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Capitulo veintisiete

Traición

 

- Bendito Urano - murmuró.

Aquello era un completo caos.

Los guerreros gritaban y jaleaban mientras hacían un corro alrededor de la contienda que estaba teniendo lugar en el epicentro de la sala. El joven soldado que había ido a buscarle, ni siquiera se atrevió a entrar; tal era el ambiente que había allí dentro. El príncipe comenzó a hacerse hueco para poder avanzar entre la multitud que no parecía percatarse de que él estaba allí, concentrados como estaban en contemplar aquel deprimente espectáculo.

- ¡Dale fuerte Tregalx! - gritaban algunos.

Como no, tenía que estar implicado el pendenciero de Tregalx en aquel problema. El capitán del ejercito de Xeral siempre estaba metiéndose en peleas cada dos por tres y parecía que siempre sería así hasta el fin de sus días.

- ¡Defiéndete rubio! - animaban otros.

- ¡Vamos Patrexs!

¿Patrexs?

¿¡Pero qué diablos hacía él en aquel berenjenal? ¿La pelea no era entre dos capitanes?

Varel apresuró el paso y empezó a apartar a la aglomeración a codazos mientras los guerreros comenzaban a apartarse al fijarse en él. Cuando ya le faltaba poco para llegar, vislumbró el cabello rubio de su mejor amigo conjuntamente con su brazo flexionado para golpear a su contrincante. El príncipe hizo presión para cruzar la ultima frontera de marea humana justamente cuando Tregalx paraba el golpe con su antebrazo y le propinaba un puñetazo. Su amigo pudo apartarse a tiempo y se pasó el dorso de la mano por el corte que tenía en el mentón y del cual brotaba un hilillo de sangre.

No muy lejos de donde luchaban los dos guerreros, se encontraba el capitán general Gragar semiinconsciente y con la cabeza llena de sangre. Estaba completamente seguro que la cosa había comenzado entre Tregalx y Gragar pero no podía entender por qué ahora Patrexs estaba metido en aquella trifulca.

- Dejadme pasar - gruñó cansado ya de que aquellas personas no le dejasen avanzar.

- Oye que yo estaba primero si quieres ver mejor, búscate otro sitio imbécil- le dijo un guerrero fornido con cara de vinagre casi sin mirarle.

- Apártate si no quieres que te dé lo que te mereces por insultarme - replicó Varel comenzando ya a enfurecerse por todo aquel problema. El guerrero se giró hacia él dispuesto a comenzar otra trifulca hasta que le vio y se quedó completamente blanco.

- Al… alteza - dijo atragantándose.

- Apártate - dijo Varel.

- Perdonadme mi príncipe, yo…

- Te he dicho que te apartes si quieres seguir conservando la cabeza - gruñó Varel letalmente y él fornido guerrero se apartó y por fin llegó al meollo de la pelea.

Cuando entró en el claro de la sala, todos los gritos cesaron y solo tubo que decir:

- !Basta ya!

Patrexs y Tregalx se detuvieron y se volvieron hacia él sudorosos, amoratados y ensangrentados con los ojos sedientos de más violencia y sangre. Su amigo bajó los puños a la vez que apartaba la mirada pero Tregalx le hizo una ostentosa reverencia que parecía una burla más que una señal de respeto. Varel la pasó por alto para no rebajarse a su misma altura.

- ¿Qué significa todo este barullo de taberna? Somos guerreros que portamos sangre de dragón en las venas, no borrachos que se golpean entre ellos por minucias estúpidas. - Les miró a los dos y se volvió hacia el caído Gragar -. ¿Qué a pasado? - le ordenó imperiosamente.

El hombre caído se incorporó con la ayuda de algunos de sus hombres y escupió a un lado.

- Lo de siempre príncipe, Tregalx ha bebido más de la cuenta.

- Y por consiguiente se ha ido de la lengua contigo- terminó taladrando con su mirada bicolor al capitán del ejército de Xeral. El observado sonrió con socarronería mientras se encogía de hombros sin sentirse intimidado por su ojo azul antinatural.

- Son cosas de hombre alteza. Vos lo sabéis muy bien.

- Puede que no lo sepa - replicó -. Yo nunca me rebajaría a tanto Tregalx; y tú tampoco deberías. Eres el capitán de un pelotón; no deberías dar mal ejemplo cada dos por tres a tus hombres.

El capitán le miró con el rostro ensombrecido y se pasó una mano por la nariz para limpiarse el reguero de sangre que le caía desde el orificio nasal hasta la barbilla.

- Ves a ver a algún sanador que te cure esa cara y luego ya hablaré contigo. Pero ten por seguro que acabas de perder tu cargo.

Tregalx lo miró con horror.

- Pero príncipe esto solo es…

- ¡Cállate! Yo soy aquí el que da las ordenes y el que decide vuestra suerte - miró a los presentes -. Que no se os olvide a ninguno de vosotros nunca ¿está claro?

Todos los presentes asintieron y Varel clavó la mirada en la figura de Patrexs. Su compañero de fatigas respiraba de forma alterada mientras rehusaba aún mirarlo seguramente por la vergüenza.

- Ahora volved todos a vuestras habitaciones. Por una semana tenéis prohibido tomar nada que no sea agua. Si algo semejante vuelve a suceder, no solo habrá destituciones y garrafones cerrados: rodarán cabezas literalmente ¿entendido?

Todos volvieron a asentir mientras renegaban entre dientes y se apresuraban a obedecer a su príncipe. Tregalx en cambio, aún seguía estático en el mismo lugar mirándole con sus ojos rasgados de un color azul lechoso turbio. Varel se volvió hacia él después de ayudar a Gragar a ponerse totalmente en pié. El hombre estaba bastante mal herido - en la cabeza tenía una honda brecha - y debería ir deprisa a que le atendiera un sanador en la enfermería de la quinta planta del palacio. Llamó al soldado que le había acompañado y que esperaba fuera para que llevase al pobre capitán general a la enfermería.

- Quédate con él hasta que le atiendan y ayúdale en todo lo que te pida - pidió con amabilidad mientras colocaba al hombre encima del joven guerrero.

- Así lo haré mi príncipe - dijo solícito el muchacho y se marchó con el herido. Varel se volvió hacia Tregalx.

- ¿Aún sigues aquí? - masculló. Quería que desapareciese de su vista de una vez.

- ¿No vais a castigarle a él también? - dijo con furia señalando a Patrexs -. Él se metió en la pelea sin que la cosa fuese asunto suyo.

- Conozco a Patrxs y sé que él se metió por medio para detenerte.

- ¿Así que solo yo voy a ser destituido? - preguntó con incredulidad con la cara morada y no precisamente por los verdugones.

- Si -sentenció Varel cruzándose de brazos.

Tregalx asintió con la cabeza mientras hacia una mueca y fulminó con la mirada al joven guerrero rubio que apretaba fuertemente los puños.

- Que suerte Patrexs ¿Qué pasa, es que le haces favores a tu príncipe también marica?

Con una rapidez asombrosa, Varel le propinó un fuerte puñetazo al recién destituido capitán que cayó fuertemente al suelo completamente fuera de combate. Así aprenderás maldita escoria - pensó sintiendo un regusto amargo en la boca. Se volvió hacia su amigo.

- Ven conmigo - dijo simplemente.

Patrexs asintió y salieron de los barracones de la segunda planta para dirigirse por unos pasillos laterales hasta llegar a los aposentos de su amigo. Varel abrió la puerta y dejó que el dueño de las dependencias entrara primero, luego entró él y cerró la puerta. Patrexs se dejó caer pesadamente en su catre y él se quedó en pie con los brazos cruzados.

- Explícate - ordenó. Estaba cansado de exigir pero más cansado estaba de todo aquel asunto tan inmundo comenzado por unos de los fieles de su hermano menor.

- ¿No está claro ya? Ese bastardo de Tregalx se pasó de la raya con Gragar y el viejo le insultó cansado de las burlas del primero. A Tregalx no le gustó que le dieran de su propia medicina y comenzó a golpear a Gragar hasta que yo decidí intervenir para parar la pelea. Parecía que Tregalx quisiera matarle.

- Pero… - siempre había un pero porque la pelea no se había finalizado. Todo lo contrario; había emparado.

-  Ya sabes lo que me dijo - murmuró Patrexs limpiándose la cara con la manga de su camisa raída por la trifulca. Varel negó con la cabeza.

- No lo sé, por eso te lo estoy preguntando.

- ¡Oh vamos! - exclamó Patrexs poniéndose en pie de un salto -. ¡Sabes perfectamente lo que me llamó, me dijo que era un maldito marica rabioso por que su amor se iba a prometer y que no tenía lo que hay que tener para meterse en una pelea de hombres de verdad!

El joven guerrero apartó la mirada de sus ojos y volvió a sentarse en el catre con las manos en el rostro. Varel se acercó a él y se acuclilló a su lado.

- No le hagas caso, amigo mío - murmuró.

- ¿Por qué no? Estaba diciendo la pura verdad.

- Puede ser, pero no hacía falta que te lo restregase de ese modo solo para hacerte daño. No es nada malo amar a los de tu mismo sexo.

- Puede ser - dijo con desánimo -, pero siempre son objetos de burlas y desprecios.

- Yo no te desprecio.

- Porque tienes buen corazón Varel - dijo dibujando una sonrisa triste.

- Hoïen tampoco.

Patrexs borró la sonrisa trémula de sus labios.

- Ya, pero tampoco me ama como yo a él.

Varel suspiró y colocó una mano en el hombro caído de su mejor amigo. Sabía perfectamente los sentimientos que albergaba en su corazón por Hoïen y que le dolía en el alma que este amara a Fena y se hubiese decidido a prometerse en unos días con ella.

- No te aflijas ni te tortures por eso Patrexs, simplemente vete a dormir y descansa -le aconsejó a pesar de que, hacer eso, era imposible para un corazón herido.

Su amigo asintió pensativo.

- Intentaré hacer lo que dices, gracias Varel.

- De nada.

Varel se enderezó y le dio unos golpecitos a su amigo antes de marcharse. Una vez en el pasillo, cerró los ojos mientras se apoyaba en la superficie de madera de la puerta y suspiró. Se quedó así un rato hasta que su animo se apaciguó un poco y se encaminó en busca de algún elevador.

La noche no podría ir más a peor.

El joven caminaba con el paso firme intentando tranquilizarse para no ir en busca de aquel maldito desgraciado de Tregalx. Merecería que le partiese las costillas una a una para que no pudiese moverse por unos días por el daño causado a un buen hombre como Gragar y a su mejor amigo. Patrexs ya tenía bastante con amar a Hoïen en silencio como para que encima se lo restregasen por la cara. Al día siguiente haría lo oportuno para destituirlo como capitán y le importaba un comino que su hermano se enfadase.

Él era el heredero al trono y no Xeral y por ello, Varel podía tomar sendas decisiones que su hermano menor tendría que acatar y tragar.

El elevador llegó con su traqueteo habitual y se detuvo con un chirrido. Varel se subió a la plataforma y movió la palanca hasta el digito numero seis. Las poleas empezaron a funcionar y el elevador ascendió mientras Varel se sentía cada vez más impaciente. Deseaba ir en busca de su esposa y marcharse a su dormitorio cuanto antes para poder quitarse de la cabeza lo que se avecinaba para el día siguiente. Daba por terminada la noche, ya había tenido suficiente.

Salió del elevador de un salto y se quedó parado mirando el pasillo que llevaba hasta el jardín. Le vino a la memoria que en aquella época de año, las rosas azules nocturnas florecían y sus labios dibujaron una sonrisa al venirle una gran idea a la mente. Aunque no deseaba dejar a su esposa más tiempo sola en la sala del trono, decidió hacerla esperar un rato más para prepararle una sorpresa: recogería muchas rosas azules y las depositaría en el lecho para ella. Estaba seguro de que a Criselda le encantaría ver aquellas delicadas rosas con los pétalos tan azules y aterciopelados como el más caro y espléndido terciopelo.

Aligeró el paso por el largo pasillo que llevaba hasta el jardín y contempló el cielo despejado y la luna llena por las vidrieras que separaban el jardín exterior del palacio interior. Abrió la puerta acristalada y el aire fresco otoñal le arribó como un bálsamo de quietud y paz. Varel caminó entonces hacia donde recordaba que estaban los rosales nocturnos y los contempló maravillado cuando los encontró. Había cientos de capullos cerrados y muchas rosas abiertas del todo y otras casi abiertas que no tardarían en florecer en todo su apogeo.

Tomó el cuchillo escondida en su bota y comenzó a cortar unos capullos  con cuidado de no pincharse con las espinas cuando escuchó un sonido. Se detuvo al escuchar una voz ininteligible con un matiz muy familiar y se volvió. El joven heredero al trono, agudizó el oído mientras bajaba el chuchillo y caminaba en dirección a las voces agazapado como un gato sin soltar las cinco rosas nocturnas de su mano.

- ¿Vendrías conmigo si te lo pidiera? ¿Lo dejarías todo? - decía una voz masculina. Ahora que estaba más cerca podía entender las palabras.

- Si; iría donde tu quisieras - le respondió una voz femenina.

A Varel se le heló la sangre al reconocer aquella voz suave y tan llena de sentimiento y pasión. Se detuvo junto a un arbusto y vio a la joven pareja que hablaba. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos bajo la luz de la luna.

- Dime que me quieres - pidió con ardor el joven que aferraba por la cintura a la muchacha.

Varel - inconscientemente - apretó un poco el agarre de las rosas azules a la vez que contenía la respiración. La muchacha de corto cabello castaño, miraba con desesperación al joven que la mantenía pegada a su cuerpo.

“No lo digas. No lo digas.”

Apretó más el puño.

- Te quiero Xeral - dijo Criselda y le besó el los labios.

Varel soltó el aire contenido por la boca y apretó más los dedos contra su palma a la vez que se clavaba hondamente las espinas de los tallos de las rosas en la mano derecha. La sangre se escurrió entre sus dedos aunque lo que más le dolía era el corazón.

Xeral la sacó del salón del trono y la llevó por los pasillos que portaban al jardín del palacio. Nadie pareció percatarse de su salida, pues todos los comensales estaban pendientes del jolgorio y la bebida para estar pendientes de los que se marchaban o los que entraban.

La joven princesa caminó a trompicones con el estómago oprimido y el corazón en un puño. Algo dentro de ella hormigueaba de emoción y expectación, mientras la otra parte temía el abandonar la seguridad que le proporcionaba el salón del trono. Pero la parte emocionada era más fuerte que la otra y el motivo de seguridad y confort se borró de su mente para estar pendiente simplemente del contacto cálido y firme de los dedos que le sujetaban la mano izquierda.

El jardín estaba desierto e iluminado por la apacible luz de la luna llena. Criselda ya había estado allí anteriormente pero nunca de noche. A plena luz del día, el jardín estaba lleno del colorido otoñal; con flores amarillas, naranjas, rojas y tallos marrones a causa de la estación del año. Pero ahora parecía todo sacado de un cuento fantástico. Todo tenía un color azul oscuro y brillante en la oscuridad, como si en cada rama y en cada hoja hubiesen pequeñas estrellas allí posadas.

Xeral se detuvo bajo un enrejado donde una enredadera decoraba los barrotes y los capullos de las flores estaban cerrados esperando que se alejase la noche para poder volver a florecer bajo la luz del astro rey. El joven la miró con intensidad sin soltarle la mano. Ella tragó saliva imperceptiblemente.

- Sé que hace mucho que no hablamos, pero es que no encontraba el momento más oportuno para hacerlo - comenzó él.

Criselda bajó la mirada.

- Si hubieses querido en verdad hablar, hubieses venido a mis aposentos - murmuró ella.

Xeral frunció el ceño.

- Ese es territorio de mi hermano y a él no le agrada demasiado mi presencia. Además; yo quería hablarte a solas.

Alzó la mirada tímidamente sintiendo que no controlaba nada de aquella situación, sino que simplemente se estaba dejando levar por sus sentimientos.

- No entiendo porqué. No puedo comprender qué deseas de mí.

¿Para qué volvía a ella ahora? Se había prometido con una joven hermosa de la cual no solía separarse en todo el día. ¿Por qué entonces le decía que la quería a ella? Aquello era completamente descabellado y demasiado ilógico para poder comprenderlo.

- ¿Ya has olvidado lo que te dije aquella noche infernal en la cual tu estabas mal herida por culpa de Varel?

¿Cómo olvidarlo? Aún le escocía el recuerdo de su confesión de amor y de su beso.

- No - se limitó a responder -. Pero eso ya no importa.

Xeral parpadeó y la miró de forma alarmante.

- ¿Qué no importa? - dijo con incredulidad.

- Por supuesto que no - se soltó de su agarre de un tirón - estas prometido con esa joven; Corwën.

El príncipe dibujó una sonrisa triste mientras le mostraba sus palmas intactas. ¡intactas! En ellas no había la prueba irrefutable que dejaba el ritual del intercambio de sangre. Criselda contempló sus palmas anonadada mientras se le revolvía el estómago. Le miró a los ojos con el rostro tenso.

- ¿Qué quiere decir esto? ¿Mentiste? - su voz sonó rota y muy dolida.

Era tan reciente aún el dolor que experimentó cuando él le dijo que se había prometido cuando no era cierto. ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué le rompió de aquel modo inhumano el corazón?

- No me juzgues sin saber la verdad Criselda. No te mentí, en verdad pensé y hablé con Corwën para comprometernos. Ella siempre me a amado y yo creí que así… si me prometía con ella, a la cual estimo y aprecio mucho, podría olvidarte - cerró los ojos con fuerza -. Pero me arrepentí en el último momento y no se realizó el ritual.

Xeral calló y abrió los ojos. Sus globos oculares brillaban como brasas cadentes y su bello rostro mostraba la aflicción que le estaba carcomiendo en el corazón.

- Nunca me propuse herirte, simplemente quería hacerte la vida aquí más fácil. Cometí un error al confesarte mi amor, lo sé. Me sentí sucio al amar a la esposa de mi hermano mayor y futuro rey y por ello, quería alejarme. Pero luego me di cuenta de que haría a una mujer buena desgraciada casándome con ella sin amarla, porque yo estoy locamente enamorado de ti.

La joven se quedó estática por unos momentos sin poder decir ni una palabra, hasta que la indignación floreció he hizo que su garganta se expandiese y le saliese la voz.

- ¿Y por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué has callado todo este tiempo?¡No puedes llegar a imaginar el dolor que me causaste aquella noche! El dolor que sigue aquí en mi pecho se niega a desaparecer y yo… yo…

Las lágrimas florecieron en su lagrimal y no pudo evitar derramarlas ante lo abrumador de la situación. Él se acercó a ella y le acarició la mejilla con algo de temor.

- Entonces… eso quiere decir…

Ella sollozó.

- Sabes lo que quiero decir, te quiero. Me he enamorado de ti - hipó cerrando los ojos para que las lágrimas cayeran. Sintió que los dedos de Xeral le acariciaban las mejillas para limpiarlas.

- ¿Vendrías conmigo si te lo pidiera? ¿Lo dejarías todo? - dijo en un murmullo apasionado y cargado de dolor.

- Si; iría donde tu quisieras - le respondió entrecortadamente con pasión.

Xeral la tomó entonces por la cintura y la pegó a su pecho. Criselda podía sentir el alocado latir de su corazón completamente dispar al suyo propio.

- Dime que me quieres - pidió él con ardor.

Ella le miró a los ojos y sonrió sin poder evitarlo. En su corazón algo pareció crecer y matar algo escondido que gritaba muy bajito. La quería, la seguía amando. Solo eso importaba ahora. En su mente, el mes feliz al lado de Varel se había borrado como el castillo de arena que las olas borran en su vaivén. Comenzó a picarle la palma de la mano izquierda.

- Te quiero Xeral - y se puso de puntillas para besarle en los labios.

El príncipe gruñó mientras la apretaba más contra su pecho y no la aplastaba de milagro.

La boca de Xeral era poderosa he imperiosa y reclamaba la suya de un modo salvaje sin ningún resquicio de ternura. En él solo había hambre y desesperación. Criselda se dejó hacer mientras él la tomaba en sus brazos y la tumbaba sobre un lecho de hojas secas en el jardín y se colocaba encima sin dejar de besarla. Cuando pudo volver a respirar, Xeral estaba besando su cuello mientras que sus manos acariciaban sus senos sobre la tela de su vestido.

La princesa jadeó acalorada con la respiración muy agitada. Él le pasó la lengua por la clavícula y las manos por las caderas arriba y abajo y ella arqueó la espalda cuando sintió aparecer las chispas del placer. El príncipe la torturó con besos húmedos y caricias certeras y poco a poco, su parte femenina fue humedeciéndose y su cuerpo acalorándose de un modo enloquecedor.

Cada fibra de su cuerpo le gritaba poner fin a aquella tortura, necesitaba el alivio del acto sexual. Necesitaba que se hundiese en ella hasta el fondo para poder tocar el cielo con la punta de los dedos.

Xeral - como si le leyese la mente - le alzó entonces las faldas del vestido, le separó las piernas y agachó la cabeza para acariciarle su feminidad y ella gimió fuerte. Su lengua comenzó a trazar círculos lentos en su punto de placer y ella abrió más las piernas para que él pudiese acariciarla mejor y para poder disfrutar más del placer que le recorría el estómago y la espalda.

Sin previo aviso, la lengua de él fue aumentando la velocidad a la vez que un dedo se introducía en su interior. Oh sí; eso es lo que necesitaba su cuerpo, pensaba ida por las sensaciones tan fuertes. Se aferró desesperadamente a las hebras de las hierbas del jardín, mientras el placer aumentaba y aumentaba cada vez más y más a medida que la lengua y aquel delicioso dedo aumentaban la velocidad.

Estaba a punto de estallar.

- Varel - gimoteó.

Estaba…

- Varel.

Abrió los ojos y se apartó cuando estaba a punto de alcanzar el máximo placer. Su pecho subía y bajaba alarmantemente mientras miraba a Xeral con horror. Por todos los dioses ¿qué estaba haciendo? ¿Qué acababa de hacer? Había… había…

No.

- ¿Criselda? - la llamó Xeral con un matiz de reproche mientras la observaba fijamente.

Ella, con la mirada al frente, parecía traspasarlo con los ojos vacuos mientras su corazón comenzaba a morir lentamente de un modo agónico; como si su corazón no fuese su verdadero corazón y la palma de su mano izquierda - la marcada por el ritual - le picaba más intensamente. A su memoria volvieron las palabras que le dijera Qurín antes de la ceremonia:

Los Hijos del Dragón creemos en el matrimonio eterno. Una vez nos casamos es para siempre sin importar que nuestro cónyuge muera más tarde o más temprano. Tampoco traicionamos a nuestras parejas nunca - enfatizó mucho la palabra nunca - sea de la forma que sea.

Los ojos comenzaron a picarle y, nuevamente, se le llenaron de lágrimas. Ella le había traicionado, acababa de traicionar a su esposo de la manera más sucia que existía. Había obtenido placer sexual con su hermano menor, con el hermano de Varel y podía dar gracias de no haber consumado enteramente el acto. ¿Cómo había podido hacerlo después de todos los buenos momentos que había pasado al lado suyo en aquel mes?

Había incumplido con su deber de esposa y princesa.

Le había traicionado y no podía dar crédito a ello. Su madre le había enseñado los valores que una dama debe preservar ante todo y ella los acababa de destruir como si no fuesen nada.

- Criselda - la volvieron a llamar. Ella enfocó la vista -. ¿Qué te sucede? ¿Por qué te has apartado? ¿Acaso no me amas?

¿Amar?

¿Le amaba?

Agachó la mirada hacia su palma izquierda - que continuaba picándole horrores - y vio como empezaba a brotar la sangre en ella como salida de la nada. Dio un respingo ante aquella visión y miró a Xeral asustada con el arrepentimiento atenazándole las entrañas. Le dolía terriblemente el pecho a la vez que la palma de su mano se curaba de repente dejando solamente una mancha de sangre fresca.

Negó con la cabeza mientras se ponía en pie completamente desconcertada y tambaleante. Se ahogaba sin saber adonde ir y que hacer. El corazón parecía estársele muriendo poco a poco y supo que no era su corazón el que estaba experimentando aquel dolor atroz; era el de Varel. Entonces lo de la herida de su mano… si era cierto que - de algún modo estaban conectados a través de la extraña magia del ritual - entonces él…

- Varel - dijo - algo le ocurre - y miró en dirección a la entrada del palacio.

Xeral se incorporó entonces y la miró con rabia.

- ¿Acaso es él más importante que yo?

Ella abrió desmesuradamente los ojos húmedos y le miró con aprensión, comprendiendo al fin lo que en verdad había ocurrido entre su esposo y ella en aquel mes. Comprendió que algo dentro de ella había cambiado y no había sabido entender. O no había querido entenderlo por ser aún demasiado infantil.

- Si - respondió en un susurro.

Los labios de Xeral temblaron unos instantes antes de dibujar una fina línea en su rostro mortalmente serio y letal.

- ¿Te has enamorado de él?

Asintió.

- Si.

Criselda apretó los puños mientras se recogía la falda del vestido y salía corriendo hacía el interior del gran Palacio de Silex. Corrió por los pasillos hasta la escalera de caracol del centro sin pensar en tomar uno de aquellos malditos elevadores. No se molestó en ir en búsqueda de Varel al salón del trono, su corazón - o una fuerza superior - parecía estar guiándola hasta la novena planta. Sabía a ciencia cierta que Varel estaba en sus dependencias, solo y sufriendo por algo que ella no podía alcanzar a comprender.

¿Es que le había sucedido algo en su ausencia?

Tenía que llegar hasta él. Debía consolarlo y decirle lo que acababa de descubrir: que le amaba hasta lo más profundo de su alma y corazón.

Fatigada y sin resuello, Criselda llegó por fin al noveno piso y corrió hasta su dormitorio sintiendo que la palma de su mano le picaba con más intensidad. Aunque sentía flato y los músculos doloridos, no aligeró el paso hasta ver con sus ojos empañados la puerta de sus dependencias privadas. Se detuvo unos momentos para coger aliento y colocó la mano en el pomo y tiró con fuerza.

Pero lo que vio allí dentro, hizo que se desplomara y que la desazón la consumieran.

  

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