Capitulo cinco
La Marca del Dragón
El sol comenzaba ya a ponerse y una ligera capa de nubes estaba danzando por el cielo anaranjado. Los pájaros graznaban llamándose unos a otros para buscar un refugio donde dormir y él sintió un anhelo que se remontaba siglos atrás. Varel deseó también remontar el vuelo pero en su espalda no había alas para poder hacerlo y sintió envidia hacia las aves que se precipitaban en busca de cobijo.
De todos los de su raza, él era el que más sangre de dragón poseía y por ello, su cuerpo recordaba sensaciones ya olvidadas por sus congéneres. Su ojo azul era la Marca del Dragón y significaba que el momento de que aquella poderosa raza volviese al mundo había llegado. Pero él odiaba la marca y todo lo que conllevaba. Porque Varel no había sido el verdadero heredero de aquella tarea, había sido su bisabuelo el elegido del todopoderoso Urano. Pero por causas del libre albedrío, Gratén no cumplió su destino y ahora el peso caía sobre sus propios hombros.
Un peso que él no había escogido.
Un peso de segunda mano.
Ni el suicidio le libraría del destino que le habían asignado los dioses como muy bien sabía.
El joven se acomodó mejor contra el tronco en el cual se apoyaba, arrebujado en su capa de pieles, y estiró las piernas. A su lado, descansaba una bandeja llena de comida completamente intacta. No le prestó el menor interés cuando su escudero Refie se la trajo recién hecha, menos ahora que la carne estaba totalmente fría.
Cuando finalizó el ritual del intercambio de sangre, Varel se retiró rápidamente acompañado de Hoïen en busca de un lugar apartado del campamento. A su tienda ya no podía regresar de momento, ya que su futura esposa iría allí a descansar y a prepararse para el enlace. Cuando encontró el sitio apacible y solitario que buscaba, su mejor amigo se quedó allí plantado mientras él se miraba el corte de la mano que ya estaba comenzando a sanar solo.
Varel era el único que se curaba de un modo tan instantáneo. Era una habilidad que habían poseído los auténticos dragones eones atrás cuando los elfos aún no los habían extinguido en el lejano continente de Yurakxsis. Le vino a la memoria la primera vez que se cortó con una daga mientras la contemplaba; sujetándola demasiado fuerte entre sus sonrosadas manos de infante y se quedó hipnotizado mirando el reguero de sangre que bajaba por su piel infantil. De su boca no escapó ningún grito y tampoco su cuerpo dio muestras de ningún estremecimiento. Casi no sintió nada, solo notaba como su sangre caliente resbalaba por su piel. Su madre Myrella, que se encontraba a unos metros de distancia cuando sucedió el incidente, fue corriendo para detener la hemorragia, pero cuando llegó a su lado contempló como el corte se cerraba y desaparecía por completo sin dejar huellas.
De lo ocurrido solo quedaba la sangre como prueba.
Fue en ese momento cuando su ojo derecho se tornó azul marcándolo para siempre.
Myrella le miró consternada y él no atinó a decir nada. Su madre no tardó en llevarle a la sala del consejo y su padre no cabía en si de gozo al ver que había un nuevo heredero y que, de nuevo, podrían hacer regresar al dragón.
A los esplendorosos y olvidados dragones.
Dio un fuerte puñetazo contra el suelo y una bandada de mariposas remontaron el vuelo desde las flores. ¿Por qué tuvo que ser él? ¿Por qué el destino le escogió precisamente a él?
No quería aquel honor. Aquella gloria podría quedársela otro que la buscase sediento de ansias de poder. Él solo hubiese querido ser un guerrero normal, un buen príncipe y rey para los suyos, no un elegido para revivir a sus ancestros. Habría sido mejor para todos que el elegido fuese su hermano menor. Xeral estaba más capacitado que él para ser un héroe entre los suyos. Su hermano se hacía amar mientras que él - con su carácter seco y conciso - solo inspiraba miedo y desconfianza. Y él lo deseaba - se dijo -. Xeral deseaba ser el nuevo elegido.
- ¿Por qué yo Hoïen? - le preguntó lleno de impotencia.
Su compañero se sentó a su lado y contempló a las mariposas regresar nuevamente a las flores.
- Yo no soy ningún oráculo Varel - le respondió.
El príncipe soltó un resoplido de frustración y cruzó los brazos sobre el pecho. Era una perdida de tiempo preguntarle nada a su silencioso amigo. Hoïen era un gran luchador y un buen compañero, fiel hasta la médula, pero poco hablador por no decir nada hablador. Solo parlamentaba lo estrictamente necesario y era muy reservado. Nunca hablaba de cosas personales y si le ocurría o le preocupaba algo, él y Patrexs se lo tenían que sacar con tenazas ardientes para que soltara prenda. Por eso, que volviese a hablar, lo dejó completamente anonadado:
- Pero, en mi opinión, diría que es porque tienes buenos sentimientos. - Le miró intensamente -. Eres una buena persona Varel aunque te empeñes en enseñarnos lo contrario. Te conozco y sé lo que amas y lo mucho que te importan los demás. Creo que solo tú podrías llevar esa marca con el simple propósito de crear nuevamente una raza que ya no existe. Tú no usarías a tus hijos como armas. No usarías a los dragones para amasar poder.
Dicho esto, el serio Hoïen se levantó y se marchó dejándolo solo con todas aquellas palabras resonando dentro de su cabeza. Al rato llegó su escudero con la comida y ya nadie más fue a molestarlo en su soledad.
Cada vez había más sombras reptando sobre el valle. El sol pronto desaparecería por completo y daría comienzo la cuenta atrás para su matrimonio. Varel contempló su mano con algún que otro resto de sangre seca. La mano de ella había sido tremendamente suave al tacto, como si entre sus dedos tuviese un paño de seda y no la mano de una muchacha. Cuando la había visto por primera vez, escondido en los pliegues de su tienda, le había parecido una mocosa vestida de un modo demasiado ostentoso. Pero cuando ella se percató de su presencia y clavó aquello grandes ojos verdes en el suyo azul, sintió que algo dentro de él se removía. Una rabia inusitada se apoderó de él y la detestó.
Aquella joven tendría que ser Kirla.
Debería estar a punto de casarse con Kirla y no con esa niña.
Enseguida vio el fruto de su mirada asesina en su cuerpo. La joven estuvo a punto de caerse del gran caballo canela para su regocijo, pero su hermano Xeral la tomó de la cintura antes de que se estrellase contra el suelo.
Le dio coraje que su atento hermano evitase su caída, por eso cuando entró en la tienda de su padre para comenzar el ritual, la alzó de mala manera y no le dirigió ni una palabra. Pero cuando la sacó de la tienda blanca de forma brusca, sintió como su pequeño cuerpo temblaba. Estaba terriblemente asustada y sentía un gran miedo hacia él.
Se sintió despreciable.
Varel no pudo más que dejar desvanecer su rabia y resignarse. La tomó cuidadosamente de la mano y - a pesar de todo - le gustó entrelazar sus dedos con los suyos suaves he inexpertos en el arte de la lucha. Y en el ritual, le cortó la palma de forma rápida y certera para que le doliese lo menos posible. También fue cuidadoso al lamerle la sangre de la herida pues en verdad no quería hacerle daño. Ella no era culpable de sus problemas ni la causante de su dolor.
Ella era tan o más desgraciada que él.
Pero la sorpresa le sobrevino cuando ella acercó sus labios rojos sobre su palma y lamió su sangre. No pudo evitar estremecerse de un modo inesperado como hacía años que no lo hacía.
Porque lo hizo de un modo puro he inocente.
Criselda no era parte de su mundo y no sabía el porqué de la importancia de su unión, y eso le producía una tremenda lástima hacia esa niña. Después de medianoche ya sería demasiado tarde para los dos, pero más para ella. Aquella muchachita no podía imaginar donde se estaba metiendo. Cuando fuese su esposa oficialmente, tendría que acatar unas costumbres muy distintas a las que estaba acostumbrada y aprender lo que ellos esperaban de una futura reina que era mucho más que buenos modales.
Y respecto a él…
“Tendré que engendrar un hijo, un dragón.”
Al fin y al cabo por eso tenía en sus venas más sangre de dragón que los demás y su ojo derecho era azul celeste como el color del dragón que engendró su raza.
No se percató cuando el sol se ocultó por fin y ocupó su lugar la luna en cuatro creciente y las estrellas -las nubes habían desaparecido dejando un cielo completamente despejado -. Solo supo que Patrexs fue en su búsqueda acompañado de Hoïen como siempre. Solo sus dos amigos se preocupaban realmente por él.
Su rubio amigo se agachó a su lado y colocó una mano en su hombro. El contacto lo reconfortó un poco.
Al menos no estaba solo.
- Casi es la hora - susurró como si no quisiera perturbar la quietud de la noche -. Tienes que prepárate.
Varel asintió y se puso en pie. Hoïen tomó la bandeja de comida intacta y les tomó la delantera con sus andares de pantera. Patrexs le dedicó una sonrisa llena de ánimos que en miles de ocasiones le habían arrancado a él una sonrisa de agradecimiento. Pero esta vez no fue capaz de sonreír así que simplemente asintió.
En silencio, siguieron la estela de Hoïen hacia el campamento. Tanto si su silencioso amigo tenía razón respecto a por qué Urano le había marcado o como si no, tanto daba. No tenía más remedio que cumplir con su deber. Porque en una cosa si que tenía razón Hoïen: él deseaba que volviesen los dragones.
- Por fin se cumplirá la profecía.
Qurín asintió mientras Riswan alzaba la copa a modo de brindis. En la penumbra de la gran tienda blanca, los ojos de su primo tercero parecían más azules que violetas. En cambio los ojos de Xeral parecían más amarillos que anaranjados.
En cuanto el ritual se hubo completado, los tres se retiraron a la tienda del rey - aunque él más por obligación que por gusto - para hacer un brindis. Por fin parecía que las cosas iban tomando el curso que debían seguir - había dicho su primo con una gran satisfacción -. Él en cambio solo sintió un gran nudo en el estómago por aquellos dos jóvenes infelices que acababan de entrelazar sus vidas para siempre.
El erudito dejó vagar la memoria y pensó en Gratén. Le recordaba tan nítidamente como si estuviese frente a él y no fuese simplemente una recreación de su memoria. Qurín solo era un joven aprendiz de diecinueve años cuando su padre - el anterior erudito del reino y su maestro ya que su cargo era hereditario- le ordenó que acompañase a su príncipe - un lozano hombre de treinta y cinco años que, para la raza de los Hombres aparentaba solo unos veinte años - a la corte de Senara para asistir al baile de máscaras anual del castillo.
Los dos se pusieron en camino con tres semanas de adelanto para poder llegar a la capital del reino de los Hombres un día antes - tiempo más que suficiente para ellos -. Pero por diversos problemas con algunos gusanos tifóides - que provocaron diversas escaramuzas en su camino- y tormentas inesperadas, llegaron justo cinco minutos antes del baile y a duras penas.
Gratén y él fueron los últimos en aparecer en el gran salón del baile. Por ello no fueron anunciados y tuvieron mucho más margen para pasarlo bien en completo anonimato. No era ningún secreto que el rey Lender les profesaba un profundo odio a su raza pero por pura política, no podía negarles la entrada a aquel baile que se creó con el fin de mantener buenas relaciones entre las dos razas del continente.
Fue en ese baile donde Gratén conoció a Sadella y también fue aquella noche cuando la marca del dragón floreció en su ojo derecho. Fue toda una sorpresa para el joven aprendiz ser testigo del fenómeno que toda su raza esperaba ansiosamente.
Aquel día de ochenta y un años atrás, la profecía que dictara el gran dragón azul a sus primeros hijos antes de morir, se había hecho realidad:
>>Pasaran años - había dicho el gran padre de todos mientras agonizaba moribundo tras una herida de muerte dada por un guerrero elfo en la última batalla- pasarán siglos y eones, pero algún día cuando vuestra sangre sea más fuerte y la raza de lo Hombres se crucen en vuestro nuevo hogar, mi marca azul en un ojo aparecerá y el elegido con una de sus princesas se desposará y los dragones podrán regresar.
Pero un año después todo se desmoronó. Sadella murió trágicamente y Gratén lleno de dolor, empezó la gran guerra resuelto a aniquilarlos a todos. Los hijos del Dragón no olvidaban y era demasiado cierto.
Pero ahora, todos los que tuvieron un papel fundamental en el inicio de la guerra estaban muertos y veinte años atrás, la marca volvió a resplandecer en un niño. Pero está vez sucedió de un modo diferente y de un modo tan imprevisible, que Riswan tomó grandes medidas para que esta vez no se desperdiciase el regalo de Urano y Gea. La profecía si debía cumplirse en esta ocasión sino los dragones no regresarían jamás al mundo.
- A costado - prosiguió el rey borrando de la mente de Qurín los recuerdos del pasado y sus meditaciones - pero, por fin, esta medianoche Varel se unirá a la princesa que dará vida a los dragones de nuevo.
Por el rabillo del ojo, el erudito vio como los labios de Xeral se fruncían de forma desagradable y como las llamas de las lámparas de aceite dibujaban sombras en su rostro. Puede que fuese solo su imaginación o un efecto óptico, pero a Qurín le pareció que en aquellos bellos rasgos y en aquellos ojos se dibujaba la envidia y el odio. Pero pronto aquel destello desapareció y el erudito se dijo que simplemente era el juego de las sombras.
Aquel muchacho sería incapaz de abrigar en su corazón tales sentimientos.
En ese aspecto, no era como el príncipe heredero. En el interior de Varel había demasiado resentimiento y deseos de venganza por lo ocurrido con su antigua prometida. A pesar de que el joven sabía cual era su destino, al enamorarse de Kirla quiso enfrentarse a él y cambiarlo por completo, pero Riswan no estaba dispuesto a que todo se perdiese de nuevo y no tuvo otra opción que matar a la joven antes de que el matrimonio destrozara el cometido de Varel en el mundo.
- ¿De verdad crees que mi hermano a sentado la cabeza padre? - dijo Xeral moviendo la copa y el vino de su interior con movimientos ligeros de su muñeca.
- ¿Por qué dices eso Xeral?
- No sé - respondió él encogiéndose de hombros -. No hace mucho estaba en contra y nos lo dejó bien claro a todos entre gritos y amenazas.
- Siempre a sabido cual era su deber - respondió Riswan tajante -. La rebeldía de Varel no podía durar eternamente. Le crié sabiendo que él sería el futuro padre de todos y la sangre de dragón de sus venas es la más fuerte de todas. Más que la de mi abuelo. Gratén no podía sanar sus heridas tan eficazmente como el cuerpo de tu hermano lo hace.
En eso Qurín estaba totalmente de acuerdo. Él había permanecido siempre cerca de Gratén desde que su ojo derecho - antes castaño - se volviese azul y había estudiado todos los cambios que se produjeron en su cuerpo desde que fue marcado.
- Aún así no las tengo todas conmigo padre - prosiguió el príncipe - . Lo mejor sería vigilarlo de cerca.
- No será necesario hijo mío, tu hermano cumplirá y pronto tendremos a los dragones de vuelta.
- Pero… - quiso protestar el joven.
- ¡He dicho que no! - gritó Riswan golpeando la mesa con la copa -. Céntrate en tus obligaciones Xeral, de tu hermano ya me encargaré yo.
El príncipe le aguantó la mirada a su padre antes de marcharse de la tienda como un torbellino. El rey dejó escapar un suspiro y miró a Qurín.
- Estos hijos míos van a matarme cualquier día. Suerte que los tuyos no son tan rebeldes.
Qurín sonrió al recordar a sus dos hijos, Mequi y Fena, que estaban en Sirakxs - la capital de Arakxis - tan lejos de él.
- Bueno majestad, Mequi solo tiene cinco años y es demasiado pequeño para hacer algo más que llorar y jugar. Queda mucho aún para que pueda siquiera comenzar a enseñarle todo lo que sé y Fena a salido a su madre; lleva el arte de la sanación en sus venas y solo piensa en mejorar su habilidad.
La añoranza se instaló en su pecho. Hacía ya medio año que estaba separado de sus hijos. Pero pronto todo acabaría y estaría de nuevo de regreso a su lado. En cuanto amaneciera, emprenderían el camino de regreso a casa.
- ¿Cuánto falta para la medianoche? - preguntó Riwsan sin ocultar su impaciencia. Aunque sabía que aquella pregunta era puramente retórica, el erudito la respondió:
- Solo dos horas mi rey
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