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Capitulo cuarenta y dos

Promesas de amor

 

- Siento mucho no haber podido daros la bienvenida como merecías príncipe Varel - dijo el hombre que se había presentado como Reyar - tío del rey y su esposa  -, miembro del consejo y capitán general del ejercito real.

Varel, con la pequeña mano ilesa de su esposa entrelaza con la suya, estaba en la enfermería del castillo acompañándola mientras Fena le cosía la herida. Criselda, mantenía la vista apartada mientras la sanadora trabajaba en su mano derecha. Desde que se habían reencontrado de nuevo, no se habían separado aún.

- No os disculpéis buen señor - contestó él con sumo respeto -. Más bien deberías estar poco amable conmigo ya que yo y mis dos generales, nos colemos en el castillo como ladrones.

- No queráis tapar la negligencia de los guardias que demasiado relajados están desde que acabó la guerra. Con la pelea de mis sobrinos se montó tal expectación, que muchos no prestaban atención a sus deberes. Serán castigados con un mes de suspensión de pago - manifestó con mucha seriedad he inclemencia.

- Fue culpa mía después de todo - intervino su reina que aún estaba completamente en la inopia respecto a su nuevo cargo monárquico -. Debí pensar mejor en lo que estaba haciendo.

- No Criselda, hiciste bien - dijo Reyar asintiendo con la cabeza -. Iarón a despertado por fin y, aunque está inconsciente de agotamiento, ahora parece haber escarmentado.

- ¿Cómo está? - se interesó ella preocupada.

- Supongo que mejor. Chisare está a su lado. - Se volvió hacia Varel -. Disculpadme ahora alteza, voy a ordenar que preparen habitaciones para sus dos acompañantes y otra para vos y mi sobrina, pues creo que el dormitorio que ocupa ahora Criselda es demasiado pequeño para dos.

- Muy amable pero; ¿podría darles de comer algo también a mis generales?

- Desde luego.

Reyar hizo una reverencia sin floritura alguna y se marchó de allí a cumplir con sus promesas mientras Fena terminaba de dar la última puntada de aguja.

- Ya estáis, alteza - dijo mientras cubría la herida recién cosida con una gasa empapada en un liquido negro y se la vendaba -. A partir de mañana tendréis que dejarla destapada para que se sequen los puntos. De momento la tendremos así para que no se infecte ni entren bacterias.

- Gracias Fena.

- Pequeña ¿dónde está Hoïen? - preguntó Varel con sumo interés.

La niña se lavó las manos en la palangana con una pastilla de jabón mientras respondía:

- Con Patrexs y Corwën mi príncipe.

Su esposa le miró dirigiéndole una pregunta con esta aunque también la formuló con los labios.

- ¿Corwën? ¿Qué hace ella aquí?  - su tono de voz cambió por completo y a Varel le dio un vuelco el corazón. Sabía perfectamente que Criselda creía que Corwën era la prometida de su hermano y no parecía gustarle la noticia de su presencia.

“Supongo que no será por celos.”

¿O sí?

- Ahora es una gran amiga y también una leal general.

La niña alzó el rostro y le miró intensamente. Varel supo lo que le rondaba la cabeza y asintió. Fena entreabrió los labios al comprender lo que él había querido decirle con aquel movimiento de cabeza y le hizo una profunda reverencia. Criselda, sin comprender, los miró alternativamente.

- ¿Qué sucede? No sabía que tú también poseyeras generales como tu padre.

- Lo cierto es que no tendría porque tenerlos - respondió a su esposa mientras tiraba de su mano y ella se ponía en pie -. Vayamos con los demás y así podré explicároslo todo con pelos y señales.

Caminando a la par y con Fena tras ellos, Criselda le guió por el castillo hasta el salón del trono donde habría llevado a los invitados para sentarlos en la mesa. Cuando entraron a la estancia más grande del castillo, no solo vio a sus hombres;  también estaba la madre de su esposa - eso le susurró Criselda al oído - y Reyar.

“Mejor, así no tendré que explicarme tantas veces. Si al menos no hubiese problemas internos aquí con el rey de los Hombres…”

La mesa estaba bien servida y surtida de mucha variedad de viandas, desde panes recién hechos de queso con mantequilla a sabrosos bocados de carne jugosamente ahumada. Se le hizo la boca agua y le rugió el estómago. Para que negar que él también se moría de hambre. Su esposa sonrió mientras le apretaba la mano.

- Creo que tenéis hambre, mi príncipe.

- Muy buen oído tenéis reina mía - y le devolvió la sonrisa.

Ella parpadeó.

- ¿Reina?

- Todo se andará, primero sentémonos a la mesa.

Los presentes en el salón del trono, se levantaron del banco y saludaron a los recién llegados. Patrexs - seguido de Corwën - se acercó a la joven y le hizo una encantadora reverencia que arrancó en Criselda una sonrisa encantadora.

- Encantado de volver a veros. Os besaría la mano si no la tuvieseis herida y la otra ocupada con la de mi…

- Calla ya Patrexs - le advirtió Varel sabiendo que estaba a punto de decir la palabra “rey”. El interpelado cerró la boca y se apartó para colocarse al lado de Hoïen. El silencioso guerrero - que no era tonto - se percató de aquello y Varel supo que había entendido bastante y solo necesitaba su confirmación.

- Encantada de volver a veros, alteza. Será un honor para mí escoltaros de regreso a Arakxis - dijo educadamente Corwën. Criselda asintió seriamente hasta que vio su brazo mutilado. Entonces sus facciones cambiaron radicalmente.

- ¿Qué os a ocurrido? - preguntó con una sombra de espanto en su tez clara.

- Una herida de guerra que me dejaron las quimeras. Pero a pesar de estar tullida, mi fuerza y convicción es fuerte, alteza.

- Bueno - interrumpió el capitán Reyar - . Sentémonos a la mesa para poder hablar con más comodidad. Sentaos conmigo príncipe Varel.

- ¿Príncipe? - el rostro de Corwën se tornó completamente indignado -. Querréis decir su majestad.

“Oh no”.

- ¿Cómo decís señora?

- Varel es el rey de los Hijos del Dragón.

Todas las miradas, menos las de sus dos generales oficiales, se clavaron en su persona y suspiró por dentro para no gritarle a la muchacha que debería haber mantenido el pico cerrado un poquito más. Solamente hasta que él hubiese podido explicarlo de un modo menos impactante.

Pero no había podido ser.

- ¿Rey? - dijo Reyar mientras que su cuñada Teran miraba a su hija fijamente con unos ojos verdes increíblemente hermosos.

- El rey Riswan ha… - murmuró su esposa.

- Si nos sentamos, os lo explicaré todo - dijo Varel arrastrando a Criselda hasta la mesa y tomando asiento al lado de Reyar. El hombre esperó en silencio a que él se explicara mientras los recién llegado al lugar, se servían comida en sus platos con el estómago en los talones.

Con total educación y hablando sin la boca llena, Varel procedió a contar el ataque de las quimeras al cercano pueblo de Ogihx como también su estrategia de ataque contra las bestias peludas y mortíferas. Relató con pelos y señales como Corwën - siguiendo sus ordenes de proteger a Patrexs - perdió el brazo y como él consiguió que la quimera se alejará de ella sin devorarla. Terminada esa parte, prosiguió el relato hasta tocar la parte más dolorosa; la de la muerte de su padre. La atención era máxima y Criselda no apartaba la vista de su rostro como tampoco soltaba su mano.

- Nadie pensó que apareciera el alfa de la manada ni mucho menos que atacara a mi padre - dijo sin querer dar muchos detalles, reservando la verdad de esa quimera para el consejo de guerra que haría clandestinamente aquella madrugada. Reunión que ya estaba concertada de antemano y que Patrexs sería el encargado de mencionárselo a Hoïen -. Murió con honor y por su pueblo.

- ¿Por qué no mandasteis una misiva con esa grave noticia majestad? - preguntó el capitán.

- Preferí venir para dar yo mismo la noticia y pactar una alianza nueva para que haya una mejor relación entre nuestros dos pueblos. Además - miró de reojo a Criselda - también debía venir para buscar a mi reina.

Con las mejillas arreboladas por el sonrojo, su esposa agachó la mirada a la vez que se le disparaba el corazón. Pudo sentirlo perfectamente en su propio pecho y en el latir de las venas de sus dedos.

- ¿Cuándo pensáis partir? - habló por vez primera la madre de Criselda. Varel acabó de masticar y tragar un trozo de deliciosa carne antes de contestarle.

- No temáis señora, hasta que no llegue la estación del verano no marcharemos. Es mejor esperar a que los caminos sean más seguros. Y la ceremonia de mi coronación no corre prisa alguna.

Eso pareció gustarle a la mujer.

- Me alegra escuchar eso ya que, ahora, necesitamos aún de mi hija.

- No lo dudo - respondió tomando un poco del vino tinto de su copa -. Pero yo también la necesito, la he extrañado mucho.

Criselda se mordió el labio inferior.

- Sé que ella a vos también.

- ¡Madre! - exclamó Criselda  con el rostro intensamente colorado.

- No deberías avergonzarte de ello, hija. No después del espectáculo que has dado en la arena de combate - la reprendió con una sonrisa.

Varel sonrió a la vez que todos los presentes, menos Hoïen - pues era su carácter - y terminaron la comida cambiando el tema que recayó en el viaje desde Sirakxs hasta el castillo. En esta conversación, Varel dio el testigo a sus dos amigos y compañeros que relataron los incidentes y percances que habían sufrido y de los cuales, habían salido muy bien parados a pesar de haberse topado con una gran banda de bandidos que eliminaron después de haber sido capturados hasta una guarida secreta llena de asesinos muy cualificados. El incidente fue muy serio, pero Patrexs lo explicó de un modo tan cómico, que logró quitarle peso al asunto.

Cuando terminaron la comida, ya era media tarde y unos sirvientes aparecieron a buscarles para mostrarles sus dependencias en el castillo. Reyar, se excusó entonces para seguir desempeñando sus tareas y Teran también se despidió para ir a ver a su hijo y después a su nieto.  Los demás siguieron a los sirvientes para instalarse y descansar un rato.

- Vuestra nueva recámara está en el ala opuesta a la que ocupabais antes princesa - dijo la joven que guiaba a los reyes de Arakxis hasta una puerta doble lacrada en oro.

La sirvienta abrió la puerta y los dos entraron a una gran estancia con tapices rojos y blancos que decoraban las paredes. El suelo de madera estaba perlado de alfombras para que el frío no saliese a la superficie y la gran chimenea estaba encendida, pues a pesar de ser primavera, hacía frío en aquella parte del gran continente de Nasak. La cama estaba en el centro de la habitación y era de madera de roble con dosel y cortinajes de seda rosa palo atados a los postes con cintas del color de la plata. A los pies de la cama había una banqueta con lujosos cojines para poder sentarse.  En un rincón había un gran armario y también una cómoda. Al otro lado y pegado a la pared, había un escritorio y una silla. Las cosas de Cirselda habían sido trasladadas allí al igual que su escaso petate.

- Si necesitan algo, hagan sonar aquella campanilla - dijo la joven antes de retirase con una reverencia y cerrar las puertas.

Criselda soltó entonces la mano de Varel y se sentó en la banqueta situada a los pies de la cama con la cabeza gacha. Él se acercó pero no se sentó a su lado.

- Aún no puedo creer que estés aquí - dijo sin alzar la cabeza.

- Yo tampoco, la verdad.

- Es horrible eso que has contado de esas quimeras.

Varel tragó saliva.

- Lo sé.

- Puede que haya sido algo arisca con la pobre Corwën después de todo lo que a tenido que sufrir.

- Supongo que ha sido porque creías que era la prometida de Xeral. Pero no te angusties, era todo una treta de mi hermano; en realidad ellos no son nada ni están unidos de ninguna forma.

Cuando terminó de hablar, alzó ella el rostro y le miró fijamente a los ojos.

- ¿No era verdad entonces? - preguntó.

- ¿Te tranquiliza eso? ¿O te duele?

- Ninguna de las dos cosas - afirmó sin apartar la mirada - ya no me importa. En otro tiempo tal vez si me importó, pero ahora ya no.

La muchacha se levantó y se colocó frente a él.

- Debo decirte algo muy importante Varel ¿quieres dar un paseo conmigo?

La tarde estaba a punto de terminar cuando Criselda se detuvo junto al manantial acompañada de su esposo. Habían caminado en silencio mientras eran observados por los demás habitantes del castillo. La joven aminoró el paso hasta detenerse al borde del manantial y Varel se detuvo a su lado. Ahora que volvían a estar juntos, ahora que solo ellos dos importaban, antes de regresar a Sirakxs y reinar; había llegado el momento de hablarle a su esposo con el corazón en la mano.

Había llegado el momento de confesar sus sentimientos. Era ahora o nunca.

“Ha venido por mí, me ama y yo le amo. Nuestra rencilla y mi traición parecen tan lejana he irreal. Ha desaparecido para dar paso a lo que sentimos el uno al otro. Merece saber todo lo que siento por él.”

¿Pero cómo empezar? ¿Cómo soltar de la nada un  te amo? No, no podía hacerlo tan sencillo, así sin más, sin explicarle el proceso y la angustia. El dolor y la pasión que estaban encerrados a cal y canto dentro de su corazón.

La brisa vespertina sopló y le revoleteó los cabellos a la vez que hacía volar algunas hojas y pétalos de flor que caían sobre el manantial dibujando algunas ondas en la superficie del agua. Posó su mirada en aquel espejo cristalino y se abrazó la cintura.

- ¿Tienes frío? - preguntó su esposo con una voz dulce y baja como si fuese una hoja mecida por el viento.

Ella negó con la cabeza vehementemente.

De nuevo, la brisa sopló entre ellos y el rumor de las hojas era el único sonido del lugar dando lugar a la sinfonía viva de la naturaleza.

- Es un lugar muy bonito y tranquilo - comentó Varel para disipar la incomodidad y teñir el silencioso paraje con el sonido de las palabras.

La joven quiso responder que sí, que era un lugar bonito que había disfrutado cuando era una niña. Pero no le salían las palabras. Los nervios le estaban corroyendo el estómago y la habían paralizado al igual que los latidos de su corazón parecían atragantársele en la garganta haciendo que casi no pudiese ni tragar ni respirar. Debía poner remedio a ese estado, debía moverse.

Sin pensar, Criselda se sacó las botas y dio dos grandes pasos antes de lanzarse de cabeza al manantial. El agua fresca pronto hizo efecto en su cuerpo y en su sistema nervioso y cuando salió a la superficie, cogiendo una gran bocanada de aire, vio que Varel se estaba despojando de sus botas y de su capa para lanzarse a pos de ella. Cuando tomó contacto con aquel agua tan helada para su raza, Varel dejó escapar un jadeo pues sentía perfectamente los cambios atmosféricos por mucho que el dolor le estuviese vetado.

- Esta helada - dijo para sí aunque ella le escuchó perfectamente -. ¿Por qué te has tirado aquí? ¿Quieres coger una pulmonía?

- Todo este tiempo que hemos estado separados, no he podido dejar de pensar en ti - dijo mientras gotas de agua descendían de sus cabellos. Varel se detuvo. A él el agua del manantial le llegaba por la cintura y a ella por el pecho -.Incluso llegó hasta tal extremo que soñaba contigo de un modo tan real y sentía tan claramente que me necesitabas, que desee yo poder volar, materializarme hasta ti para poder permanecer a tu lado.

- Criselda…

- Ya en Sirakxs me di cuenta - prosiguió sintiendo que algunas lagrimas se instalaban en sus ojos -. Pero después de lo que ocurrió, no me atreví a decirlo. Creía que era injusto para ti y demasiado bueno para mi, tanto que no lo merecía - alzó los ojos para mirarle. Estaba tan hermoso, era tan hermoso -. Pero ahora ya no quiero callar y quiero confesarte lo que siento o mi corazón no lo podrá resistir más.

La joven se acercó a su estupefacto esposo y se detuvo a unos centímetros de él sin atreverse a tocarle.

- Estoy enamorada de ti, te amo. Te amo tanto que no puedo dejar de pensarte a cada minuto, de preocuparme por ti todos los días deseando poder verte aunque sea solo un simple instante y escuchar el sonido de tu voz simplemente un segundo. Y tuve que herirte para darme cuenta y tuve que marcharme para comprender cuan grande es mi amor por ti.

Varel cerró los ojos y al abrirlos una ligera lágrima escapó de su ojo azul y entreabrió los labios mientras su respiración se agitaba. Sacó su mano del agua y le tocó la mejilla sin dejar de mirarla tan tiernamente y tan lleno de amor, que Criselda deseó cada vez más su cercanía, su cuerpo masculino fuerte y cálido.

- ¿Puedes imaginar cuanto he deseado escuchar esas palabras salir de tus labios? Eso es lo que llevó deseando desde el mismo día en que empecé a amarte.

- Lo siento Varel.

Él colocó el dedo índice sobre su boca.

- No deseo escuchar eso de tus labios. Solo quiero escuchar una única cosa.

Apartó su dedo y sumergió los brazos en el agua del manantial para cogerla por las caderas y atraerla hasta su cuerpo. Su corazones comenzaron a latir al compás como hacían siempre que estaban juntos y ella alzó la cara buscando sus labios.

- Te amo - dijo y cerró los ojos.

Varel descendió sus rostro y hundió sus labios en los suyos y los movió con dulzura y lentitud para saborearla a fondo para después abrírselos he introducir su lengua.

Criselda pasó sus brazos por su cuello y Varel la alzó mientras continuaba besándola y caminaba hasta la orilla del manantial para salir del agua. Se necesitaban tanto después de tanto tiempo. El rey salió del agua y se agachó para dejar a Criselda sobre su capa seca y le apartó el cabello mojado de la frente antes de pasarle la lengua por la oreja haciendo que ella se estremeciera. Apartándose de ella por unos segundos, se quitó la camisa de algodón mostrando su escultural pecho desnudo y mojado antes de descender de nuevo y besarla.

Sus labios estaban fríos aún cuando recorrió con sus labios y lengua su cuello mientras ella le acariciaba la musculatura de su espalda y la de sus hombros. Cuanto había deseado volver a tocarle y por fin, podía hacerlo. Con su habilidad habitual, su esposo le desabrochó la camisa y dejó sus senos al descubierto para poder disfrutar de ellos con caricias, pellizcos y besos. Se entretuvo con ellos mientras Criselda gemía acariciando la piel desnuda de él que respiraba tan agitado como ella misma.

- No voy a entretenerme mucho más -  dijo cuando su boca llegó a la cinturilla de sus pantalones -. Tengo toda la noche para saborearte como te mereces y te prometo hacerlo una y otra vez. Pero hora necesito hundirme en ti.

- Y yo lo necesito igual o más que tú. Demuéstrame cuanto me amas y déjame que yo te demuestre cuanto te amo también.

No hizo falta decirlo dos veces. Varel se bajó los pantalones y se los bajó a ella para penetrarla hasta el fondo .Cuando su dureza estuvo allí después de una agónica ausencia, los ojos de ella se empañaron de felicidad mientras el placer la devoraba, la consumía y la hacía volar entre gemidos y jadeos a un mundo bello y perfecto en el cual solo estaba Varel. Un mundo en el que simplemente podía gozar de él sin preocuparse por nada más que amarle y sentir su amor.

- Oh Criselda - jadeó él con los ojos enturbiados por el placer y portando un ritmo fuerte y contundente en su vaivén -, amada mía, no me dejes nunca más; prométemelo.

- Siempre, para siempre - dijo ella sintiendo que se le nublaba la mente y le clavó las uñas en la piel ante el placentero éxtasis -. Nunca me iré de tu lado.

Llegó el placer supremo y gritaron sin poder contener la maravillosa explosión y gritaron el nombre del otro para después sellar la promesa y el acto carnal con otro beso.

Pero aún no habían terminado. La noche se avecinaba tentadora por el horizonte.

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