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Capitulo dieciocho

Amor

Por unos momentos su mente quedó completamente en blanco. Lo único que era capaz de canalizar en su cerebro, era la imagen difuminada de Xeral. Su rostro estaba a escasos centímetros del suyo y su ardiente mirada anaranjada, era ahora del color de las brasas cadentes. Sus cejas estaban fruncidas en una delineada línea exquisita e  - inconscientemente - alzó la mano para acariciarlas. El rostro de él se relajó visiblemente y su atractivo aumentó y la aturdió. Su cabellera azabache estaba suelta y le caía por los hombros y le enmarcaba el rostro.

Xeral cerró los ojos saboreando su caricia tenue y alzó su mano con decisión para acariciarle los nudillos. Ella dejó de acariciarle las cejas y degustó las sensación tan gratificante de los dedos del joven príncipe.

- Criselda - susurró sentidamente mientras bajaba su mano hacia sus labios y le besaba la palma y luego el interior de la muñeca.

Ahora fue su turno de cerrar los ojos y perderse de nuevo en la deliciosa y reconfortante sensaciones que le producían siempre sus caricias. Aquellas caricias no le producían aquel dolor sordo en el pecho que solía invadirla cuando Varel la tocaba. Con su esposo siempre quería más, un más que no era capaz de comprender. Con Xeral simplemente quería perderse y dejarse llevar.

- ¿Cómo estas? - le preguntó a media voz mientras le besaba los nudillos.

Ella dejó escapar un jadeo mientras abría los ojos.

- Dolorida - murmuró sin querer dar más detalles.

El joven dejó escapar el aire por su boca entreabierta y dejó su mano con infinito cuidado antes de acariciarle la línea de su mandíbula. El corazón comenzó a latirle fuertemente y un hormigueo indoloro despertó dentro de su estómago.

- ¿Por qué tuviste que ir tras él? - le reprochó -. Podría haberte matado si yo no hubiese estado cerca para impedirlo.

La princesa apartó la mirada mientras el hormigueo placentero de su estómago desaparecía y la tristeza se colaba de nuevo en su interior.

- Él no quería hacerme daño - murmuró casi sin fuerzas -. Me lo a dicho Yenara.

¿A santo de qué deseaba defenderle a los ojos de su hermano?

Xeral dejó escapar un exabrupto y se apartó enfadado. Apretó los puños para luego abrir y cerrar los dedos para que pasase la circulación sanguínea por ellos.

- ¿Eso te han dicho, verdad? No sé que esperaba.

Criselda sintió como huía la sangre de su rostro y se obligó a incorporarse a pesar de los aguijonazos de protesta de su cuerpo.

- ¿Qué quieres decir? - le preguntó sin poder ocultar en su murmullo un ligero toque de pánico. ¿Es que la habían engañado, o era que le habían ocultado - como muy bien sabía - la verdad?

Él la miró detenidamente durante unos angustiosos segundos.

- Mi hermano no es como todos nosotros - dijo despacio -. Es ligeramente distinto al resto.

Ella tragó saliva mientras se obligaba a permanecer derecha sujetándose el vientre. Eso le había dicho la sanadora.

- Varel es muy violeto y a veces necesita hacerle daño a las personas que le rodean. Él quiso hacerte daño Criselda.

La princesa sintió que se le subía la bilis a la garganta a la vez que las fuerzas la abandonaban y caía hacia un lado. Xeral la sujetó para mantenerla erguida y sintió su acelerada respiración en la frente.

No, no podía ser cierto.

Si lo es - le dijo la molesta vocecilla devastadoramente dentro de su cabeza-. Lo leíste en sus ojos.

“No. Me niego a creerlo.”

¿Pero por qué se resistía a ver la verdad que la miraba tan fijamente a los ojos?

- No es verdad - dijo en voz alta aunque trémula y sin mucho convencimiento. 

- Siento tener que decirte la verdad Criselda - le dijo Xeral mientras le acariciaba el cabello con ternura -. Lo cierto es que hubiese preferido no tener que hacerlo nunca.

- Fue por el golpe en la cabeza.

Se partió el cuello.

Tendría que haber muerto.

- ¿Prefieres engañarte a ti misma que saber la verdad?

Ella le miró a los ojos. Eran de un color tan oscuro que rivalizaban con su cabello. No lo sé - quería gritar. No sabía qué quería y que no quería saber. ¡Pero parecía imposible! Aún podía recordar los brazos de Varel cuando la abrazó de aquel modo tan desesperado cuando la vio sana y salva en su camarote después del ataque de las salamandras acuáticas y cuando ella le dijo que no se marcharía de su lado en el campo de batalla del territorio de los trolls.

- ¿Por qué dudas? - le preguntó él con voz dura.

La princesa apartó la mirada he intentó separarse de él.

- ¿Es que sientes algo por él?

- ¡No! - gritó alarmantemente y sin pensar. Por supuesto que no le amaba. Su corazón volvía a latir con fuerza mientras una parte de ella se consumía por el dolor de la incredulidad.

- Si es así ¿por qué? ¿¡Por qué te expusiste al peligro!? ¿¡Por qué quieres seguir haciéndolo!?

Xeral la abrazó con fuerza contra su pecho y ella no pudo evitar abrir los ojos y sonrojarse. El corazón del príncipe latía muy fuerte y se asemejaba al suyo pero no se acompasaban. No latían al unísono.

“Con Varel sí. Siempre laten a la par.”

Comenzó a picarle la palma de la mano izquierda, donde estaba la cicatriz del ritual del intercambio de sangre. 

- ¿Por qué no pude ser yo? - le susurró sentidamente al oído. Ella sintió como las lágrimas volvían a inundarle el lagrimal -. Hubiese sido todo más sencillo y no tendría que sufrir.

¿Qué quería decir con aquello? La respiración se alteró mientras él la separaba de su pecho y la besaba con fuerza y rudeza en los labios. Criselda, sin esperarse aquella invasión, se quedó rígida y sin poder atinar a moverse. Cuando Xeral se separó y fue capaz de volver a hacer un intento de respirar, la volvió a taladrar con su intensa mirada llena de lujuria y pasión salvaje.

- Te amo - le confesó -. Te he amado desde que te vi en el castillo de tu hermano.

Se quedó atónita y se le secó la boca a la vez que dejaba de respirar sin darse cuenta. El corazón se le había subido más allá de la garganta y  se le iba a salir por la boca. Una lágrima descendió por su mejilla y Xeral se la limpió al instante con el rostro apenado. Ella se llevó las dos manos a la cara. Por Gea. La quería, le había confesado que la amaba. No daba crédito, no podía ser cierto.

- Lo lamento - se disculpó -. No debería habértelo dicho. Lo único que quiero es protegerte. No deseo que nada malo te suceda. Quiero que tengas cuidado con Varel nada más.

Xeral la soltó y la instó a tumbarse. Incapaz de oponerse a sus poderosas manos, Criselda se tumbó mientras veía como él se incorporaba para marcharse.

“No, no te vayas.

- Será mejor que descanses y olvides lo que te he dicho.

¿Olvidar? No, no quería olvidarlo ¿Por qué le pedía que lo desterrara de su mente?

- Xeral yo…

- Buenas noches Criselda - la interrumpió él y se marchó.

- No te ha quedado cicatriz.

Varel la miró con una sonrisa de disculpa mientras ella sujetaba su mano derecha y contemplaba con disgusto infantil la palma de su mano inmaculada.

- Ya te dije que no quedaría marca - le dijo él en tono de disculpa.

- Bueno no importa - contestó ella mostrándole una sonrisa cómplice -. De todos modos yo sí tengo la marca y sé lo que hicimos.

- Yo también lo sé.

Ella alzó una ceja juguetonamente mientras se pasaba la lengua por el labio inferior.

- ¿A sí? ¿Y, según vos príncipe mío, qué hemos hecho?

- Comprometernos - respondió él tomándola en sus brazos.

Ella se echó a reír mientras comenzaba a hacerle cosquillas y él contraatacó de igual forma. Los dos jóvenes se revolcaron contra la alfombra de hierba que era la pradera donde se encontraban mientras se hacían cosquillas mutuamente. 

- Te gané - exclamó ella a horcajadas, feliz, mientras su cara estaba a escasos centímetros y su largo cabello rizado le hacía cosquillas en el cuello y en la clavícula.

Varel alzó sus manos y pasó los dedos por aquellos sedosos mechones negros y cerró los ojos disfrutando de aquella placentera sensación. Ella soltó un jadeo y agachó más su cara para juntar sus bocas. Se besaron apasionadamente durante un lapso de tiempo agónico para los dos.

Querían más.

Mucho más.

Sus manos fueron recorriendo el cuerpo del otro mientras sus labios besaban la piel desnuda. Quería hacerla suya, perderse en su interior y poder saborearla sin reserva y sin remordimiento. Pero siempre había remordimiento. ¿Por qué? ¿Por qué sentía eso? Una parte de su alma le decía que la soltara, que ese cuerpo no era suyo. No era su destino estar con ella. “

Déjala, apártate de ella.”

Pero él la quería. ¿Era malo hacerlo?

- Te quiero Kirla - le susurró mientras la penetraba y ella se echaba hacia atrás gimiendo y con la punta de sus cabellos rozándole la larga espalda.

- Varel - le llamó ella como un lamento y con una fuerte necesidad.

Esto no está bien.

¿Qué has hecho?

Acabas de cometer un pecado.

Varel abrió los ojos con la respiración entrecortada y el rostro perlado de un sudor frío y pegajoso. Miró a todos lados desorientado he intentó incorporarse. Le picaba terriblemente la palma de su mano derecha. Se la rascó desinteresadamente mientras analizaba la habitación en la que se encontraba mientras apretaba los dientes.

Sentía su cuerpo terriblemente pesado y la cabeza le daba alguna que otra vuelta. Se pasó las manos por la frente y por el pelo y resopló fatigado. ¿Qué le había pasado? ¿Es que le habían atropellado diez carros consecutivamente? No lo creía posible pero así se sentía. 

Consiguió enderezarse sobre el mullido lecho y su imagen se hizo clara y demoledora al reflejarse en una gran espejo en la pared de enfrente. Su rostro estaba demacrado y había unas extrañas sombras en su mandíbula y en sus sienes. Se pasó la mano y vio como un polvillo grisáceo caía de su piel y con ello las sombras.

Apartó la mirada de su rostro y cuerpo del espejo, y se levantó con sumo cuidado para no perder el equilibrio. La habitación donde se encontraba era circular y bastante espaciosa. Las paredes eran de mármol blanco pulido con vetas de distintos colores oscuros. Se asomó a unas de las ventanas para comprobarlo, aunque no tenía muchas dudas de dónde se encontraba. Varel asomó el rostro al amanecer que iluminaba la ciudad más hermosa de Arakxis: Mazeks, la ciudad laberinto.

Altísimas torres de mármol se alzaban por doquier con precisos tejados de ladrillo azul oscuro mientras que abajo, las calles eran preciosos jardines laberínticos perlados de flores de todos los colores. Estaban en Mazeks y eso desconcertó al príncipe. Hasta donde él recordaba, estaban en el territorio de los trolls. ¿Cuándo habían llegado aquí?

Entonces le vino el fogonazo de los recuerdos del golpe he, inesperadamente,  cayó hacia atrás - contra la pared - por la violencia y la velocidad que tomaban las imágenes de su lucha con los basiliscos negros y su intento de proteger a Criselda del último.

Y nada más.

Ya no era capaz de recordar absolutamente nada.

Resollando, Varel se puso en pié nuevamente y buscó con  la mirada alguna ropa que ponerse. Estaba completamente desnudo. No tardó en encontrar unos calzones y unos pantalones de listas, largos y bombachos. Tenía que buscar a su esposa. Iba a salir de aquella habitación tal cual - desnudo de cintura para arriba -  cuando escuchó el chirrido de las bisagras de la puerta de exquisita madera de roble.

- Varel, amigo mío - saludó con inmensa alegría Patrexs.

El espléndido guerrero de cabellos rubios y ojos como la miel, se abalanzó sobre el príncipe y lo abrazó con fuerza. Le cortó la respiración y la circulación sanguínea. Cuando su amigo le soltó, se sintió en la gloria y dio gracias a los dioses.

- Es un milagro verte ya en pié - prosiguió Patrexs sin dejar de sonreír de felicidad. Por Urano ¿qué le había pasado para que su amigo estuviese más contento de lo normal?

- ¿Qué hacemos aquí? - preguntó Varel -.  ¿Qué pasó con los basiliscos negros? ¿Cuándo llegamos? ¿Dónde está Criselda? - dijo de carrerilla.

- Tranquilo mi príncipe. - Patrexs alzó las manos para pedir calma -. Tantas preguntas no Varel, aún estás débil. Has estado tres días inconsciente.

Eso lo dejó helado.

- ¿Tres días?

Patrexs asintió con el semblante radiante pero serio.

- Si. Sufriste grabes heridas en aquella cruenta batalla.

El joven recordó cuando le arrancaron el brazo, las múltiples heridas superficiales, cuando le aplastaron la cadera y finalmente; cuando le partieron el cuello. Se pasó la mano para poder sentir en la yema de sus dedos que estaba en perfecto estado y en su sitio. Otro en su lugar ya habría muerto.

- ¿Acabé con ellos? - preguntó secamente.

- Si.

- No lo recuerdo demasiado bien.

- Te golpearon con fuerza en la cabeza.

Asintió y bajó la mano.

- ¿Entonces llevamos aquí tres días?

- Solo dos. Tardemos un día en salir del territorio de los trolls. El rey no nos dejó descansar hasta haber abandonado el lugar. No queríamos correr riesgos.

Él volvió a asentir para prepararse y preguntar lo que más lo angustiaba.

- ¿Y Criselda?

Patrexs apartó la mirada y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo de arriba abajo.

- La princesa está bien - dijo con la voz titubeante.

- No me mientas - amenazó ligeramente él.  Su amigo negó con la cabeza.

- Ahora está bien.

- Luego antes no lo estuvo - tragó saliva -.¿Qué le pasó? ¿La hirió el basilisco negro? - preguntó con temor.

- No.

- ¿Entonces? - dijo con la voz llena de ansiedad. Patrexs le miró fijamente a los ojos con pesadumbre.

- Es complicado Varel, no es el momento; acabas de despertarte.

- Dime la verdad - dijo muy despacio y con la voz ronca. Su cuerpo volvía a sudar.

Patrexs suspiró resignadamente y cerró los ojos. Una expresión de dolor se dibujó en sus facciones.

- No la hirió ninguno de los basiliscos: fuiste tú - confesó.

La boca de Varel se desencajó a la vez que su voz se llenó de horror.

- ¿Qué?

- La atacaste. Fuiste tú quien le hizo daño.

Y aquellas palabras le destrozaron y se miró la palma de las manos. En su mano derecha había una profunda cicatriz donde antes no había habido nada.

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