Capitulo veintidos
Límite infranqueable
Su dormitorio no esteba como él lo había dejado abandonado hacía ya cuatro años. Aún recordaba, como si acabara de pasar apenas en cinco minutos, cuando decidió partir del Palacio de Silex y comenzó a rebuscar todo lo que necesitaba para su periplo hacia la guerra entre su destrozada y sucia estancia. Ahora ya no estaba todo por el suelo y en completo desorden entre cristales rotos. Ahora todo estaba perfectamente limpio y ordenado y no tenía nada que ver con su antiguo y limpio dormitorio que lo había acompañado durante tantos años en aquella jaula de piedra pulida que era la capital del reino.
Varel penetró en la estancia seguido de Criselda y cerró la puerta cuando ella se adentró hasta el centro de la cámara para observarlo todo. En el aire aún se podía palpar el olor a cerrado y a moho a pesar de las velas aromáticas que estaban prendidas en distintos puntos de la alcoba y las ventanas abiertas de par en par con las cortinas al viento. Tampoco tenía que esperar milagros después de que - seguramente - sus dependencias solo habían sido abiertas de nuevo en el momento en que los sirvientes habían entrado con las ordenes expresas que le dio a Refie para que acondicionaran su dormitorio de tal forma que su esposa tuviese todas las comodidades que pudiese necesitar a partir de ahora.
Varel dio un paso más hacia el centro de su dormitorio. Enfrente suyo, pegada a la pared con un nuevo y reluciente panel de madera y sobre una tarima, había una enorme cama con sabanas de satén color oro viejo bordadas con figuras geométricas de una gran variedad de tonos marrón con muchos cojines encima. A la derecha de la cama, había una mesilla con una jofaina y una palangana llenas de agua perfumada y a unos pocos centímetros, había una chimenea tallada en la piedra apagada y con la repisa llena de velas intactas y nuevas. Al lado de la chimenea, había dos butacas mullidas y tapizadas de un color verde claro juntamente con un pequeño sofá de dos plazas blanco. A pocos centímetros de la entrada del dormitorio, estaba el armario de caoba que habían fabricado el día de su nacimiento por encargo de su madre.
Por su parte, en el lado izquierdo de la cama, habían aun gran biombo de madera pintado de negro y plata que había echo traer expresamente para Criselda. Sería mucho más cómodo para ella no tener que vestirse y desvestirse delante de él. A unos metros del biombo, estaba la puerta que llevaba a las demás estancias de sus dominios en aquella parte del palacio y más allá de la puerta, habían dejado el antiguo y precioso tocador que había pertenecido a la madre de su madre. Aquella magnífica pieza de artesanía era de madera de cerezo con tallas de ramas con flores de cerezo en las patas y en los bordes, así como en el recubrimiento del espejo colocado encima y sujeto con unas bisagras.
A cada lado del mueble, había tres pequeños cajones donde dentro habrían peines, peinetas, cepillos y cosméticos. Sobre la madera - delante del espejo - habían un gran joyero que perteneció a su madre con todas las joyas y tiaras que habían hecho fabricar para Sadela - aunque ahora pertenecería a su descendiente - y al lado del joyero, había tarros de aceite de rosas y de agua de colonia de diversos olores.
Satisfecho con los arreglos de su antiguo dormitorio, Varel se acercó al armario y abrió la puerta. En su interior, había una pequeña habitación llena de ropa - tanto masculina como femenina colocada en perchas sobre unas barras de hierro en los lados- y los expositores de sus armaduras en el centro. Entró adentro dando un saltito y comenzó a soltar los ganchos y las correas de sus gebras. No tardó mucho en escuchar a su esposa colarse por la entrada del armario.
- ¿Qué te parece? - le dijo cuando se liberó de las gebras.
- Es más grande que mi antiguo dormitorio - murmuró mirando con las cejas alzadas el interior oculto del armario -. Oh.
Varel sonrió mientras desabrochaba los ganchos de las espinilleras y se las quitaba para luego desatar el recubrimiento de sus piernas completamente hecho con zafiros.
- Impresiona ¿verdad?
- En mi castillo los armarios no son así, simplemente son de madera y no puedes meterte dentro.
- Así es más práctico para tener las armaduras a mano y poder ponértelas y quitártelas sin que un escudero manazas las tire por el suelo - le explicó entre risas colocando lo que se iba quitando con sumo cuidado en su lugar del expositor.
Ella se acercó a él.
- ¿Quieres que te ayude?
¿La había escuchado bien?
Varel detuvo sus dedos cuando iba a quitarse los protectores de sus brazos. Si le tenía miedo y no quería que él se le acercara ¿por qué se ofrecía a ayudarle entonces? No lograba entenderlo.
- Puedo solo. Ves a ponerte cómoda. A los pies del biombo hay un baúl y allí dentro hay camisones para ti.
- ¿Y tú? - dijo a media voz y sin mirarle.
Él soltó las hombreras y las dejó al lado de los protectores. Ya solo quedaba quitase la coraza y se habría librado de la molesta armadura. Por muy esplendorosa que fuera pegaba una calor de mil demonios.
- ¿Yo qué? - dijo desatando los ganchos.
- ¿Cómo duermes tú?
Se quitó la coraza y la colocó bien para que no cayera al suelo antes de responderle.
-Así, en calzones - dijo sencillamente encogiéndose de hombros y mostrándose a sí mismo.
Ella le miró fijamente durantes unos largos instantes antes de asentir y agachar la cabeza completamente sonrojada y salir rápidamente del armario. El príncipe heredero miró su precipitada huída - porque eso era una retirada - y comprobó que dejaba cada una de las piezas de su armadura ceremonial bien colocada en su respectivo lugar. Cuando acabó y salió del espacioso armario, cerró las puertas y fue hacia la palangana para limpiarse el sudor. Tomó una toalla limpia y la mojó en el agua perfumada con lavanda. Se pasó la toalla húmeda por el cuello, el pecho, las axilas y después ahuecó las manos para mojarse la cara y el pelo.
Ahora estaba mucho mejor y soltó un suspiro de satisfacción por la sensación limpia y fresca del agua sobre su piel. Se dio la vuelta y vio a Crisleda salir tímidamente de tras el biombo con un bonito camisón de tirantes de satén rojo con encaje negro. Se le secó la boca y se le disparó el corazón. Estaba absolutamente adorable y preciosa así vestida. Un camisón era una prenda demasiado íntima y vulnerable pues solo esa prenda le impedía contemplar y sentir su desnudez femenina.
Sacudió interiormente a su subconsciente para que dejase de pensar en su esposa de un modo más intimo y pasional. Aquel no era el momento de hacerlo.
Pero es la primera vez que la ves en camisón, en un camisón de verdad no como en aquel pueblo de Senara que más que un camisón parecía un saco de patatas - le dijo la vocecilla de su interior.
“Basta”.
- ¿Quieres que te enseñe mis dependencias? - se ofreció.
Ella le miró con desconcierto por encima de sus pestañas. Por Urano, era demasiado hermosa y estaba comenzando a desearla de un modo desenfrenado y descontrolado. Cálmate - se reprendió.
- Ya la he visto - respondió Criselda.
- No me refiero al dormitorio. Estas cuatro paredes no son únicamente mis aposentos privados.
Eso llamó su atención.
- ¿A no?
- No.
En un principio no se dio cuenta de que había una puerta cerca del biombo que había en la estancia muy oportunamente para ella. Sintió que así le sería mucho más fácil el tener que desnudarse simplemente en la compañía de su esposo, pues sabía perfectamente que allí tendría que vestirse y desvestirse ella sola todos los días y solo la ayudarían si ella lo pedía expresamente porque no pudiese colocarse algo ella sola. De momento no aria falta. Con aquel calor húmedo y sofocante, no se pondría corsé aunque la idea no le hacía demasiada gracia. Sin aquella prenda íntima se sentía prácticamente desnuda.
- Todo es acostumbrarse - le había dicho Yenara en Mazeks cuando le mostró el vestido verde que había llevado durante todo el día.
Si, todo era acostumbrarse.
Tampoco era algo sumamente complicado puesto que el ser humano era el ser que más rápido se adaptaba a los nuevos ambientes. Solo hacía falta mirar a su esposo que parecía estar muy cómodo en calzones mostrando sin pudor y sin inhibición prácticamente todo su cuerpo desnudo.
Varel abrió la puerta que conducía a otra estancia adyacente al dormitorio principal y vio un pequeño salón comedor con butacones orejeros una mesa cuadrada y cuatro sillas a su alrededor. Al fondo había una chimenea y un gran ventanal que daba a un balcón con unas amplias vistas. Desde allí y a tanta altura se podía ver el mar, un bosque frondoso no muy lejano, una explanada de hierba donde había un gran numero de reses con una caseta y un prado en flor.
- ¿No te da vértigo? - le preguntó su esposo.
Criselda negó con la cabeza.
- Me gustan las alturas -confesó -. Siempre y cuando tenga una buena base donde poder apoyar bien los pies.
Él asintió y entraron nuevamente al salón comedor.
- Aquí es dónde como la mayoría de los días - explicó -. No me gusta comer con tanta gente si no es indispensablemente necesario.
- ¿No es obligatorio comer con la corte?
- No si no quieres. Muy pocos comen fuera de sus dependencias pero tú puedes hacer lo que gustes.
No lo pensó mucho.
- Prefiero comer aquí.
Él no dijo nada y se encaminó hacía otra puerta. Esta daba a una pulcra y pequeña biblioteca privada. Criselda se quedó mirando las cuatro estanterías repletas de libros de todos los tamaños y colores.
- Se podría decir que es el cuarto de ocio.
- ¿De ocio?
- Si, para mí la lectura es un gran placer que me distrae y me proporciona, además de diversión, sabiduría.
Varel le dio la espalda mientras acariciaba el lomo de unos libros y ella contempló los músculos de su espalda bronceada. Nuevamente aquel terror que la había asaltado después de que él la intentase asesinar, se había escondido en alguna de las profundidades de su ser y ya no se sentía tan incómoda al lado suyo. Puede que el motivo de que aquel miedo primitivo se hubiese marchado, fuese el consuelo que le transmitió en la cena cuando Xeral les dijo que se había prometido.
Un nudo invisible se formó nuevamente en su garganta y tuvo que apartar aquella dolorosa verdad de su mente y de su corazón afligido. Se concentró de nuevo en la poderosa espalda desnuda de Varel y se dio cuenta de que no era la espalda sino el pecho y el torso lo que sus ojos verdes estaban mirando. Él se había dado la vuelta y la estaba observando fijamente a los ojos de un modo penetrante y lleno de una brillo pasional.
El nudo de su garganta se deshizo como si jamás se hubiese formado y el corazón empezó a latir de aquel modo doloroso que solo manifestaba en presencia de Varel. Él dio un paso hacia ella y alzó la mano derecha lentamente sin apartar de la muchacha su espléndida y lúcida mirada bicolor, aquella mirada tan hermosa que vislumbró por vez primera de camino al territorio de los trolls. Ella en cambio, enfocó la vista en su mano y vio allí la cicatriz del corte que le produjese en el intercambio de sangre. Se estremeció al recordarlo y su sangre pareció hervir con el recuerdo de su tacto y con el sabor de sus labios.
De nuevo su cuerpo la traicionaba y deseaba que él la tocase y le diese ese más que solo un amante podía darte. Si, eso era, ese era el más que ella quería; el que su cuerpo deseaba irracionalmente. Cuando estaba a solas con Varel, quería pertenecerle a él y solo a él. Deseaba que la tocara y apagase el fuego que se había encendido dentro de ella sin que supiese a ciencia cierta precisar el momento exacto en el que comenzó a prender.
La mano de su esposo alcanzó por fin la piel de su hombro y fue siguiendo la línea de su clavícula hasta el filo de encaje de su camisón justamente sobre sus pechos. Se le aceleró la respiración y le recorrió un escalofrío placentero por la espalda. Le miró a los ojos y él pareció ver la pasión que prendía en su interior. Se acercó más a Criselda y sintió su aliento en el rostro al igual que su calor corporal y el olor limpio y fresco de su cuerpo masculino.
Tímidamente, alzó su mano izquierda y rozó con la yema de sus dedos su pectoral. Él dejó escapar un jadeo mientras reseguía la línea de su mandíbula muy despacio.
Ella también dejó escapar un jadeo mientras acariciaba su piel bronceada y rozaba ligeramente su pezón. Varel acarició sus labios con los dedos y ella dio un paso más hacia él para estar más cerca. La creciente necesidad que se había apoderado de la princesa, había subyugado a su conciencia y a su futuro remordimiento. Nada de aquello importaba en aquel instante. Lo único que había en su cabeza era Varel. Incluso Xeral había desaparecido.
- Será mejor que paremos - murmuró él con el rostro muy cerca. Su aliento le rozó la boca.
- ¿Por qué? - dijo ella con la voz algo ronca y perlada de necesidad vital.
- Si continuo sé que no podré parar y ahora mismo te necesito Criselda - declaró él con una sinceridad rayana al dolor.
- Yo también te necesito - confesó sin importarle nada más que aquella gran verdad..
Varel murmuró algo ininteligible muy cerca de sus labios y ella los entreabrió para que él pudiese besarla de verdad, con un beso apasionado y desesperado.
Y eso hizo.
Su lengua penetró en su boca con eficiencia y contundencia y se movió sensualmente en su interior al igual que sus labios contra los suyos. Le faltaba el aliento y le costaba mantenerse en pie por la magnitud de las sensaciones que su cuerpo estaba sintiendo y experimentando. Alargó los brazos y rodeó el cuello de su esposo mientras él la reclamaba por la cintura y sentía el bulto de su masculinidad en su cadera. Le deseaba, por Gea y Urano y demás dioses menores y deidades; le deseaba tanto que creía que iba a morir si él se apartaba.
Estaba siendo una inconsciente. ¿Y quien podría culparla por dejarse llevar por la lujuria cuando se tenía el corazón roto? Un corazón que había vuelto a la vida acompasado y latiendo a la misma velocidad que el de otra persona. ¿Quién podría culparla por desear el calor de un cuerpo junto al suyo?
Solo era un ser humano.
No era perfecta.
Y un limite infranqueable acababa de romperse.
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