II
Al acecho
Los enormes árboles de pino se alzaban a ambos lados del rústico sendero de tierra. Los rayos de luz se filtraban entre las ramas. El cielo estaba despejado y era como apreciar al mismísimo Dios del sol. Los Antiguos eran los dioses de todo Pitria. Cada país tenía un Antiguo como protector, mas Darkhir no era muy devoto a las creencias, sin embargo, poseía una considerable cantidad de creyentes, sobretodo, en las Ciudades Costeras, lugar de donde provenía la lady abuela de Cleissy.
Por lo que Cleissy recordaba, fue la antigua reina madre quien unió la religión con la corona luego de desposar al rey Bernal. O eso, al menos, le dijo Callum hacía unos años.
Una vez, una de las nodrizas de la princesa le habló sobre Los Antiguos, en especial uno que era considerado una blasfemia, un guerrero innato con la lanza llamado Ariel. Solo los Herejes rezaban frente a las llamas su nombre. La nodriza le contaba extrañas historias de ellos, pero no aquellas cosas horribles que todo el mundo decía, sus relatos estaban dotados de algo más. Una noche recitó un último cuento y Cleissy jamás volvió a verla.
Montaron un campamento en un claro del bosque para pasar la noche. Los soldados custodiaban el perímetro. Cleissy estaba sentada encima de una roca a las orillas de un riachuelo que encontró, sola; se escapó de Aliona apenas los guardias descargaron las carretas. Era un hermoso bosquejo y su curiosidad le exigía explorarlo.
Quería sentir el aire en sus mejillas, el olor de la madera y escuchar el crujir de las ramas, con soldados cerca ese momento se arruinaría. La muchacha dibujó algunos bocetos en un cuaderno mientras el viento agitaba sus mechones sueltos. Pensó que Aliona debía estar desesperada sin saber de su paradero. Solo era cuestión de tiempo hasta que la guardia real la encontrara, mientras tanto, disfrutaría.
Cleissy terminó el dibujo del bosquejo y metió los materiales en la bolsa que cargaba. Ella caminó unos cuantos palmos y su cuerpo se quedó quieto apenas se encontró a un hombre apoyado en un árbol, daba vueltas a una navaja que sostenía en las manos. Él sonrió con chulería.
—Dime, lindura, ¿te perdiste?
El desconocido dio pasos amenazadores. La princesa retrocedió, miró en todas direcciones; correr era su única salida.
—No pareces una sirvienta, al parecer eres una doncella, y te has alejado de tus señores —se relamió los labios con gusto—. Quizás de una familia de clase media.
Cleissy trató de huir, pero él se puso en su camino, apuntándole con la navaja. Cuando intentó tomarla del brazo, la muchacha se escabulló por un momento de su captor. El aludido la sujetó velozmente del cabello y la pegó a su cuerpo.
—Podrías hacerme ganar mucho dinero. Ninguna familia se negaría a perder semejante perla.
La princesa golpeó su cara con su bolso. El hombre soltó una maldición. Mientras corría tropezó con una raíz levantada que le dio suficiente tiempo de alcanzarla. «Toma algo y golpéalo», pensó con desesperación. Toqueteó la tierra hasta encontrar una piedra, giró su cintura y le propinó un golpe en la cabeza.
—¡Eres una pequeña...!
El hombre asestó la navaja en la mejilla de Cleissy, la herida palpitó y de inmediato un calor abrasador le atravesó la piel.
El brillo de la hoja de una espada cegó a la princesa. El hombre dejó de forcejear y su mirada viajó a la punta de acero cerca de su cuello.
—Levántate —ordenó el capitán Rudolf.
Él obedeció.
El capitán observó unos segundos a Cleissy, enseguida uno de los soldados que lo acompañaba la ayudó a ponerse de pie. Solo eran tres, mas estaban equipados lo suficiente para asesinar al malhechor en un parpadeo.
—Artrel, tráelo —la voz de Rudolf era tranquila.
El atacante contempló a Cleissy y luego intentó justificarse.
—Esto es un malentendido, verá, esta muchacha es la dama de mi mujer y se ha escapado de casa y...
—Cállate —Rudolf bajó su espada—. ¿Sabes a quién atacaste, idiota?
Él palideció.
—La princesa Cleissy Christina Barlovento. Hija del rey Vikram segundo y la reina Elysa York de Olkesland, duquesa de Kozyrnik y hermana del rey Callum primero. Nuestro rey estará deseoso de escuchar este malentendido.
Hizo señas Artrel para que se llevara al prisionero.
—Espere, mi lord. Piedad, piedad, por favor...
Rudolf sujetó del brazo a Cleissy y comenzó arrastrarla por el sendero del bosque.
—Puedo caminar sola —espetó.
—Veo que no escuchó las advertencias de su majestad sobre su salida del palacio. Soy su capitán de la guardia real, el rey comparte todo conmigo —dijo después de que viera el gesto descolocado de Cleissy.
Ella no dejó pasar su tono de fastidio.
—¿Cómo se le ocurre andar sola por ahí? Si lady Aliona no me hubiera comunicado de su misteriosa desaparición, no sé lo que habría ocurrido luego.
Cleissy tampoco deseaba pensar en eso.
—El rey estará furioso.
—No necesito de su ayuda —se zafó de su agarré.
—¿En serio? Porque ese corte en la mejilla dice todo lo contrario. Su majestad tiene suficientes problemas para que usted, princesa, sea una carga más. Necesito que el rey esté con la cabeza despejada.
Atravesaron algunos senderos pedregosos y un rato más tarde la mirada de Cleissy colisionó con el campamento. Corrió a los brazos de Aliona apenas su doncella apareció ante sus ojos.
—¡Válgame el cielo! ¡Su cara!
—Solo es un pequeño corte.
—¿Cómo puedes decir eso? —dijo, escandalizada.
Los soldados de alrededor murmuraban. Rudolf ordenó a Artrel llevar al prisionero al lado del pabellón dorado con banderines, la tienda del rey. Cleissy ignoró las súplicas de Aliona para tratar su herida y se acercó un poco al lugar donde llevaban a su atacante. Rudolf entró a la tienda de campaña.
—Princesa, regresamos.
Pero Aliona se calló tan pronto como Callum salió. El capitán y Freya vinieron detrás de él. Cleissy arrugó el entrecejo. ¿Por qué Freya Alfotch estaba en la tienda del monarca?
—¿Qué ocurre aquí? —los ojos de Callum se fijaron en el bandido, luego viajaron a su hermana.
—Encontré a esta sucia rata intentando propasarse con la princesa, majestad, e hizo ese feo corte que tiene en la cara —contestó Rudolf.
Callum apretó los puños. Los soldados se tensaron y él con voz grave dijo:
—Hermana, lady Aliona, ambas espérenme adentro.
—Hermano, yo solo...
—¡Obedece! —gritó.
—Princesa, no rete al rey. Él puede enviarla de regreso al palacio, y lo más sensato será no incrementar su ira —aconsejó Aliona en el oído de su señora.
Ella asintió con la cabeza.
La tienda del rey era la más grande de todas. Era elegante y poseía cierto aire encantador. Tenía una simple, pero refinada cama; unas cuantas lámparas de gas estaban dispuestas alrededor, había una mesa en una esquina con pergaminos y, para el desagrado de Cleissy, la agradable fragancia a rosas se encontraba en todo el lugar.
¿Cuánto tiempo había pasado Freya Alfotch con su hermano? No le agradaba verla cerca de él, hacía tan solo dos semanas que Evy falleció. Cleissy no tenía duda de que la familia Alfotch intentaba ganarse el favor de un rey dolido por la pérdida atreves de su hija.
Su cuerpo se estremeció al escuchar los gritos de dolor del desconocido, de inmediato, Freya entró a la tienda. Intentó recomponerse de lo que vio afuera, sonrió y se acercó a la princesa.
—Aliona puede curarme —dijo, mordaz, luego de que ella se ofreciera a tratarle la herida.
Freya se hizo a un lado, cohibida por su rechazo. Los gritos se detuvieron y segundos más tarde Callum entró con las magas ensangrentadas. No quiso imaginar que pasó afuera. Freya agarró un cazo y lavó las manos de Callum. Cleissy resopló, fastidiada. Callum le murmuró algo a Freya y la esbelta muchacha de cabello rubio salió de la tienda.
—¿Qué ocurrió en el bosque, Cleissy? —preguntó—. ¿Por qué estabas sola? ¿No recuerdas las condiciones propuestas para que vinieras?
Ella miró la punta de sus zapatillas.
—Por supuesto, majestad.
—Nuestra abuela me suplicó que me acompañaras. Me aseguró que obedecerías cada una de mis peticiones y que no tenía de que preocuparme. Sin embargo, vas y traicionas su confianza.
—¡Tú también traicionaste la confianza de Evy! ¿Qué hace esa mujer aquí? —espetó.
—No tengo que darte explicaciones.
—¿Acaso no lo amabas? —cuestionó ella.
Él se acercó, agitado; pero Cleissy no se inmutó.
—Sabes que sí. La amaba más que a nada en este reino.
Ni el monarca ni la princesa apartaron la mirada del otro. Los ojos de Callum eran un mar de emociones, brillaban con intensidad y a través de ellos Cleissy vio lo frágil que estaba. Después Observó a Aliona y dijo:
—Eres su dama, no te alejes de ella, o tu castigo será peor del que verás afuera.
Aliona asintió en silencio, sus ojos lucían llorosos a causa del miedo. Callum la ignoró y regresó a su escritorio. Cleissy tragó saliva y volvió su vista a otro lado. Aliona soltó un suspiro y bajó la cabeza.
—Aliona, busca un Sanador para mi hermana.
—Como ordene, majestad.
Salieron sin decir una palabra. Freya, que no había ido muy lejos al abandonar la tienda, regresó adentro sin invitación. Cleissy se asqueó al descubrir el charco de sangre en el césped, los perros de caza lamían algo cerca del pozo carmesí, al verlo mejor se percató que se trataba de dos manos. Un sabor amargo se alojó en su boca y antes de que vomitara, Aliona la sacó de ahí.
Una de las Sanadoras de la corona asistió la herida.
La muchacha no volvió a ver a Aliona hasta la hora cena. No pasó desapercibida las miradas curiosas de los soldados mientras caminaba hacía el lugar que se cenaría con Callum, ella estaba segura de que cuchicheaban acerca de lo sucedido. Al llegar a la carpa que haría de comedor, la encontraron vacía.
—Aliona —la princesa no sabía por dónde empezar—, mi abuela me habló acerca del jardín de Norvzova. Se encuentra en Caín. Dijo que era muy hermoso y que en una ocasión mis padres lo visitaron. Me gustaría ir.
—Si su majestad lo permite, mi lady.
Cleissy se giró en su asiento y la observó con ojos apagados.
—Se lo propuse a mi hermano y accedió a ir. Quiero que vengas con Callum y conmigo. Te gustará.
—De eso no hay duda. Permaneceré a su lado en todo momento, iré a donde quiera ir, seré su sombra, no perderé de vista a mi señora.
Cleissy apretó los labios, no esperó una respuesta tan fría. La carpa se abrió y Callum entró acompañado de Freya. Una desagradable molestia sacudió a Cleissy.
—Hola —saludó con una sonrisa, se veía más relajado.
Él tomó asiento en la cabecera de la mesa, enseguida se sirvió una jarra de vino y balanceó la silla en sus patas traseras. A la luz de las lámparas de gas, Freya lucía más grácil, como si hubiera recibido alguna bendición al estar en compañía de Callum.
—¿Cuánto tiempo demoraremos en llegar a Caín? —preguntó Cleissy.
—Nos tomará otro día de viaje.
—Algunos años atras viniste con nuestro padre a un viaje de caza —comentó
—Sí, lo recuerdo.
—Y tiempo después viniste con Evyanna —le recordó.
Freya se removió incómoda en su asiento. Callum dio un sorbo a su copa y lanzó una mirada de advertencia a su hermana.
—Lady Aliona, dile a los sirvientes que sirvan la mesa —ordenó.
Aliona salió de la carpa. Al poco rato, llegó lord Alfotch y su mujer. Myrell tomó lugar cerca de su hija y comenzaron a charlar en voz baja.
Aliona regresó con varios sirvientes, que enseguida colocaron bandejas con diferentes platos de comida. Cleissy le sonrió a la chica y le ofreció el puesto vacío que quedaba, después de todo, su padre le permitió a su dama compartir la mesa con ella.
Myrell lanzó una mirada de desaprobación, pero fue la voz de Callum que hizo que se le hundieran los hombros.
—Aliona cena con las sirvientes.
Ella lo observó con la boca ligeramente abierta.
—Majestad, pero...
—No le corresponde compartir mesa con nosotros, Cleissy —dijo con decisión—. Recuerda de donde viene.
—No se preocupe, mi lady, la veré más tarde en la tienda ─dijo Aliona, dócil como una paloma.
Cleissy creyó divisar como Aliona retenía algunas lágrimas y salió de la carpa. Myrell levantó la barbilla con suficiencia luego de que la doncella abandonara el lugar.
—No comprendo cómo esa muchacha puede continuar relacionándose con la clase alta, que poca vergüenza tiene —comentó la mujer con desagrado.
—Supongo que eso te hace feliz, majestad —masculló en voz baja Cleissy, solo para que Callum escuchara.
Ella frunció los labios y comió lo más rápido que pudo, si continuaba escuchando el parloteo de lady Alfotch se volvería loca; toda la cena se dedicó hablar de Freya.
Abandonó la mesa al poco tiempo, pronto fue envuelta por la luz de las antorchas. Contempló el cielo: estaba despejado y había luna llena, la intensidad y el halo le produjo un extraño sentimiento, «¿Cómo puede brillar tanto en la oscuridad? —se preguntó—. La luz siempre encuentra una forma de superponerse en las tinieblas».
Cleissy buscó a Aliona por el campamento, pero no la encontró por ningún lugar, y se preocupó. Deambuló un poco más hasta que escuchó sollozos débiles a las orillas del bosque. Ella se acercó despacio y cuando distinguió la figura de su dama, se dispuso a llamarla, mas se percató que no estaba sola.
Bajo la tenue luz plateada, Aliona se aferraba al cuerpo de un hombre. ¿Quién era él? La princesa se sintió frustrada y enoja, mas por el hecho de que su doncella buscara consuelo en otro lugar que no fuera ella. Cleissy se marchó de ahí y se dirigió de una vez por todas a su tienda, con la incertidumbre del desconocido que abrazaba a su dama. Nunca comentó nada al respecto.
Aliona regresó en la madrugada. Cleissy fingió estar dormida y la doncella como de costumbre revisó que estuviera abrigada, luego se fue a la cama.
Partieron a las primeras horas de la mañana. Aliona actuó como si nada hubiera ocurrido la noche anterior, pero Cleissy sabía que aquello era solo una treta para no afligirla.
Llegaron a Caín a principios de agosto. Filas de súbditos se arremolinaron por los caminos, todos deseaban ver con sus propios ojos al rey. Un centenar de nobles los recibió entre risas y gloriosos vítores en las puertas de la ciudad. Cleissy vio un par de niños y ancianos a las orillas del carruaje, sin embargo, observó cómo algunos se mantuvieron recelosos.
La princesa quiso echar una ojeada a los edificios, no obstante, el mar de gente ocupaba gran parte de la carretera, impidiéndole apreciarlos del todo. Aunque sí pudo admirar unas cuantas infraestructuras: casas enormes con tejados de arcilla, licorerías con bóvedas de cañón e iglesias con techo ojivales.
Después de dar un recorrido, la caravana se detuvo enfrente del castillo del difunto Lord Decker, señor de Caín. Cleissy bajó del carruaje y observó al glorioso jardín cubierto de abetos, caminó en silencio junto a Callum hasta la entrada de la casa.
Luego de la bienvenida por parte de su tía Ana y sus primos y primas, la chica se dirigió a la que sería su dormitorio, no tenía ganas de hablar con nadie. Dio un vistazo por alrededor: era espacioso y cuadrado, delicadas cortinas ondeaban con la brisa que entraba por la ventana abierta, había una chimenea de ladrillos y un par de muebles elegantes cerca de ella, la cama era de dos plazas, con doseles de madera y almohadas blancas.
Aliona también echó un vistazo al lugar y enseguida comenzó a dar órdenes a los criados. Cleissy se aproximó a la ventana que daba vista al bosque, el sol brillaba en lo alto, los rayos dorados se filtraron en las ramas de los árboles, la brisa los agitaba fuertemente y algo se movió. Pegó su cara al cristal y abrió mucho los ojos apenas se fijó en un lobo negro, era enorme y la observaba de hito en hito.
Cleissy despegó la vista por un breve segundo, pero se vio tentada a mirar de nuevo. A sus espaldas, los sirvientes continuaban ordenando sus cosas. Volvió a pegar su rostro al cristal. Se quedó sin aliento. Debajo de un árbol se encontraba una enorme sombra con ojos de color ámbar brillantes. El ente la estudiaba con detenimiento, luego se desvaneció sin dejar rastro.
—¿Sucede algo? —Aliona se acercó a la ventana y miró hacia afuera.
—Hay algo ahí fuera. Tal vez un lobo —dijo, no muy segura de lo que presenció.
La aludida sonrió y apartó un par de mechones de su cara.
—No habitan lobos en Darkhir, mi lady. De seguro lo imaginó, fue un viaje agotador.
—Tienes razón. Estoy exhausta.
—Ordenaré preparar su baño, después podrá tomar una siesta.
Cleissy asintió.
—¿Dónde están tus cosas? —inquirió.
—Abajo, junto a de los sirvientes.
Aliona dibujó una pequeña sonrisa triste y salió del dormitorio. Cleissy buscó su bolsa, sacó el cuaderno forrado de piel y se tumbó en uno de los muebles. Pensó en la sombra de hace unos minutos. Sin darse cuenta deslizó el carboncillo por la hoja y trazó los contornos de eso y el lobo. Por descabellado que se viera, Cleissy tuvo el presentimiento de algo, no sabría cómo explicarlo; en un parpadeo una fuerza atemorizante le hizo imaginarse a sí misma empujando a Freya por unas escaleras.
Sacudió la cabeza. «Estoy imaginado cosas», se dijo. Aliona volvió un rato más tarde, cerró el cuaderno y lo regresó de vuelta bolsa.
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