Capitulo cuarenta
La mano del destino es un nuevo camino
- Majestad, os ruego que reconsideréis vuestros planes. Me niego a que partáis del palacio.
Varel dejó escapar un suspiro de fastidio mientras acababa de meter la poca ropa que se llevaría para el viaje en un petate. Estaba cansado de que el erudito repitiese aquella misma frase una y otra vez desde que le obligó a aceptar el documento de poder que había redactado para que reinara en su ausencia.
- ¿Otra vez quieres comenzar esa discusión Qurín? Sabes que no nos llevará a ninguna parte porque ninguno de los dos cambiará de opinión y, como soy tu rey, deberás claudicar y obedecerme. Final - sentenció atando el petate con una cinta trenzada en un fuerte nudo.
- Sé que al final haréis vuestra santa voluntad - replicó el hombre sin perder la calma pero con un tono de voz tan cortante como dagas - pero no pararé mientras mantenga la esperanza de convenceros. No podéis iros porque es demasiado peligroso. Senara está cubierta de nieve y hielo además de forajidos y bandidos deseosos de asaltar a cualquiera para obtener beneficio de lo que a acaecido en esta guerra.
- No voy a ir solo y si alguien se cruza en mi camino, su mala suerte será pagada muy cara.
- Como si lo fuerais - refunfuñó Qurín entre dientes -. Pues solo os acompañará Patrexs y una tullida.
Varel dejó caer el petate en el suelo provocando un fuerte estruendo que asustó al erudito y dio un respingo. El rey, mirando de soslayo a Qurín, se anudó Zingora a la espalda con tal parsimonia que parecía que se estaba atando una camisa y uno un arma.
- ¿Sabes que hizo Corwën cuando la avisé de mi viaje y de mi deseo expreso para que fuera mi escolta? Bajó a las cuadras a por su caballo y galopó sin piedad por el perímetro de Sirakxs a la vista de los guerreros que se estaban entrenando y más de uno se enamoró a de ella por su vigor y por el hecho de no caerse ni una vez mientras controlaba a su orequs con una seguridad envidiable.
Varel dio dos pasos y se miró en el espejo para peinarse con los dedos, colocarse unos zarcillos en las orejas y maquillarse los ojos con un poco de Kohl negro.
- Después de eso, fue al campo de entrenamiento y sus admiradores, fueron mordiendo el polvo uno a uno por confiarse y se enamoraron incluso más de ella por la fuerza de su único brazo. Fue tal el espectáculo, que Acero accedió a hacerle un arma nueva más liviana y ligera para que pueda manejarla mejor y con más soltura con la mano derecha.
Avergonzado por la reprimenda de sus nuevo y jovencísimo soberano, Qurín cruzó los brazos dispuesto a no claudicar.
- Me parece estupendo que la joven sea más fuerte de lo que aparenta. Pero eso no me hará cambiar de opinión. Es peligroso, muy peligroso ¿no os dais cuenta que aún no sois oficialmente el rey? No lo seréis hasta que se oficialice mediante la ceremonia de sucesión ¿Y si alguien intenta usurparos el trono?
- Eso no ocurrirá.
- ¿Cómo estáis tan seguro? - cuestionó el hombre muy escéptico.
- Porque me necesitan y no se atreverán a nada mientras no tenga heredero. Es ahí cuando tendremos que tener cuidado. De momento estoy a salvo.
Qurín no estaba lo suficientemente convencido.
- ¿Es que no tengo razón? - le preguntó con cierto toque de ironía.
- La tienes - coincidió finalmente a mala gana.
- Y para que estés más tranquilo, Boltrakx, Uruï y Lenx estarán a tu servició para lo que necesites, a pesar de contar también, con ordenes expresas mías.
- Pues es todo lo contrario - volvió Qurín a las andadas - con ellos aquí me niego más a que marchéis. No, no y no.
Varel cogió su capa de viaje y se la colocó sobre los hombros ocultando así su katana. Se la abrochó con un sencillo broche de hueso y madera para luego enfundarse unos guantes de piel forrados con lana.
- ¿De verdad deseas un buen motivo para mi marcha?
- Desde luego que sí, pero no lo tenéis Varel. Solo deseáis iros porque anheláis el calor de vuestra esposa.
Le fulminó con la mirada y Qurín mantuvo su postura y el tipo a pesar del escalofrío que le recorrió la espalda por aquella mirada tan salvaje he indómita de su ojo azul.
-Es cierto que esa es mi razón principal, pero voy a darte un motivo para ti mismo que te hará cambiar de opinión y te tendrá muy ocupado en mi ausencia. Tanto que cuando regrese me pedirás que marche de nuevo bien lejos.
- Hablad de una vez.
Varel tomó su petate y se lo puso en la espalda.
- No he hablado de esto con nadie y Lenx, Bltrakx y Uruï solo tienen ordenes de estar atentos y vigilantes a cualquier cosa extraña que vean o escuchen. Es de agradecer que ellos no sean tan preguntones como tú. Pero a ti te diré la verdad. Conozco el secreto que rodea al macho alfa de la manada de quimeras que destruimos. - Tragó saliva para aclararse la garganta -. No era una quimera de verdad.
Qurín frunció el ceño con incredulidad al igual que sonrió totalmente perdido.
- ¿Cómo que no era una quimera?
- No sé como lo hizo, aunque es probable que fuese por artes negras, pero aquel alfa con actitud tan humana, era Herron: la Sombra Acechante.
Qurín pasó del color blanco al amarillo y de este al gris mientras sus ojos se desenfocaban por la sorpresa a la vez que intentaba creer que todo era una broma.
- No os creo - murmuró de nuevo blanco.
- Pues no miento. - El joven se pasó la mano por el rostro -. Jamás podré olvidar aquellos ojos tan dementes y vacíos a la vez que infectados de ponzoña y sed de destrucción. Tú también los viste - dijo mirando al erudito a los ojos. Este negó con la cabeza.
- Pero es imposible. Debería estar muerto.
- Pero está vivo y a domado el territorio maldito de los nigromantes.
- Nigromancia; magia negra - murmuró Qurín espantado -. Sí, es bien posible por no decir que es muy posible. Los nigromantes sabían tantos conjuros y pócimas de transformación que puede que Herron y los suyos hayan domado las artes arcanas después de estudiarlas durante cuatro años. Lo que no comprendo es cómo pudieron sortear las maldiciones que dejaron los antiguos señores de esas tierras negras.
- No lo sé. Puede que los espíritus de los nigromantes ya no estén o que los aceptasen por tener los mismos corazones podridos. El caso es que ahora que a matado a mi padre, destruyendo todo lo que quiso a su paso, querrá matarme a mí.
- Pero no podrá hacerlo - se apresuró a decir Qurín. Varel se encogió de hombros.
- ¿Quién sabe si podría? Yo soy magia y la nigromancia es magia también. La magia se destruye con magia si seguimos el principio básico de que la misma fuerza es capaz de destruirse por sí misma.
- Has hecho bien en no confiarle este secreto a nadie. Es lo peor que podría ocurrirnos.
- Por eso debo ir en busca de Criselda. Ella también puede estar en peligro cuando regrese y yo debo estar a su lado para defenderla a toda costa. Y, tal vez, si me marcho, Sombra Acechante no intentará nada contra nadie por hacerme salir tal y como hizo con mi padre. Y en este tiempo, tú investigarás haber que consigues descubrir.
Derrotado, Qurín inclinó la cabeza.
-En verdad esto es muy grave y una razón de peso para tu marcha, aunque no me agrade que lo hagas. Pero si crees que es lo mejor y eso me permite moverme sigilosamente para investigar los Bosques Sombríos; así se hará.
Varel sonrió sin alegría y colocó su mano en el hombro de su consejero.
- No temas por mí y ves con cuidado en tus pesquisas. Yo estaré bien, estoy acostumbrado a la aventura y al peligro.
- Demasiado, Varel y algún día puede que lo pagues muy caro.
- ¡Vamos empuja más fuerte!
- No puedo.
- ¡Si puedes! ¡Vamos tu hijo quiere salir!
Beresta cerró los ojos mientras se aferraba con fuerza al filo del cabecero de la cama y hacía fuerza. Estaba completamente bañada en sudor mientras las contracciones le avisaban de cuando debía empujar para sacar a su bebé. Allí estaba Fena - que había echado a patadas al galeno real y a las comadronas para atender ella misma el parto- y también Teran y Criselda. Pero no solo estaban ellas; también Chisare estaba allí ayudando en todo lo que podía completamente recuperada de su accidente aunque con grandes cicatrices en su espalda.
- Empuja - ordenó la niña y ella así lo hizo mientras gruñía de dolor. Criselda, a su lado, le secaba el sudor de la frente y le apartaba el pelo del rostro.
- Ánimo - le susurró mientras apretaba los labios. Beresta asintió a las palabras de su cuñada.
- Ya mismo le asomará la cabeza. Un poco más majestad. Cuando salga la cabeza todo será más fácil.
Teran acercó más toallas y echó el agua caliente en la palangana mientras ella empujaba cuando Fena se lo ordenaba. Tenía que seguir, por mucho que le faltasen las fuerzas, no podía desfallecer antes de haber traído a su hijo al mundo. Luego podría descansar y cerrar los ojos mientras su niño dormía entre sus brazos.
- ¡Un esfuerzo más, ya casi está! - urgió Fena.
La reina dejó escapar un grito de dolor y de fuerza para sentir como algo salía fuera de su cuerpo.
- Ya está fuera la cabeza. Solo un empujón más y todo habrá terminado.
- ¡Vamos hija! - la alentó Teran
Tomando aire y tensando los músculos de todo su cuerpo, Beresta empujó dejando salir todo el aire de sus pulmones en un último grito y se desplomó en el lecho a la vez que un estruendoso llanto de bebé se hacía eco en la estancia.
- Es un niño - informó Criselda feliz. La miró y vio en sus ojos verdes una lágrima -. Tenías razón, es un niño; un heredero.
- Un niño - murmuró ella sintiendo un profundo alivio que estaba empezando a recorrerla por entera -. Mi niño… quiero verlo - pidió con voz débil.
El bebé continuaba llorando cuando Teran se lo acercó envuelto en una toalla, con restos de sangre aún en su pequeño cuerpo y con el cordón umbilical atado para poder cortarlo. Era precioso a pesar de estar con los ojos cerrados, arrugado y sin dejar de llorar. Fena se acercó a ella y al niño recién nacido con un cuchillo en la mano y le cortó el cordón.
- Felicidades - le dijo con una sonrisa.
Ella asintió mirando de nuevo a su bebé mientras la madre de su esposo salía del cuarto para dar la gran noticia a su hijo y a los demás miembros de la corte. Había nacido el heredero al trono de Senara.
- Te llamarás Fíren - susurró la mujer a su hijito - como tu abuelo -. Y tuvo que cerrar los ojos cuando la invadió el mareo y un agotamiento arrolladores.
Comenzó a marearse y sintió que su hijo no paraba de pesar y pesar y pesar.
- ¿Majestad? - preguntó alguien.
- ¡Por los dioses! Se está desangrando - gritó otra voz.
- Se a desgarrado por dentro. No podré salvarla después de todo - dijo otra voz lamentándose -. Pensé que podría resistirlo, pero no. Morirá ante mis ojos y nada podré hacer para salvarla.
- ¡Llamaré a mi hermano!
Sintiéndose cada vez más ingrávida y casi sin conocimiento, la reina abrió los ojos mientras sentía que estaba comenzando a perderse, a fundirse en un lugar del cual nadie puede regresar. Se estaba muriendo, al final no había podido salvarse. Pero no le importaba porque había nacido su hijo sano y salvo, así se lo confirmaba su llanto que había menguado de volumen pero que aún proseguía. Sus pulmones daban fe de su vida.
- ¡Beresta! Mi amor; ¡Beresta!
Iarón se precipitó sobre ella con el rostro encendido y la mirada brillante y llena de desesperación, la misma que había en su voz y en su corazón.
- ¿Lo ves? - dijo -. Es un niño.
- Si - respondió él aferrándola de la mano y mirando a su bebé -. Es precioso como tú.
- ¿Tú crees? - sonrió -. Yo espero que se parezca más a ti en todo para que sea tan noble y bueno como tú. Me hubiese gustado poder verlo.
- No hables así, no digas esas cosas - dijo desesperado. Ella alzó la mano y le acarició la mejilla sintiendo que estaba agotando todas sus fuerzas con aquella caricia.
- Háblale de mí y dile… que le quiero y que… no me fui de su lado por propia voluntad - le pidió a su esposo mientras cada vez se le hacía más difícil contemplarle.
- ¿Por qué? ¿Por qué? No te vayas de mi lado. Debe haber un modo…
- Yo elegí este modo -confesó -. Yo escogí la vida del niño a la mía.
Iarón negó con la cabeza mientras caían las lágrimas de sus ojos.
- No… no… ¿por qué? ¿Por qué lo has hecho?
- Chisare -llamó a la Dama - ¿dónde estás.
- Aquí - respondió lo que parecía la voz de la joven que había sido muy buena con ella en aquellos últimos días de su vida.
- Cuídales a los dos, a Iarón y a Fíren. Promételo.
- Os lo prometo.
Bien - se dijo a sí misma cerrando los ojos por última vez -. Ahora puedo morir tranquila.
Su mano quedó quieta al igual que su boca y el latido de su corazón. Iarón la llamó en susurros al principio, luego a gritos pero ella no despertó mientras el pequeño Fíren buscaba el pecho de su madre hambriento ahora que había dejado de llorar.
- Buscad un poco de leche de cabra y si hay alguna nodriza para alimentar al bebé - dijo Fena con la voz cansada.
El rey, al escuchar su voz, soltó la mano de su esposa muerta y aferró el cuello de la niña dispuesta a matarla.
- ¡Hermano! - chilló espantada Criselda.
- ¡Iarón! - lo llamó Chisare acercándose a él.
- ¡Tú! - rugió completamente desquiciado y lleno de dolor y cólera -. ¡Tú las has matado! Me dijiste que se salvaría!
La niña, incapaz de hablar y poniéndose morada por la falta de oxigeno, intentó soltarse del agarre del enfurecido rey a la vez que le suplicaba con la mirada. El bebé rompió a llorar de hambre y de miedo mientras permanecía en los brazos aún cálidos de su madre.
- Suéltala Iarón - le rogó Chisare mientras tiraba de sus brazos.
- ¡Cállate maldita! ¡Cállate! Tú también lo sabías y nada me has dicho para tu propio beneficio.
- Eso no es cierto - dijo sin dejar de tirar para que soltara a Fena -. Suéltala ella no pudo hacer más.
- ¡No! -gritó deshaciéndose de Chisare de un fuerte codazo que la lanzó hacia atrás. Los gritos de Fíren se intensificaron - ¡Ella la a matado y yo la voy mataré!
- ¡Para!
- ¡Fena!
Criselda, que había gritado en primer lugar, había golpeado a su hermano con todas sus fuerzas en la cara, consiguiendo hacerse daño a ella misma y romperle el pómulo al rey. Iarón cayó hacia un lado a la vez que soltaba a su presa en el instante justo en que Hoïen - alertado por los gritos - entraba en socorro de su amada. La niña cayó en sus brazos desmayada y casi estrangulada. Su cuello estaba rojo con la marca impresa de los dedos de su agresor.
Aquella visión hizo que la sangre del guerrero comenzara a hervir y miró al monarca con los ojos inyectados en sangre, resuelto a cogerle del cuello para partírselo o arrancarle la cabeza de cuajo.
- Ya basta… ¡Ya basta todo el mundo! - gritó Criselda aferrándose a la mano que ella se había herido y con gruesas lágrimas en su rostro encendido por la furia, la tristeza y la impotencia -. Es suficiente Iarón. ¿No crees que ya has mancillado bastante la muerte de tu esposa? Fue su deseo el dar su vida y nadie tiene la culpa de ello, así que cálmate y trágate el dolor como haremos todos.
Criselda cayó al suelo derrumbada a la vez que su amiga se incorporaba con la nariz lastimada y se acercaba al recién nacido.
- Llévate a Fena Hoïen y olvida lo ocurrido, te lo ruego - pidió entre sollozos.
-Si alteza - respondió sombríamente el guerrero que se marchó con grandes zancadas de aquella habitación maldita. Al salir se cruzó con su madre que regresaba con el galeno y las comadronas.
- ¿Qué a ocurrido aquí? - preguntó con el rostro ceniciento.
- Beresta a muerto, madre y hay que alimentar al niño - murmuró con la cabeza gacha sin poder dejar de mirar al suelo -. Hay que ocuparse de su cuerpo.
Y mientras todos hacían lo que debían, Iarón estuvo en el suelo inmóvil mientras Criselda y Chisare se marchaban con Fíren en brazos que lloraba y lloraba buscando con sus manitas el calor que había huido para siempre del cuerpo de su madre.
El funeral fue al día siguiente cuando amanecía.
El sol clareaba ya el cielo cuando el cuerpo de Beresta fue sacado del templo de Gea en un féretro de madera con un precioso vestido blanco y rodeada de miles de las primeras flores de la primavera. Toda la corte estaba en el patio congregados con sus ropas negras al igual que la familia real. Criselda estaba al lado de su tío y Reyar al lado de Iarón. Al otro lado del rey estaba su madre y Chisare estaba justamente con Teran con el bebé dormido en sus brazos.
Había recaído en ella la responsabilidad de criar al heredero del reino tal y como deseara la fallecida en su última voluntad.
Cuando el sol estuvo en la línea del horizonte, las notas de los tambores resonaron por el lugar a la vez que cuatro soldados dejaban el féretro de la reina sobre un altar lleno de madera seca y aceite.
Reyar tomó una antorcha y se la entregó a Iarón. El rey la tomó con los ojos hinchados, el cabello cobrizo dspeinado y con ojeras. Se encaminó hasta el altar con el sonido de fondo de los tambores y el de las lágrimas de alguno de los presentes. Miró a Beresta por última vez, hermosa y con una sonrisa en sus labios, y soltó la antorcha. Las llamas ascendieron hasta el cielo avivadas por el aceite y el sonido de los tambores se hicieron más graves a la vez que Criselda escuchaba el rumor de dos voces entre la cacofonía de la marcha de defunción. Buscó con la mirada para ver de dónde procedían y vio a Fena y Hoïen que contemplaban la incineración sin dejar de mover los labios. Estaban cantando.
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