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Capitulo cincuenta y uno

Prueba de fuego

  

¿Dónde estaba? ¿Qué era toda esa niebla negra? No sabía nada, no podía recordar nada. sentía el cuerpo pesado, tirante y le quemaba a la vez que los escalofríos invadían cada uno de sus miembros y le hacía sudar. Le pitaban los oídos de un modo terriblemente insoportable a la vez que parecía estar partiéndole en pedazos sin piedad. Quería gritar, huir, cualquier cosa con tal de dejar de sentir aquel infierno. ¿Por qué? Él no sentía dolo físico, jamás lo había sentido de un modo demasiado intenso; pero ahora… ¡era insoportable!

Entonces una serie de imágenes borrosas le sobrevinieron y no pudo evitar sentirse mareado. Veía figura sobre él, figuras con sonrisas ensangrentadas y negras que no dejaban de atacarle con palos afilados y una risa demoníaca reverberó y un grito de dolor y tormento.

“No suéltala, no te la lleves Xeral. ¡Criselda!”

 Varel abrió los ojos de golpe - con la respiración al borde del histerismo y del ahogo -, completamente sudoroso y desorientado. Parpadeó con el corazón desbocadamente latiendo sobre su garganta y tragó saliva dolorosamente. Tenía la garganta tan seca como un papel de lija y el desgarrón que sintió al tragar fue tan inmenso he inesperado que se le saltaron las lágrimas.

Le dolía todo el cuerpo, a él.

No se lo podía creer. Era inaudito. Imposible.

El joven rey intentó levantarse hasta que se resignó rezongando al ver que no podía hacerlo. Era incapaz de incorporarse en el lecho de la enfermería. Porque era allí donde se encontraba, en el compartimento destinado a la realeza. Intentó de nuevo levantarse cuando pasó más o menos un minuto - una increíble eternidad para él -. Parecía ser aún de noche aunque el cielo parecía comenzar a clarear. Cerca de la cama había una mesilla y en ella una vela a punto de consumirse y que le proporcionaba una luz tremendamente escasa pero suficiente para su propósito de incorporarse.

No podía seguir allí acostado perdiendo el tiempo. Xeral había raptado a su esposa y debía ir a buscarla porque no solo se la había llevado a ella; también se había llevado a su hijo nonato. Pero siguió acostado, con el cuerpo un poco movido de sitio, pero tendido indefenso he increíblemente dolorido. Gruñó y dio un golpe al colchón fue allí cuando se dio cuenta de que no sería tarea fácil el marcharse.

Con sus propio ojos vio su mano grande de dedos largos llena de escamas. Estas escamas tenían un color bello azul con vetas grises en la superficie recorriendo cada una de sus escamas. Tuvo que haberlo imaginado en el mismo momento que su hermano ordenó que le atacaran: él conocía su punto débil, su mal de dragón. ¿Por eso se sentía tan mal? Debía ser por eso, por la magia desatada y la viruela del dragón por lo que se sentía echo una completa boñiga.

Pero ¿cuánto tiempo llevaba allí inconsciente en medio de una pesadilla? No lo sabía y rezó para que solo hubiesen pasado unas horas o un día a lo sumo. Sabía dónde se escondía la rata gorda y asquerosa de su hermano así que solo debía ir allí con sus hombres. ¿Pero con qué hombres? - pensó -. ¿Quién más es un traidor entre mis filas? Podía ver perfectamente el momento en que Uruï, su general, el que había jurado protegerle y honrarle hasta la muerte; mataba a su compañero por la espada. Lo mató, había matado a Boltrakx ¿y a cuantos más?

Necesitaba información y la necesitaba ya.

Por eso debía levantarse.

- ¡Está despierto!

Varel dejó escapar el aire cuando una cabeza se asomó y desapareció corriendo.

- Hey - dijo intentando llamar a aquella persona que había desaparecido como un suspiro o una hoja en medio de una tormenta. Pero enseguida regresó acompañado de otra persona.

- Por fin habéis despertado - dijo Fena con el rostro pálido y ojeras en los ojos.

- ¿Cuánto tiempo llevo aquí pequeña? - preguntó con la voz increíblemente pastosa.

La niña se apresuró a servirle un vaso de agua y le ayudó a que la bebiera. Varel se sentía muy sediento y derramó un poco de agua que chorreó por su barbilla y le hizo atragantarse. Fena soltó el vaso y le incorporó con la ayuda de un joven estudiante que le dio varios golpes en la espalda. Varel le dio las gracias a los chicos cuando se le pasó la tos y miró a la sanadora.

- No puedo decíroslo - contestó ella.

- ¿El qué? ¿Por qué? - repuso él. Por los dioses, que mal se encontraba.

- No estoy autorizada para deciros nada mi rey - respondió ella apartando la mirada. Se la veía increíblemente fatigada y cansada pero él estaba increíblemente dolorido, preocupado y mil cosas más fusionadas. Estaba ansioso por ir en busca de Criselda y deseoso de matar a Xeral.

- ¿Quién lo dice? ¡Soy tu rey, el rey de todos vosotros! Yo soy la máxima autoridad

- Es por vuestro bien - dijo Fena con la mirada asustada y los miembros tensos -. Debéis descansar, estáis muy mal.

- ¡Estaré mal en el momento en que no pueda sujetar mi espada ni montar mi caballo! Pero puedo hacerlo, solo necesito levantarme.

Y eso hizo levantarse y lo logró gracias a su fuerza de voluntad. A su furia y rabia desatada. Y aunque le costaba sudor y lágrimas mantenerse en pié, no pensaba dejarse caer de nuevo en el confortable lecho. ¡Ni en sueños!

- Oh no - musitó el joven estudiante con los ojos como platos.

- ¡Majestad por favor, acostaros de nuevo! - pidió con un chillido agudo la niña.

Pero Varel no pudo hacer nada más pues todo comenzó a darle vueltas, la respiración se acortó al igual que su corazón perdió el conocimiento.

Cuando volvió a despertar estaba en su dormitorio. Era por la tarde y hacía una calor bochornosa y pegajosa. El joven apartó la sabana que le tapaba el cuerpo desnudo de cintura para arriba y esta vez si que pudo levantarse, aunque muy pesadamente y en cuanto lo hizo; se le cayó el techo encima a la vez que la cabeza se le iba para los lados. Su cuerpo aún estaba perlado de escamas aunque ahora ya no tenían aquel precioso color azul sino que eran prácticamente grises y le pareció que había menos cantidad que antes.

- Me alegro que te hayas despertado - dijo una voz entre las sombras. Varel alzó el rostro que parecía una losa de lo tremendamente pesada que se había vuelto.

- Hoïen - musitó.

- ¿Un poco de agua?

- Preferiría una cabeza nueva - rezongó.

- Pues solo tengo agua.

Varel aceptó el vaso de agua y se lo bebió a pequeños sorbos.

- ¿Cómo te encuentras?

- Cómo si estuviese en otro cuerpo al cual le han machacado cada centímetro de piel.

- Has estado muy mal Varel - dijo el hombre con los brazos cruzados y el semblante terriblemente serio y lleno de ojeras.

- Me lo figuro dado lo mal que me encuentro. Nunca había estado así - dijo mientras se contemplaba el torso y los brazos llenos de escamas de aspecto enfermizo. Parecía un lagarto.

“Más bien un dragón moribundo”.

- ¿Cuánto tiempo a pasado? - preguntó acabando el agua.

Hoïen no respondió solo dijo:

- Iré a ordenarte algo de comer. Quizás un puré y unas rebanadas de pan.

- No quiero pan, ni puré ni nada - espetó con la voz increíblemente amenazadora -. ¿Cuánto tiempo a pasado? - volvió a preguntar.

Su amigo le aguantó la mirada prácticamente sin pestañear y Varel supo que sería inútil, que Hoïen no le diría nada. su amigo era un experto en esconderle las cosas a la gente, a todos menos a Fena. Con ella era incapaz de mentir o de callar si ella le pedía algo. Pero decidió insistir.

- Debo saberlo.

Hoïen continuó impasible.

- Iré a pedir comida - manifestó y se marchó sin molestarse en cerrar la puerta.

“Sabe que no puedo ir demasiado lejos. Me duele tanto la cabeza… sería incapaz de alzarme he ir en busca de mi espada imagínate bajar y montar a caballo.”

Pasó un largo tiempo y Hoïen regresó acompañado de sus compañeros. Se le iluminó la mirada y su corazón pareció llenarse de un poco de esperanza. Patrexs y Corwën llevaban en las manos unas bandejas llenas de comida y Hoïen portaba un baril de cerveza y unas jarras en sus manazas. Lenx, con el torso vendado - a consecuencia de alguna herida en la refriega con los hombres de su hermano - lo ayudó a levantarse y se dirigieron al comedor personal del rey. Allí lo sentaron en el asiento real, en la presidencia de una mesa rectangular de madera de pino con la superficie de madera tallada y lacrada con oro.

Colocaron la comida en la mesa y se sirvieron los platos. A Varel le pusieron un poco de puré de patatas y zanahoria, dos rebanadas de pan recién echo y un vaso de agua. Él prefería cerveza pero supo que su estómago no lo toleraría y ya se sentía demasiado mal para sentirse aún peor. Los demás se sirvieron unas generosas raciones de  liebre asada con ñoras, uvas pasas y pimientos conjuntamente con la cerveza negra de Sirakxs.

Sus generales le miraron y él les miró a ellos. Ninguno había hablado todavía y aunque le rugían increíblemente las tripas y el estómago no deseaba comer. Solo deseaba una cosa.

- Sé que no podremos detenerte, pero al menos lo vamos a intentar. Primero come algo - comenzó Patrexs con las manos alrededor de la jarra.

Varel asintió y cogió la cuchara para meterla en el puré. Alzó la cuchara y se la llevó a la boca. La garganta le dolió y el estomago rugió pero se sintió bien y se le despertó el apetito. Si quería ir en busca de Criselda, debía recuperar las fuerzas y para ello debía comer.

- ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? - repitió por enésima vez después de tomar tres cucharadas más de puré y tomar un buen pedazo de pan.

- La primera vez que despertaste llevabas cinco días. Ahora han pasado quince más. En total has estado veinte días fuera de combate.

El rey aguantó las ganas de gritar y de lanzar la cuchara a la otra punta de la habitación. ¿Cómo había podido estar tantos días así? Y lo peor de todo es que aún no estaba recuperado. Su hermano lo había calculado todo a la perfección y saberlo hizo que se mordiera el interior de la mejilla. El dolor de cabeza se intensificó cuando sintió la sangre en el paladar. ¡La maldita viruela! No podía usar la magia.

- Los primero días te agitabas mucho y tuviste que permanecer atado - explicó Patrexs tomando un buen pedazo de liebre y con sus dedos comenzó a desmenuzar la carne sobre el plato - tenías espasmos he intentabas atacar todo lo que estaba a tu alrededor. Después te quedaste inmóvil y casi sin respirar, solo sudabas y te llenabas de escamas. Al cabo de dos días te despertaste y viste a Fena. Yo di la orden de que nadie te informase de nada, sabía que nada más abrir los ojos te irías corriendo.

- Me conoces demasiado bien. Pero no creo que hubiese podido dar un paso - dijo Varel con la voz abatida tomando un poco de agua -. Me costó horrores ponerme en pié.

- Eso nos dijo Fena - prosiguió Patrexs -. El caso es que después te traslademos a tu dormitorio y nos hemos dedicado a esperar mientras nos preparábamos para la lucha.

Varel alzó la mirada y contempló a los cuatro. Corwën cerró los ojos y Lenx apretó los puños.

- ¿La lucha?

- La guerra a comenzado y el comandante al cargo es Herron.

El joven echó la cabeza hacia atrás mientras el techo parecía bailar sobre él. Todos sus temores, todos sus miedos, se había hecho realidad. Había una nueva guerra y su esposa estaba en medio de esa refriega.

- Mequi nos contó lo que descubrió Qurín. Los planes de Xeral para eliminarte - dijo Hoïen.

- Hicimos una reunión cuando recuperemos el conocimiento. Xeral ya se había esfumando dejando a más muertos y a algunos inconscientes. Refie estaba muerto al igual que los guardianes de las puertas del palacio- dijo Patrexs para después tomar un buen trago de cerveza.

Varel apretó los dientes deseando golpear algo, cualquier cosa. ¿Por qué? ¿Qué mal había hecho su joven escudero? ¿Y los guardianes? Pero nadie debía ver como se llevaban a la reina contra su voluntad. Si daban la voz de alarma, su hermano jamás hubiese podido escapar de allí con vida.

- ¿Habéis encontrado más traidores? - preguntó el rey intentando mantenerse firme. En su mense te materializó el momento en que aceptó a Refie como su escudero cuando se marchó a la guerra. El muchacho siempre deseó ser un gran guerrero y se esmeraba en aprender a la vez que le servía con suma diligencia y también con afecto y adoración. Y ahora estaba muero, lo habían matado por su culpa.

- Los hombres de Xeral, los que dejó atrás cuando se marchó. Sobretodo Treglax. Intentó hacer un motín, pero lo descubrimos a tiempo y les atrapemos. Les ejecutamos tal como dictan nuestras reglas.

El rey asintió mientras dos escamas caían sobre la mesa, muy cerca de su cuenco de puré. Las apartó de un manotazo.

- ¿Dónde se encuentra el escuadrón enemigo?

- En los límites de los Bosques Sombríos - contestó Lenx esta vez. Una barricada, se dijo Varel, para que yo no pueda pasar. Eres un idiota hermano -. Están allí mientras se les unen nuevos aliados. Tenemos información de que muchos pueblos y ciudades del sur se están aliando con el príncipe Xeral. Los que no están de acuerdo han comenzado a afilar las armas.

- Y no solo eso majestad, los pueblos del norte te dirigen hacia aquí al conocer la noticia de la nueva lucha de poder y están a tu favor. Están en camino dispuestos a defender el trono - añadió Corwën llena de esperanza en su voz.

Él la miró mientras se terminaba la comida y reprimía el rechazo de su estómago vacío por demasiados días. Bebió otro generoso vaso de agua antes de hablar.

- Mi hermano está llamando a todos sus seguidores para detenerme, detenernos a todos y que nadie penetre en su territorio. No permitirá que rescatemos a Criselda mientras pueda.

- ¿Y si nos concentramos primero en la guerrea? - propuso con mucho tiento Patrexs -. Xeral no lastimará a Criselda y cuando ganemos podrás rescatarla.

Varel miró por encima de sus pestañas a su amigo con el rostro sereno. Sí, aquello era la mejor opción o la sería y si no la amara tanto y si no estuviese esperando un hijo, su hijo: el dragón.

- No puedo hacer tal cosa, es impensable. Criselda está embarazada y no puedo dejar que mi hermano se apodere del niño.

Los cuatro generales se quedaron mudos de asombro y sus rostros cambiaron radicalmente al escuchar la noticia.

- ¿Embarazada? - murmuró Corwën.

- Oh, por los dioses - musitó Lenx que negaba con la cabeza.

- ¿Desde cuando? - preguntó Patrexs mientras Hoïen preguntaba lo mismo con la mirada.

- Desde hace poco tiempo, solo cuatro meses y me enteré el día de su secuestro al igual que ella. Xeral se la llevó sin saberlo y esa habría sido una gran ventaja. Pero intuyo que ya lo sabe sino, no hubiese puesto esa muralla humana para no dejarme entrar a los Bosques Sombríos. Pretende que me quede aquí todo lo posible y que luego me sea imposible penetrar sus defensas. Sabe que cuando nazca el dragón yo dejaré de ser inmortal y mi marca desaparecerá y podré morir.

-¿Y entonces? - preguntó Hoïen esta vez. Los demás se habían quedado sin habla mientras contemplaban sus platos vacíos.

- Iremos a la guerra y entre ella, rescataré a mi reina, a mi heredero y a la diosa Gea.

Varel abrió su gran armario y entró adentro con lentitud y prestando mucha atención dónde ponía los pies y como los colocaba en el suelo. Aún se sentía muy mareado aunque el baño de agua tibia que había tomado le había despejado la mente y los miembros. Gran cantidad de sus escamas se habían perdido en el agua pero su cuerpo aún tenía muchas de ellas firmemente pegadas como una segunda piel. El rey contempló su armadura. Estaba colocada en un estrado completamente limpia y brillante tal y como la había dejado Refie cuando se la trajo de su antiguo dormitorio.

Acarició la superficie de zafiros de su armadura azul como la piel de un dragón y sonrió con ironía por la paradoja. Su cuerpo parecía más el de un auténtico dragón que no el de aquella armadura. Con firmeza y con todos sus sentidos conectados en una única tarea, Varel comenzó a colocarse la armadura comenzando por los pies y terminando por el cuello. Se ató bien los cierres de las piernas y luego se colocó la parte delantera para terminar con los protectores de los brazos.

Se contempló en el espejo. Tenía el aspecto más horrible y lamentable que jamás hubiese poseído. Sus cuencas oculares estaban rojas, su rostro muy pálido y con las escamas en la frente, los pómulos y la barbilla. Viéndose a sí mismo se percató de que su especto no era amenazador como tampoco saludable no como el Varel de siempre. Fue entonces cuando le saltaron las dudas, los temores. ¿Sería capaz de salvar a su esposa y a Gea o simplemente conduciría a sus guerreros a la muerte? Puede que él no muriese en un principio, pero sabía con suma certeza que su hermano lo torturaría para divertirse. Para matar el tiempo de espera hasta el preciso instante en que pudiese eliminarlo.

“No, no debo pensar así. Ganaré, les salvaré y después ganaré esta guerra interna.

Con aquella determinación, el rey de los Hijos del Dragón se peinó el cabello y se maquilló resaltando su mirada intensa aunque turbia. Después se colocó sus pendientes de aguamarina y dirigió su mirada a la pared. Allí sujeta por la vaina estaba su fiel katana zingora, la maravillosa espada que le había fabricado el maestro armero Acero. Alargó la mano y tomó a zingora entre sus dedos. Se colocó la espada en la espalda y tomó también sus garras de combate que se las ató en el cinto.

Ya estaba listo.

Varel abandonó sus seguros dominios y se dirigió a las escaleras de caracol. No pensaba coger ningún elevador, bajaría al vestíbulo a reunirse con sus hombres pisando cada uno de los escalones que se construyeron una vez para poder moverse por todo Sirakxs. En cada planta, vio los rostros de sus súbditos, sus guerreros y sus seguidores. Ellos le miraban y él les miraba y muchos de ellos siguieron su ejemplo y bajaron tras de él. Varel continuó su descenso y más Hijos se unieron a su descenso mientras las piernas del rey se ejercitaban y le dolían a la vez. Pero no iba a detenerse y no iba a aminorar el paso.

En el vestíbulo, Varel se reencontró con sus cuatro fieles generales y amigos, los que estarían siempre con él y no le fallarían nunca. Muy cerca de la escalera de caracol se había construido un estrado improvisado y allí reunidos estaban todos los habitantes de Sirakxs, el Palacio de Silexs. Él los contempló a todos mientras ellos le miraban a su vez sumidos en el silencio. Todos estaban vestidos con sus armaduras de batalla, incluso los ancianos y los niños.

Todos estaban dispuestos a dar su vida por su rey.

Eso le conmovió hasta lo más hondo de su alma y miró hacia el cielo. Padre, madre - dijo para si mismo - espero estar a la altura de vuestras enseñanzas y de mi deber. Haré todo lo que esté a mi alcance, daré todo lo que sea necesario de mí mismo para conseguirlo. Se volvió hacia su pueblo.

- Hoy estamos aquí porque la guerra vuelve a llamarnos. Esta vez no es una guerra con ningún país vecino, no. Esta guerra es contra nuestra propia gente, los Hijos del Dragón que se han sublevado contra mí. No es la primera vez que hay luchas internas, pero jamás ha habido una guerra a gran escala. Mi hermano Xeral desea apoderarse del antiguo trono de mi padre, de mi trono ahora y del poder que una vez perteneció a mi bisabuelo Gratén.

>> Entró aquí como un amigo y secuestró a mi reina, a la vuestra también para dejarnos un reguero de cadáveres a su paso por ambición. Eso fue algo rastrero y ruin. Los Hijos del Dragón luchan de frente, se retan en duelos y reina el más poderoso, pero esto solo es cobardía.

Varel tragó saliva a la vez que su coraje florecía conforme iba hablando. Pudo sentir como sus seres queridos le animaban en la distancia.

- Ahora ha llamado a sus “Rebeldes”, su ejercito para escudarse en los Bosques Sombríos mientras practica la magia allí escondida. ¡Proclamo ante todos vosotros que él fue el culpable del ataque de las quimeras y de la muerte de nuestro padre Riswan! Proclamo también que Herron fue la mano ejecutora y como tal deben morir.

>> Lucharemos, iremos a la guerra que él mismo a creado. Venceremos por todos los que se fueron y por los que marcharán sin tener culpa alguna y prometo ante todos vosotros que regresaremos juntos y con mi esposa la cual tiene en su seno al nuevo dragón. ¡Cumpliéremos la profecía y viviremos como siempre deseó el gran Zingora: juntos , felices y sin dejar el camino de la espada!

La multitud estalló en vítores y en aplausos mientras coreaban su nombre a la vez que él bajaba del estrado y se dirigía a por su montura.

- ¡Los que quieran luchar que vengan conmigo!

Muchos gritaron y alzaron los puños mientras los niños, deseosos también de marchar se quedaban con los ancianos que los aferraban con fuerza por el cuello de sus armaduras improvisadas. Nem trotó ensillado hacia Varel y él agarró sus riendas para luego volverse hacia Lenx.

- Cuida de todos en el Palacio y cuando lleguen los refuerzos del norte, sitúa una línea defensiva en todo el perímetro.

- Desearía ir con usted, mi rey.

Varel colocó una mano sobre su hombro.

- No alguien debe quedarse y tú estas herido aún. No quiero que malgastes tu vida inútilmente cuando te necesito aquí para cuidar del reino en mi ausencia.

- ¿Volveréis todos verdad? - preguntó Lenx con la cabeza alta y una sonrisa de valor en los labios.

- Desde luego.

- Si veis a Uruï, matadle de mi parte. Es lo que más deseo - pidió el guerrero.

Varel subió sobre su caballo orequs y sonrió a su general.

- Lo aré con sumo gusto amigo mío - espoleó a Nem y las puertas del palacio se abrieron mientras los guerreros decididos a ir a la guerra buscaban y subían sobre sus respectivas monturas.

Varel se unió a Corwën, Patrexs, Hoïen y también con el general de los barracones Gragar. El rey alzó el puño y todos lo imitaron antes de hacer a una el grito de guerra. Había llegado el momento de la prueba más dura para Varel y todos los suyos. Había llegado el momento de la prueba de fuego.

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