleissy pensó en el dolor de sus tendones y huesos, el aire pesado y las sogas alrededor de sus muñecas y tobillos. Fue como si hubieran intentado arrebatarle parte su vida. No quería asustar más a Aliona, así que respondió:
—Tienes razón —dijo mientras meneaba la cabeza—. Por un momento fuimos carne de cerdo para un banquete. Es una suerte que escapáramos antes de que algo hubiera ocurrido. Hay que irnos de este lugar.
La princesa le tendió la mano, Aliona la tomó y juntas salieron de la cueva. El cielo estaba despejado y el sol apenas era visible en el horizonte. Para su fortuna, las montañas se encontraban en dirección al este. Por dentro, Cleissy agradeció a Kosntantin y sus clases particulares. Aliona, Nevado y ella caminaron gran parte del día y para el atardecer se refugiaron a las afueras del pueblo, en una casa cercana al bosque.
Hambrientas y muertas de frío, y saber cómo encender una fogata, encontraron consuelo en una vieja manta cerca del salón principal con la esperanza de que les brindara calor. Al amanecer Nevado trajo dos ratas en su hocico, al parecer el zorro creía que Aliona y Cleissy lo recibirían de buen agrado. Su dama chilló de pánico, en cambio Cleissy, hizo un mohín de asco.
—Iré a echar un vistazo a los alrededores —sentó Aliona en una silla vieja del comedor—. Tal vez encuentre algo de ropa y zapatos. Nevado, tú también espera aquí.
Cleissy entró a un dormitorio donde una capa de polvo cubría todos los muebles, la cama estaba deshecha y parte del techo estaba roto. Tomó el lienzo de una almohada y metió dos vestidos del armario. Al salir al pasillo se asustó con el chirrido de una puerta. Miró hacia el lugar, entonces, grandes insectos alados salieron disparados por encima de su cabeza.
De regreso al salón principal se dio cuenta de que Aliona estaba más pálida y sudorosa, sus hermosos risos se encontraban despeinados, el vendaje de su herida se hallaba manchado de sangre marrón.
—Escuché un ruido —dijo la doncella.
—Solo fueron aves. Encontré algo de ropa. Tal vez tenemos suerte de encontrar un río —dijo la princesa—. ¿Cómo te sientes? ¿Crees que puedas continuar?
—Claro que no, Cleissy. Tengo hambre, sed, estoy sucia y... tengo mucho frío.
La princesa le acunó la mejilla. La piel de Aliona estaba caliente, muy caliente y eso la preocupó.
—Tienes fiebre —echó un rápido vistazo a la herida—. Tal vez se ha infectado.
Aliona abrió los ojos, temerosa. Negó enérgicamente la cabeza.
—No, no...
—Busquemos agua para lavarla y algo de comer —terció—. Así sanará.
—¡Me voy a morir! ¡No quiero perecer igual que ellos!
—¡Mírame! Aliona, mírame —ordenó.
Ella obedeció. Sus mejillas estaban brillantes a causa de las lágrimas.
—Nadie va a morir. Saldremos de esto, juntas. Primero debes recuperarte, luego buscaremos ayuda.
—Oh, cielos, Cleissy. ¿Por qué tenía que ocurrir todo esto? —y se dejó caer en los brazos de la muchacha, llorando. Cleissy le dio suaves palmadas en la espalda para calmar su insistente llanto. Aliona se sorbió la nariz y levantó la mirada—. Pienso que la fiebre me hace delirar; veo pequeñas personas volando en nuestras cabezas.
Cleissy también miró arriba. Los insectos de antes revoloteaban de un lado a otro como luces tintineantes. Ella se tomó un tiempo para observarlas mejor: eran pequeñas criaturas de aspecto humanoide y piel verde, poseían alas triangulares, trasparentes, con pequeñas escamas que le permitían reflejar la luz y así crear un espejo de colores, sus patrones en espirales creaban diseños sobre la superficie.
—No lo estás —dijo—. Yo también las veo.
Algunas se acercaron hasta su cara. Eran realmente hermosas. Hablaron entre ellas en una extraña lengua. Nevado levantó sus patas delanteras e intentó alcanzarlas. Las pequeñas creaturas sujetaron la manga del camisón de la princesa con sus diminutas manos y le indicaron que las siguieran a la puerta. Aliona las observó con desconfianza.
—Creo que quieren ayudarnos —comentó Cleissy.
—Son de las creaturas que pertenecen al mundo de los Herejes, princesa. Solo mírelas.
—No nos harán daño.
—¿Cómo lo sabe?
—Intuición.
Aliona resopló.
—De todos modos, tenemos que salir de aquí. Tal vez estas creaturas nos lleven a un lugar donde haya comida y agua —dijo la princesa.
—No sé...
—Vamos, Aliona. Nuestras opciones son escasas y debes descansar—. sus ojos escudriñaron a Cleissy. Aliona reflejaba temor en su mirada y su seguridad se tambaleaba.
—Iré a donde vaya; pero prométeme que tan pronto haya mejorado, nos iremos.
—Lo prometo.
Estaban tan débiles que seguirles el paso a las antiguas creaturas aladas de antaño les costó un buen tiempo. La noche llegó en un parpadeo. Las alas brillantes sirvieron de antorchas para iluminar el camino y después de una larga caminata vislumbraron una casa con un fuego encendido. Para ese momento Aliona ya no podía soportar el propio peso de su cuerpo, se apoyaba en Cleissy y toda su piel era como tocar leña ardiendo.
Cleissy entró a la casa sin tocar. Dentro, todo lucía más pequeño de lo habitual. Los muebles y la mesa del comedor eran de tamaño medianos y la puerta continua era un estrecho hueco del mismo nivel. No había suficiente espacio para acomodar Aliona, pero el aroma a estofado hizo que su estómago rugiera y permaneciera unos minutos. Ella gateó hasta la cocina. En la estufa de azulejos se hallaba un caldero con un espeso contenido burbujeando. Cleissy se relamió los labios, saboreaba el contenido en la boca.
Aliona jadeó.
—Agua... Agua...
Ella agarró un cazo de la mesa y lo llenó de una jarra en la encimera, retrocedió sobre sus rodillas y se lo dio a beber. El agua resbaló por el cuello sucio de Aliona. Cleissy regresó a la cocina por un poco de caldo y le llevó, en una cazuela vieja, a Nevado, que esperaba afuera. La princesa se comió todo el contenido del caldero. Satisfecha, apoyó la espalda en una pared.
Aliona cayó dormida un instante después de beber el agua. A Cleissy le pesaron los párpados, pero ella no quería dormir, no podía descuidar Aliona. Estaba exhausta y creyó que podría permanecer con los ojos abiertos, sin embargo, se durmió en aquella pared con el calor de la estufa sobre su cuerpo y una extraña sensación de estar de regreso en casa.
Cleissy despertó con el grito de alguien. Aliona abrió los ojos con dificultad, enseguida los volvió a cerrar y se mantuvo quieta. Nevado gruñó desde afuera y rasguñó la puerta con sus patas. Una pequeña sombra se movía de un lado a otro en la cocina mientras gritaba.
—¡Mi cena! ¡Alguien se ha comido mi cena! —bramó una voz masculina.
—Quieres callarte, estúpido duende —reprendió otra voz.
Cleissy intentó huir con Aliona, pero su cabeza chocó con el techo, la casa se tambaleó y algunos cuadros cayeron de las paredes. Algo se asomó por el hueco que llevaba a la cocina y la muchacha gritó de lo feo que era. Aquel ser no se parecía en nada a las criaturas aladas, era pequeño y de color marrón, vestía harapos, de orejas puntiagudas, ojos pequeños, nariz alargada y calvo, aunque poseía un arco de cabello blanco por detrás.
—¡Humanos!
—Yo...
—¡Mujeres! —gritó otra voz por detrás—. Pensé que jamás volvería a ver una —una versión femenina del hombrecillo se acercó a Cleissy. Su vestido, al igual al del duende, estaba hecho de trapos sucios—. Solo miren como están, tan flacas y pálidas.
—Disculpen por entrar sin permiso. Estamos perdidas y mi amiga tiene fiebre. Solo queríamos descansar un poco —dijo.
La mujercita se acercó Aliona.
—La fiebre está muy elevada —apartó sus dedos huesudos de la frente de su dama—. Silas busca agua fría en el pozo, tú... ¿Cómo te llamas?
—Cleissy.
Ella examinó con interés el rostro de la princesa y luego agregó:
—Sí, Cleissy, ayúdame a llevarla al dormitorio. Allá estará más cómoda.
—¿Y dónde dormiremos nosotros, mujer? —inquirió Silas.
Ella llevó sus delgados brazos a su cintura y miró con reproche a su marido.
—La niña está inconsciente por la fiebre y tú solo te preocupas por dónde vas a dormir. ¡Venga! Que no tenemos toda la noche.
Silas salió de la casa dando un portazo. Cleissy arrastró el cuerpo de Aliona hasta una cama mediana. La mujercita quitó el vendaje de su brazo y enseguida comenzó a limpiar la herida con un brebaje de hojas chamuscadas y olor apestoso.
—¿Estará bien? —preguntó Cleissy.
—Haré todo lo posible.
—Rudolf... Rudolf —balbuceó Aliona—. No me dejes... Rudolf...
El corazón de la muchacha le dio un vuelco al escuchar los jadeos delirantes de su doncella. Algo dentro del pecho de Cleissy tiró una fibra sensible, pronto estuvo celosa. Ella quería que Aliona se alejara de él, pues el capitán solo le provocaba desconfianza.
—Perdone mi falta de modales, desconozco su nombre.
—Me llamo Mirna —contestó.
—Gracias por cuidar de mi amiga, Mirna.
—No tienes que darlas, a los Brownies nos encanta ayudar —proclamó, orgullosa.
La princesa hizo un gesto entre confuso y divertido.
—¿Qué es un Brownie?
—Somos duendes. Criaturas pertenecientes a una antigua civilización, los Ilyrios. Moramos en las casas de los hombres y les ayudábamos.
«Ilyrios. Allen llamó a los Herejes de esa manera».
—Te alegraste al vernos, ¿alguien más vive por aquí además de ustedes?
Su mirada fue eclipsada por la tristeza.
—No.
—¿Qué ocurrió?
—El miedo fue lo que ocurrió. El rey declaró que los Ilyrios eran traidores de la corona. Esta fue alguna vez una tierra donde habitaban criaturas del inicio de los tiempos, tan antiguas como el cielo mismo. Todas fueron masacradas por las espadas. Los pocos que lograron sobrevivir huyeron a las montañas.
—¿Por qué el rey querría asesinar ancianos, mujeres, niños...?
Ella miró a Cleissy.
—El corazón de los hombres es oscuro y egoísta. Solo le importa aquello que le sea útil. Siempre quieren más y si no lo obtienen responden con furia, y este es el resultado; la muerte de los inocentes, la tierra y de ellos mismos.
Por un momento Cleissy volvió a pensar en Allen y en lo que le dijo. Un extraño hormigueo le recorrió el estómago. Cleissy temía, temía por la verdad y enfrentarse a algo que quizás nunca estuviera lista.
«Allen miente —trató de convencerse a sí misma—. Elysa es mi madre y Vikram mi padre. Ambos lo son y no pueden decir lo contrario. Soy una Barlovento. Nadie los conoce como yo, y sé que él era bueno».
La puerta se abrió y Silas entró con un balde de agua. Mirna la colocó a un lado de la cama y sumergió una toalla, que luego dejó en la frente de Aliona.
—Ahora solo toca esperar. Deberías descansar un poco —opinó Mirna.
—Hay un zorro afuera —comentó Silas.
—Es Nevado —dijo Cleissy—. No dará problemas. Estaría más tranquila si tuviera una manta donde descansar.
Mirna sacó a su marido del dormitorio. Cleissy cerró los ojos y volví a soñar con espadas y fuego.
La fiebre de Aliona persistía tras dos días de espera. Sus delirios cada vez eran más intensos: susurraba el nombre del capitán con frecuencia, en otras ocasiones escuchó que suplicaba a sus padres que regresaran. Cleissy estaba preocupada. Mirna había probado todo tipo de medicina, sin embargo, la herida de su brazo no curaba.
—No lo comprendo. Parece que algo más le impide sanar.
—¿Qué crees que sea?
—No lo sé —contestó, preocupada.
—Desconozco si esto sea de ayuda, pero antes de llegar aquí una Here... una mujer Ilyria nos usó en un ritual. ¿Cree que eso le haya afectado?
—¿Un ritual?
—Sí, cortaron el brazo de Aliona para utilizar su sangre en una especie de sacrificio.
—La magia roja suele llevarse a cabo por sacerdotisas experimentadas —replicó—. Es un tipo de magia con fines específicos, es decir, tienen un objetivo al cual dirigir su poder. Pero esto no se parece a nada que haya visto, a menos que...
—¿A menos que...?
—A menos que haya estado expuesta a la magia negra, la magia corrompida. Los humanos no pueden soportar tal grado de malignidad.
—¿Qué haremos? —preguntó.
—No sabemos con certeza lo que está contaminando su cuerpo, solo Lavana y Cernunnos pueden ayudarnos —sus ojos la contemplaron solemnes—. La medicina de la madre tierra la salvará.
—¿Hablas de la mujer que se hace llama el oráculo? —inquirió. Su repentina aparición en el palacio todavía intrigaba a Cleissy.
—Lavana no es cualquier mujer, muchacha. Fue una elegida de Los Antiguos; sus elegidos son especiales y gozan de favores que nunca imaginarías. Que su cara no te engañe, el oráculo es bastante sabio y antiguo como la madera de los árboles que ves. Lavana vive más allá de una ruta que se hace llamar El camino de los dragones. Si logras atravesar la tierra de esas bestias, podrás llegar a ella, pero para ello debes encontrar a Cernunnos. El dios de los bosques primero debe ver la nobleza de tu corazón antes de que tus pies toquen una tierra tan sagrada.
—Estoy dispuesta a enfrentar lo que sea con tal de salvar la vida de Aliona. Dígame donde encuentro a Cernunnos e iré de inmediato.
Durante la noche planearon el viaje. La pista más confiable para encontrar al dios de los bosques era un páramo en medio de las montañas, según los Brownies había un lago donde se le solía ver a menudo. Silas acompañaría a Cleissy a lo largo del camino a través de la cordillera, pues el duende conocía perfectamente el lugar.
Partieron a primera hora de la mañana. Mirna preparó comida y algunas otras cosas en un bolso, les deseó suerte y partieron de la casa.
Las botas y el gorro de piel la protegían del frío. Tardaron día y medio hasta llegar a la cima de la montaña. La inexperiencia de Cleissy al aire libre los retrasó bastante. Sus pies le dolían y dormir entre las rocas le produjo un fuerte dolor de espalda.
El día antes de bajar la pendiente, Cleissy despertó primero que Silas. Un banco de nubes grises había cubierto gran parte de su entorno. Ella se frotó los brazos con insistencia para entrar en calor.
—Debemos bajar antes de que llueva; la presión está muy alta y puede haber desbordamiento de ríos. La corriente podría arrastrarnos y en el peor de los casos ahogarnos —declaró Silas a su espalda y dio un vistazo al cumulo de nubes.
Cleissy asintió, aunque no le gustó como se escuchaba aquello.
La lluvia los agarró a mitad del camino. Algunas animales salvajes y extrañas bestias moraban por los alrededores. Silas le dio una daga como precaución, cuyo mango Cleissy empuñó con fuerza.
En medio de los fuertes chubascos Cleissy distinguió una sombra entre los árboles, se movía veloz y con gran agilidad. Silas no se percató de ello y continúo bajando la pendiente. Entonces se escuchó un aullido atronador que hizo que su piel se erizara bajó la ropa mojada. El duende se giró con rapidez, su cara marrón ahora era blanca debido al susto que lo dejó sin aliento.
—¿Qué ha sido eso? —inquirió Cleissy.
—Niña, debemos bajar la montaña lo antes posible. Cuando grite corre sin mirar atrás —dijo y giró los ojos en varias direcciones.
Ella se aferró al cuchillo. A juzgar por el aullido se trataba de una bestia feroz. Cleissy se preparó para utilizar su poder. Tal vez no fuera de mucha ayuda, pero ganaría tiempo.
—¡Ya!
La muchacha sintió que volaba mientras bajaba la pendiente. El agua golpeó su cara con ferocidad y de súbito la tierra tembló bajo sus pies. La curiosidad le ganó y miró hacia atrás: Cleissy abrió los ojos con horror al ver al animal que los perseguía, hambrienta como animal que aún no ha ido a cazar. Era un híbrido que media unos tres metros, tenía cabeza de serpiente, la cual poseía cuernos de ciervo. una lengua bífida y cuerpo de león.
El animal casi alcanzaba a Silas, sus enormes patas estaban a punto de aplastarlo. Cleissy reunió todo el coraje y dio la vuelta. El Brownie la miró como estuviera loca. Ella alargó el brazo para que saltara, sus pequeñas piernas le impedían corren más rápido, de modo que Cleissy se metió de lleno debajo de la creatura, tomó a Silas y corrió hacia la izquierda. La bestia soltó otro aullido y los persiguió con mayor intensidad.
—¿Qué es eso?
—Una Kimoria. Al parecer vino de caza y nosotros somos su presa. No dejes que te muerda, solo la magia curativa puede deshacerse ella.
La Kimoria golpeó la espalda de Cleissy y rodó por la pendiente. Las rocas le pegaron en la cara y costillas, y cuando el cuerpo dejó de deslizarse, fue aventada a un río. Silas hacía rato que se soltó sus brazos y ella intentó mantenerse a flote para dar con su cuerpo. El agua entró poco a poco por su boca y nariz. En ese momento Cleissy se aferró a la raíz de un árbol.
—¡Silas!
—¡Aquí estoy, muchacha! —gritó del otro lado del río, estaba empapado y tosía agua.
—¿Dónde ha ido la Kimoria?
—No lo sé, pero no debe estar lejos. No bajes la guardia. Escóndete en algún lugar hasta que crucé al otro lado.
—Está bien.
Cleissy escalaba una de las grandes raíces que se sumergían en el agua en el momento que una ola la arrastró a una cascada. Los pulmones de Cleissy colapsaron y el aire escapó de su cuerpo. El agua la envolvió y quedó inconsciente.
Despertó en las orillas de un riachuelo en las cercanías de las montañas. No cayó muy lejos de la cascada y unos metros más allá había un gran valle verde. Ni Silas ni la Kimoria estaban cerca.
Cleissy revisó el bolso que Mirna le entregó, no había nada que la ayudara a regresar. Se tiró al suelo, con la cabeza entre las manos. Estaba doblemente perdida y sola.
Un rato más tarde, decidió continuar con el viaje: ella era la única esperanza de Aliona.
El valle se alzaba esplendoroso aún bajo el cielo nublado. Las montañas lo rodeaban y en el centro había una gran masa de agua cristalina. Cleissy se acercó a ella, bebió un poco y al hacerlo sintió que se recuperaba. De súbito le entró unas inmensas ganas de dormir. La princesa se aferró las uñas a la tierra, debía luchar y no dejarse vencer por aquel terrible sueño; pero los ojos le pesaban y cabeceaba.
Entonces, al otro lado del lago se vio a sí misma sosteniendo un cuchillo y a Callum de pie mientras la saludaba. La otra Cleissy atacó a Callum ferozmente, pero en esta ocasión no hubo un guardia que la detuviera. Su otro yo rasgó el pecho de su querido hermano hasta dejar a la vista sus entrañas.
—¡No!
Cleissy corrió a socorrer a Callum. La sangre le ensució las manos y el vestido. Callum agonizaba entre jadeos, luego su mirada quedó vacía en el cielo.
Con sus entorpecidos ojos observó el lago y vio la figura de un hombre con cuernos. Ella respiró profundo y se repitió que aquello no era real, al abrirlos no encontró cuerpo alguno. La muchacha se giró despacio y contempló a Cernunnos desde aquella posición.
—No me daré por vencida tan fácil —dijo—. Enfrentaré esta y mil pruebas más con tal que vuelva a tener a Aliona a mi lado. No me detendrás.
Cernunnos la miró con fijeza y cuando habló lo hizo con una voz profunda y antiquísima como el bosque mismo.
—Posees un noble corazón, muchacha, pues en ti veo una gran luz; pero también una gran y tenebrosa oscuridad, capaz de destruir todo y eso es preocupante. El odio se propaga como hierba mala en el campo, no permitas que te alcance o te perderás a ti misma. El amor que sientes es genuino y esa esa es la fuente de luz más poderosa.
»Los hombres que llegan a este lago beben de él y se pierden ellos mismos tras no soportar la verdad que logran ver, caen en la locura y mueren en la orilla. ¿Tú que viste?
Cleissy volvió los ojos al lago, sin embargo, no respondió. ¿En realidad era un monstruo después de todo?
—Alguien muy importante para mí está muy enferma. Necesito encontrar a Lavana. Ella es la única que puede ayudarla. Por favor —Cleissy se postró con humildad en la hierba.
—Yo no puedo llevarte con el oráculo, pero Kavindra puede, aunque es un poco receloso con los humanos.
¿Kavindra?
Cernunnos apuntó hacia una cueva que era devorada por el musgo dentro de la montaña. Cleissy le dio otro vistazo al Dios, mantenía el gesto pétreo, pero sus ojos oscuros destilaban una pizca extraña, como de alguien que espera a ver tu próximo movimiento.
La muchacha caminó con decisión hasta la cueva. En el límite de la entrada, el aire desde dentro la golpeó, caliente y con desagradable olor a sangre. Cleissy arrugó el rostro del asco, pero apenas dio el primer paso en la fría oscuridad, la caverna se sacudió.
La muchacha tuvo que lanzarse a un lado antes de que una enorme bestia alada saliera de golpe. Ella se sacudió el polvo de la cara y miró con los ojos bien abiertos a la creatura que decencia: era de gran tamaño, casi extraordinario; tenía cuatro patas y garras afiladas; de escamas rojas pálidas y cabeza alargada acompañada de dos cuernos puntiagudos coronados en la cabeza. El dragón contempló a Cleissy, quien logró reincorporarse al poco tiempo.
—Gran dragón, te suplico que me brindes de tu ayuda y me guíes por El camino de los dragones. El cuerpo de mi amiga fue corrompido, su alma está enferma y necesito del conocimiento del oráculo. Te lo ruego.
El dragón la miró por largos segundos. Ella contuvo en aliento apenas Kavindra la olfateó, sin embargo, Cleissy respiró aliviada cuando bajó la cabeza en señal de que aceptaba. Se acercó lo suficiente y la princesa escaló sus alas para luego sujetarse con fuerza de su lomo. Estaba a punto de sumergirse en algo que nunca imaginó, una aventura sin precedentes.
Si alguien le hubiera preguntado hacía meses que se encontraría en este lugar, no lo hubiera creído.
El dragón agitó sus alas y emprendió vuelo toda velocidad.
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