
Capitulo treinta y siete
El grito de la muerte
El fuerte estruendo de cientos de cascos de caballos era lo único que se escuchaba a muchos kilómetros a la redonda. El rey Riswan iba a la vanguardia marcando la marcha con su más fiel general a su lado mientras que el príncipe Varel estaba en la retaguardia con Patrexs y Corwën a su lado.
El joven miraba furtivamente a su compañera sin poder estar tranquilo. Tenía un mal presentimiento pero no podía precisar en qué sentido. ¿Xeral le habría pedido a Corwën que se embarcara en aquella empresa para atentar contra él?
No, no lo creía probable y por dos sencillas razones: la primera; que su hermano no estaba enterado del asunto y la segunda; que nadie se aventuraría hacía la muerte por él sabiendo que no podía morir y que era el mejor luchador de su raza.
¿Entonces por qué? No podía saberlo, no al menos si no se lo preguntaba y al hacerlo antes de salir del palacio, Corwën le había dado sus motivos, unos bastante convincentes si viniese de otra persona que no estuviese vinculada con su hermano. Puede que sea simplemente eso - se dijo mirando al frente. No debería ser tan desconfiado pero era impensable no serlo después de todo lo que le había sucedido en la vida cuando baja por un instante la guardia.
El pequeño ejercito continuó su avance a gran velocidad sin bajar un ápice el ritmo y sin tomar ni un instante de descanso temerosos de que, si descansaban, llegasen a destino demasiado tarde. El sol había descendido desde su cenit hasta la mitad de su recorrido diario y estaba casi poniéndose cuando los jinetes pudieron distinguir la silueta de Ogihx, de la cual, salían grandes volutas de humo negro.
Riswan frenó a su montura que levantó sus poderosas patas delanteras apoyándose solamente en las traseras y cayó de nuevo al firme suelo. Sin necesidad de ser llamados, sus generales y Varel fueron a su encuentro.
- Por todos los infiernos, las quimeras han llegado antes que nosotros - maldijo su padre con los dientes apretados sabiendo que se estaría reprendiendo interiormente por no haber llegado antes-. Pero el plan sigue siendo el mismo - se volvió hacia ellos -. Todos sabéis donde están vuestras posiciones; entrad allí con vuestros batallones y luchad como si fueseis los enviados de la muerte. ¡A formar!
- ¡Si majestad! - gritaron todos a una menos Varel que permaneció en silencio mientras volvía con su batallón.
- Ha llegado el momento de luchar - informó el príncipe a los suyos -. Las quimeras ya están allí dentro y nosotros debemos proteger el centro del pueblo. ¡Adelante!
- ¡Hijos del Dragón! - gritó Riswan mientras los guerreros estaban en formación y listos para partir -. ¡A luchar!
Todos a una, pusieron a galope tendido sus monturas y se precipitaron en la más desenfrenada carrera en la que Riswan cambió su lugar por la retaguardia conjuntamente con sus veinte arqueros. Tomaron la delantera los dos hermanos conjuntamente con Lenx y sus respectivos batallones para llegar a la parte sur. Tras ellos iban Boltrakx y Uruï para ubicarse en la parte oeste y Varel seguía la estela de Blokk para detenerse en el centro del pueblo.
Una vez llegaron a las inmediaciones, todos saltaron de sus caballos - no era su costumbre de valerosos guerreros el luchar sobre montura alguna al enfrentarse con bestias inmundas- y fueron entrando al campo de batalla con gritos de guerra y destrucción mientras Ogihx se consumía en las llamas y en los chillidos de pánico y dolor de sus habitantes. Varel saltó de Nem y fue a la carrera hacia su lugar juntamente con su mejor amigo, sus fieles guerreros y Corwën sorteando cadáveres, restos de casas derruidas y combatientes.
Aquello era un completo caos.
Había muchísimas quimeras - más de veinte - y atacaban ferozmente a todo lo que había a su alcance. Rugían intimidantes con sus gigantescas cabezas de león, y con las cabezas de serpiente de sus colas intentaban morder a sus atacantes y víctimas para paralizarlas con su potente veneno. Mujeres y niños intentaban huir con la ayuda de los hombres y algunas mujeres valientes que, sin hijos y con el vigor de la juventud, luchaban contra los monstruos para darles tiempo a huir.
Pareció que tardaban una eternidad en llegar al centro de Ogihx, pero en realidad solo fueron ocho minutos de intensa carrera. Blokk, que había aterrizado la primera, desenvainó su afilada hacha de combate y se colocó en el flanco derecho precipitándose sobre una quimera que estaba desgarrando con sus colmillos a un anciano.
- ¡Ocho conmigo y los otros atacad a esa otra quimera! - gritó sin mirar a sus guerreros y dio un tremendo salto para descargar el filo de su arma pesada hacia la cola de serpiente.
El animal, al tener ojos también en la cola por tener cabeza, vio a la mujer y apartó la cola mientras giraba su cabeza de león con restos de carne y la miraba salvajemente.
- Nosotros defenderemos este flanco - ordenó Varel concentrándose en su tarea dejando que Blokk y los suyos se apañaran como buenamente pudieran. Ahora tenía que preocuparse de su propio batallón -. Formaremos dos grupos de siete miembros en total. Yo, Patrexs y Corwën formaremos el tercer grupo.
Con gran diligencia, todos obedecieron su mandato y Patrexs, con su sonrisa habitual se colocó a la espalda de Varel mientras que Corwën, un poco perdida, no sabía donde colocarse.
- Nunca pensé que extrañaría tanto a Hoïen en el campo de batalla - dijo su amigo apartándose el cabello húmedo por el sudor que emanaba de sus poros -. No creo que ella esté a su altura.
- Estoy de acuerdo, pero de nada sirve lamentarse - masculló desenvainando a Zingora al ver venir a una joven quimera con las fauces abiertas -. ¡ Ponte a mi lado Corwën! - le gritó a la vez que aguardaba a su rival.
La joven se apresuró a obedecerle en el momento justo en el que la quimera daba un poderoso salto entre las brasas de una viga de madera y caía frente a ellos.
- ¡Todos en formación y juntos! - gritó no solamente para sus tres compañeros -. ¡Intentad evitar el veneno de su cola y, a la más minima oportunidad, ¡cortadla!
Al decir esas palabras, el bumerang de Patrexs voló a gran velocidad directamente hacia la cola de la quimera con el factor sorpresa de su lado. Gracias a eso consiguió su propósito y logró cortarla. La cabeza de la cola de serpiente cayó al suelo entre chillidos de agonía y sangre correosa llena de veneno. Corwën dio un salto a un lado desenfundado sus cimarras y lanzó un tajo a las costillas del animal. La quimera rugió de dolor y furia mientras caía al suelo despatarrada aunque se incorporó con mucha agilidad debido a su gran juventud. Veloz como un rayo, Varel saltó sobre el lomo de la quimera mientras esta se levantaba y comenzó a cercenarle la cabeza con tajos fuertes y profundos de la hoja de su espada.
Pero el cuello de una quimera es grande, fuerte y nada fácil de cortar.
Cada vez más furiosa, la bestia comenzó a moverse con frenesí para intentar quitarse a Varel de encima mientras arremetía con sus dientes a Patrexs y Corwën. Sujetando a Zingora con una sola mano, el príncipe se aferró a la melena de la cabeza de león aguantando el equilibrio mientras reunía toda su fuerza para seguir cortando.
Abajo, la joven y su amigo esquivaban como podían las embestidas de la quimera que dejó de bambolearse decidida a matar a los que tenía a su alcance para luego ocuparse del que tenía encima. Soltando un fuerte rugido, la bestia comenzó a lanzar dentelladas y zarpazos, a la vez que coletazos, sobre los dos jóvenes guerreros mientras él intentaba en vano cortarle el cuello.
“Así no hay manera, debo pensar en otra cosa.”
Enfundando su espléndida espada, Varel bajó de la quimera mientras Patrexs rodaba por el suelo y hería profundamente al animal en una pata.
- El vientre es más vulnerable - informó su amigo cuando el príncipe se reunió con él nuevamente.
- ¿Pero cómo hacemos para que exponga su vientre?
- ¿Qué tal si se cuela debajo su alteza inmortal?
Con una sonrisa sarcástica, Varel corrió hacia el monstruo y, con gran habilidad, se echó al suelo y clavó su espada en el corazón de la bestia. La quimera gritó con sumo dolor a la vez que sonaba el cuerno que anunciaba una lluvia de flechas.
- ¡Poneos conmigo! - gritó a sus dos compañeros. Los dos obedecieron y el cielo se tiñó de una masiva lluvia de flechas que fueron cayendo sobre los monstruos con decisiva puntería certera.
La mayoría de las saetas impactaron en las cuencas oculares de las quimeras y otras tantas en el lomo o en la cola de los monstruos. Un rugido colectivo y ensordecedor reverberó en el campo de batalla mientras Varel continuaba con Zingora entre las manos en el pecho de la quimera. Pero el animal aún no estaba muerto. Sin necesidad de pedir ayuda, Patrexs y Corwën clavaron sus amas en la bestia hasta que, por fin, perforaron su gran corazón y se derrumbó sobre un costado derrotada.
Los tres sacaron sus armas del cuerpo aún caliente de la quimera para combatir a otra que venía a ocupar el lugar de su compañera caída. Por el rabillo del ojo, Varel supervisó el avance de sus guerreros y vio que habían matado a una quimera y que la otra estaba moribunda. De momento no había heridos en su batallón.
Pero era demasiado pronto.
Los tres compañeros mataron a aquella quimera y a otra - en la cual Varel sufrió un mordisco en el brazo y que le abolló ligeramente la armadura en aquel punto - y a la siguiente, Patrexs sufrió un fuerte coletazo en la cara que le dejó semiinconsciente durante unos minutos.
- ¡Protégelo! - le gritó a Corwën -. Yo me encargaré de acabar con ella.
Con la cara perlada de sudor, sangre y cansancio, la joven le obedeció con un ligero temblor en el cuerpo mientras el fuego de Ogihx se consumía poco a poco, no así la llegada de quimeras.
¿Cuantas había en verdad? Una nueva lluvia de flechas insertadas con veneno cayeron sobre los monstruos mientras los cadáveres iban en aumento tanto de un bando como del otro. En su batallón, había perdido tres hombres y dos mujeres y ahora solo había dos grupos de ataque en vez de tres. Esquivó un zarpazo de la quimera con la cual estaba enfrentando completamente solo cuando vio a Blokk acorralada por dos de ellas y cuatro hombres a su alrededor en circulo intentando hacerles frente sin mucho resultado.
Prestando atención también a ese combate, Varel esquivó más que atacó a su quimera siendo testigo de cómo las otras dos quimeras jugaban con el grupo de Blokk y asían por la cabeza a dos hombres completamente agotados y mal heridos para partirles el cráneo en un balanceo.
“No podremos con ellas, son demasiadas.”
¿Pero de dónde salían? Necesitaban los hombres de su padre.
- ¡A la carga! - gritó entonces la voz de Riswan.
El rey entró triunfantemente al campo de batalla con los arqueros que habían depositado en sus monturas sus arcos de largo alcance, y portaban ahora sendas espadas, hachas, dagas y chucillos en sus manos, atacando a diestro y siniestro en tres grandes grupos de vigoroso luchadores frescos.
Pero aquella entrada tan heroica fue la perdición de Blokk. La mujer, contempló embelesada la actitud intachable y valiente de su rey y no fue testigo de la zarpa de una quimera que la rajó de arriba abajo.
- ¡No! - gritó Varel al ver como la general caía al suelo llena de sangre y con una mueca de agonía en su rostro petrificado por la muerte.
Su quimera aprovechó su distracción para abalanzarse sobre él y lo aplastó por completo como si fuese una simple cucaracha. La armadura se le hundió en las costillas y se le cortó la respiración durante unos momentos. Un ligero dolor lo atravesó mientras se levantaba - con inmensurable esfuerzo - he intentaba desprenderse de la parte aplastada de la armadura que le molestaba terriblemente.
“¡Maldita sea!”
Varel tironeó para desenganchar las correas y se dispuso a desclavar de sus costillas el abollado acero cuando le inundó el terror al echar la vista atrás. La quimera se precipitaba hacia el atontolinado Patrexs y la cansa Corwën. Tironeó con más fuerza de la armadura mientras corría hacia ellos olvidando su espada en el suelo. La bestia enseñó los dientes mientras Corwën apartaba a Patrexs del radio de acción del monstruo para protegerle como él le había ordenado.
- ¡Huye! - gritó Varel tirando con furia el pedazo de armadura hacia un lado, dejando al descubierto su cota de malla.
Pero fue demasiado tarde para la joven que solo atinó a alzar el brazo izquierdo por acto reflejo a la vez que el animal alzaba la zarpa y le desgarraba ese brazo desde el hombro hasta la punta de los dedos. Corwën gritó y ese grito entró por los tímpanos de Varel como un puñal. La guerrera cayó al suelo retorcida por de dolor y sufrimiento atroz a la vez que la quimera abría la boca para zampársela de un solo bocado.
- ¡Varel!
Patrexs, consciente al fin, le lanzó su lanza corta plegable completamente montada, y el príncipe la cogió al vuelo a la vez que la lanzaba al lomo de la fiera. El monstruo gritó y se volvió hacia él olvidando su presa moribunda. Corriendo de nuevo hacia la dirección en la cual había estado combatiendo antes con ella, Varel fijó su mirada en Zingora mientras la bestia le pisaba los talones y Patrexs ponía a salvo a la malherida tras el muro de una vivienda calcinada y derruida. La quimera le lanzó un zarpazo que él no pudo esquivar y lo derribó por la espalda cayendo de morros contra las cenizas que reinaban ahora por los adoquines de Ogihx conjuntamente mezclada con sangre de humano y bestia.
Nuevamente, la zarpa de la quimera atrapó al joven príncipe y esté no pudo escaparse. La espada estaba a escasos centímetros de sus dedos, pero no podía ni soñar en llegar hasta ella. La quimera clavó sus uñas en su espalda y sintió como le perforaban la cota de malla, la camisa y la carne. Gruñó con fastidio intentando arrastrarse hacia su katana pero solo conseguía que el animal lo aferrase con más fuerza.
- ¡Principe Varel!
Alzó la mirada.
Lo que quedaba de su batallón de combate, se acercó a su posición y empezaron a atacar a la quimera con gran ímpetu y esta comenzó a rugir y a lanzar zarpazos con su pata libre para defenderse.
- Devuélveme mi lanza bicho repugnante - escuchó que decía la voz de su compañero de armas desde el lomo del monstruo entre el jolgorio de los rugidos y los gritos del animal.
Atacada desde tantos puntos y recibiendo muchas heridas por retenerle bajo su pata, la quimera le soltó y él pudo incorporarse y, por fin, pudo aferrar nuevamente su arma. Codo con codo, todo su batallón acabó con aquella quimera y con otra más. Cada vez el cerco se fue estrechando y el combate se desarrolló al completo en el centro de Ogihx. Su padre y los generales supervivientes - Lenx, Boltrakx y un muy malherido Uruï - luchaban codo con codo con un grupo de seis quimeras. Los hermanos habían muerto, supo poco después; primero murió Prokxs y, al verse sola y abandonada, Prinxs soltó las armas y dejó que una quimera la matara.
El ejercito había menguado a menos de la mitad, pero solo quedaban en pie de guerra seis quimeras y su alfa que aún no había aparecido para honrarles con su presencia. Heridos y cansados, los Hijos del Dragón continuaron la desenfrenada batalla dispuestos a no sufrir ni una baja más entre sus filas.
- ¡A mí guerreros! - gritó Riswan -. Grupos entre ocho y nueve por quimera; ¡acabad con ellas! - jaleó a sus hombres y mujeres infundiéndoles valor.
Llenos de coraje por las palabras de su soberano, todos comenzaron luchar con más ímpetu y bravura que antes a pesar de su condición física tan menguada por el transcurso de las horas. Las estrellas brillaban desde hacía tiempo y la luna menguante aparecía tras algunas nubes mientras el combate aún continuaba y los heridos aumentaban en menor numero y las quimeras iban pereciendo lentamente pero de forma satisfactoria.
- ¡Solo quedan dos, los heridos en retirada! - ordenó Riswan con su mandoble lleno de sangre y su rostro rojo por el esfuerzo. Tenía el cabello plateado despeinado y pegajoso manchado de todo tipo de fluidos vitales.
- Ves al encuentro de Corwën - le pidió Varel a Patrexs que resollaba y, temeroso de que pudiese sucederle algo peor, quería alejarle de su lado y de las últimas quimeras -. Puede que aún esté viva.
- Si, ojalá sea así. Le debo mi propia vida.
Sin rechistar, el joven guerrero se marchó y Varel se unió a su padre por primera vez en su vida para luchar juntos. Los dos se miraron una breve fracción de segundo antes de atacar conjuntamente esquivando los coletazos y las dentelladas de aquella bestia cansada pero sin pensamientos de huir.
¿Pero dónde estaba el macho alfa? ¿Por qué no salía al descubierto? Estaban aniquilando a toda su manada y lo más lógico era que él saliese en defensa de los suyos y no que los dejase en la estacada mientras morían. Solo quedaba una quimera y la noche era cerrada en una oscuridad casi total. Muy pocos quedaban en pie para derrotar a la ultima bestia, pues muchos estaban demasiado agotados y otros habían sido enviados a buscar a los sanadores del palacio que estarían aguardando en el vestíbulo en sus carromatos a que un mensajero fuese en su búsqueda para acudir cuanto antes.
La última quimera, sin patas traseras, cayó hacia delante golpeándose fuertemente la cabeza si tener apenas punto de apoyo. Los gritos de jubilo se extendieron por todo el campo de batalla y los supervivientes del pueblo salieron de sus escondites para ir junto a sus valientes salvadores a festejar la victoria. Una nube pasó entonces y tapó la luna en el instante en que el rey hería de muerte al último enemigo con su poderoso mandoble. Todo eran ritos de alegría y vítores cuando una silueta gigantesca apareció de la nada como una aparición y se precipitó contra el rey.
Ni siquiera Varel fue consciente de lo que estaba sucediendo hasta que la quimera alfa abrió las fauces y mordió el torso de su padre haciendo pedazos sus costillas y clavándole en la carne la armadura mellada a la vez que sus afilados dientes.
Hubo gritos de terror mientras los guerreros quedaban paralizados por aquel horrible espectáculo impensable en el fragor de la victoria.
Solo Varel reaccionó al ver los ojos del monstruo y reconocer aquellos iris que su mente había desterrado pero no olvidado. Aquellos ojos no eran de animal, aunque si lo eran de bestia salvaje llena de rencor y sed de venganza. Nunca habría podido olvidar aquellos ojos dementes en el rostro de Herron y que eran los mismos que lo estaban contemplando desde aquel rostro de quimera. Pero no era una quimera de verdad, sino un Hijo del Dragón; era la Sombra Acechante. Por algo se había ganado ese nombre, él siempre acechaba en la sombra a sus victimas hasta que encontraba el momento adecuado para acabar con ellas de un solo golpe.
Ahora lo entendió todo.
Por eso el alfa estaba escondido, por eso aquel comportamiento parecía tan humano y tan poco animal. ¿Qué clase de magia negra había utilizado aquel maldito para vengarse? ¿Cómo había podido idear aquella carnicería solamente para matar a su padre? No pudo soportarlo.
- ¡Desgraciado! - gritó el príncipe con los ojos inyectados en sangre y con la poderosa espada del dragón en las manos.
Herron soltó a su padre empotrándolo contra el suelo y abrió la boca para soltar una fuerte llamarada. ¿Desde cuando las quimeras echaban fuego por la boca? - pudo pensar antes de que las llamas lo envolvieran por completo. Escuchó como el monstruo reía inhumanamente - a la vez que toda su gente contenía el aliento - en aquella forma animal, pero él no dejó de avanzar mientras las llamas le lamían la cara y todo el cuerpo dañándole la armadura.
Pero no a él.
- ¡Soy el marcado del dragón! - gritó con toda la fuerza de sus pulmones mientras le propinaba un tajo entre las patas delanteras saliendo de las llamas sin una quemadura -. ¡El fuego es mi aliado no mi enemigo!
La quimera alfa chilló fuertemente antes de huir dando un gran salto y perdiéndose en la noche cumplido ya su cometido por el verdadero ser humano que era. Varel contempló la fuga de aquel renegado con la respiración acelerada y el corazón en la garganta. La luna volvió a asomar en el cielo y su luz alumbró a su padre. Él le miró con cierta vacilación.
- ¡Majestad! -gritó Boltrakx con lágrimas en los ojos arrodillado junto a su soberano al que tanto adoraba.
- ¡Quitadle la armadura! - ordenó alguien.
- ¡Los sanadores!
- Están en camino.
- ¡Majestad!
“Padre.”
Varel caminó hacia su progenitor que estaba rodeado de los combatientes que habían quedado en pie y todos le dejaron pasar mientras eran incapaces de creer lo que había sucedido. Dos hombres estaban quitándole la armadura abollada a su progenitor y él se detuvo frente al caído sin escuchar nada más que el latido de su corazón en los oídos. Rswan tenía los ojos semiabiertos con su iris azul violeta desenfocados mirando al infinito. ¿Qué estaría viendo para tener el semblante tan lleno de paz?
- Hi..jo - murmuró.
Como un autómata él se agachó a su lado y le miró. Algo comenzó a empañarle la vista pero no podía adivinar qué podía ser.
- Si..ent..o no ha..ber si..do un bu..en padr..e p…ara ti - dijo con voz débil y una sonrisa triste en los labios -. So…lo que…ría que fu…es…es f…eliz. Pe..ro era r..ey ant..es que pa..dre y c…omo tal, de..bía ant..epon…er mi pu…eblo ant..es que a ti. Lo la..mento Va..rel. So..lo esp…er…o que pu..edas perd..on..ar..me.
La voz de Riswan se extinguió mientras sus ojos quedaban fijos y su luz se apagaba al igual que su vida.
Varel, aferrando fuertemente el mango de Zingora entre sus dedos, dejó de ver el rostro pálido y el pecho ensangrentado y deformado de su padre para no ver nada mientras las lágrimas descendían de sus ojos y gritaba lleno de dolor a la noche, al cielo, a la muerte.
Gritó hasta que se quedó sin voz y llegaron los sanadores. Solo entonces, cuando taparon el cadáver de su padre, su pueblo se arrodilló ante él. Ante su nuevo dirigente.
- Larga vida al rey Varel.
Pero él no escuchó, pues lo único que sentía era el calor de su propio llanto.
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