Capitulo treinta y seis
Peligro inminente
Hemos llegado bien al castillo de Senara. La princesa está en perfecto estado.
Hoïen
- ¿Cuantas veces vas a mirar ese papel?
Varel apartó la vista de la deseada misiva que le había confirmado - tres días atrás - de la llegada a destino sanos y salvos de su esposa, su mejor amigo y de la hija mayor de Qurín. El príncipe contempló entonces a su padre, el rey Riswan que había entrado en sus aposentos sin llamar.
El joven se incorporó de la cama y guardó el papelito inseparable en el bolsillo de su chaleco de piel de topo y su progenitor se cruzó de brazos en el umbral de su dormitorio.
- ¿Es que no me invitas a entrar? - dijo Riswan de muy mala uva.
- ¿No habéis entrado ya sin llamar? ¿Para que queréis ahora mi invitación?
El monarca descruzó los brazos y cerró la puerta del dormitorio de Varel con un sonoro portazo a la vez que se acercaba a grandes zancadas a la altura de su hijo.
- ¿Tengo que recordarte de quien es este palacio? Yo soy el rey, tu rey también Varel, que no se te olvide por mucho que seas mi hijo y mi heredero. Puedo hacer y deshacer a mi antojo y no tengo por que anunciarme si no lo deseo.
Lo sabía. Lo sabía perfectamente pero eso no quitaba que le gustase la invasión hacia su privacidad de buenas a primeras y mucho menos de aquel modo tan brusco. Pues si, no podía dejar de mirar aquella simple nota del puño y letra de su amigo que le confirmaba que Criselda estaba bien.
No había dejado de sufrir ni un minuto por ella desde que abandonara el Palacio de Silex y saber ahora que estaba a salvo allá en el robusto castillo de su hermano, lo llenaba de quietud y de algo de tranquilidad, pues allí nada malo podía ocurrirle aunque él no estuviese para protegerla.
- Y por ser el rey de Arakxis - prosiguió su progenitor - debería ser el primero en saber quien viene y quien se va de mi palacio.
El joven príncipe contempló impasible a Riswan sin considerar si quiera el disculparse por no haberle informado de inmediato que Criselda debía marchar hacia Senara. Y el motivo por el cual no lo hizo fue porque estaba seguro de que su padre no permitiría su marcha y entonces su relación habría sido incluso más difícil de lo que ya era por los acontecimientos pasados. Ya había suficiente tensión para que su padre añadiese más leña a aquella gran hoguera.
- Aquí todos hacéis lo que os gusta y place sin contar ni siquiera con mi aprobación o bendición - continuó el hombre en su discurso perlado de quejas -. Primero se marcha tu hermano vete a saber donde y luego esa esposa tuya, sin esperar a tener mi bendición. ¿¡Es que creéis que soy un mono de feria!?
Varel, sin amilanarse por toda aquella sarta de palabras, carraspeó.
- Lo único que creemos, y sé que también hablo por Xeral, es que somos vuestros hijos padre, los príncipes de este reino y que, por lo tanto, tenemos cierto grado de poder y decisión para hacer lo que creemos conveniente sin tener que ir a obtener vuestra aprobación y beneplácito para actuar.
- Conveniente - se mofó el monarca con un centelleo de sus ojos azul violeta -. Yo te diré lo que creo que es “conveniente” para ti y para todos. Faltándome a mí haces que la corte y todos me vean débil y viejo. ¿Es eso lo que quieres Varel? ¿Qué todos vean que ya no sirvo para nada?
- Eso no es cierto padre - dijo con gran sinceridad a su pesar.
Riswan podría ser muchas cosas, infinidad de cosas para cada uno de los miembros de su raza, pero nadie podía discutir que era un buen rey.
- Si lo es. Tu odio hacia mí perdura y perdurará por siempre - dijo secamente -. Pero no me importa pues volveré a demostrar a los míos que soy yo quien manda y que tú me obedeces y me obedecerás hasta que mi aliento expire.
Completamente confuso por la diatriba de su padre, el príncipe comenzó a impacientarse y a desear que este se marchase y lo dejase en la soledad en la cual siempre se encontraba.
Ya estaba cansado de sus reproches.
- Id al grano de una vez padre; ¿para qué habéis venido aparte de para darme una sarta de reproches?
- A habido un gran ataque de quimeras en Ogihx hace solamente unas horas.
Eso hizo que se serenase.
- ¿De quimeras tan cerca?
No era nada común que un enjambre de quimeras saliera de caza tan lejos de sus territorios - los bosques frondosos y las sendas solitarias y mohosas - y eran demasiado temerosas para acercarse a los pueblos tan cercanos a la capital donde había tantos guerreros para matarlas.
- Si. Ha habido muchos destrozos y muertos pero los guerreros de allí las ahuyentaron como pudieron he hirieron a unas cuantas aunque no de gravedad. Han enviado una alarma pidiendo socorro pues no se han marchado del todo y saben que preparan otro ataque. Y si eso sucede, Ogihx sucumbirá a esos monstruos.
Viendo lo seria que se había tornado la visita de su padre, Varel dejó atrás sus odios y rencores para pensar como un príncipe y un guerrero por el bien de su pueblo.
- ¿Qué vais a hacer?
Riswan no se paró ni a considerarlo.
- Acudir por supuesto. ¿Qué esperabas? Mi gente me necesita, a mí y a nuestro ejercito y eso te incluye a ti también.
Él asintió con determinación.
- ¿Sabéis cuantas eran?
- ¿De quimeras? Había más de quince - informó el rey con voz sumamente grabe.
Por los dioses que aquel asunto era cada vez más serio y peliagudo. Quince quimeras o más era una suma desproporcionada de aquello terribles monstruos con cabeza de león, cuerpo de cabra, pezuñas de lagarto y cola de serpiente terriblemente venenosa. Aquellos monstruos solían medir entre tres y cuatro metros y un guerrero solo - por mucho Hijo del Dragón que fuese - era incapaz de matar a uno de esos animales solo. Se necesitaba al menos cinco o seis guerreros por quimera a lo sumo. Y eso contando que los guerreros fuesen los mejores de su ejercito.
- ¿Qué tenéis planeado para esta empresa padre?
- Ven conmigo hijo y te lo explicaré.
Varel asintió y abandonó sus aposentos pata dirigirse, sin sombra de duda, a los aposentos del rey y a su cuartel general.
Los aposentos del rey eran los más grandes y lujosos de todo el Palacio de Silexs. Decorados con paneles del mejor marfil y oro, la estancia del monarca ostentaba todas las riquezas de aquella raza guerrera y bárbara para muchos. Los muebles eran de la mejor madera y estaban tallados por los mejores artistas de Arakxis al igual que las alfombras eran las más bellas y esplendidas al igual que la alfarería también era de la mejor porcelana y cerámica jamás fabricada y encontrada hasta la fecha.
La puerta principal de los aposentos monárquicos era de madera de cerezo y sus goznes del mejor hierro - que solía cambiarse cada año -. El pomo era redondo y de oro puro con un precioso zafiro azul. Pasando la puerta principal, estaba la sala del concilio - o el cuartel general del rey como se le conocía coloquialmente - una sala redonda llena de tapices que explicaban la leyenda del dragón azul Zingora y también la conquista de Nasak de los primeros Hijos del Dragón. En el centro de la sala del concilió, había una gran mesa redonda para que todos pudiesen verse las caras - frente a frente y sin puntos ciegos, precaución tomada hacia mucho para evitar ataques fortuitos - y un gran mapa tallado en la superficie de mármol de dicha mesa de Arakxis .
Había ya muchos presentes cuando él y su padre llegaron. Los seis generales del rey estaban allí reunidos y esperaban mientras hablaban entre susurros sobre planes tácticos para la nueva batalla. Hablando con mucho vigor y ferocidad estaba Boltrakx el veterano de los seis generales - y el más anciano - y a su lado, el valeroso Lenx todo él lleno de impetuosidad por la fe que tenía en sus habilidades. No muy lejos de estos dos estaban los hermanos Prinxs - mujer - y Prokxs - hombre - los más rápidos y diligentes de aquellos seis guerreros fieles. Solo sabían luchar juntos y lo hacían muy bien gracias a su compenetración innata.
Al lado de los hermanos y separados por unos pasos, estaban Uruï, el más joven y el más inteligente de los seis. Él era el que se encargaba de los planes y de las tácticas a seguir en cada batalla. Y por ultimo Blokk la mujer más forzuda y con más mal temperamento que jamás hubiese conocido. Era muy buena en el campo de batalla pero poseía muy poca sangre fría cuando el enemigo la ponía furiosa y eso había generado que la hiriesen en tantas ocasiones que su cuerpo estaba perlado de cicatrices que la afeaban y le daban un aspecto salvaje a la vez que amenazante.
Pero allí no solamente estaban los hombres del rey, también estaba Qurín, el erudito, para dar información sobre las quimeras y planes para desarrollar las tácticas de ataque y las estrategias a seguir. Cuando los presentes se percataron de su llegada, hicieron una honda reverencia al rey y a él mismo y esperaron a que Riswan les diera orden de sentarse en la mesa. Todos tomaron asiento sin perder de vista a su dirigente.
- Todos sabéis para qué os he convocado hoy - comenzó el rey con voz solemne -. Nos ha llegado un mensaje de un ataque de quimeras muy cerca de aquí. Según dicha información, era un grupo de quimeras muy joven he iban sin su alfa. Eran más de quince y menos de veinte y aunque se han retirado; aguardan aún en las cercanías dispuestas a atacar nuevamente.
Riswan calló y Qurín tomó la palabra.
- Es muy extraño que hayan atacado sin el macho alfa y más siendo un grupo tan joven.
- Es igual que sea extraño o no - intervino Lenx golpeando la mesa -. Si van sin alfa y son jóvenes, serán más fáciles de eliminar.
- En eso te equivocas - habló ahora Uruï - pues estoy seguro que su alfa estaba cerca pero, por algún extraño motivo, no quiso entrar en acción.
- Tiene razón - coincidió el erudito entrelazando las manos con el ceño fruncido - y no es cierto que sean más fáciles de eliminar por ser jóvenes. Al contrario, a esa edad son más temerarias y solo la muerte les haría dar marcha atrás.
- Entonces su huida no fue por temor, sino porque su alfa se lo ordenaría - adivinó el príncipe.
Qurín asintió.
- Es lo más probable.
- Yo estoy segura de que esa es la verdad - dijo Blokk mientras afilaba su enorme cuchillo -, pues yo soy de la misma opinión que esas malditas sabandijas peludas.
- Y eso algún día te perderá Blokk - apuntó Prinxs.
- Cállate miedica. No me des sermones que tú eres incapaz de luchar sin tu hermanito al lado.
- ¡Basta! - exclamó Riswan -. Dejad vuestras rencillas para otro momento, esto es demasiado serio. Continua primo.
- Este grupo de quimeras no a llegado a la madurez - prosiguió Qurín - y por ello son muy peligrosas; se dejan llevar por el instinto y ese instinto es demasiado primitivo. Habrá que ir con mucho cuidado.
- ¿Qué opinas del alfa?
Qurín pensó unos momentos.
- Parece como si quisiese algo, no estoy seguro. Este ataque es muy premeditado y extraño para unos monstruos. Las quimeras solo luchan para defender sus territorios o invadir uno nuevo. Pero Ogihx no entra en esa ecuación. Estos monstruos viven en bosques oscuros y frondosos y un pueblo al aire libre y tan cercano a la costa a la vez que del palacio… No encaja.
- Y no solo eso - murmuró Varel -. Es como si ese alfa hubiese planeado algo de un modo demasiado humano pues no han abandonado del todo el lugar y permanecen a la espera.
Riswan alzó una ceja ante ese comentario.
- ¿Qué quieres decir?
El erudito se levantó como un resorte de su asiento.
- ¡Tiene razón! - dijo atropelladamente -. Las quimeras no son seres que piensen en nuestros términos y en este caso parece todo lo contrario. Los alfa siempre van al ataque y no se esconden para observar como una rata tras un seto. No, definitivamente no es su comportamiento salvaje. ¿Y por qué esperar cuando podrían haber aniquilado toda la población de Ogihx?
- ¿Y entonces - dijo cansado de tanta charla el viejo general - qué hacemos?
- Ser precavidos y esperar cualquier cosa - finalizó Qurín - es lo único que puedo sugeriros.
- Bien - tomó ahora la palabra el rey -. Puesto que todo esto es algo sumamente delicado y extraño; iremos con pies de plomo. Por ello nos llevaremos con nosotros a los cien mejores guerreros del palacio y a los veinte mejores arqueros. No quiero problemas y cuantos más seamos, mejor.
Riswan se levantó y los demás lo imitaron.
- Cada uno de vosotros comandará un batallón de dieciséis hombres que elegiréis de los barracones y yo comandaré a los arqueros. Cuando lleguemos a Oghix los hermanos y Lenx defenderán la parte sur del pueblo. Blokk y Varel el centro y Boltrakx junto con Uruï defenderán la parte oeste. Yo me quedaré en la retaguardia comandando a los arqueros. Dependiendo de los acontecimientos en la arena, se irán cambiando los planes. ¿Estáis de acuerdo?
- Si majestad - dijeron todos a una.
- Entonces en marcha. Hay que reclutar y preparar un ejercito. Ah y otra cosa más: nada de escuderos. Son demasiado jóvenes para morir. Iremos nosotros solos.
Cuando el elevador se detuvo en el piso dos, Varel esperó a que bajaran sus dos compañeros. La primera en salir fue Blokk que estaba ansiosa por entrar ya en combate y tras ella salió Uruï que no dejaba de murmurar para si mismo, ideando infinidad de tácticas con quimeras imaginarias. Por último se apeó él y se encaminó hacia la sección E de los barracones donde moraban sus más leales guerreros.
Todos los moradores del bloque E estaban esperándole cuando entró en la sala comuna de ese fracción. Habían sido avisados con antelación para recibir las ordenes oportunas en completa inopia y muchos de ellos estaban nerviosos por las nuevas del príncipe, imaginando miles de situaciones diversas.
Su mejor amigo Patrexs, en la cabecera del grupo, se le acercó para colocarse a su lado cuando Varel se subió a un banco para poder ser visto y para que su voz llegase hasta el fondo de la sala. El silencio se hizo al instante y todas las miradas se fijaron en su persona y contempló aquella masa de gente - los rostros todos - que eran sus más fieles guerreros a la vez que una parte minúscula de su pueblo a la cual él debía proteger por ser quien era.
Y por ello no podía elegir.
No podía conducir a dieciséis de ellos a la muerte así como así.
- Malas noticias nos han llegado de Ogihx - empezó -. Una manada de quimeras ha atacado el pueblo. Esa pobre gente nos a solicitado auxilio pues los monstruos se han ido pero no del todo y están al acecho para volver a atacar. Y de atacarles, todos morirían.
Varel calló mientras los guerreros - mujeres y hombres - aguardaban a que prosiguiera.
- Por ello, el rey me ha ordenado elegir a los más competentes y debo escoger a dieciséis para mi pelotón de ataque - cogió aire -. Pero no puedo. No puedo elegir a unos pocos de vosotros a una lucha sangrienta y muy difícil. Esto no es un guerra; es una batalla que decidirá en un corto espacio de tiempo, quien vive y quien muere. Es por ello que no os puedo obligar a ir a la lucha.
>> Sin embargo, necesito a dieciséis de vosotros para defender un pueblo que está lleno de guerreros heridos y de gentes que, aunque saben los principios básicos de la lucha, no se dedican a ello como nosotros. Aunque somos una raza guerrera y muy valerosa, hay personas que nos necesitan en los momentos difíciles y es por lo tanto pido a dieciséis hombres y mujeres que se presenten voluntarios para esta empresa. Aceptad solo los que os veáis capaces de hacerlo, los demás aréis bien en servir aquí hasta nuestro regreso.
Acabado su discurso, Varel bajó del banco y esperó.
- Ya sabes que yo te seguiré a dónde vayas Varel - dijo su fiel Patrexs en voz alta para que todos le escucharan.
- Gracias amigo mío. Ahora solo necesitamos a quince. ¿Quién está conmigo?
Los guerreros comenzaron a mirarse unos a otros indecisos sin saber que hacer hasta que una mujer dio un paso adelante.
- Yo voy con vos, mi príncipe. Mi vida y toda yo, soy vuestra.
- Y yo - dijo un joven guerrero -. Mi hacha está a vuestro servicio por siempre al igual que mi vida.
- Y mi espada.
- Y mis puñales y bumerangs.
Uno tras otro, hombres y mujeres fueron saliendo de las filas y acercándose a él dispuestos a dar más que su vida en aquella lucha. Con el orgullo rebosando por todos sus poros, Varel aceptó a todos ellos con un apretón de manos y un agradecimiento mudo.
- Ahora que estamos todos - informó a sus dieciséis guerreros - id a prepararos. Dentro de media hora partimos.
- Un momento -dijo una voz femenina - Yo también voy, no creo que se enfaden con vos por tener un guerrero más en sus filas, alteza.
Varel se volvió hacia el arco de la entrada y se quedó tan estupefacto por ver allí a Corwën - una de las tantas conquistas de Xeral - que pensó que todo era un burda broma.
- ¿Tú? - dijo. Se volvió a su batallón -. Id a prepararos, pronto me reuniré con vosotros en el vestíbulo.
Los dieciséis guerreros asintieron y conjuntamente con los demás, se marcharon a hacer sus quehaceres. Solo Patrexs paramecio a su lado.
- Si; yo - le respondió la joven vestida con una reluciente armadura de combate de buen acero y el cabello pajizo recogido en una larga trenza. En su espalda portaba dos cimarras y en su cintura dos grandes cuchillos de sierra -. Que sucede ¿os extraña acaso? - preguntó con una sonrisa torcida.
- Pues si, no te lo voy a negar, pues apenas te conozco y no alcanzo a comprender porque deseas acompañarme.
“Yo no soy Xeral. ¿Por qué quiere venir conmigo entonces? Solo hemos hablado una vez y aunque sea su príncipe, no tiene lógica.”
- Estoy harta de estar aquí encerrada y de los juegos de la corte - dijo frunciendo los labios. Varel supuso que a eso de “juegos” se refería al teatro que hizo con Xeral cuando fingió ser su prometida ante Criselda -. Deseo salir y luchar para demostrar lo que valgo.
- Me parece muy bien que quieras evadirte, pero esto es algo muy peligroso - le advirtió.
Ella se cruzó de brazos y frunció sus ojos verde claro como el agua de un estaque en medio de un bosque frondoso lleno de vida.
- Sé qué son las quimeras, alteza y sé que fuerza poseo en mis brazos, piernas y mente. No es un capricho de noble.
- Entonces que así sea - decidió al fin Varel para no perder ni un minuto más -. Haz lo que quieras. Partimos en menos de media hora.
- Tranquilo, no os defraudaré.
Media hora después, el vestíbulo era un hervidero de guerreros ataviados con armaduras de combate y centenares de monturas. Refie ya tenía ensillado a Nem cuando él llegó con su armadura de combate engrasada y reluciente con Zingora en su espalda. Su jovencísimo escudero le entregó las riendas del orequs y él las tomó mientras los miembros de su batallón se iban acercando a él.
- ¿De verdad no puedo ir con vos? - le preguntó Refie apenado.
- No - dijo él por enésima vez -. Debes quedarte aquí a las ordenes de Qurín mientras yo y el rey estamos ausentes.
- Estamos listos alteza - dijo Yinl uno de sus hombres a unos metros de él.
- Bien.
El príncipe montó a Nem y se le unió la joven Corwën que se colocó a su lado con una mirada resuelta en su rostro. Patrexs se colocó a su otro flanco. A los pocos minutos, su padre apareció en el vestíbulo con su armadura blanca y ribetes de oro con diamantes seguido de sus generales que tomaron sus monturas de unos mozos a la vez que el rey se subía en su majestuoso orequs negro con la crin blanca. Riswan hizo una señal y la puerta de la entrada del palacio se abrió.
- ¡En formación! - gritó mientras tomaba la delantera conjuntamente con Boltrakx y los guerreros de cada uno de sus generales formaron una fila de dos y les siguieron.
Uno a uno, los generales fueron saliendo del palacio y por último salió él y sus hombres a un poderoso trote de las patas de los orequs.
Había llegado el momento de dejar de pensar en Criselda. En el fondo era un consuelo que ella no estuviese allí.
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