Capitulo treinta y nueve
La resolución infranqueable de un rey
- Que rápido pasa el tiempo.
Criselda miró a Beresta cuando sus palabras la sacaron de sus pensamientos. Las dos - acompañadas por las damas de compañía de la reina File y Griena - estaban tomando el sol del mediodía en la terraza del tercer piso del castillo. Las nieves estaban ya fundidas y la primavera asomaba tímidamente sobre Senara calentando el sol en las horas de más luz. El vientre de Beresta era ya grande y abultado y solo faltaban veintisiete días para que cumpliese los nueve meses de embarazo y diese a luz al bebé de su interior.
- Me parece un sueño que pronto esté aquí mi hijo - prosiguió con voz feliz y llena de ilusión.
Pues a pesar de todo había esperanza. Fena había manifestado que posiblemente fuese capaz de salvarla a ella también ya que había experimentado una gran mejoría con sus cuidados. La princesa, con las manos en su regazo, sonrió guardándose su opinión referente al paso del tiempo. Para ella no pasaba precisamente rápido, más bien transcurría más lento que nunca por desear demasiado que arribase ya el verano. Era cierto que le gustaba estar allí con su familia, pero Senara ya no era su lugar y sabía que su esposo la necesitaba a su lado aunque aún no podía comprender el motivo y era porque él no le había escrito carta alguna. ¿Qué importa si escribe? - se dijo -. Hasta que no se fundan totalmente las nieves y el tiempo mejore, es demasiado arriesgado viajar hasta Arakxis o venir hacía aquí.
Y no solo estaba ese problema, también el incidente de Chisare y los que seguían sucediendo día tras día sin conocer la causa aún de dichos ataques.
- Te veo muy pensativa hermana - dijo la reina sacándola de nuevo de sus pensamientos.
- Me preocupa Chisare y lo que ocurre con las Damas de Gea - respondió.
Beresta, con la mano sobre su vientre suspiró.
- Si es un problema muy grave y me entristece no poder ayudar a Iarón. Pero creo que no solo eso ronda tu cabeza ni te atenaza el corazón.
Criselda sonrió defensivamente.
- ¿Qué otra cosa podría ser?
- Soy mujer Criselda, al igual que tú. Esa melena castaña tan hermosa que tienes demuestra que ya no eres una niña y, además, eres una mujer casada con un esposo que está lejos de ti y con el cual; según dijiste en tu carta y repites en ocasiones, convives satisfactoriamente.
La joven princesa aguantó las ganas de tragar saliva. Solo había hablado de sus problemas abiertamente con su madre. Incluso con Chisare tuvo y seguía teniendo reservas y no le hablaba con toda claridad. A Beresta la quería pero no deseaba pregonarle a todos los problemas que había tenido con Varel. Le dolía y se sentía muy tonta y desgraciada cuando los mencionaba en voz alta. Solo con su madre podía sincerarse al saber que ella podría comprender el porqué cometió aquellos actos equivocados.
- Y no mentí ni miento ahora, mi reina.
- Sé que no mientes, pero algo ocultas y ese algo te hace sufrir.
Criselda apartó la mirada del rostro de su cuñada incapaz de aguantar el tipo. Antes de conocer a Varel era tan capaz de ocultar los sentimientos de su alma y los recovecos de su corazón. Pero ahora cada vez le costaba más ocultar sus emociones o mentir. Varel la había transformado en otra persona, ya no podía volver a ser la misma niña de quince años que había decidido enterrarse a sí misma por el bien de su pueblo. Ahora era una mujer que sentía con tanta intensidad que se le hacía cada vez más cuesta arriba cumplir con sus obligaciones monárquicas.
Así que decidió decirle una parte de la verdad.
- Extraño a mi esposo porque le amo - dijo y sintió como las acompañantes de la reina dejaban escapar un jadeo de sorpresa y asco.
- ¿Qué ocurre? - dijo entonces sintiendo como le invadía la rabia por la impertinencia de las dos mujeres -. ¿Os parece extraño que ame al hombre por el cual me he unido para toda la vida? ¿Os parece repulsivo que ame al hombre al que me entregué para salvaros a todos de la muerte?
- Alteza - murmuró con arrepentimiento Griena - nosotras no hemos dicho nada.
- Y no me ha hecho ninguna falta para comprender vuestro semblante y vuestra exclamación. ¿Creéis que sois mejores que los Hijos del Dragón porque son unos bárbaros? Pues os digo que no son ningunos bárbaros por el simple hecho de agradarles en demasía el combate.
- Estamos seguras de eso alteza - intervino File.
- Pues haceis bien ya que una sanadora de Arakxis es la responsable de la buena salud de vuestra reina. Y ahora marchaos y dejadnos a solas - ordenó sin importarle que aquellas dos mujeres obedeciesen solamente a la reina y al rey de Senara. Miraron a su soberana buscando su aprobación o negación. Obtuvieron lo primero.
- Dejadnos a solas unos momentos.
Las damas de compañía se levantaron de sus sillas y - dejando su labor sobre el sillín - se marcharon a grandes zancadas al interior del castillo. Sin aquellas dos estúpidas, Criselda cruzó los brazos para intentar calmarse. Beresta la contempló para luego romper a reír. La joven clavó sus ojos verdes en su compañera con el ceño fruncido.
- ¿De qué os reís?
- De tu repentino ataque de furia - dijo dejando de reír pero manteniendo la sonrisa en sus labios -. Es la primera vez que te veo traslucir tus verdaderos sentimientos. En verdad has cambiado mucho en muy poco tiempo y creo que es obra del amor que sientes por el príncipe Varel.
- Cualquier mujer que le conociese, le amaría - dijo con mucha seguridad sabiendo que no se equivocaba.
Tenía todas las cualidades para ser amado, pero por circunstancias de la vida, no lo demostraba para que nadie pudiese herirle y por ello, se mostraba osco y duro cuando en verdad era todo lo contrario.
- Entonces tú le conoces bien - dijo Beresta con un dije de pregunta en su voz.
- No todo lo que me gustaría ni todo lo que una persona puede conocer a otra por mucho tiempo que permanezcan juntos. Pero le conozco lo suficiente para estar segura de mis palabras anteriores.
- Entonces debe ser buena persona si le amas tanto.
- Lo es. Todo lo que aquí se ha dicho de él es solo un disfraz y una mentira en la cual Varel se escuda. Tiene un don o maldición, según se miré, que le hace ser muy vulnerable al dolor.
- ¿A qué dolor?
- A cualquier dolor.
Beresta permaneció en silencio unos segundos.
- Es verdaderamente enigmático eso que acabas de decirme.
- Siento ser tan imprecisa, pero es el secreto de mi esposo y no puedo rebelártelo. - Ni siquiera se lo había rebelado a su madre o a su hermano y no lo haría jamás si Varel no lo hacía primero. Porque no solo le concernía solamente a su esposo sino también a su futuro hijo que vendría algún día al mundo.
Mudas, contemplando el esplendido día de principios de primavera, un rumor de pasos y faldas se acercó a ellas para quebrantarles aquella tranquilidad.
- Princesa vuestro tío reyar ha venido por vos - informó File sin atreverse a mirarla a la cara.
- Gracias - respondió la princesa algo seca pero sin rastro de malhumor por la trifulca anterior -. Debo irme. Mañana vendré de nuevo a visitarte.
- Muy bien, pero trae contigo a Chisare. Ahora que está recuperada del todo, me gustaría disfrutar también de su compañía.
- Como gustes, se lo pediré - y se agachó para besar la mejilla de la mujer.
- Suerte con el entrenamiento - se despidió Beresta.
- Gracias - y se marchó de la terraza hasta el pasillo donde estaba su querido tío -. Perdón por hacerte venir por mi - le dijo a Reyar acercándose para darle un beso en la mejilla a pocos centímetros de su bigote.
- No es molestia querida niña. Sabes que haría cualquier cosa por ti - le respondió con cariño mientras ella lo tomaba del brazo y andaban hacia el exterior -. Aunque no me acostumbro viéndote vestida como un hombre.
Criselda rió sabiendo que muchos pensaban igual que su tío. Ninguna mujer de Senara se entrenaba en el arte de la lucha y ella sí porque no había dejado de hacerlo desde que se marcó de Sirakxs aunque ahora su maestro era Hoïen y también su tío en ls pocos ratos libres que disponía. Y si entrenaba, era lógico portar pantalones, botas hasta las rodillas - de piel - y camisa de algodón al igual que una espada corta en el cinto.
- Hoy vas a luchar contra mí con una espada de verdad, con filo - explicó el hombre.
Criselda asintió mientras los miembros de la corte, con los cuales se cruzaban, le hacían sendas reverencias.
- Lo sé; Hoïen me estuvo preparando ayer.
- No tendré miramientos y habrá muchos espectadores por la curiosidad que les despierta ver luchar a una mujer. Todos quieren ver hasta dónde eres capaz de llegar.
- Que miren lo que gusten y no te contengas un ápice tío. Arakxis se merece una buena reina cuando llegue el momento. - Y si bien Criselda no poseía mucha fuerza, si poseía elasticidad y rapidez.
- Y así será sobrina. Así será.
Lo que ninguno de los dos sabía es que ese momento ya había llegado .
Varel revisaba unos informes en la sala del concilio completamente a solas. Ahora los aposentos del rey eran los suyos y se había mudado allí reacio a abandonar su antiguo dormitorio, que tuvo que dejar finalmente con un sabor amargo en la boca. Se sentía distinto dentro de los dominios que habían pertenecido a su padre hasta hacía poco tiempo y que habían pertenecido a los demás reyes de su raza en más de dos mil años de historia. En aquellas paredes podías sentir la presión , el deber y también la frialdad que confería a los reyes para permanecer fieles y justos ante cualquier súbdito por igual.
Pero aquello no era lo más grabe. Lo peor - o mejor - que había empezado a experimentar en su nuevo lecho, eran sueños en los cuales se encontraba al lado de su amada de una forma tan vivida que estaba comenzando a volverse loco. Cada noche estaba allí, como si fuese un bálsamo de paz, y le abrazaba y le acariciaba mientras le consolaba y reconfortaba. Pero solo eran sueños. Ella no estaba en verdad a su lado y saberlo era cada vez más insoportable.
Su único consuelo era que, durante el día, estaba completamente ocupado. No había momento que no recibiese cartas de condolencias por la muerte de su padre y de enhorabuena por ser ahora el nuevo rey de Arakxis. También mencionaban que no olvidase notificarles el día que tendrían que presidir su ceremonia para jurarle vasallaje. Entre estas cartas, había llegado una de su hermano que manifestaba su profundo estado de tristeza a la vez que se disculpaba por no poder volver al palacio durante un tiempo ilimitado.
Me encuentro bien atendido en la aldea de Yeque por un accidente que me retiene en cama. Caí del caballo en una emboscada de ogros y me rompí una pierna y la cadera. Supongo que no nos veremos hasta pasado el verano cuando mis huesos se hayan soldado en su totalidad.
- ¿Quieres que envíe por él? - le preguntó Qurín cuando terminaron de leer la carta.
- No. Déjale, ya volverá él solo - dijo en voz alta. Pero creo que no está en verdad allí - pensó.
Varel acabó de leer el informe sobre los costes y los progresos de reconstrucción de Ogihx, cuando tocaron a la puerta. Dio su consentimiento al forastero para que entrara mientras soltaba los informes y estiraba las piernas bajo la mesa.
- ¿Estas ocupado? - preguntó su inseparable mejor amigo con el semblante poco radiante como era su habitual costumbre. Pero ahora tenía mucho más trabajo que antes; lo había nombrado general del rey al igual que había aceptado la continuidad de Uruï, Lenx y Boltrakx.
- Servimos a vuestro honorable padre y ahora deseamos serviros a vos mi rey - dijo el viejo guerrero como portavoz.
- Que así sea, sois unos grandes generales y es un honor para mí que estéis a mi lado en estos momentos difíciles y en los venideros.
Ya solo faltaba hacer oficial el nombramiento de Hoïen cuando regresara.
- Acabo de terminar - respondió a Patrexs -. Las obras de Ogihx van muy adelantas.
- Me alegro.
- ¿Qué deseas? Porque no creo que sea una visita de cortesía.
Patrexs puso los brazos en jarras.
- ¿Es que crees que todos los que tocan esta puerta vienen a pedirte algo?
- Es lo más probable y frecuente - respondió el joven rey con retintín bromista -. Soy el rey y tú, para colmo, eres mi amigo y los amigos siempre pedimos.
- Bueno es cierto que vengo a pedir, lo confieso, - sonrió - pero es un favor lo que quiero de ti y no es algo para mí, sino para otra persona.
Varel se levantó de su asiento.
- Dime.
- Corwën desea verte pero nadie le hace caso, así que me hizo llamar para que te lo pidiera yo mismo.
Varel se humedeció los labios y cambió el peso de un pie al otro.
- No pensé que querría verme después de que perdiera el brazo por mi culpa.
- No creo que desee soltare una sarta de acusaciones y reproches. Pero si no hablas con ella, no lo sabrás nunca.
El nuevo rey asintió y marcharon juntos hasta los aposentos de Corwën que estaban en el octavo piso y que hacía poco que volvía a ocupar después de pasar largos y largos días en la enfermería. Su dormitorio se encontraba en el lado este del palacio y allí se dirigieron los dos jóvenes bajando por la escalera de caracol dada la poca separación que había de un piso a otro y la posibilidad de ejercitarse de Varel, que estando tantas horas sentado, se sentía más un mueble que una persona con piernas.
En los pasillos había gran actividad. Los criados estaban limpiando las habitaciones y cuando le veían pasar, se quedaban mudos mientras le hacían sendas reverencias cosa que antes, simplemente, callaban al verle pasar en señal de respeto. Pero ahora debían inclinarse y Varel aún no se acostumbraba a tanta reverencia.
“Ni llegaré a hacerlo.”
- Es aquí - dijo Patrexs cuando llegaron a una puerta cerrada en la cual no había movimiento y solo se escuchaba silencio. El nuevo general tocó a la puerta y una voz dijo:
- Adelante.
Era la voz de Corwën.
Patrexs abrió la puerta y entró seguido por Varel. Las ventanas estaban abiertas para que entrara aire puro y la joven estaba sentada en una mecedora con un sencillo vestido negro con la manga del brazo izquierdo doblada a la altura del codo y sujeta por un alfiler sobre el hombro. La joven miró a sus visitantes y el rey vio que en el rostro de ella había una asombrosa palidez a la vez que ligeras cicatrices. Su cabello estaba igual de largo y hermoso que siempre; suelto en ondas con algunas trenzas y horquillas que le mantenían la frente despejada.
Viéndola ahora, Varel creyó ver no a una simple mujer, sino a una guerrera consagrada y consumada como jamás había visto a ninguna otra mujer de su raza. Poseía una dignidad arrolladora que arrebataría mil corazones.
Corwën se puso en pie y sonrió a Patrexs con gratitud.
- Gracias por llamarle - le miró a él - y gracias a vos, mi rey, por acudir a mi llamada. Sois muy amable.
- ¿Cómo no iba a acudir? Si hubiese sabido que deseabas mi presencia, había venido antes.
- Os dejo a solas - se despidió el guerrero viendo que molestaba y sabedor de los deseos de su nueva amiga.
- Tomad asiento - invitó Corwën al joven -. Si no os importa sentaros cerca de mi mecedora, allí estoy más cómoda.
- Como gustes - dijo Varel conforme acercando una silla a la mecedora.
La joven se sentó y se percató de lo mucho que le costaba sentarse sin el apoyo y la ayuda de su otro brazo. Ella adivinó sus pensamientos - o puede que lo leyese en su mirada - y sonrió con indulgencia.
- Es difícil mantener el equilibrio y no poder hacerlo todo como antes. Aún siento mi brazo desaparecido y los sanadores me dijeron que pasarán años hasta que los nervios de mi cerebro lo acepten. Incluso siento dolor y no tengo nada.
- Lo siento mucho Corwën - se disculpó -. Por mi culpa perdiste el brazo. No estuve atento y demasiado bien cumpliste mi orden de proteger a Patrexs.
- No os disculpéis, vos no, majestad. Pues gracias a vos salvé la vida. Fui testigo de como acudíais a mi rescate y llamabais la atención del monstruo. Creo que soy yo quien debe disculparse.
- ¿Por qué?
- Por haber dudado - confesó la joven -. Sabéis que era amiga de Xeral, o mejor dicho, que estaba enamorada de él.
Si lo sabía. Solo alguien enamorado sería capaz de acceder a sus juegos como ella hiciera una vez.
- Muchas veces me habló mal de vos y yo creí en sus palabras avinagradas y agoreras. Pero ahora sé la verdad y me arrepiento del mal que pude hacerle a vuestra esposa al seguirle la corriente al príncipe. Él me dijo que deseaba haceros daño a través de ella, y yo accedí porque me prometió que esa mentira pronto sería realidad y se prometería conmigo porque en verdad me quería a su lado como esposa.
Corwën calló con la mirada gacha sin atreverse a contemplarle a los ojos, posiblemente por temor. Pero Varel no sentía ningún sentimiento rencoroso por la joven, era justamente lo contrario. Su sinceridad estaba logrando que apreciase su valentía.
- Cuando Xeral se marchó, encontré una nota bajo mi puerta en la que me pedía que os vigilara, por eso fui a Ogihx con vos aunque no pretendía haceros nada malo. Solo pretendía vigilaros tal y como él me había pedido y gracias a ello sé que estaba equivocada y que vos sois bueno y Xeral un demonio.
- Soy solo un hombre Corwën - dijo.
- No - repuso ella -. Sois el elegido de los dioses y por ello todos deberíamos saber que algo dentro de vos, majestad, debía ser distinto. Preferís sacrificaros por los demás que por vuestro egoísmo. Xeral es lo contrario, él solo desea poder para su propio beneficio. Y ahora me doy cuenta, completamente desengañada y despechada, de la auténtica verdad.
Incomodo por los giros de la conversación, Varel no sabía muy bien que responder ante aquellas palabras de Corwën.
- Si me sacrifico es porque sé que puedo hacerlo sin peligro.
- No os engañéis - repuso ella con una ligera sonrisa -; es vuestra naturaleza no la posibilidad lo que os imbuye a ello. Al igual que a vuestro hermano le imbuye la suya en su carácter calculador.
- ¿Qué pretendes decirme con esto? - preguntó muy incómodo.
- Sé que he perdido un brazo y que tengo que entrenar más, pero aún así, deseo serviros fielmente y por ello; solicito ser una general vuestra para pagar mi deuda y protegeros a vos, a la reina y al nuevo dragón hasta el día de mi muerte.
Estupefacto por aquella demanda sentida, Varel se sintió incapaz de decidir y responder. Estaba abrumado por la sinceridad de la joven que a pesar de haber perdido el brazo por su negligencia - una que ella no deseaba verlo así - le solicitaba servirle en los peores momentos de un rey: en la batalla. La miró a los ojos y vio una gran pasión y un gran fuego en sus iris verde claro a la vez que la magnifica dignidad noble de su sangre y devoción hacía él. Y vio que debía aceptar, que sería un completo estúpido si se negaba la ferocidad que estaba a punto de nacer en el corazón y en el único brazo de aquella mujer.
- Acepto; acepto tu solicitud.
Corwën sonrió y todo su rostro se iluminó a la vez que un lazo de amistad y fidelidad les uniría para siempre a partir de ese momento.
- Gracias.
Firmó el documento y lo selló para oficializar el nombramiento de Corwën a la vez que oficializaba otro documento. Su charla con la joven le había hecho tomar una decisión que debería haber tomado mucho antes aunque no pudiese ponerla en practica de forma inmediata dadas las inclemencias de la estación del año. Pero sabía que fue por cobardía y miedo por lo que no había tomado aquella resolución anteriormente y gracias al coraje de Corwën, había aceptado aquella realidad y decisión.
Se levantó de la silla y tomó un el último bocado de su cena antes de marcharse en busca de Qurín. Se subió a un elevador hasta la quinta planta del palacio y se encaminó a los dominios del erudito y su familia. Tocó a la puerta y pronto le abrió un pequeño con mirada vivaz. Mequi le miró fijamente a los ojos y se apartó para dejarle pasar.
- Muy agradecido - le respondió él y le acarició el pelo a lo que el niño se sonrojó y asintió con la cabeza.
- ¿Quién es hijo? - preguntó la voz de Yenara.
- Soy yo - respondió él.
- Es el rey - dijo a la vez el niño.
Yenara apareció vestida con un largo camisón y una bata que estaba atándose alrededor de la cintura.
- No os esperaba, majestad.
- Busco a tu esposo ¿se encuentra aquí?
- Si - dijo el erudito apareciendo en la sala - aquí estoy Varel.
- Os dejamos solos - dijo Yenara -. Vamos Mequi.
Los dos hombres quedaron solos y Qurín - vestido aún con su túnica morada y negra - le ofreció asiento pero él rehusó la oferta.
- Solo vengo a decirte una cosa y me marcharé.
- Decidme pues.
Varel le tendió el documento que portaba en la mano. El erudito lo tomó y posó sus ojos en él.
- ¿Qué es esto?
- Un poder que te otorgo para que reines en mi ausencia.
- ¿Cómo? - dijo estupefacto.
- Dentro de tres días marcho a Senara para buscar a mi reina.
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