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La boda

Rudolf y Cleissy viajaron solos durante los siguientes días. Antes de salir de Malboria, el capitán robó unas viejas prendas y le dio otra capucha a Cleissy.

Fue una agonizante tortura tener al hombre tan cerca de ella, porque a Cleissy no le caía nada bien. La princesa no lo comprendía del todo, pero una fuerte llama de odio se encendía en su pecho cada vez que él rondaba entorno a la muchacha.

No hubo conversaciones, más que el intercambio de unas cuantas palabras. Sin embargo, en una ocasión Rudolf le habló como si fueran íntimos amigos.

—Es insoportable, pero lista —admitió a la vez que avivaba la fogata de la noche—. Desconozco como le hizo para robar el uniforme, escullirse del ojo de la guardia real y pasar inadvertida durante días rodeada de hombres. Debió de manejar muy bien la situación.

Cleissy no se creía tan inteligente, pero aceptó el halago de buen grado. Así podría alardearle a Aliona que el mismísimo capitán de la guardia real la había adulado y que estaba a la altura de cualquier hombre y de ese modo su dama vería algo más en ella que una princesa.

En cuanto llegaron al palacio, entraron por la parte trasera, cerca de los corrales de las gallinas y los cerdos. Le ordenó que se subiera el capuchón y desde allí fueron por la humeante cocina, repleta de vapores y ollas burbujeante, para después dirigirse por los pasillos con aroma a flores.

—No levantes la cabeza —le dijo Rudolf—. Si alguien la ve en esas fachas se armará un gran escándalo.

Cleissy asintió y lo siguió. Pasaron por el ala real, subieron una escalera estrecha y luego otra, hasta llegar a una de las torres más altas, cerca del dormitorio del rey. El capitán se detuvo en unas puertas dobles con cerraduras de oro y Cleissy supo que estaban en la estancia de lady abuela.

—Infórmenle a lady Evina que el capitán Rudolf trajo a la criada que pidió.

El guardia de la puerta hizo un gesto al otro, que entró y Cleissy alcanzó a escuchar murmullos, regresó y dejó un hueco para que ambos pasaran.

El capitán inclinó la espalda y la mano en el pecho, volvió a enderezar el cuerpo y dijo:

—Traje a su alteza de vuelta, mi lady —y enseguida le bajó la capucha.

Cleissy contempló mejor el panorama: en la habitación se encontraba un grupo de mujeres un poco mayores que ella, las damas de lady abuela, todas se agrupaban en torno a una butaca, que era ocupada por una anciana fatigada y con la punta de los cabellos quebradizos, parecía ser que el pelo resaltara el estado de la mujer; a un lado había una muchacha más joven y hermosa que el resto. Aliona se sobresaltó y corrió hacia la princesa, como si fuera una clase de muerto que se levantó de la tumba. Aliona le estrechó en sus brazos y la muchacha alcanzó a oír un sollozo. Las cortinas estaban descorridas y gracias a la altura de la torre solo podía apreciarse el cielo azul. Cerca de la chimenea descansaban Florencia, la gata blanca de lady abuela, la cual lamía sus patas rosadas. En cuanto a lo demás, lucía igual que el resto de los dormitorios: la cama de doseles acompañada de cortinas tapizadas de flores, la alfombra al pie de la cama, el escritorio con luces de nafta y pergaminos, los armarios cerrados y lustrados.

Lady abuela se paró de su asiento con dificultad.

—Gracias por sus servicios, capitán. Puede retirarse.

Él movió la cabeza con solemnidad.

—¿Capitán?

—¿Sí, mi lady?

—Espero que este pequeño altercado quede entre nosotros.

—No se preocupe, mi lady. El rey no se enterará. Tiene mi palabra —acto seguido salió del lugar.

Lady abuela también pidió a sus damas que se marcharan y quedaron solas las tres. Una especie de tensión desdeñosa se ceñía sobre ellas. Cleissy vio que lady abuela frunció los labios, toda la cara la tenía rígida y entendió que realmente estaba enfadada.

—¿En qué pensabas, muchacha? —espetó—. ¿Perdiste la cabeza?

—No —respondió con decisión y le sostuvo la mirada—. Solo buscaba entender...

—¿¡Que, Cleissy!? —exigió saber—. ¿Conocer los riesgos del mundo? ¿Experimentar la vida de libertinaje?

—¡Claro que no! —Cleissy apretó los puños, sentía que la juzgaban de manera precipitada—. Me fui porque toda mi vida me he sido mantenida aquí sin ninguna razón aparente. Me fui porque mi hermano piensa que soy un adefesio. Me marché para buscar la verdad acerca de... todo. Todos me ven como un bicho raro. ¿Es por eso que Callum fue a buscar a lady Ronnetta? ¿Para deshacerse de mí?

—¿Dónde escuchaste ese nombre?

—Eso que importa ahora —dijo—. Díganme que ocurre. Tengo miedo de mí misma, ¿no lo entiendes? Estoy harta de que quieran controlarme —dio un fuerte pisotón mientras chillaba.

Entonces la mano de lady abuela aterrizó en su mejilla. Aliona contuvo el aliento y llevó sus manos a la boca, asustada y asombrada.

—No eres un animal salvaje —se limitó a decir lady abuela y se volvió hacia la dama de la princesa—. Usa mi bañera para darle un baño y quitarle la peste que carga encima. Su majestad solicitó vernos a ambas, parece ser que tiene noticias. Lo veras a la hora de la cena.

Lady abuela volvió a sentarse en su butaca, la gata estiró las patas y se acomodó en el regazo de su dueña. Cleissy se desvistió y permitió que Aliona frotara la mugre de sus uñas, rodillas, brazos y cabeza. Finalizado el baño, fue vestida con una pieza simple y zapatillas.

El resto del día lo pasó en su dormitorio, así que tomó los pinceles y pintura y dejó que su mano se deslizara por el lienzo blanco. Pintar le daba calma a Cleissy, hacía que su mente se aclarara y que su cuerpo se relajara. El dibujar era una de las pocas cosas que a la princesa de le permitía hacer. Tía Ana decía que era un pasatiempo que desbordaba pasiones y que lo mejor era que aprendiera a cocer o tocar el arma, pero Cleissy pensaba que Callum le permitió el oficio porque le recordaba a Evyanna.

Lo cierto era que tía Ana desconocía lo que aquello significaba para ella. Los dibujos le otorgaban libertad, ya que tenía el poder sobre su mano de crear todo de lo que le era privado.

Hacía el atardecer, Aliona vino por ella. Mientras caminaban, tuvieron una breve charla.

—El rey llegó hace días, el viejo amigo de su padre lo acompañaba, aunque no pienso que cenen esta noche juntos. Su majestad preguntó de inmediato por usted, pero lady Evina fue más astuta y le dijo que estaba impura y que, por tanto, hasta que su sangre no desapareciera, debía mantenerse resguarda en su dormitorio como dictan las costumbres.

Cleissy resopló. No tenía muchos ánimos y hubiera preferido cenar en su dormitorio. De repente recordó lo que dijo Rudolf a lady Ronnetta.

—El capitán sabía dónde encontrarme.

—Qué alivio. Estaba preocupada de que no diera con usted —replicó, afligida—. Su ausencia me puso muy triste.

Ella sacudió la cabeza.

—No lo comprendes. Él sabía dónde estaba —Cleissy miró a Aliona—. Solo tú y Konstantin sabían que iría a Malboria.

—¿Piensa que la delate?

—No quiero acusar a nadie, pero resulta extraño.

—Quizás Meyer lo hizo.

Cleissy paró en seco. La luz de las antorchas brillaba en el corredor. La noche fría aguardaba al otro lado de las ventanas. Cleissy escudriñó a su dama, no era la primera vez que Aliona mostraba su descontento al soldado.

—Piénselo un poco —comenzó a decir—. Dado a la historia que me contó era imposible que yo supiera donde quedaba esa casa. ¿No le resulta extraño el asunto? Meyer esta con usted en Malboria y de la nada, un día cualquiera, un ladrón decide robarle y lo lleva a dicha vivienda donde aparece el capitán. Al final, es un soldado y todos los soldados, incluyendo a sus comandantes, están bajo las órdenes del capitán, quien se encarga de velar por la familia real y la seguridad del reino. Y ya sabe cómo es Lord Soltvedt, tiene ojos y oídos en todas partes por las cosas que murmuran los criados.

Cleissy esperaba encontrarse solo con Callum y lady abuela en el comedor, pero se llevó una sorpresa al hallar a lady Freya y sus padres acomodados alrededor de la larga mesa.

—No puedo quedarme, princesa —susurró Aliona cerca de su oído mientras estaban plantadas en el umbral y por un breve momento deseo que le diera un abrazo para darle fuerza—. Disfrute de su comida. La veré en la mañana.

Cleissy asintió y le obsequió una sonrisa, a continuación, arrastró los pies y ocupó su asiento en medio de Callum y lady abuela. Enseguida el rey ordenó servir la cena. Era una noche tranquila. El ruido de los cubiertos llenaba el comedor, los criados iban y venían, vertiendo más vino o retirando los platos. Los candelabros centelleaban y un rico aroma a carne los deleitaba. En la hora del postre sirvieron una porción de pastel de riñón a cada uno. Cleissy lo comió despacio.

—Hay una razón por la que decidí reunirlos aquí —habló Callum y miró a cada uno de los presentes. Cleissy advirtió que sus ojos se entornaron en ella, como si quisiera prevenirla de algo—. Estos últimos días he pensado mucho y quiero que conozcan mi decisión.

Fue el turno de mirar a Freya y a ella se le aguaron los ojos de enamorada.

—Soy el rey, y como todo rey tengo un deber que debo cumplir —Callum tomó un profundo bocado de aire—. Comprendo que ha habido algunas diferencias, pero quiero que eso quede atrás, es por ese motivo los convoqué. La familia Alfotch ha servido al reino durante décadas, cosas que mis antepasados se mostraron agradecidos, por tal razón decidí perdonar su afrenta y pedirle a lady Freya que sea mi esposa. La unión de nuestras familias traerá mucha dicha y paz.

Freya derramó lágrimas de alegría, Myrell besó a su hija en ambas mejillas y al cabo de unos segundos Timothy hizo lo mismo para más adelante tomar su copa y proponer un brindis. Cleissy se quedó quieta, mirándolos celebrar mientras clavaba las uñas en el asiento almohadillado. Lady abuela solo se limitó a sonreír y beber del vino que el criado le ofreció.

—¡Por el rey y la futura reina, que su futuro sea tan brillante como el sol y tan bendecido al igual que los campos de viña del que bebemos este vino! —lord Alfotch alzó la copa y el resto lo imitó, salvó Cleissy.

—Para que príncipes y princesas corran por estos pasillos y que ningún mal caiga sobre ellos —siguió el brindis Myrell.

Fue el turno de lady abuela. Ella se aclaró la garganta.

—Deseo que ambos sean felices y que su matrimonio sea prospero —aunque no parecía tan convencida de lo que decía.

Cleissy, quien había guardado la furia dentro de ella, no soportó más y en un rápido movimiento se levantó de su silla. La princesa observó con fijeza a su hermano y a regañadientes le dijo:

—¿Cómo puedes desposarla después de que me golpeara? ¡Ella no es buena para ti!

Freya hizo un ademan desdeñoso hacia la princesa.

—Hermana —Callum apretaba la mandíbula—, te recuerdo que tú también le faltaste el respeto. Esto no trata sobre ti ni tus ridículos reproches.

—¡Nunca se trató sobre mí! —bramó ella con leve tono de dolor escondido en su encolerizada voz—. Tú y padre se encargaron de eso.

Cleissy se marchó del comedor con los ojos enjuagados en llanto.

Para mediados de octubre Cleissy se resguardo en la biblioteca real, solo tenía permitido entrar en ciertas ocasiones como eran sus horas de estudio, pero ella y Aliona vigilaron las puertas hasta el atardecer y siempre que los lores se retiraban del lugar, se metían a hurtadillas. Fue así como antes de cada cena ambas muchachas escudriñaban las estanterías repletas de libros, pergaminos y mapas. En un principio la princesa no sabía por dónde empezar a buscar, más tarde recordó el nombre que el Puka le proporcionó: Ocur.

La última vez que charló con la sombra dijo cosas que todavía no lograba de entender y que le devanaba lo sesos, por tanto, lo dejó pasar por el momento.

Aliona y ella leyeron montones de enciclopedias, libros, registros, pergaminos y decretos, sin embargo, en ningún lugar mencionaba al tal Ocur. Cleissy comenzaba a creer que se trataba de algo y no de un nombre, hasta que un día, después de levantar una cortina de polvo de unos viejos estárteres que se encontraba enfocado al fondo, en un rincón oscuro, Aliona encontró algo.

—Se trata de un árbol genealógico que el rey Bernal I pidió que hiciera a un tal Guillermo Sunshire, era una clase de erudito del palacio en ese entonces.

—¿Qué más dice? —preguntó con impaciencia.

Aliona desplegó con delicadeza el pergamino sobre una de las mesas. Por la ventana entraba la luz del ocaso, así que Cleissy se apresuró a encender uno de los candelabros y no perderse ningún detalle.

—Árbol genealógico del gran Sagramor Todorov, emperador del continente de Pitria —leyó—. Aquí está el nombre —Aliona señaló una delicada línea en medio de otras nueve—. Ocur era uno de sus hijos. Él tuvo familia; sus descendientes portan el apellido Blacksilver. Nunca he escuchado a un lord o una lady con ese apellido.

—Ni yo —admitió Cleissy. Su vista recorrió el documento, de repente captó algo que no había visto. Una hilera más allá del nombre vio uno que le resultó familiar. Lo leyó en voz alta—. Nemry.

Cleissy caviló en su mente hasta el punto de dolerle la cabeza, pero al final recordó algo parecido al hermano de Ocur. Durante su primera conversación con la sombra este la llamó Nemryor. La muchacha enfocó la mirada en el árbol genealógico, siguió el apellido que sucedían a Nemry.

—Gallagher —dijo Cleissy en un hilo de voz.

Aliona la sobresaltó con el grito de sorpresa que profirió.

—¡Mira aquí! —y señaló la primera columna—. ¿No es ese el apellido de lady Evina?

En definitiva, si lo era. El hijo mayor del emperador era Arzez Todorov y de su descendencia una gran columna de nombre presidia, Cleissy se atrevía a decir mucho más que los demás. Pero el reinado de Arzez terminaba en un rey llamado Kasen II, el resto continuaba por línea femenina. El corazón le dio un vuelco cuando apreció que Freya Todorov tomó como esposo Finnley Leeuween.

—Freya desposó a Finnley en el mismo año que Aeron Barlovento fue coronado rey —comentó Aliona al tiempo que la punta de su dedo marcaba el año.

—La casa Leeuween luchó al lado de Aeron tras este declarar la guerra al rey Kasen II. Freya fue entregada a Finnley para que sus hijos no tuvieran un reclamo al trono, ya que el hombre era primo segundo del rey Aeron I. Al final la sangre Todorov y Leeuween se sentaron en el trono. Irónico ¿no?

Lady abuela nunca hablaba de su vida antes del palacio y cada vez que le preguntaban desviaba el tema de conversación. Ella venía de un antiguo linaje, de alguien que gobernó todo el continente al igual que Ocur y Nemry y los hijos de estos. Tal vez supiera algo acerca de los Nemryos o los Blacksirver, quienes a su vez eran parientes lejanos de la anciana.

Al día siguiente Cleissy regresó sola a la biblioteca, buscó el pergamino y se sentó a explorar cada minúscula parte de él. Sin embargo, sus torpes manos maltrataron la delicada pieza; algunos nombres se borraron y otros trozos se hicieron añicos. Era temprano, así que el sol de la tarde le calentaba la espalda.

La biblioteca se encontraba baldía, pero pronto una ventisca interrumpió desde la ventana más alta. Cleissy corrió a cerrarla y enseguida buscó debajo de las mesas el pergamino, que salió volando con la brisa. Lo encontró en un rincón oscuro y encima de él una bota negra y brillante. Se preparó para que algún criado la echara por estar ahí sin una institutriz, mas fue su sorpresa al atisbar una mano pálida que ofrecía su ayuda y al levantar la mirada vio a la sombra.

La princesa tomó su mano y notó que era suave. Él recogió el pergamino y Cleissy le dio las gracias. En esa ocasión no había sombras que emergieran de él, era un cuerpo sólido como el de ella.

Volvió a dejar el trozo de papel en la mesa y el muchacho tomó asiento frente a Cleissy. Ella fijó su mirada en el documento, porque no quería mirarlo mucho o que notara su repentino interés sobre él. Observándolo bajo la luz del sol, sin sombras y un cuerpo completo, Cleissy se percató que era un hombre joven y apuesto, quizás uno años mayor que ella, de ojos penetrantes y cabello negro como la noche. Todo en él derrochaba un aura de frialdad pura. No obstante, contempló el brillo en sus ojos ámbar y fue como si percibiera su alma.

—¿Viniste a cumplir tu promesa? —preguntó ella.

—Todavía no —replicó y Cleissy se sintió un poco decepcionada—. Primero tienes que comprender algunas cosas.

—¿Cómo cuáles?

—Disciplina, conocimiento y perseverancia.

—Eso no me ayudara a que mi hermano deje de tratarme como si fuera una de sus mascotas.

—Te ayudara a entender quién eres —la sombra se inclinó hacia delante y le tomó la mano. Cleissy se sobresaltó— y así no temerás a lo que venga después.

Él abrió la palma de la muchacha, la punta de sus dedos trazó algo mientras murmuraba en voz baja unas palabras que Cleissy no pudo comprender y al instante un símbolo de una cruz invertida con una serpiente enroscada en ella. Cleissy chilló, pero la sombra no le soltó y en un parpadeo una pequeña e inestable haz negro salió de su propia piel. Él se apartó.

Cleissy se quedó absorta. Movió los dedos y a la vez el haz se desplegaba y volvía a unirse.

—¿Qué es esto? —inquirió con los ojos bien abiertos.

—Tu poder —replicó la sombra—. Una pequeña parte de él. Le ayudé un poco y por esa razón salió.

—¿Tú también puedes hacerlo?

—Por supuesto —chaqueó los dedos y dos látigos oscuros sacudieron la mesa—. Se le conoce como magia oscura.

—¿Magia? —Cleissy se echó a reír—. Eso no existe.

—Si no existiera la magia, ¿cómo explicas esto y lo que ocurrió con los Herejes?

Se mordió la lengua. Le habían dicho que las cosas parecidas a la magia eran abominaciones, las personas que la practicaban no tenían alma y que al morir no había paraíso que los recibiera gracias a la impureza.

—Si esto es magia, ¿por qué puedo hacerla?

—Porque lo llevas en la sangre. No todos los Ilyrios pueden hacerla, solo tres familias cuentan con el poder.

—¿Ilyrios?

—A los que ustedes llaman Herejes. La mayoría vive al otro lado del mar.

El haz oscuro revoloteó por última vez y se desvaneció como humo.

—Yo no puedo ser una Ilyria —una leve cosquilleó serpenteó por sus palmas abiertas—. Soy Darkhirana. Una princesa. Alguien que nunca ha salido de este país.

—Uno nunca conoce realmente su estirpe.

Cleissy tuvo la impresión de que decía la verdad. ¿Qué tal si ella heredó el poder de algún antepasado y por tal razón la escondieron desde pequeña? ¡Ahora entendía a qué se refería su hermano en aquella conversación con lady abuela!

—¿Y qué es la magia oscura? —inquirió para desviar el tema. Por alguna razón pensaba que si continuaba por ese camino terminaría decepcionándose.

—Un arma. Es el tipo de magia que usas para defenderte de todo el que quiere herirte —al notar que la princesa tenía un semblante confundido, procedió a explicarse mejor—. Es un ancestral arte que mis antepasados desarrollaron para defenderse de una amenaza. Corrompimos los límites de lo puro y lo sagrado y lo transformamos en algo nuestro para que hiciera que nuestros enemigos temblaran —hizo de su mano un puño y las sombras salieron en forma de llamas—. Puedo maldecir, hechizar e invocar seres del averno si se me plazca. De ella no saldrá nada bueno, pero puede ser beneficiosa para uno mismo. Es un poder antiguo y poderoso, peligroso para quien no sepa dominarlo.

Escuchar aquello le provocó escalofríos, mas imaginó que si lograba tener dominio de la magia oscura podría asustar a Freya y hacer que ella y su familia se marcharan y así librar a Callum de ellos.

—Quiero que me enseñes a usarla —dijo.

—Como dije, hay ciertas cosas que debes aprender primero —añadió y su mano regresó a la normalidad. Poco a poco la luz del sol se suavizaba hasta dejar solo una luz naranja—. El primer lugar tenemos que reunirnos cuando el sol se oculte.

—¿De noche? No sé si pueda salir.

—Iré a tu dormitorio.

A Cleissy se le calentaron las mejillas.

—¿Por qué no de día? ¿En el jardín secreto?

—No soporto la luz —terció de mala gana—. Me debilita. La noche, en cambio, me otorga fuerza, al igual que a ti. La magia oscura se presenta de distintas formas, pero tú y yo tenemos algo que el resto de nosotros no: controlar la oscuridad a nuestro antojo. Por ahí empezaremos con tu entrenamiento. Tienes que dominar e invocar el poder que late dentro de ti y hacerte fuerte, de ese modo ayudaras al propósito del Padre y la Madre y ellos te recompensaran.

» Prueba con hacerlo por tu cuenta a solas mientras la luna este oculta. Apenas lo hayas logrado, regresare.

Dos semanas después de la cena que asintió, el rey anunció su matrimonio con lady Freya Alfotch. La noticia fue recibida con suma alegría por los nobles y el pueblo, a quienes la corona le obsequió pan y vino como muestra de generosidad. Cleissy oyó decir a un mozo que en todos los pueblos se montaban fiestas en los bares y calles, la gente celebraba la boda real pues eso era igual a tener sus barrigas llenas con la sobra del banquete nupcial.

Sin embargo, Cleissy no recibió de tan buen humor la noticia. A partir de ahí tenía que compartir la mesa con Freya como salir a pasear al jardín o reuniones insoportables con las damas de la corte.

Y, mientras todo eso sucedía, por las noches iba al balcón de su dormitorio, con solo una ambarica luz a su lado y trataba de imitar los movimientos de la sombra. Cleissy respiraba y forzaba sus dedos a que algo saliera de ellos, pero nada ocurría. Así pues, empezó a perder la paciencia y molestarse a no obtener buenos resultados, cerró de forma brusca la puertecita y la cortina se enredó en sus manos, mas se llevó tremenda sorpresa al percatarse de que un manto oscuro oscilaba sobre sus extremidades y enseguida desapareció.

La siguiente noche, cultivó un poco más de paciencia. Y, aunque no consiguió algún avance significativo, Cleissy logró entender algo más: la penumbra le hacía sentir viva, repleta de vigor. Por más que en el fondo no quisiera decirlo, la sensación de anhelar aquel poder, no le era desagradable.

Entretanto, las costureras empezaron a tomarle las medidas a la futura reina y mujeres de la casa real. Su suerte empeoró con la llegada de tía Ana y sus hijos para la boda. Tía Ana y sus primas, Cristina y Carolin, se llevaban de maravilla con Freya. Por otro lado, cada vez que Cleissy estaba con ellas el ambiente se tornaba tenso y una que otra mirada de fastidio le era dedicada.

—Que puntadas tan horribles —le dijo una mañana Carolin mientras examinaba el bordado de la princesa—. Es flojo y no tiene forma. Casi llegas a la mayoría de edad y todavía no saber bordar, ¿cómo piensas agradarle a tu futuro marido?

—No pienso casarme —respondió con convicción Cleissy—. Eso sería estar unida a un hombre y yo no quiero que mi vida le pertenezca a alguien más que a mí misma. Recorreré todo Darkhir y el resto del continente. Navegare sobre el mar hasta llegar a las tierras Ilya y Calieitis.

—Mi madre dice que eres una bastarda y que nada de lo que digas o hagas tiene valor alguno —replicó Carolin una vez que volvía a bordar—. También dijo que harán que te consigan un noble de baja cuna o el hijo del encargado de los cerdos y así no mancharas el nombre de la cada Barlovento.

Enseguida Cristina se echó a reír.

Esa misma tarde Cleissy decidió ir a la perrera con Aliona. La princesa aún estaba triste por los comentarios de sus primas, así que su doncella robó de la cocina un pedazo de torta y queso que engulleron en las orillas del bosque.

—Lady Carolin y Cristina son un par de tontas —opinó Aliona una vez que llegaron a la perrera—. Es una princesa, alguien más cosera su ropa o la de su futuro esposo. Además, pienso que están celosas.

—Ellas son bastante bonitas, Aliona —dijo Cleissy. Ya estaban dentro de la perrera y marcharon por el sucio y estrecho corredor. A sus lados, los perros aguardaban en sus jaulas hechos un ovillo—. No son como yo...

—No, no lo son. Usted es gentil y hermosa, igual que su madre. Es lo que pienso. Creo que eso es lo único que importa —Aliona le estrechó las mano con cariño y dio una ojeada alrededor—. ¿Qué hacemos aquí?

—Venimos a buscar a un pequeño amigo.

Cleissy fue hasta el fondo, entró en la última jaula y de allí sacó al zorro de nueve colas envuelto en una sucia sábana. Aliona abrió los ojos.

—¿Qué es eso?

—Un zorro —replicó Cleissy y le rascó las orejas—. Lo cuido desde que los Herejes nos atacaron. Se llama Nevado.

—Princesa, esa cosa parece un...

—Ya lo sé, pero el pobre no tiene a nadie más que lo cuide. Callum dijo que era una criatura de los Herejes, pero a mí no me parece peligroso. Con tanta gente en el palacio no puedo venir todos los días o sospecharían, así que desde ahora se quedara en mi dormitorio.

—Si alguien lo ve, se meterá en un buen aprieto.

—De eso me encargo yo. Solo necesito que guardes el secreto.

—No le diré a nadie, de eso puede estar segura. Solo asegúrese de que no la descubran.

Por fortuna, unos pocos días más tardes, el ánimo volvió a Cleissy. Lady abuela, durante el almuerzo informó que el rey Baltasar, la reina madre Elynor, lady Jhoan Abey y su hijo asentirían a la boda del rey Callum. La princesa se regocijó, pues todos ellos eran su familia: el rey Baltasar York era el hermano menor de su madre y lady Jhoan era su tía. La muchacha era muy querida al igual que Callum. La última vez que vio a su lady abuela Elynor fue durante el funeral de Elysa.

Cleissy los recibió apenas llegaron a las puertas del palacio.

—¡Abuela! —chilló ella a una mujer mayor que bajaba de un carruaje. Cleissy casi no la recordaba, no obstante, volver a ver su rostro, hicieron que las líneas difusas tomaran formas.

—Ya eres toda una señorita —comentó Elynor observándola de pies a cabeza—. Sin duda tiene la sonrisa de tu madre —y le guiñó el ojo.

—Yo también quiero ver a mi sobrina —Jhoan hizo que girara y luego le besó las mejillas—. Permíteme presentarte a mi hijo, lord Bastián Abey.

Lord Bastián la besó el dorso de su mano con caballerosidad. El último en venir fue el rey Baltasar, a quien Cleissy le dio la bienvenida con una reverencia. Después el rey Callum, detrás de ella, se acercó a saludar.

Hubo miradas de tensión entre tía Ana, lady abuela y Elynor, cosa que Cleissy no pasó desapercibida. La princesa estaba al tanto que hacía tiempo en ambas familias había habido riñas respecto a la relación de sus padres y su nacimiento. Dieciséis años después todo parecía seguir igual.

—¿Quién es ese hombre de allá? —preguntó tía Jhoan a medida que atravesaban el jardín—. Nos observa.

—Es Callum White. Un viejo amigo de mi padre —replicó Cleissy sin darle mucha importancia.

—Sí, lo recuerdo —comentó Elynor con desagrado—. Un hombre bastante molesto para mi gusto.

—¿Por qué? —quiso saber Cleissy.

—Por su culpa no pudimos llevar a cabo la voluntad de tu madre.

Cleissy parpadeó, perpleja. Estaba a dispuesta a preguntar cual fue, pero en ese instante se toparon con la familia Alfotch y una marea de saludos volvió a ocurrir.

La boda se llevó a cabo en la sala del trono, presidida por el sumo sacerdote Hugo. Freya desfiló un hermoso vestido plateado, adornado con piedras blancas y preciosas, una tiara elegante de diamantes y joyas que alguna vez usó su madre. Callum esperaba a un lado del altar, con un traje blanco y la corona dorada en la cabeza mientras el anillo de rubíes brillaba en su mano. Tan pronto la ceremonia termino hubo aplausos y vítores por parte de los nobles.

El jardín estaba rebosante de invitados de todo el país.

El plato frente a ella estaba repleto de carne y verduras, el apetito se le esfumó desde la mañana. Cleissy dio un vistazo por el lugar: el jardín había sido decorado con rosas rojas, las mesas de los invitados estaban repleta de vino y comida, los presentes reían y conversaban animados. La familia real y la futura reina se ubicaban en una mesa rectangular encima de un estrado. Callum charlaba con el rey Baltasar.

Aliona estaba de pie no muy lejos del estrado. Por otra parte, lady abuela y Elynor permanecían calladas una al lado de la otra, con semblantes orgullosos y fijos hacia delante.

La música de los violines distrajo a Cleissy. Un rato despues Bastián le invitó a bailar. Cleissy atisbó el semblante iracundo y repleto de envidia de Carolin; desde la llegada de lord Abey, su prima no le había quitado los ojos de encima. Al regresar al estrado, tras terminada la danza, Elynor la miró con dulzura y preguntó:

—¿Qué tal te parece Bastián?

—Es simpático —replicó mientras volvía a su asiento.

—¿Te agrada?

Cleissy asintió con la cabeza.

—¿Crees que es guapo?

—¿A qué viene esa pregunta? —espetó lady abuela, girando la cabeza para observar a la otra anciana.

—Nada en especial —replicó—. Quizás mi nieto reconsidere el deseo de su madre.

Cleissy fijó la vista en su abuela, de repente se interesó en la conversación.

—No hay nada que discutir —terció lady abuela—. Mi hijo tomó una decisión con respecto al asunto y respetaremos su voluntad.

—Tu hijo solo se quedó con la niña porque aquel bastardo lo convenció de hacerlo, de no ser por él, a Vikram no le hubiera importado enviarla a un monasterio y jamás volver a ver su cara. ¡No trates de ocultarlo! Scorp y los demás dioses son mis testigos, maldigo el día que mi marido permitió que esa criatura endeble desposara a mi hija.

Tía Ana, quien ocupaba un asiento al lado de su madre, reparó en la conversación e hizo un ademán furioso. Callum y el rey Baltasar no se habían percatado de la acalorada discusión que se mantenía cerca de ellos. Por otro parte, el grupo parecía haberse olvidado que Cleissy estaba ahí y discutían sobre ella y sus padres como si no estuviera presente.

—¿Con qué derecho se atreve hablar así de mi hermano? —tía Ana frunció los labios—. Debe ser mi familia la que se sienta ofendida, pues fue su hija quien manchó nuestro nombre y dio a luz a la bastarda de un Hereje.

—Eso no puedes confirmarlo —repuso Elynor—. Los rumores son algo que puede costarle la cabeza a cualquier.

—¿Y cómo explica que la muchacha sea tan diferente? —inquirió Ana, cada vez más enojada—. Vikram fue muy bondadoso a permitir que la chica comiera en su mesa.

—El rey Vikram fue un desalmado que no dudo ni un momento en encerrar a su reina e hija en una torre durante semanas solo porque sí.

—¡Basta! —bramó lady abuela para que las dos mujeres callaran.

Cleissy tenía un nudo en la garganta al escuchar todo aquello. ¿Qué era mentira y qué era verdad? Ella no lo sabía, pero de una cosa estaba segura y es quería regresara su dormitorio. Le dolía la cabeza. Lady abuela observó su rostro, afligida. Elynor y tía Ana se dedicaron miradas de odio, mas no volvieron a discutir.

Por el rabillo del ojo ella se percató de que Callum White vino desde detrás del estrado y enseguida le susurró algo al rey. El hombre poseía una maraña de pelo rubio salpicada por mechones blancos, debajo de la nariz un espeso bigote sobresaltaba y las líneas de expresión se le marcaban en la cara.

Jhoan sorprendió a Cleissy mirando al viejo amigo de su padre y le susurró cerca del oído:

—Todavía recuerdo las cartas de tu madre. No sé si lo recuerdes, pero una vez dijiste delante de todos que querías casarte con un tal Callum White.

Cleissy se limpió una lagrima. Por supuesto no lo recordaba y deba agracias a Petis que así fuera. Pese a ser muy buen amigo de su padre, era un bastardo del rey Bernal, su abuelo, por tanto, era su tío.

—Por cierto —empezó a decir Jhoan mientras daba un sorbo a su copa—, no veo por ningún lado a lady Amira ni a la emperatriz Amelia.

Lady abuela se tensó.

—Imagine que las hermanas de Vikram vendría a la boda, después de todo, es su sobrino quien se casa. Oh, cierto —y Jhoan soltó una risotada—. El rey Bernal exilió a sus hijas mayores tras la disputa por el trono.

El ruido de la música enmudeció la conversación. Un grupo de condesas y duquesas se agruparon en un rincón, abanicaban con ferocidad y reían emocionadas. Callum y Freya caminaron en medio de la pista de baile, la tonada alegre se abrió paso a una orquesta y la pareja dio inicio a la danza matrimonial. Cleissy dio gracias de que los nobles estuvieran ocupados para no ver su cara asqueada.

Tras un rato la música se detuvo. El rey y su recién esposa tomaron asiento, sus mejillas estaban rojas y sudorosas.

—Pronto será la hora del encamamiento —comentó el rey Baltasar—. Espero que tu esposa sea tan fértil como bella.

Freya sonrió, avergonzada.

—No tiene de que preocuparse, mi rey. Estoy segura que pronto quedare en cinta.

Cleissy bebió varios sorbos de vino para relajase. En el siguiente lapso de tiempo los invitados se acercaron a la mesa nupcial, ofreciendo ostentosos regalos, desde mantas con bordados de oro hasta cofres repletos de joyas. La casa Blackwood, quienes mantenían buenas relaciones con la corona, se presentaron al pie de la mesa. William Blackwood y su primogénito Edward, dieron al rey una daga de acero negro y a la reina diamantes de las minas. Lewis, el primo, el primo se su alteza, no se quedó atrás y obsequió hermosas perlas del mar.

Sin embargo, la sorpresa llegó luego, pues un par de mensajeros extranjeros se aproximaron con un cofre de color negro. En el extremo izquierdo vio al capitán y Callum White con los semblantes pétreos.

—Majestad — un criado saludó con gesto nervioso y leyó un pedazo de papel en sus dedos—, un pequeño presente enviado por parte del rey Igor Hatman.

Ella se removió en su asiento, ansiosa. Callum se enderezó en su silla. Lady Myrell se acercó a la mesa, muy próximo a su hija. El jardín quedó en completo silencio. El criado volvió a leer.

—Las bodas son sinónimos de gozo, a través de ellas podemos enriquecernos de nuevas fortunas y alegrías. Lamento no estar presente para compartir su felicidad, mi rey, pero mi corazón sigue marchito por la pérdida de mi hija Evyanna y mi nieto Ricardo, tu reina y heredero. En un principio no quise creer que el hombre que le juró lealtad a Evyanna frente a los dioses se atreviera a traicionar mi confianza de tal forma. Mis ciegos ojos se han abierto. Evyanna tenía razón en sus cartas y una horda de sus hombres saquean mis fronteras con la promesa de invadir mis tierras. Asesinaste a mi hija como venganza por revelar tus planes y decidiste reemplazarla con una prostituta. No tengo dudas de que la reina Evyanna era lo suficientemente buena para alguien tan mediocre. Su muerte no quedara impune y cobraré la vida de tu familia, al igual que hiciste con mi hija.

Los invitados murmuraron. El criado envolvió la carta y los mensajeros con el cofre se acercaron sin que el capitán lo ordenara. Rudolf les gritó que se detuvieran y la gente chilló alarmada. Lady abuela la tomó del brazo y Ser Estefan, recién recuperado de sus heridas, se puso en guardia. Lord Bastián no dudo en acercarse a su madre y abuela.

Los mensajeros abrieron el cofre y lanzaron el contenido. Una cabeza de león ensangrentada rodó por la mesa y salpicó el vestido de Freya. La guardia reañ se les abalanzaron encima a los emisarios. Carolin y Cristina no paraban de gritar. Cleissy vomitó sobre su plato. En medio de la confusión vio que el soldado Artrel Dabrowski alejaba a Aliona de la escena. Freya se desmayó en los brazos de su madre.

La gente gritaba escandalizada por lo ocurrido. Callum cargó a Freya en sus brazos y salió disparado en dirección al palacio. Callum White y Ser Estefan alejó a lady abuela y la princesa lejos. Cleissy discernió como el rey Baltasar ordenaba a los soldados escoltar a los invitados fuera del jardín.

Aquello fue una declaración de guerra.

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