V
Un visitante inesperado
La justa se celebraría en el Fuerte de la Gloria, un gran castillo rodeado por cuatro torres altas en el que hacía unos siglos Aeron Barlovento se proclamó a sí mismo rey de Darkhir después de que librara innumerables batallas contra el rey Kasen II, conocido como el infame. No quedaba muy lejos de La Esperanza, como solían llamar los nobles y súbditos a la capital. De modo que, el viaje a dicho lugar solo tomó pocos días.
El rugido de la emoción reverberaba desde afuera haciendo sacudir las paredes. A medida que avanzaba a la luz, Cleissy se preparaba para ser juzgada una vez más. La noticia del ataque se propagó como pólvora por todo el reino. Muchos se preguntaron cuál sería el destino de la princesa luego de atacar al rey, otros poseían la duda de si en realidad estaba loca y esa era la razón de su encierro. Sin embargo, tras el rey proclamar que perdonaba la falta de su hermana, hubo gran consternación.
Asimismo, Cleissy divagó durante horas la conversación que mantuvieron lady abuela y Callum. Para su pesar no encontró alguna clase de respuestas a ello. Lo único que le quedaba por hacer era investigar a esa tal lady Ronnetta y el día en que su majestad partiría en su encuentro.
Apenas salieron a la liza, Cleissy contempló todo el lugar: una valla separaba el campo en dos secciones para el enfrentamiento; de cada lado había tribunas repletas de hombres y mujeres que se agitaban en sus asientos; los caballos y jinetes enfilaban el borde externo de la liza, portando los estandartes de sus casas, lanzas y armaduras de placas; los escuderos, muchachos jóvenes y de baja cuna, sostenían los escudos.
—Su majestad esta por allá —lady abuela apuntó a una tribuna que se alzaba por la de las demás—. Deben estar esperándonos.
La anciana encabezó el pequeño grupo conformado por soldados, damas y la princesa. Cleissy sintió una decena de ojos sobre ella enseguida que pasó por un mar de cuerpos, tras el incidente muchos se presentaron en el palacio para desearle pronta recuperación al rey, así que ya no pasaba tan desapercibida como antes. La tribuna estaba rodeada por la guardia real, una escalera llevaba hacia arriba y cuando lady abuela le dio espacio para que pudiera pasar, Cleissy se negó.
—Necesito un poco de aire —por el rabillo del ojo vio a Konstantin.
—No tardes mucho —dijo lady abuela y en un parpadeo desapareció escaleras arriba.
Un par de soldados permanecieron con ella y lady Aliona. Ninguna de las dos muchachas habló, desde su pequeña discusión respecto a Konstantin una especie de distancia incomoda las envolvía, no obstante, una que otra vez se miraron. La princesa marchó hacía el lugar donde se encontraba su amigo, que sostenía un banderín con un cuervo en el centro.
—Soldado Meyer, no imaginé verlo por aquí.
—Princesa —él humilló el cérvix—. Su majestad invitó a lord Norfolk al torneo, pero mi comandante no posee hijos que peleen en su nombre y es demasiado viejo, así que algunos cuantos estaremos ahí en forma conmemorativa.
—Ya veo. Concebía la idea de que un hombre de su edad era casado —comentó ella.
—Lo era —aseguró Konstantin con media sonrisa—, y padre también, mas su esposa e hijo perecieron durante el parto. Sin embargo, eso no le impidió buscar consuelo —Konstantin levantó un poco la barbilla en dirección a un hombre de cabello rubio plateado—. Draven es su bastardo. Todos creyeron que le daría su apellido, pero James Norfolk aseveró que solo tiene un hijo. Pienso que le tiene cariño a Draven. Lo educó y le permitió vivir en su castillo. Ningún bastardo goza de tales favores.
Cleissy examinó al hombre desde las lejanías, por lo que recordaba en su corto trayecto al castillo de lord Decker fue amable y cortes, por un momento ella pensó que se trataba de un noble de baja cuna. Los bastardos crecían en las calles, dedicándose al robo y pasar el rato en las casas de burdeles; tenerlos era igual a poseer un castigo divido y por tal razón era común abandonarlos a su suerte.
Aliona se movía inquieta, deseosa de largarse de ahí, simplemente no soportaba tener a Konstantin cerca. Cleissy todavía continuaba enfadada con la doncella, así que se cruzó de brazos y le dedicó una mirada helada. La doncella enseguida frunció los labios y dejó de protestar en silencio.
En ese momento lord Alfotch y su familia se abrieron pasó. Cleissy advirtió que Freya portaba un hermoso vestido dorado; el color de la casa Barlovento, al igual que una diadema en el cabello rubio y pendientes de diamantes que centellaron con el sol. Lucía feliz y su madre le hablaba al oído, pronto también ellos se unieron a la tribuna real.
—Sabe que será coronada como reina de la belleza una vez que el luchador del rey gane el torneo —murmuró Cleissy.
—¿Qué te hace pensar eso? —inquirió Konstantin.
—Nadie viste esas prendas tan elegantes en una justa —replicó.
—Hay que regresar, princesa —dijo Aliona—. El torneo está por comenzar.
—Tienes razón —concordó Cleissy.
—¿Princesa?
—¿Qué ocurre, soldado?
—No se deprima. Lady Freya solo obtendrá lo que se merece.
Konstantin se aferró el banderín al cuerpo, giró en círculo y se apresuró a unirse a la infantería de lord Norfolk, sin ni siquiera permitirle a Cleissy expresar su descontento ante tal comentario.
Ella y Aliona regresaron a la tribuna, subieron por las escaleras y ocuparon sus asientos en la parte delantera. Callum estaba sentado en un trono en el centro, lady abuela permanecía a su lado y en el fondo se encontraba el capitán. De igual manera, los Alfotch se apiñaban al otro extremo, lejos de la princesa, pero lo suficiente cerca de su majestad.
—El hermano de lady Freya será uno de los caballeros —dijo en voz baja Aliona.
Cleissy la miró y resopló con disgusto.
El torneo dio inicio con el rey Callum dando unas palabras de bienvenida y con la bendición del sumo sacerdote sobre los combatientes, de inmediato se escuchó la eufórica ovación y vítores. Los dos caballeros de la primera ronda se acercaron a pedir los favores de las damas de la tribuna, se colocaron en sus puestos y se súbito corrieron hacia su encuentro. Los caballos relincharon, las lanzas chocaron contra los escudos. En los siguientes momentos muchos caballeros heridos se desplomaron de sus monturas. Esto ocurrió durante toda la mitad de la mañana.
Un criado se dirigió al centro de la liza y habló con voz fuerte:
—Según dictan las costumbres, para el último enfrentamiento del torneo el ganador coronará a una joven dama como reina de la belleza y en su dedo colocará un anillo de oro por orden del rey. Ser William Payne combatirá en nombre de su majestad y su oponente será Ser Enrique Alfotch.
El criado se alejó y dos jinetes se acercaron a la tribuna real. Por el rabillo del ojo Cleissy notó como el heredero de los Alfotch alzó la lanza hacia a su hermana y así obtener su favor. De repente la punta de una cuchilla triangular surgió cerca de la princesa; Ser William Payne pedía el suyo. Cleissy, extrañada, observó a lady abuela. La anciana le obsequió una sonrisa pequeña y Cleissy amarró su pañuelo al arma.
Los jinetes volvieron a sus puestos, emprendieron marcha y se embistieron, mas ninguno fue derribado. En la segunda vuelta la lanza de Enrique terminó rota. Para la tercera ronda ambos combatientes se atacaron con ímpetu, Enrique perdió el equilibrio y cayó del caballo de forma espantosa. Ambos sacaron las espadas y cuando el primogénito de los Alfotch se vio acorralado, se rindió.
Ser William cabalgó devuelta a la tribuna portando una corona de flores y el reluciente anillo. El público aguardó paciente, estaban deseosos de conocer a que dama Ser William iba a coronar. Sin embargo, pese a los gritos de júbilo, la caseta quedó en silencio cuando el caballero colocó la corona en la cabeza de Cleissy. Después introdujo el anillo en su dedo y besó el dorso de su mano, y partió en su caballo tan pronto como pudo.
—Felicitaciones, mi lady —dijo Aliona.
Cleissy atisbó un destello de alegría en el rostro de su doncella, no obstante, Freya y sus padres no parecían tan contentos y Callum tensaba las manos sobre el trono. Al cabo de un rato el rey salió de la tribuna sin decir una palabra. Los Alfotch también se marcharon, indignados. Lady abuela le besó ambas mejillas a su nieta.
—Tu padre también coronaba a tu madre en los torneos —comentó con nostalgia.
—Pero el rey no quería eso —repuso Cleissy.
—El rey esta encaprichado. Tú era la única merecedora de tales regalos y título.
Cleissy tuvo sueños vividos esa noche. Esta vez la pesadilla se tornó más clara: un pueblo, un pueblo que ardía por el fuego de antorchas. Cleissy oía los gritos, veía el humo que ascendía el cielo oscuro, pero, sobretodo, alguien corría con ella en sus brazos mientras huían. De súbito el sueño cambió y se encontró con la sombra en el Jardín de la Luna. La luz plateada bañaba los árboles y los setos altos, el ente levitaba al lado de una estatua, su voz reverberó fría y profunda.
—Búscame. Solo yo puedo guiarte en tu destino.
Cleissy se escapó temprano esa mañana. El roció se ceñía sobre las hojas verdes de los arbustos y las flores, el cielo ofrecía una luz suave y naranja, los criados desfilaban por los huertos de rosas, recolectando algunas para los jarrones o asegurándose de que no peligraran.
La princesa echó un rápido vistazo a la servidumbre, asegurándose de que no la hubieran visto y entró por un arco de ramas que la llevó a un camino de pavimentos blancos. Las aves cantaban en las copas como todas las mañanas. Una red de laberintos se extendió ante ella. Cleissy cruzó un tramo, giró a la izquierda y luego a la derecha. En el momento que llegó a un tejido de platas se detuvo.
El Jardín de la Luna fue construido por el rey Bernal I para encontrarse con sus amantes. Se disponía de forma cuadrada y había unos cuantos arbustos sin estilo, encestados en sus macetas sucias, se organizaban en hileras que se separaban los caminos.
Cleissy observó la estatua, la pintura se había desteñido con el paso del tiempo, pero el diseño de dos amantes que se besaban continuaba impecable. Ella imaginó la sombra a su lado, como en el sueño. Entonces los arbustos se movieron y una gran bestia salió de ellos. Temió que le hiciera daño y en el momento que se dispuso a huir, tropezó con sus propios pies. Detrás del lobo vino la sombra.
—¿Qué eres? —preguntó, recelosa.
El ente oscuro la observó por un largo momento.
—Soy el heredero de un linaje ya olvidado.
Cleissy frunció el ceño, confundida.
—Pero, si eres un lord ¿por qué luces de tal forma?
Ella alcanzó a escuchar un pequeño ruido parecido a una risa, sin embargo, la sombra no poseía boca para reírse, por tanto, lo atribuyó a los sonidos que las plantas solían ofrecer.
—Es una bendición que mi madre me otorgó.
Cleissy asintió con lentitud, no tenía idea si se encontraba ante algún ser supremo o una de esas criaturas que los Herejes adoraban, de todos modos, decidió que lo mejor sería tratarlo con respeto y no enfadarlo. A fin de cuentas, la sombra le pidió buscarla.
—¿Por qué estás aquí? —inquirió ella poniéndose de pie.
—Vengo a pedir tu ayuda.
—¿Mi ayuda? —se extrañó Cleissy—. Soy una muchacha sin ninguna gracia en especial. Solo soy Cleissy Barlovento.
La sombra se inclinó adelante.
—Aunque no lo creas, posees bastantes talentos ocultos. Dones que pueden devolver la esperanza a los marginados, gente como mi familia.
—No —rio levemente—. No puedo cantar como lo ruiseñores ni tocar el arpa o el laúd. Mi profesora me reprende mi mala postura o mi comportamiento salvaje. Mi apariencia tampoco es favorable a los ojos de los hombres. Solo soy una simple princesa.
—Oh, no, no, no —dijo la sombra—. Esas simples cosas mundanas no son para alguien de tu especie. No eres hija de hombre. La luz te engendró, en tu pecho encontraras dos lunares que lo confirman —sus ojos ávidos la contemplaron—. Es muy raro encontrar a un Nemryor lejos de los suyos.
Cleissy se estremeció.
—Eres una pequeña oveja que se alejó de su pastor y una cría lejos del rebaño puede no encontrar el sendero de vuelta y tomar caminos erróneos. Sin embargo, tu esencia no se ha perdido.
—¿De qué hablas?
—El Padre y la Madre me han enviado hasta ti para ser tu maestro. Fuiste bendecida. Estas confundida y tienes dudas, pero pronto conocerás las respuestas. Tengo que irme por el momento. Volveremos a vernos. Tu cruzada apenas está por comenzar.
Cleissy fue en busca de Konstantin una vez de vuelta en el palacio. Antes de que el sol se ocultara por completo la princesa se dirigió a los barracones, cerca de los establos. Cleissy advirtió que las ventanas de madera se apilaban una detrás de otras, la chimenea estaba encendida y el humo de los fogones se sintió hasta fuera. Las risas y gritos enmudecían los relinches de los caballos.
Aliona insistió en acompañarla, pese a que Cleissy le ordenó permanecer en su dormitorio. «Por perderla de vista hacía unas semanas casi ocurre una desgracia —dijo antes de salir—. No es de mi agrado ir al lugar donde se reúnen los soldados a beber, pero notó en su mirada que es significativo para usted encontrarse con...su amigo. Así que no me apartare de su lado». Ambas hicieron las paces luego de que Aliona le expresara que olvidó por completo que una vez Cleissy y Konstantin fueron amigos por un largo tiempo antes de que su padre se enterara de esa amistad y la prohibiera por completo. Admitió que estuvo un poco celosa de la presencia del chico, pero de igual modo estaba agradecida de que la salvara.
También iban en compañía de Ser Estefan, otro caballero de la guardia real.
—Nadie puede saber que estuvimos aquí, Aliona —comentó Cleissy a medida que bajaban por una corta pendiente—. ¿Le dijiste a lady abuela que estaríamos ayudando y orando en mi dormitorio?
—Sí, princesa. ¿Qué hay del guardia?
—No dirá nada a menos que alguien se lo pregunte, pero nuestra cuartada servirá. Konstantin es único soldado en quien confío y que puede darme una respuesta.
—¿Acerca de qué? —preguntó Aliona llena de curiosidad.
—No puedo explicarlo por ahora. Primero debo poner todo en su lugar y luego te contaré lo que ocurre.
—De acuerdo, princesa.
Cleissy paró. Habían llegado a la falda de la ladera y unos palmos más allá la puerta de los barracones se abrió solo para dejar salir el rico olor a jamón. Cleissy miró a su doncella con gesto de gratitud.
—Gracias, Aliona. Eres el mayor regalo que los dioses pudieron darme.
Ella se sorprendió y sonrió apacible, pero la muchacha notó que sus ojos se aguaron de tristeza.
Al llegar a la puerta escucharon un jarrón caer, varias maldiciones ensordecieron sus delicados oídos. Por el umbral apareció un chico de algunos trece años, llevaba el uniforme del ejército, de súbito frunció el ceño al verlas. Cleissy echó un vistazo por encima de su cabeza, no había muebles sino decenas de mesas con velas en el centro ocupadas por cuencos humeantes y hombre que devoraban el jamón con las manos.
—Niño, busca al soldado Meyer y dile...
—Solo recibo órdenes de mis superiores, no de sirvientas —interrumpió el chico a Aliona.
Un soldado mayor se acercó a la puerta y apartó de un manotazo al muchacho. Cleissy se sujetó del brazo de su dama, el cuerpo de la doncella se sacudió.
—Las mujeres del palacio no vienen por estos lados, ¿qué quieren?
—Tal vez quieran un poco de diversión —gritó alguien.
Los soldados del salón rieron.
—Si ese es el caso...
Ser Estefan gruñó e intentó desenfundar la espada, pero Cleissy lo detuvo.
—Calma ese genio, Ser. Y tú, esa es una gran ofensa a su majestad, poseer tales fantasías lujuriosas sobre la princesa, Julio —opinó alguien desde atrás. Cleissy reconoció al bastardo de Lord Norfolk—. Disculpe el comportamiento inapropiado de este carcamán, alteza, pero el pobre se unió a nosotros hace unos pocos días y desconocía su angelical rostro.
Cleissy sintió como se le calentaban las mejillas. Aliona siempre fue quien recibió los halagos, no ella.
—Buscamos al soldado Konstantin Meyer —cortó Aliona—, y que venga de inmediato. La princesa no puede estar en un lugar tan... indecente como este ni yo tampoco —y arrugó la nariz.
—Claro, claro —asintió Draven, luego se dirigió al chico de la puerta —David ve por Meyer, debe estar en su dormitorio.
David no esperó por otra orden, corrió escaleras arribas y minutos más tarde bajó con Konstantin detrás de él.
—Princesa —e hizo una reverencia.
—Conversemos por allí —dijo Cleissy y señaló los establos.
—Como desee, princesa.
El manto de estrellas se desplegó por el cielo y la luna se escondía detrás de algunas nubes. Cleissy hizo movimientos suaves con la cabeza para que Aliona se apartara al igual que el caballero. Con ambos lejos, los hombros de Konstantin cayeron libres de tensión.
Bajo el fuego de la antorcha la mirada del soldado brilló ferviente.
—¿Piensas escaparte de nuevo? —preguntó.
Cleissy rio.
—Necesito tu ayuda, Konstantin. El rey piensa visitar a una mujer llamada lady Ronnetta. Desconozco su apellido y donde vive, pero necesito hablar con ella.
Konstantin levantó una ceja.
—¿Quieres conocer a una amiga del rey?
—Dudo que sea una amiga. Parece ser que ella conoce algo sobre mí. Lady abuela y su majestad tratan de esconderlo, pero estoy segura que tiene algo que ver del porque ataqué a Callum.
Un caballo relinchó a su lado.
—¿De qué hablas? —interrogó.
—Él piensa que soy un monstruo —su labio tembló—. No ha hablado conmigo desde que me rescataste.
Konstantin resopló, llevó sus manos a la cintura y sus ojos observaron fijamente a la princesa. Sus cejas pobladas se fruncieron con ímpetu.
—No eres un monstruo, Cleissy.
—Sí, si lo soy —un par de lágrimas se escaparon—. Debiste escucharlo. ¡Le asqueaba!
Las palabras de Callum dejaron una herida casi incurable dentro de ella. Cada vez que las recordaba una punzada de dolor cruzaba su pecho.
—¡No! —Konstantin se estremeció—. Eres la persona más dulce y gentil que conozco. Eres benévola e inteligente. No permitas que un mal momento destruya tu espíritu. —y a continuación acarició su mano izquierda repleta de cicatrices.
—No sé qué está ocurriendo—dijo Cleissy—. Creo que estoy maldita, y eso me aterra.
Pensó en la sombra y lo que dijo acerca de que no era una hija de los hombres. Lady abuela y su hermano se refirieron a ella como «eso». ¿Qué tal si Cleissy, en el vientre de su madre, fue víctima de la magia de los Herejes? No era de su desconcierto que muchos desafiaban a su padre a través de riñas o estragos en pequeñas ciudadelas, incluso expresaban su odio al rey. ¿Qué tal si ese poder del que la sombra habló era un castigo?
—Tranquila. Hablaré con los criados, tal vez escuchen algo de esa tal Ronnetta por ahí.
—Gracias.
Él limpió las lágrimas que perlaban las mejillas de la muchacha.
—Te contactaré tan pronto como tenga noticias. Enviare los mensajes mediante lady Aliona. Será más discreto —afirmó Konstantin.
—Puedes confiar en que guardara el secreto de nuestra pequeña investigación.
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