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Capitulo cuarenta y tres

Tres actos

  

El silencio era completamente sepulcral ya que incluso el fuego de la chimenea se había consumido en brasas, proporcionando una tenue luz y un calor agradable en las dependencias del rey.

Iarón dormía en el centro del lecho con la cabeza en alto, apoyada en dos cómodos almohadones y con un paño húmedo en la frente. Le había dado calentura por el sobreesfuerzo y los galenos le habían administrado agua con azúcar y unas hierbas cuando él recuperaba ligeramente la consciencia. Y aunque seguía igual de demacrado y delgado, tenía mejor aspecto y las ojeras estaban comenzando a atenuarse gracias al descanso. 

Chisare estaba sentada en un lado del gran lecho con Fíren dormido entre sus brazos. El niño no había dejado de llorar y solo ella pudo calmarlo después de que las sirvientas hicieron todo lo que pudieron para que se durmiera. Pero el bebé se había acostumbrado a ella y a Teran, incluso un poco a su tía Criselda y a la nodriza, pero solamente con Chisare parecía estar en paz la pobre criatura. Y es que la Dama se desvivía por él y había vuelto a bailar en el templo para pedir salud y felicidad a Gea para aquel inocente sin importarle el sufrir nuevamente.

Pero nada ocurrió aquella vez.

El niño hizo un gorgorito en sueños mientras ella le contemplaba y le acariciaba la peloncita cabeza. En aquellos dos meses había ganado tres quilos y estaba precioso y lozano. Como ya no despertaría hasta dentro de unas horas - para tomar su próxima toma de leche -, la joven se levantó y colocó al niño en una canastilla. Lo arropó bien para que no cogiese frío y volvió al lado del monarca.

Iarón continuaba durmiendo tranquilamente y ella se acercó para ver como iba su calentura. Le quitó el paño y le acarició la frente para luego palparle las mejillas. Su rostro ahora estaba más fresco y parecía que su temperatura corporal había bajado unos grados. Aliviada por esa mejoría, Chisare fue a la palangana y sumergió el paño para sacarlo y escurrirlo bien antes de volver a colocárselo en la frente. Una vez cumplió esa tarea, se quedó de nuevo absorta contemplándole. 

No se cansaba de hacerlo.

Su corazón parecía estar más en calma cuando le miraba y comprobaba que aún seguía allí, que no había cometido ninguna locura y se había marchado de su lado a ese lugar donde no podría alcanzarle en vida. Alargó su mano para acariciarle de nuevo el rostro y se detuvo en la comisura de sus labios dando un suspiro sentido. Apartó la mano y volvió a sentarse mientras lo tomaba de la mano y le masajeaba los nudillos huesudos.

Había perdido tanto peso… era un completo milagro que aún permaneciese con vida. Tenía que reconocer que Iarón era tremendamente fuerte, si no su espíritu; su cuerpo físico.

Tocaron ligeramente a la puerta y un una veterana sirvienta le trajo un caldo suave de ave con trozos de maíz seco y carne cocida desmenuzada en una sopera de porcelana.

- He traído algo de comida para vos y para el rey - dijo la buena mujer dejando la fuente de deliciosa sopa en una gran bandeja con dos tazones.

- Gracias - dijo la Dama mientras se levantaba del lecho y miraba el contenido de la sopera con un ligero retortijón en las tripas -. Pareciese que me hubieseis leído el pensamiento.

- Creo, mi señora Dama, que más bien he leído vuestro estómago. Veo que su majestad tiene mucho mejor semblante.

- Si, parece estar mejor.

- Esperemos que pronto vuelva a ser el de antes. Todos le necesitamos mucho - dijo la mujer sumamente apenada.

- Si - coincidió Chisare con un susurro.

La sirvienta se retiró y la joven se sirvió medio tazón de sopa y sopló un poco antes de meterse una cucharada en la boca. Comió con ganas tres cucharadas más hasta que escuchó lo que parecía un nombre entre susurros. Volvió la vista hasta Iarón y observó que movía los labios. Soltó el tazón y fue corriendo a su lado.

- Beresta… - decía entre murmullos desesperados -. Beresta ¿por qué me has dejado?

- ¿Por qué tienes que llamarla a ella? - preguntó hacia el enfermo que deliraba -. Sé que la amas y que la extrañas pero yo estoy aquí, a tu lado, y haría cualquier cosa por ti.

Tragó saliva mientras se le llenaban lo ojos de lágrimas y acariciaba la mano de su amado. Iarón gruñó y se quejó diciendo algo inteligible antes de abrir los ojos entre parpadeos. Ella agachó la cabeza entonces para esconder sus lágrimas tristes y le soltó la mano precipitadamente.

- ¿Dónde estoy? - preguntó el rey con la voz gangosa.

- En vuestros aposentos, mi rey - respondió ella secándose las lágrimas con la manga de su vestido blanco con encaje gris con sendos broches y lazos plateados.

- ¿Eres tú Chisare?

Ella asintió.

- Si majestad - contestó sorbiendo por la nariz.

- Supongo que has estado a mi lado todo este tiempo, cuidándome - arguyó -. Siempre lo has hacías de niña cuando estaba indispuesto.

- Es un honor que aún lo recordéis - murmuró recompuesta y alzando el rostro.

Iarón la miró fijamente.

- Nunca podría olvidarlo.

La joven se sonrojó sin poder evitarlo y su corazón se disparó en su pecho a la vez que sentía un estremecimiento. ¿Por qué le había dicho aquellas palabras tan seriamente y con aquella mirada tan intensa? Después de lo ocurrido el día de la muerte de la reina, no se habían vuelto a dirigir una mirada ni la palabra.

- ¿Tenéis hambre? - dijo para cambiar de tema -. Acaban de traer un caldo muy suave y rico. Deberíais comer para recobraros. - Se puso en pie sin esperar su respuesta.

- Sí debería y, además, tengo apetito. Sírveme un poco si no te importa.

Chisare asintió y fue a cumplir la petición de su amado sintiendo que parecía nuevamente el antiguo Iarón. Eso hizo que sintiese un poco de felicidad, pues eso era lo que más deseaba; que Iarón fuese nuevamente él mismo, el que siempre había sido antes de la muerte de su esposa.

- ¿Podéis comer solo? - le preguntó cuando regresó a su lado con el tazón casi lleno.

- Si, creo que si - dijo el rey tomando el tazón entre sus manos y empezó a comer pequeñas cucharadas. Ella le observó al principio temerosa de que le fallasen las fuerzas, pero Iarón aguantó con firmeza el tazón y la cuchara de plata sin que titubeara ni una sola vez.

Tranquila en ese aspecto, Chisare fue a ver como estaba Fíren. El heredero dormía tranquilamente con la cabeza a un lado y ella lo contempló con una sonrisa espontánea en sus labios y con el corazón lleno a rebosar de amor.

- ¿Es mi hijo? - preguntó Iarón de repente.

Chisare se giró para mirarle con temor sin saber qué le diría si respondía que si. ¿Y si se ponía hecho una furia y le gritaba que se llevase al pobre bebé de allí? Los gritos le despertarían y rompería a llorar.  Aunque tampoco sería muy gratificante si lo trataba con indiferencia. Iarón soltó el tazón a medio comer sobre la mesita de noche.

- ¿Es mi hijo? - volvió a preguntar.

- Si, majestad, es vuestro hijo - respondió al fin con un ligero tartamudeo.

- ¿Puedo verlo? - pidió.

Ella asintió y lo cogió de la canastilla para llevarlo con su padre. Fíren, completamente dormido, no podía percatarse de todo aquello y aunque estuviese despierto, ignorante por su corta edad; no podría comprender ni apreciar la primera vez que viera y sintiera a su padre. Chisare se sentó de nuevo en el lecho mientras el rey se colocaba más tieso entre los almohadones.

- Está dormido - dijo mientras se lo mostraba sin soltarlo de entre sus brazos femeninos.

Iarón fijó sus ojos ambarinos en su hijo y extendió la mano derecha para acariciarle la redonda carita regordeta y suave. Sus labios se curvaron ligeramente.

- Es hermoso - dijo con la voz tenue.

- Mucho.

- Mi hermana me dijo que tú le cuidabas.

Chisare asintió con la cabeza.

- Te agradezco que lo hagas y me complace que esa tarea recayera en ti.

Abrumada y sin saber que decir, la Dama guardó silencio mientras Fíren seguía completamente dormido con el rostro  en absoluta paz.

- Supongo que te alegraras que Criselda ganara la contienda - dijo apartando la mano de la cabecita de su hijo -. Solo a ella animabas. ¿Lo hacías porque es tu amiga?

El pecho de Chisare se oprimió y apretó los labios.

- Pero también eres la mía - prosiguió - ; así  que no creo que fuera por eso. ¿Entonces - acercó su rostro al suyo - por qué?

La joven Dama de Gea se apartó y se levantó con el pequeño Fíren y lo depositó en su canastilla con sumo cuidado mientras sentía como su respiración se hacía más acelerada y el cuerpo comenzaba a temblarle ligeramente.

- Dime la verdad, por favor. La necesito; dime porque preferías que ganara Criselda a toda costa.

Si se lo pedía así, si no había otro remedio; tendría que decirle la verdad, esa que le corroía las entrañas y que, en el fondo, deseaba trasmitirle para ver si el verdadero Iarón emergía de las profundidades en las cuales se ocultaba.

- Deseaba que Criselda venciera la contienda por vuestro bien - dijo dándole la espalda incapaz de hablar y mirarle a la vez  - para que os sintierais avergonzado de vuestro comportamiento tan egoísta. - Apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas -. Todos comprendemos… yo comprendo vuestro dolor. No sois el primero en perder a un ser muy amado en la vida y ese dolor puede llegar a calar tan hondo que incluso llega a destruir a las personas más fuertes.

Lentamente, Chisare se volvió hacia Iarón y él, con el rostro imperturbable, no perdía ni uno de sus gestos y era tan clara y profunda su mirada que se le secó la garganta.

- Pero el reino os necesita. Hay tanto que hacer en estos días aciagos y tantos sufren incluso más que vos, y es injusto tener el lujo de sumirse en la propia agonía sin importar que tantas vidas pendan de un hilo y que vos tenéis en vuestras manos-  dijo agachando la mirada aunque sin bajar su tono de voz -. Y el reino entreno no es el único que os necesita - ahora alzó sus ojos miel y le aguantó la mirada - vuestro hijo os necesito y eso era lo que más me dolía y me llenaba de impotencia. No podía dar crédito a vuestro poco corazón por una criatura que es más vuestra que mía.

>>Cuando Criselda me informó de vuestro trato, decidí y desee su victoria por Fíren, porque quería que os preocuparais por él y que le vierais. Quería que ella ganara para que regresara Iarón, el Iarón del cual me enamoré hace ya tantos años.

Chisare calló y se dejó caer en el filo del lecho mientras miraba por encima de sus pestañas al joven que cerraba los ojos y suspiraba apretando los labios.

- Desde que murió mi padre, me prometí que sería fuerte y que cuidaría a mi madre y a mi hermana de todo y de todos - comenzó -. Creía que era fuerte y que jamás podrían dominarme los malos sentimientos. Pero me equivoqué, no soy tan fuerte como creí y me encontré desesperado en el peor momento de mi vida, el momento en que murió el amor de mi vida.

>> Sentí que Beresta me había traicionado por haber sido el único que no tenía ni voz ni voto en nada de aquel asunto. Me sentí mal porque creí que, por ser Rey, yo tenía siempre la ultima palabra y al descubrir que a pesar de todo, se me ocultan cosas tan importantes; me hizo sentir inútil como si todos mis esfuerzos fuesen en vano. Además no podía comprender porque ella prefería morir simplemente por un bebé nonato en vez de vivir a mi lado. Todo aquello me consumía y no podía dejar de pensar una y otra vez en ese por qué.

>> Y entonces me entregaron un documento que acreditaba a mi hermana a reinar por mí por un tiempo. ¡A ella! Una niña de apenas dieciséis años. Me enfurecí, sentí que todos estaban en contra mía y fui corriendo a ver a Criselda para echárselo en cara. Pero ella se puso a mi altura y me dijo la verdad y no solo eso, sino que me retó a un combate con espada. A mí, a su hermano mayor de veinte cuatro años.

>> Sus palabras me hicieron reflexionar y me di cuenta que tenía razón. Me había ocultado como una comadreja y solamente propiciaba daño a mi alrededor, manchando así la memoria de mi reina, una mujer que se lo merecía todo. Pero soy orgulloso y ella me había herido allí donde más duele a un hombre y por ello no me resigné a perder y decidí ganar. Pero no pude hacerlo y me alegro de no haberlo hecho. Porque ahora he comprendido porque Beresta dio su vida.

>> Es un milagro como dos personas pueden crear una vida nueva completamente de la nada. Es una bendición engrandar un hijo cuando dos personas se aman, él bebé es el producto de ese amor y por eso vale la pena dar la vida. Si ahora alguien me diese a elegir entre mi vida o la de algún ser que quiero, no dudaría en entregarme yo mismo y eso fue lo que hizo ella. Es algo muy noble y digno de admirar, a la vez que de venerar, el sacrificarse por amor. Y es por eso que debo volver a ser yo mismo aunque aún sea un inmaduro y un estúpido. Pero Beresta se lo merece y es lo único que puedo hacer por ella.

Chisare, con el rostro surcado de lágrimas, sonrió sintiendo que la embriagaba la felicidad. Era él, volvía a estar allí dentro. Iarón había regresado.

- Eres tú - dijo.

Iarón alzó la mano y le enjuagó las lágrimas.

- Si soy yo y me alegra que estés a mi lado, Chisare. No sé que haría sin ti. Y ahora - dijo sonriendo como antaño - ayúdame a levantarme. He desatendido durante demasiado tiempo mis deberes monárquicos y debo ponerlos al día.

Asintiendo, la joven se levantó y ayudó al joven rey a levantarse. Le ayudó a colocarse su bata y le sirvió de apoyo para caminar. Juntos - con el brazo de Iarón sobre sus hombros y el suyo alrededor de la cintura de este - cruzaron el pasillo y fueron hasta el despacho privado del rey, el lugar donde Criselda había permanecido toda la mañana leyendo y firmando los documentos que él debería haber finiquitado hacía semanas.

Chisare ayudó a Iarón a sentarse y le preparó todo lo necesario para que él pudiese trabajar más cómodamente. Encendió bastantes velas y candelabros y lo dejó completamente sumido en su trabajo de leer y firmar documentos. Iba a cerrar la puerta cuando escuchó que la llamaba.

- Chisare; sé que me amas y me alegro de que sea así. Pues ahora, necesito de ese amor. Que tengas buenas noches.

Ella cerró la puerta y pegó la espalda en la hoja cerrando los ojos y mordiéndose el labio. Esas últimas palabras la habían descorazonado.  Necesitaba ese amor le había dicho, no lo deseaba ni lo quería, solo era necesidad por estar tan herido y solo.

“Lo sabía, siempre lo supe. Sabía que yo solo sería una mera sustitución.”

Dio media vuelta para regresar a por Fíren sumida en la tristeza más sobrecojedora. Los pasillos estaban desiertos y las antorchas alumbraban los recodos y sus zapatos eran los únicos sonidos.

No, no eran lo únicos.

La joven se detuvo y miró a todas direcciones. Los dos pasillos transversales estaban desiertos pero ella asomó la cabeza escrutándolos bien pues estaba segura de que había escuchado algo.

Agudizó el oído pero todo era silencio.

¿Se lo habría imaginado entonces? Parecía haber escuchado perfectamente una voz en la lejanía llamándola. Pero ahora no había nada. Todo era quietud.

Pero entonces:

- Chisare - un susurro. La Dama volvió a girarse en todas direcciones mirando sin ver a nadie -. Chisare ven a mí.

La joven echó a correr hacia la dirección de la voz. ¿Quién la llamaba? Era una voz dulce, como la de una madre que llama a su hijo para que se suba a su falda. Bajó las escaleras aferrándose a la barandilla de piedra sin dejar de acelerar a cada paso  que escuchaba su nombre cada vez más y más cerca.

- Ven a mí…

La muchacha giró en un pasillo hasta adentrarse en una salida que conducía hasta el templo. Chisare corrió sin aliento, sin aflojar el ritmo, recogiéndose la larga falda del vestido hasta llegar al lugar erigido en honor a Gea. Entró en el templo con las rodillas ardiéndole interiormente por la desventurada carrera y se secó el sudor de la frente mientras caminaba, ahora más despacio, hasta el gran árbol.

La talla de Gea, antes tan hermosa, parecía haberse podrido y un lado de su rostro se había rajado dándole un aspecto desdichado que te encogía el alma . Ella se acercó alargando la mano para poder acariciar el rostro de madera de la Diosa y sintió un profundo dolor y una profunda tristeza.

La Madre Tierra sufría, estaba completamente segura.

- Dame tu fuerza - habló la voz suave y sentida - o moriré. Perdóname querida Dama mía, dame tu fuerza. Ayúdame - imploró.

- Gea… - susurró con los ojos muy abiertos.

Entonces un estallido y dolor. Chisare cayó al suelo mientras se le retorcían los brazos y gritaba. Se le desenfocó la vista y comenzaron a pitarle los oídos mientras sentía como se le estiraban sin piedad todos sus miembros.

- ¡Dime como matarlo! - escuchó que le exigía una voz de varón con profundo odio -. Estas perdiendo el juego cada vez más, Gea. ¡Ríndete y halaba!

- No - dijo ella mientras le clavaban algo punzante en las manos -. ¡NO!

La chimenea chisporreteaba y alumbraba la gran habitación con sus grandes llamaradas anaranjadas. El suelo estaba brillante por el agua y reflejaba las llamas. La ropa empapada estaba esparcida por doquier, en un rincón no muy lejano de la fuente de calor y ellos se encontraban frente a la chimenea desnudos y entregados completamente el uno al otro.

Varel, entre las piernas de su esposa, lamía su feminidad con la lengua lentamente, haciendo que ella se retorciera y gimiera mientras se mordía el dedo. Le acarició los muslos mientras la saboreaba en aquel lugar tan intimo y ella alzó las caderas para sentirlo más hondo deseando llegar al punto más alto del placer. Él, divertido por las ganas de Criselda, no aumentó su ritmo y la dejó sufrir mientras ella gemía y jadeaba entre súplicas.

- Oh, por favor… - gimió - más deprisa.

- Ya lo sé - dijo él apartando unos momentos su lengua - pero deseo saborearte bien. Te lo había prometido y siempre cumplo con mi palabra - y rió antes de volver con su tarea que lo estaba matando poco a poco a él también de las ganas que tenía de volver a introducir en ella otra parte de su cuerpo que le dolía profundamente.

- Eres cruel - gimió cuando la lengua de él obró la magia.

Su cuerpo comenzó a convulsionarse y Varel saboreó el potente orgasmo de ella que gimió de un modo tan espontáneo y sensual que su deseo  pareció aumentar de tamaño.

Cuando Criselda se quedó completamente inmóvil, lo atrajo hacia ella y le besó en los labios. Él depositó las manos en el suelo de la habitación para no apoyar en ella su peso y dejó que fuese su esposa la que lo besara y metiera su exquisita lengua en su boca. Cuando Criselda acabó con sus labios, bajó por su cuello hasta la clavícula y allí se entretuvo mientras él cerraba los ojos ante aquella sensación placentera. Las pequeñas manos de la joven acariciaron su pecho, masajeando sus pezones erectos y también su abdomen.

Varel soltó un suspiro acompañado de un gemido y abrió los ojos mientras se incorporaba y se sentaba en el suelo. Criselda le siguió sin dejar de tocarle. La luz de las llamas se reflejaba en su piel dándole calor y un brillo sensual; seductor como el oro y parecían estar rodeados de miles de estrellas y de cientos de lunas.

Su esposa, apartó los labios y la lengua de su piel bronceada cada vez más seca y le empujó con bastante fuerza contra el suelo. Varel - sorprendido - vio como ella se ponía sobre él a horcajadas y se introducía en su masculinidad ella sola sin dejar de mirarle a los ojos. Aquello lo turbó y le produjo una oleada más grande de deseo irrefrenable. Estaba tan bella sobre él, como una diosa guerrera todopoderosa. Entrecerró los ojos cuando sintió que su miembro entraba en aquella cavidad caliente y estrecha que tanto deseaba poseer. Se estremeció.

- Ahora es mi turno, mi rey, de complaceros - dijo con voz aterciopelada pero con un dije de malicia.

- Como le guste a mi reina, creo que yo ya he cumplido mi promesa - dijo intentando poner indiferencia en su voz a pesar de la ansiedad que sentía.

- Si y muy bien que la habéis cumplido y, por eso, me gustaría agradecéroslo como merecéis - y comenzó a moverse lentamente hacia adelante.

La pasión y el placer comenzaron poco a poco a consumirle la cordura al son del compás de los movimientos lentos y profundos de ella. Se estaba vengando y de qué forma. Comenzaron a temblarle las manos, a sudarle el cuerpo por el calor que lo estaba sofocando por dentro. Las manos de Criselda estaban sobre su pecho musculoso y las suyas deseaban colocarse en las curvas y femeninas caderas de ella. Pero los ojos verdes jade tan intensos de su esposa vieron sus intenciones.

- Las manos quietas, mi amor. Siénteme así, fuerte y lento.

Pero era una agonía aquel vaivén tan profundo, que agitaba los pechos de Criselda de un modo contundente y muy sugerentes ante sus ojos. Como sus manos no podían tomar el control, al menos podrían saborear y torturar a su torturadora. Con las palmas abiertas, colocó sus manos sobre los pechos redondos y bien proporcionados de su esposa y ella gimió cuando los masajeó mientras se balanceaban.

Ardiendo por ese incentivo suyo, la joven aumentó ligeramente el ritmo. Estaba empezando a abandonarse a sus caricias y él lo sabía, solo un poquito más y podría tomar el control. Con sutileza, bajó las manos de sus senos y las colocó en sus caderas. Criselda no protestó y apartó las manos de su pecho para colocarlas en sus brazos, rendida completamente.

Varel tomó entonces el control y golpeó profundo y rápido; ella gruñó con fuerza y él también. El placer se intensificó al igual que los latidos de su corazón y las corrientes que le recorrían el cuerpo.

Ya llegaba, allí estaba la liberación.

- Varel - lo llamó en el puro éxtasis.

- Dámelo, dámelo todo de ti Criselda.

Varel se incorporó sin salir de su interior y ella enroscó las piernas en su cintura mientras la alzaba con sus poderosas manos hasta alcanzar juntos nuevamente el placer supremo bajo la luz de las llamas brillantes de la chimenea.

No podía dormir y eso lo ponía de más mal humor.

Xeral se alzó del lecho que compartía con una nueva amante y se asomó a la ventana de la habitación. Las noches allí eran fresca y el cielo no estaba nunca despejado a causa del vapor que producían las máquinas del lugar.

Aquello estaba durando más de lo que había previsto.

Gea no se rendía y, a pesar de las torturas y de las presuntas muertes de sus seguidoras, no hablaba. No le daba lo que él deseaba.

En primera instancia, creyó que la rebeldía de la diosa duraría máximo un mes - tres a lo sumo - y que pronto le confesaría el gran secreto que envolvía a Varel como una coraza protectora. Pero se había equivocado. Gea no había hablado nada más que para insultarle y para maldecir y, aunque disfrutaba torturándola día a día, estaba comenzando a impacientarse.

Sombra Acechante había conseguido eliminar a su padre. Ahora Riswan ya no estaba - era pasto para los gusanos - y sería un problema menos cuando él ocupara el trono y el poder, pero ¿cuándo? ¿Cuándo podría al fin conseguir lo que más anhelaba en la vida? ¿Tantas Damas podía poseer aquella diosa? La torturaba cada día y aún seguían como al principio. ¿O quizás la adoraban en más lugares de aquel grandioso mundo inexplorado?

Tal vez, podía ser. Xeral no había salido jamás de Nasak, no conocía otras tierras ni otras gentes para poder saber qué adoraban y que otros dioses existían además de los que él conocía.

Pero eso pronto cambiaría, cuando poseyera al nuevo dragón, podría ver mundo y gobernarlo conjuntamente con la sabiduría y la tecnología tan desarrollada de los nigromantes. Los Rebeldes cada vez tenían más noción de aquella ciencia mágica.

Si; podía verlo. Él montado en el poderoso y nuevo dragón completamente sumiso y domado con todo un ejercito de más dragones flamantes de poder y sed de conquista. Cuando muriera Varel y tomara a Criselda, formaría el mayor ejercito del mundo y lo conquistaría todo, sumiendo a todos los pueblos y tierras bajo su mandato hasta el fin de los tiempos.

Porque encontraría el modo de no morir y ser eterno. Gobernar a los mortales hasta que el mundo dejase de girar o puede que hasta más allá de ese momento. Si; esa condenada diosa no acabaría con sus ambiciones y sueños de grandeza. Conseguiría la información, sería más paciente. Porque esa espera haría más dulce su victoria.

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