VII
Herejes y un beso en la oscuridad
Cleissy bajó las escaleras en dirección al comedor. Los peldaños estaban cubiertos con una gran alfombra roja y de los postes colgaban las flores del jardín. Ser Estefan se detuvo en la entrada y la princesa entró al comedor, que era una sala rectangular con luces doradas y jarrones antiguos, los retratos de obras artísticas se adosaban a las paredes. Las cortinas descorridas dejaban a la vista el bosque. Callum estaba sentado a la cabecera de la larga mesa y Freya a un lado, asqueada por el desayuno. Cleissy se alegró de que lady Myrell no estuviera por allí.
—¡Buenos días, cariño! —saludó lady abuela.
—Buenos días —musitó, despacio, sin apartar la vista de Freya.
Callum se movió en su silla, tenía las manos debajo del mentón y observaba a las tres mujeres una por una.
—Es una bonita mañana —comentó.
Cleissy percibió que en la mesa se respiraba la tensión. Sin embargo, ella no le hizo caso y se limitó a terminar su sopa. Enseguida vino el segundo plato. Freya rechazó la comida, su piel blanca se tornó verdosa y llevó uno de las servilletas a su boca.
—¿Te encuentras bien? —inquirió su hermano.
—No se preocupe, majestad. Solo es un simple malestar.
El rey sujetó los dedos de Freya y trazó una serie de caricias por sus nudillos.
—No quiero que te enfermes, paloma mía.
Cleissy dejó caer el tenedor sobre el plato. El ruido sordo puso en alerta a todos.
—Que torpe —se disculpó ella y volvió a tomar el tenedor, aunque por el rabillo del ojo percibió la mirada de lady abuela.
—Viajare en unos días, hermana —hizo saber el rey para desviar la atención de lo supondría un ataque de la princesa—. Hay un pequeño asunto que debo resolver en persona. Estarás bajo el cuidado de nuestra abuela hasta que regrese.
—¿A dónde vas?
—Visitare a un viejo conocido.
—¿Quién es? —insistió.
—El amigo de nuestro padre —replicó mientras tamborileaba los dedos en la mesa—. Se encuentra en una posada en La Plata, parece que hizo una mala apuesta con Willian Blackwood —y se echó a reír—. Te traeré pintura de regreso aquí.
Cleissy tuvo dudas. Sin duda Callum no le soltaría sus verdaderos planes, por lo tanto, la muchacha pensó que aquello solo era una verdad disfrazada. Según lo que escuchó aquel día su padre también conocía la maldición que poseía. Callum White fue el amigo y confidente más cercano al rey Vikram, por lo cual, debía tratarse de él.
—¿Puedo ir a saludarlo yo también?
—Lo mejor es que aguardes aquí, cariño —opinó lady abuela—. Los pueblos están siendo atacados por una horda de rebeldes, sería peligroso que salieras fuera de la seguridad que te ofrece el palacio.
Freya carraspeó.
—Hoy es un día afortunado para ti, hermana. Freya y tú irán a pasear por el bosque a caballo.
La princesa lo contempló por un largo rato con los labios fruncidos.
—Aliona y yo íbamos a terminar el telar que empezamos —dijo Cleissy.
—Eso puede esperar —terció Callum con gesto sereno—. Hoy hace un buen clima y quiero que lo disfrutes. Ve por tu túnica y dirígete al establo. No siempre estoy de humor.
Lady abuela la siguió con la mirada mientras abandonaba el comedor. Una vez que se cerraron las puertas dobles, marchó a buen paso hasta encontrar a Aliona cerca de su dormitorio.
—¿Qué tal el desayuno?
—Vamos adentro —Cleissy tomó uno de sus pergaminos del escritorio y escribió sin detenerse una nota, que tendió a su dama—. Entrégale esto a Konstantin de inmediato.
—¿Qué ocurre?
—Solo hazlo, Aliona. Debo ir a los establos para un tonto paseo —soltó un hondo suspiro—. Cuando vuelva te diré todo, te lo prometo.
Aliona guardó el pedazo de papel en su corpiño y partió a la encomienda de su señora.
Al poco rato la princesa estaba recorriendo el camino de alabastro blanco y el estanque de patos. Los abetos altos estaban recién podados y el rocío de la mañana se deslizaba por las diminutas hojas. La suave brisa tocó sus mejillas como si cientos de pétalos danzaran en el aire. Al llegar a los establos vio a Konstantin al lado de la puerta y respiró aliviada.
—¿Qué fue ese mensaje? —susurró mientras observaba a Ser Estefan—. ¿Ocurrió algo?
—Callum partirá en unos días. Dijo que iría a visitar a un viejo amigo de mi padre. ¿No lo ves? Se reunirá con lady Ronnetta. Dime que tu investigación dio alguna clase de fruto.
—Lo que sé no es suficiente para dar una respuesta concreta, parece ser que trabajó por un largo periodo en el palacio como dama de la reina Elysa.
Cleissy frunció el ceño y su pulso se aceleró. Escuchar aquello la dejó anonadada. No obstante, el breve instante de desconcierto se esfumó con el sonido de pisadas que se acercaban. Freya llegó en compañía de unos pocos soldados. El mozo no tardó en preparar la yegua marrón de la princesa. Cleissy acarició su lomo y ella relinchó. Nadie parecía impórtale que Konstantin se uniera al paseo; Cleissy intuyó que tal vez Freya pensó que era uno de sus guardias.
—¿Cómo descubriremos a donde se dirige mi hermano? —susurró Cleissy.
—Se ira fuera del palacio con sus soldados. Si persuado alguno...
—Callum no quiere que nadie sepa su verdadero destino, sus guardias no dirán nada.
—Tienes razón; pero cualquier hombre borracho habla más de la cuenta. Estoy seguro que aquellos que no se separan de él deben saber algo. Una vez que sepas donde vive esa tal Ronnetta, ¿qué harás?
—Iré con ella —dijo con firmeza—. Ya pensare como escaparme.
Konstantin asintió, pero no dijo nada al respecto.
Se habían alejado un poco de Freya y su caballo, apenas los alcanzó, sonrió. Su cabello ondulado estaba suelto y su cara había sido retocada con algo de polvo para mejorar su aspecto.
—Su majestad me comentó que te gusta dibujar —dijo Freya tras cabalgar varios minutos en silencio.
—No me gusta que el rey hablé de mí con extraños —soltó.
—No soy una extraña —Freya trató de no sonar tan brusca—. El rey me eligió. Tiene que aceptar su decisión y dejar a un lado los berrinches. Callum no me dejara tirada. Su majestad haría lo que sea por mí. A diferencia de usted, no soy un dolor de cabeza para él —y sonrió con arrogancia.
Cleissy apretó la correa y sintió como el cuero le quemaba la piel.
Cabalgaron cerca de las profundidades del bosque. El olor a caoba que emanaba el sitio era agradable, las ramas crujieron y Cleissy dejó que el viento despeinara su cabello. Desmontaron de los caballos y Freya dio una ojeada al lugar. Los árboles se agrupaban en círculos, dejando un espacio abierto libre de ellos. Las hojas en débiles tonalidades comenzaban a acumularse en la tierra, anunciando la llegada del otoño. La muchacha tomó asiento en una gran roca y disfrutó de la naturaleza. Konstantin se sentó a su lado.
Freya caminó por el lugar con los soldados siguiéndole el paso. Cleissy cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, el cuerpo le tiritó y de un momento a otro se sintió uno con la naturaleza. De forma repentina suaves y amortiguadas voces en una extraña lengua le susurraron al oído, alcanzó a oír un río y el aleteo de aves; pero algo reverberó por encima de ellos: el singular chillido de un animal
Ella se puse de pie. Konstantin la miró extrañado y Cleissy le di un vistazo a Ser Estefan, quien miraba receloso a cualquier lugar que sus ojos fueran.
—Hay un animal llorando por allí — señaló el norte, aun extrañada por la sensación de llamado que el bosque le producía.
—¿De qué habla? Yo no escuchó nada.
—¡Vamos! Antes de que nos vean.
Agarró el brazo de Konstantin y lo obligó a levantarse.
—¡Oye, espera!
Ambos se escabulleron y tan pronto echaron a correr, Ser Estefan gritó su nombre y corrió tras ellos. Atravesaron la ladera, bordearon la barranca más cercana y al cruzar un arroyo se dieron cuenta de que habían llegado al corazón del bosque, el cielo quedó oculto por las ramas y todo allí era oscuro y lúgubre.
Caminaron un poco más, hasta atisbar un árbol viejo cubierto de moho, debajo de sus raíces se había escarbado una cueva pequeña. Konstantin estaba inquieto. Entonces el aullido volvió a escucharse, aunque él parecía no percibirlo. Cleissy se acercó con cautela, pero fue descubierta por el caballero.
—¡Por las barbas de mi abuelo, princesa! —el viejo caballero se secó el sudor—. Soy demasiado viejo para echarme a correr por el bosque.
—Mis disculpas, Ser, pero creí oír algo. Preferí huir y así no dejarlo bajo las ordenes de Freya. Pienso que hay un animal herido. Iré a echar un vistazo.
—Déjeme a mí, princesa —dijo Ser Estefan—. Puede ser salvaje.
Ella asintió. El brillo de la armadura centelleó y el caballero se metió en las raíces del árbol, que era fría y estaba repleto de insectos. Los bichos volaron y la princesa gritó.
—¿Qué ocurre? —preguntó Konstantin, alarmado.
—¡Una cucaracha!
—¿En serio? —inquirió con tono divertido.
—Son asquerosas —se defendió ella.
Ser Estefan salió a rastras de la cueva, cubierto de fango, gusanos y hojas. Él le tendió la bola de pelos a Kosntantin y se apresuró a sacarse los diminutos cuerpos blandos y alargados. Se marcharon de ahí y cuando el sol volvió a ellos, Cleissy se percató de que encontró a una cría de zorro.
Konstantin y el guardia real miraron con curiosidad al pequeño. La suciedad cubría su pelaje blanco. Apenas la princesa lo cargó en sus brazos se dio cuenta de que no era un zorro común, lo más significativo era que en vez de una sola cola poseía nueve.
—Sin duda es raro —observó Konstantin y acarició las orejas del animal, fascinado—. Quizás se perdió o su madre no lo quiso.
—¿Cómo supiste que estaba ahí? —preguntó Ser Estefan.
—En realidad, no lo sé. Solo lo escuché llorar.
—Es mejor regresar, nos hemos alejado bastante —terció el aludido.
De pronto Konstantin se puso en alerta y Ser Estefan sacó la espalda, por encima del hombro de su amigo, Cleissy vio cerca de unos matorrales a una a un hombre que sostenía una flauta de madera, sus orejas eran puntiagudas y en vez de piernas tenía patas de cabras, poseía cuernos de ciervo en la cabeza, de los cuales le colgaban dos torques, su barba era abundante.
Y Cleissy volvió a sentir ese llamado, a sacarse las zapatillas y meter los pies en el río, a comer de los huertos y abrazar la tierra. Era una parte de ella que permanecía dormida, pero tras escuchar al zorro y estar tan de cerca de esa criatura, luchaba por hacerse paso.
El ser la contempló por un largo rato, dio media vuelta y se sumergió en la profundidad del bosque en silencio.
—¿Qué era eso? —preguntó Konstantin, atónito.
—No lo sé —dijo, igual de confundida.
De vuelta en el claro de árboles vieron los caballos apiñados, uno de los soldados se quedó a cuidarlos, el hombre silbó y al rato la guardia real y Freya se aproximaron agitados.
—¿Cómo se atreve a llevarse a la princesa por el bosque? —le reprendió Freya a Kosntantin.
—No es su culpa —intervino Cleissy—. Yo lo obligué acompañarme. Escuché un llanto y no pude hacer a un lado mi curiosidad.
Freya se fijó en los brazos de la princesa. El zorro se movió y sus nueve colas se sacudieron. Los soldados dieron un paso atrás.
—Es una criatura de los Herejes. ¡Hay que matarlo! —dijo uno de ellos
—¡No! —exclamó Cleissy.
Freya dio un paso delante de los demás.
—¡Princesa, suelte al animal! —ordenó.
—No eres nadie para darme órdenes. Solo eres una mujerzuela.
¡Paf!
Ser Estefan apartó a Freya. Cleissy acarició su mejilla caliente y dolorida, apretó los dientes y volteó la cabeza de forma desafiante a la mujer. Freya perdió el rubor rosado que siempre estaba impregnado en sus mejillas, parpadeó varias veces y sujetó la mano con la que la golpeó. Su cuerpo no dejaba de temblar.
—Conoce tu lugar —espetó Cleissy.
El cachorro se removió inquieto en sus brazos. Las hojas crujieron y un segundo más tarde un grupo de encapuchados se les lanzó encima.
—¡Protejan a la princesa! —gritó Ser Estefan—. ¡Son Herejes!
—¡Cleissy huye! —Konstantin la empujó lejos de él y enseguida sacó un puñal de su cinturón.
Freya corrió con la princesa a rastras hasta los caballos. Cleissy contempló con terror la escena: solo había unos pocos miembros de la guardia real contra una horda de encapuchados. Ella por primera vez fue testigo del poder de los Herejes: se sacaron las capuchas revelando torsos y brazos completamente dibujados por runas y cubiertos de sangres. El líder movió las manos y una fuerte ventisca sacudió a Cleissy y compañía.
La princesa apretó al zorro contra su pecho. La falda se le levantó, impidiendo observar lo que sucedía y en un parpadeó uno de los Herejes la tenía debajo de él. El cuerpo le apestaba a sudor y sangre. En alguna parte escuchó a Freya gritar.
—Pero ¿qué tenemos aquí? La princesita —le susurró en el oído y Cleissy se estremeció—. Veníamos por tu hermano, mas Ariel quiere que tengamos un poco de diversión.
El Hereje arrancó a la cría de sus brazos y cargó a Cleissy sobre sus hombros.
—¡No, no, no! —exclamó—. ¡Callum! —llamó, desesperada.
—¡Por nuestro pueblo! ¡Por la sangre que derramó Vikram! ¡Mátenlos a todos! —ordenó a los demás Herejes.
Ser Estefan fue tras de ella, sin embargo, otro Hereje se interpuso en su camino y lo lanzó por el aire a una gran altura y después de que cayó, Cleissy oyó el chasquido de sus huesos. Freya estaba tirada en la tierra con el corpiño roto y el abdomen cortado. El ultimo recuerdo que tuvo de ella fue vislumbrar el horror en sus ojos aguados. Konstantin tomó un caballo y corrió lejos de ahí. Cleissy alargó la mano hacia la mancha borrosa que se alejaba.
Apenas el ruido de la batalla escapó de sus oídos, el Hereje la tumbó contra un árbol.
—Tu familia pagara por lo que nos hicieron —dijo—. La muerte no es suficiente castigo para lo que nos han hecho.
—Mi familia no hizo... nada.
—Niña tonta.
«Ven a mí y yo te ayudare», susurró la voz de la sombra por el bosque.
Cleissy parpadeó. Estaba débil y le pesaban los hombros.
«Déjame ayudarte».
—Ayúdame.
En aquel momento una cortina de humo negro cubrió el bosque. Cleissy no vio nada, pero escuchó un gruñido y luego el grito ahogado del Hereje. Estaba sola, no obstante, tuvo la impresión de que unos brazos le tomaron los hombros y se durmió.
Cleissy se despertó con el ruido de voces.
—Lady Evina, la princesa está despertando —dijo Aliona en alguna parte.
—Notifica a su majestad de inmediato.
La doncella salió como un torbellino del dormitorio. Cleissy logró que su cabeza recobrara el sentido, recordó todo: el cachorro, el hombre con piernas de cabra, la lucha en el bosque.
Trató de enderezar el cuerpo, pero un fuerte tirón le alcanzó en la espalda.
—Calma. Calma. Todavía estás débil. Solo ha pasado un día.
—¿Qué pasó?
—Parece ser que se toparon con un ataque sorpresa de los Herejes. Pensaban tomarnos desprevenidos, pero gracias al aviso de Meyer a los hombres de los barracones pudo llegar a tiempo para salvarte a ti y a lady Freya. Fue Ser Draven quien te encontró y debido a esto tu hermano le concedió el honor de ser un caballero. Muy pocos bastardos han llegado tan lejos.
»El rey pospuso por algunos días su viaje —ella tomó aire y lo soltó despacio—. Está muy enfadado con él mismo. Se confió demasiado y no creyó que un asalto como este sucediera en este momento. No estaba preparado.
—¿Qué hay de Ser Estefan? ¿Esta...?
—Tiene algunas costillas rotas, pero se recuperará.
—¿Y Freya? Uno de esos Herejes la atacó.
—Ella está bien, aunque no para de llorar. La podre tenía todo el vestido desgarrado. Fue una fortuna que su cuerpo no fuera profanado.
—Me abofeteó —dijo Cleissy.
—¿Qué dijiste? —inquirió lady abuela con el entrecejo arrugado.
—Freya me abofeteó en el bosque antes de que empezara la lucha. También dijo que era un dolor de cabeza para el rey.
No era lo más adecuado, pero dado que la tensión era palpable y el rey estaba furioso por el ataque que sufrió la princesa, añadir una que otra cosa al relato no le sentaba mal a Cleissy. Al final, a Callum no le haría gracia saber que una súbdita se atrevió a faltarle al respeto a su pequeña hermana.
—Me golpeó tan fuerte que caí al suelo y fue entonces que el Hereje me capturó. Fue su culpa, sino hubiera escapado.
—¡Insolente! Ya vera lo que le espera.
Su majestad entró al dormitorio sin tocar, se acercó a la cama y tomó asiento en la orilla.
—Estaba tan preocupado.
Cleissy embozó una sonrisa. De repente se acordó del zorro.
—Encontré algo en el bosque, un pequeño zorro. ¿Alguno de los soldados lo vio?
Lady abuela y Callum compartieron miradas nerviosas.
—Sí, cariño —replicó Evina con una sonrisa forzada—. Meyer nos contó acerca de él.
—No puede estar aquí —terció Callum, receloso—. Ese animal pertenece a los Herejes. Traerlo al palacio solo causara problemas.
—Es un bebé —dijo Cleissy—. Estaba solo y perdido.
—Hermana, comprende que si lo mantienes cerca de ti te sumergirás más en su mundo y... —los ojos de Callum centellaron—. A nuestro padre no le hubiera gustado.
—Nuestro padre me encerró por años, y ¿qué hay de nuestra madre? —Cleissy se cruzó de brazos—. Ella so se hubiera negado.
—Tienes razón, pero ella no está aquí.
Esas palabras abrieron todavía más una grieta dentro de la princesa.
—Por favor, hermano. Te prometo que no causara problemas.
Callum sacudió la cabeza.
—Lo mejor es que este lejos. No permitiré que todo lo que hizo mi padre por nuestra madre y por ti sea en vano.
—Los Herejes vinieron a nuestras puertas por la sangre que derramó mi padre. ¿Qué hizo? —Cleissy empezaba a cansarse de tanto misterio—. ¿Por qué nos odian?
—Eso no te concierne —dijo fríamente Callum—. Vuelve a descansar —y se marchó.
—Konstantin le envió una carta —informó Aliona mientras le daba el sobre.
Cleissy acarició el papel con los dedos y miró con ojos brillantes a su doncella. Se apresuró abrirlo y tardó un largo tiempo entender la letra torcida de Kosntantin. No obstante, su pecho saltó desbocado al leer las noticias.
—¿Qué dice?
La princesa le contó con brevedad lo que escuchó de Callum y su misteriosa salida fuera del palacio.
—¿Piensa que un Hereje la maldijo por algo que su padre hizo y ahora se salió de control?
—Es lo que creo —replicó Cleissy—. Pero todavía hay muchas dudas que necesito responder —contempló el trozo de pergamino—. Se dirige a Malboria. Lord Norfolk va hacia allá también. Es mi oportunidad para conocerla, para saber qué es lo que oculta mi hermano.
—¿Cómo piensa hacer eso?
—Toma papel y escríbele esto a Kosntantin.
Aliona tomó una pluma y desde el escritorio escribió lo que la princesa le decía. Apenas terminó, la doncella le dio la carta.
—Es como si la hubiera escrito yo —comentó Cleissy.
—Es un pequeño talento que tengo. Se sentirá más dichoso si sabe que fue usted quien la escribió. No dudo que la guarde debajo de su almohada.
—¿Por qué lo dices? —preguntó con interés.
—Por nada —dijo con voz queda e hizo una mueca de desagrado tan solo sugerir aquello—. No olvide decir sus plegarias.
Cleissy no podía dormir, por lo que, con solo una lámpara de gas encendida, cogió el carboncillo y empezó a dibujar el zorro del bosque y el hombre de cuernos. La punta de sus dedos era negra debido a los contornos oscuros. Estaba concentrada justo en el instante que una ventisca abrió la ventana y apagó la luz. Ella se precipitó a cerrarla antes de que la brisa acompañada de la lluvia de aquella noche se adentrara dentro de su dormitorio.
Y, tras darse la vuelta, vio una figura alta y borrosa. Cleissy notó sus ojos amarillos deslizarse por la habitación. En un parpadeó se alejó del umbral y al cabo del otro estaba al lado de la lámpara, la cual encendió. Cleissy vislumbró a un joven hombre envuelto en sombras, iba ataviado con ropas negras y elegantes y un pañuelo de seda a modo de corbata, por encima de estos ella apreció un levita.
—Te has recuperado —comentó la sombra.
—Han cuidado bien de mí —replicó—. No imaginé que fueras...
—¿Un hombre? —ella asintió—. ¿Creías que era como las criaturas que viste en el bosque?
Cleissy guardó silencio.
—Gracias por salvarme —musitó despacio—. Sin ti esos salvajes... En fin, no estuviera aquí para contarlo.
—Mi ayuda no es algo que suelo ofrecer a desconocidos. No te salvé por simple altruismo, te di una oportunidad para que conozcas las cosas de que eres capaz. Te ofrecí un nuevo comienzo.
Cleissy tragó grueso.
—¿Eso es lo que ofreces? ¿Una nueva mañana en la que casi no soy torturada?
—Te ofrezco poder. Eres como yo —continuó diciendo la sombra—. Incomprendida, olvidada y menospreciada por los suyos. Pero eso puede cambiar. Por supuesto, si aceptas el destino que el Padre y la Madre prepararon para nosotros
—¿Cuál destino?
—Libertad. —Respondió con un tono de voz meloso.
Cleissy se vio tentada por la propuesta. En un breve lapso de tiempo se imaginó cabalgando por los prados, caminando por las calles o disfrutando del viento en alguna colina con Aliona. Sí, Cleissy constantemente soñó con probar el mundo, sin embargo, siempre se le dijo que era demasiado voluble, salvaje y peligroso. De igual forma, una vez, su madre Elysa y ella fueron privadas en una torre en una edad muy temprana que Cleissy apenas podía recordar.
Vikram siempre se mantuvo desconfiado de algo, pero Cleissy nunca supo de qué.
—¿Qué pasa después?
—Solo tú puedes decidirlo —le hombre le alargó una mano. Las sombras a su alrededor pululaban como el vaho en una mañana helada—. ¿Aceptas?
¿Qué debía hacer? ¿Ser egoísta e ignorar ese nudo de advertencia o mantenerse dócil a los designios de Callum y lady abuela? Cleissy no quería permanecer en el palacio el resto de mi vida.
—¿Qué debo hacer?
La sombra se inclinó y estampó sus labios sobre los de ella. Cleissy permaneció quieta, sin saber muy bien que hacer. Ella sintió la rabia en los labios de la oscuridad, a tal punto que desgarró los de la princesa y succionó la sangre que brotó, y una especie de lazo invisible los ató.
La muchacha se apartó, sobresaltada. La mirada de él brilló con la luz plateada.
Y se desvaneció como humo en la penumbra.
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