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Capitulo veinticuatro

El protector

 

Varel contempló a su hermano menor sin parpadear mientras se colocaba la vaina de Zingora en la espalda. Después cogió el mango de la katana y desenvainó. El sonido del acero reverberó en el silencio reinante en el campo de entrenamiento. Xeral se levantó ágilmente como si fuese un depredador al acecho y desenvainó su espada.

Los dos se colocaron en posición de ataque con el cuerpo ligeramente hacia adelante y sosteniendo el mango de sus respectivas espadas con firmeza pero no con fuerza. Varel se movió hacia su derecha y Xeral también, estudiándose mutuamente y esperando el mejor momento para atacar. Pero él ya sabía quien de los dos daría el primer paso: su hermano menor nunca había sido de los que aguardan al acecho demasiado tiempo.

Con su melena negra recogida en la nuca con unas cintas de cuero marrones, Xeral se precipitó hacia él con la espada dibujando un arco sobre su hombro izquierdo. Varel detuvo el golpe y giró el cuerpo para propinarle a su hermano una patada. Este dio un salto hacia atrás y las espadas se separaron con un ruido chirriante. Varel aprovechó el resquicio de guardia que había perdido su hermano y  arremetió con su espada. Increíblemente rápido, su hermano paró el golpe pero la punta de Zingora rozó ligeramente la piel de su cuello.

Xeral le miró entonces con furia he hizo fuerza con su espada para hacer retroceder a Varel. Él lo consintió hasta ver la confianza en los ojos naranjas de su hermano. Entonces el príncipe heredero se agachó de improvisto y rodó por el suelo para colocarse tras Xeral. Sin alzarse, barrió las piernas de su oponente con un giro y Xeral cayó al suelo con las manos por delante para detener la caída. Varel se levantó y golpeó con el mango de Zingora la espalda de Xeral. Su hermano menor gruñó de frustración mientras se giraba con su espada apuntando el torso de Varel. Este detuvo el golpe y retrocedió unos metros colocándose de nuevo en posición defensiva.

Xeral se pasó la mano por la boca para limpiarse la saliva y se precipitó de nuevo hacia el ataque. Varel le esperó hasta el último instante y apartó la espada con una sola mano y, con la otra, le propinó un puñetazo en el vientre. Xeral aguantó el golpe y le dio una patada en el muslo. Él ni se inmutó y con las espadas aún juntas besándose mortalmente, Varel le propinó un codazo en toda la cara a Xeral y este cayó hacia atrás. Varel tomó la espada de su hermano y le apuntó con las dos en el pecho. 

Su hermano menor - lleno de polvo, sudor y sangre - le miró y sonrió con la nariz rota. Varel apartó las espadas y guardó Zingora en su vaina pero no soltó la de Xeral. Todo lo contrario; aferró con mas fuerza el mango.

- Vaya; que desventaja es luchar contra alguien que no siente dolor - dijo mientras se incorporaba y se palpaba la nariz -. Me la has roto - comentó con una sonrisa de suficiencia.

- Si pudieras, tú me romperías todos los huesos - contraatacó.

- No te falta razón - respondió - me encantaría poder hacerlo pero sería inútil si no padeces el sufrimiento ¿no crees? Mi espada - exigió.

Varel se la entregó por el mango y vio un brillo malévolo en sus ojos anaranjados. Supo que su hermano estaba considerando la posibilidad de atacarle ahora que estaba desprotegido. Pero pronto pareció apartar esa idea y tomó la espada para enfundarla.

- Te ganaría si dificultad si no fuese por que eres el elegido.

- ¿Eso crees?

- Por supuesto, soy mejor que tú en todo Varel. Nunca te había visto esa katana - dijo Xeral con la voz un poco distorsionada por su nariz. No dejaba de manar sangre. Varel le ofreció un pañuelo que él aceptó al instante.

- Es nueva, me la acaba de entregar Acero - le explicó.

- Vaya con el maestro herrero. Entonces supongo que será esa nueva espada que era la comidilla de todo el palacio cuando llegué. - Apartó el pañuelo de su nariz -. Zingora.

- Así es.

Xeral volvió a pasarse el pañuelo por la nariz mientras se la colocaba en su sitio de un chasquido. Gimió guturalmente y sorbió para luego escupir sangre a un lado.

- Un nombre muy apropiado para una espada aunque ese viejo no a sabido escoger bien a su dueño.

- Te gustaría poseerla - no era ninguna pregunta y su voz sonó dura y letal.

Xeral también mudó su expresión por una más adusta y malvada.

- ¿Y por qué no? Debería haber sido mía al igual que ese ojo azul.

Varel contempló como su hermano acababa de limpiarse la sangre y tiraba su pañuelo al suelo antes de pisarlo con la suela de su bota restregándolo contra el suelo una y otra vez.

- Es todo una auténtica paradoja ¿no crees Varel? Yo que desde que tengo uso de razón he deseado ser el marcado por el dragón no lo soy y tú que nunca has deseado serlo; lo eres. Yo ansío ser el padre de los nuevos dragones y tú no. Yo quiero el poder y tú simplemente no sabes lo que quieres, entonces ¿por qué te escogieron a ti? ¿Por qué no fui yo el elegido del Dragón?

Varel no respondió y Xeral prosiguió.

- Los dioses son omniscientes, ven el futuro y lo saben todo. Ellos deciden los destinos de todos, pero hay una opción que todo ser mortal tiene para equilibrar la balanza. Nosotros poseemos el libre albedrío y por ello podemos lograr burlar el destino en algunas ocasiones.

Calló y dejó de restregar el pañuelo para mirarle a los ojos.

- Siempre has dicho que deseabas ser normal hermano, entonces ¿por qué te casaste? ¿Por qué cambiaste de opinión tan drásticamente?

- ¿Qué otra cosa podía hacer? Es mi destino, nací para eso.

Xeral sonrió.

- Oh, podrías haber hecho muchísimas cosas y la más eficaz; habría sido matar a padre. Como te he dicho antes, tenemos la opción del libre albedrío. Así tú serías el rey y solo tendrías que obedecerte a ti mismo.

Varel sintió que se le subía la bilis y el asco hasta la boca. ¿Cómo podía hablar su hermano de un modo tan ligero sobre matar a su padre? Es cierto que Varel le deseaba la muerte y muchas cosas a Riswan y que, en el fondo de su corazón, deseaba matarle. Pero siempre se había sentido incapaz de hacerlo.

- ¿Tú lo hubieses hecho? - le preguntó con el ceño fruncido. Él sonrió con sarcasmo.

- Si. Es una buena solución, así morirías y tu legado pasaría a otro.

- A ti ¿cierto? - dijo con asco.

- Por leyes naturales, yo viviré más que tú.

- ¿Eso crees? - musitó.

Con pasmosa lentitud, Varel colocó su mano sobre el mango de su espada y la desenfundó de un tirón seco. La hoja brilló por los primeros rayos del sol que asomaba por el horizonte haciendo brillar el océano. El joven clavó la mirada en los ojos de su hermano y colocó la hoja de la katana sobre su cuello. Sin pensarlo hizo que Zingora le rajase completamente la garganta sin perder el contacto visual de los ojos naranjas de su interlocutor. La sangre bajó precipitadamente por su cuello mientras sentía que le fallaban las piernas y que le costaba mantener entre sus dedos su katana liviana como una pluma.

Xeral le contempló con asombro y cierto horror mientras se tambaleaba hacia atrás y sentía que se ahogaba entre convulsiones aunque no sentía dolor solo algunos escalofríos. Entonces sintió el cosquilleo de la magia y sus dedos volvieron a sostener mejor la espada a la vez que sus piernas se tornaban fuertes y firmes de nuevo. Alzó la cabeza y vio el sorprendente asombro en el rostro de Xeral cuando el corte de su cuello fue desapareciendo paulatinamente y la sangre dejaba de manar como si acabaran de cerrar el grifo de un tonel de vino negro.

Poco a poco, su hermano menor comenzó a reír  -bajo al principio - para luego estallar en estruendosas carcajadas.

- ¿Qué te hace tanta gracia Xeral? - preguntó enfadado -. Como ves yo soy inmortal, no puedo morir hasta que no cumpla mi cometido.

- Como te gusta actuar hermano mío - le respondió con lágrimas en los

ojos -. No te hagas el importante que no te sienta bien. El abuelo murió sin cumplir su cometido.

- Él no era como yo - le contradijo.

Xeral paró de reír molesto.

- Eso es lo que dice el estúpido de Qurín.

- Él conoció a Gratén más que ningún otro y fue testigo de la aparición de Urano y de sus palabras en el salón del trono.

Xeral hizo un gesto despectivo con la cabeza y se encaminó hasta apoyarse en un murete.

- Por supuesto; os encanta restregárselo a todo el mundo por las narices. Pero yo sé que si tu mueres habrá otro marcado.

- ¡Mi marca es el último regalo de Urano y Gea con el gran padre de todos! Urano en persona se presentó ante el consejo al completo y dijo que sería la última vez.

Lo recordaba como si fuese ayer. Cuando su madre lo llevó hasta el salón del trono para enseñarles a todos su ojo azul, Urano apareció como salido de un sueño completamente etéreo sumido en una espesa bruma, ataviado con una túnica perlada de estrellas.

- Es el último - dijo con una voz distorsionada y lejana -. Será la última vez - y desapareció.

- Bueno - dijo Xeral apoyando los codos en el murete -  aunque fuese así, no es lo único que quiero y esto es más fácil de obtener que el poder del Dragón.

Varel frunció el ceño confuso observando a su hermano menor con mucha cautela. ¿Qué quería ahora que fuese de su propiedad? Y entonces le vino un destello y la imagen de Criselda en su compañía en el barco.

“No”.

- Criselda - susurró mirando sin ver nada.

- Exacto - corroboró Xeral cruzando las piernas -. Es injusto que sea para ti cuando ella en realidad desea estar conmigo. ¿No te parece cruel?

El príncipe miró al otro príncipe y deseó sacar su espada y  matarlo. Pero Zingora se había forjado para proteger lo que uno amaba no para destruir a gusanos rastreros.

- Tú estas prometido.

- ¿De verdad? - se burló Xeral.  Se quitó los guantes y mostró las palmas de las manos -. ¿Ves alguna marca en ellas? No he realizado ningún ritual.

¿Entonces que significaba el papelón de la noche anterior?

- Veo confusión en tus iris dispares. Corwën se limitó a hacerme un favor nada más.

- Entiendo - dijo casi sin voz -. Pretendías lastimar a Criselda, ponerla celosa.

- No sé si se puso celosa pero pude percibir que la herí. Eso significa mucho, ella piensa en mí con amor.

Se le revolvieron las entrañas.

- Pero tú no la amas.

Xeral se encogió de hombros.

- No, a diferencia de ti, pero la quiero. Deseo que sea mía y lo lograré.

Varel apretó los puños y frunció los labios. No, no le permitiría que le robara a su esposa y mucho menos que se apoderara de ella por desearla únicamente. Solo quería a Criselda para hacerle daño y tenerla como un triunfo. No lo toleraría jamás. Ella se entregó a mí - se dijo - hemos echo el amor. Lograré que me ame a mí.

- ¿Por qué quieres utilizarla para herirme Xeral?

- Que dramático, esto no tiene nada que ver contigo - dijo con fastidio.

- Criselda no se irá contigo - dijo desafiante -. Nosotros nunca traicionamos a nuestras parejas, jamás.

Xeral se separó del murete y se encaminó hacia una de las salidas mientras el sol iluminaba todo el lugar. Su hermano le miró con seguridad y con una sonrisa de triunfo.

- Cierto, pero ella no es una de los nuestros. Criselda es una hija de los Hombres. Nunca olvides esos mi querido hermano. Nunca lo hagas  - y con una sonrisa de triunfo y socarronería se despidió con un:- Hasta más ver.

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