Capitulo cincuenta y dos
Territorio enemigo
El cielo volvió a oscurecerse y no tubo más remedio que detener la tropa. Llevaban dos noches seguidas cabalgando prácticamente sin descansar y tanto ellos como los animales estaban reventados casi hasta el extremo. Iarón se apeó de su montura mientras ordenaba encender un fuego para ahuyentar a las posibles bestias salvajes que morasen en Arakxis.
Era la primera vez que salía de Senara, la primera vez que se internaba en una tierra que había sido enemiga de su pueblo durante muchos años. Su abuelo Mathan le había contado desde pequeño historias terribles sobre aquella tierra y aquella raza bárbara con el corazón sanguinario. El hombre solía despotricar hablándole de que allí la tierra no era fértil y que no había apenas vegetación por culpa de los Hijos del Dragón, personas carroñeras que solo sabían destruir.
- Solo son eso querido nieto - solía decirle Mathan -. Solo son unos salvajes con el único fin de destruirlo todo. Solo desean sangre y luchas, batallas sin sentido. Pero les venceremos y les eliminaremos a todos Iarón; ya lo verás y entonces… vengaré a tu padre.
Pero ellos perdieron y los Hijos del Dragón vencieron en parte al llevarse lo que una vez sus antepasados le prometieron y ahora que estaba en Arakxis, pudo darse cuenta que todo lo que una vez le explicase su abuelo era mentira. ¿Qué no había vegetación? ¿Qué aquella raza bárbara no sabía cuidar la tierra que habitaba? Los parajes de Arakxis eran ricos en verde y en bosques. La tierra tenía un color saludable a la vez que extensos campos y explanadas recorrían Arakxis de un modo tan natural que era otro mundo completamente distinto al suyo propio. Allí había muchas flores y el sol brillaba sin impedimento en el cielo al igual que la atmosfera era cálida y a cada kilómetro podías alzar la mano y coger el fruto silvestre de algún árbol frutal. También había arroyos de agua cristalina y ríos donde el pescado era abundante. Gracias a eso ni él ni sus hombres habían pasado hambre en aquellos veintiún días de búsqueda.
Aún no había sido capaz de alcanzarla y desde su posición podía ver la extensión negra de los Bosques Sombríos.
Cuando ordenó a su tío que le preparara una guarnición de cien hombres pensó que enseguida alcanzaría a Chisare y la traería de regreso al castillo inmediatamente sin tener que abandonar Senara. Reyar - previsor y como buen general - dispuso a los mejores soldados y rastreadores para aquella misión y el rey de los Hombres se marchó con ellos a campo traviesa, al galope mientras seguían el rastro de la fugitiva. Y a pesar de que el rastro seguía allí, ante sus narices, aún no la había alcanzado.
No corría lo suficiente para llegar hasta ella y no podía concebir el porque.
Ellos eran hombres curtidos, acostumbrados a la pesadez de los duros viajes y de las dificultades y ella era solo una mujer, una Dama de la diosa Gea que lo único que sabía era de danza. ¡Ni siquiera sabía sujetar una espada con las dos manos sin que se le cayera al suelo por el peso! Y aún así ella siempre tenía ventaja, siempre estaba por delante de él y solo los dioses sabían como era que seguía viva y sin desistir en su cabezonería.
Cuando pensaba eso, al joven le invadía la incertidumbre; ¿y si la Dama tenía razón y le había dicho la verdad? ¿Y si Gea estaba prisionera en los Bosques Sombríos? ¿Y si su hermana también lo estaba? Pero entonces negaba con la cabeza y se repetía una y otra vez que no podía ser verdad. Era todo demasiado irreal, inverosímil incluso.
Chisare solamente estaba confundida y demasiado presionada por su dura carga.
Pero cuando la encontrara, cuando la tuviese de nuevo frente a él; la abrazaría y le prometería que jamás la dejaría sola, que compartiría su carga conjuntamente para que no sufriese más. Había sido una idiotez separarse de ella todo lo posible he intentar no estar a solas con ella. Pero había tenido miedo de que lo que sentía por ella se intensificara más, le hacía sentir sucio en la memoria de Beresta. Él la había amado con locura infinita ¿cómo es que ahora su mente y sus noches eran únicamente para Chisare? Era cierto que él la había querido en el pasado y que ese amor nunca se fue del todo pero; ¿eso justificaba el que ahora se hubiese intensificado de un modo tan devastador? ¿O era simplemente su soledad y su corazón roto lo que buscaban el amor del ella?
No lo sabía y por eso se alejó, creyendo hacer lo correcto; lo que debía hacerse en aquel momento. Pero ahora se arrepentía. Si hubiese dejado atrás aquellas dudas y prejuicios Chisare estaría a salvo en Senara junto a él y a su hijo.
Cuando el fuego estuvo encendido y se designaron las guardias de aquella noche, Iarón cenó frugalmente con sus soldados y se echó junto al fuego, sobre la hierba, para dormir aunque más que dormir estuvo pensando. Su mente siempre trabajando sin descanso hasta que pudiese encontrar a Chisare. Antes del amanecer, cuando el fuego se había extinguido por completo, el rey se desperezó después de haberse dormido al fin y levantó a su gente para levantar el campamento. Mientras lo hacían ordenó a tres rastreadores que se adelantaran para explorar y encontrar la pista de la desaparecida. Todo estaba dispuesto cuando los exploradores regresaron.
- No hay duda mi rey - dijo uno de ellos - la Dama Chisare a pasado por aquí y su rastro sigue hasta los bosques. Nos lleva solo unas horas de ventaja puede que al crepúsculo le demos alcance.
- Desde luego, a esa hora ya estaremos en la tierra negra - dijo Iarón -. Pero que así sea con tal de encontrarla.
El joven se subió a su caballo y miró a la lejanía donde el cielo parecía más negro a pesar de que el sol iluminaba con sus rayos todo el horizonte. Una brisa mañanera le corrió por la piel del rostro refrescándole y despejándole. Con un gesto de la mano dio ordenes de partir y todos los caballos fueron espoleados y llevados al galope en dirección a la mancha negra que se extendía hasta más allá de sus ojos. Ya llego - se dijo - pronto estaré contigo y cuando lo esté no te dejaré marchar nunca más. Por fin cumpliré lo que una vez te dije cuando solo éramos dos niños; me casaré contigo.
El cerco era impresionante y muy visible desde kilómetros.
Varel se detuvo encima de un montículo natural del terreno y observó el ejercito Rebelde de su hermano y de la Sombra Acechante que se distinguía a la perfección y podría incluso quitar el aliento.
Pero no a él.
A su lado, sus tres generales y Gragar miraban también al ejercito enemigo.
- ¿Cuántos creéis que son? - preguntó el general de los barracones con ojo crítico y sin pizca de tensión en la voz.
- ¿Así a bote pronto? - dijo Patrexs con una sonrisa en los labios.
- Yo diría que cuatrocientos o quinientos - murmuró Hoïen.
- Nosotros somos cuatrocientos - dijo Corwën - nos bastamos para todos ellos aunque haya cien arriba.
Varel no dijo nada mientras observaba el ejercito y la brisa de la mañana le revolvía los cabellos. Tenía mucho calor con la armadura puesta.
- En una hora llegaremos hasta ellos, y solo hay un plan; arrollarles y entrar a los bosques. Lo más importante es distraerlos para que yo penetre la defensa y pueda internarme hasta los Bosques Sombríos juntamente con Hoïen y Patrexs. Cuando esto suceda Corwën y Gragar serán los responsables del ejercito.
Todos asintieron con solemnidad.
- Entonces marchemos hacia nuestro destino - dijo dando media vuelta.
Los cinco regresaron con los demás guerreros y subieron a sus monturas para volver a adentrarse en el camino despejado hacia el enemigo. Varel a la cabeza se inclinaba sobre Nem para conseguir que el animal corriera a más velocidad mientras sus seguidores iban tras él del mismo modo desenfrenado. Todos estaban sedientos de ganas de luchar, todos deseaban desenfundar sus armas y combatir por sus convicciones, sus ideales y por sus juramentos. Querían luchar para hacer su justicia.
El sol estaba ya en el punto álgido del cielo cuando el rey de los Hijos del Dragón fue frenando suavemente a Nem dejando que abandonase el galope por el trote y el trote por el paso. Los demás le imitaron y clavaron al igual que él la vista hacia el ejercito que les barraba el paso con sus cuerpos y sus fieles orequs. Aquella lucha sería a lomos de los caballos mientras se tuviese caballo y luego se haría a pié. Eran iguales y como tal la lucha sería sin cuartel y valían todas las normas porque no había ninguna establecida.
Varel hizo el alto con la mano derecha y su ejercito se detuvo no así él que siguió avanzando. De las filas enemigas también un jinete avanzó y se fue acercando a los límites de la explanada que sería el inminente campo de batalla. El jinetes se detuvo a diez metros de él y Varel hizo lo propio.
Los dos se miraron largamente mientras sus caballos relinchaban y agachaban la cabeza o pateaban el suelo.
- Hola Herron - saludó Varel.
La Sombra Acechante, vestido inmaculadamente con su armadura de combate negra como el carbón, sonrió con los dientes torcidos y podidos.
- Encantado de verle de nuevo alteza real - dijo el hombre recalcando mucho el “alteza real” -. Tenía muchas ganas de verle nuevamente.
- Pues aquí me tienes - respondió.
- Prometí a vuestro hermano que le concedería el privilegio de vuestra vida, pero he cambiado de opinión después de lo ocurrido en Ogihx - dijo entrecerrando los ojos -. Vengaré a mi hija.
- Y yo a mi padre, os mataré - declaró sin cambiar el sonido de su voz.
- Puede que os creáis inmune a la muerte, pero si los dioses pueden morir, vos también - amenazó.
- Mientras encuentras el modo, puede que yo haya introducido mi espada en tus entrañas.
Herron escupió a un lado mientras tiraba de las riendas de su caballo y daba media vuelta. Él lo imitó y regresó al lado de los suyos. Frenó a Nem y miró a su ejercito, su pueblo, sus amigos; su reino. Suspiró y luego tomó aire.
- Lo que voy a deciros puede que sea desalentador, puede que no os dé coraje. Puede que mis palabras suenen duras o crueles, pero son la verdad y creo que os la merecéis más que nada. no puedo garantizar que gánenos ni tampoco puedo garantizar vuestras vidas, pero una cosa si que puedo garantizaros y es que, pase lo que pase, quedareis en la leyenda. Vuestra vida, vuestra alma, vuestra fuerza jamás caerá en el olvido al igual que los que caigan bajo vuestra propia arma.
>> Lo único que puedo deciros en este momento es que luchéis, que lo hagáis como nunca antes con el único propósito que cada uno de vosotros encuentre justo. En este momento no os voy a pedir que luchéis por mi, ni por mi reina, ni por mi hijo ni tampoco por Arakxis. Lo único que os pido es que luchéis por vosotros mismos, por vuestra vida y por vuestros sueños porque yo aré lo mismo.
Varel se llevó la mano por detrás de su cabeza y tomó el mango de Zingora que descansaba en su espalda envainada. Desenfundó la katana y la alzó al cielo. Todos lo imitaron, sacando sus armas y llevando las puntas de éstas al cielo.
- ¡Por la justicia! ¡Por nosotros! - gritó el rey.
- ¡Por la justicia! ¡Por nosotros! - repitieron los suyos haciendo que el grito de guerra se extendiera por todo el lugar.
- ¡Por Xeral! ¡Por los Rebeldes! - se escuchó en el lado enemigo.
- ¡A la carga! - gritó Varel espoleando a Nem.
El aire comenzó a temblar al igual que el suelo cuando las patas de los caballos de ambos lados comenzaron a galopar para enfrentarse los unos a los otros. El joven rey alzó Zingora por encima de su cabeza con la mirada fija en el frente buscando a una sola persona y la cual no estaba en primera línea. Te has escondido Herron - se dijo Varel mientras apretaba los dientes y descargaba el filo mortal de Zingora contra su primer oponente y lo sacaba rápidamente mientras caía la primera víctima de su filo- pero te encontraré.
Los enemigos caía y llegaban sin tregua.
Varel luchaba sin descanso, sin perder la concentración mientras se intentaba abrir camino hacia lo único que lo separaba de su amada. Mató a muchos y de muchos modos distintos intentando que no hiriesen a Nem bajo ningún concepto. Por ello recibió heridas que no curaban al instante como antes sino que hacían que su cuerpo se aflojara y que la cabeza le estallase cada vez más intensamente. Pero ni así se detuvo al igual que los que luchaban a su lado.
Zingora rebanó pescuezos, atravesó pechos, cortó y mutiló brazos, piernas y también a caballos que caían y aplastaban a sus jinetes que morían aplastados por sus compañeros. Pero venían más y aunque avanzaba, el avance era demasiado lento para su gusto y también para su cuerpo que con cada golpe que daba o detenía, se volvía más pesado y difícil de manejar. ¿Así se sentían los heridos? ¿Los enfermos? Los compadecía y también se compadecía a sí mismo por estar en esa situación.
¿Cuánto tiempo sonaron los aceros? ¿Cuánto tiempo estuvo golpeando y esquivando ataques con la única intención de abrir una brecha en aquella defensa férrea? Patrexs y Hoïen, a su lado como siempre; inseparables como lo serían para siempre, pararon golpes y le defendieron a muerte cuando su brazo flaqueaba o su visión se volvía borrosa por unos momentos en los cuales sentía su cuerpo frío y terriblemente sudoroso. Tembloroso.
Pero ellos estaban allí, a su lado, y él no iba a rendirse bajo los gritos de la batalla, gritos que se mezclaban entre dolor, rabia, coraje he incluso cansancio y fuerzas de flaqueza.
Entonces llegó el golpe por el flanco izquierdo. Una lanza se clavo en el cuello de Nem y el animal gorgojeó mientras intentaba mantener el equilibrio sin éxito. Varel cayó al suelo atrapado entre el cuerpo voluminoso y pesadote su fiel compañero. Se golpeó la cabeza al caer pesadamente y el rostro se le llenó de la sangre del su caballo al igual que sus manos. El mundo se ralentizó bajo sus ojos mientras intentaba salir de bajo de Nem y a la vez sacarle la lanza que lo había perforado sin que el animal dejara de removerse lleno de dolor, hasta quedarse quieto.
Varel miró los ojos lechosos de su fiel animal, el caballo que su madre le regaló a los cinco años cuando solo era un potro recién nacido. Nem un caballo fiel que lo había llevado dónde él siempre había deseado bajo el sol o bajo la luna. Nem que había librado cientos de batallas a su lado y que lo había intentado consolar siempre que lo había visto triste. Lleno de rabia gritó mientras intentaba salir de la presa ahogante del cuerpo muerto de su fiel compañero lleno de pena por su pérdida.
Lo había intentando, había intentado que él no muriese en vano. Y cuando estaba a punto de liberarse de su orequs, apareció entre las sombras, Herron, con una sonrisa malvada en sus labios y una gigantesca maza entre sus manos. Se bajó de su caballo y se acercó a él sin apartar la mirada mientras él seguía en el suelo con la mano de la espada y Zingora bajo el cuerpo caliente de su caballo y la otra libre y desarmada.
“Quiere matarme y puede que lo logre. Soy inmortal pero no soy inmune a mi propia enfermedad de dragón y este es mi punto débil, lo que me hace ser mortal y poder morir”.
Si todo ser vivo podía morir, de un modo otro. El mundo tenía reglas he incluso los mismísimos dioses de la creación podían morir; ellos que eran divinos y eternos: inmortales. Si él no quería morir en aquel momento debía liberarse. Debía apartarse de Herron. Pero no podía, estaba terriblemente atrapado.
- Moriréis Varel -dijo la Sombra Acechante mientras se acercaba sin piedad -. Os golpearé el rostro hasta que vuestra sangre de dragón sea incapaz de tolerar tanta magia.
Pero incluso en la muerte, Nem era su fiel compañero de fatigas y de batallas. De atolladeros y situaciones extremas. Con un fuerte tirón rayando a la desesperación salvaje por la supervivencia; Varel arrancó la lanza del cuello de animal y, gracias a la sangre de este, el rey pudo salir al fin de su prisión y clavó la lanza en el pie derecho de Herron a la vez que alzaba el brazo derecho y descargaba la furia de Zingora sobre el hombre.
Los labios de Herron dejaron de sonreír a la vez que desprendían hilillos de sangre y la pesada maza caía a sus pies. Varel retiró la lanza y después su espada del pecho del padre vengador de Kirla. Luego atravesó con la lanza el cuello de una mujer que se acercaba por su lado izquierdo y con el filo de la espada cortaba la garganta de Herron. La Sombra Acechante cayó al suelo al igual que la mujer que se agarraba desesperadamente la garganta, en cambio Herron no se aferraba a nada porque cuando tocó el suelo estaba completamente muerto.
Entonces el tiempo pareció correr de nuevo a su velocidad normal y los hombres y mujeres enemigas alrededor, cuando vieron la caída de su líder, parecieron detenerse sin poder creer que hubiese muerto. Fue en ese momento cuando arribó la brecha en aquella muralla que dejó de serlo para transformarse en una barricada herida y descompuesta. había llegado su oportunidad de entrar en los bosques, podía ver el camino que se habría ante él como la bendita luz al final de un túnel tenebroso.
Dando un paso, Varel tomó las riendas del perdido caballo de Herron que deseaba huir del lugar sin ser capaz de poder hacerlo. Cuando el animal vio que un jinete distinto quería montarlo, se encabritó y comenzó a dar coces a la vez que intentaba que él soltara sus riendas. Pero el joven no esta dispuesto a soltarlo, necesitaba un caballo.
- Vendrás conmigo te guste o no. Tu dueño a matado a mi montura y ahora tú me dejarás montarte y me llevarás hasta la guarida de los rebeldes - dijo con vehemencia y la mirada endemoniada.
El caballo se asustó y relinchó dos veces antes de quedarse quieto y mirarlo a los ojos.
- Te liberaré después - dijo - te lo juro.
El orequs resopló una vez y agachó la cabeza en señal de rendición. Sin esperar más tiempo, Varel subió al equino y llamó a gritos a sus dos amigos. Cuando estos le escucharon se precipitaron hacia él despachando a los que se interponían en su camino que fueron pocos ya que el ataque Rebelde estaba roto sin su líder.
- Es ahora o nunca - dijo Varel - aprovechemos este momento de confusión antes de que alguien inteligente tome el mando y nos encierren de nuevo.
Hoïen y Patrexs asintieron y los tres espolearon a sus respectivas monturas y se precipitaron a la carrera hacia delante sin que nadie les impidiera traspasar los límites de los Bosques sombríos.
Por fin estaban dentro.
Criselda abrió los ojos y contempló la mugrienta celda.
Con un suspiro y un gruñido se incorporó. Aún le dolía el cuerpo por el maltrato de Xeral y en su cuerpo aún quedaban moratones amarillos que lo demostraban a pesar de los días transcurridos. No sabía cuantos días habían pasado desde que la habían confinado al lado de Gea. Allí el día y la noche eran iguales y como le daban muchas veces de comer ni con esas podía contar los días.
No podía quejarse en ese aspecto. A pesar de estar allí encerrada, Xeral le enviaba muchas comidas al día y esas comidas eran ricas y nutritivas para ella y su bebé. También la sacaban de allí y la llevaban al baño para que hiciese sus necesidades cada vez que lo necesitaba he incluso la bañaban cada cierto tiempo. Lo único que tal vez le faltaba era una cama en la que poder descansar pero solo le habían bajado una manta con la que se arropaba como si fuese un rollo para evitar la dureza y el frío del suelo.
Al menos ella tenía ciertas comodidades; Gea no tenia ninguna.
No había vuelto a hablar con la diosa desde el día en que la vio por primera vez. Parecía que ella no tenía nada más que decirle y Criselda tampoco tenía ningún tema de conversación. Lo único que hacía era miarla de vez en cuando y ofrecerle comida. Cada vez que lo hacía, Gea movía la cabeza negativamente de forma lenta y lastimera y Criselda se apartaba entonces de su lado para poder comer tranquila y que la diosa no viese las lágrimas que caían de sus ojos.
Y mientras los días pasaban y su vientre se iba haciendo cada vez un poquito más grande, no dejaba de preguntarse cuando llegaría Varel. En esos momentos, se abrazaba el cuerpo y cerraba los ojos para evocar su rostro hermoso. Rememoraba al Varel que vio por primera vez, imponente y bello con su armadura azul zafiro y su rostro impasible que lo hacía incluso más etéreo e impresionante. Después recordaba al Varel del barco al que apareció de la nada para intentar llevarse bien con ella. Aquel era menos impresionante pero más tierno posiblemente a la vez que igual que guapo y humano.
Cuando terminaba con este recordaba al Varel alegre y cercano del Territorio de los Trolls, uno muy luminoso y lleno de sueños. De ese saltaba el Varel enloquecido he iba directamente al Varel triste y abatido de Mazeks que solo intentaba pedirle perdón mientras intentaba no demostrar su dolor. A partir de ese, recordaba al Varel pasional y lleno de amor con el que floreció la primera noche que pasó en el Palacio de Silex. Aquel Varel era sumamente divino que no parecía de aquel mundo, uno potente y frágil a la vez que deseaba dar todo lo que llevaba dentro. Y era con ese con el que se quedaba, con su Varel, el Varel que ella amaba y el mismo que fue a por ella al castillo de Senara y volvió a hacerle el amor.
Quería verle, necesitaba volver a verle. Quería estar en sus brazos seguros y reconfortantes igual que la última vez que estuvieron juntos cuando le confesó su embarazo. Si pudiese retroceder en el tiempo y llegar a ese instante…
El sonido rápido de unas botas hizo que la joven se enjuagara las lágrimas y retrocediera para situarse cerca de Gea. Las cadenas de la diosa tintinearon y su respiración se agitó. Siempre ocurría lo mismo que alguien venía y Criselda intuía que era algo superior a la madre Tierra después de soportar una tortura tras otra cada vez que bajaban a su prisión.
Cuando los pasos parecieron acercarse, escuchó el murmullo de una voz y el sonido menguó para hacerse casi inexistente. Criselda miró por la obertura de aquel sótano y vio aparecer a Xeral con un andar orgulloso y una sonrisa triunfal en sus labios que encantaban a las damas que no conocían su verdadera personalidad. Cuando llegó a un metro de las rejas de la mazmorra, el joven se detuvo y la contempló sin dejar de sonreír.
- Me alegro de encontrarte despierta querida Criselda. Te he traído una sorpresa que estoy seguro esperabas desde hace mucho, mucho tiempo.
¿Una sorpresa? ¿Qué quería decir?
- ¿Qué te ocurre no te alegras? - Xeral río -. Tranquila cuando la veas lo estarás. ¡Entrad!
El corazón de Criselda, al igual que su curiosidad, hicieron que se levantara con pesadez y se dispusiera a acercarse a los barrotes de la celda. ¿qué se traía Xeral entre manos? ¿Qué sería esa sorpresa?
- No vaya - intervino entonces la voz anciana de Gea. La diosa alzó el rostro y la joven reina vio una arrolladora compasión -. No lo mires, no te acerques.
- ¿Sabes lo que es? - preguntó.
Ge no respondió simplemente escondió el rostro a la vez que sus cadenas tintinaban débilmente. Más intrigada aún, la joven se acercó hasta el límite de sus posibilidades en el momento en que tres hombres entraban en su campo visual con algo entre los brazos que no podía distinguir bien por estar en la penumbra.
- Creía que no lo sabría, que no me enteraría, pero lo estaba esperando y por fin estamos todos reunidos - dijo Xeral apoyándose contra los barrotes sin borrar la sonrisa y con los brazos extendidos -. Saluda a nuestro invitado Criselda.
El rostro de la joven se tornó pálido cuando la figura fue depositada en la luz con los brazos atados en la espalda al igual que los tobillos. Su rostro estaba ensangrentado y perlados de algo que parecían escamas y resaltaban bajo el color de la armadura azul zafiro. Criselda se derrumbó lentamente mientras las lágrimas salían sin control de sus ojos y comenzaba a dolerle el vientre y su corazón se detenía.
- Varel - murmuró con la voz rota.
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