Capitulo cuarenta y nueve
Elucubraciones y realidades
Cuando Patrexs recuperó el conocimiento no supo muy bien donde se encontraba. Sentía el cuerpo terriblemente pesado y su mente tremendamente desconcertada. Su visión era borrosa y tuvo que parpadear varias veces mientras sentía como el techo caía sobre él. Entonces vio un borrón negro a su lado y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. Sus ojos como la miel derretida enfocaron al bulto cercano y se alarmó a la vez que se precipitó sobre él.
- ¡Hoïen! - llamó a su compañero mientras lo zarandeaba con el semblante perlado de preocupación. Al menos parecía respirar superficialmente.
Hoïen gimió por sus zarandeos recuperando la consciencia poco a poco. separó los párpados y le miró con sus iris color rubí. Eso calmó momentáneamente al joven general hasta que recordó lo ocurrido.
“Varel.”
Patrexs recorrió el cuartel general del rey y descubrió a Lenx a unos pocos metros retorciéndose de dolor mientras sangraba profusamente por el costado mientras que la figura de Varel estaba algo más lejos cubierta de sangre coagulada y con los ropajes destrozados hechos harapos.
- ¡Varel! - llamó a su amigo mientras se incorporaba y sentía como Hoïen intentaba incorporarse apartando el cadáver de un enemigo al cual había podido partirle el cuello en la refriega.
Patrexs se arrodilló al lado de su rey y mejor amigo que estaba con los ojos en blanco y los brazos extendidos. Su piel estaba completamente macilenta a la vez que perlada de infinitas escamas azules con vetas grises. El joven acarició con vacilación la piel escamosa del cuello de Varel y observó que todo su cuerpo estaba lleno de escamas desde la frente hasta la punta de los pies - y no se equivocaba en afirmarlo aunque no le hubiese quitado el calzado -.
- ¿Cómo está? - quiso saber Hoïen con un tono de voz tenso -. Lenx necesita ir a la enfermería de inmediato. Boltrakx está muerto.
- Si, lo sé. Lo mató Uruï - escupió a un lado para desprenderse del regusto vomitivo que se le subió a la garganta al recordar al desertor traidor -. Varel parece estar ileso si no fuera por…
- La viruela del dragón.
Patrexs asintió contemplando a Varel sin poder evitar que se le encogiera el corazón, el alma y todos sus órganos vitales. Se sentía tan fracasado he impotente al no haber podido defenderle a él y a Criselda de aquel ataque sucio y rastrero.
- No veo a Corwën por ninguna parte - dijo Hoïen sombríamente.
“Puede que también nos haya traicionado.”
- Ya nos preocuparemos de ella más tarde, ahora debemos llevarles a la enfermería sobretodo a Lenx.
Hoïen - al ser el más fornido y fuerte - tomó a Lenx en brazos y Patrexs a Varel antes de salir hacia un elevador para trasladar a los heridos a la tercera planta. Como sabían que uno de ellos estaba inutilizable, no les quedó más remedio que dirigirse a uno algo más lejano. El sol se había marchado y reinaba una apacible oscuridad veraniega que se filtraba por los ventanales a la vez que la luz de las estrellas y la de la luna.
A los dos amigos se le hizo interminable el traqueteo del elevador hasta el tercer piso, sin poder dejar de pensar cada uno a su manera en lo que había ocurrido. ¿Cuánto tiempo hacía que estaban fuera de combate? Por lo que habían visto por las ventanas puede que casi una hora. Pero todo estaba demasiado tranquilo y eso no podía augurar nada bueno en aquel episodio.
El elevador, por fin se detuvo y Patrexs salió el primero con Varel a cuestas que corrió por el pasillo todo lo que pudo con Hoïen a la zaga hasta la enfermería. En los pasillos todo estaba en calma y el joven pudo escuchar palabras y algunas risas procedentes de los sanadores que había aquella noche de guardia en le enfermería.
Ojalá yo también pudiese estar riendo así con mis camaradas - pensó mientras hacía un enorme esfuerzo por no desfallecer cargado con el peso de su amigo sobre los hombros doloridos. Y es que el golpe que había recibido entre los omoplatos había sido tremendo y puede que necesitase de algún bálsamo ya que estaba empezando a dolerle horrores.
Cuando les vieron aparecer con el rey en aquel extraño y desconocido estado, los dos sanadores estuvieron a punto de perder el sentido sin dejar de lamentar la muerte de la sanadora real mientras postraban a Varel en una cama y le despojaban de aquellos retales que antes había sido una bonita vestimenta. Elucubrando sobre el estado del rey, atendieron a Lenx un caso más sencillo para ellos. Limpiaron el profundo corte del hombre a la vez que le introducían una bolsa de sangre mezclado con un revitalizante y le cosían con una finísima aguja de plata.
Estaban vendando al herido cuando arribó Fena - que había sido avisada de inmediato por un joven sanador que era un simple estudiante -, completamente sudorosa y sin aliento. Abrazó a Hoïen - produciendo en Patrexs un punzante dolor agudo en el corazón - y le preguntó como estaba.
- Bien, solo un poco magullado como Patrexs que ahora le mirarán los omoplatos. El que está peor es el rey.
La niña se volvió hacia el inconsciente Varel que aún tenía los ojos abiertos y en blanco. Con mucho decoro, la niña se los cerró y le acarició las duras escamas de la piel antes bronceada y tersa, completamente humana e inmaculada de señales.
- ¿Sabéis que puede tener compañera? - le preguntó uno de los sanadores con la voz estridente.
- Algo sé pero no en demasía. Mi padre no dejó una nota demasiado clara.
- Nosotros sí sabemos qué le ocurre - declaró Patrexs. Todos se volvieron hacia él y tragó saliva al sentirse tan observado.
- ¿A sí? - preguntó un sanador.
- Explícanoslo por favor - dijo con más educación la niña que se había recogido la larga melena negra en una trenza para luego recogérsela en la nuca. Algunos mechones caían por su frente y por sus orejas.
- Es un efecto de la poderosa sangre que posee su majestad. Su sangre de dragón que le permite curarse a través de la magia tiene un gran efecto secundario si se abusa en demasía.
- ¿Abusar? ¿Cómo a podido él abusar?
- No han atacado - dijo sin cariz en la voz.
- ¡¿Qué?! - dijeron los dos sanadores mientras Lenx miraba la escena tumbado en un camastro con el rostro algo más colorado al ir recuperando su organismo la sangre que había perdido.
- ¿Quién?
Iba a responder cuando llegó una mujer guerrera más sudorosa aún que Fena y tan agotada de haber corrido desesperadamente que tuvo que aferrarse al marco de la puerta mientras resollaba con la mano sobre el pecho de tanto como le ardería por la carrera.
- Han… han matado a los… guardias de las puertas - dijo como pudo sin alzar el cuerpo y respirando a grandes bocanadas - y herido a unos mozos de cuadra y a la general Corwën que está atada y amordazada - terminó la mujer que alzó el rostro con el ceño fruncido y los ojos perlados de preocupación que se transformó en terror cuando vio a su rey.
- Da la alarma, que todos los habitantes del palacio se reúnan en el vestíbulo - ordenó Patrexs -. El príncipe Xeral nos a traicionado y a secuestrado a la reina Criselda.
Hoïen y Patrexs encontraron a Corwën en el vestíbulo desatada y con múltiples verdugones en su único brazo. Tenía los ojos enrojecidos y llorosos y agachó la mirada cuando les vio aparecer.
- No pude hacer nada… se la a llevado - fue lo único que dijo.
Pero Patrexs se sintió feliz por una parte al saber que la joven, al menos, no les había traicionado a su vez y que en verdad, era una de ellos. Para consolarla, el joven la abrazó y ella colocó la cabeza contra el hueco de su cuello y lloró unos momentos antes de apartarse y recuperar la compostura. Las puertas del Palacio de Silex estaban siendo cerradas a la vez que se estaban retirando el cuerpo de los fallecidos. Mientras contemplaba como trabajaban los guerreros que habían estado tan placidamente descansando en la inopia, Corwën les relató como escapó Xeral con sus hombres y Criselda dejándola a ella inmovilizada para que no pudiera dar la voz de alarma para lograr así que no pudieran seguirle la pista.
- A quedado bien claro de qué bando es Xeral - masculló Hoïen con los brazos cruzados y una mueca en los labios -. Quiere destruir a Varel.
- ¿Pero solo? - preguntó Patrexs en voz alta -. Nuestro ejercito es superior a esos hombrecitos que trajo él para secuestrar a Criselda. No sé, no sé. Todo esto es demasiado…
- ¿Demasiado qué?
Él negó con la cabeza.
- No yo mismo lo sé. Simplemente jamás imaginé que las cosas podrían llegar a coger este cariz.
- Pero Xeral sí - dijo lentamente Corwën.
- ¿Qué quieres decir?
- Que creo saber lo qué a estado haciendo todo este tiempo en el que a brillado su ausencia. Si no todo, imagino una parte.
- Tú le conocías mejor que nosotros.
Ella asintió.
- Puede que demasiado bien… Xeral siempre a deseado una única cosa en toda su vida; poseer los poderes del dragón.
Hoïen parpadeó y Patrexs separó los labios que se los había estado mordiendo inconscientemente por los nervios.
- ¿La marca? ¡Claro, por supuesto! Y no solo eso; siempre quiso dañar a Varel y robarle a su esposa.
- Pues lo a conseguido - murmuró Hoïen.
- Pero él no la ama, no como Varel.
- No - concedió Corwën - o puede que sí, pero a su manera. Lo único qué sé es que a mí jamás me amo y que odia demasiado a su hermano. Tal vez por eso… ¿pueda estar involucrado con los Rebeldes?
Los dos hombres dejaron escapar improperios y a resoplar como animales enfurecidos.
- Así todo encaja: el ataque de las quimeras y el asesinato de Riswan y ahora el secuestro de Criselda. Xeral ha dejado a Varel en ese estado para que no pueda llegar hasta donde esté por un largo periodo de tiempo.
- ¡El rey! - exclamó la joven reparando en ello -. ¿Cómo está?
- Muy mal. A contraído la enfermedad de la magia al ser utilizada excesivamente, al igual que le ocurría a los dragones jóvenes.
- ¿Y eso cómo le afecta y cómo afectará al futuro rescate de la reina? - preguntó Corwën ansiosa.
- Le afecta en el sentido de que todo su cuerpo se ha llenado de escamas a la vez que se ha nublado su razón. Si no descansa y permite que todas sus escamas desaparezcan y entra de nuevo en combate, puede enloquecer y si lo hace; atacará a quien sea por su supervivencia y nada más. Le hemos aconsejado a los sanadores que le ate por si despierta y no está en sus facultades mentales…
La joven se estremeció y se abrazó la cintura.
- Que horror…
- Ahora mismo no podemos contar con Varel mientras que Xeral puede hacer lo que le venga con Criselda entre sus garras allá donde esté.
- En los Bosques Sombríos.
Hoïen alzó la mirada que se le había aclarado y descruzó los brazos. Patrexs y Corwën también dirigieron su mirada - como el silencioso Hoïen - hacia el pequeño Mequi que acababa de hablar. El niño estaba allí de pié vestido con una túnica sin mangas negra con una luna y una estrella en la pechera abrochada con unos ganchos de plata.
- Es allí donde se encuentra el príncipe con sus secuaces.
- ¿Cómo lo sabes Mequi? - preguntó Hoïen esta vez.
- Mi padre lo descubrió todo - dijo el niño dando dos pasos para acercarse con el rostro increíblemente serio y adulto - y por eso le mataron sin importar destruir con ello a mi madre también. Pero yo sé la verdad al igual que nuestro rey y os la voy a contar.
Está aquí. Puedo sentir el poder del dragón que exhala gran vitalidad. Aquí está la pequeña mortal con “el destinado a reinar” en sus entrañas. Pronto la traerá hasta mí… muy pronto…
Chisare abrió los ojos, empapada en sudor, y se incorporó en el lecho. Miró hacia la ventana que estaba abierta y por la cual se filtraba una brisa demasiado fresca para el bebé. La Dama se levantó y la cerró antes de dirigirse a la cuna de Fíren. El heredero al trono dormía placidamente con la cabecita a un lado. Chisare le acarició la suave cabecita que ya tenía una capa de sedoso cabello pajizo, una mezcla entre el color de su madre y el de su padre.
La joven se apartó de la cuna fregándose los ojos para intentar olvidar aquel extraño sueño que parecía una agoniosa pesadilla. No le gustaba soñar esas cosas, porque sospechaba que no eran sueños sino pensamientos incoherentes o desalentadores de Gea. Dispuesta a intentar volverse a dormir, Chisare se dirigió a su lecho cuando vio que no estaba sola.
Se asustó y se quedó paralizada en el sitio sin tan siquiera ser capaz de gritar. Ante ella, como una etérea visión, había un hermosísimo hombre con una túnica azul y brillante como el cielo nocturno despejado y estrellado. Su cabello era resplandeciente y tan rubio como el astro rey y sus ojos eran tan profundamente azules como su vestimenta o tal vez menos o tal vez más pues parecían ir cambiando de color mientras los observabas. Se le secó la boca a la vez que algo dentro de ella parecía arder, algo que no era en verdad suyo. Un sentimiento de añoranza la recorrió por entera a la vez que parecía tomar una consciencia diferente… un amor diferente.
- Urano - musitó con una voz distinta a la suya. Todo parecía estar pasando fuera de ella pero no, estaba allí, dentro de su cuerpo.
- Gea… - musitó el dios del mundo mientras alargaba la mano y le acariciaba ala mejilla - amada mía. Esto no es ningún consuelo para mí, sino un tormento. Tener que hablarte así y tocarte…
“Pero yo no soy Gea… soy…”
Chisare se apartó y lo que antes había sentido pareció menguar aunque no desapareció.
- ¿Tienes miedo mortal? - dijo Urano con el rostro pétreo donde antes había habido amor y terrible sufrimiento.
- Si - dijo sin importarle ser sincera.
- Haces bien en aceptarlo y puedo comprenderlo.
“Pero no lo comparte… ¿o puede que si? Sí, él mismo siente miedo por mucho que sea un dios hay cosas que se le escapan. Incluso sus vidas tienen reglas.”
¿Pero qué hacía el poderoso dios del mundo allí? ¿Había ido a verla a ella o a poder tener un efímero contacto con Gea? Le asustaba conocer la verdad porque quería que aquella pesadilla en la cual se había transformado su realidad desapareciera como una pompa de jabón al tocar algo sólido.
- Eso es lo que deseas ¿verdad? - dijo Urano con aquella voz aterciopelada que poseía una extraña vibración semejante al eco pero sin llegar a ser precisamente eso -. Yo también lo deseo. Nunca pensé que los dioses pudiésemos padecer desesperación o desasosiego pero así es.
- ¿Y cómo puedo lograrlo? - preguntó ella desesperada -. La incertidumbre me atormenta a la vez que la desgracia de la madre Tierra. ¿Vos no podéis hacer nada?
No era vida padecer terribles dolores que llegaban si previo aviso ni tampoco quedar sumida en un letargo involuntario que, aunque la conectaba con la diosa, solo le producía sufrimiento y dolor.
Urano suspiró y su cabello se onduló en el aire como si en verdad, estuviese bajo el agua y toda su cabellera flotara.
- No, no puedo hacer nada. Aunque sea un dios no puedo intervenir en los asuntos mortales, no en todos al menos y no directamente - la contempló con intensidad -. Gea se está muriendo.
- ¿Cómo? - preguntó -. Ella es una diosa ni ninguna arma mortal puede dañarla.
- Es cierto, pero ahora no es inmortal: es una mortal, una diosa encerrada en un cuerpo humano que ya es incapaz de retener su esencia divina.
Consternada, la Dama se sentó al ver que las piernas le flaqueaban y como la cabeza empezaba a darle vueltas interminables como si fuese una peonza.
- Debes salvarla, si no lo haces morirá en la próxima luna azul día en que su cuerpo humano expirará y con ella el alma y el espíritu de Gea si no la liberas.
- ¡¿Pero cómo voy a liberarle?! No sé donde está. ¡No sé nada! - gritó fuera de sí mientras se aferraba la cabeza con las manos.
Lo único que Chisare sabía es que ya no era dueña de su propia vida y que necesitaba que Iarón la abrazase y la consolase con unas tiernas palabras. Pero él no estaba, no estaba nunca si no era para ver a su hijo y eso le dolía. Solo le dirigía palabras corteses y alguna mirada fugaz, nada más. ¿Es que estaba ciego? ¿Es que no veía que sufría? Ella no se atrevía a decírselo ¿para qué? ¿Qué sentido podía tener? No deseaba su lastima.
- Debes ir donde yo te indique y con premura. No solo la vida de Gea está en juego, también la de tu amiga.
Chisare alzó el rostro y apartó las manos de su cabeza. ¿Cómo? ¿Qué acababa de decir?
- ¿Amiga? - preguntó consternada y entendiendo cada vez menos.
- La reina de los Hijos del Dragón, Criselda; tu amiga, está presa en el mismo lugar que Gea.
¿Secuestrada? ¿Criselda? ¿Por qué? ¿Quien había sido?
- No puede ser… ella está en Arakxis - tartamudeó.
- Mi diosa también. El mortal Xeral las tiene retenidas en los Bosques Sombríos.
¿Xeral no era el nombre del príncipe de Arakxis? ¿No era ese el nombre del hermano de Varel y ahora también el de Criselda?
- ¿Para qué la iba a secuestrar él a Criselda? Es su reina y su hermana.
Urano flotó hasta ella como si fuese una hoja mecida por el viento de la noche y le alzó el mentón.
- No hay hermanos en él solo poder y si no le detenemos, todos seremos exterminados incluido los dioses.
El sueño se escurrí de entre sus dedos. Algo lo estaba perturbando pero él estaba increíblemente cansado para desasirse del formidable letargo. Pero algo llamó la atención de Iarón entre sus sueños y sus oídos prestaron atención a la cacofonía de voces que aumentaban poco a poco de volumen mientras él intentaba concentrarse en ellas.
- No es no. Ya os he dicho que el rey duerme - decía una voz grabe.
- ¡Pues se le despierta! Esto es muy urgente ¡es vital!
- Señora por favor.
- ¡Suéltame! ¡Iarón! ¡Iarón!
Iarón se incorporó al escuchar como Chisare lo llamaba a gritos. Apartó las sabanas y la colcha de un manotazo y corrió hacia la puerta. La abrió de un tirón y Chisare se precipitó sobre él. El corazón del rey se aceleró.
- Iarón menos mal que has abierto - le dijo ella como si acabase de salvarle la vida.
- ¡No tuteéis al su majestad! - exclamó el soldado completamente enfurecido.
- no importa - se apresuró a decir - ella puede llamarme como guste. Pasa Chisare, estás temblando.
La joven entró con él y cerró la puerta ante la mirada contrariada del guardia que refunfuñaba no se qué de las mujeres.
- Majestad.
- ¿Qué ocurre Chisare? ¿Le pasa algo a Fíren?
La Dama negó con la cabeza.
- Él está bien.
- ¿Entonces?
- ¡Es Gea y Criselda!. Debemos ir a los Bosques Sombríos - dijo atropelladamente aforrándose a sus brazos con mucha fuerza.
El rey de los Hombres, recién despertado, creyó haber entendido mal o no haber entendido nada.
- Un momento Chisare, cálmate primero - dijo con sosiego.
- No puedo calmarme Iarón, no ves que esto es muy importante. Tenemos que ir - apremió.
- ¿Quiénes?
- Nosotros. El ejercito.
“Está trastornada. Quizás a tenido un mal sueño.”
Con mucha ternura y tacto, Iarón le acarició las mejillas aunque ella continuó aferrándole los brazos.
- Chisare, querida mía, estás cansada, agotada. Habrás tenido una pesadilla. Mi hermana está muy segura en Sirakxs.
- ¡No, no lo está! Se la ha llevado para quitarle al bebé y matarnos a todos. Debemos impedirlo.
- Chisare - lo intentó de nuevo el joven - estás alterada y no piensas con claridad si te tranquilizas…
Ella se apartó y le miró con resentimiento completamente dolida.
- ¿Es que no me estas escuchando? ¡¿Por qué no me escuchas?! - gritó fuera de sí.
- Porque solo dices sandeces - gritó finalmente él -. Habrás tenido una pesadilla eso es todo. Comprendo que estés mal y nerviosa por todo lo que estás pasando pero…
Chisare se encaró con él.
- Es que esto tiene que ver con lo otro. Urano ha venido a hablar conmigo y me a contado que el príncipe Xeral tiene a Gea secuestrada y también a Criselda. Planea una guerra a gran escala, quiere el dragón para hacer el mundo completamente suyo.
Cada vez entendía menos y cada vez se estaba crispando más al ver los desvaríos de Chisare.
- ¿Te estás escuchando? Los dragones ya no existen y es inverosímil que el hermano de Varel haya secuestrado a mi hermana. Es una locura Chisare, por los dioses. Si te calmas y lo piensas te darás cuenta de ello.
Eso pareció dolerle a la joven que se apartó de Iarón.
- ¿De verdad crees que lo estoy inventando todo? ¿La visita de Urano también?
“Eso más que nada”.
Pero no iba a decírselo, la quería demasiado para hacerle daño tachándola de demente.
- No lo que creo es que estás bajo mucha presión y que eso te está afectando. Debes descansar más Chisare. ¿Y si dejamos que mi madre cuide del niño? Sería lo mejor para todos.
La joven apretó los labios y asintió con la cabeza varias veces.
- Ya veo, es eso… no me crees y quieres deshacerte de mí. No deseas que una loca cuide de tu hijo.
- Chisare por favor - dijo agotado por aquella conversación tan temprana y absurda - yo no pretendo eso.
- Está bien, iré yo misma a hacer lo que deba - proclamó dando media vuelta y esfumándose de su vista abriendo la puerta y dando un portazo.
- ¡Chisare vuelve! - la llamó. Como respuesta escuchó sus pasos alejarse rápidamente.
Iarón, suspirando fatigado, regresó al lecho aunque ya no pudo conciliar el sueño sin sospechar que, en sus dependencias, Chisare estaba haciendo un ligero equipaje decidida a marcharse ella sola hacia el peligro.
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