Capitulo treinta y cinco
Los planes de Xeral
Xeral estaba más furioso que un perro al cual le pisan la cola. O puede que incluso su furia fuese más grande y que hubiese que compararla con la de cualquier quimera de Arakxis.
No podía creerse que aún no hubiese conseguido su propósito. En un principio la tarea era sumamente sencilla: capturar a una diosa y hacerla hablar. Pero parecía ser la segunda parte del plan una ardua tarea para sus Rebeldes. Y su paciencia estaba comenzando a agotarse. Nunca había destacado por ser alguien demasiado paciente en según que momentos.
Y ya había esperado suficiente a su parecer. Llevaba toda una vida intentando conseguir lo que la Madre Tierra le estaba negado por su orgullo divino.
Pero aquello iba a acabar, él siempre obtenía lo que se proponía. ¿Y quien podría haber dicho que su padre y su “adorado” hermano no le iban a ayudar en su gran empresa - aunque sin saberlo -? Pero así había sido. Su hermano lo ayudó con su irrefrenable rebeldía y su padre con la mala decisión de fustigar dicha rebeldía.
Ninguno de los dos imagino que el asesinato de Kirla serviría a sus planes ambiciosos. Hay que decir que Xeral tampoco lo llegó a imaginar, pero supo aprovecharse de su momento y estaba a un paso de obtener la gloria. Cuando Riswan asesinó a Kirla y su familia marchó a los Bosques Sombríos para organizar una rebelión, Xeral se hizo el dueño de dicho grupo de guerreros, el segundo gran clan de toda su raza. Su carisma, su labia y sus ansias de poder; le otorgaron el puesto de líder Rebelde conjuntamente con Sombra Acechante, que no era otro que el padre de Kirla que se había ganado hacía ya muchos años aquel apodo y que había desterrado su nombre original - Herron - por ese otro. Y es que Xeral había nacido para reinar no como su hermano que con su talante arisco y oscuro, se había ganado el odio irracional de muchos sobretodo de los numerosos señores y nobles de Arakxis.
Trabajando conjuntamente, vía cartas o por visitas frugales del príncipe, los dos hombres crearon a los Rebeldes, un ejercito que contaba con más de trescientos guerreros y esa suma iba creciendo y creciendo a mesura que pasaban los años y la labia y el ingenio de Xeral crecían en demasía para poder gobernarlos a todos conjuntamente con su sed inagotable de poder.
Los Bosques Sombríos eran para su plan el mejor escondrijo de todo el continente, no en vano se había ganado aquel lugar tan tenebroso nombre pues aquel fue en el pasado el territorio de los nigromantes.
Cuando sus antepasado llegaron a Nasak y conquistaron el continente, se enfrentaron a aquellos fuertes hechiceros negros consiguiendo una victoria aplastante gracias a su fuerza bruta y a su resistencia. Pero los poderes malignos de los nigromantes habían maldito el lugar con fuertes maldiciones y hechizos de muerte y por ello, los conquistadores dejaron aquel lugar maldito abandonado únicamente a las almas errantes de todos los nigromantes muertos que buscaban venganza sin pasar al más allá.
Pero los Rebeldes no tenían miedo del poder de los nigromantes y pronto dieron fe que aquellas maldiciones se habían debilitado con el paso del tiempo, dejando únicamente una tierra fría y apocada pero con mucha sabiduría mágica en su interior.
Y fue gracias a esa sabiduría que habían podido secuestrar a Gea.
En aquellos largos cuatro años de búsqueda de sabiduría de la nigromancia, los Rebeldes habían descubierto grandes hechizos que hacían mover, crear o fusionar objetos así como la manera de capturar dioses y en este caso dichos dioses no eran otros que Urano y Gea.
La manera de hacerlo era en la noche de luna azul, un fenómeno poco común que ocurría cierto día de cada año en el cual había dos lunas llenas en el transcurso de veinte días. En esa noche, los dos dioses tomaban forma humana y bajaban de los cielos para encontrarse como amantes anónimos bajo la luz de la luna azul. Así encontraron a Gea sus guerreros, con forma humana increíblemente hermosa y esperando a su amante. Armados con una gran red y con unos grilletes especiales de bronce con runas de la magia negra, capturaron a la diosa que no vio venir el golpe y la llevaron a la ciudad secreta de los bosques para ser interrogada de la única cosa que Xeral y Sombra Acechante deseaban saber en esta vida: como matar a Varel.
Los dos dioses de la creación le habían conferido aquel poder - la inmortalidad - y solo ellos podrían decirle el modo de matar a su hermano mayor. Y estaba dispuesto a todo para hacerla hablar y lo haría él mismo si sus hombres eran incapaces de conseguir la confesión de la diosa. No estaba dispuesto a esperar una eternidad, no estaba dispuesto a dejarse ridiculizar por una mujer por muy diosa que fuese. Llevaba ya cinco semanas en los bosques y su paciencia se había agotado.
Por eso bajó a la mazmorra para encontrarse cara a cara con su cautiva y ahora completamente solos - sus hombres se habían marchado cumpliendo su orden - iba a comenzar su propia tortura.
El príncipe Xeral, calmado por fuera pero completamente furioso por dentro, comenzó a dar vueltas alrededor de Gea con pasos lentos. La Madre Tierra, atada con las cadenas mágicas y muy incómoda por su postura y desnudez, no le quitaba el ojo de encima con su arrogancia divina y el guerrero sonrió porque él era superior a ella en aquel momento pues ella estaba encadenada y con un cuerpo humano mortal y él tenía todo un arsenal a mano y el poder de los Bosques Sombríos.
- Desde pequeño - comenzó Xeral - se me enseñó que la Madre Tierra era una diosa misericordiosa pero estoy comenzando a dudarlo viendo como tratas a tus Damas, unas mujeres que tú misma has bendecido con todo tipo de dones: danza, canto, arte para esculpir, arte para pintar, y arte para crear todo tipo de cosas con un pergamino y una pluma.
Xeral cayó y se detuvo contemplando a Gea. La mujer ni parpadeaba y él miró sus ojos que eran de un color verde muy mundano y que le recordaban a los ojos de Criselda. Pensar en ella le provocó un ramalazo de más ira y odió más a su prisionera puesto que recordar a la esposa de su hermano, infundía en el corazón de Xeral el estigma del perdedor. Pero pronto cambiarían las tornas y ella, tanto si quería como si no, sería suya hasta que hubiese parido al dragón. Después ya no la necesitaría para nada y la destruiría como si fuese una simple alimaña.
- ¿Qué deben de sentir todas esas Damas fieles -prosiguió Xeral que reanudó su paso y con ello el sonido de sus botas de cuero y el crujir de su capa que portaba sujeta en el hombro derecho con un broche de amatistas -, cuando tú les traspasas tu mal? Pensarán: ¿qué he hecho yo para merecer tal castigo de la gran Madre?
Gea permaneció en su mutismo impasible con su cabeza alta - todo lo alta que podía tenerla - y con su mirada fija sin parpadear ni una sola vez. Xeral volvió a detenerse para cogerle el cabello castaño como la corteza de un árbol y tiró de él con fuerza. La mujer frunció ligeramente las facciones de su rostro pero no profirió sonido alguno.
- ¿Sabes qué pensaran? Que no mereces ser amada por ellas y te odiarán. ¿Y todo por que? Por tu egoísmo.
- Tú no sabes de amor - habló la diosa al fin con asco -. Tú solo conoces el odio y el rencor, y mis Damas no son como tú.
El príncipe se echó a reír y cada carcajada parecía el filo de un cuchillo.
- Entonces, según tú, ¿te seguirán adorando y bendiciéndo con el regalo de tus dones?
Gea no respondió y él estiró más fuerte de su pelo a la vez que el rostro de la mujer se contraía cada vez más por el agudo dolor en su cuero cabelludo.
- Me das lastima Gea - dijo sin soltarle el pelo -. Sin poderes en los cuales escudarte, eres tan insignificante que podría aplastarte con mis botas sin cansarme siquiera. Y por eso, de un modo que no puedo adivinar, traspasas tus heridas a tus fieles para regenerarte y curarte, para soportar las torturas a las cuales te someto por el hecho de que no quieres colaborar conmigo.
- Y jamás lo aré. Soy una diosa - masculló entre dientes y con lágrimas de dolor en los ojos verdes.
- Es lo único que te diferenciaba de mí hasta que decidiste bajar de tu pedestal hasta la tierra mortal para fornicar con Urano. Por lo que se ve, los dioses os aburrís mucho allá arriba.
- ¡No sabes nada despreciable abominación mortal! No te atrevas a blasfemar - y le escupió en la cara.
Xeral soltó entonces el pelo de Gea y se limpió la cara con una sonrisa macabra en su rostro para luego abofetear con toda su fuerza a la diosa. La cabeza de la mujer giró con tanta brusquedad que estuvo apunto su cuello de partirse. Pero no lo hizo no así su pómulo que se rompió al igual que su labio y su mandíbula.
Gea cerró entonces los ojos consumida por el dolor y el príncipe fue testigo de cómo sus heridas sanaban marchándose de ese cuerpo al de alguna desafortunada Dama. Es una diosa que nunca ha padecido dolor - se dijo - por eso debe hacer lo que hace, sino, hablaría y se comportaría tan mansa como un corderito. En ese aspecto es igual a Varel.
- Otra vez lo has hecho querida Madre. Otra vez as herido sin piedad a otra de tus bendecidas.
- Y lo aré cuantas veces sean necesarias para que no consigas lo que deseas. Nunca podrás matar a tu hermano. Jamás serás el elegido - concluyó.
El joven negó con el dedo índice de la mano a la vez que hacía chasquear la lengua.
- Que arrogancia y que orgullo tan desmedido - dijo con ironía.
- No tanto como el tuyo.
- Yo soy un simple mortal y como tal solo puedo desear una única cosa: el poder y la sumisión de los demás - dijo henchido de gozo por ser tal cual era.
Ella le miró con más asco.
- Por eso tú nunca podrías haber sido el marcado por el dragón.
- ¡Pero lo seré! Porque tú me dirás lo que deseo saber.
- ¡Jamás!
Cansado de aquellas negativas y cada vez más furioso, el príncipe Xeral sacó un látigo de cadena con pinchos afiladísimos en sus tres puntas. Había intentado hacerlo nuevamente por las buenas, pero estaba visto que tendría que cumplir con su palabra y agraviar por las malas.
- Muy bien Gea puesto que no quieres colaborar, tendremos que cambiar las formas ya que tú has decidido hacerlo por las malas, así se hará. Ya no hay marcha atrás.
Hizo restallar el látigo muy cerca de los pies de la cautiva y por la frente de esta pudo vislumbrar gotas de sudor frío producidas por el miedo de volver a padecer un dolor insoportable.
- Tú lo has querido y es lo que te mereces. Te haré sufrir hasta que no haya ni un pedazo de piel en tu cuerpo por mucho que luego te cures milagrosamente. En algún momento, tus oradoras acabarán y ya veremos si las que tienen la desgracia de padecer tu tortura sobreviven. Hagamos una apuesta querida mía ¿Cuánto aguatareis tú y tus Damas?
Los ojos de la diosa se abrieron presos de pánico y su tez clara y sucia se puso más lívida y tan mortecina como el semblante de un muerto.
- ¿Tienes miedo ahora? -se rió el joven -. Pero si todavía no he empezado.
Y con una rapidez asombrosa dio el primer golpe y Gea no pudo evitar gritar cuando las púas de látigo le arrancaron piel y carne del muslo.
- Uno.
Y los que quedaban.
El agua caliente y perfumada le estaba relajando increíblemente y estaba seguro de que aquella noche podría disfrutar de la cena y del vino al igual que disfrutaría gratamente una noche de buen placer. Ya había escogido a la mujer con la cual compartiría el lecho y practicaría el acto carnal muy gratamente.
Haber torturado él mismo a Gea le había proporcionado un grandísimo buen humor por haber podido descargar en cada golpe una porción de su cólera. Y es más, como le recordaba tanto a Criselda, pudo desquitarse doblemente. Estaba deseando que llegara el día siguiente para proseguir en su nueva diversión. Estaba resuelto a no bajar el ritmo de tortura he intensificarlo poco a poco para hacerle todo el daño posible a aquella maldita diosa.
Con una sonrisa en sus galantes labios, Xeral tomó la copa de vino que tenía sobre una bandeja y bebió un gran sorbo. Al soltarla vio como la puerta de su baño se abría y aparecía la Sombra Acechante. Ataviado con pantalones de piel de lobo y con un jubón de lana ordinario, el Lord le hizo una reverencia sin pasar más allá del marco de la puerta.
- Mi príncipe - le saludó con cortesía.
- Muy buenas noches Lord - respondió con gracia el interpelado.
- Siento molestaros alteza - se disculpó cortésmente Sombra Acechante.
- No molestáis mi querido amigo, sabéis que os tengo en muy alta estima.
- Y eso me complace mucho, alteza ya que gracias a vos mi sueño pronto se hará realidad.
Por supuesto que se haría realidad. Solo era cuestión de tiempo, un tiempo que -por las circunstancias - Xeral estaba dispuesto a esperar y tolerar. Porque ese tiempo no sería eterno, no si torturaba a Gea de tal modo que sus Damas fueran muriendo en el proceso al sucumbir por las heridas en sus cuerpos sanos. Le doy tres meses - se dijo con suma gloria.
- Mi querido Lord, presiento que pronto podremos deshacernos de mi padre y de mi odioso hermano. Y tal y como acordamos…
El hombre sonrió a la vez que inclinaba la cabeza con suma sumisión.
- Por supuesto, alteza. No temáis pues Varel es vuestro.
- Y mi padre vuestro. He escuchado que tenéis algo planeado.
El Lord hizo una mueca emulando a una sonrisa torcida.
- Si, tengo algo en mente que creo que podrá funcionar muy bien.
Xeral, cansado ya de su baño, salió de la bañera y cogió una toalla limpia para secarse.
- ¿Y cual es ese plan que os ronda por la cabeza? -se interesó.
- Hace poco descubrimos un libro que contiene sabiduría de transformaciones - comenzó Sombra Acechante.
- Oh - exclamó Xeral estupefacto.
Definitivamente los antiguos nigromantes eran una gran caja de sorpresas y se alegró de su exterminio, sino, habrían sido ellos los exterminados.
- Si - asintió el hombre complacido - así me quedé yo cuando me enteré. Se han realizado algunas pruebas que han dado resultados muy satisfactorios ya que estas transformaciones se producen gracias a unas pociones.
- Y, con esto, ¿qué tenéis en mente? - preguntó Xeral que, poco a poco, le carcomía más la intriga.
- Como sabéis, son tiempos de quimeras - cambió de tema el Lord.
- Lo sé - asintió Xeral dejando a un lado la toalla y tomando unos calzones limpios.
- Por aquí hay un nido joven. Tendrá unos dos años a los sumo - contó con los dedos sin dejar de sonreír -. Últimamente tienen muchas disputas entre ellas para elegir un jefe de manada.
Comprendiendo por donde iban los tiros, el príncipe también sonrió a la vez que se pasaba un peine por su cabello negro tizón lleno de nudos.
- Y pensáis en…
- En efecto mi príncipe - confirmó su colíder de los Rebeldes -. Ya es hora de que esas quimeras sean lideradas por alguien competente.
- ¿Y qué pasará cuando seáis el líder de las quimeras? -preguntó únicamente porque deseaba escucharlo de su boca.
- Atacaré todos los pueblos cercanos a Sirakxs y cuando el rey salga de su palacio de cristal, lo mataré y me beberé su sangre.
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